A las cuatro de la mañana del 16 de abril, 29.000 cañones soviéticos hicieron fuego en el frente del Oder. En el sector de Kustrin, los artilleros de Zhukov emplearon 200 cañones por kilómetro. El 9.° Ejército alemán, mandado directamente por el general Busse, había abandonado la primera línea previniendo ese ataque, con lo que el violento fuego artillero sobre las posiciones vacías apenas si logró otra cosa que despertar a la población berlinesa, sobrecogiéndola del espanto. Llegaban los rusos. Pese a ese lujo de medios, pese a que sobre los 40 kilómetros de la cabeza de puente de Kustrin se lanzaron 35 divisiones soviéticas, sus progresos fueron muy escasos y tremendas sus pérdidas. Más al sur, sin embargo, Koniev lograba mejores progresos a costa del 4,° Ejército acorazado (Grässer). Los cuatro días siguientes fueron de una tremenda violencia en el frente del Oder. Ambos bandos lanzaron a la batalla cuanto tenían. Los alemanes, en buenas posiciones defensivas, lucharon con disciplina y desesperación para frenar a los soldados soviéticos; éstos, enardecidos por la proximidad del triunfo final, y con una tremenda ventaja material, no cejaron en sus intentos de abrirse camino pese a sus enormes pérdidas. Estas fueron tantas en aquellas primeras 80 horas de lucha que Hitler, desde su búnker, confiaba aún en la victoria defensiva dado el desgaste soviético: "no pueden permitirse perder 250 carros pesados todos los días. Su ofensiva acabará por agotarse". Pero antes se le acabaron las reservas a Busse, que soportó el principal esfuerzo soviético con doce divisiones. El día 19 se dislocó su frente; sus gastadas divisiones, sin reserva alguna detrás, abrieron brechas al avance soviético, que ese día se plantó en Strausberg, a 35 kilómetros de la Cancillería. Tres días después, a causa de que Hitler impidió la retirada de Busse hacia Berlín, el 9.° Ejército quedó cercado en las pinzas tendidas por Koniev y Zhukov; 48 horas después, el 24 de abril, los ejércitos 8.° de la Guardia de Koniev y el 4.° blindado de Zhukov, enlazaban en Ketzin, junto a Potsdam, al oeste de Berlín. ¡La capital del Reich estaba cercada! Berlín está irreconocible. En el aire flota una nube de polvo y humo que apenas se disipa unas horas cuando llueve. Durante los meses de febrero y marzo los aviones norteamericanos bombardean casi todos los días la capital del Reich. Por la noche lo hacen los ingleses. A partir de abril, aunque los aliados occidentales han disminuido sus incursiones (5), la ciudad sigue sufriendo bajo las bombas, porque los aviones soviéticos la han tomado como fácil blanco. Apenas si hay aviones para defender Berlín y casi han desaparecido los antiaéreos. Todo se ha desplazado hacia el frente del Oder tratando de frenar allí a los ejércitos soviéticos. Esta lluvia de bombas ha costado a la ciudad 52.000 muertos y una cifra doble de heridos. Aparte de esto, las incomodidades son infinitas. Es raro el día en que no se corta el agua, el gas, la electricidad, el teléfono; es difícil pasar una sola jornada sin tener que sumergirse en el refugio antiaéreo dos o más veces, con frecuencia por la noche, convocados apresuradamente por el ulular estridente de las sirenas. El tráfico es escaso por las calles. Probablemente aún circulan un millar de automóviles particulares y dos centenares de vehículos oficiales y bastantes motos, pero su número disminuye de día en día a causa de la escasez de piezas de repuesto, de la casi imposibilidad de conseguir gasolina (en el mercado negro se paga por un sólo litro 30 cigarrillos americanos o un kilo de carne de caballo); también porque la continua acumulación de escombros hace variar casi a diario las direcciones de la circulación y obliga al continuo corte de calles. Los berlineses se dirigen a pie a sus trabajos, aunque también se ven muchas bicicletas y algunos coches de caballos. El ritmo de vida trata de ser normal, aunque cada día se escuche más cerca el estampido de los cañones. Se reparte el correo, aparecen los diarios (con sólo 2 o 4 hojas). Se puede escuchar la radio, por la que el gobernador de Berlín y ministro de propaganda del Reich, Goebbels, lanza diariamente sus discursos, llamando a la resistencia, vituperando y amenazando a los derrotistas y desertores, burlándose de los rusos, incorporando a filas a nuevas quintas de la milicia... La primavera ha llegado prematura y cálida atenuando el sufrimiento de los berlineses, que han pasado un invierno de pesadilla. Las temperaturas han sido bajísimas y muy escaso el combustible. Si a eso se añaden los graves desperfectos causados por los bombardeos en las casas que, incluso las no alcanzadas, no tienen ni un cristal sano, se tendrá un buen cuadro del frío, unido a la escasez de proteínas otorgadas por el racionamiento. La penuria alimenticia se ha comenzado a notar mucho en los últimos cuatro meses. La pérdida de las grandes regiones agrícolas del Este (Prusia, Pomerania, Polonia, Silesia) se ha dejado sentir y, más aún, por causa del aumento de bocas a alimentar: se calcula que de esas regiones han llegado 8 o más millones de fugitivos, huyendo ante el avance de las tropas rusas. Pero se mantiene la apariencia de normalidad. A comienzos de abril, antes de la ofensiva soviética del Oder, más de 600.000 berlineses acuden diariamente a sus puestos de trabajo en las fábricas. Un número muy importante también realiza obras de fortificación a las órdenes de fanáticos jefes políticos. Trabajos inútiles, asesorados en el mejor de los casos por viejos soldados que nada saben sobre la guerra moderna. Se cavan tres cinturones de trincheras y fosos antitanques alrededor de Berlín y se siembran miles de obstáculos frente a ellos. ¡Pobres defensas, ante las posibilidades de los carros modernos! y, sobre todo, ¡pobres defensores! El general Reimann, jefe militar de Berlín, dispone de 90.000 hombres, procedentes en su mayor parte de las milicias, es decir, hombres maduros y muchachos de 15 o 16 años; guardias municipales y policías. Su armamento es escaso y anticuado. Viejos fusiles checos, belgas o austriacos de los años treinta; escasas ametralladoras; muy pocos cañones antiaéreos y anticarros y prácticamente ninguna artillería de campaña. Para defender aquel perímetro Reimann consideraba que, como mínimo, serían imprescindibles 18 divisiones de infantería y dos de artillería al completo... El general Henrici, jefe de Grupo de Ejércitos Vístula que esperaba la ofensiva soviética en el Oder, deseaba que la capital del Reich fuese declarada ciudad abierta. Con buen sentido suponía que si sus tropas eran arrolladas y los soviéticos cruzaban el Oder, Berlín sufriría una tremenda embestida, que concluiría con la inevitable caída de la ciudad después de haber sido pulverizada y su población masacrada. Tal sacrificio no alteraría el curso de la guerra, pero incrementaría sus víctimas y sufrimientos. Pero no era esa la manera de pensar de Hitler, que ordenó la defensa de la capital hasta el último hombre. Goebbels se ocupó como Gauleiter de que la orden fuera cumplida. Movilizó cuantas quintas pudo, comprometiendo a aquellos casi ancianos y niños con un juramento que cuarenta años después se nos antoja ridículo, pues el resultado de la guerra no ofrecía ya lugar a dudas: "Juro que seré incondicionalmente fiel al Führer del Reich alemán, Adolf Hitler. Juro que combatiré valerosamente por mi hogar y el futuro de mi patria" .Y marchando torpemente con un lastimoso armamento y, frecuentemente sin uniformes, salían hacia las defensas aquellas tropas, a las que se azuzaba con el miedo a los tremendos excesos de la soldadesca soviética contra la población civil y con la amenaza de una ejecución sumaria si se volvía la espalda al enemigo. A partir del día 19 de abril, cuando las vanguardias de Zhukov alcanzaron Strausberg, comenzó a ser frecuente el macabro espectáculo de hombres colgados de árboles y farolas. Eran, en su mayoría, o muy jóvenes o con más de 50 años. Quizás abandonaron su puesto por miedo o, simplemente, quisieron llegar a su casa a ver a la familia, a saber de su suerte tras un bombardeo... Conforme se agravaba la situación en Berlín a causa de los avances soviéticos, las fuerzas a disposición de Reimann mejoraron un poco. De los talleres berlineses y sus alrededores salieron cuantos blindados, cañones y otras armas estaban en reparación. Todos los soldados que quedaban desencuadrados a causa del hundimiento de sus unidades también fueron incorporados y lo mismo ocurrió con las divisiones que fueron rechazadas por las fuerzas soviéticas y empujadas hasta dentro de la ciudad. Esos refuerzos eran, quizás, 100.000 hombres a unirse a las milicias. En total, unos 200.000 combatientes; la mitad estaba mal armada y adiestrada; el resto, agotado por una semana de ininterrumpidos combates. Pero todos compusieron, finalmente, una fuerza que luchó con desesperación la última batalla de la guerra en Europa. Curiosamente, los defensores de Berlín formaron una pintoresca representación de todas las nacionalidades que combatieron junto a Alemania. En Berlín lucharon españoles, nórdicos, turcos, italianos, belgas, holandeses, franceses, eslavos, junto a los alemanes. Eran voluntarios de las SS, encuadrados en las divisiones Hansschar, Flandern, Walonie, Italien... en torno a la Cancillería, defendiendo a Hitler y su camarilla, resistieron hasta el final los SS eslavos y los franceses, belgas y escandinavos encuadrados en las divisiones Charlemagne y Nordland... El día 23, cuando el cerco de Berlín ya sólo era cuestión de horas, Hitler ordenó la sustitución del general Reimann, cuyas suaves maneras y formación clásica no le convencían, por el teniente coronel Baerenfaenger, un nazi fanático procedente de las Juventudes Hitlerianas, que, inmediatamente después de su designación, fue elevado al generalato. Baerenfaenger, a falta de conocimientos militares, desarrolló una febril actividad para reclutar más hombres y armas para la defensa, registrando barrios enteros en busca de hombres mayores incluso de 60 años y de niños de 13 y 14 años. Pelotones de las SS registraban las casas, las iglesias, los hospitales... todo hombre capaz de tenerse en pie era despachado hacia las fortificaciones con una pistola, un fusil o un panzerfaust en la mano. Casi carecían de munición, las armas eran anticuadas y los temibles panzerfaust resultaban ingenios peligrosos, que atemorizaban a quienes debían manejarlos por vez primera sin adiestramiento. Los ahorcados en plena calle aumentaron en número. De sus cuellos colgaban carteles de este estilo: "Me han ahorcado por derrotista. Estoy colgado por no creer en el Führer. Soy un traidor. Por desertor no asistiré al histórico cambio del destino..." Como se ve, aún muchos alemanes creían en Hitler, confiaban en la victoria y esperaban un violento cambio en el curso de la guerra sobre las ruinas de Berlín. Estas seguían aumentando. Cuando el día 22 comenzaron a caer sobre Berlín los disparos de la artillería pesada soviética, la ciudad era ya un amasijo de ruinas. Desde el día 16 no la bombardeaban los angloamericanos, pero los aviones soviéticos no cesaban en sus ataques día y noche. Había en Berlín aproximadamente 1.600.000 casas. Para esas fechas se calcula que la mitad habían sido alcanzadas de consideración y que un tercio de ellas era inhabitable. Los berlineses, que hasta el comienzo de la ofensiva del Oder apenas si habían abandonado Berlín, corrían ahora hacia las salidas que aún eran practicables por el oeste de la ciudad. El día 1 de abril había en Berlín 4,4 millones de habitantes; el día 24 no pasaban de 3 millones. Y no huían a ese elevado ritmo sólo por el miedo al cerco soviético, aunque fuera ese el principal motivo, sino porque ya la vida era imposible. Bajo los escombros yacen docenas de miles de cadáveres; en los hospitales no hay camas, pues ya están saturados con más de cien mil heridos; los bomberos no disponen de agua para apagar los incendios; incluso es difícil encontrarla para lavarse, beber o cocinar. La luz eléctrica se ha cortado y ya no volverá hasta que concluya el asedio; no funciona el teléfono, ni el correo, ni el gas... Los berlineses, quienes llegaron a tiempo, recibieron un cupo de racionamiento de urgencia: para ocho días deberían arreglárselas con 1 kilo de salchichas, 1/2 de legumbres, 1 de verduras, 1 de azúcar y 30 grs. de café... quienes no consiguieron esto, merodeaban por las calles en busca de algo que robar o de un caballo alcanzado por los bombardeos...
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El número y tipo de tropas embarcadas varió a lo largo del tiempo y espacio. Mientras que en los primeros navíos no existían diferencias entre remeros y tropa, ya que en las naves atenienses del siglo V a.C., el número de soldados embarcados era de 14 (10 hoplitas y 4 arqueros). Sin embargo, en el bando espartano, y posteriormente en las naves romanas, el número de soldados era superior, pues se buscaba el abordaje y el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, en vez de la inutilización de la nave contraria con el espolón. El número de oficiales podía variar según el tipo de barco, pero se identifican unas ciertas categorías a lo largo del periodo. El mando del buque lo ostentaba el navarca, título originalmente asignado al jefe de la flota pero extendido posteriormente, en época romana, al capitán del barco. Ante la imposibilidad de mantener con fondos públicos la flota, en los siglos V y IV a.C., se crea en Atenas la figura del trierarca, que se puede definir como un guerrero con obligaciones financieras. Éste era elegido entre aquellos ciudadanos capaces de correr con los gastos de operar un buque; limitándose el gobierno a poner los medios. Por lo general, ser elegido trierarca, pese al honor que conllevaba el puesto no era una suerte, pues suponía grandes quebraderos de cabeza: conseguir una tripulación y mantenerla, arriesgar la vida y afrontar un coste económico en ocasiones intolerable. Un trierarca se lamentaba: "...no solo gasté mi fortuna, sino que también arriesgué mi vida realizando los viajes personalmente, pese a que la situación en mi casa era tal que os apenaríais de mí. Mi madre se encontraba enferma, al borde de la muerte, mientras que yo estaba en el extranjero..." (Demóstenes, Contra Policles, 59). Para aligerar la carga económica, se aceptaría más tarde la posibilidad de compartir la misión entre dos o más co-trierarcas, que, además, podían delegar el mando en un capitán profesional pagado por ellos; de esta forma se pudo extender la figura del trierarca a individuos no aptos para el servicio militar pero de reconocida solvencia. En el orden de importancia, seguían los siguientes cargos: timonel (cibernetes) del que dependía gran parte de la capacidad de maniobra del buque. Era un puesto de gran responsabilidad y prestigio; su salario era bueno. El oficial de la cubierta de proa o vigía (prorreo). El más conocido a través de la literatura, cine o cómic era el celeuste (pausarii, salomador, hortator), encargado de marcar el ritmo de la boga por medio de tambor, flauta o cantos; habitualmente se le suele denominar cómitre, aunque esta denominación es más propia de las galeras renacentistas y posteriores, donde correspondía al oficial encargado de aplicar los castigos a los remeros y forzados. Oficial imprescindible era, también, el pagador, que solía ser, a la vez, intendente, encargado del abastecimiento del barco. El resto del complemento estaba formado por marineros y especialistas, encargados de las maniobras y mantenimiento del barco. En un trirreme, el conjunto de tropa y marinos especialistas recibía el nombre de hyperesia y sumaba un total de 30 hombres.
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Las escenas de París serán de gran atractivo para Monet. En ellas presenta imágenes tomadas directamente del natural en donde luz y color dominan la composición. El pintor muestra el jardín del palacio de las Tullerías que se había convertido en la década de 1870 en uno de los lugares favoritos para el paseo de los parisinos. La densa vegetación se ve inundada por la fuerte luz solar, que crea zonas de sombra, coloreada como era habitual entre los impresionistas. Las figurillas - realizadas con minúsculos toques del pincel - pueblan el espacio y dan mayor verismo a la composición. La silueta de los edificios de París al fondo se ve abocetada por efecto de la luz, en una sensación atmosférica de gran belleza. La pincelada es muy rápida, se otorga escasa importancia al dibujo y a la forma, mostrando Monet una nueva forma de trabajar.
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En las tumbas se aprecia una evolución a lo largo de los diferentes periodos. La primera que se utilizó fue la mastaba, en forma de banco de donde viene su nombre. El enterramiento se realiza en un pozo que tras el sepelio se cierra con tierra. A nivel de suelo nos encontramos la capilla donde se depositan los alimentos, decorada con escenas en relieve o pintura de temática funeraria. Posteriormente se evoluciona hacia la pirámide escalonada, formada por diferentes mastabas superpuestas, siendo la más famosa la construida por Zoser en Saqarah. El siguiente paso lo encontramos en la IV Dinastía con las pirámides de Kheops, Khefren y Micerino, de perfecta estructura y con la cámara funeraria absolutamente disimulada, lo que no sirvió para evitar saqueos en épocas posteriores. En el periodo tebano se renuncia a las grandes edificaciones para construir las tumbas en los acantilados de la región de Abidos. En la roca se excavan numerosos corredores con diversas salas y una cámara funeraria. Las puertas de acceso estaban disimuladas al máximo y algunas veces se duplicaban las entradas o se daba la sensación de violación para evitar los saqueos. Este tipo de tumba excavada se denomina hipogeo.
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A lo largo del siglo XV, durante el Micénico Medio, los ritos de inhumación en tumbas de fosa fueron dando paso a los enterramientos dentro de una cámara. Al principio se trataba tan sólo de una pequeña habitación rectangular, o aproximadamente circular, excavada en la roca y precedida por el dromos o corredor de acceso, más o menos como los hipogeos egipcios. Este tipo de tumba se conocía en el Egeo ya desde el Cicládico Antiguo, al comienzo de la Edad de Bronce. Pero la construcción funeraria que se extendió por toda la Grecia micénica, desde Tesalia hasta Laconia y Mesenia, es la forma de tholos, una tumba de cámara circular, cubierta por una cúpula, cuyo máximo exponente es el Tesoro de Atreo de Micenas. La cámara sepulcral se halla, por lo general, excavada en la roca y recubiertos sus muros por hiladas de piedra que, poco a poco, van estrechando el diámetro interior hasta cerrarse en lo alto, formando así la llamada falsa cúpula. Al principio, los sillares de piedra están desgastados groseramente y son de dimensiones reducidas; poco a poco irán aumentando de tamaño así como de calidad de labra hasta convertirse en perfectos sillares, bien escuadrados y de aristas redondeadas. Con estos bloques, algunos de un peso de varias toneladas, se revisten las paredes del dromos y de la cámara funeraria. El corredor, a cielo abierto y de trazado horizontal, finaliza en un muro en el que se abre la entrada a la tumba o stomion, a modo de una fachada palaciega o como una puerta monumental de muralla, con el característico triángulo de descarga sobre el dintel y restos de decoración pictórica y de relieves. La cámara funeraria suele presentar un perfil troncocónico muy particular, en forma de colmena, con las caras de los sillares enrasados y muy bien ajustados. Para evitar su derrumbe, muy normal en los thóloi construidos en una llanura, tal como ocurrió en muchos de los que se han excavado en Mesenia y Laconia, los arquitectos micénicos excavaban en la roca la parte inferior de la cámara, mientras que su zona superior, sobresaliente del contorno de la colina, se recubría con un montículo artificial limitado por unos muretes de piedra. Para Pausanias, uno de los principales lugares de interés, comparable a las pirámides de Egipto, era el thólos de Minias, en Orcómenos, que describe como "una de las mayores maravillas de Grecia y del mundo: Está construida de piedra; su forma es circular, pero la parte superior no sobresale demasiado; dicen que la piedra de la parte superior es una piedra angular que mantiene toda la estructura en su sitio". Evidentemente, Pausanias conoce la arquitectura romana, donde el arco y la bóveda no se sostienen sin la dovela clave que cierra su trazado, pero éste no es el caso de las cúpulas micénicas, cuyo peso se descarga verticalmente. El grupo más importante y completo de thóloi se encuentra en Micenas. Su estudio ha permitido fijar las etapas de la evolución tipológica y de las técnicas de construcción. De todos ellos, el más completo e impresionante es el llamado Tesoro de Atreo, pues ya en la Antigüedad se podía visitar y era interpretado como lugar de almacenamiento de las riquezas de los príncipes. La visita de este colosal complejo sigue siendo hoy día uno de los momentos culminantes en un viaje a Micenas, a pesar de su desnudez, por estar desprovisto de todos los elementos que decoraban su fachada y el interior de la cámara. El dromos es extremadamente largo, unos 36 m por 6 m de ancho. En el punto de encuentro del dromos con la fachada, los muros del corredor alcanzan los 14 m de altura. El vano de la puerta, de forma trapezoidal, es también enorme: 5,4 x 2,6 m y da acceso al stomion o pasillo interior, cubierto por dos enormes dinteles de piedra, de 1 m de espesor y un peso aproximado de 120 toneladas el mayor de ellos. El bloque interior, de 8 x 5 m, presenta su cara lateral tallada siguiendo el contorno circular de la cámara; ésta se compone de 33 hiladas de piedra hasta alcanzar unos 14 m de altura, la misma dimensión de su diámetro. En un lado de la cámara se abre una portezuela que da a una reducida habitación excavada en la roca, la cámara sepulcral propiamente dicha. Por encima de la cúpula, varias capas de arcilla apisonada impermeabilizan el conjunto, encima de éste se amontonó tierra hasta formar un montículo de unos 18 m de altura. La decoración de la cúpula consistía en una serie de rosetas de bronce clavadas, imitando el cielo tachonado de estrellas. La fachada exterior de la entrada conservaba aún restos de su decoración, retirados ya en el siglo XIX y guardados en el Museo Nacional de Atenas y en el Museo Británico. Consistía en dos enormes semicolumnas con relieves en el fuste, de piedra roja y verde, además de placas labradas con toros y motivos geométricos, utilizadas para ocultar el triángulo de descarga sobre el dintel. El vano de la entrada se cerraba con grandes puertas de madera forradas con planchas de bronce, de las que nada ha quedado salvo huellas de sus goznes y fallebas. Esta tumba fue contemporánea de la Puerta de los Leones, hacia 1250. El tholos más moderno de Micenas es el llamado de Clitemnestra, para algunos la tumba del propio Agamenón, fechada hacia 1220, más o menos la fecha que corresponde al regreso de éste tras su intervención en la Guerra de Troya. Algo más pequeño que el tholos de Atreo, se conservó intacto hasta los primeros años del siglo XIX cuando, tras su accidentado descubrimiento, comenzó su ruina hasta su restauración en 1951. En la entrada aún conserva las basas de las semicolumnas que decoraban las jambas; en piedra roja, presenta acanaladuras con aristas, probable precedente de las estrías de las columnas dóricas posteriores. La tradición oral que narra el descubrimiento fortuito de la tumba por un campesino, habla de los tesoros hallados en ella y confiscados por el pachá turco de Nauplion, "con los que se cargó reata de 90 mulos", entre objetos de oro, armas y vasos cerámicos. Al margen de la casi segura exageración de la noticia, algunos thóloi llegaron intactos hasta el momento de su excavación y han proporcionado ricos ajuares, tales como las tumbas de Prosimna, Dendra o la de Pitos, los cuales nos han permitido imaginar lo que habrían contenido los tesoros de Micenas, "la rica en oro", como gustaba de decir Homero. Como conclusión, se puede decir que la arquitectura micénica no resultó ser demasiado original, pues todos sus edificios y realizaciones cuentan con antecedentes y paralelos tanto en el Egeo y Anatolia como en el mundo minoico. Pero la calidad del trabajo así como su monumentalidad, la sitúan en un lugar destacado dentro de la arquitectura mediterránea del Bronce Final, con su momento de apogeo entre 1300 y 1220. Coincide, por tanto, con el esplendor del poderío micénico, poco antes de su destrucción a manos de los Pueblos del Mar, ya en el siglo siguiente.
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Si durante las primeras dinastías egipcias la forma común de enterrar el cadáver de los personajes notables fueron la pirámide o la mastaba, a partir de la XVIII dinastía, hacia el año 1550 a.C., y durante las dos siguientes, los reyes y sus esposas, así como los altos funcionarios, eligieron como sede de su residencia eterna grandes necrópolis excavadas en la roca, en valles situados frente a la ciudad de Tebas. El Valle de los Reyes y el de las Reinas son las necrópolis más conocidas. Las tumbas de los valles presentan una planta similar. Una reconstrucción del lado oeste de la tumba de Nefertari, quizás la más conocida, nos sirve para apreciar su estructura. Ésta era igual a la que presentaban los enterramientos de los faraones: una serie de corredores y cámaras que se excavan en las laderas de las montañas, penetrando en ángulo oblicuo en su interior. La entrada se hacía por una escalera, que daba acceso a la antecámara, un vestíbulo y otra estancia adosada. Otro tramo en rampa conducía a la cámara funeraria, sostenida por 4 pilares. A esta cámara se le habían abierto pequeñas salas anexas, que servían de almacenes para las ofrendas funerarias. La capilla o cella, dedicada al culto, cierra la tumba. El esquema que seguía la tumba, con salas, corredores descendentes y cámara funeraria con anexos, reflejaba el itinerario del difunto en su camino hasta convertirse en divinidad. Las tumbas egipcias estaban todas ricamente decoradas, y tenemos la suerte de que, en algunos casos, sus pinturas se han conservado muy bien. La tumba de Nefertari, la gran esposa de Ramsés II, es, sin lugar a dudas, la más bella de Egipto. Con más de 500 m2 cubiertos por pinturas, en sus paredes podemos apreciar, entre otras muchas escenas, a la reina ofreciendo vasos rituales a la diosa Hathor, o recitando ante el dios Tot un pasaje del Libro de los Muertos. En definitiva, se trata de una verdadera joya del arte universal.
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Los americanos conquistaban las islas más importantes, despreciando el resto. La conquista de Iwo Jima se debió a la conveniencia de obtener una base de bombardeo cercana a Japón. Defendían la isla 25.000 japoneses (Kuribayshi), fortificados en cuevas y se encargó de asaltarla una fuerza anfibia (Spruance) con tres divisiones de marines (Smith). Tras devastadores bombardeos, el 19 de enero de 1945, los marines saltaron a la playa y recibieron un fuego que causó 2.500 bajas en un solo día. En las cuatro jornadas siguientes, los kamikaze hundieron un portaaviones, dañaron otro y los marines lograron clavar su bandera en el monte Suribachi; mientras la fotografía que inmortalizaba el momento daba la vuelta al mundo, la lucha proseguía con inaudita violencia. E1 15 de marzo se suicidó el general Kuribayshi y el 26 la isla quedó conquistada excepto algunos reductos aislados que resistieron otros dos meses. Unos 1.000 japoneses habían caído prisioneros, todos los demás resultaron muertos; la fuerza de desembarco contó 4.189 muertos, 15.308 heridos y 441 desaparecidos. Los kamikaze causaron unas 2.000 bajas en la flota y las enfermedades, 2.648. La recuperación de Birmania estaba vinculada a la guerra en China, donde Chiang Kaishek no lograba imponerse a los japoneses a pesar de la ayuda americana. En octubre, los aliados aprovecharon el desgaste japonés para avanzar hacia el interior, mientras los japoneses se concentraban en el norte para cortar el paso a China por la carretera de Mandalay y proteger los campos petrolíferos de Yenang-yamg. El agotamiento japonés era evidente y los ingleses, con gran superioridad aérea, comenzaron a progresar por la costa, hacia el sur, hasta que, en abril, abrieron la ruta de Mandalay. El repliegue japonés ya no cesaría y los ingleses entraron en Rangún cuando sus enemigos estaban abandonándola. Los restos del ejército japonés en Birmania pretendieron refugiarse en Tailandia, pero los ingleses cortaron su retirada, aunque la tercera parte de los japoneses logró salvarse. Mientras Mac Arthur concluía su conquista de las Filipinas, Nimitz preparó en desembarco en Okinawa, la mayor de las Riu-Kiu, bastante poblada y con una guarnición poderosa. Tratándose de suelo japonés, se esperaba una enconada resistencia y se concentraron contra ella tres divisiones de marines, tres del Ejército, 40 portaaviones, con más de 2.000 aparatos, 20 acorazados, 32 cruceros, 200 destructores y cerca de un millar de buques auxiliares. El plan japonés era, simplemente, el suicidio: 100.000 hombres (Ushijina) esperaban enterrados en cuevas, bien provistos de artillería, con 2.000 aviones, muchos de ellos kamikaze. Las bases aéreas cercanas fueron bombardeadas sistemáticamente y, a las 8,30 horas del 1 de abril de 1945, tras un potente bombardeo artillero, 60.000 americanos saltaron a tierra sin recibir un solo tiro en dos días, aunque, en el mar, los kamikaze atacaban sin cesar. Los días 6 y 7 se lanzaron en masa y la Marina siguió su ejemplo en un ataque suicida encabezado por el enorme acorazado Yamato con cañones de 460 mm, tres almirantes y 2.767 tripulantes a bordo y carburante sólo para el viaje de ida. A mediodía, 386 bombarderos americanos se lanzaron sobre la flota japonesa, hundieron al Yamato, un crucero y cinco destructores. En tierra, también se había endurecido la situación desde el día 4. La lucha se prolongó, salpicada de ataques banzai en tierra y kamikaze en el mar, que hundieron 30 barcos y dañaron más de 300. El 21 de junio hicieron el harakiri el general Ushijima y su jefe de estado mayor y se rindieron unos 7.000 soldados; otros, en cambio, se lanzaron al mar, contra los campos de minas o se abrieron el vientre. Murieron unos 110.000 militares y civiles japoneses, 7.613 americanos del desembarco y más de 5.000 de la Marina, perdiéndose casi un millar de aviones. A causa de la gran cantidad de islas y de su difícil conquista, los americanos abandonaron muchas guarniciones, donde los soldados japoneses, privados de apoyo, debieron sobrevivir cultivando el suelo o pescando; incluso en Rabaul, la antigua gran base, 70.000 hombres languidecían, desamparados y enfermos. Los australianos se encargaron de recoger las guarniciones de Nueva Bretaña, Bouganville y Nueva Guinea. Borneo fue ocupada por una fuerza combinada de americanos y australianos, mientras que los restos de la guarnición de Filipinas resistieron hasta el final de la guerra; en los miles de islas perdidas sobrevivieron destacamentos ignorados durante años. El temor a un sangriento desembarco en el Japón y el deseo de utilizar su nueva arma, condujeron al lanzamiento de la bomba atómica, a pesar de que Japón ya contaba con un nuevo Gobierno, presidido por el almirante Suzuki, conocido partidario de la paz. El 20 de junio, el emperador convocó al Consejo Supremo de la Dirección de la Guerra y pidió acabar cuanto antes, aunque la cúpula militar deseaba resistir para negociar. El Gobierno envió un mensaje de paz de Stalin, que hizo oídos sordos. El 6 de agosto de 1945, el teniente coronel Tibbets, a los mandos de un B-29 llamado Enola Gay, despegó de la base de Tinian y, a las 8,15 lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima. El 9, Stalin declaró la guerra a Japón, sus tropas invadieron territorio japonés y una segunda bomba atómica cayó sobre Nagasaki. Por primera vez en la Historia, el 15 de agosto de 1945, los japoneses escucharon la voz del emperador: Hiro Hito anunciaba la rendición por Radio Tokio. El almirante Ugaki se estrelló con sus últimos aviones contra barcos americanos. Anami, ex ministro de la Guerra, y Onishi, segundo jefe de Estado Mayor de la Armada se hicieron el harakiri. Otros oficiales se abrieron el vientre ante el palacio imperial. Eran los últimos estertores del Japón medieval. El 2 de septiembre, a bordo del acorazado Missouri, Mac Arthur aceptaba la rendición formal de Japón.
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En Sevilla, a fines del siglo XIV se decide derribar la mezquita almohade y realizar un edificio cristiano, conservando sólo el alminar, la famosa Giralda. La sala de oración de la mezquita definirá el ámbito de la nueva catedral. Tendrá cinco naves, con 76 metros de anchura, 116 de longitud,: 36 metros de altura en la nave central y en 26 las laterales, alcanzándose la cota máxima en los 40 metros del crucero. De esta manera, la catedral sevillana se convierte en la mayor en superficie hasta la construcción de San Pedro del Vaticano. En las naves laterales se disponen capillas intercaladas entre los contrafuertes. La cabecera se modificó en época posterior, siendo la capilla de los Reyes del siglo XVI. La primera etapa de la construcción de la catedral de Santa Ana de Las Palmas se desarrolla entre 1497 y 1570. Las obras comienzan en los pies del templo, planteándose una iglesia de tres naves, con capillas entre los contrafuertes y bóvedas de crucería. En el siglo XVIII se continuarán los trabajos, haciéndose cargo de ellos el canónigo Diego Nicolás Eduardo. Se añadieron dos tramos más a las naves, se organizó el crucero y se proyectó la cabecera, siguiendo el lenguaje goticista con el que se inició la construcción. En 1491 el Cabildo de Salamanca plantea la construcción de un templo de mayores proporciones ya que la catedral románica era considerada pequeña y oscura. La construcción del templo se inició el 12 de mayo de 1513, decidiéndose que la nueva catedral fuera adosada a la vieja para, de esta manera, no interrumpir el culto. La catedral fue consagrada el día 10 de agosto de 1733. Presenta planta de cruz latina inscrita en un rectángulo de 100 por 50 metros, tres naves, girola recta al ser plana la cabecera y capillas entre los contrafuertes. La bóveda alcanza una altura de 64 metros. La altura total de la torre de campanas es de 92 metros. La catedral románica de Segovia fue derruida en 1521, debido a la Guerra de las Comunidades. Pronto se iniciaron las obras para construir el nuevo templo, poniéndose la primera piedra en 1525. Juan Gil de Hontañón será el encargado de la edificación, finalizando los trabajos su hijo Rodrigo. El templo presenta planta de cruz latina, con tres naves, crucero y girola a la que se abren capillas poligonales. Entre los contrafuertes también encontramos capillas. El antiguo claustro románico se encuentra adosado a la nueva catedral, siendo trasladado piedra a piedra en 1524.