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Pero, ¿cuáles eran estos agentes tradicionales de mortandad catastrófica? "A bello, peste, et fame, libera nos, Domine". Esta expresiva jaculatoria, puesta frecuentemente en boca de los afligidos habitantes de un mundo a merced de las plagas, encierra una trágica trilogía de factores de mortalidad extraordinaria, que a menudo aparecían en estrecha dependencia. La estructura demográfica europea se caracterizaba por presentar un alto índice de mortalidad ordinaria, que comprometía seriamente las posibilidades de crecimiento vegetativo. Si éste arrojaba balances anuales escasamente favorables era porque la mortalidad resultaba compensada por tasas también altas de natalidad, que se situaban en torno al 40 por 1.000 anual. Pequeños saldos positivos acumulados podían provocar períodos de crecimiento. El punto álgido, no obstante, venía siempre determinado por los límites de los recursos alimenticios, condicionados a su vez, en último extremo, por las alternativas de las cosechas y por la reducida potencialidad productiva propia del bajo grado de desarrollo técnico. Aquellos débiles saldos vegetativos favorables se volvían con relativa frecuencia negativos en años calamitosos. Periódicamente las malas cosechas y las epidemias se encargaban de reequilibrar los excedentes de población. Este mecanismo de autorregulación resulta característico en la estructura demográfica de tipo antiguo. Malas cosechas y enfermedades epidémicas aparecían a menudo de la mano, señalando un fatídico ciclo. La debilidad de la producción y la pobreza de la población impedían la existencia de mecanismos eficaces de previsión de las crisis alimenticias. Las cosechas, en el marco de una agricultura de reducidos horizontes técnicos, dependían dramáticamente de las alternativas climatológicas. Sequías, lluvias excesivas o heladas podían dar al traste con las expectativas de recolección. Las áreas excedentarias no contribuían sino muy difícilmente a equilibrar con exportaciones de alimentos las carencias de las zonas en crisis, ya que los transportes resultaban caros y dificultosos. El hambre era la secuela inevitable de un período más o menos prolongado de malas cosechas. La carestía de los productos alimenticios de primera necesidad, cuya demanda era inelástica, constituía la inmediata respuesta del mercado a la escasa oferta. Gran parte de la población, mayoritariamente depauperada o de limitados recursos, se veía imposibilitada de acceder a unos alimentos escasos y caros. El deterioro de una dieta ya de por sí regularmente pobre determinaba el debilitamiento biológico de la población, cuyas defensas naturales contra las enfermedades infecciosas quedaban muy mermadas, aumentando su receptividad a los agentes patógenos contagiosos. El desarrollo de epidemias, a menudo mortíferas, acompañaba a las hambrunas. El ciclo fatal se cerraba cuando la mortalidad epidémica provocaba una grave contracción de la mano de obra agraria, desorganizando la producción en el campo, disminuyendo la capacidad productiva de la sociedad afectada y limitando así las esperanzas de recuperación. Junto a la peste bubónica, la patocenosis de la época incluía otras enfermedades infecciosas de mortales consecuencias, como la viruela, la malaria o el tifus. Por su parte, la guerra actuaba también como un factor perturbador de la dinámica natural de la población, no tanto por la mortalidad directa consecuencia de las batallas como por sus efectos secundarios. La violencia de los saqueos, la destrucción de cosechas o su expropiación para mantener los ejércitos, la precariedad de las condiciones de vida en las ciudades asediadas o las nefastas condiciones higiénico-sanitarias de los campamentos que levantaban las tropas en campaña podían activar, con relativa facilidad, los otros mecanismos de crisis: hambre y epidemias. Se suele admitir que los ejércitos provocaban más muertes por las enfermedades que dejaban a su paso en sus continuos desplazamientos que por las heridas inferidas en los combates. Junto a estos elementos de mortalidad extraordinaria existían otros factores que obstaculizaban un rápido crecimiento de la población. La mortalidad ordinaria era elevada, entre un 25 y un 35 por 1.000 anual. Ello era consecuencia de las malas condiciones de vida y del escaso grado de desarrollo de la medicina, que dejaba a la sociedad en gran medida inerme ante los estragos de la enfermedad. Particularmente grande era la mortalidad infantil. Entre 150 y 350 de cada 1.000 nacidos perecían en el transcurso del primer año de vida. Apenas la mitad del total, en el mejor de los casos, alcanzaba la pubertad. Todo ello hacía que la esperanza de vida fuera baja, tanto en el siglo XVI como en los siguientes, situándose por término medio entre los veintitrés y los treinta años, aunque con ligera tendencia a aumentar. El régimen de nupcialidad también es otro de los condicionantes del crecimiento demográfico. La mejoría relativa de las condiciones materiales en la segunda mitad del siglo XV y en la primera del XVI pudo influir en un coyuntural descenso de la edad media de acceso al matrimonio, pero en muchos lugares de Europa ésta continuó siendo elevada, ya que el casamiento se supeditaba a la existencia de una fuente de ingresos estable. En frase muy citada de Pierre Chaunu, el retraso de la edad de matrimonio constituyó la verdadera arma contraceptiva de la Europa clásica. Por otra parte, el celibato permanente constituía una realidad bastante extendida.
termino
acepcion
Cargo funcionarial asirio con un año de duración. Era habitual utilizar el nombre de este funcionario para designar el año en que ocupaba el cargo.
obra
Este sencillo limón en una bandeja de plata alcanzó los 500 francos en una subasta organizada en París en 1905. Manet se interesa exclusivamente por el objeto y olvida las referencias espaciales. A través de pinceladas de color, ha conseguido la textura tanto del limón como de la bandeja, anticipando la obra de Cézanne.
acepcion
Expresión que garantizaba de un cristiano que no descendía de judíos o moros. Desde finales del siglo XVI proliferaron los denominados "estatutos de limpieza", que eran requeridos para ingresar en colegios mayores, universidades y órdenes religiosas.
contexto
La Haganá se había preparado y contaba con 35.000 hombres en armas. A ellos se unieron los 3.000 de la Irgun y medio centenar de Stern. La estrategia era aterrorizar a los árabes, matándolos indiscriminadamente por todo el territorio. La situación brindaba una magnífica oportunidad para poner en marcha la "pieza étnica" de la Tierra Prometida. La Nochevieja de 1947, las bandas sionistas entraron en dos aldeas cerca de Haifa y masacraron a 60 hombres, mujeres y niños, en represalia por la muerte de 39 irgunistas a manos de los obreros de la refinería de Haifa. Las matanzas en las aldeas palestinas se sucedieron a diario y las escaramuzas acababan "en una masacre de árabes", según Uri Milstein, historiador militar israelí. La peor ocurrió el 9 de abril: 130 hombres de la Irgun y de Stern, con apoyo de la Haganá, entraron en la aldea de Deir Yassin, cerca de Jerusalén. Algunos defensores dificultaron el avance de los sionistas, pero la mayoría de los hombres huyeron, suponiendo que ancianos, mujeres y niños estarían a salvo. Familias enteras murieron sepultadas por los escombros de sus viviendas cuando las dinamitaron los terroristas. Los que salieron con las manos en alto fueron abatidos. Algunos supervivientes -mujeres, niños y ancianos-, fueron cargados en un camión, transportados a la parte judía de Jerusalén y exhibidos en un humillante "desfile de la victoria", antes de abandonarlos en la zona árabe. "Familias enteras fueron asesinadas y había pilas de muertos en varios sitios" -testimonió tres días después el comandante Levy del Shai, del servicio de inteligencia de la Haganá-. Algunos de los prisioneros, incluyendo mujeres y niños, fueron asesinados por sus captores. Los miembros del LHI (Stern) relataron que los de la Irgun violaron a algunas jóvenes árabes y luego las asesinaron". Un mes después de la matanza de Deir Yassin, el 14 de mayo, se fundó el Estado de Israel. Los árabes invadieron la región con el propósito de terminar con el nuevo país. La actuación terrorista se multiplicó durante la consiguiente guerra. "En casi todas las aldeas árabes que ocupamos durante la Guerra de la Independencia -según el anterior director del Archivo del Ejército de Israel- se cometieron actos que están definidos como crímenes de guerra, tales como asesinatos, masacres y violaciones". Las matanzas se subrayaban con acción psicológica: camiones y jeeps con altavoces recorrían las aldeas arrasadas incitando a los supervivientes a huir mediante mensajes en árabe recitados con voces sepulcrales: "¡Salvad vuestras almas, oh creyentes, huid para salvar vuestras vidas!", y haciendo sonar ruidos aterradores de sirenas, gritos angustiados de mujeres árabes, llantos de niños... El historiador israelí Benny Morris ha demostrado que más de 400 aldeas fueron "limpiadas étnicamente" de esta manera o por medio de la imposición violenta. El Consejo de Seguridad nombró al conde sueco Folke Bernadotte mediador especial para Palestina. El aristócrata tenía la autoridad moral de haber salvado a muchos judíos durante la Guerra Mundial. Llegó a Palestina en mayo de 1948 y, tras negociar varias treguas, propuso a la ONU una división del territorio más coherente que el aprobado en la partición del otoño anterior. El proyecto nunca fue estudiado: alguien lo filtró a los terroristas y el 17 de septiembre el mediador fue asesinado, presumiblemente por el grupo Stern. Fue la última acción de los terroristas de Shamir, que estaban aún activos, pese a que desde el comienzo de la guerra habían sido integrados en Tzahal, el ejército israelí. Ben Gurion aprovechó el asesinato para ilegalizar a Stern y detener a varios de sus dirigentes. Shamir se escondió durante meses hasta que una amnistía disipó sus cuentas con la justicia. En 1955, el Gobierno lo reclutó para el Mossad, el servicio secreto israelí, donde alcanzó altos cargos hasta su retiro en 1965. Afiliado al partido Herut, en 1980 reemplazó a Moshe Dayan como ministro de Exteriores. Desde ese cargo participó en la decisión de invadir el Líbano, operación que incluyó la matanza de Sabra y Chatila. En 1983, el antiguo terrorista coronó su carrera política alcanzando el cargo de primer ministro de Israel, sustituyendo a su colega terrorista Menahem Begin. Volvió a ocupar la jefatura del Gobierno entre 1986 y 1992.