Busqueda de contenidos

contexto
Una vez ocupado en su totalidad el territorio continental griego, las fuerzas aliadas habían hallado en la isla de Creta un último refugio frente al arrollador avance alemán efectuado a través de los Balcanes. Para Gran Bretaña resultaba una cuestión de especial importancia el mantenimiento de bases instaladas en el mar Egeo. En caso de caer éstas en poder de los alemanes, además de poner en peligro a su flota mediterránea, amenazarían de forma cierta su sistema defensivo del Cercano Oriente. Desde la óptica de los adversarios, la presencia británica en un punto que distaba unos cien kilómetros de sus posiciones suponía a su vez una permanente situación de riesgo. Si el Reich se había lanzado sobre Yugoslavia y Grecia para evitar ante todo que sus campos de aprovisionamiento petrolífero quedasen expuestos a un ataque del adversario, ahora debía lógicamente completar la operación anulando por completo su presencia en una zona de tan alto valor estratégico. Tanto para unos como para otros, el dominio del Mediterráneo oriental se manifestaba como una necesidad de orden vital. Hitler, sin embargo, no comprendía en su justa medida la importancia de este problema. Así, una vez concluidas las operaciones en la península balcánica trataría de iniciar de forma inmediata su gran proyecto de ataque contra la Unión Soviética, que ya había sido pospuesto por un mes con el fin de domeñar a los dos últimos países ocupados. Sin embargo, varios de sus generales terminarían por inclinarle a decidir la operación de conquista de la isla de Creta, centro neurálgico de aquel espacio marítimo. El plan alemán se concretaría de esta forma a partir de una básica utilización de la aviación, que serviría para transportar a más de 22.000 soldados, mientras que el material pesado y los suministros serían enviados por medio de buques. De hecho, el episodio de Creta, denominado por los alemanes como Operación Merkur, había de constituir una de las más originales operaciones llevadas a cabo durante la guerra. Esto se debía al hecho de que su realización pondría en práctica unas formas de actuación totalmente nuevas, que demostrarían allí su verdadera eficacia. Ante todo, debe destacarse la masiva presencia de los elementos paracaidistas, así como la efectividad de los cuerpos encargados de organizar el traslado hacia la isla de tan elevado número de fuerzas. Los paracaidistas eran combatientes dotados de un elevado nivel de entrenamiento, y escogidos entre los cuerpos de élite de la Wehrmacht. Por ello los planes de ocupación de la isla no preveían una duración temporal de las operaciones que se prolongase por más de ocho días, a partir del 20 de mayo de 1941. En la ocupada Grecia, los alemanes habían dispuesto rápidamente una serie de campos de aterrizaje con vistas a la defensa del espacio balcánico, que ahora serían utilizados para lanzar el ataque contra la isla mediterránea. En ellos se encontraban dispuestos centenares de aparatos -bombarderos, cazas, Stuka y cazabombarderos-, además de diez grupos de JU-52 y quinientos aparatos dotados de planeadores. Era toda una gran fuerza aérea de primera magnitud, que aseguraba a Alemania el dominio del aire. Por su parte, Gran Bretaña conservaba el control del mar, a base de su flota de guerra -la Mediterranean Fleet- integrada por un portaaviones, cuatro acorazados, once cruceros y cuarenta destructores. En la isla, defendida por una reducida flotilla aérea, se encontraban además de los refugiados civiles unos 75.000 soldados griegos y otros 30.000 procedentes del Imperio Británico. El parque acorazado era asimismo muy precario en cuanto a tamaño y calidad, contando solamente con 27 carros ligeros, a los que más adelante se añadirían otros 22, además de un reducido número de cañones antiaéreos y de campaña. A esto debía añadirse la situación creada por el bloqueo impuesto por los alemanes, que impedía el abastecimiento básico, y que echaría al fondo del mar más de tres millones de toneladas entre buques y mercancías. La víspera del ataque, los seis aviones -tres Hurricane y tres Gladiator- que se mantenían en Creta serían trasladados a Egipto con el fin de ponerlos a salvo de la destructora acción llevada a cabo por el adversario A partir de las cinco horas del día 20, la isla comienza a ser bombardeada por varias oleadas de aparatos compuestas por centenares de Junker 52 y Messerchmitt. Millares de paracaidistas se lanzan desde ellos sobre el escarpado terreno en busca de sus objetivos principales, aeródromos y demás centros vitales. Pero al mismo tiempo, cuando eran depositados sobre lugares inadecuados, se convertían en fácil blanco para los disparos de griegos y británicos. Llegada la noche de ese día, más de cinco mil soldados alemanes se encontraban ya sobre territorio insular. Las pérdidas humanas habían sido muy elevadas por parte de ambos contendientes, pero el final de la batalla no estaba en absoluto decidido. De forma paralela, desde la mañana del mismo día, los aviones germanos habían atacado de forma sistemática a los buques británicos que acudían a la isla, produciendo el hundimiento de un destructor y fuertes daños en dos cruceros. En la noche del 21, los ingleses atacaron un convoy alemán y hunden tres navíos, produciendo más de mil quinientas muertes. A lo largo de las siguientes jornadas de lucha, el mar será escenario de similares operaciones. Por una parte, detención y ataque de convoyes alemanes por parte de los británicos; por otra, ametrallamiento de la flota inglesa por la aviación germana. Las acciones realizadas sobre tierra firme tampoco se vieron definidas por el momento, lo que impulsará a los alemanes, llegado el día 22, a lanzar mayores contingentes de paracaidistas. Los JU 52 transportarán a cuarenta de ellos en cada vuelo, registrándose un ritmo de recuperación de veinte aeroplanos por hora. Estos, tras haber lanzado su carga, regresan al continente a recoger a otros destacamentos. Durante esa misma jornada, el intento británico por recuperar el aeropuerto de Maleme, ocupado por los alemanes, se vería frustrado, lo que daría ya un giro definitivo a la batalla. A partir de entonces, las posiciones aliadas deberán ir replegándose, a pesar del lanzamiento de una serie de ataques que en general se verán rechazados con éxito. Al día siguiente, cae en poder de los alemanes la ciudad de La Canae, capital de la isla. Las siguientes cuarenta y ocho horas estarían de esta forma dedicadas a proceder a la evacuación de las fuerzas combatientes al mando del general Freyberg hasta los navíos de la Royal Navy que las conducirán a Egipto. Unos 17.000 hombres, algo más de la mitad del total de los combatientes, logrará llegar a su destino. Los demás quedarán en poder de los alemanes. Acerca de la violencia de los combates habidos, da idea el saldo definitivo que arrojaría la lucha; el ejército británico presentaba un total de 1.742 muertos, 1.737 heridos y 11.835 prisioneros. En este bando, veintitrés cazas y otros tantos bombarderos se venían a unir a la pérdida de más de doscientas treinta mil toneladas de barcos, hundidos o abandonados de forma obligada. Por su parte, los vencedores alemanes contaban con 321 muertos o desaparecidos y 217 heridos en sus fuerzas aerotransportadas; el ejército de tierra había sufrido un total de 3.674 muertos o desaparecidos y 2.004 heridos. Al concluir los combates, la Luftwaffe se veía privada de más de doscientos aparatos; a la inversa, la flota británica quedaba reducida en sus efectivos a dos acorazados, tres cruceros y diecisiete destructores, no todos ellos en perfecto estado.
contexto
En el verano de 1941 convenció el general De Gaulle al premier británico Churchill del interés que tenía para la causa aliada el ataque a la colonia francesa de Senegal. Allí esperaba De Gaulle iniciar la gran escalada de la Francia Libre: 6 regimientos de soldados senegaleses, varios buques y, sobre todo, un millar de toneladas de oro, trasladadas al corazón de Africa por el Gobierno de Vichy para salvaguardarlas tanto de Berlín como de Londres. A las órdenes del almirante Cunningham partió una flota hacia Dakar, la capital senegalesa, con fuerzas bastante impresionantes: un portaviones, dos acorazados, 3 cruceros pesados, 10 destructores, 3 cañoneros franceses y seis transportes de tropas, con unos 5.000 hombres. La bahía de Dakar, que iba a sufrir la embestida de sus ex-aliados, estaba defendida por 8 fortines de costa dotados con un total de 9 cañones de 240 mm, 12 de 138 a 188 mm, y 7 de 90 a 96 mm. Podía contar a medias con una torre cuádruple de 381 mm. del acorazado Richelieu, que estaba anclado con graves averías en el puerto y en mala posición de tiro. Había también dos cruceros ligeros, 4 destructores, 3 submarinos y 6 cañoneros En la defensa da la plaza también intervinieron 15 aviones de caza y 30 bombarderos franceses allí destinados y unos 6.000 hombres de tropas coloniales. La desproporción de fuerzas era abismal, pero las autoridades de la plaza, con órdenes terminantes de Vichy de no rendirse y con el claro deseo personal de tomarse venganza de la ignominia de Mers el Kebir, rechazaron toda negociación y dispusieron su defensa. Todos los buques encendieron sus calderas y salieron del puerto, navegando por la amplia bahía, y sólo permaneció anclado el inválido Richelieu, con sus cañones apuntados como batería flotante. El día 23 se rompieron las hostilidades. Era intensa la niebla y las fuerzas británicas disparaban a ciegas sobre la bahía, en la que navegaban los buques franceses disparando igualmente sin visibilidad y cambiando continuamente de posición. La jornada se saldó positivamente para los sitiados, que perdieron un destructor y un submarino, pero impidieron un desembarco de infantería y dañaron tan gravemente al crucero pesado que hubo de regresar a su base; los británicos lamentaron, asimismo, fuertes destrozos en dos destructores y otro crucero pesado. La faena iba a ser dura. Cunningham telegrafía a Londres que la batalla de Dakar era seria. Churchill responde: "Ya que hemos comenzado, sigamos hasta el fin. No se detenga por nada". El día 24 amaneció casi sin bruma. Los sitiados podían pasarlo muy mal. Pero ocurrió como en la víspera. Los cañoneros franceses tendieron durante todo el día cortinas de humo, para reemplazar a la inexistente niebla, y tras ellas se movieron sin descanso los buques de Vichy, disparando con gran precisión: los aviones franceses se estaban imponiendo en el aire a los del portaaviones y sus observaciones aéreas servían como dirección de tiro a los cañones de la flota francesa. Ese día los británicos pulverizaron un submarino francés y causaron destrozos en algunos barrios de la ciudad y en un mercante, pero no en los buques de la bahía. Los franceses derribaron 3 aviones enemigos y lograron algunos blancos sobre sus acorazados, más inquietantes que efectivos. Cunningham lo ve cada vez más oscuro y De Gaulle prefiere abandonar: la resistencia de Dakar se celebra en Francia como victoria nacional y resta simpatías al líder de la Francia Libre. El día 25 salió claro y radiante. Los asediados volvieron a su táctica de andar sin descanso dentro de la bahía y protegerse tras las nubes de humo que tendían sus cañoneros y torpederos. En el aire, la caza franceses se apuntaban nuevos éxitos e impedían la observación aérea británica, mientras daban continuos datos de tiro a sus buques. Hacia las 10 de la mañana se produjo un suceso decisivo para la victoria francesa: el submarino Bebeziers vengó a sus dos compañeros hundidos torpedeando el acorazado Resolution, que hubo de ser remolcado hasta Nueva York para efectuar reparaciones que duraron 6 meses. Cunningham se había quedado en cuadro: la mitad de sus aviones habían sido destruidos o dañados y estaba en inferioridad aérea; había perdido un acorazado y un crucero y tenía otro crucero y dos destructores bastante tocados, mientras que los sitiados estaban como el primer día. Aconsejó retirada y esta vez aceptó Churchill. Mers el Kebir había sido vengado.
contexto
"Y si les damos dos bombas atómicas?", le preguntó el secretario de Estado norteamericano, John Foster Dulles, al ministro de Asuntos Exteriores francés, Georges Bidault, el 23 de abril de 1954. La entrevista tenía lugar en París, a donde había acudido el norteamericano en vísperas de la Conferencia de Ginebra, que esencialmente debía tratar de resolver el conflicto de Indochina. Bidault -"un hombre al borde del hundimiento", según comentaría Dulles- expuso la desesperada situación de los defensores de Dien Bien Phu y leyó el telegrama del general Navarre, jefe de las fuerzas francesas en Indochina, pidiendo que se pusiera de inmediato en marcha la Operación Buitre. Ese plan, ya estudiado el mes de marzo anterior por los jefes de los estados mayores norteamericano y francés, consistía en la intervención de 60 bombarderos B-29 y 200 cazas norteamericanos contra las fuerzas del Vietminh, que asediaban Dien Bien Phu. Sin entusiasmo alguno, Dulles le prometió que lo consultaría con su presidente Eisenhower. Luego, tras una pausa -según contaría Bidault- le soltó lo de las dos bombas atómicas, dejando claro que sería potestativo de Francia lanzarlas o no. Tras unos segundos de estupefacción, Bidault rechazó el ofrecimiento, porque pensó que si las bombas las utilizaban cerca de Dien Bien Phu, serían eliminados tanto los atacantes como los defensores; y si se utilizaban sobre las rutas de suministros de los comunistas, es decir, cerca de China, se correría el riesgo de una conflagración universal, en cuyo caso, los defensores de Dien Bien Phu estarían, igualmente, perdidos. "Es preferible oler un poco de mierda francesa que comer mierda china durante toda la vida" dijo el líder comunista indochino, Ho Chi Minh, en 1946, explicando sus acuerdos con Francia, que permitían la existencia de la República Democrática de Vietnam, aunque dentro de la Unión Francesa. Con todo, a finales de año se rompieron los acuerdos y colonialistas y colonizados llegaron a las manos, porque aquéllos pretendían que todo siguiera igual, y estos, la independencia completa. Arrojados de Hanoi y Haiphong y acosados en las poblaciones importantes, Ho Chi Minh ordenó a sus soldados que se retiraran por la "ruta del arroz" hacia las zonas poco accesibles del noreste y recurrieran a la lucha clásica de guerrillas: no atacar frontalmente a un enemigo superior; no entablar batallas directas; golpear por sorpresa; moverse más deprisa que el enemigo; dominar por convicción o miedo a los campesinos, que serán los ojos, los oídos, los brazos y los pies de los guerrilleros, su granero, su reposo y su base de reclutamiento y, si alguien colaboraba con el enemigo, se le eliminase sin contemplaciones por traidor. Ho Chi Minh reducía todo eso a un principio teórico: "La nación tiene su raíz en el pueblo. En la guerra de resistencia y en la reconstrucción nacional, la principal fuerza depende del pueblo". Para contrarrestar el empuje comunista, Francia intentó levantar el nacionalismo conservador de los indochinos. Anulando los acuerdos firmados en 1946 con Ho Chi Minh -que pasó a ser considerado un bandido rebelde- París negoció, en diciembre de 1947, con el antiguo emperador Bao Dai, al que reconoció como jefe del Estado de Vietnam, con un Gobierno presidido por el general Xuan, prometiéndole la independencia dentro de la Unión francesa, con cierta representación diplomática (ONU, Thailandia, India y Vaticano). Este acuerdo, firmado en marzo de 1949, constituyó el modelo de los convenios rubricados en 1949 con Camboya y Laos, el resto de la Indochina francesa. Esos acuerdos complicaron la situación del Vietminh. Los franceses pudieron contar pronto con numerosas soldados nativos, a los que convirtieron en fuerzas competidoras de las comunistas. Acosado por fuerzas cada vez más importantes, el Vietminh recibía un fuerte castigo y, aunque agotaban, con sus acciones a las tropas coloniales, éstas se recuperaban con mayor rapidez. El panorama cambiaría en Indochina a causa de una serie de factores internacionales, acaecidos entre 1949-51. En 1949, la URSS logró probar con éxito su bomba atómica y ese mismo año, desesperanzado de un triunfo electoral del Partido Comunista francés, Stalin ordenó apoyar al Vietminh. Ese año se creó la OTAN, terminó el bloqueo soviético de Berlín, se fundaron las Repúblicas Federal y Democrática en Alemania. Y, sobre todo, terminó la guerra civil china con e1 triunfo de Mao Ze Dong. Comenzaba la Guerra Fría. Un año después estallaba la Guerra de Corea. En ese momento, China y la URSS reconocieron a la República Democrática de Vietnam, a lo que replicaron Estados Unidos y Gran Bretaña, haciendo lo mismo respecto al Estado de Vietnam. La nueva situación internacional potenció la guerra: brindó un creciente apoyo económico y armamentístico norteamericano a Francia y potenció la ayuda soviética y china al Vietminh. Las desarrapadas tropas del general Vo Nguyen Giap comenzaron a recibir armas modernas y la larga frontera del norte de Vietnam con China brindó a los guerrilleros comunistas "santuarios" seguros y bases de suministro, de donde partía una noria de renqueantes camiones y decenas de millares de coolíes que transportaban pesados fardos sobre sus aparentemente frágiles espaldas.
contexto
Tras su triunfo en las Galias, César se encontraba en la cumbre de su poder e influencia. Pero, entretanto, Roma se ahogaba con un lucha política irrespirable, con cruentas reyertas por el poder. En un intento de frenar la anarquía, el Senado elige a Pompeyo como único cónsul. Asustado por su creciente poder, el Senado conminó a César a licenciar sus legiones y a renunciar a su gobierno de las Galias. La negativa de César significaba el comienzo de la guerra con Pompeyo. El 9 de enero del 49 César, procedente de las Galias, tomaba la grave decisión de cruzar el Rubicón, riachuelo que marcaba el límite de su jurisdicción. En poco tiempo conquista Roma y toda la península itálica. Pompeyo y parte de los senadores huyen a Grecia. César se dirige entonces a Hispania, venciendo a los partidarios de Pompeyo en Ilerda. Tras regresar a Roma, se encamina a Epiro donde, después de un primer revés en Dyrrhachium, se encaminó hacia Farsalia. Allí se producirá la gran batalla entre Pompeyo y César. Pompeyo erigió su campamento entre el monte Dogandzis y el río Eunipeo. Formó después una línea de once legiones bastante completas, además de siete cohortes que dejó en el campamento y en la línea fortificada que iba de éste al río. A los flancos situó a las tropas auxiliares y, en su izquierda, a su impresionante caballería. En total, eran unos 66.000 hombres. César contaba con la mitad de efectivos, divididos en nueve legiones incompletas. A la izquierda situó a los auxiliares, mientras que en la derecha dejó a la caballería y a ocho cohortes ocultas. La caballería de Pompeyo se lanzó sobre la de César. Éste respondió enviando a sus legiones hacia delante. Astutamente, la caballería cesariana se replegó a través de la línea de ocho cohortes, quienes cierran después filas formando una sola línea de combate. Detrás de ella se reagrupó la caballería de César. Mientras las ocho cohortes atacan a la caballería de Pompeyo, la de César toma posiciones en el flanco. El empuje de las cohortes de César obliga a la caballería enemiga a huir, atropellando a su propia infantería ligera. Simultáneamente, se produce el colapso de las legiones pompeyanas, que huyen hacia su campamento en completo desorden. En tan sólo dos horas, César ha ganado la batalla y capturado a 20.000 prisioneros. Pompeyo huye a Egipto, adonde se dirige César en una persecución implacable. Asesinado Pompeyo, prosiguen la contienda sus descendientes, siendo derrotados por César en Alejandría, Zela y Tapso. De vuelta a Roma, es nombrado dictador por diez años.
contexto
Florencia se encontraba por estos momentos en una posición especialmente peligrosa, al hallarse situada entre las líneas de avance aliado y las instalaciones de la Línea Gótica. A partir del 1 de mayo, habían comenzado los bombardeos angloamericanos, que causaron varios muertos y la destrucción de cierta cantidad de viviendas. Esta nueva circunstancia había venido a sumarse a las penosas condiciones de vida de sus habitantes, carentes de los suficientes niveles alimenticios y privados incluso del suministro estable de corriente eléctrica. El día 3 de agosto, los ocupantes alemanes decretaron en la ciudad el estado de excepción. Mediante el mismo, se prohibía a los florentinos el tránsito por la vía pública durante tres jornadas. Ante la situación planteada, los mandos de la Wehrmacht habían decidido la voladura de los puentes que cruzaban el río Arno, para evitar su posible utilización por los aliados. De esta forma, estas vías de comunicación fueron anuladas, a excepción del histórico Ponte Vecchio, que se salvó por decisión expresa del Führer. Sin embargo, con el fin de bloquear los accesos al mismo, fueron destruidos los barrios medievales que se situaban en sus dos extremos. El 10 de agosto, impulsada por la proximidad de las fuerzas aliadas, comenzó una insurrección popular organizada por los grupos de la resistencia. Sin embargo, la esperada entrada no se produjo hasta tres días después. Debido a ello los combates callejeros alcanzaron características de gran dureza, siempre en perjuicio de los sublevados, más débiles y peor armados que los ocupantes. La lucha prosiguió de hecho hasta el último día del mes, cuando las fuerzas combinadas de aliados y partisanos expulsaron al último alemán de Florencia. La ciudad era por el momento la única de Italia, junto con Nápoles, en la que la liberación encontró organizados ya instrumentos de poder por parte de la resistencia, que venían a sustituir a los impuestos por el ocupante. Por fortuna, el riquísimo tesoro artístico allí existente se conservaba intacto en sus elementos fundamentales a pesar de los bombardeos y los combates sufridos por la ciudad.
contexto
Tras la importante victoria de Issos, Alejandro tendrá todo a favor para continuar su avance, que ya aparece como imparable. El conquistador macedonio se encuentra en la cima de su poder. Palestina y Egipto se perfilan como los próximos objetivos, pues ya no encontrará apenas oposición. Comenzó así una nueva etapa en la que consolidó su control en Asia Menor en cuyas costas sucumbieron los últimos focos de resistencia persa, mientras las islas del Egeo eran liberadas por la flota macedonia, y abrió nuevas posibilidades de conquista de la región siriopalestina, cerrando las salidas al mar del imperio persa, al tiempo que lograba acallar las voces de determinados sectores griegos que aún se alzaban en su contra. Las ciudades fenicias de la costa, desde Arados a Sidón, se entregaron sin presentar batalla ante el imparable avance del macedonio. Al mismo tiempo, Alejandro rechazaba aceptar las ofertas de paz que le hacía Darío, pese a su carácter ventajoso, pues le ofrecía nada menos que disponer de los territorios asiáticos al otro lado del Éufrates, a una de sus hijas en matrimonio y diez mil talentos. A cambio, el persa solicitaba la liberación de su familia. En su ya larga expedición, Alejandro hará caer a Tiro -cuya resistencia fue en vano, siendo su población castigada con crueldad-, Samaria y Gaza bajo sus pies. En el invierno de 331 a.C. Palestina ya había sido conquistada por entero. Pronto se dirige hacia Egipto, donde es recibido con júbilo por la población, quien ve en él a su libertador del yugo aqueménida. Alcanza el Nilo sin mayores problemas, siendo aclamado en su llegada a Menfis, donde es investido con el poder y la corona del faraón. Tras fundar Alejandría marcha al oasis de Siwa, donde es proclamado por los sacerdotes como "hijo de Amón", dios ya identificado con Zeus por los griegos. Con ello, consolidaba su propia ascendencia divina, como descendiente de la dinastía argéada, que se remontaba a Heracles y, por ende, al propio Zeus. Alejandro no se demoró mucho en Egipto, sino que retrocedió sobre sus pasos para llegar a las costas fenicias, desde donde partió hacia Mesopotamia en el verano del año 331 a.C. Habiendo dejado atrás el Éufrates y después de atravesar el río Tigris, se encontró en Gaugamela con el ejército de Darío, -quien había renovado su propuesta de paz-, en la que sería la batalla definitiva. Esta vez Darío no quiere sorpresas, así que llega al escenario de la batalla con antelación. Como siempre, dispone a su caballería en los flancos, con la infantería pesada en el centro y la retaguardia. Además cuenta con más de 50 carros de guerra con hoces en las ruedas y unos 15 elefantes. Darío sigue la costumbre persa y vuelve a colocarse en el centro de su ejército. Los macedonios forman de manera habitual. Como es norma, Alejandro se coloca en el ala derecha, comandando la caballería y cerca de la infantería ligera, dejando el grueso de la infantería pesada en la izquierda. Alejandro se lanza al ataque en diagonal y el ala izquierda persa se defiende como puede. Simultáneamente los carros persas se lanzan velozmente sobre los macedonios. Muchos de los conductores perecen por las flechas de los arqueros; el resto pasa de largo al abrirse la infantería macedonia. Esta estrategia se complementa con una segunda línea de infantería pesada que recibe a los carros, a la vez que la primera línea da media vuelta y los ataca por la retaguardia rodeándolos. Abriendo brecha entre las líneas persas, la caballería de Alejandro consigue introducirse en cuña en busca de Darío. Como en Issos, el rey persa se encuentra atascado y sin posibilidad de maniobrar. También como en Issos, no le queda más remedio que huir, produciendo la desbandada de los suyos. La victoria macedonia en Gaugamela es definitiva. Alejandro se encuentra en la cumbre de su poder. Ahora tiene el camino expedito para avanzar hacia el corazón mismo de su enemigo, el debilitado imperio persa. Tras Gaugamela, Babilonia fue fácilmente sometida. En Persia sucumbieron una tras otra las ciudades de Susa, Persépolis, donde Alejandro incendió el Palacio Real, y Pasargada. En la primavera del año 330 a.C., Alejandro reemprendió la marcha en pos de Darío hacia Media. Al llegar a Ecbatana, Darío se había escabullido de nuevo, refugiándose en Bactriana. Los territorios más septentrionales del Imperio Persa eran ocupados en el año 328 y desde allí Alejandro descendió hasta la India, alcanzando el Indo. Pero, tras ocho años alejadas de Grecia, las tropas presentan sus primeras muestras de cansancio, por lo que se impone el regreso desde Patala. Alejandro dirigía el cuerpo de ejército por tierra, mientras Nearco costeaba con una flota hasta llegar al golfo Pérsico. El rey macedonio llegó otra vez a Persépolis y a Babilonia, donde falleció el 30 de junio de 323 a.C. antes de cumplir los 33 años. Con su muerte se derrumbaba su gran, aunque breve, Imperio.
obra
Es un tema relativamente infrecuente. Evoca un pasaje bíblico, del Libro de los Jueces, en que los judíos realizan un ataque nocturno contra el enemigo. Gedeón, al frente de sus tropas armadas con cántaros vacíos y cuernos, y antorchas dentro de los cántaros. Cuando llegaron al campamento de los madianitas, hicieron sonar los cántaros y los cuernos con gran estrépito. Despertados de este modo, los madianitas se dieron a la fuga en medio de un gran pánico. En la confusión de la huida, muchos madianitas murieron atravesados por las armas de sus compañeros. Con un gusto todavía manierista, Poussin refleja en esta composición tumultuosa un gusto por las grandes escenas que se hace patente en las otras dos grandes obras de batalla de este periodo, la Batalla de Josué contra los Amorreos y la Batalla de Josué contra los Amalecitas, con las que se relaciona. Los gestos retorcidos y el amontonamiento de figuras reflejan el lastre que Poussin todavía arrastraba de su aprendizaje en un París todavía apegado a formas que en Italia había sido ya descartadas con la llegada de Caravaggio y los naturalistas, por un lado, y la vuelta de los clasicistas, por otro.
contexto
La reconquista de Edesa en el año 1144 provocará la Segunda Cruzada, entre 1148 y 1151. Desde París, las tropas cruzadas se dirigirán a Constantinopla, donde se separan para encaminarse a Tierra Santa. Ambos ejércitos serán derrotados, en Dorileo y Laodicea. Unificadas sus fuerzas en Jerusalén en 1148, desde allí organizaron sendas campañas contra Ascalón y Damasco, que acabaron en fracaso. Cuatro décadas más tarde se produjo un nuevo enfrentamiento. Un poderoso soberano musulmán ha surgido en la zona, Saladino. Éste reunifica el Islam bajo el sultanato de Bagdad y domina un área que va desde Damasco hasta El Cairo. La gran batalla con los cristianos se producirá en 1187, en los campos de Hattin. Saladino había conseguido reunir un formidable ejército compuesto por más de 30.000 hombres, 12.000 de ellos de caballería, más un número indeterminado de voluntarios. El 2 de julio tomó la ciudad de Tiberias. Ante este hecho, los cristianos enviaron desde Acre a sus mejores guerreros en dirección a Tiberias. Tan pronto Saladino se enteró de la marcha de los cristianos, mandó al grueso de su ejército al campamento de Cafarsset para cortarles el paso. Una vez que el ejército cristiano avanzó, los musulmanes lanzaron su ataque. Acosados, los cristianos se encaminaron a los altos de Hattin. El ejército musulmán cercó entonces a las fuerzas cristianas, dejándoles montar su campamento defensivo, pues el lugar carecía totalmente de agua. Al día siguiente, los cristianos, agotados y sedientos, intentaron desesperadamente llegar a Hattin, pero Saladino les rodeó, bloqueando el apoyo de la caballería. La infantería, presa del pánico, intentó regresar a los Altos de Hattin pero, nuevamente, Saladino les cortó la retirada. La caballería templaria, encargada de la retaguardia, cayó tras una resistencia encarnizada. Todos fueron muertos o esclavizados, salvo un pequeño grupo de soldados, quienes pudieron cruzar las líneas enemigas y escapar. La derrota de Hattin dejó a Saladino libre el camino de Jerusalén. Rodeada la ciudad, cayó en 1187. Lo que quedaba del reino se trasladó a la franja costera, instalándose en Acre la capital y la corte de un rey cada vez más débil.
contexto
Hungría había sido ocupada por los alemanes tras haber detectado intentos negociadores del regente, Almirante Horthy, con los aliados. Se mantenía, con todo, a éste en el poder, aunque estrechamente vigilado, cuando el Ejército Rojo llegó a las fronteras magiares. Lo que iba a suceder en Hungría estaba claro desde antes del comienzo. Frente a sus fronteras se alineaban 3 grupos de ejércitos soviéticos: los Segundo, Tercero y Cuarto Frentes de Ucrania, aunque sólo el Segundo, bajo el mando de Malinovsky, estaba en condiciones de iniciar su avance. Frente a esas tres grandes agrupaciones, que contaban con más de millón y medio de hombres y de 5.000 carros, Friessner podía oponer 26 divisiones -14 de ellas húngaras, de muy escaso valor, como rápidamente se demostraría-, con no más de medio millón de hombres y unos 600 carros. El 6 de octubre atacó Malinovsky entre las ciudades de Arad y Salonta, separadas por unos 70 kilómetros, espacio por el que lanzó el mariscal soviético 3 ejércitos con unos 500 carros. El III Ejército húngaro, que recibió la embestida, saltó en pedazos, colándose al final del día los soviéticos hacia el centro y, sobre todo, hacia el norte, buscando envolver al VIII Ejército alemán y coparlo contra los Cárpatos. Tal fue la velocidad de progresión de los blindados soviéticos que perdieron a su infantería, alargaron mucho sus líneas y en su euforia victoriosa despreciaron el poder de reacción alemán. Las divisiones acorazadas de Friessner diezmaron al VI Ejército blindado de la Guardia y pararon, también, el empuje de los tanques soviéticos en el sector central. Fue en esos días, a mediados de octubre, cuando el almirante Horthy anunció el armisticio (a la una de la tarde del 15 de octubre). Pero los alemanes lo estaban esperando y tenían los planes adecuados para contrarrestar esa decisión. Convirtieron a Horthy en un rehén, controlaron todo el país y prosiguieron la guerra. Y ésta les era plenamente desfavorable en Hungría, pues a sus éxitos contra los blindados soviéticos sucedió la pérdida de Debrecen, tomada por Malinovsky el 20 de octubre. Incurrió, sin embargo, en otro error el mariscal soviético en su afán de aplastar contra los Cárpatos al VIII Ejército alemán: volvió a lanzar demasiado sus carros, que fueron pulverizados por un ataque por ambos flancos en una serie de violentos combates que concluyeron a final de mes. Berlín anunciaba que había causado 20.000 bajas a los soviéticos y les había destruido o capturado un millar de carros y una cifra similar de cañones. Lo que no confesaban los portavoces alemanes era el coste de esas pequeñas victorias: las divisiones acorazadas de Friessner no contaban más allá de 130 blindados, entre carros de combate y cañones de asalto o cazacarros. En esas batallas lograron los alemanes retirar a su VIII Ejército y formar un nuevo frente, que estaba en peligro en el mismo instante de su conclusión, porque por su izquierda ya recibía el ataque del Cuarto Frente de Ucrania (Petrov) y por el centro le embestía Malinovsky, que si bien comenzaba a estar agotado, no es menos cierto que peor estaban los alemanes. A mediados de noviembre su artillería de largo alcance bombardeada ya los suburbios de Budapest. La pérdida de Hungría era un hecho: Friessner contaba apenas con esqueletos de divisiones de infantería, a veces, por debajo de un tercio de sus efectivos (5.000 ó 6.000 fusiles), mientras las acorazadas apenas si tenían efectivos de compañía... Berlín le envió refuerzos: 3 divisiones de carros y 3 batallones de Phanter, de reciente creación, pero en general dieron menor rendimiento del esperado, pues provenían de las levas masivas de Himmler, con adiestramiento escaso en el que se había despreciado la vieja experiencia de las primeras unidades de carros, prefiriendo el elevado espíritu del partido... Con todo, contribuyeron a frenar el empuje de Malinovsky; pero ya se les venía encima a los alemanes otra amenaza. A finales de mes se presentó en el frente el mariscal Timoshenko, encargado por Stalin de la coordinación de los esfuerzos entre todos los grupos de ejércitos soviéticos. Efectivamente, la coordinación iba a ser imprescindible porque por el sur, tras haber limpiado de alemanes el norte de Yugoslavia, atacaba Tolbukhin con su Tercer Frente de Ucrania. En dos semanas de fortísimos combates contra el VI Ejército alemán, avanzó 120 kilómetros, en paralelo a la frontera con Yugoslavia y hacia el lago Balatón. A mediados de diciembre había lanzado al VI Ejército contra los arrabales de Budapest y dominaba con sus cañones el curso alto del Danubio, entre la frontera checa y la capital húngara, que quedaba cercada el 23 de diciembre con dos divisiones alemanas de caballería de las SS en su interior, ya que Hitler la declaró plaza fuerte... Pero el dictador alemán era imprevisible y el 24 de diciembre ordenaba que dos divisiones acorazadas salieran de Prusia Oriental para romper el cerco de la ciudad y sacar de ella a las divisiones cercadas. De nada valieron los informes de Gehlen -jefe del servicio de espionaje del Este- sobre la inminencia de un ataque soviético a lo largo del Vístula, de nada, tampoco, los ruegos de Guderian, que pedía la permanencia en Prusia de tales unidades y la retirada de otros escenarios bélicos, ya inútiles para el III Reich. La intuición de Hitler estaba por encima.