Courbet sintió una especial atracción hacia el desnudo femenino, especialmente en la segunda mitad de su vida, eliminando la carga mitológica para mostrar cierta dosis de erotismo. Por eso los críticos en su época le criticaron, observando Thoré-Bürger que eran "mujeres desvestidas". La figura de esta bañista se ha puesto en relación con la Verdad del Estudio del pintor, intentando conectar ambos trabajos. La joven desnuda aparece de espaldas y recibe un fuerte foco de luz que resbala por su bello cuerpo. Sobre su mano izquierda cae el agua de la fuente, al igual que la cascada que encontramos al fondo. La escena se desarrolla en la naturaleza, destacando la claridad cristalina del agua - donde se refleja la pierna de la protagonista - y la densidad del follaje. Los colores oscuros contrastan con la tonalidad perlada de la joven, en sintonía con el estilo del joven Manet. El dibujo del maestro es exquisito, dotando de fuerza a la figura y alejándose de las composiciones blandas de las diosas clásicas.
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Alrededor de esta obra existe gran controversia. Se sabe con seguridad que procede del Monasterio Jerónimo de Nuestra Señora del Parral en Segovia, donde se documenta desde 1454. Se supone que fue un encargo del rey Juan II de Castilla al pintor Jan Van Eyck, de viaje en 1429 por tierras peninsulares con motivo de la boda concertada entre su señor - Felipe el Bueno, Duque de Borgoña - con la infanta Isabel de Portugal. Como Van Eyck andaba muy ocupado con la realización del Políptico del Cordero Místico para la iglesia de San Bavón de Gante, encomendó - una vez en Brujas - el encargo castellano a un miembro de su taller. Algunos especialistas consideran que la pintó el propio Jan Van Eyck, aunque se barajan otros nombres como el de Petrus Christus. En relación con la fecha, se considera obra realizada antes de 1430 ya que la figura que se coloca tras el rey - en la zona de la izquierda - presenta el collar de la Orden del Bastón Nudoso, suprimida en enero de 1430 con la creación de la del Toisón de Oro. Sería pues lógico pensar que se hizo entre 1429 y 1430, en Flandes, por un alumno aventajado del taller de Jan Van Eyck cuyo nombre desconocemos. La escena se desarrolla en tres planos horizontales, distribución muy estimada en Flandes. En la zona superior se sitúa a Dios Padre con el Cordero Místico - símbolo de Cristo - a sus pies; a su derecha, la Virgen María y a su izquierda San Juan Evangelista, siguiendo el esquema tradicional de la Deesis. Bajo el trono de Dios fluye un riachuelo llevando hostias que caerán más tarde a la Fuente. Alrededor del trono se colocan 17 estatuillas. En la zona central apreciamos a seis ángeles músicos en dos grupos de tres, sentados en la hierba - alusión al Paraíso Terrenal - y otros doce ángeles, también en dos grupos, cantando encerrados en las torres. En la zona inferior, la más abigarrada, se presenta la Fuente - donde caen las hostias - en el centro, inspirada en las custodias de su tiempo, representando en la base al ave fénix y al pelícano como símbolos de Cristo. A la izquierda se sitúa la Iglesia - con un papa, un cardenal, un obispo, un abad - y la nobleza y la burguesía - con un emperador, un rey y varios personajes más -. A la derecha de la Fuente se coloca la representación de la Sinagoga, simbolizada por el sumo sacerdote - con los ojos vendados y la banderola rota - acompañado de diez judíos - que rasgan sus vestiduras o huyen ante la visión de la Fuente -. El estilo característico de la pintura flamenca se aprecia con suma claridad en esta escena: un delicado dibujo, un rico colorido - motivado por el empleo del óleo que impuso el propio Van Eyck - exquisitos detalles tanto en las telas como en las arquitecturas y una maravillosa expresividad en los rostros de sus figuras, pareciendo auténticos retratos. Bien es cierto que la obra adolece de perspectiva, dando la impresión de planitud. Pero lo intenta solventar con la característica arquitectura de la catedral gótica, con sus pináculos y sus torres. La zona del primer plano, con baldosas de colores alternos, se relaciona con pinturas del Quattrocento italiano. El hecho de existir dos copias nos indica que la Fuente de la Vida era una obra muy importante en su momento, aludiéndose a la situación en Castilla con respecto a los judíos, clase social con la que existió fuerte tensión desembocando en la quema de numerosas juderías. El significado concreto, aunque bien puede estar relacionado con la importancia de la Eucaristía para el cristianismo, es desconocido hasta ahora.
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Un edificio del tipo de Santa Sofía se acomodaba perfectamente al desarrollo de una liturgia que reunía a los principales actores en el escenario de la nave central: el clero, encabezado por el patriarca y el emperador, acompañado de su corte. Las naves laterales y tribunas estaban asignadas a los fieles, las mujeres a un lado y los hombres a otro; y aunque en los momentos culminantes de la celebración o en los subsiguiente, los fieles interrumpieran en la nave, el principio de separación se mantuvo inviolado. Los dos poderes entraban juntos en la iglesia, durante la Entrada Menor, para ocupar sus puestos correspondientes, el patriarca y el clero en el santuario, el emperador y la corte en el recinto imperial, en la nave de la Epístola. Una segunda procesión se convirtió en uno de los momentos fundamentales de la Misa; se trataba de la Entrada Mayor, cuando las especies de la Eucaristía eran trasladadas por la clerecía desde la prótesis hasta el altar; de nuevo el patriarca era acompañado por el emperador, el único laico al que se permitía la entrada en el santuario. Una vez celebrado el sacrificio, el primero salía del santuario de nuevo para reunirse con el emperador e intercambiar el Beso de la Paz y, un poco más tarde, administrarle la comunión. El encuentro de las dos mitades de Dios bajo la gran cúpula de Santa Sofía, se convertía así en un símbolo de su unión. Jerarquía eclesiástica y jerarquía laica quedaban impregnadas de la luz que emanaba del centro del cielo y que se derramaba sobre los ángeles, el patriarca, el clero y el emperador. La cúpula, con sus cuarenta ventanas que representaban la integritas saeculorum, a la vez que simbolizaba el cielo, se transformaba en el lugar de paso entre la eternidad cósmica donde reina Dios y el período de tiempo desde que el mundo fue creado: era el lugar por excelencia de la Encarnación, de la inscripción en el tiempo del Dios eterno y omnisciente, que ordena, por su poder de Pantocrátor, sobre la totalidad del tiempo. Todo dimana de la cúpula. El pueblo llano, en las naves laterales y en las tribunas, permanecía escondido en la penumbra. Sólo desde lejos se le permitía contemplar la luz, los colores y la gloia que brotaban del centro, sitial del Señor. De este modo, la creación puramente material del edificio está dotada de una significación más profunda. Representa un universo espiritual. Es lo que le confiere su importancia simbólica. La Misa, por su parte, era "el reflejo de una misa ininterrumpida que los ángeles celebran en el cielo". Es precisamente la presencia de lo invisible lo que la Iglesia bizantina quiso expresar por medio del esplendor de sus ritos y la suntuosidad de su aparato, hoy factible de reconstrucción en nuestra imaginación. Tal vez nos ayude en este propósito, el legendario relato de la "elección de fe" de [Vladimiro, el gran príncipe de Kiev. Para saber qué religión era la mejor, Vladimiro envió emisarios a las sedes de musulmanes, judíos, latinos y griegos. Llegados a Constantinopla, fueron conducidos a Santa Sofía en un día de fiesta y allí, bajo los mosaicos centelleantes y entre las nubes de incienso y los fulgores de los cirios, los deslumbrados boyardos creyeron ver a jóvenes alados que flotaban en el aire y cantaban el trisagio: "Santo, santo, santo es el Eterno. Al ser informados de que en la iglesia los propios ángeles descienden del cielo para celebrar los oficios con los sacerdotes" declararon a Vladimiro: "No sabíamos si nos hallábamos en el cielo o en la tierra, ya que en la tierra no se encuentra belleza semejante. Tampoco sabemos qué decir, pero estamos seguros de una cosa: allí Dios mora con los hombres". Santa Sofía fue excepcional y no hubo intentos de copiarla. Las otras grandes iglesias de Justiniano siguieron esquemas casi convencionales. La iglesia de Santa Irene de Constantinopla, puede definirse como una basílica con cúpula que sería reorganizada el año 740. La restaurada iglesia de los Santos Apóstoles era cruciforme, como si estuviera formada por dos basílicas cruzadas en ángulo recto, con una cúpula sobre el crucero y otras cúpulas menores sobre las cuatro extremidades. Hoy la conocemos, únicamente, por una somera descripción de Procopio, por los ecos que tuvo, desde San Juan de Efeso a San Marcos de Venecia, y por representaciones de manuscritos posteriores.
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En las naciones activamente beligerantes, la guerra trajo consigo un considerable aumento del empleo. En Estados Unidos fue del 14 por 100 entre 1940 y 1943; en Gran Bretaña, entre 1939 y 1943, de un 14,5 por 100; en Canadá, también de un 14 por 100. Quedaron absorbidos los parados, las mujeres, los ancianos, los niños en ocasiones y, con frecuencia, los extranjeros. El caso británico es, de nuevo, digno de atención. En junio de 1940 había aún, aproximadamente, un millón de personas en paro; a fin de año se elaboró, por primera vez, un plan general de utilización de la mano de obra. En julio de 1941, la mitad de la población activa estaba empleada en las industrias de guerra, o se hallaba movilizada. El llamamiento a los irlandeses y, sobre todo, a las mujeres -especialmente las casadas- vino enseguida. En efecto, el 80 por 100 del aumento de empleo quedó cubierto por mujeres que nunca habían trabajado fuera de casa, que se dedicaban a su hogar, o al servicio doméstico. Dos millones y medio de ellas pasaron a las fábricas, hacia las que el Estado encaminó, con medidas de carácter obligatorio, a las jóvenes solteras, política seguida por Japón en 1942. Importante fue también la participación de la mujer norteamericana en la producción de guerra, pero no la de la mujer alemana, por ejemplo, destinada por el Führer a la preservación de la raza aria y a la aglutinación de la familia. Para Alemania, por el contrario, cobró verdadera trascendencia la explotación del trabajo extranjero. Pese a todos los matices posibles, los medios de dominación y control impuestos por los nazis respondían a un mecanismo sencillo: ocupación militar y control policiaco, propaganda, e incitación a la colaboración. La incorporación del trabajo extranjero a su propia economía de guerra comenzó ya con la toma de Polonia y la invasión de Francia. En uno y otro caso, los trabajadores polacos y franceses fueron destinados, especialmente, a la agricultura, y los rusos a las minas. Lógicamente, sin embargo, la mayor absorción de civiles extranjeros se produjo en la industria. En 1944, un 30 por 100 de éstos se dedicaba a la producción de armamento, en tanto que un 25 por 100 de la fuerza de trabajo empleada por Alemania en la química y la fabricación de maquinaria procedía del extranjero. Fritz Sauckel, con poderes de plenipotenciario para el Trabajo del III Reich, acudió personalmente a reclutarlos, utilizando para ello el dinero, la emigración forzosa, las deportaciones y, por supuesto, los campos de concentración. En Francia se entendió la ocupación como una ayuda inestimable para los alemanes. De allí había que obtener un importante aporte económico al esfuerzo de guerra. Toda la economía francesa, además de un fuerte tributo de guerra, se puso al servicio del ocupante; incluso detrajo mano de obra para exportarla a las fábricas alemanas en territorio del Reich. Primero fueron los prisioneros de guerra, pero pronto se pidieron voluntarios, expulsados de Francia por la persistencia del desempleo y el cierre de las fábricas francesas. A veces los salarios eran, incluso, elevados. No siendo suficiente sin embargo, pronto se ofreció el canje de un prisionero por tres voluntarios. Y, por último, Laval cedió a la presión de Sauckel, y se creó el Service du Travail Obligatoire (STO), que posibilitaba el envío a Alemania, como trabajadores, de todos los jóvenes nacidos en Francia entre 1920 y 1922. Las relativas compensaciones que los habitantes del Oeste obtuvieron de ello no las consiguieron los europeos del Este. En los países eslavos el trabajo forzado se impuso a rajatabla, sin invitación, y con el mayor desgarro. En cuanto a la reserva proporcionada por los prisioneros de guerra, si los occidentales fueron tratados con relativa flexibilidad, los prisioneros del Este, polacos y rusos, quedaron abandonados a su suerte, expuestos a las bajas temperaturas y a la muerte por inanición o por agotamiento en los campos de trabajo. Todo era, sin embargo, poco para la voraz maquinaria del Reich. Si Vichy proporcionó a Alemania 800.000 trabajadores a través del STO, lo cierto es que la demanda alemana se elevaba a 1.500.000. Italia, ya bajo la bota del ocupante, sufrió también su presión, abandonada la propaganda. Redadas y operaciones policiacas, siempre turbias, completaron los envíos. La rudeza de los métodos fue mayor, como siempre, en el Este: 3.000.000 de soviéticos y 800.000 polacos la experimentaron en su propia carne. A finales de 1944, 7.500.000 trabajadores, reclutados de manera violenta en su mayoría, producían para el esfuerzo bélico de Hitler. Al contrario de lo ocurrido, por ejemplo, en Gran Bretaña, en Alemania los salarios, fijados como estaban junto a los precios, apenas aumentaron con la guerra, aunque parece detectarse una ligera elevación de los salarios reales. En los países democráticos, los Gobiernos aceptaron la mayor representatividad y juego de los sindicatos a cambio de una colaboración en el esfuerzo de guerra, se prolongaron las jornadas laborales y disminuyeron las huelgas. Ciertas mejoras laborales llegaron con la guerra, y los trabajadores se afiliaron de nuevo a los sindicatos para obtenerlas. Las huelgas también hicieron su aparición ahora, por más que en Gran Bretaña se hallasen fuera de la ley. La respuesta de los Gobiernos, con la intervención del Ejército y la militarización, fue frecuente, incluso en Estados Unidos, donde las 3.000 huelgas de 1942 se triplicaron un año después, con la pérdida consiguiente de 13,5 millones de días de trabajo. La huelga, pues, tampoco estuvo ausente de la vida de los trabajadores que producían para el esfuerzo bélico. Aunque ello no supuso, evidentemente, respuesta espontánea a la llamada, arrumbada ahora, del internacionalismo proletario. Ya en 1941, en plena guerra de expansión nazi, las Trade Unions alentaron a la resistencia a quienes se hallaban en territorio ocupado, a través de un acercamiento (Congreso de Edimburgo) con los representantes del proletariado soviético. "Se acerca la definitiva y total derrota de los ejércitos hitlerianos -se dijo allí-. Nuestro comité sindical anglosoviético os llama a reforzar la lucha para precipitar el derrumbamiento del hitlerismo. Trabajad, pues, de manera que cada día se produzca menos armamento para la Alemania hitleriana. Haced todo lo posible para retardar el trabajo de las máquinas. Haced todo lo que podáis para estropear el armamento que os veis obligados a producir. Procurad que los tanques, aviones y autos blindados producidos por vosotros se inutilicen rápidamente. Haced que las minas y proyectiles no estallen; desorganizad el transporte que traslada a los bandidos hitlerianos, las municiones y el armamento que emplean contra vosotros y nosotros. Destruid todo lo que podáis, todo lo que ayuda a Hitler. Recordad que la guerra contra Hitler es una guerra justa". Londres era, de este modo, escenario de buena parte del esfuerzo por recuperar la iniciativa proletaria. Todavía en las sesiones de trabajo de febrero del 45 el ruido de los V2 perturbaba el ánimo de los asistentes.
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Cuando Roma fundaba una ciudad ex novo en una provincia, repetía un ritual enraizado en la tradición etrusca, a la vez que aplicaba unos esquemas de organización espacial estrechamente vinculados a los principios de la urbanística helénica. Los etruscos poseían libros rituales, con preceptos exactos para realizar la ceremonia fundacional de una ciudad que era un acto sustancialmente religioso. Los relatos míticos de la fundación de Roma muestran a Rómulo oficiando precisamente esos ritos ancestrales de origen etrusco. Antes de proceder a trazar el perímetro, el augur consultaba los presagios para comprobar que el lugar elegido era aprobado por los dioses. A continuación, en el punto central del espacio seleccionado se abría una fosa circular o mundus con ofrendas y tierra traída de los lugares de procedencia de los fundadores. Esta fosa se cerraba con una piedra cuadrada en torno a la cual se ubicaban los estandartes militares, si se trataba de una deductio de veteranos del ejército. Para la delimitación del perímetro se empleaba un arado de bronce tirado por una yunta de bueyes blancos conducidos por un sacerdos. La reja marcaba el surco originario (sulcus primigenius) -donde se debía levantar la muralla-, y señalaba el pomerium o perímetro de la futura ciudad. El pomerio era una franja de tierra fuera de la muralla que se constituía en espacio sagrado, habitado por los dioses patrios. Dentro del recinto no podía haber enterramientos ni culto a dioses extranjeros. Esta ceremonia de la arada ritual se llamaba inaugurado. En Hispania existen testimonios numismáticos que conmemoran la fundación de algunas colonias. En las monedas fundacionales de Celsa, Emérita y Caesaraugusta se representa al sacerdos con el bastón en la mano izquierda y el arado en la derecha dirigiendo la yunta de bueyes que marcaría el pomerium. A partir del mundus o círculo del pozo que simbolizaba la redondez del mundo, se ordenaba el plano de la ciudad y su territorium. El agrimensor, con su aparato de medición (groma) trazaba una cruz en el círculo. El trazo E-O marcaba una calle principal denominada decumanus maximus, y el trazado N-S formaba el cardo maximus. La denominación cardo-decumanus se utilizaba en las divisiones del catastro agrícola, aunque por comodidad y costumbre se sigue llamando así a las calles de la ciudad. La ciudad quedaba dividida en cuatro regiones (siniestra, dextra, antica y postica). Esta división del espacio recibía el nombre de limitatio dentro del ceremonial que venimos analizando. En el lugar de intersección del cardo y el decumanus se abría el espacio de forum desde donde partían las calles principales que iban a dar a las cuatro puertas de la ciudad. Todas estas operaciones constituían la orientatio. En el forum se levantaban los edificios de carácter público relacionados con la religión, la vida municipal y el ocio. Los foros eran plazas públicas, porticadas en alguno de sus lados, de uso exclusivamente peatonal. Templo (capitolio o de culto imperial), basílica y curia eran los edificios básicos en la constitución de un forum que podía ser provincial (para el gobierno de la provincia, por tanto ubicado en la capital) o local, con edificios dedicados a la administración de la colonia o municipio. Las calles secundarias de la ciudad se trazaban en paralelo con las dos principales y daban lugar a las insulae o manzanas que servían de solares para las viviendas privadas o para distintos edificios públicos (termas, gimnasio, etc.). Las insulae podían ser cuadradas o rectangulares. Cuando tenían el lado más largo paralelo al cardo maximus la disposición era per strigas, pero si los lados largos eran paralelos al decumanos maximus, la ordenación era per scamna. La fórmula ritual última era la consecratio en la que el sacerdote (pontifex) realizaba un sacrificio a los dioses capitolinos: Júpiter, Juno y Minerva. Este ritual de fundación descrito por los autores antiguos (Vitrubio, Higinio, etc.), se completaba con la división del territorium de la ciudad, que se repartía entre los colonos fundadores mediante parcelas cuadradas de 710 m siguiendo los ejes varios (centuriatio). Tanto en el mundo etrusco como en el romano, la fundación de una ciudad se hallaba impregnada de sentido religioso y toda fundación urbana debía vincularse a un héroe fundador convertido en protector de la nueva ciudad. A partir de César y Augusto, este patrocinio fue atribuido a los emperadores como ordenadores del orbe. Es bien sabido que el sistema aquí presentado se aplicaba sólo cuando Roma podía proyectar sin trabas sus principios urbanísticos en un determinado lugar porque, en numerosas ocasiones, se vio forzada a aprovechar un oppidum preexistente con los condicionamientos que ello implicaba. Fue, por tanto, un modo de actuación adoptado por las ciudades creadas ex novo. A menudo, la elección de un lugar para establecer una ciudad venía marcada por su valor estratégico en la encrucijada de antiguos caminos o por su situación junto al paso de un río. Se valoraban también las ventajas de carácter topográfico como las colinas ligeramente elevadas o los terraplenes aptos para edificar las gradas de un teatro o de un anfiteatro, con lo que se evitaba una importante partida de gastos en la construcción de tales edificios públicos. Una cuestión de máximo interés para la ubicación de un núcleo urbano era la posibilidad de disponer de agua abundante en manantiales y fuentes próximas. Los ingenieros romanos aplicaron todo su saber en la realización de presas, conducciones hidráulicas subterráneas y acueductos. En la península Ibérica contamos con ejemplos espléndidos en Segovia, Tarragona y Mérida. La ciudad romana era, en suma, un núcleo integrado donde la funcionalídad y la monumentalidad se fusionaban configurando unos espacios interiores que se abrían, mediante dos arterias principales, al mundo exterior de la ciudad. Al lado de esas calzadas, en las salidas del recinto, se establecían las necrópolis, ya que la ley romana prohibía realizar enterramientos dentro del núcleo urbano. Para finalizar este apartado conviene recordar la influencia que el estatuto legal de una ciudad pudo tener en la organización del espacio urbano y en la suntuosidad de sus monumentos. La municipalización, es decir, la existencia de lugares con categoría de colonias y municipios que constituían el grupo de las civitates privilegiadas, no significó necesariamente urbanización, aun cuando lo más normal era que los centros administrativos de este tipo adquieran carácter urbano. F. Kolb opina que no se deben denominar ciudades a comunidades organizadas al estilo romano con el único apoyo de su estatus legal. En el mundo romano hubo pequeños municipios con todos los derechos pero que no reunían los requisitos propios de una ciudad (acumulación de población, estructura económica adecuada, arquitectura urbana definida, etc.), mientras que espacios urbanos de carácter monumental descubiertos por la arqueología parecen carecer del estatus de la civitas. Parece lógico pensar, con P. Gros, que en cualquier colonia objeto de deductio (ciudadanos o soldados enviados para fundar una ciudad al estilo de Roma en un territorio provincial) se plasmaría una morfología determinada, con muralla, regularización de planta, lotificación del espacio para ubicar los edificios, etc. Es verdad que Roma hubo de aplicar formas elásticas y variables en la implantación del fenómeno urbano en atención a las situaciones preexistentes, pero no cabe duda de que numerosas ciudades del orbe romano vieron modificarse su estructura a medida que alcanzaban mayores privilegios.
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La ganadería adoptó en la Europa moderna diversas formas. De ellas unas eran complementarias de la producción agraria y otras se desarrollaron al margen de ésta e incluso, puntualmente, en oposición a los intereses de los cultivadores. Según Pedro García Martín, puede establecerse la siguiente tipología de la actividad pastoril: - Ganadería estante, a la que considera la más común en todas las sociedades agropecuarias europeas y parte indisoluble de la economía campesina. En efecto, el ganado proporcionaba fuerza de tiro y de transporte, a la vez que complementos alimenticios como leche y carne. El ganado era, también, fuente de abono natural para la tierra y daba otros beneficios en forma de materias primas como lana y cuero. Por todo ello, el pastoreo estante estaba estrechamente a la labranza y a las artesanías locales. - Ganadería transterminante o travesía era la que efectuaba desplazamientos de corto radio entre términos vecinos, determinando en ocasiones la creación de comunidades de pastos entre ellos. - Ganadería trashumante, basada en desplazamientos de largo radio de grandes rebaños a fin de aprovechar la alternancia estacional de pastos. Este último tipo de ganadería era propia de las regiones mediterráneas de Europa y se basaba en el ganado ovino. Es cierto que, mucho más al Norte, en Dinamarca, se ponían en marcha anualmente grandes rebaños de reses vacunas para abastecer de carne a las grandes ciudades de los Países Bajos. También en las llanuras húngaras se criaba ganado con similar finalidad. Pero en ambos casos se trata de un modelo distinto. El desplazamiento del ganado se efectuaba para satisfacer la demanda del mercado, y su finalidad era el sacrificio de las reses en los puntos de destino. La trashumancia mediterránea respondía a una distinta naturaleza. Era, en primer lugar, una solución adaptada al medio físico propio del área. Aprovechaba los pastos de verano en las sierras y los de invierno en los valles. Se basaba en la oveja y en la explotación lanera. Su función no era, pues, el abasto de carne en grandes mercados urbanos. Este tipo de ganadería trashumante existió en Italia, en Córcega y Cerdeña, en el Mediodía francés, en Aragón, Cataluña y Portugal. Pero donde obtuvo un desarrollo más acabado fue en Castilla, a través de una institución privilegiada como la Mesta. Creada por Alfonso el Sabio en el siglo XIII, esta organización encuadraba a los propietarios de los rebaños que integraban los circuitos de la trashumancia castellana, poniendo anualmente en marcha a cientos de miles de ovejas y a miles de pastores que se desplazaban desde la Meseta norte hasta Extremadura y Andalucía para regresar con el buen tiempo. Durante los reinados de los Reyes Católicos y de los primeros Austrias, la Mesta se benefició de la promulgación de diversas medidas legales de corte proteccionista, tales como la restitución al uso ganadero de aquellas tierras que habían constituido dehesas de pasto y habían sido posteriormente sometidas a cultivo. A fines del siglo XV y comienzos del XVI la cabaña lanar castellana pudo muy bien alcanzar los 3.000.000 de cabezas, aunque este número descendió, probablemente en un tercio, a lo largo de este último siglo como consecuencia de la expansión agrícola, de la crisis de la industria textil y de la pérdida de interés de la Corona por el sostenimiento del sector. Tradicionalmente se ha admitido la existencia de una abierta rivalidad entre agricultores y pastores mesteños, en la que las autoridades habrían terciado sistemáticamente en favor de estos últimos. Las causas de tal rivalidad tuvieron una doble vertiente: por una parte, los destrozos causados por los rebaños en los cultivos limítrofes a las zonas de tránsito; por otra, la apropiación por parte de los agricultores de terrenos pertenecientes a las cañadas reales destinadas al ganado. La estructura de la Mesta estaba al servicio del gran comercio de exportación de lana. La oveja merina castellana producía una lana fina muy apreciada en los grandes centros pañeros del norte de Europa. Tras el esquileo de las ovejas se remitían grandes cantidades de lana a los Países Bajos y, más tarde, también a Inglaterra. El consulado de mercaderes de Burgos controlaba esta actividad de exportación, que se realizaba a través de los puertos cántabros. La Corona estaba muy interesada en favorecerla, en tanto que le reportaba jugosos beneficios fiscales, a pesar de que la industria textil nacional salía perjudicada al quedar parcialmente desatendida su demanda de materia prima.
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Las alusiones más antiguas a la ganadería peninsular se encuentran en las múltiples referencias míticas a Hércules y a su robo de las reses del rey tartesio Gerión. Los exvotos de los santuarios ibéricos, las pinturas sobre cerámicas, el mito del viento céfiro que fecundaba a las yeguas y un abundante número de bajorrelieves y/o esculturas (toros, verracos/cerdos, caballos...) nos están presentando un panorama general en el que la ganadería de la Península Ibérica no era nada distinta a la de otras regiones del Mediterráneo. Los animales se utilizaban ya para los mismos fines que en épocas modernas: los bueyes para arar y como fuerza de tracción, los caballos para largos desplazamientos y para la guerra, los mulos y mulas para arar y tirar de los carros, los asnos para transportar pequeñas cargas y en viajes cortos, etcétera. ¿Desde la conquista romana se modificaron de algún modo las condiciones anteriores de la ganadería hispana? Ya había áreas con una ganadería especializada: ganado vacuno en el valle del Guadalquivir, toros y cerdos en el área vettona y ganado lanar entre los lusitanos y celtíberos. Durante las Guerras Celtibéricas y a raíz de la entrega de Intercatia (Valverde de Campos), el general romano, Lúculo, exigió la entrega de 1.000 mantos de lana (sagum) y una cantidad de ganado, además de rehenes (Appiano, Iber., 53-54). Y en los años 140-139, dispuestos a firmar la paz con Pompeyo, los de Numantia y de Termes entregaron 9.000 mantos, 3.000 pieles de bóvidos y 800 caballos, además de rehenes (Diodoro, 33, 16). Y nos dicen los autores antiguos que la población de estas ciudades respondió a las exigencias romanas diciendo que no tenían oro ni plata que entregar. Si la cantidad de animales entregados exigía la existencia de un importante sector ganadero, los mantos de lana y las pieles están denotando el desarrollo de un sector artesanal destinado a la transformación de productos ganaderos. Hay indicios de época posterior que abogan en el sentido de justificar que esas áreas de vacceos y celtíberos conservaban la tradición de la fabricación de lanas y pieles. Dentro de los testimonios de bataneros, fullones, y curtidores/zapateros, sutores, un número representativo procedía de ciudades de la Meseta Superior. Precisamente de Uxama (Burgo de Osma), cerca de Termes, procede el único documento de una asociación de sutores, curtidores/zapateros, indicativa de que su número era considerable en la ciudad.
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La mayor parte de los rebaños de vacas, caballos, ovejas, cabras, camellos y yaks se localizaban en las regiones del interior de China, produciendo leche, carne, cueros y facilitando el transporte. Las razas estaban aclimatadas a las condiciones locales, pudiendo ser puras o híbridas. En la China oriental no era habitual ver este tipo de animales y los que había eran empleados en labores agrícolas: arado, transporte o movimiento de mecanismos hidráulicos. La región del norte era el lugar donde se concentraban las vacas amarillas, mientras que el extremo sur era el dominio del búfalo de las marismas. En estas regiones los animales que se alimentan de desperdicios -cerdos, patos o aves- eran los habituales, proporcionando la escasa carne de la alimentación. A lo largo de la frontera con Corea y en la zona sur se destinaban a la alimentación ciertas variedades de perros. Una de las causas de la carencia de bases sólidas sobre la que se asentaría la agricultura tradicional debemos buscarla en el escaso número de cabezas de ganado, ya que la actividad animal no sólo es útil para el arado sino que también eran imprescindibles para el funcionamiento de otras industrias. La escasez de animales motivaría la existencia de personas que arrendaban sus bestias a los campesinos, de la misma manera que los terratenientes arrendaban sus propiedades. Eran los llamados señores del ganado. En la antigua China existió una floreciente cría porcina y de aves de corral, así como también tuvo un especial desarrollo la piscicultura y la sericultura. Todas estas artes tuvieron en común la fundamental participación de la mano humana. Buen ejemplo son las incubadoras para huevos de patos y gallinas, empleándose recipientes de arcilla de pared doble que eran calentados con carbón, algunos de las cuales tenían una capacidad para mil huevos. La piscicultura también tuvo especial desarrollo, empleándose variados estanques. Pero no alcanzó el esplendor de la cría del gusano de seda. Los locales donde se realizaba esta producción debían responder a unas características determinadas de humedad, temperatura y luz por lo que se emplearon persianas, braseros o ventiladeros para controlar estos parámetros. La selección y el apareamiento de los gusanos eran otro de los trabajos a realizar. Los gusanos ponían los huevos sobre gruesas hojas de papel almacenadas hasta el invierno, momento en que los huevos menos desarrollados eran destruidos. Al salir la larva, se colocaba sobre bandejas de bambú, donde eran alimentadas con hojas de morera. Los capullos eran hilados en un bastidor cubierto de paja. Aquellos que contenían gusanos muertos se conservaban para devanarlos posteriormente, mientras que los que contenían animales vivos eran sumergidos en agua hirviendo y se devanaban de inmediato para evitar que los gusanos los rompieran, rasgando así la seda. Al ser los inconvenientes numerosos, la cría de gusanos de seda estaba rodeada de supersticiones y tabúes.