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Al brillo de la dinastía Tang le sucedió la desintegración del imperio, esta vez por un breve período de tiempo, apenas setenta años. Las Cinco Dinastías (Wu Dai) y los Diez Estados (Shi Guo), hacen referencia a los reinos formados tanto en el norte, Wu Dai, como en el sur, Shi Guo. La historiografía china ignora el sur, denominando este período sólo por las casas reinantes del norte: Liang, Tang, Jin, Han y Zhou, que conforman las Cinco Dinastías. Precisamente fue a partir de la caída de la dinastía Tang cuando se inició un movimiento basculante, en el que el sur va a sustituir al norte desde un punto de vista no sólo económico sino también político y artístico. El norte, eternamente amenazado por las invasiones, empujó a sus habitantes al sur del Yangzi, donde se sentían protegidos de los bárbaros y donde pudieron desarrollarse económicamente a través de la agricultura o el comercio. Entre los pueblos invasores los kitanes impusieron su impronta sobre el resto con la instauración de la dinastía Liao (907-1125). Geográficamente se extendieron desde la actual Manchuria a la provincia de Hebei, conquistando la ciudad de Yu (hoy, Beijing); su poder fue tan grande que les permitió exigir un tributo a la dinastía Jin (936-943) y continuar sus conquistas hacia el sur. Su fama se extendió por toda Asia, de tal manera que su territorio fue conocido como Katay, tal y como el viajero veneciano Marco Polo nos narra en su libro de viajes. Junto a los kitanes, con una menor fuerza y presencia, se estableció un pueblo procedente del Tíbet: los Shato, que por medio de su poderío militar impusieron sus formas de gobierno y costumbres a los Han, residiendo su valor en su poderío militar, en vez de en la razón y la fuerza de su cultura. Mientras en el norte se fueron creando estructuras políticas más o menos sólidas que dejaban entrever la posibilidad de una reunificación, los Diez Estados del Sur (Shi Guo) se debilitaron en pequeñas guerras de conquista, lo que facilitó la invasión de los reinos del norte. En el año 960, Chao Kuangyin (Emperador Daizu, 960-976), inició el proceso de unificación del país, inaugurando una nueva dinastía, la Song, que a su vez y por razones de política exterior tuvo dos capitales. La primera de ellas fue Pian (hoy Kaifeng) en la provincia de Henan, donde la dinastía Song del Norte reinó del 960 a 1127. El avance de los kitanes y mongoles hacia el sur aconsejó trasladar la capital a Linan (hoy Hangzhou) en la provincia de Zhejiang, iniciándose un segundo período denominado Song del Sur (1127-1279), que finalizó con la victoria militar de los mongoles y el inicio de la dinastía Yuang. Las dinastías Song del Norte y Song del Sur marcaron el paso de la edad antigua a la edad moderna, poniendo fin a la época clasicista del arte y el pensamiento chinos. Cuatro siglos contemplaron el genio creador, tanto en su forma filosófica como tecnológica y artística, especialmente en el ejercicio crítico de apreciación y disfrute de los objetos materiales al servicio de una vida de ocio y placer. El renacimiento intelectual y artístico Song fue posible gracias al desarrollo del comercio interior y exterior, así como a medidas políticas encauzadas hacia la coexistencia con los pueblos del norte mediante el pago de tributos. Wang An-Shih (102-1086), ministro del emperador Shenzhong (1068-1085) fue el artífice de estas reformas con el "Memorándum de las diez mil palabras" o articulación del cambio social adecuado a los nuevos tiempos. La ausencia de movilidad social debida al asentamiento de una clase ilustrada (shih) sobre el rígido sistema de exámenes fue una de las causas por las que las innovaciones tecnológicas y económicas no constituyeron el motor del cambio social tal y como sucedió en Europa. Wang An-Shih, con sus reformas, intentó dotar a la clase mercantil (shang) de suficiente poder para contrarrestar el inmovilismo de los shih. Introdujo en las materias de examen al Estado el conocimiento técnico y científico, ignorados hasta esa fecha. Favoreció el desarrollo del papel moneda y las letras de cambio, medidas encaminadas a agilizar el comercio entre las diferentes regiones, así como proteger a los pequeños propietarios y campesinos equilibrando la presión fiscal. El sistema de graneros, como despensa del Estado, el desarrollo de las comunicaciones interiores y la navegación costera favorecieron el desarrollo económico, pero no fueron eficaces para frenar el avance militar de los pueblos del norte. En el año 1127, tras capturar al emperador Huizong y a la emperatriz regente, la corte huyó a Nanjing y de ahí a Hangzhou, donde se estableció provisionalmente. Hangzhou se convirtió con la dinastía Song en la ciudad más rica y poblada del mundo, con un modo de vida absolutamente diferente al del norte, marcado por el desarrollo de la economía monetaria, el comercio exterior del té y la porcelana, así como por la especialización regional.
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En el largo período que va de comienzos del V a mediados del IV milenio, Anatolia experimenta un gradual desplazamiento demográfico hacia la franja norte -donde abundan metales y madera-, y un lento proceso de maduración urbana. A fines del milenio comenzará la utilización masiva del bronce y entonces, precisamente, se experimentarán los primeros contactos con la poderosa cultura urbana de la Mesopotamia Meridional. No obstante, no parece que las colonias y los puestos comerciales avanzados de Uruk en el Eúfrates -como el de Hassekhöyük-, ejercieran un influjo decisivo en la creación de las primeras ciudades. La Malatya de en torno al 3200, por ejemplo, situada en un lugar de paso privilegiado hacia la meseta interior, manifiesta en sus restos, conjuntamente, el perfeccionamiento del urbanismo indígena por un lado y la incorporación de técnicas -como el torno- y de experiencias meridionales complejas por otro -como la racionalización y el ordenamiento administrativos sugeridos por los almacenes y las abundantes "cretuallae" halladas en edificios públicos- que, sin embargo, no llegarían a introducir la primera escritura. Poco a poco, la economía del metal y los intercambios que de él se derivan ayudaron a realizar los avances decisivos que convertirían a la región, en la segunda mitad del III milenio, en el país de pequeñas ciudades-estado que las excavaciones nos permiten conocer. Desde sus ciudadelas fortificadas como la de Troya II, los reyes gobernaban sobre ciudades que repetían la tradición anatolia de la piedra, el adobe y la madera. Y aunque su economía estuviera aún basada en la agricultura, desde sus tumbas nos hablan de sus riquezas y su pertenencia a un horizonte peculiar y distinto, el de Anatolia. A comienzos del año 1935, un grupo de estudiosos de la Sociedad Histórica Turca, dirigido por Hamit Zübeyr Kosay, descubrió en el corazón de la meseta, en Alacahöyük, las hoy famosas 13 tumbas reales cuyos ajuares, en opinión del exigente H. Frankfort, anuncian la aparición de las artes plásticas en Anatolia. Aunque entiendo que los orígenes del arte en la región se hunden mucho más atrás, no deja de ser cierto que las armas, joyas, recipientes, adornos, cerámicas o fragmentos de tejidos hallados en Alaca, nos hacen evidentes la madurez y el profundo sentido artístico de los artesanos de aquella ciudad. Según los datos estratigráficos, la necrópolis real de Alaca estuvo en uso durante dos siglos, entre los años 2300 y 2100 a. C.: pero la tipología de sus ajuares -salvo quizás en el caso de las estatuillas femeninas-, la técnica de construcción de las tumbas y los ritos funerarios resultan muy similares entre sí. Dobles o sencillas, las tumbas consistían en una gran fosa rectangular, de poca profundidad y paredes de piedra, que se cubría con una especie de tapa o cubierta de troncos. Sobre ésta y como víctimas rituales o del banquete funerario, se depositaban los cráneos y las patas de algunos bueyes. Una sencilla cubrición de tierra lo cerraba todo. En cierto modo, el aspecto final, era el de una especie de túmulo muy peculiar. Entre los ajuares hallados por los arqueólogos turcos destacan recipientes de oro como jarritas, orzas, copas, cálices, jarros, tazones y cuencos. Su manufactura en oro -considerado ya entonces el príncipe de los metales nobles-, no parece tener secretos para los artesanos de Alaca. La decoración demuestra que poseían un conocimiento profundo de las técnicas más exigentes, como el batido de la lámina y su trabajo, el repujado, el acanalado por martilleo de la lámina y el grabado a cincel entre otras. Gracias a este buen saber, los recipientes aparecen con sorprendentes adornos de temas geométricos, círculos, cruces gamadas, líneas onduladas o con piedras más o menos valiosas engastadas, como la cornalina. Se trata de una artesanía muy distintiva en la que -salvo raros ecos del sur Mesopotámico y de la Transcaucasia rusa- resalta la personalidad anatolia. Del mismo modo, las joyas que adornaban a los príncipes difuntos, como las diademas caladas con o sin cintas de oro, los broches de alfiler para sujetar el manto, los collares, adornos para el cabello y, en fin, los cetros y las armas diversas encontradas como el célebre puñal de oro y hierro meteórico o el hacha de bronce y oro sugieren unas cortes de cuantiosos recursos económicos y, simultáneamente, culturas guerreras y sofisticadas. Entre los hallazgos habidos en las tumbas de Alaca merecen mención expresa cierta figuritas de animales -toros y ciervos especialmente-, y unos llamados estandartes o insignias con imágenes de supuestos discos solares, discos calados con animales, grupos de éstos en combinaciones diversas y una especie de sistros. Realizados en bronce fundamentalmente, estas obras denuncian amplios conocimientos técnicos como el uso del molde y el fundido a la cera, el chapado en plata y la ataujía. Pero más que por su técnica -que como dice A. Blanco, denota una metalurgia tan desarrollada como la sumeria-, estas pequeñas piezas de bronce nos llaman la atención por su extraña apariencia. Fundidas con su peana en un solo bloque, figuritas y estandartes parecían haber estado fijados en su día a un soporte perdido. ¿Qué significado tenían esos ciervos estilizados de grandes cornamentas, osos, toros de necesario paralelo en el Kurgan de Maykop, esas abigarradas insignias que mezclan el sol con el toro, los ciervos, los felinos, el onagro, las esvásticas y sauvásticas intencionadamente alternadas en la misma pieza o las aves? Algunos paralelos con las mismas y otras épocas y regiones, en especial al otro lado del Cáucaso, sugieren que podrían haber coronado baldaquinos, lechos rituales y funerarios, carros o, quizás, incluso figurar en el extremo de largas pértigas como símbolos de algo o alguien. Para un estudioso de la decoración animalística en toda Asia y la Europa del Este, Burchard Brentjes, los estandartes -de difícil significado en todo caso-, podrían haber servido como enseñas guerreras o tribales, sin excluir que ciertos temas como las esvásticas y las aves de presa, cabría vincularlos a un culto solar. En tal línea y en su estudio sobre el motivo del ciervo en el arte anatolio, P. Crepon destaca que la mayoría de las figuras de los cérvidos de Alaca aparecen asociados con temas solares, como el famoso de la tumba Al 658 decorado con ataujía de plata, que traduce símbolos de evidente significado solar. Pero las tumbas de Alaca proporcionaron, también, objetos más sencillos de su cultura, entre los que cabe destacar la cerámica. Estudiada exhaustivamente por W. Orthmann, como toda la del bronce en la península, la céramica se inscribe en la corriente propia de Anatolia por su amor a las superficies de engobe rojizo pulimentado, la decoración incisa que recuerda a las acanaladuras de los vasos de oro, los jarros de pico muy particular -los eternos Schnabelkanne de Anatolia- y, en menor número, la cerámica pintada con dibujos en rojo o marrón sobre fondo claro. Alaca y las tumbas de otro yacimiento no lejano, Horoztepe, con sus figuritas femeninas en bronce decoradas con plata u oro a veces, o el arte de lugares como Mahmatlar, Korucutepe, Eskiyapar, el Kültepe preasirio y Hasanoglu entre muchos posibles, nos hablan de los reyes y los pueblos de esta época, pero ¿quiénes eran en realidad? La población de la meseta parece haber estado entonces constituida, en lo fundamental, por el pueblo hatti, gentes a las que podemos llamar autóctonos -con toda la lasitud que se quiera, claro está-, que hablaba una lengua asiánica, y que, mezclados a los indoeuropeos, les prestaron mitos, creencias y nombre a su mejor realización, el imperio hitita. Los reyes hattis y su cultura no estuvieron aislados, sino que recibieron influencias muy dispares. De hecho, el túmulo o ciertos ritos y temas de sus tumbas los enlazan con la tradición de los kurganes de la estepa. Y es manifiesto el contacto con Siria y Mesopotamia. Pero la personalidad anatolia y las raíces en la vieja tradición no fueron anuladas, ni siquiera debilitadas. Y pese a sus relaciones lejanas, el arte de Alaca no es una derivación, ni su sentimiento religioso manifestado en las necrópolis tampoco. En las tumbas de sus reyes, como H. Zübeyr Kosay pudo comprobar, Anatolia vivía su pasado remoto, el agitado presente y su futuro esplendoroso. Los monarcas hattis y sus pueblos mantuvieron un cierto contacto comercial con las gentes de la Mesopotamia Meridional, porque las materias primas anatólicas eran esenciales para las culturas del sur. Algunos textos tardíos hablan de comerciantes enviados por los reyes de Acad a la ciudad de Burushattum y, de hecho, en el Tell Brak acadio se encontrarían objetos y pruebas de intercambio con Anatolia. Pero el roce no decidió una evolución determinada, ya que desde siglos atrás Anatolia avanzaba por sí misma.
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Rey de Castilla desde 1217 y de León en 1230, Fernando III ampliará considerablemente a costa de los musulmanes la extensión de los dominios recibidos. Las campañas, en las que tuvieron un papel destacado las órdenes militares hispánicas, creadas hacia 1170 y a las que se debió la conquista y repoblación de la mayor parte de La Mancha y de Extremadura, siguen el modelo de Fernando I-Alfonso VI o de Alfonso VII: el monarca interviene en ayuda de señores sublevados contra los almohades o en apoyo de reyes taifas enfrentados entre sí, y cuando las circunstancias son favorables ocupa plazas y reinos. La primera expedición, en apoyo del señor de Baza, tuvo lugar en 1224 y dio lugar a la ocupación y saqueo de Quesada; nuevas campañas serían pagadas, con cuantioso botín y con la entrega de Martos, Andújar, Salvatierra y Capilla al monarca castellano como pago por su ayuda a Muhammad al-Bayasí para ocupar la ciudad de Córdoba. Los almohades no tardarían en firmar treguas y pagar parias a Fernando III a cambio de ayuda contra los musulmanes sublevados en Murcia y Valencia. El dinero almohade y taifa serviría para comprar la renuncia al trono de León de las infantas portuguesas hijas de Alfonso IX. La unificación de las fuerzas castellano-leonesas y el acuerdo logrado poco después con los reyes de Portugal y Aragón para atacar unidos a los musulmanes obligó a Ibn Hud -que había logrado unificar al-Andalus tras la disgregación del imperio almohade en 1227- a comprar la paz, lo que no impediría a Fernando III unirse al rey de Granada y ocupar Córdoba en 1236 mientras el aliado musulmán extendía su autoridad a Málaga y Almería e intentaba ocupar Murcia; este reino, amenazado en el Sur y en el Oeste por Granada y en el Norte por los catalano-aragoneses, buscó y obtuvo la protección castellana (1238) y aceptó el establecimiento de guarniciones militares en los centros más importantes del reino, en el que sólo Mula, Lorca y Cartagena opusieron alguna resistencia a las tropas castellanas dirigidas por el heredero, Alfonso Xel Sabio. Poco después se revisarían los tratados de Tudillén y Cazola por los que castellanos y aragoneses se repartían los reinos de Murcia y Valencia, con fronteras en constante movimiento, y en Almizra (1244) se fijarán de manera definitiva los límites de ambos reinos.Aseguradas las fronteras en la zona oriental, Fernando III concentró sus fuerzas en la ocupación de Jaén, importante centro cuyo dominio garantizaba el paso hacia Andalucía occidental, donde los ejércitos portugueses obtenían importantes victorias y amenazaban con invadir tierras castellano-leonesas. Sitiada Jaén por hambre, Muhammad de Granada -el antiguo aliado y vasallo de Castilla- no pudo socorrerla, aceptó la rendición (1246) y con ella renovó el vasallaje respecto a Fernando III para salvar el resto de sus dominios. Como vasallo, el granadino colaboró con Castilla en los ataques a Sevilla por tierra mientras una flota procedente del Cantábrico impedía la llegada de refuerzos norteafricanos. La ciudad se rindió en 1248 y con su ocupación finaliza el período expansivo del reino castellano-leonés que en menos de veinte años, aprovechando la debilidad islámica, redujo a los musulmanes al reino granadino y limitó la expansión de aragoneses y portugueses hacia el Sur, convirtiéndose de este modo en el reino de mayor importancia de la Península.
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Cuando se produjeron las grandes invasiones de principios del siglo V en el Occidente romano hacía ya tiempo que el Cristianismo y la Iglesia habían dejado de ser ideología e institución hostiles al orden establecido del Imperio. Para aquel entonces Cristianismo e Iglesia habían ganado la batalla en un Imperio que se confesaba tanto cristiano como romano. El grupo hegemónico de la nobleza occidental que se escondía tras la dinastía de Valentiniano-Teodosio se había decidido radicalmente por el Cristianismo, en su versión nicena, como bandera ideológica de su legitimidad. Ciertamente, las invasiones bárbaras y los horrores del saqueo de la Urbe pudieron hacer renacer las esperanzas en algunos nostálgicos intelectuales paganos, tras el desastre de la batalla del Frígido de 394. Pero pronto éstas se desvanecerían con la recuperación de Honorio merced a los éxitos militares de Constancio, ayudado también por federados bárbaros. Para entonces la intelectualidad cristiana había encontrado ya los medios de comprender en la obra providencial de Dios el mismo hecho de las invasiones y asentamiento de los bárbaros. Por un lado éstos podían ser las consecuencias de un iudicium Dei por causa de los pecados de los romanos, y en especial de sus gobernantes. Además, los bárbaros habían sido desde remotos tiempos vistos con ojos benévolos, como el buen salvaje incontaminado por los crímenes de la civilización. Y así, a mediados del siglo V, Salviano de Marsella podría explicar las terribles invasiones de la Galia y de las Españas como un beneficio para muchos provinciales, que optaban por los bárbaros en pos de la libertad y de la virtud de una vida primigenia. Pero por otro lado las mismas penetraciones bárbaras estaban permitiendo la conversión al Cristianismo de anteriores pueblos gentiles. Siguiendo con la hipostación creada por Rufino de Aquileya, al traducir al latín la "Historia eclesiástica" de Eusebio de Cesarea, la conversión cristiana constituía ahora el auténtico test del carácter civilizado o no de un pueblo o una persona, de forma tal que la antigua ekoumene grecorromana se trasmutaba en otra cristiana, y los antiguos cives romani en otros christiani... Algunos años después Agustín de Hipona en su "Civitas Dei", zanjaría la antañona cuestión de la aeternitas Romae en el sentido de que dicha Roma no debería identificarse con el Imperio terrenal, sino con la Roma celestial que no era otra cosa que la Iglesia, o congregación de los fieles en el Cuerpo místico de Cristo. Si desde mediados del siglo V los intelectuales del Occidente tenían ya el bagaje conceptual y doctrinal para explicar en términos cristianos la compleja historia contemporánea, la misma desaparición del poder imperial y su sustitución por los nuevos Reinos romano-germánicos, hacía ya tiempo también que las aristocracias occidentales venían empleando conceptos y formas cristianas para explicar sus relaciones de poder y de dominación política. Por un lado la nueva religión de Estado se acomodó a la ideología secular dominante, abandonando para grupos marginales y heréticos (donatistas, etc.) ciertas tendencias favorables a una vuelta a una supuesta Iglesia apostólica, más o menos igualitarista, escasamente clerical y expectante de un cercano Reino cristiano destructor del Estado opresor romano. Pero, por otro lado, la paulatina desaparición del Imperio trajo consigo la imposibilidad para dichas aristocracias occidentales de obtener puestos de poder en provincias o en la Administración central, mediante su influencia en la Corte de Ravena. Además, las invasiones, la fragmentación política subsiguiente del Occidente, habían destruido los patrimonios transregionales y transprovinciales, y a la misma "Reichsadel" que sustentaban. En consecuencia, las apetencias de poder y protagonismo político de dichas aristocracias se contrajeron a horizontes regionales y locales, con una clara tendencia a residenciar en los viejos núcleos urbanos, pues ofrecían poderosas defensas y la posibilidad de continuar con un cierto tenor de vida civilizada. Durante los primeros tiempos de los nuevos Estados romano-germanos el acceso a los puestos de gobierno de los mismos no siempre fue fácil para esos mismos aristócratas. Por un lado el número de oportunidades era menor, al tener que compartir el poder con miembros de la nobleza bárbara. Y por otro a muchos aristócratas provinciales, orgullosos de la superioridad de su civitas romana, de su cultura literaria cristiana, les repugnaba esa misma participación, tal y como en la segunda mitad del siglo V señalaría el culto senador galo Sidonio Apolinar. En tal situación la entrada masiva de tales aristocracias en la jerarquía eclesiástica -episcopal o monástica- parecía la única salida digna y auténtica salvaguardadora de su propia identidad cultural y de su predominio socioeconómico en el seno de sus comunidades. Además, el patrimonio eclesiástico no había dejado de crecer, con frecuencia como consecuencia de las donaciones de esa misma aristocracia laica. Además se encontraba exento de los peligros de fragmentación en virtud de las leyes de la herencia, y de los de confiscación por motivos de la lábil política contemporánea. Nada extraña que en los siglos V y VI en Occidente se constituyesen auténticas dinastías episcopales y la patrimonialización familiar de algunas sedes episcopales. Tan sólo la vieja gran aristocracia senatorial con asiento en la ciudad de Roma se mantuvo durante bastante tiempo fuera de esta tentación, consciente de su orgullo de estirpe; aunque sin duda dominaría episcopados y hasta el Papado a través de clientes y protegidos suyos. Sin duda que para aquellos tiempos la Iglesia occidental tenía una ideología por completo adaptada al tradicional lenguaje del poder en el ámbito local. Para ello fue fundamental que la jerarquía eclesiástica lograse ver reconocido su total monopolio sobre el control de la Ciencia revelada, acabando con el elemento perturbador que en el siglo IV había supuesto la presencia de otras personas a las que la comunidad también prestaba tal capacidad de control: desde magos y médicos a doctores laicos de las Escrituras. Especialmente peligrosos estos últimos por pertenecer también a la misma nobleza senatorial o local. La solución del conflicto priscilianista, y su condena como herejía, a fines del siglo IV había venido a solucionar tales incoherencias y a eliminar dichos puntos de fricción. Mientras que por otro lado la figura y la obra de Martín de Tours en las Galias de finales del siglo IV habían venido también a eliminar incoherencias entre los diversos poderes eclesiásticos, -obispos y monjes, laicos y clérigos- a crear una nueva relación campo-ciudad y fundamentar sobre bases cristianas las tradicionales dependencias y jerarquías sociales. Esta solución se asentó en la afirmación de la superioridad indiscutible de la primacía episcopal, como intermediario fundamental entre la comunidad terrenal y la celestial, compuesta por los santos. Carácter intermediador que se explicitaba en tres fenómenos: a) su capacidad exorcista, obligando a los demonios a rebelarse, lo que hacía de los obispos similares a Dios; b) la custodia de las reliquias de los santos, y c) la dirección de la ceremonia colectiva de la misa y demás rituales litúrgicos mediante los cuales se producía una sincronía entre el tiempo terrestre y el celestial. Desde los tiempos de Martín de Tours el control de las reliquias, la construcción de basílicas y oratorios sobre las tumbas de los mártires y santos locales, considerados patronos de la comunidad, se habían constituido en palancas de poder y prestigio personal del obispo introductor del culto, y un medio para perpetuar la función episcopal en el seno de una misma familia o linaje aristocrático. Los santos y el culto de las reliquias con sus basílicas y altares eran los puentes entre el cielo y la tierra, cuyos tiempos se sincronizaban con la liturgia. Por eso el interés de las diversas iglesias por unificar sus usos litúrgicos, y muy en especial la fijación de la axial fecha de la Pascua. La misa, además de un reflejo de la jornada celestial, era el momento propicio para entrar en comunión con los patronos celestiales de cada comunidad. La misa, controlada por el obispo en su catedral y por el presbítero en las restantes basílicas, jugaba un papel primordial en pro de la cohesión entre los miembros de la comunidad cristiana. Pues el único colectivo social que se diferenciaba en las ceremonias litúrgicas y en el supremo momento de la comunión era el estamento clerical, que realzaba así su supremacía social. Por ello se explica el interés de algunos de los nuevos soberanos germánicos en mantener su fe arriana. Más que una cuestión dogmática era una cuestión de control político y social, de legitimar una supremacía contestada por muchos, en especial por la arrogante aristocracia provincial. Pues en las Iglesias arrianas germanas los obispos eran nombrados directamente por el rey, y éste recibía antes que nadie, y en una ceremonia diversa, la comunión. La defensa de la ortodoxia del Arrianismo era también una defensa de la rectitud de sus gobernantes, de la misma justicia providencial de su nuevo poder político sobre la antigua del Imperio romano. Pero en esta época el Cristianismo había venido a reinterpretar las nuevas relaciones campo-ciudad. La cristianización de los campos y campesinos de Occidente siguió las pautas creadas por Martín de Tours en el siglo IV para las tierras centrales de las Galias. Así pues se trató de un Cristianismo que había sabido desviar en su favor las tradiciones y referencias espaciales y temporales de la antiquísima religiosidad campesina: solapamiento de festividades cristianas con otras paganas fundamentales del ciclo agrícola, y advocación de anteriores lugares de culto a los santos y mártires. Lo que en bastantes casos no va más allá de una superficial apariencia cristiana de anteriores prácticas mágicas y fetichistas. Sólo en la medida en que dichas prácticas se pretendiesen seguir realizando al margen de los representantes de la jerarquía eclesiástica, y con una apariencia en exceso pagana -aspecto lascivo de ciertas fiestas que eran continuación de ritos de fecundidad, o continuidad de espacios y objetos religiosos sin la presencia de un recinto cristiano- ésta tenía que denunciarlo y pedir al brazo secular su erradicación. Y éste seria el sentido de más de un escrito de la época sobre la cristianización campesina, como el famoso "De correctione rusticorum" de Martín de Dumio en la Galicia de la segunda mitad del siglo VI. Dichas prácticas paganas además de como superstición eran visionadas como manifestaciones del poder del Diablo. Al arrogarse el clero el monopolio del exorcismo la misma presencia de tales prácticas se convertía en un elemento más del lenguaje cristiano del poder y la dominación, estando la misma Iglesia, más o menos inconscientemente, interesada en su mantenimiento. El hecho de que algunos señores laicos -como denunciará el XII Concilio de Toledo del 681- estuvieran interesados en defender esas prácticas de sus campesinos, habla también de un conflicto entre nobleza laica y jerarquía eclesiástica por controlar ese lenguaje de dominación que era la religión. En un plano más material dicho conflicto también se daría entre basílicas urbanas, controladas totalmente por el obispo, y las rurales y monasterios de fundación privada, cuyos fundadores pretendieron seguir ejerciendo un derecho de control sobre las rentas derivados de su patrimonio, o del diezmo eclesiástico, y de su gobierno. También en este caso la obra de Martín de Tours había señalado una vía de solución, propugnando la figura del monje obispo. Cosa que por motivos diversos también sería una situación normal en la Iglesia irlandesa y en el movimiento monástico que se dio en el noroeste hispano en la segunda mitad del siglo VII por obra de Fructuoso de Braga.
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En este siglo VIII se produce en Esparta, como en la mayor parte de Grecia, aunque con caracteres específicos, el renacimiento. En las tradiciones espartanas, el fenómeno se identificaba con la figura de Licurgo, al que se asigna no sólo una legislación constitucional integradora de todas las instituciones espartanas, fuera cual fuese su procedencia y su cronología real, sino también algunos otros rasgos que sirven para señalar el momento histórico en el plano cultural. Licurgo había participado como fundador de los Juegos Olímpicos en el año 776 y había sido el introductor de los poemas homéricos en Laconia. Así se representaban los espartanos la conciencia de participar en la corriente cultural que arqueológicamente también aparece señalada con la aparición de figuras con casco de origen oriental y escudos decorados que responden al mismo ambiente. Ya hacia el año 700 se define el santuario de Menelao, sobre un antiguo lugar sagrado de época micénica, hecho indicativo de la difusión de los conocimientos sobre tradiciones épicas, adaptados a los nuevos intereses. De este modo se forma también la tradición que define a Orestes como antepasado de los espartanos y se buscarán por ello sus huesos en Tegea. Esta tradición se usará como motivo del ataque a Tegea, en Arcadia, pues la Pitia, según Heródoto, les prometió la victoria si los encontraban. La tradición admite que hallaron huesos de gran tamaño, propios de los héroes gigantescos a que aluden los poemas homéricos. Según un papiro publicado en 1979, los Heráclidas tuvieron que luchar con los hijos de Orestes, y en ocasiones los espartanos justificaban el privilegio de mandar sobre confederaciones de ciudades griegas en el hecho de que de este modo aparecían como descendientes de Agamenón, que había dirigido a todos los griegos en la guerra de Troya. Esparta salía, pues, de su aislamiento al recibir influencias del exterior y acogerse a los movimientos culturales del momento y al comprometerse en intensos movimientos expansivos debidos a su propia dinámica interna, que aprovechaban igualmente los fenómenos culturales para tejer un entramado ideológico. Las figurillas de bronce laconias halladas en Olimpia, procedentes de esta época, resultan indicativas del uso precoz del santuario panhelénico, elemento reforzador de la presencia en el exterior. Paralelamente, en el reino de Arquelao y Carilo, que la tradición atribuye a los anos 775-760, los espartanos conquistaban la zona noroeste de Laconia, tras una consulta al oráculo de Delfos que estaba entonces en su época de mayor prestigio. Es posible que se trate de los primeros reyes que desempeñaron juntos su función en esa peculiar institución de los espartanos que es la diarquía y que no ha llegado a explicarse con satisfacción. Sólo un pacto de realezas con sus pueblos dependientes en el proceso de unión territorial puede explicar esa especie de sinecismo en que en lugar de desaparecer la basilea, se multiplica. Al mismo período se atribuye arqueológicamente la configuración de sistemas centralizados que incorporan las aldeas, la última de las cuales fue la de Amiclas, centro de tradiciones religiosas de gran prestigio, que se remontaban a tiempos micénicos. La organización colectiva queda configurada en cinco obas, pero tal vez la última unificación tuviera lugar sólo entre el conjunto de la primera agrupación y la que se reunía en torno a Amiclas, capaz de conservar su propia basileia.
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ÍNDICE DEL CAPÍTULO Paleolítico y Arcaico. El Paleolítico americano. El origen del hombre americano. Los paisajes de Beringia hace 40000 años. Los más antiguos pobladores de América. El Paleolítico Superior. El arte rupestre. El Arcaico. La domesticación de plantas y animales. América del Norte. Ártico y Subártico. Los bosques orientales. Las grandes llanuras. Gran Cuenca y Meseta. Jefaturas de la Costa Noroeste. California y el Suroeste. Mesoamérica. Terminología y cronología. El periodo Formativo. El Formativo Temprano. El Formativo Medio y la civilización Olmeca. Subsistencia y patrón de asentamiento. Arte e ideología olmecas. Los olmecas y Mesoamérica. El Formativo Tardío. La herencia olmeca. El valle de Oaxaca. Monte Albán y los orígenes del estado zapoteco. El centro de México. Las culturas del Occidente de México. Las tierras bajas mayas. El periodo Clásico. La civilización maya. Subsistencia y patrón de asentamiento. La estructura social y política. Ideología y conocimientos científicos. La decadencia de la civilización maya clásica. Teotihuacan. La evolución de la ciudad. La estructura de la sociedad. La ideología religiosa. La decadencia de Teotihuacan. El Clásico en Veracruz. El estilo escultórico veracruzano. Zapotecas del valle de Oaxaca. Estructura social y religión. La decadencia de la capital zapoteca. Zapotecas del valle de Oaxaca. El Occidente y Norte de México. Epiclásico y Clásico Terminal. Xochicalco y Cacaxtla. La cultura tolteca. La arqueología de Tula. Comercio y relaciones con el exterior. Tula y Chichén-Itzá. Decadencia de Tula y Chichén-Itzá. El periodo Postclásico. Los mayas. Zapotecos y mixtecos del valle de Oaxaca. El estilo mixteca-puebla. El Postclásico en la costa del Golfo. Los tarascos y el Occidente de México. La cuenca de México y el Imperio mexica. La cultura azteca. La formación del Imperio mexica. El sistema productivo. La estructura de la sociedad. Comercio, mercado y tributo. La organización política. México-Tenochtitlan. Religión y ritual. Area Intermedia y Sudamérica. Las jefaturas de América Central. El Formativo. El Clásico. El Postclásico. Las tierras bajas de América del Sur. Las culturas de América del Sur. 3000-2000 a. C.. 2000-1000 a. C.. 1000-0 d. C.. 0-500 d. C.. 500-1000 d. C.. 1000-1500 d. C.. Area cultural andina. Ecología cultural de los paises andinos. Periodificación y terminología. El Precerámico Tardío (...1800 a. C.). El orígen de la cerámica. Los centros tempranos del Precerámico. El Cerámico Inicial (1800-900 a. C). El Horizonte Temprano (900-200 a. C.). Los centros periféricos. El Intermedio Temprano (200 a. C.-600 d. C.) . Evolución cultural de los Andes Septentrionales. Los Andes Centrales. La cultura moche. Virú. Recuay. La cultura Lima. La cultura nazca. El Intermedio Temprano en la Sierra. Huarpa. La cultura Tiahuanaco. Las culturas de los Andes meridionales. El Horizonte Medio (600-1000 d. C.). El Intermedio Tardío (1000-1476 d. C.). El reino Chimú. Chancay. Pachacamac. El Horizonte Tardío (1476-1525 d. C.). La historia de los incas. La organización económica. Organización social y política. La organización del territorio. La religión inca. La España del Descubrimiento. Castilla, centro de los dominios de Isabel y Fernando. Cortes y ciudades. Nobleza, linajes nobiliarios y mayorazgos. La economía del Reino. La economía del Rey. Pacificación interna y medidas unificadoras. Paz interior y proyección externa. Restablecimiento del orden y saneamiento económico. Hacia la unificación. Los viajes de Colón. El gran ciclo colombino. Avances técnicos y científicos. Portugueses y castellanos en el Atlántico. Colón: su vida y proyecto. Las Capitulaciones de Santa fe y sus preparativos. El gran viaje. Primeras impresiones de América y tornaviaje. El segundo viaje y el inicio de la colonización. Las bulas y el Tratado de Tordesillas. El tercer viaje y el hallazgo del continente. Otros viajes de descubrimiento. Las exploraciones hasta el cuarto viaje colombino. América estrena nombre. La Casa de Contratación. La búsqueda del paso. El Darién y el descubrimiento del Pacífico. Fin de la regencia cisneriana y gobierno de los jerónimos. La conquista de Iberoamérica. Aproximaciones al fenómeno de la conquista. La guerra justa y el requerimiento. La empresa conquistadora. Vocación, aprendizaje y oficio del conquistador. Funcionamiento de la hueste. Los conquistados. Esquema de la dominación española. Desarrollo histórico de la conquista. Inicio de la época imperial y creación del Consejo de Indias. La conquista de México. La primera vuelta al mundo. Exploraciones por el Pacífico. La expansión desde Nueva España. Centroamérica. Exploraciones al sur de Estados Unidos. Venezuela y el Reino de Nueva Granada. El país de los incas. Quito, La Canela y el Amazonas. Chile. El mítico Río de la Plata. Las conquistas tardías. El régimen de las Capitanías en Brasil. América entre 1550 y 1700. La sociedad estamental, feudal y esclavista. Cálculos demográficos. La caída de la población indígena. Españoles y criollos. Los esclavos negros. Los mestizos y las castas. La ciudad y la vida urbana. Familia y poder criollos. La economía de las colonias. La hacienda del Rey. Los impuestos personales. Las cargas a la minería. Los impuestos al comercio. Otras imposiciones. La agricultura. Cultivos autóctonos y aclimatados. La tenencia de la tierra. Repartimiento, encomienda y concertaje. La hacienda y la plantación. La ganadería. Los obrajes y el artesanado. Las minas de plata y oro. Las técnicas extractivas. La mano de obra. La producción. El comercio: flotas e intercambios regionales. ¿Crisis del siglo XVII?. Administración y defensa. La organización administrativa indiana. La administración de justicia. La defensa de las colonias. La Iglesia de Indias. La organización eclesiástica. El clero regular y el secular. La cultura en la América Hispana. El enriquecimiento del castellano. Colegios y universidades. Libros e imprentas. Nueva España durante los Austrias. México. Guatemala. Las Antillas. Venezuela. Filipinas. Virreinato del Perú bajo los Asutrias. Panamá. Nuevo Reino de Granada. Quito. Perú. El Alto Perú. Chile. La región rioplatense. Brasil. Colonización de otras potencias europeas. Ingleses en América siglos XVI y XVII. Las trece colonias de Norteamérica. Características de la colonización inglesa. América borbónica. Política, guerras y rebeliones. La administración reformadora. Población y sociedad ilustrada. La población blanca. La población india. Los esclavos negros. Mestizos y mulatos. El desarrollo económico. La Real Hacienda. La agricultura. La ganadería. La minería. El comercio. La industria. La Iglesia del regalismo. La cultura pre-revolucionaria. Colegios y universidades. El progreso científico. Imprentas, libros y bibliotecas. Prensa y propaganda revolucionaria. Desarrollo de las colonias. La Nueva España. El Perú. Santa Fe. El Río de la Plata. Guatemala. Cuba. Venezuela. Chile. Filipinas. Santo Domingo. Puerto Rico. Florida. Luisiana. Otras colonias europeas. Brasil. Las colonias francesas. Auge y fin de Nueva Francia. La Louisiana. La Guyana. Las islas azucareras. Las colonias inglesas. Las trece colonias. Canadá. Posesiones en el Caribe. Las colonias holandesas. Las colonias danesas. La colonia rusa de Alaska. ÍNDICE POR REGIONES ESPAÑA Y PORTUGAL ·La España del Descubrimiento. ·Los Viajes de Colón. ·La Conquista de Iberoamérica. NORTEAMERICA ·Artico y Subártico. ·Los Bosques Orientales. ·Las Grandes Llanuras. ·Gran Cuenca y Meseta. ·Jefaturas de la Costa Noroeste. ·California y el Suroeste. MESOAMERICA ·Terminología y Cronología. ·El Periodo Formativo. ·El Periodo Clásico. ·Epiclásico y Clásico Terminal. ·El Periodo Postclásico. INTERMEDIA Y SUDAMERICA ·Las Jefaturas de América Central. ·Las Tierras Bajas de América del Sur. AREA ANDINA ·Ecología Cultural de los Países Andinos. ·Periodificación y Terminología. ·El Precerámico Tardío. ·El Cerámico Inicial. ·El Horizonte Temprano. ·El Intermedio Temprano. ·El Horizonte Medio. ·El Intermedio Tardío. ·El Horizonte Tardío. VIDA COTIDIANA El conquistador. Señores y vasallos mexica. El misionero. El sacerdote inca. Cazadores y recolectores. El esclavo negro.
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Cuenta el "Han Shu", en su capítulo 96A, que el emperador chino Wu-ti (140-86 a. C.), de la dinastía Han, remitió una embajada al lejano país de An-hsi. Para recibir con el honor debido a aquellos primeros emisarios, el rey de An-hsi destacó en su frontera a un general al frente de 20.000 jinetes, a pesar de que -como destaca cuidadosamente el autor del "Han Shu"-, los límites de su reino distaban muchos li de la capital. Una vez en el interior de An-hsi y en el curso de su larga marcha, los embajadores chinos se asombrarían por el gran número de ciudades y aldeas que cruzaban, tantas que el territorio de An-hsi les parecía habitado sin solución de continuidad. Satisfecho con los regalos y el mensaje amistoso del emperador Wu-ti, el monarca de An-hsi resolvió enviar su propia embajada de respuesta, que viajaría acompañando el retorno de los emisarios chinos. Los de An-hsi eran portadores de curiosos presentes: huevos de grandes pájaros y magos de Likan. Y pese a la distancia, alcanzaron su objetivo, pues como recuerda el "Han Shu", el Hijo del Cielo se deleitó con los regalos enviados por el rey de An-hsi. Con el escueto lenguaje que es propio de la historiografía china, el "Han Shu" dejaría así recuerdo de un hecho maravilloso, el primer intercambio de embajadas entre un rey del Irán parto, Mitrídates II (123-87 a. C.), y el emperador chino, el sabio y poderoso Wu-ti (110-86 a. C.). A partir de entonces, los contactos entre ambos mundos mantendrían una amistosa e intensa continuidad, que se prolongaría en la época sasánida. Y de aquella amistad risueña nació el tramo iranio de la ruta de la seda, que pronto vestiría a los nobles y grandes de Irán. Muchos años después, en el desastre de Carras (53 a. C.), las tropas del monarca Orodes II levantaron estandartes de seda y oro. Entre el polvo y la imagen de la muerte, los legionarios romanos conocieron por vez primera la sutil belleza de la seda. Así al menos lo cuenta P. Anneo Floro. Pero la ruta de la seda nunca les sería abierta. Porque nunca llegarían a quebrar la fuerza del Irán parto. Dice R. N. Frye que la memoria de los partos hubo de sufrir tanto la hostilidad de sus inmediatos sucesores, los sasánidas, como la de sus enemigos occidentales, los romanos. Por eso quizá su fortuna histórica es poco apreciada por los historiadores europeos, quienes tienden a utilizar exclusivamente las fuentes clásicas, por lo común y como no podía ser menos, negativas para los partos. Se maravilla J. Wolski de la negligencia mostrada por la historiografía ante este problema, que ha omitido cualquier tipo de crítica textual, evidentemente necesaria, si tenemos en cuenta que la historia del Irán parto se ha escrito por la literatura exterior de su enemigo, Roma. Cierto que al principio era la única posibilidad, habida cuenta de la inexistencia de literatura o historiografía parta original. Pero no tanto el método cuanto una presunción inexcusable empujaría a dos cosas: a la incomprensión real de la historia y la cultura de los partos y a la limitación de su vida a un área restringida, el Occidente, que se convirtió así en lo que nunca fue, el eje en torno al cual habría girado el mundo parto. Y eso es, naturalmente, una europeización de la historia, siempre sin sentido pero profundamente errónea además si se aplica a la antigüedad. Un bien conocido especialista de la historia irania, J. Wolski, ha reiterado con frecuencia la necesidad de volver a escribir la historia de los partos. Porque cada vez resulta más evidente que, tanto para ellos como para los sasánidas, las regiones más atendidas y que mayor significado tenían resultaban ser las del nordeste, y no el occidente. Defendiéndolas murieron dos reyes partos, Fraates II (ca. 129 a. C.) y Artabano I (ca. 124 d. C.) algo inconcebible en la frontera occidental. Y ello porque en Asia Central tenían su patria y su santuario. Y porque en el Irán septentrional y del nordeste se asentaba la mayoría de la población y la riqueza del imperio, como testimoniaron los embajadores chinos. Algo que los romanos no llegaron a entender jamás, creyendo que Ctesifonte, una capital de verano, era el centro vital del mundo arsácida. La historia parta se merece una lectura distinta a la que solemos hacer. Y deseuropeizada. Poco a poco se van descubriendo nuevos materiales que, como los hallazgos epigráficos de Nisa o Hung-i Naúruzi, nos van permitiendo contemplar su pasado desde otra perspectiva. Porque vemos cómo desde la conquista de la Parthava, los monarcas partos quisieron renovar los modelos de la cancillería aqueménida al usar la escritura aramea en sus miles de documentos hallados en Nisa. Porque la economía real manifestada en esa ciudad era, como indica J. Wolski, heredera de modelos persas antiguos y no helenísticos. Algo pues comienza a cambiar. En una línea semejante, R. N. Frye dice que los partos ni fueron enemigos del helenismo -que murió poco a poco-, ni traicionaron las raíces iranias. Pues por su lengua materna y su cultura eran iranios, y al Irán estaban ligados por la sangre. Siglos después, el poeta Firdúsí recogería en su "Libro de los Reyes" las hazañas de los héroes partos que, como los sasánidas, recordaban la grandeza pasada del Irán. A la espera de que la investigación nos depare un número mayor de textos nacionales, la imagen de la historia parta debería trazarse no sólo con las fuentes clásicas como Estrabón, Plutarco, Plinio, Tácito o Isidoro de Carax entre otros, sino también con las chinas, como el "Shi-ji" de Sima Qian o el "Han Shu" de Pan Ku y, sobre todo, con los ostraka de Nisa, los pergaminos de Avroman-Dagh y Dura Europos, las inscripciones arameas de Assur y Hatra o las monedas acuñadas por los reyes partos. De todos modos, el cuadro resultaría todavía insatisfactorio. Según la tradición unánimemente admitida, a comienzos del siglo III a. C. una de las tribus escitas o sakkas del Asia Central, llamada Parni, emigró hacia la antigua región aqueménida de la Parthava y la ocupó en torno al 250 a. C. La necesidad de enfrentarse a los reinos seléucida y greco-bactriano llevaría a su jefe, Arsaces, a aglutinar junto a sí a los iranios sedentarios y, tomando la corona en el 247 a. C., iniciar la era de los arsácidas. Desde el comienzo resulta pues manifiesta una voluntad integradora. Ni los intentos de Seleuco II (246-225 a. C.) ni los de Antíoco III (223-187 a. C.) ni el formidable plan de Antíoco IV Epiphanes (175-164 a. C.) -conscientes todos del verdadero peligro, capacidades y objetivos de los partos- pudieron frenar el ascenso de la monarquía arsácida que, poco a poco, iba ampliando su radio de acción y soberanía a costa de Margiana, Bactriana, Sargatia e Hircania hasta los pasos del Elburz, que abrieron el camino de Media y Mesopotamia. Sólo faltaba un gran príncipe y éste llegó. El año 171 subía al trono Mitrídates I (171-138 a. C.) que, como Ciro en su época, se convertiría en el inteligente reunificador de los iranios. Mitrídates I, príncipe valeroso, buen estratega y mejor político, sería el iniciador de la renovada grandeza del Irán. Y la primera guerra en dos frentes -situación habitual del imperio en lo sucesivo- se abriría ahora contra los seléucidas. Pero los resultados finales no pudieron ser más halagüeños. Con él, como dice K. Schippmann, el reino parto se convertiría en imperio mundial. Las primeras luchas contra los grecobactrianos las depararon las provincias de Tapuria y Troxiana. Bactria no representaba ya un peligro, pero Mitrídates debió juzgar más útil conservar su existencia porque más allá de sus fronteras, los nómadas Yü-echi parecían representar una amenaza mucho más grave para Irán. En el 148 a. C. lo vemos conquistando Media. Si bien poco después, en el remoto este, alcanza la India tras dominar las regiones de Gedrosia, Drangiana y Arachosia. Tan sólo dos años más tarde ocuparía la mayor parte de Mesopotamia. Sus caballos entraron en Babilonia, Uruk, Seleucia y todas las viejas ciudades que aún vivían. Y como Ciro -del que con toda seguridad, Mitrídates se sentía continuador-, el rey de los partos deseó integrar, reunir bajo su mano las distintas naciones. Por eso renovó los títulos reales aqueménidas y por eso también acuñó monedas con la leyenda de Filoheleno. Una reacción de Demetrio II en los alrededores de Seleucia fracasó, pero las consecuencias irían en la línea del viejo Ciro. Mitrídates casaría a su hija con Demetrio, al que daría el gobierno de la Hircania. Como prolongación de su campaña en el Suroeste, el Gran Rey conquistaría en fin el reino de Elymaida cuya capital, Susa, volvió así a la órbita de un imperio iranio. Una vez más, los ataques en el este le obligaron a partir. Pero los sakkas, que presionaban las fronteras del Asia Central, serían batidos. Acaso fue ésta su última victoria, pues el año 139 a. C. moría el fundador del imperio, aquel que en palabras de K. Schippmann, inició los 350 años que alcanzó a existir como gran potencia. Sus inmediatos sucesores, Fraates I y Artabano I, hubieron de volcarse en la defensa del núcleo parto del Irán, amenazado por los nómadas, en lucha contra los cuales perecerían ambos monarcas. Pero al menos consiguieron desviar la fuerza mayor, los Yü-echi, que caerían sobre el reino greco-bactriano ocupándolo y fundando poco después el imperio de Kushan. Por el Oeste las cosas fueron peor. Antioco VII recuperó Babilonia y Media, más por poco tiempo. Pues el año 123 a. C. era coronado Mitrídates II (123-87 a. C.). Dice R. Ghirshman que si Mitrídates I fue el Ciro de los partos, Mitrídates II se convertiría en el nuevo Darío, el autor de la madurez. Cuando la situación parecía crítica, muerto el rey Artabano a consecuencia de las heridas sufridas en la batalla, Mitrídates supo reorganizar e inyectar un nuevo entusiasmo a sus gentes. Los nómadas fueron derrotados y empujados en toda la línea. Merv y Herat fueron reconquistadas, el Amur-Darya volvió a ser la frontera del imperio y el Sistán y la Arachosia reconvertidos en reinos vasallos. En Mesopotamia, la llegada del rey fue el fin de la rebelión. Toda la Baja, Media y Alta región volvieron a su mano, convirtiendo en monarquías vasallas las regiones de Adiabene, Gorduene y Osrhoene. De nuevo, Mesopotamia e Irán se integraban, como en la época aqueménida, en un solo imperio. Mitrídates pudo por fin entregarse a la labor de dar estabilidad y cohesión al imperio. Su prosperidad fue señalada por los embajadores del emperador Wu-ti, que en el 115 a. C. le visitaron. Y la ruta de la seda quedaba abierta en el Irán a partir de entonces. Por supuesto ello beneficiaría a los iranios y cooperaría al desarrollo de las relaciones económicas distantes. Y en el año 109 a. C. Mitrídates recuperaba el título de Rey de Reyes, un hecho que habla por sí mismo de las convicciones iranias de los partos. Una cosa que Sulla, gobernador de Cilicia, no parece entender cuando en el 92 a. C. los embajadores del gran Rey se entrevistaron con él junto al Éufrates, para acordarlo como frontera. A partir de entonces, las regiones del oeste se verían siempre en disputa. La larga lista de guerras, avances y retrocesos de ambos imperios es bien conocida, por lo que cabe resumirlas con brevedad. En el año 53 a. C. Craso sufrió una derrota total en Carras frente a las tropas de Orodes II, dirigidas por Surena. En los años 51 y 40 a. C., sendas expediciones de Pacoro y del mismo en unión con Labieno -un ex embajador romano- estuvieron a punto de restaurar el imperio aqueménida en su totalidad. Luego la situación se mantendría inestable hasta la firma de un tratado de paz con Augusto. Roma hubo de reconocer al imperio parto su condición de gran potencia. El siglo II d. C. subía al trono Artabano II y, poco después, Vologeses I, que acuñaría monedas con leyendas en pahievi-arsácida y en cuya época, según una tradición bien extendida, se redactó por escrito el "Avesta". Durante el siglo II, Ctesifonte caería varias veces en manos romanas -con Trajano (115), Marco Aurelio (165) y Septimio Severo (198)-, pero la misma reiteración es indicio de la inutilidad de la conquista. Vologeses IV (148-191) invadió toda Siria y las ciudades le aclamaron como libertador. Y un emperador, Macrino, que perdió varias batallas ante Artabano IV, tendría que firmar una paz con él. Mientras tanto, en el este, el imperio Kushan había llegado a su máximo esplendor. Las buenas relaciones con el Irán de los partos se habían debilitado y el peligro parecía cernirse otra vez. Pero la reacción irania sería dirigida por nuevos jefes, porque en torno al 224 d. C. los arsácidas dejaban de reinar. En la región de la antigua Persia un señor local, Ardasir, se levantó y venció a su rey. Con él nacería el último de los imperios iranios, el de la casa de Sasán. El Imperio parto duró 475 años. Con razón K. Schippmann se pregunta dónde está la larga agonía que se le atribuye si, citando a K. H. Ziegler, resulta evidente que los romanos no la vieron. Pues ni Caracalla ni Macrino la percibieron según los documentos que Herodiano nos transmitió (IV, 10-2: V, 1-4). La convicción de sentirse iranios y herederos del mundo aqueménida resulta manifiesta en muchos de sus rasgos culturales y políticos. Sólo cuando recuperaron la mayor parte del antiguo imperio restauraron la vieja titulatura: Gran Rey y Rey de Reyes. J. Wolski acentúa que los arsácidas poseían el iranismo como centro de su ideología política. El filohelenismo no era más que un acercamiento integrador a un sector importante del imperio, lo mismo que Ciro se llamó a sí mismo devoto de Marduk. La carta de Artabano II (Tácito, "Anales" VI, 31), tantas veces citada, es más que elocuente: pide la devolución de todos los territorios que habían pertenecido a los aqueménidas.
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Es muy difícil de calibrar la transformación que sufren la pintura y la escultura contemporáneas sin tener presente la aparición de la fotografía y el cine, y su expansión. Existe una necesidad de consumo masivo de imágenes y representaciones de las cosas y los hechos que queda satisfecha por la fotografía y el cine en el mundo contemporáneo. La popularización de la fotografía y del registro cinematográfico separó en buena medida los intereses de la pintura de esa función tradicional en ella que ha sido la representación ilusionista de la realidad sensible y la crónica de las acciones.Por supuesto que en la época de las vanguardias existen numerosas conexiones entre las innovaciones que aparecieron en el ámbito de las artes plásticas con las formas de reproducción y recreación de la realidad que descubrieron la cámara fotográfica y el cinematógrafo. Podremos observarlas, por ejemplo, de manera palmaria en la producción plástica de los futuristas. Pero, lejos de que la creación cinematográfica haya supuesto, simplemente, un medio artístico activo añadido a las técnicas tradicionales de representación (la pintura, el grabado...), el hecho es que la función de reconstruir y organizar para el público la imagen ilusionista de la realidad en la que vive o se proyecta ese público ha sido absorbida por el cine y el disparo fotográfico en la moderna sociedad industrial. Y esto, precisamente, se produjo en menoscabo de la utilidad de la pintura y la escultura para esta misma misión. Lo mismo que la mentalidad moderna asimiló el cine como medio de expresión que correspondía al presente, lo mismo que la imaginería de la cultura de masas pasó, tal vez de forma definitiva, a ser patrimonio de la cámara fotográfica y sus derivados, las artes plásticas se vieron relegadas a una demanda mucho menos explícita, que no implicaba una verdadera necesidad social, y todo ello emplazó a los pintores a plantearse nuevos problemas en la autodeterminación de su oficio.Este fenómeno es obvio, por ejemplo, en el cambio de función de algunos géneros pictóricos como el retrato. La captación verista de los sujetos retratados dejó de ser una instancia principal para el pintor, si es que éste llegaba a cultivar el retrato. La pregunta no era tanto por el qué de lo que represento, cuanto por el cómo de la interpretación de esa realidad. Pero, no se trata de volver a denotar que en el mundo contemporáneo se ha puesto fin a la pintura tradicional de retrato, de crónicas, de acciones y de historia. Si bien las nuevas condiciones que aparecen con el cine y la fotografía en la cultura visual afectan a ésta de un modo global y, por así decir, superestructural, hay que osar también ver esos problemas con ejemplos puntuales y sencillos. Basta comparar una fotografía del joven Picasso con el retrato que le hizo Juan Gris en 1912 para cerciorarnos de que el cuadro cifra la imagen del pintor malagueño con un código elementalmente distinto, que sólo es operativo en el marco de un lenguaje pictórico específico, pero que no rivaliza con el ilusionismo fotográfico, o, de otro modo: que no está legitimado por su contenido, sino por la pertinencia de un modo autooperativo de abordar éste.Es cierto que la historia de la pintura no es la del naturalismo ilusionista, qué duda cabe. Pero, en la tradición moderna, cuyos orígenes están en el Renacimiento, ha primado la idea de que la representación artística ha de regirse por la experiencia fidedigna de la realidad tal y como la vemos. Podrán encontrarse muchas excepciones y ejemplos ambiguos, incluso etapas críticas, pero es un factor incuestionable el que la tradición artística moderna se propuso prioritariamente el perfeccionar el conocimiento del mundo exterior en la pintura, el descubrirlo a través de ella. La autoridad del qué o, por decirlo de otra manera, la autoridad de lo que se conoce impone los criterios de valor a la hora de distinguir la calidad de un cuadro. El cuadro es mediador o propicia el conocimiento de objetos comparándose con ellos. El criterio de la verosimilitud es básico. Pues bien, esta relación que está presente aún en el naturalismo de un Menzel, en el impresionismo francés, y en buena parte del arte finisecular, no está tan clara en el arte de la vanguardia.Arnold Gehlen ha dicho que en el arte contemporáneo "el pintor pinta problemas artísticos". La autoridad del qué no está tan presente como la autoridad de lo desconocido que se revela por la composición de la superficie pictórica. Esto, que no deja de ser una generalización, supone la entrada en juego de la autonomía de los procesos pictóricos mismos para la creación de mundo. En este punto radica en buena medida el que el arte de vanguardia haya sido caracterizado como aquél que establece una disolución neta de los principios tradicionales de representación artística. El libro de Mario de Micheli sobre las vanguardias artísticas comienza diciendo: "El arte moderno no nació por evolución del arte del siglo XIX. Por el contrario, nació de una ruptura con los valores decimonónicos".Con todo, es cuestionable el que no hayan de ser considerados criterios de continuidad. Las novedades no surgen de la nada, y de sobra sabemos que en el siglo XIX no hubo una única tradición, sino que se sucedieron y convivieron muy diversas tradiciones. En la trayectoria de los orígenes del arte contemporáneo se da, por ejemplo, un encabalgamiento entre el modernismo y el cubismo, que no es fácil de explicar por la simple fórmula de acción-reacción. Las obras de Cézanne, de Gauguin, la de Matisse propiciaron el advenimiento de diversos movimientos de vanguardia, y no por ello podemos retrotraer los criterios del vanguardismo histórico a los idearios de estos pintores del cambio de siglo. Digámoslo de otra manera: sí hay evoluciones.
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En un momento que no se puede precisar -probablemente a comienzos del IV milenio- los sumerios irrumpieron en Mesopotamia encontrándose en ella con una avanzada civilización, a cuyo desarrollo material contribuyeron sin reservas de ninguna clase (épocas de Uruk y Jemdet Nasr). Muy pronto, el dinamismo civilizador de los recién llegados, llamados en las fuentes los "cabezas negras", se impuso sobre las gentes autóctonas de sustrato asiánico y semita. Se daba paso así a una estructura sociopolítica de ciudades-Estado, organizadas teocráticamente y controladas por una aristocracia de extracción religiosa, encabezada por el "en", y más tarde de origen civil, controlada por el "lugal", que se organizó en dinastías. De entre ellas, recogidas en su mayoría en "listas reales", cabe destacar las que gobernaron en Kish, Uruk, Ur, Lagash, Awan, Khamazi, Adab, Mari y Umma, ciudades constantemente enfrentadas entre sí. Un reyezuelo de esta última, llamado Lugalzagesi (2342-2318), logró unificar bajo su cetro a todo el país, extendiendo su poderío, aunque efímero, por toda Mesopotamia. El amplio período de tiempo que abre la historia de Sumer (2900-2334) recibe el nombre de Epoca dinástica arcaica, subdividida en tres fases, y también el de Epoca presargónica, porque precedió cronológicamente al gran Sargón, el fundador de la dinastía semita de Akkad. La época del Dinástico Arcaico está abundantemente documentada gracias a las excavaciones que han proporcionado inapreciable información escrita y numerosos restos materiales, muchos de ellos susceptibles de ser considerados de interés artístico, con la impronta de una notable personalidad que alcanzaría una gran proyección en el futuro.