La última estancia de Turner en Venecia se produjo en el año 1840. Durante los tres viajes que realizó a la Ciudad de los Canales ejecutó un amplio número de bocetos, apuntes y dibujos de los que se servirá para la elaboración de sus lienzos definitivos, ya que nunca pintará estas obras directamente del natural sino que se valdrá de los estudios, de su imaginación y de su memoria. Bien es cierto que él dijo en una ocasión: "me dedico a pintar lo que veo, no lo que sé" pero esas cosas que veía luego eran deformadas para dotarlas de un encanto romántico como en este caso. Al igual que ocurre en la mayoría de las obras de su última década -véase Paisaje con río y bahía al fondo- Turner está interesado en resaltar los aspectos lumínicos y cromáticos de sus composiciones, al tiempo que las dota de un efecto atmosférico que se convierte en su tarjeta de presentación. Paulatinamente las referencias formales van eliminándose para situarse a un paso de la abstracción, llegando incluso a colocar un clavo en la parte superior del marco cuando enviaba sus trabajos a la exposición de la Royal Academy para evitar que los colocaran al revés. En este proceso de descomposición de la forma se anticipa al propio Monet, el maestro del paisaje por excelencia entre los impresionistas.
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Con la Procesión de disciplinantes Goya alude a la devoción del pueblo español, tema que ya había tratado con anterioridad. Los penitentes y flagelantes, cubiertos con capirotes y corozas, encabezan la marcha seguidos de las imágenes de la Virgen de la Soledad, un Ecce Homo y un Crucificado que salen de la iglesia. Numerosos penitentes vestidos de negro acompañan al cortejo y un grupo de mujeres se arrodilla ante el paso de las imágenes. En la zona de la derecha encontramos algún empalado y estandartes y cruces que portan otros fieles. La muchedumbre se arremolina para contemplar el evento religioso. La enorme mole arquitectónica de la iglesia y el cielo azul cierran la escena. Goya ha sabido individualizar cada uno de los numerosos personajes que aparecen en esta tabla, resaltando con la luz aquellos que más le interesan. La rápida pincelada reafirma el movimiento de las figuras y el ambiente que se vive en ese momento. Junto a Corrida de toros, Auto de fe de la Inquisición y Casa de locos, forma parte de la serie propiedad de la Academia de San Fernando tras la donación de don Manuel García de la Prada.
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La composición realizada por Benozzo Gozzoli en el Palacio Médici muestra el uso de elementos aparentemente contradictorios como son el fondo de paisaje, representado según los convencionalismos del gótico internacional, y los escorzos de los caballos y algunas figuras. Los elementos tradicionales aparecen aquí no como solución arcaizante sino como intento de ambientación histórica de la fecha del acontecimiento.
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En la capilla de los Magos del Palazzo Medici, Cosme el Viejo, su hijo Piero y su nieto Lorenzo acompañan el cortejo de los Reyes, junto a sus invitados de otras cortes, entre los que destaca Galeazzo María Sforza, hijo del duque de Milán, sobre un caballo blanco. Los miembros de las grandes familias florentinas y los representantes de la Banca Médici en Brujas, Lyon o Roma esperan la llegada del cortejo.
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A ambos lados del cortejo se han pintado grupos de ángeles, querubines y serafines cantando al Niño, representado en la tabla pintada por Filippo Lippi.
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Como si de una representación teatral se tratara, los primeros planos de la composición sirven de escenario a los protagonistas de la historia, mientras en los fondos la línea serpenteante del cortejo marca la profundidad espacial en unos paisajes de rocas, vegetación, ciudades y castillos diseñadas con un orden geométrico.
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Baltasar y su cortejo se representan en la pared del mediodía de la Capilla, ya que proceden de África, razón por la que el rey es negro. Vestido de verde, el color de la esperanza, Gozolli ha representado al rey en plena madurez. Su ofrenda es la mirra, utilizada para embalsamar los cuerpos, recuerdo de lo mortal.