Las armas, por decirlo de alguna manera, "psicológicas", fueron protagonistas durante seis meses en la batalla de Stalingrado. Los alemanes se dedicaron a llevar a los rusos a rebelarse contra la tiranía bolchevique, mientras los rusos recurrían a la propaganda política para sembrar el desconcierto y la duda entre las filas alemanas: "Stalin ha dicho: "El Ejército Rojo no ha sido creado para conquistar territorios extranjeros, sino para la defensa de las fronteras de la Unión Soviética. El Ejército Rojo ha observado el derecho y la independencia de los pueblos. A pesar de ello, en junio de 1941 Alemania invadió por sorpresa nuestra tierra, saltándose brutal y vilmente el pacto de no agresión. De esta forma, el Ejército Rojo se ha visto obligado a bajar al campo de batalla para defender la propia Patria contra los ocupantes germánicos y echarles de nuestra tierra. ¡Soldados alemanes! El Ejército Rojo no declara la guerra al pueblo alemán, sino a la rapaz camarilla hitleriana. El que vuelva la espalda a Hitler y tire las armas será perdonado. El que se resista a deponer las armas será aniquilado. ¡Rendíos a los rusos y salvareis vuestras vidas! ¡Hacedlo por Alemania y vuestras familias!" Esta hoja volante sirve como salvoconducto en el momento de la rendición".
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La mayoría de los españoles que se encaminaban por estudios que podemos calificar de medios en el siglo XIX lo hacían en seminarios eclesiásticos, colegios privados, institutos provinciales, escuelas normales de magisterio y, por una vía diferente, en las escuelas preparatorias para los estudios militares. Los estudios superiores o asimilados se hacían en las academias militares, en las universidades o en escuelas especiales de ingenieros u otras. Este esquema, sin embargo, es más claro a partir de 1857. En 1824, la enseñanza quedó regulada por el plan de Tadeo Calomarde, que se mantuvo en vigor hasta 1845. Era un plan uniformista y centralizador, que apenas ordenaba lo referente a las enseñanzas primaria y media. Las universidades, algunas de ellas dudosamente merecedoras de tal nombre, tuvieron que regular la enseñanza. En ellas se obtendrían los títulos de Bachiller, Licenciado y Doctor. Los estudios podían ser los comunes de Filosofía y las Facultades mayores: Medicina, Leyes, Cánones y Teología. Desde 1832, la instrucción pública pasó a depender de nuevo del ministerio de Fomento, después denominado de Interior y más tarde de Gobernación. Pero no hubo cambios sustanciales en lo referente a la enseñanza media y universitaria. Hay que resaltar el traslado, en 1836, de la Universidad de Alcalá de Henares a Madrid, que, en 1850, sería llamada Universidad Central. En 1845, Pedro José Pidal introducía un nuevo Plan de enseñanza. El Plan Pidal, redactado por el Jefe de la sección de Instrucción Pública Gil de Zárate, caracterizaba la segunda enseñanza como propia especialmente de las clases medias y se estudiaría en los institutos, costeados por las diputaciones provinciales y, al menos, habría uno por cada provincia. Habría igualmente colegios incorporados a los institutos que se autorizarían si cumplían determinados requisitos. Los contenidos trataban de aunar las asignaturas clásicas, con predominio del latín, con las lenguas vivas y las ciencias. Desde el Plan Pidal, los rectores de cada Universidad serían nombrados directamente por la Corona. Los decanos de las facultades lo serían igualmente por la Corona, a propuesta de cada rector. Las facultades tendrían un claustro de profesores, que, en su conjunto, formarían el de la Universidad. La única universidad que podría conferir el título de Doctor sería la de Madrid. Poco quedaba ya de las universidades pontificias. El proceso centralizador y uniformista liberal quedaba cerrado. En 1847, Nicomedes Pastor Díaz introducía definitivamente las Facultades de Filosofía en la Universidad, con cuatro secciones: dos de letras, literatura y filosofía, y dos de ciencias, naturales y físico-matemáticas, con una duración de cinco años. A la Facultad de Madrid le quedaba reservado el doctorado. La mayor parte de los aspectos de la enseñanza se regularon y ordenaron por la Ley Moyano de 1857, que recogía muchos de los presupuestos del Plan Pidal. El propio Moyano, treinta años después de aprobada la ley que se conoce con su nombre, explicaba la larga duración de la misma por ser una ley nacional, no de partido. Es cierto que la ley sufrió la erosión de los reglamentos, que supusieron variaciones de la agitada política española, pero el edificio central permaneció más de un siglo: el centralismo acentuado, la consagración de los tres niveles docentes, la ordenación del profesorado, el régimen y gobierno de los centros, la existencia dual de dos sistemas de enseñanza: pública y privada, entre otros aspectos. Claudio Moyano, que ocupó la cartera de Fomento tan sólo un año escaso, pudo, en tan corto período de tiempo, redactar la ley, conseguir su aprobación parlamentaria y ponerla en práctica. Moyano supo dar forma al deseo de todos los partidos de terminar con el continuo reformismo en educación. Dentro de los grupos liberales había cada vez mayor acuerdo sobre las líneas generales en las que se debería insertar la educación. En el fondo, Moyano se iba a limitar a recoger las experiencias existentes y a buscar un acuerdo en los puntos claves. Huyó de un proyecto de ley que regulara todo el sistema educativo de modo detallado y, por el contrario, planteó una ley de bases que recogiera las claves en que se debería inspirar la enseñanza, autorizándose al Gobierno para la promulgación de los correspondientes decretos legislativos que desarrollasen la ley pactada. En realidad, muchos de los sucesivos gobiernos de muy distinto signo utilizaron esa potestad para hacer modificaciones y nuevos reglamentos sin modificar las bases. En todo caso, la Ley Moyano fue aprobada, tanto en el Congreso como en el Senado, sin grandes polémicas. El aspecto sobre el que se dio un auténtico debate fue el relativo al derecho de inspección que la Iglesia, los eclesiásticos, tendrían sobre la educación de acuerdo con el Concordato de 1851. El sector que deseaba mayores instrumentos de control para los eclesiásticos era el de los neocatólicos, quienes pretendían que el derecho de la Iglesia debería extenderse al nombramiento de profesores y a la aprobación de libros de texto y no sólo a la inspección de la moral y las doctrinas que se impartían en la enseñanza oficial y privada. El Ministro Moyano argumentó en defensa de su ley que él mismo era católico practicante y que deseaba lograr un buen entendimiento con los eclesiásticos, con la institución. Para ello, defendió que la ley de bases sólo recogía el principio del derecho de inspección de la Iglesia por ser ésta una materia concordataria que obligaba al Gobierno por su propia naturaleza, pero, de acuerdo con la filosofía de la ley, no se reglamentaba dicho derecho, que el texto articulado regularía ampliamente. Con ese compromiso, la Ley fue aprobada sin modificaciones. Efectivamente, los artículos 295 y 298 dispusieron la posibilidad de que los prelados diocesanos ejercieran la inspección en todos los niveles de la enseñanza. Las autoridades civiles y académicas se cuidarían, bajo su responsabilidad, de que, ni en los establecimientos públicos de enseñanza, ni en los privados, se pusiera impedimento alguno a los reverendos obispos y demás prelados diocesanos, encargados por su ministerio de velar por la pureza de la doctrina, de la fe y de las costumbres, y sobre la educación religiosa de la juventud, en el ejercicio de este cargo. En realidad, dichos artículos vienen a confirmar lo que ya estaba recogido en el artículo segundo del Concordato. Después de largas negociaciones a través de un acuerdo de rango superior, el Concordato de 1851, el Estado español se comprometía con la Santa Sede, entre otros, a dos aspectos que, debido a la larga duración de esta norma, supuso infinidad de dificultades e inconvenientes cuando la legislación del Estado quiso adecuarse a una ideología liberal que implicaba el respeto a todas las ideologías y a su libre difusión. En efecto, como nos ha recordado Carlos Valverde (1979: 526), los poderes legislativo, judicial y ejecutivo dispensarían su protección a los obispos en orden a impedir la difusión de las doctrinas anticatólicas y ponían bajo la vigilancia de la jerarquía eclesiástica la enseñanza religiosa de los centros docentes. Ambas disposiciones -Ley Moyano y Concordato- serán el argumento legal que, a lo largo de varias décadas, esgrimirán los defensores del dominio eclesiástico de la enseñanza. La configuración administrativa de la enseñanza media estaba en relación con la universitaria. Existía una universidad central (Madrid) y otros distritos, tantos como universidades, a cuya cabeza había un rector nombrado por el Estado, del que dependían los institutos de enseñanza media. De éstos, a su vez, dependían, como incorporados o asimilados, los centros privados. En 1857, la Ley Moyano establecía un instituto de segunda enseñanza en cada provincia y dos en Madrid. La financiación y organización quedaba en manos de las diputaciones. La concesión de más centros quedaba limitada a que los solicitantes demostrasen contar con recursos suficientes para su dotación y mantenimiento. En 1887, el Estado asumió a todos los efectos la responsabilidad de los institutos. El Plan Pidal de 1845 había pretendido secularizar la enseñanza y había creado condiciones difíciles de cumplir para la enseñanza privada, más estrictas aún para los posibles centros docentes patrocinados por órdenes religiosas. Sucesivas reformas habían suavizado estas condiciones que culminan con el Concordato. Un artículo, que en realidad es un privilegio, vino a aumentar la influencia eclesiástica en la enseñanza, en este caso en los centros privados. Por el artículo 153, el Gobierno podría autorizar la apertura de colegios a las órdenes de religiosos (entonces muy pocos) y de religiosas legalmente establecidos en España y cuyo objeto fuera la enseñanza pública. Lo realmente significativo es que a los directores y profesores de dichos colegios se les dispensaba del título (licenciado en caso del director y licenciados o bachilleres en el de los profesores) y la fianza que se exigían por el artículo 150. Si bien la creación masiva de centros de enseñanza secundaria confesionales será propia del período de la Restauración, al amparo del artículo citado se desarrollaron un buen número de colegios, especialmente por parte de una de las pocas órdenes religiosas que, por esos años, tenían existencia legal en España: los escolapios. En la Ley Moyano de 1857, la enseñanza secundaria tiene dos vías diferentes: 1) Estudios generales con una primera etapa de dos años de duración y otra de cuatro. A la primera se accede a los nueve años, después de aprobar un examen de ingreso sobre las materias de la enseñanza elemental (de seis a nueve años). En ambas etapas se estudian los contenidos tradicionales y, al terminarlas, los alumnos podían obtener el grado de bachiller en Artes. 2) Estudios de aplicación (profesionales), en los que se cursan asignaturas de inmediata aplicación a la agricultura, arte, industria, comercio y náutica (artículo 16). Los que terminaran por esta vía recibirían el certificado de perito en la materia a que especialmente se habían dedicado. Desde el punto de vista administrativo, la Universidad seguirá, desde 1857, el modelo francés centralizado y burocratizado con diez distritos encabezados por el de Madrid y dependientes de la Dirección General de Instrucción Pública. Durante el reinado de Isabel II, tan sólo Madrid era una universidad numerosa, con unos 2.500 alumnos en 1857 y cerca de 6.000 en 1868. Barcelona (850 y 1.600), Valladolid (450 y 1.100) y Valencia (400 y 1.000) llegaron al millar de alumnos. El resto eran pequeños establecimientos, con muy pocos profesores. Sevilla y Granada se acercaban a los 800 alumnos en 1868. Zaragoza y Santiago no sobrepasaban los 500. Las más pequeñas, que rondaban el centenar de estudiantes en 1857, caso de Salamanca y Oviedo, apenas tenían 200 en 1868. La Universidad estaba formada básicamente por dos facultades: Derecho y Medicina. Las facultades de Ciencias, que acababan de desgajarse de las de Filosofía en 1857, comenzaban su andadura, lo mismo que Farmacia. Por su parte, la teología, como enseñanza civil, declinaba. Existía también la Escuela Politécnica, creada en 1821, que posteriormente se dividió en instituciones diferenciadas, encaminadas a la enseñanza técnica. Las escuelas de Artillería, Ingenieros, Minas, Canales, Puentes y Caminos, Ingenieros Geógrafos y Construcción Naval. Las academias y escuelas de Bellas Artes, con un buen número de estudiantes, fueron semilleros de una nueva generación de escultores y pintores.
obra
El escritor Carl August Böttiger (1760-1835) refiere que en 1825 el cuadro se hallaba en el estudio del pintor y que había sido encargado por "un amante del arte de Leipzig". Permaneció incompleto, seguramente debido a la enfermedad que Friedrich atravesaba entre 1824 y 1826, durante la que prefería ejecutar acuarelas y sepias, que le fatigaban menos. Aun incompleto, fue adquirido en 1843 por Dahl, tras la muerte del artista. Es probable que se trate del cuadro conmemorativo de un niño fallecido, cuyos padres aparecen a la entrada del cementerio. No fue el único cuadro de este tipo pintado por Friedrich: de este género son el dedicado a su amigo asesinado en 1820 Gerhard von Kügelgen y el referente al doctor Johann Emanuel Bremer. Se especula si la pareja de progenitores debe mucho a la influencia de Kersting, cuya especialidad eran las figuras. La puerta está inspirada en la del cementerio de la Trinidad de Dresde. En la parte superior de la puerta se encuentran las "arma Christi", es decir, la corona de espinas y las lanzas, con la esponja, que se refieren a su martirio en la Cruz, durante el cual le fue ofrecido la esponja empapada en vinagre para calmar su sed. Por tanto, aluden a la muerte de Cristo. En el centro de la puerta y en la parte inferior, esbozados tan sólo, unos ángeles portan la corona del martirio. A este lado, en un primer término sombrío, representativo de la vida terrena, se detienen los padres, que observan tímidamente el otro lado de la puerta, es decir, el más allá, donde reposan las almas, en cuyo fondo, sobre los abetos - símbolos de los creyentes - se destaca la luz celestial. Es la puerta de la salvación.
contexto
Cuando el Magreb oriental (al-Adna) fue invadido, y su capital, Qairuán, ocupada por los hilalíes (árabes nómadas llegados de Egipto) en 1057, en el Magreb occidental (al-Aqsá) que era, hasta la caída del califato cordobés, un protectorado andaluz, surgió un movimiento político de carácter religioso animado por el espíritu de un reformismo del islam sobre un planteamiento ortodoxo, sunni y maliki.La unificación político-administrativa del gran Magreb, por primera vez, bajo la ideología de Ibn Yasin en un malikismo de estricta ortodoxia, formó un unidad estatal independiente, con centro en Marrakech capaz de mantener firmemente el estandarte del islam magrebí y salvar el islam andalusí de la creciente amenaza del cristianismo español.Tras el triunfo de Zallaqa/Sagrajas, Yusuf regresó a Marrakech sin proseguir la reconquista de Toledo y sin liberar el castillo de Aledo, muy adentrado en las tierras del reino sevillano. De nuevo, los cristianos -el Cid en Levante y Alfonso VI en la zona de Murcia- presionan con sus exigencias de parias y sus incursiones territoriales; Yusuf regresa a la Península (junio 1088) para asediar, junto a las hopas andalusíes, la fortaleza de Aledo, pero sin conseguir un éxito rotundo debido a la rencillas personales de los reyes de taifas y sus divisiones. Yusuf volvió a Marrakech (noviembre 1088) tras enviar un cuerpo de ejército a Valencia, para socorrer la región levantina donde operaba el Cid Campeador, por su cuenta, sometiendo a sangre y fuego a toda la región.En 1090, Yusuf decidió destronar a los régulos andalusíes porque eran para él unos traidores que habían vuelto a pactar con Alfonso VI, tratos que reducían a la nada el alcance de las intervenciones armadas almorávides. Por esta política vacilante de estos reyezuelos y la desunión existente entre ellos, Yusuf se dio cuenta de que estos señores eran incapaces de lograr éxito en la lucha contra los cristianos, mientras permanecieran en el poder. Entretanto, se iba formando un partido andalusí numeroso en favor del emir almorávide acaudillado por los alfaquíes y ulemas de la escuela jurídica maliki.La decisión de deponer a las taifas se materializó tras obtener las fectuas o dictámenes jurídicos de los alfaquíes en los que se declaraba la necesidad de la conquista almorávide de los reinos taifas: "Para llenar el vacío de poder y la nulidad legal del presunto derecho de unos príncipes que habían violado los principios fundamentales de la legalidad islámica". En junio de 1090, Yusuf desembarcó en al-Andalus para hacerse con el poder de hecho y de derecho. Desde esta fecha hasta la conquista de Sevilla (septiembre de 1091), las taifas del Sur cayeron en el poder de los almorávides, bajo el mando de Sir ibn Ali Bakr. Por aquellas fechas, un cuerpo del ejército, mandado por Muhammad ibn Aisa, hijo de Yusuf, siguió adelante por Levante, sometiendo Murcia, Denia y Játiva. El avance almorávide sólo fue detenido por la presencia del Cid alrededor de Valencia, que se rindió al Campeador el 15 de julio 1094, quedando bajo su autoridad y después bajo la de su viuda doña Jimena, hasta que fue conquistada por los almorávides (mayo de 1102).En el mismo año de la toma de Valencia por el Cid, el rey al-Mutawakkil de Badajoz, que mantenía buenas relaciones con el gobernador almorávide Sir ibn Ali Bakr, a cambio de ayuda en hombres y material, pero sentía el peligro de los almorávides, pactó con Alfonso VI. Sir se dirigió con su ejército para apoderarse de Badajoz, llegando hasta Lisboa en noviembre de 1094. Al-Mutawakkil con sus dos hijos fueron asesinados, mientras, antes, los régulos Abd Allah de Granada, Tamim de Málaga y Mutamid de Sevilla habían sido desterrados al Magreb, en 1091. Así todo al-Andalus se incorporó al Imperio almorávide magrebí, excepto la taifa de los Banu Hud en la Marca Superior.Ahmad al-Mustasin de los Banu Hud, entonces rey de Zaragoza, fue obligado, por las circunstancias de su alejada posición y vecindad con los cristianos pirenaicos, a seguir una política neutral, que resultaba favorable para ambas partes, Al-Mustasin conservó excelentes relaciones con Yusuf, el cual pudo percibir la crítica situación del reino hudí, que pudo servir como línea defensiva frente a los vecinos cristianos, auxiliados por los francos, quedando así un solo enemigo a quien combatir, el rey Alfonso VI. Yusuf, poco antes de morir (diciembre de 1106), recomendó a su hijo y heredero Alí que no hostilizara a los Banu Hud y que mantuviese la paz con ellos y los dejase interpuestos entre él y el país de los cristianos, porque estos andalusíes conocían mejor su situación y sabían luchar mejor con el enemigo y algarearles.Al comenzar el siglo XII, tras la muerte de al-Mustasin en la batalla de Valtierra (enero 1110) contra Alfonso I el Batallador, se abre una nueva era: un cambio notable de retroceso de la frontera hudí bajo la presión del reino aragonés, y la intervención almorávide en el Valle del Ebro llevando adelante la guerra santa.
contexto
Para entonces, los británicos habían captado a diversos generales españoles (20). Según documentación importante, ya disponible, el general Franco no estuvo bien informado de los planteamientos alemanes.Ciñéndonos a lo más relevante, Franco presentó la difícil situación económica española y, en consecuencia, la necesidad de justificar ante la opinión pública la entrada en la guerra con una sustancial ganancia territorial que sirviese para unir a los españoles en la empresa.Hitler preguntó sobre lo que se consideraba como una ganancia sustancial territorial. Franco procedió a explicar las pretensiones españolas con detalle y extensión.Hitler replicó que aunque había derrotado a Francia, el nuevo orden europeo no podía construirse sin la cooperación gala y que no estaba dispuesto a discutir cuestiones territoriales hasta que no viese a Pétain al día siguiente.Franco entonces se dio cuenta de su error. Un tanto aliviado se apartó del plan previamente preparado con Serrano, y declaró a Hitler que Pétain era un fiel amigo de España y que él no haría nada que pudiera perjudicarle como jefe del Gobierno francés.Hitler reiteró, por otra parte, que Inglaterra sería derrotada inmediatamente.Es fácil comprender la amargura de Serrano ante los resultados de esta entrevista y la retirada de anteriores promesas en Berlín. Serrano trató por todos los medios de volver a adquirir la posición perdida en su conversación posterior con Ribbentrop, pero fue inútil.Fruto de esta entrevista, los alemanes presentaron a la firma un protocolo secreto que, tras diversas resistencias por parte española, fue firmado.En él, España se convertía en un país del Eje. El Gobierno se declaraba dispuesto a suscribir el pacto tripartito en una fecha a determinar conjuntamente y a entrar en guerra contra Inglaterra una vez concedidos los apoyos militares y económicos convenientes.A cambio, España recibiría Gibraltar y diversos territorios en Africa siempre que Francia obtuviera la misma compensación y fueran respetadas las reivindicaciones de Alemania e Italia.España se comprometía políticamente -Gestapo, Servicios Secretos, Alto Estado Mayor, acuerdos económicos- a cambio de un futurible. Pero no había un compromiso militar efectivo y determinado (21).El 28 de octubre, Italia inició el ataque a Grecia. Fue un auténtico desastre. Hitler empezó a considerar con más interés la conquista de Gibraltar, interés que se acrecentó cuando el general Ritter von Thoma informó bastante pesimista sobre las posibilidades italianas de tomar Suez.Desechando ya la participación italiana en la operación, Hitler expuso sus puntos de vista al mariscal Von Brauchitsch y al general Halder el 4 de noviembre. Habían de establecerse en España los aeropuertos necesarios y continuar los vuelos de reconocimiento.Una vez que Esparta entrase en guerra, los bombarderos alemanes atacarían a las fuerzas navales británicas situadas en el puerto. Simultáneamente, las tropas preparadas en el sur de Francia y los escuadrones de bombardeo en picado cruzarían la frontera.El Estrecho se cerraría mientras tanto con el apoyo de la Marina española y a ser posible la francesa, contando con las baterías alemanas instaladas en la costa y las baterías de Ceuta y Tánger.Al mismo tiempo se efectuarían desembarcos de tropas alemanas en las islas Canarias, Cabo Verde, Azores, y transporte de contingentes al Marruecos español. Se advertiría a Portugal que si ayudaba al Reino Unido sería ocupado de inmediato (22).Estos planes de Hitler se plasmaron en la directiva 18, de 12 de noviembre, a los altos mandos de la Wehrmacht y en el plan de operaciones denominado Félix, que se elaboró posteriormente.Este plan distinguía seis fases:- Medidas preparatorias que se pudiesen disimular por completo, como refuerzo de la defensa del Campo de Gibraltar, venta de baterías, instalación de una base logística y Plana Mayor de reconocimiento.- Medidas preparatorias que no se pudiesen disimular enteramente, pero que no comprometiesen a España, como movimientos de aproximación en la frontera, traslado de unidades de aviación a los aeropuertos de salida y envío de submarinos al Mediterráneo occidental.- Entrada en España de las escuadrillas de aviación, que llegarían rápidamente a Gibraltar para asegurar la protección aérea, destruyendo el puerto y las unidades navales y permitiendo la aproximación de la artillería. Se aseguraría la logística de los aviones trasladados a los aeródromos españoles. A continuación seguirían las unidades destinadas a reforzar la defensa de las costas españolas y a entrar en Portugal.- Ataque a Gibraltar, que se iniciaría veinticinco días después del paso de la frontera con el empleo masivo de artillería, aviones de bombardeo en picado, carros pesados y voladuras.- Cierre del Estrecho y paso de las tropas alemanas al Marruecos español.- Retirada de las tropas utilizadas en la operación en función de la situación y la actitud de Portugal (23).El Estado Mayor de Operaciones de la Wehrmacht urgió al Ministerio alemán de Asuntos Exteriores a finalizar las negociaciones con España, pues si se llevaba a efecto la operación a mediados de enero, debían comenzar los reconocimientos a principios de diciembre. Para entonces, la posición de España tenía que estar clarificada.El 30 de octubre, Franco escribió a Hitler recordándole las aspiraciones territoriales españolas en el norte de Africa, que habían quedado indeterminadas en el protocolo de Hendaya. Italia, el gran obstáculo para el reparto de las colonias francesas, parecía orientarse en otra dirección.Llevó esa carta a Berlín María del Carmen Fernández de Heredia, de la secretaría privada del ministro de Asuntos Exteriores.Hitler mandó llamar al ministro de Asuntos Exteriores español, quien salió para Berchtesgaden el día 14. Una vez en el cuartel general de Hitler, Serrano Suñer, antes de entrevistarse con Hitler, hubo de escuchar severas exigencias de Ribbentrop, quien le urgió a llegar a un acuerdo. Curiosa y significativamente, en Berghof también estaba el ministro de Asuntos Exteriores italiano, el conde Ciano.El ministro español fue recibido por Hitler. Este procedió a explicarle la situación creada por el ataque italiano en Grecia y las nuevas directivas militares para la conquista de Gibraltar.Ramón Serrano Suñer recalcó una y otra vez la situación de impreparación de España y la necesidad de dar al pueblo español una empresa de política exterior para unificar y clarificar la situación interior.Hitler y Ribbentrop volvieron a manifestar que no se podía sacrificar a Francia. Se podía ocupar en aquel momento la Francia de Vichy si Pétain fuese recalcitrante, pero no el Marruecos francés.Hitler declaró, además, que ante la eventualidad de conflictos en la zona prefería que Gibraltar permaneciese en manos inglesas y el Marruecos francés con Pétain. Seguía considerando el ataque a Gibraltar o un inmediato cierre del Mediterráneo como un golpe decisivo en sus efectos psicológicos contra Inglaterra para hacerla desistir de la lucha, pero se fijaba un tiempo para preparar la operación que se tenía decidida.El ministro español, a pesar de ofrecerse para convencer a Franco, caso de una mayor flexibilidad en el reconocimiento de las reivindicaciones españolas, no pudo conseguir un cambio de posiciones.La posterior entrevista con Ribbentrop tampoco fue concluyente. El intento de Serrano Suñer de mostrar que estaba mejor informado sobre la situación y refuerzos que recibía Inglaterra no sirvió de nada. No le pudo convencer de la necesidad de un ataque inmediato a Gibraltar con la colaboración de España, a cambio de las reivindicaciones en las colonias francesas del norte de Africa.El ministro español terminó su conversación de la misma forma que en la entrevista con Hitler. Utilizaría el tiempo de preparación para conseguir de Argentina, Canadá y Estados Unidos tanto trigo como fuese posible.Ni alemanes ni franceses ni italianos admitían las reivindicaciones españolas, ni tampoco hechos consumados. La recepción fue fría, y su partida más fría aún. Serrano volvió a España con el compromiso de entrar en guerra al mes siguiente (24).Mientras tanto, el almirante Canaris había vuelto a España para continuar los reconocimientos; los preparativos para la operación Félix se desarrollaban sin pausa, creándose regimientos especiales, asignándose artillería pesada, bombarderos, cazas, aviones de reconocimiento, batallones de artillería antiaérea y comenzando los entrenamientos de la infantería en las cercanías de Besançon (25).El problema de la ocupación de las islas Azores, Canarias, Madeira y Cabo Verde también se consideró. El 14 de noviembre, el almirante Raeder manifestó la dificultad de conquistar las islas de Cabo Verde y Azores, y la escasa utilidad de las islas Madeira.Hitler no desechó la idea de las Azores, que en su opinión serían de gran importancia si los Estados Unidos entraban en guerra. Propuso, por ello, enviar varios oficiales de Marina y Aviación para estudiar las posibilidades de desembarco, de defensa y la situación de las pistas de aterrizaje, manifestando que podrían basarse allí los bombarderos de un radio de acción de 6.000 km (26).El 25 de noviembre, el embajador alemán en Madrid informó de que Franco había reunido a los ministros militares para una reunión secreta que continuaría al día siguiente.Habían surgido ya algunas objeciones. El período de dos meses de preparación era insuficiente y no aparecía con claridad lo que Alemania daba a cambio.Cuatro días después volvía a informar que el general Franco estaba de acuerdo en iniciar los preparativos, pero que no podía determinarse definitivamente la fecha de la entrada de España en guerra y que el ataque a Gibraltar debía coincidir con el ataque a Suez.El 5 de diciembre, el mariscal Brauchitsch y el general Halder explicaron a Hitler el plan de operaciones. Hitler se mostró conforme con la propuesta del Estado Mayor del Ejército de conseguir el máximo grado de sorpresa en el ataque aéreo al puerto de Gibraltar. Ello implicaría un retraso en el inicio del ataque por tierra.Hitler manifestó que pediría el consentimiento de Francia para cruzar la frontera el 10 de enero, haciendo aparecer los movimientos previos de tropas en la frontera como dirigidos contra la Francia de Vichy. El ataque terrestre a Gibraltar se iniciaría el 4 ó 5 de febrero.Se consideró el reforzamiento defensivo de las Canarias con cuatro baterías de 120 ó 150 mm. Las islas de Madeira, Azores y Cabo Verde ya no entraron en los cálculos. Los preparativos no estarían listos para la fecha de ejecución del plan Félix (27).Con todo preparado, el general Jodl habría de ir a Madrid el 11 de diciembre para explicar al general Franco el plan de operaciones. Pero en esto llegaron las informaciones de Canaris, enviado a Madrid el 4 de diciembre con una carta de Hitler para el general Franco señalando la fecha del 10 de enero para el cruce de la frontera y la necesidad de llegar a un acuerdo.El 8 de diciembre telegrafió que Franco no consideraba oportuno acceder a ello porque España no estaba preparada. Las dificultades económicas eran graves, los abastecimientos insuficientes y los preparativos militares incompletos.En estas condiciones, una guerra de larga duración impondría a los españoles sacrificios insoportables. Además se corría el riesgo de perder alguna de las islas Canarias, Guinea e incluso dar motivo a Inglaterra y Estados Unidos para ocupar Azores, Madeira y Cabo Verde.Con todo, los preparativos debían continuar.Al recibirse esta información, de inmediato se solicitó a Canaris que preguntase a Franco en qué fecha podría iniciarse el ataque.El 10 de diciembre, Canaris respondió que en su conversación con Franco éste no le había señalado ninguna fecha, a pesar de sus requerimientos.Para Franco todo dependía de la futura evolución económica, que no podía preverse. Sólo estaría en guerra cuando el Reino Unido estuviese a punto del colapso.Al recibir esta información, Hitler decidió finalizar los reconocimientos, pero no llevar a efecto la operación. Las baterías preparadas para Ceuta, Tarifa y Canarias no habían de ser enviadas.El 9 de enero, en una reunión en Berghof entre Hitler, el comandante en jefe del Ejército y los jefes de Estado Mayor de Operaciones de la Wehrmacht, el Führer, influido por Raeder, indicó que debía hacerse un nuevo intento para que España entrase en guerra.Para ello había de estudiarse la forma de que Mussolini influyese en Franco. Hitler nunca quiso llevar a efecto la operación Félix sin el consentimiento de España, o contra su voluntad.Mussolini se reunió con Hitler el 18 de enero. El Duce estuvo de acuerdo. Si España entraba en guerra, la situación militar en el Mediterráneo se alteraría drásticamente. Hitler ordenó mantener los preparativos para Félix.Pero a los pocos días el general Jodl señaló que el ataque a Gibraltar no podría efectuarse antes de mediados de abril si los preparativos finalizaban el 1 de febrero, y, sobre todo, las fuerzas asignadas no podrían emplearse en la operación Barbarroja, cuyo inicio estaba pensado para mediados de mayo. Hitler, por ello, ordenó desechar Félix.Mussolini se entrevistó con Franco en Bordighera a principios de febrero. El Duce no dio mano libre a Franco en el norte de Africa y Franco expuso la difícil situación económica de España. No hubo ningún acuerdo (28).Nuevos planes se fueron preparando en función de las noticias de los servicios de inteligencia sobre posibles desembarcos británicos en la Península Ibérica. Así nació la operación Isabella.En mayo de 1942, Hitler firmó la directiva 42, que fijaba los principios para las operaciones defensivas de la Península Ibérica y la Francia de Vichy. Así surgió IlonaA partir de este momento puede hablarse de auténtica presión alemana sobre España. Esta presión se hizo más fuerte tras la operación Torch. Por ello se decretó la movilización (29).En 1943, Franco, ante las presiones del embajador alemán Von Moltke, solicitó Argelia y el Marruecos francés. El embajador respondió que era imposible al habérselo ofrecido ya a Italia. Franco contestó: "Pues dejen a los italianos luchar por ello" (30).
obra
El tercer número de "Ver Sacrum" -la revista de la Secession- fue diseñado por Klimt e incluye un amplio número de ilustraciones entre las que destacan la Envidia y Nuda Veritas, figuras alegóricas enfrentadas. La Envidia esta representada por una figura femenina vestida de negro, de rostro enjuto, coronada con cardos y con una serpiente alrededor de su cuello. El fondo también está ocupado por cardos y sobre la cabeza podemos observar una gran N ya que en alemán "neid" significa envidia, volviendo a aparecer su nombre junto a su cabeza: "Der Neid". Al igual que en Sangre de pez, Klimt se presenta como un excelente dibujante, con un trazo firme y seguro; no en balde, tenía en mente hacer una oposición al cuerpo de profesores de enseñanza secundaria cuando fue convencido por Rudolf Eitelverber para que se dedicara a la pintura.
contexto
Es como si Schlegel plasmara ya el insustancial programa que iban a cumplir los nazarenos. La pintura de los hermanos de San Lucas trató de confundirse, efectivamente, con el arte de los primitivos. Por su peligrosidad a efectos del purismo estilístico, relegaron por completo las tentaciones del naturalismo. Durero, Fra Angélico, Gozzoli, el propio Rafael, estaban entre sus modelos preferidos, aunque a veces no es fácil encontrar fuentes precisas para sus cuadros prototípicos. Una imagen típica es el óleo un tanto ingresiano de F. Overbeck, Germania e Italia (1811-28), que presenta las dos figuras femeninas que encarnan las respectivas culturas nacionales y con sendos paisajes característicos. La rubia y la morena manifiestan con candor y beatitud su amistad, trajeadas y ambientadas en la época en la que la Reforma protestante no había dividido sus sentires.Los nazarenos dejaron una obra que nos parece inmensa. En ella se hace evidente su voluntad rigurosa de aproximarse a las técnicas artísticas quattrocentistas, lo mismo que la insipidez de su capacidad expresiva. Algunos de ellos escondían, sin embargo, un estupendo talento de dibujantes, como Overbeck, Schnorr, Cornelius y Fohr. La mayor parte de los dibujos nazarenos son estudios, algún retrato y temas bíblicos, pero Cornelius también ilustró la primera parte del "Fausto" (1816) de Goethe y la "Canción de los Nibelungos" (1817). Este tipo de ilustraciones, junto a las de L. E. Grimm para la recopilación de von Arnim "Des Knaben Wunderhorn" (1808-1819) y a otras posteriores, popularizaron la imaginería neomedieval germánica. En esta visualización de fábulas que se hará tan típica fue más importante el modelo de Altdorfer que el del propio Durero.La importancia del nazarenismo comienza realmente con su expansión. Entre los encargos que recibió el grupo hay dos que le granjearon una enorme fama. Cornelius, Veit y otros se atrevieron a recuperar de alguna manera la pintura mural quattrocentista en la decoración de algunas salas de dos residencias privadas en Roma: en 1816-17 el Palacio de J. S. Bartholdy y en los años veinte el Casino del marqués Carlo Massimo. En la Casa Bartholdy realizaron un ciclo con temas bíblicos en una de las salas, y en el Casino Massimo dejaron tres salas con sendos ciclos dedicados a Dante, Ariosto y Tasso, homenaje a la épica de los ilustres. Estos trabajos fueron muy admirados por sus coetáneos.De ellos han quedado numerosos testimonios que dan fe de su insólito prestigio. Thorvaldsen, Canova e Ingres promovieron encargos para los nazarenos. Ya en 1819 la Hermandad celebró una exposición en el Palacio Caffarelli que acreditó a estos artistas piadosos como el frente dominante de la pintura romana. En poco tiempo lograron, por así decir, colocar un nuevo filtro en la visión artística de Roma y de la tradición clasicista italiana. El ambiente romano parecía entonces tener los rasgos de un ingenuo pesebre navideño trazado con los estilismos propios de la remota y ahora estereotipada tradición de los primitivos.La gran expansión del purismo historicista se produjo en los años treinta. Los encantos de la pintura nazarena consiguieron subyugar a media Europa. Museos, iglesias, tribunales, y cualesquiera lugares urbanos propicios a la autorrepresentación burguesa se llenaron de las gloriosas composiciones historicistas. Los nazarenos fueron llamados a Munich, Francfort, Düsseldorf, Viena y otras ciudades con importantes encargos artísticos, y algunos de ellos se incorporaron a las Academias. Munich se convirtió en un destacadísimo centro del historicismo con los ciclos murales realizados por Schnorr y Cornelius. En 1826, Wilhelm von Sachadow, después de un breve profesorado en Berlín, fue nombrado director de la Academia de Düsseldorf que, con artistas como K. F. Lessing y K. J. Begas, se convertirá en uno de los grandes focos del historicismo. El ideario nazareno, pese a sus premisas originarias, se adaptaba perfectamente a las estériles maneras académicas, y su gusto, con variantes, se impuso de hecho en los grandes centros artísticos oficiales. Además, la pintura y la arquitectura historicistas se desarrollaron a la par que la historiografía artística.En Italia se dejó notar su impronta en muchos artistas. Ya nos hemos referido al escultor Bartolini. El pintor Tommaso Minardi (1787-1861), muy próximo a Overbeck, ejerció la docencia en Perusa y en Roma y fue uno de los nazarenos italianos destacados que contó con más discípulos. A su misma generación pertenecían F. Saraceni, G. Tebaldi y G. A. Baruffaldi. El sincretismo historicista de raíz nazarena, muy bien acogido por el Vaticano revanchista de la Restauración, afectó profundamente al panorama artístico de Italia hasta la época de los macchiaioli o realistas toscanos. No olvidemos que existen derivados tardíos, como la obra de Francesco Hayez. Antonio Bianchini fue el autor de un "Manifesto del Purismo" (1843) que sirvió de catecismo para esta corriente.En España el nazarenismo no provocó grandes adhesiones, salvo en los idearios de P. Milá i Fontanals y en algunos artistas catalanes como Cl. Lorenzale y J. Espalter, o, más tardíamente, en un Manuel Domínguez (1840-1906). Pero en Inglaterra las consecuencias de esta moda son colosales. William Dyce (1806-1864) y Charles Lock Eastlake (1793-1865), simpatizantes de la Hermandad, serían los iniciadores. La mitología patriótico-religiosa de los ciclos murales nazarenos de Munich fue la gran referencia a la hora realizar una decoración de similares intenciones en el nuevo edificio del Parlamento de Londres. Ellos serían los principales responsables de este trabajo, y promotores de un tipo de pintura que alcanza igualmente a Ford Madox Brown y al movimiento prerrafaelita, emblema de la Inglaterra victoriana.Entre los seguidores franceses del nazarenismo romano se encuentran discípulos de Ingres, como H. Flandrin, y otros que habían comenzado ya con el estilo trouvadour de Pierre Révoil, como Victor Orsel, seguido de Louis Janmot. La expansión del purismo nazareno en Francia cobró fuerza sobre todo en los años treinta, y fue un movimiento católico al que no escatimó simpatías la monarquía, ni la Iglesia, que le colmó de encargos. Su gran protector fue el conde de Montalembert, escritor, historiador e ideólogo de la Restauración y que era un simpatizante del historicismo alemán. Formó -se dijo- "una falange de artistas cristianos (...) opuestos a la escuela romántica", que debía ser la de los innovadores de entonces.
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El Principado de Augusto trajo consigo un sinnúmero de transformaciones que afectaron a todos los estamentos del Imperio. La Península Ibérica no permaneció ajena a estos cambios y así nadie discute que la época augústea abrió una nueva etapa en el proceso de urbanización y monumentalización de la Península, si bien es justo reconocer que, en buena medida, Augusto continuó con la planificación iniciada por César y, además, contó con la inestimable colaboración de M. Vipsanio Agripa, que ya había desarrollado una amplia labor organizadora en la Galia, con especial incidencia en la configuración urbana. A él se atribuye la creación de la infraestructura necesaria para la vertebración -militar, política, económica y administrativa- de la zona Noroeste, recién conquistada, con la creación de ciudades como Asturica Augusta (Astorga), Lucus Augusti (Lugo) o Bracara Augusta (Braga) y, asimismo, debió participar muy directamente en la reorganización administrativa general de la Península en virtud de la cual la antigua provincia Ulterior quedó dividida en dos circunscripciones distintas con el río Guadiana como límite común de ambas: al Sur del río la Baetica y al Norte la Lusitania, operación tradicionalmente fechada en la célebre reunión del Senado del año 27 a. C. y que recientes investigaciones se inclinan a trasladarla a un momento posterior a la definitiva pacificación de Hispania, entre el 16 y el 13 a. C., coincidiendo con la segunda presencia de Augusto en suelo peninsular. Quizás intervino Agripa directamente en la fundación de Caesaraugusta (Zaragoza) y nadie duda de la importancia de su actuación en Augusta Emerita (Mérida), la capital de la Lusitania.Ya fuera el propio Augusto o bien sus más directos colaboradores, lo cierto es que su labor de ordenamiento político-administrativo se articuló en una doble vertiente, por una parte la continuación del programa de desarrollo jurídico de las ciudades y, por otra, la fundación de nuevos núcleos de población, no sólo en los territorios recién conquistados, sino también como apoyo del plan de reorganización administrativa general de la Península. En cualquier caso, y con independencia de cada tipo de actuación, la consecuencia más inmediata fue la ampliación monumental de las ciudades que fueron equipadas con nuevos conjuntos arquitectónicos en perfecta consonancia con el rango detentado por cada una de ellas y en los que la influencia comenzada a ejercer por el fenómeno del culto al emperador fue cobrando una importancia cada vez más creciente. Por tanto, monumentalización y culto imperial son dos conceptos básicos para entender el desarrollo de la arquitectura en las ciudades en los albores del Principado y no solamente en las colonias ex novo como Augusta Emerita o Caesaraugusta, sino también en núcleos urbanos, exponentes de comunidades de población indígena, como Bilbilis (Zaragoza), Segóbriga (Cuenca) o Conimbriga (Condeixa-a-Velha, Portugal). Las dificultades impuestas por al accidentado relieve tan característico en extensas zonas de la geografía peninsular, lejos de representar un obstáculo insalvable, fueron solventadas mediante la adopción del sistema de construcción en terrazas, dotado de una amplia tradición en toda el área mediterránea, con planteamientos de tipo escenográfico y de gran espectacularidad, como el conjunto constituido por el foro y teatro en Bilbilis y Saguntum, el santuario en terrazas de Munigua (Sevilla) o el impresionante ninfeo de Valeria (Cuenca), concebido como una gran fachada arquitectónica.
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Entre los años 900 y 725 a.C., un lento crecimiento demográfico y económico consolida las nacientes poleis o ciudades-estado griegas. Atenas, Argos, Corinto y las ciudades de Eubea, entre otras, irrumpen en la escena del comercio mediterráneo, gracias a sus refinadas producciones cerámicas y de metal y a las exportaciones de aceite y vino. El siglo VIII, clave como punto de encuentro entre el final de la Edad Oscura y la época arcaica, renacimiento que continúa y se opone al período inmediatamente anterior, es también el punto de partida de un período rico en logros culturales, en transformaciones sociales y políticas y en situaciones conflictivas. Las ciudades, a través de la afirmación en el plano económico, militar y político, se implantan como lugares de actuación de los propietarios de las parcelas de la tierra cívica, los soldados defensores del territorio, los que se hallan en disposición de disfrutar de la politeia, de los derechos de ciudadanía. La comunidad se amplía considerablemente, pero para ello pasa a través de la stasis como conflicto interno y de la transformación del sistema aristocrático, heredero de la antigua realeza, en un sistema predominantemente oligárquico, en algunos casos tendencialmente democrático. Paralelamente, en íntima relación con todo lo anterior, el mundo griego amplía su escenario geográfico a través de la expansión colonial, fenómeno vinculado por medio de lazos diversos con los cambios económicos de la polis en formación, hasta el punto de que, al mismo tiempo que se produce como efecto del modo de desarrollarse ésta, se transforma en factor influyente sobre el modo en que se configura a lo largo del período. La expansión comercial de las ciudades de este periodo hizo que, hacia el siglo IX antes de nuestra Era, diera comienzo la fundación de colonias por todo el Mediterráneo, desde el Mar Negro hasta Iberia y desde el Norte de África hasta las costas francesas, buscando el beneficio del trasiego mercantil. El crecimiento demográfico y económico promueve el descontento, sin embargo, de buena parte de la población, que requiere cambios políticos y de las estructuras sociales. Frente a estos grupos reivindicativos, las elites aristocráticas se oponen a compartir el poder, lo que da lugar a crecientes fricciones internas. También se propone la fundación de colonias como medio para desactivar la tensión interna, evitando una expansión regional que llevaría a sangrientas y costosas guerras frente a las poleis vecinas. La Magna Grecia o Megále Hellas nace en la Italia meridional como una extensión de la Hélade, con fundaciones como Pithecussai, Cumas, Naxos o Siracusa. A lo largo del siglo VI, Grecia alcanza un poder hegemónico en el Mediterráneo. Sus productos surcan el mar de un extremo a otro, llegando a puertos muy alejados entre sí. Pero Grecia, las poleis griegas, no sólo exportan productos, también formas artísticas, estructuras políticas o ideológicas, cultura, en definitiva. Las colonias que se fundan en este momento, también las orientales, pronto se convierten en centros en plena ebullición intelectual, promovida por filósofos, artistas, científicos y literatos. El tráfico de ideas y personas entre Oriente y Occidente, ciertamente no siempre de modo pacífico, es constante y enriquece a ambas partes. Volviendo a la política, el sistema oligárquico acaba finalmente por colapsarse, dando lugar a la entrada en escena de los tiranos. Éstos no son otra cosa que personas notables que toman el poder con el apoyo de buena parte de la sociedad, cansada de un sistema de gobierno aristocrático que consideran perjudicial. Tyrannos, término de derivación Anatolia, quiere decir "señor". Los tiranos acceden al poder con el consenso de buena parte de la población, que busca en su persona alguien capaz de solucionar los problemas que la acosan. A pesar de las connotaciones despectivas con que el término ha llegado a nuestros días, hubo tiranos que gobernaron de manera despótica, mientras que otros buscaron la aceptación del pueblo promoviendo la economía o emprendiendo programas de obras públicas. En esta época una polis, Corinto, alcanza un gran desarrollo con la dinastía de los Cipsélidas, que promueve la fundación de colonias agrícolas y comerciales y fomenta el comercio potenciando los puertos de Kenchreai y Léchaion, además de emprender la construcción de una carretera sobre el istmo. En Atenas se ensaya una manera diferente de afrontar las tensiones sociales, mediante cambios legislativos en materia constitucional y fiscal, promovidas entre otros por figuras como Dracón y Solón. Sin embargo, las tentativas de reforma fracasan y promueven la instalación de la tiranía. Esparta, en cambio, desarrolla un sistema peculiar, un gobierno aristocrático basado en un cierto nacionalismo de etnia que le hará rechazar a lo largo de su historia la entrada de extranjeros. La expansión de Esparta en este periodo le llevará a apropiarse de mesenia y buena parte del Peloponeso, no pudiendo sin embargo con Argos. Otra característica de este periodo es el encumbramiento de dos lugares que van a ocupar un lugar significativo en la historia y la cultura griegas: Delfos y Olimpia. Ambos sitios se consolidan ahora como santuarios panhelénicos, lugares ajenos a los conflictos que enfrentan a las diferentes poleis y en los que resolver disputas. Sedes religiosas, en ellos se celebran competiciones deportivas y literario-teatrales, que sirven de válvula de escape para las tensiones del mundo helénico. La influencia de Delfos y Olimpia como sede diplomática se acrecienta con el paso del tiempo: sus sacerdotes, mediadores en conflictos o portadores de la voluntad de los dioses, incrementan su poder, al tiempo que crecen los edificios y las donaciones. Desde el año 561 a.C. la tiranía llega también a Atenas. Pisístrato toma el poder frente a la familia de los Alcmeónidas, a los que excluirá del gobierno. Durante su mandato, Atenas conocerá la paz social y emprenderá en lo exterior una política expansiva, armando una poderosa flota. Su política incluye también el favorecimiento de la pequeña propiedad y la pequeña empresa. Esta primera etapa de tiranía en Atenas finaliza en el año 510 a.C., tras un periodo de feroces luchas contra los hijos de Pisístrato. En ese año se inaugura la democracia con Clístenes. La relativa tranquilidad que vive el mundo griego pronto va a verse quebrada. El pujante Imperio persa, comandado por Ciro y Cambises, comienza a extenderse desde el oriente, amenazando primero a las ciudades más cercanas, las de Jonia. Mileto, Éfeso, Focea, Esmirna o Samos comienzan a caer en la órbita persa, en algunos casos debido a la actitud favorable a los persas que muestran sus tiranos. El enfrentamiento entre los mundos helénico y persa se manifestará con toda su crudeza en el periodo siguiente, la etapa clásica.