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Birmania fue el país que mejor acogió a los japoneses. Los nacionalistas colaboraron con los invasores, que les habían prometido la independencia. Pero hubo pocas concesiones: de marginal para los japoneses, Birmania se había convertido en una de las principales posiciones asiáticas. Además, los nuevos ocupantes necesitaban todas las materias primas y productos alimenticios, y todas las energías humanas locales para sus fines militares. Se prohibió a los birmanos que exportaran su arroz y otros productos. Pronto apareció el hambre y el trabajo forzado -y los muertos se contaron por millares-, los malos tratos y el desprecio racista. La prometida independencia fue aplazada continuamente. En cuanto a los británicos, tras su expulsión de Birmania, convirtieron la capital regional de Manipur, Imphal, en su cuartel general. Ahora había que formar un ejército, infundirle moral y lanzarlo contra los victoriosos japoneses. Había que demostrar a los hindúes -y a los birmanos- con ideas nacionalistas que los británicos no estaban vencidos y, sobre todo, que India seguía en sus manos (26), y que los japoneses no eran superhombres. Pero faltaban soldados -una gran parte del Ejército de la India se hallaba en los frentes del norte de Africa-, faltaban oficiales, material, aviones, transportes, aeródromos, carreteras. A partir de septiembre de 1942 se construyeron más de 200 aeródromos, se trajeron aviones británicos y norteamericanos. Se comenzó a solucionar el grave problema sanitario -la disentería y la malaria habían ocasionado más víctimas que el enemigo. Slim hizo todo lo posible para que el plan de defensa de la India y de contraofensiva fuese una realidad. Fue designado comandante supremo Lord Mountbatten, siendo su segundo el general StilwelI. El primero era prudente y sensato, el segundo más impulsivo, y estaba ansioso de atacar. Este quería reconquistar Birmania para concentrar el esfuerzo en la ayuda a China, considerada el teatro de operaciones fundamental, donde se hundiría el poderío japonés. Quería adiestrar a un ejército chino que expulsara al enemigo del norte de Birmania y restablecer de una vez las comunicaciones con China. Mountbatten prefería concentrar recursos en la India y esperar a que los japoneses extendieran demasiado sus líneas y se desgastaran, y luego iniciar la contraofensiva, y liberar toda Birmania. A fines de 1942 y comienzos de 1943 se lanza finalmente una ofensiva limitada hacia Arakán. La operación, concebida como un ataque frontal, mal preparada, ejecutada sin entusiasmo por las tropas y por un mando lento y demasiado centralizado, fracasa, lo que no ayuda a levantar la moral británica. Era necesaria una reestructuración en profundidad. Antes de que ésta se iniciara, y mientras duraba aún la incertidumbre y la confusión, Wavell, desde 1943 virrey y gobernador general de la India, decidió aceptar un plan de infiltración tras las líneas japonesas, propuesto por quien en ese momento gozaba de fama de buen organizador de irregulares, el general de división Orde Wingate. Este había adiestrado, antes de la guerra, a grupos terroristas judíos de Palestina contra los árabes, entre ellos al Haganá, y luego, en 1940, grupos guerrilleros tras las líneas italianas en Africa oriental, con éxitos llamativos y discutibles. Ahora se trataba de hacer otro tanto con unos Grupos de Penetración de Largo Alcance -llamados chindits, nombre de unos leones legendarios de la mitología birmana-, que cortarían las comunicaciones y atacarían los puestos japoneses, se moverían sin vehículos, serían aprovisionados desde el aire y eventualmente coordinarían su acción con la de unidades regulares. Los chindits eran unos 3.200. Divididos en dos grupos, mantendrán cierta inquietud detrás de las líneas enemigas a partir de febrero de 1943, y mejorarán un poco la moral de los aliados, pese a su reducida eficacia militar. Llegarán a penetrar más de 150 kilómetros en territorio japonés, cruzando incluso el río Irawady -Eráwadi en birmano-, y obligando, en un primer momento, a los japoneses a emplear bastantes tropas para cazarlos. En marzo comenzaron a retirarse, perseguidos por el enemigo, y perdieron casi un tercio de los chindits y todo el material. También los japoneses, mientras tanto, habían mejorado su organización y preparación. El Cuartel General de Rangún fue confiado al prudente general Kawabe, bajo cuyo mando estaba el XV Ejército del general Mutaguchi -centro-, el XXVIII Ejército, del general Hanaya -Arakán- y el que será XXXIII Ejército, del general Honda -norte-. Mutaguchi, impulsivo y dinámico, propuso un plan de invasión de la India para la estación seca 1943-1944, que fue aceptado tras interminables discusiones, pero quedó limitado a la zona de Imphal; esta ciudad y la de Kohima deberían ser capturadas, pero la operación no se extendería al valle del Brahmaputra, en Assam, como deseaba Mutaguchi. Se intentaría, además, cortar los suministros a las fuerzas de Stilwell en el norte. En el Arakán, Hanaya atacaría en la zona de Chittagong hacia Bengala, reteniendo las reservas de Slim. Aquí el Ejército Indio de S. Chandra Bose -una división con 9.000 hombres- se uniría a las fuerzas de Hanaya, trataría de atraerse a los soldados indios del Ejército británico. Los japoneses estimaban que harían todo esto en tres semanas, y el frente aliado se derrumbaría definitivamente. Los aliados, para su proyectada ofensiva, crearon en agosto de 1943 el Mando del Sudeste de Asia -SEAC, en sus siglas inglesas-, cuyo mando fue dado a Mountbatten; el mando de todas la fuerzas fue dado al general sir G. Giffard, con el XI Grupo de Ejércitos, y el de las fuerzas de choque a Slim, con el XIV Ejército. En Imphal estaba el IV Cuerpo del general Scoones, y en Arakán el XV Cuerpo del general Christison. La organización, aparentemente, había mejorado mucho, lo mismo que el material y la moral. Con todo, no faltaban las dificultades, para el abastecimiento de las fuerzas de Imphal, por ejemplo, y por la escasez de aviones, paliada por la llegada de aparatos de transporte, un tercio de los cuales era estadounidense.
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Tras el Neolítico en China nos encontramos con una legendaria dinastía local que gobierna gran parte del territorio. Se trata de la dinastía Hia, cuyo origen parece remontarse al siglo XXI a. C., aunque algunos especialistas la sitúan hacia los años 1800-1500 a. C. A esta dinastía hacen referencia la primera antología poética china, el She-king, y la primera historia china, el Shu-king. Era un pueblo agricultor, que desconocía la metalurgia pero sí utilizaba la cerámica, trabajada con dos técnicas diferentes: la negra, fina y pulida, y la roja, pintada. También se ha constatado el tejido de la seda y la construcción de diques La dinastía Hia dejaría paso a una nueva dinastía llamada de los Shang, fechada hacia 1500-1100 a. C. Se localiza en la zona de Honan, en el norte de China, dominando el valle del río Huang-ho. Se trata de un poder teocrático donde el soberano ejerce funciones sacerdotales y gobierna un estado feudal. Las ciudades Shang están amuralladas y tienen un templo en el interior del recinto. Conocían la metalurgia, desarrollando una amplia colección de piezas de bronce decoradas con animales. Al tratarse de un pueblo guerrero utilizaban el carro de guerra, como se ha podido constatar en los tesoros encontrados en las tumbas reales. Estas tumbas eran auténticas mansiones, construidas bajo tierra y provistas de un amplio y variado ajuar funerario. El monarca era enterrado junto a todo su séquito. Los Shang conocían la escritura, cercana ya a los caracteres clásicos chinos, y desarrollaban una religión basada en el tao, principio que guía al Universo. También veneraban al cielo, a los antepasados y a las fuerzas naturales, conociéndose la existencia de sacrificios rituales. La dinastía Cheu consigue imponerse militarmente a los Shang. Procedentes del valle de Wu, gobernarán el occidente de China entre el 1000 y el 700 a. C. extendiéndose hacia el año 770 a.C. hasta la zona oriental por lo que su dominio dura hasta el siglo III a. C. Nos encontramos con un sistema de gobierno feudal en el que las tierras del soberano están rodeadas de zonas en manos de sus vasallos que limitan con otros feudos. Con esta estructura territorial era imposible que la autoridad monárquica se impusiera, provocando el fortalecimiento de los señores. Este resquebrajamiento del poder será aprovechado por los nómadas para instalarse en algunas zonas del país. Hacia el año 770 a. C. la capital se traslada a LoYang, implicando la pérdida definitiva de la autoridad real. Los señores feudales aumentan su poder y se agrupan para evitar la llegada de nuevos pueblos nómadas. Las continuas guerras provocarán un paulatino debilitamiento del poder nobiliario. Sin embargo, el campesinado verá reforzado su poder ya que su participación en las guerras como combatientes será crucial. Las batallas se deciden por el número de soldados que intervengan, no ya por la participación de carros de combate. Aquel señor que mantenga un ejército de campesinos disciplinado obtendrá importantes victorias. La erosión del poder feudal también beneficiará a los comerciantes quienes se convertirán en los dueños de la economía al cobrar los tributos a los feudatarios. De esta manera, conseguirán hacerse con el dominio del Estado. En el siglo V a. C. se produce la descomposición definitiva del poder monárquico al dividirse el territorio de China en diversos estados feudales independientes. Se trata del periodo denominado de los Reinos Guerreros (ChanKuo). Los funcionarios adquieren una mayor relevancia, al igual que la burguesía. Este momento de desequilibrio político va parejo a un cierto esplendor cultural. En el año 221 a. C. Ts´in She Huang-ti, rey de Ch´in, toma los demás estados aún existentes (Han, Chao, Ch´u, Wei, Chi y Yen) y se hace nombrar Hyang Ti, primer señor o emperador. Con él se inicia la dinastía Ch´in que supone la creación de un Estado unitario y centralizado. Por influencia occidental se introduce la caballería a la vez que se sustituyen las armas de bronce por las de hierro. Recientemente se ha descubierto la tumba de Ts´in She Huang-ti donde destaca la existencia de más de 7000 figuras que componen el ejército del emperador, junto a sus caballos y carros. Todas son de tamaño real y manifiestan una sorprendente originalidad ya que los rasgos son propios.
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Manetho era un egipcio de Sebennytus que a principios del siglo III a. C. escribió para Ptolomeo II una historia de su país. No se puede dudar de su competencia, pues era al parecer sacerdote del templo de Heliópolis, centro capital del saber egipcio, y tenía acceso a la documentación conservada en aquel lugar y preparación para hacer buen uso de ella. Su obra se ha perdido, pero se conservan los extractos que con mayor o menor fidelidad al original hicieron de la misma tres historiadores posteriores, Josefo, Eusebio y Africano. Aun de esta forma imperfecta Manetho es, y será siempre, la fuente primordial que existe para la historia del Egipto antiguo. A él se debe, en primer lugar, la que pudiéramos llamar agrupación tradicional de los reyes egipcios por dinastías y la denominación de éstas según la localidad originaria de cada una. De las dos primeras dice Manetho que procederían de Thinis, ciudad de situación desconocida, pero sin duda próxima a Abydos, en el Alto Egipto. En esta última localidad se ha descubierto una necrópolis real paralela a la de Sakkara (ya entonces se había implantado la costumbre de que cada rey tuviese dos tumbas, una en el Alto y otra en el Bajo Egipto). De ahí que se denomine época tinita a la primera de la historia y del arte egipcio. Según Manetho, el primer monarca del Egipto unificado fue Menes, fundador de Menfis, la capital del país durante todo el Imperio Antiguo. Hoy conocemos por documentos contemporáneos de todos los primeros reyes sus nombres respectivos, pero no todos los nombres de cada uno, de modo que no podemos identificar con plena seguridad, aunque sí con cierta probabilidad, al célebre Menes de la lista de Menetho con uno de ellos. Es de tener presente que Manetho dio formas griegas a los nombres de todos los faraones, y que no dice si esos nombres los sacó del horus, del nebti, del nesu bit o de cualquiera que fuese, cosa que tampoco importaba a sus lectores griegos. Tampoco ha sido posible, hasta ahora, hacer coincidir a Manetho con otras fuentes más antiguas, aunque menos completas, ni aun a éstas entre sí. Pero a fuerza de mucho trabajo se ha logrado trazar un cuadro coherente, hoy en día con bases mucho más sólidas que las de antaño gracias a los hallazgos arqueológicos. Antes de tratar de éstos, veamos las otras fuentes. El Papiro de Turín, desgraciadamente hecho fragmentos, contenía la nómina en escritura hierática de los reyes de Egipto con la duración de sus reinados, y no sólo de los reyes históricos, sino de los prehistóricos y míticos. La lista parece compuesta durante la Dinastía XIX. Documentos como éste habrán dado su información a Manetho. De los diecisiete reyes tinitas mencionados por el papiro, sólo doce son reconocibles. La Tabla de Abydos, grabada en los muros de un corredor de la tumba de Sethi I, da una lista de los nombres de nesu de 76 reyes, desde los tinitas a Seti I. La Tabla de Sakkara conserva los nombres nesu de 47 reyes, desde Merbapen (Enezib), sexto de la I Dinastía, hasta Ramsés II. La lista omite a los cinco predecesores de Merbapen, porque probablemente el Bajo Egipto, donde radica Sakkara, no los tenía por reyes legítimos. El Calendario de Palermo consta de cinco fragmentos (el mayor de ellos en el Museo de Palermo) de lo que fue una estela de basalto, de gran tamaño, en la que se consignaban los nombres de los reyes de las cinco primeras dinastías, los años de sus reinados y los principales acontecimientos ocurridos en ellos. Erigida la estela durante la V Dinastía, sólo siete siglos después de la Unificación, daría preciosos informes sobre aquellos siglos si la tuviésemos entera. Es curioso que al rey Semerchet, que probablemente es el mismo que Manetho llama Semempsés, sólo se le atribuyan en el fragmento de El Cairo nueve años de reinado, mientras que Manetho le asignaba 18. Y es que los números de Manetho no fueron transcritos fielmente por los copistas. Aparte estos documentos, conocidos desde hace años, las exploraciones y excavaciones de Abydos, Hierakónpolis, Negade, Sakkara, Helwan, los yacimientos más importantes para el conocimiento de la época tinita, han suministrado en estos últimos decenios multitud de documentos contemporáneos de los primeros reyes: tumbas, estelas, improntas de sellos con sus nombres, tabletas que además de dar sus nombres se refieren a sus hechos y a sus monumentos, ofrendas, ajuares... De este modo la documentación se ha enriquecido considerablemente, y no por crónicas o anales de redacción posterior en varios o en muchos siglos, como eran los documentos examinados hasta aquí, sino contemporáneos de los hechos o personas a que hacen referencia, como era el caso de las paletas y las mazas. En el estado actual de nuestros estudios se puede dar la siguiente nómina a base del nombre de Horus y del nit (dos flechas formando un aspa sobre un escudo, símbolo de la diosa Nit del Bajo Egipto, n.? 3) de una reina, de los monarcas de la I Dinastía: 1. Hor-aha (Horus con maza y escudo= Horus luchador). 2. Zer (cancela con pestillo lateral). 3. Meryet-nit (una reina). 4. Uadyi (serpiente). 5. Udimu (mano y línea ondulada). 6. Enezib (horquilla doble, vaso de 4 asas). 7. Semerkhet (Semempsés de Manetho). 8. Ka´a (Kebh en la Tableta de Abydos y Papiro de Turín). De esta forma, Hor-Aba, Horus o halcón luchador, encabeza la lista de la I Dinastía, y para muchos es identificable con Menes. Uno de los argumentos, muy ingenioso e interesante, en que esta identificación se basa es el siguiente. Una tumba real de Negade, de tipo muy arcaico por tener la cámara del sarcófago a ras del suelo, lo mismo que los almacenes contiguos, proporcionó unas cuantas improntas de sellos de Narmer, otros de su esposa Nithotep y varios documentos de Hor-Aha. El sello de Nithotep, coronado por el signo nit como el de la reina Maryet-nit acabada de citar, lleva aparejada la mata de papiros del Bajo Egipto, que hemos visto en la maza del Rey Escorpión y en la paleta de Narmer, lo que parece indicar que la reina procedía de aquí. Incluso cabe suponer que la mujer sentada en una silla de manos en la maza de Narmer, delante del solio del rey, sea esta princesa, con la que Narmer se habría casado para legitimar sus pretensiones a la soberanía del Bajo Egipto. Por tanto, la tumba de Negade, que no puede pertenecer a Hor-Aha porque las dos de éste las conocemos con seguridad, ha de corresponder a Nithotep, o incluso a su esposo Narmer, cuya sepultura no se ha descubierto hasta ahora. Hor-Aha, sucesor de Narmer y probablemente hijo suyo, se preocupó de aderezar bien esta tumba. Entre otros testimonios de su interés por ella aparecieron aquí los trozos de una tableta de marfil de una importancia histórica tal, que Garstang reanudó la excavación de esta tumba, que otros habían explorado antes que él, con el propósito de encontrar algún fragmento más, y tuvo la suerte de lograrlo. En el registro superior de la tableta, a la derecha, se hallan dos cartelas, una normal, con el nombre ya conocido de Hor-Aha, y otra de techo a dos vertientes. En ésta se ven dos signos de lectura indudable en la escritura jeroglífica clásica: el buitre y la cobra sobre dos cuencos -por tanto el principio de un nombre de nebti-, y debajo de ellos, un tablero a vista de pájaro con cuatro fichas en su borde superior, signo que con seguridad más tarde, y probablemente ya entonces, se leía mn. Así pues, Men, Menes en el griego de Manetho, sería el nombre de nebti de Hor-Aha. Esta solución al problema no es tan evidente que satisfaga a todos, pues men significa también permanecer, quedar, y la cartela podría ser una aposición a la cartela anterior o una frase del rey (que a menudo también se encierra en una cartela). Aun tal y como están, las dos cartelas juntas pueden leerse: Hor-Aha, el que permanece en el Alto y Bajo Egipto dándoles el significado original a las dos señoras, el buitre y la cobra. En todo caso, no deja de ser probable que el nombre de Menes naciese de la lectura de un jeroglífico como éste y que deba aplicarse a Hor-Aha.
obra
Al regresar en 1887 de la Martinica, enfermo de malaria, Gauguin pasó una breve estancia en París para trasladarse a la Bretaña, concretamente a Pont-Aven y, más tarde, a Le Pouldu. Las mujeres bretonas con su típico traje de falda, corpiño y cofia se convertirán en las protagonistas principales de la pintura de Paul. En esta escena contemplamos a dos de ellas sobre un prado cubierto de flores mientras el fondo ha perdido la profundidad debido a la aplicación de pinceladas verticales que ha aprendido de Cézanne. Así podemos observar cómo Gauguin se va despegando del Impresionismo para crear una pintura más avanzada, en la que los símbolos, la simplicidad y el colorido cobran mayor importancia. Precisamente las tonalidades empleadas en esta imagen son típicas de Bretaña, destacando la amplia gama de verdes.
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Actualmente, se puede afirmar que el proceso de cambio socioeconómico no es sincrónico en todo el territorio peninsular. El área costera del Mediterráneo y sus zonas interiores de influencia, ven con mayor prontitud el fenómeno de transformación. Las zonas interiores, como la Meseta y los territorios noroccidentales, sufren esta transformación en un momento cronológico posterior. En las zonas costeras mediterráneas de la Península Ibérica esta neolitización inicial se incluye en el proceso observado en la globalidad del Mediterráneo occidental, vinculándolo con el desarrollo del horizonte de cerámicas impreso-cardiales, con fechas que cubren esencialmente el VI y, sobre todo, el V milenio. En efecto, en la mayor parte de las regiones, el registro material asociado con las primeras prácticas agro-pastoriles, aparece asociado con cerámicas decoradas mediante impresiones de concha de Cardium edule. Se observan, no obstante, variaciones regionales en la cultura material, tanto a nivel de cuantificación de cerámicas con decoración impresa (por ejemplo, su presencia muy reducida en Andalucía en relación con el Levante y Cataluña), o la aparición de otros conjuntos cerámicos diferenciados, que proponen una variabilidad regional dentro del proceso de transformación que difícilmente puede ser único y uniforme. A menudo la documentación de este registro material diferenciado va acompañada de manifestaciones de actividades productoras (domesticaciones precoces) en unos contextos cronológicos-culturales que presentan dificultad de integrarse en la secuencia global mediterránea. Desgraciadamente, la documentación de estos casos particulares no es aún completa y sus dataciones son a menudo controvertidas. A nivel general, los modelos explicativos han evolucionado desde las posiciones simplemente difusionistas de tipo mediterráneo de los años sesenta, hacia una mayor complejidad de los modelos, fruto de un progresivo conocimiento del registro y evolución epistemológica. Actualmente, en términos generales, para el marco costero peninsular se concretan dos posturas o modelos generales. La primera proposición explicativa, expuesta por los investigadores de la región de la zona levantina, teniendo a B. Martí, J. Fortea y J. Bernabeu como principales defensores, ha recibido el nombre de modelo dual. Esa hipótesis, resumida de manera esquemática, parte de la premisa, considerada incuestionable, de que la disparidad y la variabilidad de la cultura material observada en el registro arqueológico del Levante peninsular del VI-V milenios no son explicables con los recursos de adaptaciones estratégicas de subsistencia, sino que responden a dos tradiciones culturales distintas. Una de ellas sería la constituida por los últimos cazadores-recolectores, y la segunda estaría representada por una cultura de origen exterior con una forma económica plenamente neolítica. Las dos tradiciones culturales entrarían en mutua imbricación, desarrollándose un proceso de aculturación de los epipaleolíticos por parte de los neolíticos, que les llevaría a la adopción de algunas características de la economía y tecnología neolítica. El segundo grupo de posiciones se caracteriza por otorgar, en términos generales, un mayor rol activo a las sociedades de cazadores-recolectores en la transformación del cambio cultural. Autores, como J. Vicent, proponen una vía explicativa de que las causas de las transformaciones se hallan en las propias contradicciones internas de cada sociedad. Siguiendo los postulados de B. Bender o de J. Lewthwaite, se enfatiza un proceso de transición determinado por el cambio de unas relaciones sociales de tipo abierto con una reciprocidad generalizada, a unas relaciones sociales cerradas vinculadas a las restricciones sociales derivadas de las alianzas intergrupales.
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Colón se aproximó a tierra al amanecer el 12 de octubre buscando un lugar para desembarcar. Fue bordeando lo que parecía una isla hasta su litoral occidental donde halló un sitio adecuado junto a un poblado. Era cerca de mediodía. Pidió la barca armada y rogó a los otros capitanes, Martín Alonso y Vicente Yáñez, que le acompañaran. Una vez en tierra, tomó posesión de ella en nombre de los Reyes Católicos ante el veedor Rodrigo Sánchez de Segovia. El escribano Rodrigo de Escobedo levantó el acta. Luego españoles y naturales se contemplaron con mutuo asombro y se inició un absurdo diálogo (cada cual en su lengua), del que Colón dedujo que estaba en una isla llamada Guanahaní ("isla de la iguana"). La bautizó como San Salvador y parece (todavía no lo sabernos con exactitud) que es la misma que los ingleses llamaron luego Watling, una de las Lucayas. Le preocupó que aquellos naturales no parecían indios, ni chinos, ni japoneses. Iban desnudos "como su madre los parió", tal como anotó en el "Diario". Los miró y remiró y concluyó que eran "de la color de los canarios, ni negros, ni blancos", y observó que eran "de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras. Los cabellos (tienen) cortos, casi como sedas de cola de caballos". Lo que más le alarmó fue su pobreza, pues iba a un país riquísimo y encontró con unos indios pobrísimos que sólo parecían tener algodón, papagayos y azagayas. Desconocían hasta las armas. Colón concluyó que debía estar en alguna isla de la antesala del continente asiático. Al comprobar que algunos indios mostraban señales de heridas sentenció "y creo que aquí vienen de tierra firme a tornarlos por cautivos". En cualquier caso, estimó que los naturales resultarían buenos siervos y podrían convertirse fácilmente al catolicismo, ya que no parecían tener religión alguna. Colón permaneció todo el día 13 anclado frente al poblado indígena de Guanahaní, hablando y observando a los indios. Al día siguiente decidió seguir en busca de Cipango. Terminó de rodear San Salvador, verificando que era una isla y al anochecer siguió hacia otras islas de las Lucayas; Santa María de la Concepción (quizá Cayo Rum), Fernandina (quizá Long Island), en donde desembarcó, Isabela (quizá Crooked Island), en la que estuvo varios días. Colón buscaba denodadamente el Cipango, oro y especias. El 21 de octubre tomó la decisión de partir hacia la isla grande de Cipango, que según intuía debía ser la misma que los indios llamaban Colba, "en la cual dicen ha naos y mareantes muchos y muy grandes". El 28 de octubre arribó a la costa septentrional de Cuba, que bautizó como Juana en honor del príncipe de Castilla. La recorrió con dirección Este y al ver aquella costa infinita concluyó que era una península asiática. El 21 de noviembre desertó la Pirita, pues su capitán Martín Alonso decidió buscar el oro por su cuenta. Colón pasó luego con la nao y la Niña a la isla cercana de Haití, que llamó La Española, por recordarle España. La recorrió asimismo por su costa septentrional y con rumbo Este. Al llegar a la bahía de Acul recibió algunos presentes de oro de un cacique, seguramente Guacanagari. Prosiguió su singladura y en la Nochebuena la Santa María encalló en un banco de arena. Toda la marinería se había ido a dormir, tras una cena más copiosa de lo usual, dejando el timón en manos de un inexperto grumete que no vio el banco. Afortunadamente no hubo víctimas. Al día siguiente Colón ordenó construir con los restos de la nao el fuerte de la Navidad, donde decidió dejar 39 hombres que no podía llevar consigo. Tras despedirse de Guacanagari, a quien ingenuamente encomendó el cuidado de los españoles (debía haberlo hecho al revés), prosiguió su viaje el 4 de enero de 1493. Dos jornadas después apareció la Pinta en Monte Christi. El Almirante recibió contrariado a Martín Alonso, quien se disculpó diciendo que todo había sido contra su voluntad, pero se abstuvo de hacer ningún escarmiento. Colón quería seguir descubriendo, pero las carabelas hacían agua. Aprovechando que soplaban vientos favorables para regresar a Europa ordenó el tornaviaje. Para ello tuvo la intuición de remontarse hasta los 32 y 35 grados de latitud N. con objeto de coger los contralisios que le condujeron a las Azores. El regreso fue muy rápido, aunque lleno de contratiempos. Una gran tormenta hizo que se perdiera la Pinta, que fue a parar a Bayona. Colón condujo la Niña hasta la isla de Santa María, en las Azores, donde los portugueses estuvieron a punto de apresarle. Finalmente logró proseguir viaje y el 3 de marzo arribó a Cintra. Escribió al rey de Portugal comunicándole su arribada y solicitando una audiencia que se le concedió el 8 de marzo. El monarca portugués, tras escucharle, le comunicó que las tierras a las que había llegado pertenecían a Portugal en virtud del tratado existente con Castilla. Antes de partir de Lisboa Colón escribió la primera relación de su viaje, conocida comúnmente como la "Carta de Colón". No la dirigió a los Reyes Católicos, como era de esperar (nadie sabe por qué razón), sino a dos altos personajes de la Corona de Aragón, don Luis de Santángel, escribano de ración, y don Gabriel Sánchez, tesorero de dicho Reino, al último de los cuales llamó equivocadamente Rafael Sánchez, pese a que debía conocerle bien. La relación parece extractada del "Diario de a bordo", pero con inexactitudes e incluso errores posiblemente intencionales sobre el descubrimiento. Está fechada en Canarias (otro dato erróneo), a bordo de la carabela, el 15 de febrero de 1493. La carta se publicó en castellano en Barcelona el año 1493. En los meses siguientes se hicieron once ediciones de la misma (varias en latín) impresas en Roma, Amberes, Basilea, París y Florencia. Por ellas supo el resto de Europa la noticia del descubrimiento. Colón levó anclas en Lisboa el 13 de marzo y dos días después entró en el puerto de Palos. Unas horas más tarde, aquel mismo día, atracó la Pinta. Martín Alonso Pinzón la había llevado hasta Bayona, en Galicia, desde donde notificó a los Reyes el descubrimiento y pidió permiso para ir a verles, pero los monarcas le ordenaron regresar a Palos. El capitán andaluz venía muy enfermo, según las Casas de avariosis, y murió a poco en el monasterio de La Rábida. Nadie explica por qué el Almirante no fue a recibirle, ni a verle. Colón permaneció quince días en Palos, al cabo de los cuales se puso en camino hacia Barcelona para entrevistarse con los Reyes. Su comitiva, un verdadero circo con los indios, los loros, las plumas de colores, las armas extrañas, etc., cruzó la Península y arribó a la ciudad condal. El Almirante informó verbalmente a los Reyes de su hallazgo y les presentó algunas muestras de lo que había en sus nuevos dominios. Los Reyes confirmaron a Colón todos sus títulos y honores, añadieron otros para sus parientes y le pidieron que colaborase en el apresto del segundo viaje, que corría prisa para socorrer a los españoles que habían quedado en la Navidad.
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Los restos culturales más antiguos conocidos provienen, como los restos de homínidos fósiles, de Africa. Los primeros descubrimientos de Australopitecos de R. Dart en las cuevas sudafricanas permitieron a este investigador identificar una serie de huesos, dientes y astas que para él representaban las primeras evidencias de instrumentos utilizados. Esta industria, denominada por Dart osteodontoquerática (huesos, dientes, astas), constituía para él los elementos utilizados por estos primeros homínidos como sustituto de las armas de las que no habían sido dotados por la naturaleza y por lo que habrían usado las de los animales. Sin embargo, los descubrimientos de Olduvai (Kenia) cambiaron la perspectiva, al aparecer instrumentos líticos. Por otro lado, la revisión de los yacimientos sudafricanos permitió identificar que estos materiales correspondían a cubiles de hienas o leopardos, de los que también habían sido presas los Australopitecos. Además, la revisión geológica de los sedimentos cambió el sistema de relaciones de los propios materiales, al no poder correlacionarlos con los restos de homínidos. De esta forma, nos encontramos con uno de los principales problemas en relación con las primeras evidencias culturales de la humanidad. La arqueología nos aporta la prueba de que ciertos homínidos aprovecharon su posición erguida para, aprovechando las manos liberadas de la marcha, fabricar instrumentos y aprovechar mejor sus posibilidades. Sin embargo, el problema se sitúa en distinguir a qué tipo de homínido se deben atribuir los restos culturales. Salvo raras excepciones, los yacimientos con restos fósiles de homínidos no presentan industrias, y en aquellos donde éstas se hallan presentes no suelen aparecer los anteriores. Las investigaciones en la región de los Afar, en Etiopía, dieron como resultado el descubrimiento de la serie de materiales arqueológicos más antiguos conocidos por el momento. Las investigaciones han permitido reconocer las evidencias de varios yacimientos arqueológicos datados entre los 2,8 y 2,6 millones de años. En los yacimientos de Kada Gona y Kada Hadar se encontró una industria formada por cantos trabajados tallados sobre una o dos caras junto a núcleos y lascas, generalmente de basalto. El interés que presentan estos materiales es que ya nos encontramos con materiales elaborados, en los que se descubre un conocimiento de las técnicas de talla. Esto plantea el problema de las primeras industrias humanas. Con toda probabilidad, los primeros homínidos utilizaron elementos de la naturaleza tales como palos o materias vegetales junto a piedras, como hemos visto que utilizan los chimpancés. Así, nos encontramos con un límite metodológico para nuestra investigación. ¿Cuáles son los criterios por los que podemos reconocer una industria humana? Sin duda nunca podremos identificar los primeros instrumentos, sólo cuando una acción humana los haya transformado seremos capaces de reconocerlos como tales. En el sur de Etiopía se encuentra, en el valle del río Omo, la denominada Formación Shungura, datada entre 2,3 y 2 millones de años y donde J. Chavaillon descubrió una importante serie de yacimientos arqueológicos. Los yacimientos conocidos como Omo 57, Omo 84 y Omo 123 proporcionaron una industria consistente en lascas de cuarzo sobre las que aparecen los atributos de una talla intencional, como talones y bulbos de percusión, en algunas de las cuales se ha detectado la presencia de retoques. Junto a ellos aparecieron núcleos discoides y poliédricos. En otro yacimiento, Omo 71, se descubrió un canto trabajado de cuarzo en el que una serie de levantamientos bifaciales formaban un filo cortante. Uno de los sectores de Omo 123 ha permitido recoger las lascas procedentes del mismo núcleo y reconstruir el proceso de talla superponiéndolas al mismo. Según J. Chavaillon en estos yacimientos se pueden detectar actividades diferentes. Algunos podrían constituir campamentos provisionales, mientras que en otros casos se trataría de talleres de talla. Los materiales descubiertos forman parte del primer complejo industrial conocido, habiendo sido denominado por los prehistoriadores como Oldovayense, siguiendo la tradición de llamarlo por el primer yacimiento donde se identificó: Olduvai. La garganta de Olduvai se encuentra cerca del volcán de Serengueti, cuyo cráter alberga hoy el Parque Nacional del mismo nombre y al borde de la fosa tectónica del Rift. Esta fosa recorre el oriente de Africa, llegando hasta el mar Muerto en Palestina. Su actividad ha favorecido el vulcanismo local, de forma que las coladas de lava han sellado muchos de los yacimientos arqueológicos de la región. Desde 1931 L. Leakey se dedicó a la investigación en la garganta de Olduvai, ya conocida desde principio de siglo por su riqueza en fósiles. Su estratigrafía está formada por varios niveles geológicos, conocidos como Beds. A lo largo de la garganta, en los distintos niveles se descubrieron varios yacimientos arqueológicos de distintos tipos. Entre ellos, algunos representan suelos de habitación donde los objetos se distribuyen en la superficie de un paleosuelo. En otros casos, se trata de áreas de descuartizamiento donde se encuentran instrumentos asociados al esqueleto de un gran animal. La estratigrafía global de Olduvai comienza por una capa de basalto sobre la que se sitúa el Bed I, de 40 metros de espesor y formado por tobas volcánicas; en él aparecen los principales niveles arqueológicos del Oldovayense. El Bed II presenta de 20 a 30 metros de espesor según las áreas, estando formado por intercalaciones de tobas volcánicas y depósitos fluviales. En él se encuentran materiales del Oldovayense que evolucionan hacia un Oldovayense avanzado (Developed Oldwman), con un Achelense en la parte superior. Éste se caracteriza por la presencia de los bifaces, en los que la talla cubre las dos caras dando bordes más rectilíneos. El Bed III presenta de 10 a 15 metros y sólo contiene materiales fluviales con industria Achelense. El Bed IV, con 45 m de espesor, está formado por materiales eólicos, lo que evidencia un cambio en las condiciones climáticas hacia una mayor aridez. El Bed V es la formación superficial y se formó a favor de los cambios tectónicos y el hundimiento progresivo del Rift. La cronología de Olduvai, sobre todo en los Beds I y II, se puede establecer con una cierta seguridad dada la presencia de tobas volcánicas datables mediante la técnica de descomposición del potasio en argón. El basalto de la base del Bed I se ha datado en 1,9 millones de años, mientras que el Bed II comienza hace 1,7 millones de años y terminó hace un millón de años. Los Beds I y II contienen industria del tipo Oldovayense con casi un 80 por 100 de cantos trabajados tanto uni como bifacialmente y que presentan filos redondeados. Junto a ellos aparecen los poliedros, los discos y los protobifaces, así como una industria sobre lascas retocadas que forman raederas, buriles o perforadores. Las materias primas son, sobre todo, volcánicas como el basalto o la fonolita. El Oldovayense avanzado se sitúa cronológicamente en 1,5 millones de años en este lugar y une a estos instrumentos la aparición de los primeros, y aún toscos, bifaces así como un mayor desarrollo de la industria sobre lasca, apareciendo los raspadores, como también el uso de la cuarcita. Entre los distintos yacimientos conocidos en Olduvai, algunos nos permiten conocer las formas de vida de estos homínidos. Uno de los yacimientos más interesantes es el conocido como DK I. En él se descubrieron los restos de la primera estructura conocida. Se trata de un círculo de piedras en cuyo interior aparecían instrumentos líticos y restos de fauna. Esta estructura ha sido interpretada como los restos de un paravientos, del mismo tipo que los utilizados por los bosquimanos o los pastores para protegerse del frío y el viento de la noche. Esto nos permite suponer que hace 1,8 millones de años los grupos humanos podían organizar su espacio y dominaban técnicas para asegurarse una cierta confortabilidad y protección. Otro yacimiento de gran interés es el denominado FLK, donde se identificaron los restos de un suelo de ocupación compuesto de gran número de lascas así como algunos cantos trabajados. En él se descubrieron los huesos del Australopitecus (Zinjatropus) boisei. En un nivel subyacente aparecieron los restos de Homo habilis, demostrando la contemporaneidad de ambos tipos de homínidos. En la parte superior del Bed I, en el yacimiento FLK Norte, aparecieron los restos de un elefante asociados al instrumental utilizado en su descuartizamiento. Junto a Olduvai, en el norte de Kenia se encuentra el lago Turkana, antiguo lago Rodolfo. En él aparece la Formación Koobi Fora, donde se descubrieron varios niveles arqueológicos estudiados por G. Isaac y R. Leakey. Esta presenta dos series estratigráficas separadas por una toba volcánica; fue datada en un principio en 2,6 millones de años, aunque una revisión posterior la situó entre 1,8 y 1,6 millones de años, es decir, casi cronológicamente paralela al Bed I de Olduvai. En la secuencia inferior se descubrieron varios yacimientos, destacando el conocido como KBS, que contenía una industria de tipo Oldovayense junto a restos óseos de cocodrilo, jirafa, hipopótamo, puerco espín y jabalí. Esto ha sido interpretado por G. Isaac como una evidencia del trabajo en cooperación de los primeros homínidos, pues no parece que se puedan considerar causas naturales para esta agrupación de animales tan diferentes. Otro yacimiento es el HAS, donde aparecieron los restos de un hipopótamo asociado a las instrumentos utilizados en su descuartizamiento. Entre los restos fósiles destaca el denominado KNM ER 1470, un tipo evolucionado de Homo habilis. Al norte de Kenia, en Etiopía, encontramos otra de las zonas donde se han descubierto importantes yacimientos del Oldovayense: el valle del Awash en Melka Kunture. Entre ellos destaca Gombore I, donde aparecieron gran número de instrumentos y restos de fauna. En él se pueden descubrir zonas de acumulación de materiales, junto a otras vacías. Esto ha sido interpretado como la evidencia de zonas de actividades específicas, como talleres o áreas de procesado de los animales. También se descubrió una zona vacía rodeada de círculos de piedras que podría representar un abrigo del tipo de Olduvai FLK. Los restos de fauna corresponden a hipopótamos, elefantes y antílopes. Su cronología se sitúa entre 1,7 y 1,6 millones de años. El Oldovayense avanzado está presente en Garba IV, datado en 1,4 millones de años. En él aparecen, junto a los cantos trabajados, lascas y percutores, así como grandes bloques de piedra de casi 60 kilos utilizados como almacenamiento de materia prima. La presencia de algunos bifaces auténticos nos permite enlazarlo con el Achelense.
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De las primeras instituciones se sabe con seguridad muy poco. Antes de la reforma de Servio Tulio, Roma estaba dividida en tres tribus: Ramnes, Tities y Luceres. El contenido y las funciones de estas tribus son muy oscuros, comenzando por los nombres, que nos han llegado través de una transcripción etrusca. Podían haberse establecido tanto basándose en una división étnica como tener un sentido territorial. Lo que sí sabemos es que éstas constituyeron la base del reclutamiento en esta época. Cada tribu aportaba diez curias, esto es, treinta curias en total de cien hombres cada una, lo que suponía un total de tres mil infantes, además de 300 caballeros en tres centurias. Al frente de la infantería había tres tribuni militum y al frente de la caballería tres tribuni celerum. Estas curias constituían los Comicios Curiados, que eran la asamblea constituida por las treinta curias reunidas. La función más importante de las Curias (cuyo nombre deriva de co viria, es decir, reunión de hombres) era la de ratificar la designación de un nuevo rey, pero no la elección del mismo, función ésta que correspondía al interrex (senador que hacía las funciones de rey hasta el momento de la elección del nuevo rey) y al Senado. El Senado o consejo de ancianos -sin duda creado bajo la influencia griega- era el órgano consultivo del rey, integrado por los patres o jefes de las gentes, cuyos descendientes fueron designados patricios. El poder del Senado radicaba fundamentalmente en la importancia personal de sus miembros como jefes de gentes poderosas. Entre ellos se elegir al interrex y también el sacerdocio más importante, el de los flamines, monopolio de los patres. Es probable que el número inicial de senadores fuera de cien. Hacia el final de la monarquía el número de senadores había alcanzado, según la tradición, los trescientos. Respecto a la composición social podemos constatar que, desde el siglo VIII a.C., había ya en la primitiva Roma una diferenciación social -como se desprende de la propia existencia de un Senado de patres- y económica. La Roma de esta época era una concentración de gentes. Estas gentes estaban constituidas por individuos que formaban un grupo familiar extenso y cuyos miembros descendían -o pretendían descender- de un antepasado común, fundador de la gens y generalmente epónimo, ya que habían heredado su nombre, el nomen gentilicum, que era común a todos los miembros de la gens. La ampliación del territorio de la ciudad, conseguida como consecuencia de las obras de desecación de las zonas pantanosas o bien por la toma de territorio de otras comunidades, ofreció la posibilidad de que algunas gentes ampliaran sus dominios inmuebles. A su vez, algunas de las primitivas gentes se habían ido desintegrando en beneficio de otras más poderosas. La mortalidad por epidemias, guerras... había ido debilitando o diezmando a algunas gentes cuyos individuos pasaron a la protección de otras gentes más poderosas. Dicho de otro modo, pasaron a ser sus clientes. Estos clientes estaban también integrados por prisioneros de guerra y extranjeros. La importancia que llegó a tener esta diferenciación entre miembros de las gentes, el sector privilegiado, y los clientes o dependientes de las gentes, queda de manifiesto en dos casos de época posterior. Una gens sabina muy poderosa, la gens Claudia, se asentó en Roma en el 504 a.C. El jefe de la gens, Attus Claussus, fue admitido a la ciudadanía romana y obtuvo tierras en la margen derecha del río Anio. Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso nos dicen que, contando a sus clientes, el número de miembros de la gens Claudia ascendía a 5.000. La gens Fabia pudo librar una batalla contra Veyes con un ejército integrado sólo por sus clientes, tras la caída de la monarquía. Otro sabino, Apio Erdonio, en el 460 a.C., era el pater de una gens que alcanzaba las 4.000 personas, contando lógicamente a los clientes. Entre los siglos X-V, los grupos de inmigrantes a Roma llegan a menudo apiñados en gentes a las que su cohesión debía permitir vencer la tendencia a la disgregación, inevitable a partir de la tercera o cuarta generación. Esta primera fase de la monarquía viene marcada por el proceso de unificación de los habitantes de las colinas romanas en un único organismo ciudadano. Pero este proceso de creación de la ciudad, con lo que implica de existencia de un espacio ciudadano, de una oligarquía y de unas instituciones comunes, no puede entenderse al margen de los vínculos e influencias de otros pueblos, particularmente de los etruscos y de los griegos. Roma fue desde sus orígenes una ciudad abierta a todo tipo de influencias, de objetos, de personas particulares y de grupos. La presencia y asentamiento de extranjeros en la ciudad, desde sus comienzos, queda patente si consideramos que el único de los reyes de Roma que podríamos considerar romano -y aún así, sería albano, según la tradición- es Rómulo. Todos los demás son de origen sabino o etrusco.
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Pero las artes más destacables de este período se plasmarán en otros materiales que también tendrán una larga, tradición posterior, como la cestería, los mates o calabazas decoradas y sobre todo el tejido. En una época en la que todavía se desconoce la cerámica fue común la utilización de calabazas secadas y vaciadas. Pero en ocasiones estos recipientes se trabajaban y decoraban con todo cuidado y llegaban a formar parte de ajuares funerarios, lo que hace que podamos considerarlos como obras de arte. En Huaca Prieta, en el valle de Chicama, se han encontrado dos de estas calabazas decoradas. La mejor conservada, de 4,5 cm de altura, y 6,5 cm de diámetro está decorada con cuatro caras de estilo muy geometrizante. La tapa lleva un motivo de líneas grabadas. El otro ejemplar tiene dos figuras humanas, también muy estilizadas, con las caras colocadas en lados opuestos del mate y los cuerpos y piernas desplegados hasta cruzarse en el fondo del recipiente. La tapa lleva una figura grabada en forma de S con cabezas de ave en ambos extremos. Este tipo de calabazas, trabajadas en pirograbado, con tapas ajustadas cortadas de otra calabaza de mayores dimensiones, no debieron ser hechos aislados sino parte de un arte firmemente establecido del que por desgracia han llegado hasta nosotros muy pocas muestras. Y tampoco se trata de un arte incipiente, ya que su estilo es muy elaborado. El contexto de su hallazgo es funerario, lo que señala el comienzo de otra muy larga tradición. El arte y la técnica del tejido se inician también en este período, favorecidos por la extensión del cultivo del algodón (Gossypium barbadensi). Son dos las técnicas utilizadas ahora, previas a la aparición del telar, el entrelazado, especie de tejido rústico a mano, sobre hilos que hacen la función de urdimbre; y el anillado, o utilización de un único hilo que se irá enredando sobre sí mismo. Las fibras se preparaban con ayuda de husos de madera o de piedra y el tejido se facilitaba con agujas y lanzaderas. Los tipos de telas variaban según la función a la que se destinaban: redes, mantos, bolsas, manteletas, faldellines y turbantes, y en este caso se hacían de fibras de junco. La mayoría de los tejidos se decoraban combinando hilos de colores diferentes o pintando algunas zonas una vez realizada la tela. Los motivos podían ser geométricos, pequeños diamantes y líneas formando diseños variados, o también figurativos, aunque siempre dentro de un estilo geometrizante impuesto por la propia naturaleza del tejido. Se representaban figuras humanas, aves y otros animales. Entre las figuras representadas pueden mencionarse la serpiente de doble cabeza, motivo común en Paracas-Cavernas, o cangrejos de roca, cóndores y papagayos. Probablemente el artista representaba los animales y criaturas que le eran más familiares en su entorno cotidiano. Aparentemente uno de los principales medios usados para la expresión artística fue precisamente el tejido, y es probable que el estilo geometrizante característico del mismo se imponga aun cuando se utilicen otros materiales, como es el caso de los mates o calabazas. Podemos también destacar que las manifestaciones artísticas aparecen en este momento sobre objetos cotidianos, pero cuyo especial tratamiento hace que los consideremos como obras de arte. No hay todavía evidencias de materiales especiales reservados para el trabajo artístico. Pero sí se inicia la costumbre de la asociación de las expresiones artísticas con las prácticas funerarias. Las tumbas, cerca o dentro de las viviendas son sencillas fosas revestidas en algunos casos con piedras o adobes. Los cadáveres, en posición extendida o flexionada se envolvían en esteras o mantos tejidos y a veces se acompañaban de ajuar. En ocasiones se han hallado entierros de cráneos y esqueletos sin calavera, lo que podría hacer pensar en la costumbre, muy extendida en Suramérica, de la cabeza trofeo. No hay entierros diferenciales que indiquen distinciones de estatus. Nos encontramos aún ante sociedades de tipo igualitario, carentes de estructuras jerarquizadas, donde los artistas no desempeñan aún un rol especializado. Y es en este período Arcaico, donde como venimos viendo se van formando lentamente las tradiciones culturales que irán dando un perfil propio a las diferentes áreas suramericanas, donde nos encontramos con un ejemplo importante de lo que es sin duda uno de los primeros inicios de arquitectura ceremonial, probablemente de carácter templario. En la vertiente oriental de los Andes, cerca de la ciudad de Huánuco, se encuentra el sitio de Kotosh, donde aparecen una serie de construcciones de aparente función religiosa. Destaca entre ellas el llamado Templo de las Manos Cruzadas, una pequeña habitación de 9,4 m por 9,2 m en su interior, construido sobre una plataforma de 8 m de altura. Las paredes, gruesas, se hicieron con piedras de río utilizando barro como mortero. Paredes y suelo se cubrieron luego con una capa de arcilla, en uno de los muros aparecen una serie de grandes nichos y debajo de cada uno un par de manos cruzadas esculpidas en la arcilla. Este conjunto de edificaciones se ha fechado por arqueólogos japoneses entre 2500 y 1800 a. C. y del registro arqueológico se deduce que sus constructores no practicaban la agricultura. Parece, en principio, sorprendente que los excedentes económicos y el potencial de organización humana y de energía necesarias para la construcción de edificios públicos y la existencia de un arte que implica un cierto grado de especialización se haya conseguido sobre la base de una economía cazadora-recolectora. Tal vez la explicación se encuentre en otro aparente templo, el de los Nichitos, construido en parte sobre el de las Manos Cruzadas, cuya estructura, compuesta de pequeños nichos, ha hecho pensar a los investigadores que podría tratarse de cuyeros, para la cría del cuy (Cavia cobaya), cuya domesticación y cría racional podría haber suministrado una base económica suficiente como para permitir la existencia de un tipo de arte asociado tradicionalmente con sociedades de tipo agrícola.