El magno proyecto culminado en Troyes sufrió un primer golpe en el otoño de 1422 con las muertes de Carlos VI y Enrique V. Este dejó el trono a un menor, Enrique VI (1422-1461), bajo la tutela de los duques de Bedford y Gloucester, decididos a mantener los acuerdos con el apoyo del duque de Borgoña. Frente a ellos se encontraba ahora el delfín Carlos, convertido en Carlos VII (1422-1461). El reino experimentó una nueva polarización, pudiendo hablarse de la existencia de dos -y hasta tres- Francias, exacerbación del carácter de lucha civil francesa que desde el primer momento tuvo la Guerra de los Cien Años: la Francia inglesa, la Francia francesa y la Francia borgoñona. La Francia inglesa estaba encarnada por Enrique VI, rey de París, reconocido soberano de Francia e Inglaterra por Borgoña, el Parlamento y la Universidad de París, defensores de la Doble Monarquía y acusados de renegados por sus enemigos. Comprendía las regiones más ricas del reino, pero de forma muy irregular: Guyena era la posición inglesa más sólida y estable; en Normandía comenzó una dura resistencia campesina; en la Isla de Francia existía una menor presión militar; Champagne, Maine y Picardía, tenían un control inglés muy débil. En estos territorios el campesinado acusó el peso de la guerra y de una ocupación que se consideraba extranjera. La Francia francesa estaba encabezada por Carlos VII, llamado el rey de Bourges por reunir allí -y en Chinon- una corte paralela a la de París. Tenía de su lado a los grandes nobles de Anjou, Foix, Orleans, y Borbón (el centro y sur del país) y contaba con el apoyo exterior de Saboya, Escocia y Castilla, además de los focos de resistencia en territorio anglo-borgoñón. Eran llamados los armagnacs por sus enemigos. La Francia borgoñona y el Ducado de Borgoña incluía los territorios franceses del duque de Borgoña, es decir el este y norte del país y sus partidarios eran llamados borgoñones. El ascenso de Borgoña como gran potencia política y económica de Occidente es una de las claves de la evolución histórica de la Europa bajomedieval. Este despegue borgoñón fue obra de los Valois, que heredaron el ducado en la persona de Felipe el Atrevido (1384-1404), hijo del rey Juan II el Bueno. El Atrevido y su sucesor Juan Sin Miedo (1404-1419) realizaron una política expansiva de enlaces matrimoniales y aprovecharon el enfrentamiento anglo-francés para aglutinar una conjunto de heterogéneos territorios extendidos entre el Mar del Norte y los Alpes: señoríos episcopales (Lieja, Tournai, Cambrai, Utrecht), laicos (condado de Flandes -Francia-; ducados de Limburgo, Brabante y Güeldres y condados de Holanda, Zelanda, Luxemburgo, Hainaut y Namur -Imperio-) y ciudades de importante peso político y económico. Gracias a esta política, Borgoña se convirtió en un reino medio a caballo entre Francia, Inglaterra y el Imperio. Su máximo esplendor político, económico y cultural fue obra de Felipe el Bueno (1419-1467), considerado verdadero rey sin reino. En 1420 Borgoña se unió a la Doble Monarquía de Enrique V, pero en pie de igualdad con Inglaterra. A la larga, el potencial político, económico y militar de Borgoña acabaría decidiendo el desenlace de la guerra. Desde 1422 "renegados, armagnacs y borgoñones" protagonizaron una violenta guerra civil. Mientras Inglaterra se mantenía fuerte bajo la regencia de Juan, duque de Bedford, el apático Carlos VII era incapaz de controlar la corte de Bourges, sumida en el caos y la corrupción. Esta situación permitió a los anglo-borgoñones tomar la iniciativa y atacar el condado de Maine entre 1422 y 1425, derrotando a las tropas de Carlos VII en Verneuil (1424). Desde entonces el rey de Bourges reformó su ejército. Aunque en las zonas ocupadas se agravó la resistencia contra los ingleses, éstos completaron la ocupación de Maine en 1428 y pusieron sitio a Orleans, considerada la llave del Loira. La historiografía tradicional consideró Orleans la clave de la suerte de Carlos VII y de Francia en esta fase de la Guerra de los Cien Años. Sin embargo, el dominio de esta ciudad no habría bastado a Inglaterra para dominar las amplias regiones centrales y meridionales del país, hostiles a la presencia inglesa. Con todo, el asedio de Orleans si fue considerado símbolo del enfrentamiento entre Carlos VII e Inglaterra. Entre 1428 y 1429 los ingleses apretaron el cerco de Orleans, aunque sin llegar a aislarla totalmente. Cuando iba a capitular, el rey prestó oídos a las propuestas de una joven iluminada procedente de Lorena llamada Juana de Arco. La doncella tenía 17 años y ninguna experiencia militar, pero quería liberar Orleans y expulsar a los ingleses de Francia impulsada por las voces de san Miguel y santa Catalina. La aparición de Juana de Arco en este momento de la guerra sólo es comprensible en el clima de desesperación que vivía el mundo campesino francés a causa de los desastres de la guerra. En este ambiente creció una vaga mística en la que se mezclaban emociones y creencias religiosas con sentimientos patrióticos simples y fácilmente transmisibles a las capas populares más acuciadas por las miserias de guerra y el avance de los ingleses. Pese al riesgo, el delfín decidió apostar por los posibles beneficios que el clima de exaltación encarnado por Juana de Arco podía reportarle. Se produjo entonces un inesperado milagro militar que acabó con el mito de la invencibilidad inglesa. Al mando de un pequeño ejército formado por militares experimentados, Juana de Arco obligó a los ingleses a levantar el asedio de Orleans (mayo-1429), devolviendo a los franceses la iniciativa de la guerra. Los ingleses quisieron impedir la reacción francesa, pero fueron derrotados en la batalla de Patay. Poco después, Juana entraba en Troyes. Explotando estas victorias, el delfín se hizo ungir en Reims siguiendo el ritual tradicional de los reyes de Francia (16-julio-1429). La coronación de Carlos VII, segundo gran triunfo de Juana de Arco, fue un duro choque psicológico para la Doble Monarquía. A continuación los franceses conquistaron Laon, Senlis, Soissons y Compiégne y Carlos VII alcanzó Saint-Denis, cerca de París. Sin embargo, Juana de Arco dejó de interesar desde entonces a Carlos VII. Las envidias cortesanas, la falta de recursos y la voluntad de consolidar las posiciones conquistadas se conjugaron contra la "Doncella de Orleáns" y su afán de continuar la guerra sin cuartel. Sin los apoyos militares adecuados, Juana de Arco se estrelló contra un París firmemente anglo-borgonón, sufriendo su primera derrota. En mayo de 1430 Juana encabezó su última empresa militar contra el asedio borgoñón de Compiegne, pero fue apresada. Los borgoñones la entregaron a los ingleses, que la trasladaron a Rouen, donde se celebró un inicuo proceso contra la Doncella marcado por los intereses político-militares del momento. Inglaterra necesitaba recuperar la iniciativa de la guerra con una condena pública de Juana de Arco. Por su parte, Carlos VII no quiso evitarlo, porque la Doncella de Orleans encarnaba un espíritu belicista radical que ya no interesaba. El tribunal, formado por maestros de la Universidad de París encabezados por Pedro Cauchon, obispo de Beauvais y destacado borgoñón, desplegó la más ortodoxa escolástica del momento frente a la fe elemental y sencilla de Juana de Arco. Finalmente fue condenada y quemada en la plaza del mercado de Rouen, sin que Carlos VII hiciera nada por salvarla (30-mayo-1431). Sólo en 1450 fue reivindicada la memoria de la Doncella de Orleans, convertida ya en un útil mito político para los intereses de la monarquía francesa.
Busqueda de contenidos
contexto
Cuenta Publio Ovidio Nasón en sus "Metamorfosis" que, separados casualmente Dionisio y Sileno, Midas, rey de Frigia, rescató al sátiro de manos de unos labradores y, tras celebrar 10 días de fiesta, se lo restituyó al dios. Satisfecho éste con la acción del frigio, resolvió premiarle concediéndole lo que pidiera. "Que todo lo que toque se convierta en oro", fue su petición. Y así fue. Midas se sentía feliz, pero cuando el agua, el vino y el pan se convirtieron en oro también, cayó en su error. Arrepentido, pidió perdón a Dionisio que, compasivo, le dijo: "Lávate en el río que corre junto a la ciudad de Sardes". Y allí, milagrosamente, perdió su virtud transfiriéndola al río. Por eso se dice hoy todavía, que en las arenas del Pactolo es fácil encontrar hermosas pepitas de oro. Miles de años después, cuando Rodney S. Young alcanzó el interior de la cámara del gran túmulo de Gordion y pudo instalar las luces precisas, él y sus acompañantes quedaron asombrados: muchos y bellos objetos en bronce, hierro, cuero, tejido, madera llenaban la cámara rodeando al rey difunto. Pero nada, absolutamente nada de oro había querido llevarse a su tumba aquel príncipe, precisamente el que yacía bajo el más importante de los túmulos de Gordion. Por fuerza, uno de los miembros del equipo comentó en voz alta lo que otros pensaban: "éste es el fruto de la lección de Dionisio". No sabemos muy bien cuándo, pero no mucho después del incendio de Hattusa, tribus que acaso venían de Tracia aparecieron en la meseta de Anatolia. Las fuentes asirias les llamaron musku. Los griegos, frigios. La primera mención escrita a los invasores frigios se remonta al reinado de Tukulti-apil-esarra I (1115-1077), un rey de Asiria que dejaría escrito: "En el año de mi accesión al trono, 20.000 musku con sus cinco reyes, que durante 50 años habían señoreado los países de Alzu y Purulunzu -tributarios del dios Assur, mi señor-, esos musku a quienes nunca rey alguno había resistido, llenos de confianza en su fuerza, bajaron y conquistaron el país de Kummuhu". Pero como luego informa la inscripción, los asirios exterminaron a los invasores. Mas, después de este breve relato, el silencio se cerró sobre los frigios batidos. Puede que, como se colige del relato de Tukulti-apil-esarra, los frigios fueran al comienzo un pueblo de guerreros. No obstante, R. S. Young confirmaría que su penetración en el Gordion hitita fue pacífica, lenta y progresiva. De lengua indoeuropea, los frigios constituyeron un reino de límites poco conocidos. Se sabe que al este limitaban con los reinos luvio-arameos, en especial con el de Tabal, pero el norte y el oeste nos son desconocidos. Y tenemos localizadas algunas de sus, ciudades sitas en Alaca, Pazarli, Bogazkoy, Sinope, Ankara, Malatya y, claro está, Gordion, donde a mediados del siglo IX fijarían la capital de su Imperio. Pero no sabemos mucho más. Eso sí, incluso en su silencio, es seguro que el reino frigio fue el Estado más fuerte de Anatolia durante los primeros siglos del I milenio. Hasta la época de Tukulti-apil-esarra III (744-727), las fuentes asirias no volverán a ocuparse de aquel lejano reino. Poco después, Sargón II (721-705), tras alzarse victorioso en la pugna que por la herencia luvio-aramea había mantenido con Frigia y Urartu, dejaría recuerdo de su victoria sobre un rey Midas de los musku. Estas son las referencias históricas. Interesantes sin duda, pero breves. Por eso las griegas, aunque legendarias, llegarían a tener fortuna. Según ellas, Gordion o Midas serían los nombres llevados sucesivamente por sus monarcas. En opinión de R. S. Young, hacia el año 690 a. C., Gordion sería tomada al asalto por los cimerios, un desesperado pueblo de la estepa rusa en busca de patria. Y una vez más, el silencio se llevó la historia de los musku.
contexto
Ciudad malagueña de hondas raíces musulmanas, que han quedado plasmadas en su traza urbana, con sus calles estrechas y sus empinadas cuestas, Frigiliana ocupó un lugar destacado en la Historia de España durante la sublevación de los moriscos. La villa de Frigiliana conserva una de las más auténticas manifestaciones de la arquitectura tradicional árabe en España: su barrio morisco o Barrio Alto. Habitada desde el 3000 antes de Cristo, también fue lugar de establecimiento para fenicios y romanos. Estos construyeron una fortaleza y dejaron el nombre con el que a partir de entonces se conocerá la población, que significa "propiedad o villa de Frexinius". Sin embargo, el origen de la villa como tal hay que buscarlo hacia los siglos IX o X, con la construcción de un castillo -hoy desaparecido- alrededor del cual comienzan a concentrarse diversas viviendas. Este lugar es conocido como Hins Challana en época califal, y como Fixmiana durante la etapa nazarí. Como tantas otras villas de la Almijara y las cercanas Alpujarras, la actividad económica principal de Frigiliana era la producción de sedas, acompañada de la de aceite, uvas o higos. Tras la caída del reino de Granada, durante el reinado de los Reyes Católicos, la población siguió siendo musulmana y su estilo de vida no cambió en lo esencial. Sin embargo, con el tiempo, la coexistencia entre los moriscos sometidos y los cristianos dominadores acabó deteriorándose, en gran medida por los excesivos impuestos que habían de pagar los moriscos y las restricciones cada vez mayores al desempeño de sus prácticas religiosas y sociales. En consecuencia, como en el resto de las poblaciones del reino, los moriscos de Frigiliana se levantaron contra la autoridad real. La fortaleza y el peñón de Frigiliana dominaban la sierra de la Almijara, siendo un lugar de tan difícil acceso como eficaz defensa. No es de extrañar, así, que en ella se refugiara un gran grupo de rebeldes moriscos en 1568 y que allí se desarrollara una gran batalla, expresivamente descrita en algunos azulejos diseminados por sus calles. De la batalla final resultaron ganadoras las tropas de Luis de Requesens, y los moriscos fueron expulsados de sus tierras y diseminados por la península, al tiempo que se poblaba Frigiliana con "cristianos viejos". Durante el siglo XVII Frigiliana sufrió un periodo de estancamiento, con una población apenas superior al centenar de habitantes. En mayo de 1640, Íñigo Manrique de Lara fue nombrado conde de Frigiliana. La expulsión de los moriscos hizo que se abandonara la producción de seda, siendo a partir de entonces el cultivo de la caña de azúcar su actividad principal, de la que se conserva aun el Ingenio, edificio del siglo XVI. De esta época son también construcciones como el Palacio del Apero o la Iglesia de san Antonio. Bajo el reinado de Felipe IV la población adquirió el título de villa y, sólo muchos años más tarde, hacia finales del siglo XIX, llegaron a censarse más de 3.000 personas.
contexto
La fundación de ciudades marcó el avance de la expansión española en las nuevas tierras descubiertas. Las ciudades fundadas por los españoles si bien en ocasiones se superpusieron a las ciudades prehispánicas, en otros muchos casos fueron ciudades nuevas. Con unas y otras se fue creando, desde el siglo XVI, una red urbana en la que tuvieron su marco de actuación las instituciones políticas, a través de la cual se dieron los intercambios comerciales y, en definitiva, se desarrolló la vida durante los tres siglos que aquí vamos a tratar.Desde la Antigüedad la fundación de ciudades se había utilizado como instrumento de colonización. Introducía un orden espacial en el proceso de asentamiento cuyos beneficios -se argumentaba ya en Castilla en el siglo XV- habían sido señalados por Aristóteles en la "Política". El que Aristóteles pusiera como modelo de gobierno el de la ciudad proyectada por Hipodamo de Mileto, con su trazado en damero, nos remite a una determinada ordenación espacial para la ciudad que, además, no había desaparecido a lo largo de la Edad Media. Aristóteles también se refería al orden que desde su origen debía regir a la ciudad y su gobierno, pues aquello que se empezaba mal, era muy difícil después corregirlo. Es sobre todo esa idea de orden la que aparece en la "Instrucción" dada a Pedrarias Dávila en 1513, en la "Real Cédula" a Francisco de Garay en 1521, y en la "Instrucción" de Carlos V a Hernán Cortés en 1523: "porque en los lugares que de nuevo se hazen dando la orden en el comienço, sin ningún trabajo ni costa quedan ordenados é los otros jamás se ordenan".Aunque el trazado en cuadrícula fue el más operativo para ordenar el espacio y venía siendo utilizado desde hacía siglos, no se convirtió en norma para las ciudades americanas hasta después de fundadas algunas de las más importantes. La influencia del "De Regimini Principum" de Santo Tomás de Aquino en la fundación de las nuevas ciudades -durante el gobierno de un buen rey debían fundarse ciudades- estudiada por G. Guarda, no aclara sin embargo nada respecto a su forma, pues, como ha observado Rojas Mix, las consideraciones de Santo Tomás sobre aspectos prácticos se reducen a cuestiones de clima o de salubridad.Si el trazado ortogonal de las ciudades se ha puesto en relación tanto con los campamentos militares de la Antigua Roma, como con las ciudades hipodámicas o algunas ciudades medievales, los españoles que fueron a poblar las tierras descubiertas tenían ejemplos cercanos de trazados urbanos regulares, como el de la ciudad de Vera en Almería, o las nuevas poblaciones de la sierra de Jaén fundadas en los años treinta del siglo XVI (Mancha Real, Los Villares, Cambil...) y, sobre todo, el ejemplo reiteradamente citado de la ciudad de Santa Fe, levantada por los Reyes Católicos para la conquista de Granada. En esta última ciudad se ha querido ver (Palm) el precedente material -su trazado ortogonal- y espiritual -la conquista unida a la religión- de las ciudades fundadas en las Indias. La idea militar de un campamento como los de la antigua Roma -con su plaza de armas que es como se llamaron las plazas mayores de las ciudades americanas durante mucho tiempo- subyace en los principios de orden que rigieron las nuevas fundaciones. La ubicación de la plaza en el centro se ha relacionado con la que en los campamentos militares ocupaban la tienda del Señor y sus oficiales (en manera de alcaçar) según las "Siete Partidas" de Alfonso X el Sabio, con un espacio vacío o "plaça para en que descavalguen los que vinieren a ver al Rey". Cabe recordar también cómo durante el reinado del emperador Carlos en otros de sus reinos, además de los peninsulares, se habían fundado nuevas ciudades, como la de Carlentini en Sicilia, con un trazado ortogonal semejante al utilizado tanto en la Península como en los territorios americanos. Cuando los españoles entraron en contacto con las culturas prehispánicas pudieron comprobar además que ese tipo de trazado regular y próximo al damero -con un centro ceremonial que podía recordar la plaza hispánica- estaba presente en las grandes ciudades conquistadas.Fue la idea de orden, el trazado a cordel y regla, tal como se indica en la "Ordenanza" de 1523, la que presidió la fundación de ciudades. En algunos casos se conocen los nombres de aquellos que hicieron la planta de las nuevas ciudades, pero no se trata normalmente de arquitectos o ingenieros. Bonet ha relacionado la traza de la ciudad de Santiago de los Caballeros de León (León Viejo), en Nicaragua -fundada en 1524- con la de Lima a través de Juan Meco, personaje que estuvo en ambas ciudades y que en Lima se ocupaba del reparto de solares en 1537. Cuando Pizarro fundó Lima en 1535, encargó un plano de la ciudad a Diego de Agüero y a Juan Tello de Guzmán. Alonso Martín Partidor proyectó Puebla de los Angeles en 1531, Juan Alanís trazó Santiago de Querétaro en 1534 y en 1541-43 Juan Ponce trazó Valladolid (la actual Morelia). Pocos fueron tan famosos como Alonso García Bravo, el xumétrico, que llegó con Cortés a México y que dio la traza tanto de esa ciudad como de Antequera (la actual Oaxaca) y Veracruz.En la Ordenanza de 1523 ya se indicaba el proceso a seguir en el trazado de la ciudad: "comenzando desde la plaza mayor, y sacando desde ella calles a las puertas y caminos principales, y dexando tanto compás abierto, que aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma", casi las mismas palabras que recogerán las "Ordenanzas" de 1573. Con un trazado ortogonal que parece seguir ese proceso fue fundada en 1528 Ciudad Real, en México (actual San Cristóbal de las Casas). Con la plaza Mayor cuadrada y un trazado en retícula nació tanto la citada Antequera, que recibió el título de ciudad en 1532, como Puebla de los Angeles, cuya plaza tuvo además desde muy pronto soportales de madera.También Lima tuvo un trazado regular, con calles de cuarenta pies de ancho y plaza -hacia el río- con soportales. Quito fue fundada en 1534 y, a pesar de la difícil topografía del terreno, fue trazada en cuadrícula. Hay que señalar cómo la regularidad de la ciudad se proyectó en el territorio inmediato en el momento de la fundación, pues en algún plano, como el del reparto de tierras de Mendoza en 1561, la ciudad se ha convertido en un cuadrado central rodeado por el cuadrado desierto del ejido, que a su vez es rodeado por las tierras repartidas para huerta y viña: un ejercicio de geometría para ordenar el territorio que sin duda complacería en la corte de Felipe II.Los primeros planos de ciudades que se conocen son un registro de los derechos adquiridos por conquista, ya que la ciudad fue un botín de guerra. Por eso, lo primero que se hacía al fundar una ciudad era ese reparto sobre un plano, siendo los siguientes pasos alzar el rollo y árbol de justicia, nombrar a los miembros del Cabildo entre el grupo de afines al jefe de la conquista, y señalar la advocación de la iglesia mayor. Se conocen de hecho varios planos de fundación de ciudades con el reparto de solares y los nombres de los beneficiados: al fundar la ciudad de Mendoza (Argentina) en 1561, se especificaron en el plano los nombres de todos los propietarios de los solares, reservándose el fundador de la ciudad -el capitán Pedro del Castillo- todo un frente de la plaza mayor para sus propias casas. Se indicaba además que, de trasladarse la ciudad de sitio, había que mantener los "solares a los vezinos y moradores en la parte que en la traga desta los tienen azia los vientos que están señalados". Con ello se guardaban de las consecuencias de un fenómeno frecuente, como fue el que las ciudades cambiarán su emplazamiento después de ser fundadas. Ocurrió con Mendoza, con Guadalajara (México) -fundada por Juan de Oñate en 1531 y que se trasladó de lugar varias veces antes de 1542- y con la Salamanca fundada en 1527 por Francisco de Montejo en Yucatán.Las razones para elegir uno u otro nombre para las ciudades se encuentran muchas veces en lo que fue la memoria personal de los conquistadores: poner a la ciudad fundada el nombre de la de procedencia en la Península fue frecuente; al fin y al cabo, cuando Colón realizó su segundo viaje, se habló de "mezclar el mundo y dar a aquellas tierras extrañas forma de la nuestra". También fue frecuente que algo de lo nuevo recordase lo viejo que se había dejado atrás y por eso Antequera (hoy Oaxaca) se llamó así por el parecido de su ubicación con Antequera de España, y Mérida en Yucatán -fundada por Francisco de Montejo el Mozo, hijo del anterior, en 1542- debe su nombre a que los edificios prehispánicos que en ella había recordaron a los conquistadores a los de la Mérida de Extremadura. Por otra parte, y respecto al nombre de las ciudades, M. Góngora apuntó hace años que en la elección pudo existir el interés de aplicar el fuero de la correspondiente ciudad peninsular, cosa que la corona negó en la mayoría de los casos.A la propia tradición se incorporó la concepción de la ciudad prehispánica que encontraron. En Cholula (México) se puede apreciar cómo sería una ciudad prehispánica: con templos mayores y menores y con barrios subdivididos a su vez en otros. Si la ciudad de Pátzcuaro (Michoacán, México) fue fundada sobre un núcleo prehispánico, cuando Alonso García Bravo dio la traza para la ciudad de México ubicó la plaza de armas, catedral y palacio virreinal sobre el núcleo de lo que había sido el antiguo centro ceremonial de Tenochtitlan, convirtiéndose éste en uno de los casos más representativos de superposición de culturas que se dio a la llegada de los españoles a América.No era algo nuevo, pues en España, al correr de los siglos, sobre iglesias visigodas se habían construido mezquitas y sobre éstas templos cristianos, como también el emperador Carlos V había construido un palacio en la Alhambra. En la ciudad de México se llevó a cabo además una cristianización de los cuatro grandes campa prehispánicos mediante parroquias cuyas advocaciones -tal como ha estudiado R. Moreno de los Arcos- se correspondían a las características de los dioses aztecas a que estuvieron dedicados: San Sebastián / Atzacualco, Santa María / Cuepopan, San Juan/ Moyotla y San Pablo/ Teopan.La cristianización a que fue sometida la antigua Tenochtitlan se puso de manifiesto no sólo con estas advocaciones, sino que también nos es recordada por las palabras de Motolinia cuando escribió que en los primeros años de la construcción de la ciudad de México había allí "más gente que en la edificación del templo de Jerusalem". Son palabras que remiten a la relación simbólica entre ciudad y templo, estudiada para Europa por Corboz, y para la América colonial por Fagiolo. En ese sentido cabe recordar la ubicación de los edificios religiosos en las plantas de fundación, tanto de la ciudad de Mendoza como de San Juan de la Frontera, ambas en Argentina, en 1562: ocupan las cuatro esquinas del perfecto cuadrado que es la ciudad y, al margen de cuestiones funcionales y de la tradición peninsular de edificar extramuros los conventos de algunas órdenes, que sin duda están presentes, parece inevitable imaginar una cruz en forma de aspa abrazando toda la ciudad cuando se ven esas trazas.Famosa es también la superposición en Cuzco -ombligo del imperio inca- de la ciudad de los españoles sobre la prehispánica, aunque la traza (1578) sea ya de la época del virrey don Francisco de Toledo. No sólo el convento de Santo Domingo se superpuso al Coricancha incaico, la catedral se levantó sobre el antiguo palacio de Viracocha y se conservó la plaza prehispánica nivelándola, sino que los muros prehispánicos siguen formando calles y se mantuvieron los cuatro rumbos en que estaba dividido el Tahuantisuyu o universo incaico. Algunos autores han apuntado que en este tipo de superposiciones quizá estuviera latente la idea de identificar la imagen presente con la grandeza de un pasado histórico recién conquistado, mentalidad que también había presidido la conquista de Granada por los Reyes Católicos, pero también pudiera tratarse de dejar memoria de la idea de triunfo a través de la imposición de lo español cristiano sobre lo indígena.
contexto
Una parte importante de los objetos encontrados en las ofrendas olmecas están realizados en materiales procedentes del exterior, mostrando cómo este pueblo estableció contactos con otras culturas con el fin de conseguir recursos no existentes en su propia región. Durante la etapa de San Lorenzo la interacción olmeca se produjo con sitios de la Cuenca de México, tales como Tlatilco y Tlapacoya, donde aparecen las grandes figurillas de arcilla huecas, de engobe blanco y pintura roja, y los rostros de hombre-jaguar, asociadas en los enterramientos a las figurillas autóctonas denominadas pretty ladies. Son corrientes también las cerámicas decoradas con motivos de mano-ala-garra de tan amplia representación en el registro simbólico olmeca, y tal vez antecedentes de su sistema escriturario. El mismo patrón puede constatarse en Morelos, donde en sitios como Las Bocas, San Pablo Panteón y La Juana se han encontrado estos mismos materiales. Sin embargo, los relieves de Chalcatzingo incluyen además motivos relacionados con la agricultura, la fertilidad y la lluvia, junto a figuras de guerreros. El arte mobiliar olmeca es muy abundante en el Estado de Guerrero, quizás como consecuencia de la existencia de piedras duras en la región y sus implicaciones comerciales. En dos cuevas, Extotitlán y Juxtlahuaca, se encontraron unos excelentes murales olmecas decorados con figuras humanas y la iconografía del jaguar, que se relacionan con conceptos de agua y de abundancia. En estos murales ocupa un lugar central el viejo mito olmeca de la cúpula de un gobernante con una hembra jaguar, origen de la raza de los hombre-jaguar, que se emparenta con la fertilidad, el cielo y la lluvia, aunque algunos investigadores lo consideran como el patrocinador de las casas reales, un dios similar al Dios K (Bolom Dzakab) maya y al Tezcatlipoca azteca. Las relaciones de intercambio con Oaxaca resultan muy interesantes. Tienen cierto paralelismo con las establecidas con la Cuenca de México: se formalizan durante el Formativo Temprano con sitios como San José Mogote y Tierras Largas, donde las élites locales comienzan a incluir en sus ajuares cerámicas y figurillas con motivos olmecas. En estos momentos los espejos de ilmenita procedentes de Oaxaca fueron muy apreciados en San Lorenzo, donde aparecen asociados a las ofrendas de elite. El arte y la iconografía olmeca penetró en Chiapas a través de los ríos San Isidro y Grijalva desde el Formativo Temprano. En la llanura costera, una zona de vital importancia económica por sus plantaciones de cacao, aparecen rasgos del área metropolitana. Estos contactos se acentúan durante la etapa de La Venta, siendo frecuentes los bajorrelieves colocados sobre paneles, estelas y altares tallados sobre inmensas losas con símbolos olmecas. El Xoc, Pijijiapán, Tonalá, Tzutzuculli, Izapa, Abaj Takalik, El Baúl y Chalchuapa, manifiestan la extensión de la interacción olmeca hasta El Salvador; tal vez coincidiendo con la zona ecológica del cacao y el algodón, y con una antigua ruta que servía para comunicar el sur con el centro de Mesoamérica. Esta amplia distribución de rasgos olmecas desde el Centro de México hasta Costa Rica ha hecho pensar a los investigadores que de esta cultura dependen los desarrollos mesoamericanos básicos. Pero tal formulación lleva implícitos conceptos de colonización que en ningún caso tienen confirmación en el registro arqueológico. En la actualidad se piensa que las comunidades en que es evidente la presencia olmeca ya estaban evolucionadas cuando se produjo el contacto, y se considera que la expansión olmeca se fundamentó en relaciones económicas y rituales, y no en una colonización de carácter político.
contexto
El rey Sancho el Mayor atribuyó a Navarra tierras originariamente castellanas cuya ocupación así como el control de los reinos musulmanes de la zona da lugar a guerras continuas entre 1054 y 1209. Sancho incorporó a Navarra La Rioja, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, y a estas tierras se unió la entrega de la Bureba y de tierras próximas a Santander por Fernando de Castilla a García de Navarra por su ayuda en la guerra con León; en 1054, Fernando intenta recuperar estas tierras tras vencer y dar muerte a su hermano García en la batalla de Atapuerca, y el cobro de las parias de Zaragoza enfrenta al monarca castellano con su hermano Ramiro de Aragón, que hallará la muerte en Graus (1063). Los enfrentamientos se repetirán años después en la llamada Guerra de los Tres Sanchos (Sancho II de Castilla, Sancho IV de Navarra y Sancho Ramírez de Aragón) que se saldó con la devolución a Castilla de la Bureba y de los Montes de Oca (1067). La muerte de Sancho IV de Navarra en 1076 provocó una división entre los navarros que fue aprovechada por Alfonso VI para ocupar La Rioja, Álava, Vizcaya y parte de Guipúzcoa. El matrimonio de Urraca y Alfonso el Batallador de Navarra y Aragón pareció resolver los problemas fronterizos y facilitar incluso la unión de León - Castilla - Navarra - Aragón y su fracaso retrotrajo las fronteras a la época de Sancho el Mayor, aunque por pocos años: en las paces de Támara (1127) Alfonso VII de Castilla renunció a las conquistas de Sancho II y Alfonso VI, pero siete años más tarde moría el monarca navarro-aragonés dejando sus reinos a las órdenes militares y su testamento no sería aceptado ni por navarros ni por aragoneses, que eligieron su propio rey, ni por el reino de Zaragoza, que aceptó al castellano Alfonso VII, único monarca que estaba en condiciones de hacer frente a los almorávides. El Emperador no tardaría en ceder Zaragoza a Ramiro II de Aragón a cambio de su vasallaje, el de su hija Petronila y el de su futuro marido Ramón Berenguer IV de Barcelona. Fruto de esta colaboración fue el acuerdo de repartirse Navarra, 1140, y su rey, García Ramírez, salvará el reino declarándose vasallo del emperador, vasallaje que renovará su hijo Sancho VI en 1151 para contrarrestar el tratado de Tudillén por el que castellanos y aragoneses se repartían de nuevo Navarra y las zonas de influencia en territorio musulmán.Los lazos feudales se rompen, como en el caso portugués, a la muerte de Alfonso VII, y durante la minoría de Alfonso VIII de Castilla Navarra recuperó las tierras de La Rioja y llegó a un acuerdo con Aragón para conquistar y repartirse los dominios del rey Lobo de Murcia y Valencia, el principal aliado de Castilla frente a los almohades. Alfonso VIII atacó Navarra y compró la retirada del monarca aragonés y conde de Barcelona, Alfonso el Casto, con la entrega de las parias pagadas por el rey musulmán. El acuerdo castellano-aragonés incluía no sólo los problemas peninsulares sino también los del Sur de Francia, donde Aragón-Cataluña se enfrentaba a la monarquía francesa por el control de Provenza y donde Castilla aspiraba a hacer efectiva la dote de la mujer de Alfonso VIII, Leonor de Aquitania, territorio a cuyo control aspiraba igualmente la monarquía francesa. En la práctica, el perjudicado sería el reino de Navarra, que fue obligado a devolver (1179) las tierras ocupadas durante la minoría. La colaboración castellano-aragonesa dio sus primeros resultados en la toma de Cuenca (1177) y en la firma de un nuevo tratado en Cazola (1179), que modificaba el reparto de tierras musulmanas: Valencia -desde el puerto de Biar hacia el Norte- sería para Aragón-Cataluña, y la ocupación de Murcia sería competencia castellana. Posiblemente se acordó también un nuevo reparto de Navarra que se repetiría en 1198, en esta ocasión con resultados efectivos: [Alfonso VII ocupó Miranda de Ebro, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, y años más tarde se apoderaría de parte de Gascuña, para abandonarla poco después al carecer de apoyos en la zona.
contexto
La arquitectura conventual fue un instrumento para establecer la evangelización y el dominio religioso del territorio. Los conventos construidos por los franciscanos, agustinos y dominicos continuaban una tradición monástica secular que se vio forzada a adaptarse a las nuevas exigencias impuestas por una conquista y que afectaron profundamente a su tipología. Desde un punto de vista religioso esta arquitectura tenía que funcionar como instrumento de atracción para una población que todavía no se había convertido al cristianismo o que acababa de hacerlo. De ahí que la arquitectura conventual surja caracterizada por la impronta de una coyuntura que, una vez superada, determina que su funcionalidad, pensada para unas necesidades concretas, pierda su eficacia. Mientras las iglesias y las catedrales de las ciudades continuaron desempeñando las funciones para las que se crearon, la arquitectura conventual, superada la fase inicial de la evangelización, cuando los indios pasaron a ser una población convertida, perdió muchas de las funciones iniciales para las que fue creada.La tipología arquitectónica del convento americano del siglo XVI no fue la repetición de un modelo resuelto que se trasplanta de España a América. Los establecimientos religiosos tuvieron inicialmente un carácter provisional hasta que poco a poco configuraron una tipología que, por su adecuación a las nuevas exigencias, se convierte en un tipo standard, estable y regular que se repite sistemáticamente: un atrio de planta rectangular con las capillas posas en las esquinas, la portería y la capilla de indios al fondo, la iglesia, las dependencias de los frailes y el claustro.Resulta evidente, en este sentido, que los constructores de estos conventos no se plantearon el problema del estilo como un problema inseparable de una tipología, sino como el desarrollo de una tipología que sirviera para atender a unas necesidades concretas y cuya ejecución pudiera ser llevada a cabo sin el compromiso de una selección estilística rigurosa.De ahí, la mezcla indiscriminada de estilos, la diversidad de planteamientos formales y que en la misma tipología aparezcan soluciones arquitectónicas y decorativas góticas, mudéjares, renacentistas y autóctonas. Lo cual es debido a que en la arquitectura conventual americana el estilo no se plantea como un sistema regular sino como la suma de soluciones que los diversos estilos pueden aportar para resolver cada problema concreto, de acuerdo con las exigencias de suntuosidad, los conocimientos de los artistas y la mano de obra disponible.El tipo de iglesia conventual -salvo algún ejemplo de tres naves como las de Cuilapan, Zacatlan y Santiago de Tecali en México, construida poco después de mediar el siglo XVI- se reduce, por lo regular, al espacio esencial del tipo de una nave con ábside poligonal, como las de los conventos de Huejotzingo o San Gabriel de Cholula, con contrafuertes al exterior, sin capillas y cubierta con bóveda de crucería. Este tipo de iglesia de nave única carece por lo regular de crucero, aunque en las iglesias de conventos fundados por los dominicos, como la de Oaxtepec, se aprecia la existencia de un crucero. Y lo mismo ocurre con el empleo sistemático de la cabecera de planta poligonal aunque no faltan los ejemplos en que se construyó recta, como en la de San Andrés de Calpan. Aunque el tipo más frecuente de iglesia de la época de los Reyes Católicos es el de una nave con crucero y capillas entre contrafuertes son muchos los ejemplos existentes en esa arquitectura paralela a la oficial, desarrollada al margen de los grandes centros en Castilla, Andalucía y Extremadura, que presentan esta misma disposición que las iglesias de los conventos americanos. Sin embargo, esta tendencia a la unidad espacial que rechaza las iglesias de más de una nave y las capillas entre contrafuertes es posible que obedeciera a razones prácticas del culto a las que nos referiremos más adelante al estudiar las capillas de indios.Algunos de estos conventos, como los de Huejotzingo, Tepeaca, San Gabriel de Cholula o Actopan, presentan elementos propios de una arquitectura militar: almenas en el coronamiento de la iglesia o de los muros que delimitan el atrio, como en Copacabana (Bolivia) y pasillos de circulación a la manera de paseos de ronda como en Tepeaca. La presencia de estos elementos en edificios religiosos y de los que pueden buscarse precedentes en la Península, introducen una imagen defensiva y de frontera en la que se concreta la historicidad en la que nace esta arquitectura. El claustro, otro de los elementos imprescindibles de la vida monástica, fue uno de los componentes del convento en el que se proyectan de forma más literal y sin alteraciones los modelos peninsulares siguiendo soluciones góticas propias de ciertos planteamientos de la arquitectura española de en torno a 1500, como en el de San Agustín de Acolman, mezclando elementos góticos y clásicos, como en el de Tepotzotlan, o afirmando una mayor apariencia clásica, como el de Cuilapan. Esta proyección literal de los modelos españoles se explica por ser un espacio que, reservado exclusivamente a los frailes, cumplía las mismas funciones que en los monasterios españoles. En cambio, el atrio, al asumir en América unas funciones completamente distintas de las que había tenido en la vida monástica española, experimenta una radical reestructuración arquitectónica hasta el punto de que se ofrece como una de las aportaciones más originales de la arquitectura colonial americana.En los conventos americanos el atrio pierde la tradicional función de tránsito para convertirse en el principal espacio para la evangelización. Su planta es rectangular, delimitada en tres de sus lados por un muro y en el fondo por la iglesia, las dependencias monásticas y la capilla de indios. En el centro suele existir una cruz monumental y en las esquinas cuatro capillas posas, así llamadas por servir de estación en las procesiones. Estas capillas servían también como lugar para la evangelización. Un grabado publicado en la "Rethorica Cristiana" (1579) de Diego Valdés nos indica cómo en las cuatro posas del atrio se explicaba la doctrina separadamente a hombres y mujeres, niños y niñas (Homines, Molieres, Pueri, Puelle). La tipología de las capillas posas deriva de los humilladeros y de las capillas existentes en los ángulos de los claustros, según Angulo, y del altar-cimborio, en opinión de Santiago Sebastián. Su arquitectura ofrece por lo regular una configuración simple y elemental; sin embargo, no faltan ejemplos como las del convento de San Andrés de Calpan o las del de Huejotzingo que ponen de manifiesto una cuidada y singular combinación entre estructura y decoración.
contexto
Cuando los españoles llegaron a América encontraron obviamente un mundo muy diferente al suyo y a cualquier otra forma de vida tal como se entendía en el Occidente Cristiano. La colonización española -a diferencia de otras- pretendía no sólo establecerse en los nuevos territorios incorporados a la Monarquía sino poblar para evangelizar, aculturar, y permanecer. Esto implicaba desde luego la explotación económica y también la superposición de estructuras administrativo-políticas que expresaran esa vinculación: los Pueblos Indígenas empezaban a formar parte -de acuerdo al uso jurídico todavía aceptado a finales del siglo XV por algunos, sobre todo si eran los beneficiarios de las concesiones papales sobre tierras de paganos- del conjunto de "Pueblos y Naciones" que formaban la Monarquía Patrimonial de los Reyes Católicos, donde -como un proyecto hegemónico y abierto que era- siempre cabrían nuevas incorporaciones de tierras y gentes. Aunque resulta chocante a día de hoy, nadie consideraba entonces vistas las cosas desde la perspectiva europea -el Padre Vitoria fue el primero en formularlo jurídicamente casi medio siglo después de la llegada de Colón- que ese proyecto vulneraba los derechos de los Pueblos Americanos, que como tales eran soberanos. El choque entre ambos mundos fue violento; al cabo, uno se superpuso al otro o mejor a los otros, puesto que la variedad cultural y étnica de América Indígena era muy grande. La permanencia de los españoles implicó la extensión de la cultura española como cultura dominante. Pero ese proceso llevó su tiempo, por la lógica resistencia de los nativos americanos, y por las características de los primeros españoles que llegaron, conquistaron y se asentaron en un enorme continente con una dimensión en su naturaleza como nunca habían visto hasta entonces. Así surgió la frontera, estadio en que las estructuras indianas eran aún provisionales, imperaban la ley del más fuerte, la provisionalidad de las fórmulas castellanas ante circunstancias conocidas y la improvisación ante lo desconocido, la precariedad de los asentamientos y las situaciones atípicas. Gráfico Una vez que la dominación se consolidaba, el poblado se convertía en una ciudad, las instituciones castellanas permanecían, el sistema administrativo funcionaba y la explotación económica regularizaba sus ritmos y actividades -es decir, cuando la vida se normalizaba- aparece lo que los historiadores de América llamamos el Orden Legal. Por eso la frontera en la historia de América no tiene una cronología unitaria, ya que es más bien una situación, o un conjunto de circunstancias que incluso en algunos territorios -como el de los Araucanos en Chile o el de los Chichimecas en el norte de México- nunca desaparecieron ya que la dominación no fue posible. Alonso de Ercilla creó en La Araucana dos personajes que representan la forma de vida y las cualidades guerreras de las mujeres araucanas o mapuches: Guacolda y Fresia. Incluso dentro del orden legal siguió habiendo comportamientos individuales "fronterizos", como los casos de Catalina de Erauso, la famosa monja alférez, Antonia María de Soto, alistada como hombre en la Armada en el siglo XVIII; Rafaela Herrera, que defendió Cartagena de Indias de los filibusteros ingleses; o la cruel Catalina de los Ríos Lisperguer, "La Quintrala". Porque en la frontera, a pesar de las características "varoniles" de este estadio -guerra, violencia, dominación, supervivencia, o ley del más fuerte- siempre hubo mujeres, indias, españolas y mestizas.
obra
La figura femenina que simboliza el nacimiento de una fuente encuentra su eco más directo en la Venus Anadiomena que el pintor realizó en el año 1808, retocada en 1848. El tema es el mismo, un bellísimo desnudo femenino pintado con la excusa de la mitología. Ingres realizó dos versiones de La Fuente; ésta se encuentra en el Museo del Louvre y fue pintada tan sólo un año antes de la muerte del pintor. El significado del cuadro es la alegoría del nacimiento de los ríos: una fuente escondida en el bosque, cuya penumbra puede apreciarse en la iluminación del óleo, simbolizada por una joven casi adolescente. Tradicionalmente se habían utilizado jóvenes o niñas para representar fuentes o manantiales, así como ancianos acompañados de niños para representar ríos con sus afluentes. La iconografía que utiliza Ingres tiene, pues, su raíz en el arte clásico y sobre todo en el renacentista.