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Después del siglo XIX a.C. se instalan en Babilonia -que había sido un centro de escasa importancia en el país de Akkad- una tribu de los amorritas, procedente de los confines de Siria, conducida por Sumuabum. Este gobernante, según los textos, prefirió abandonar la vida nómada para "conocer las casas", esto es, asentar a su pueblo en una ciudad. Sus sucesores, aprovechando la compleja situación suscitada por la caída del reino neosumerio, se beneficiaron de las rivalidades entre las distintas ciudades para imponerse en el conjunto regional. La ocasión se presentó cuando Rim-Sim, rey elamita de Larsa, tras haber tomado Mari e Isin, dispersó a sus fuerzas. Entonces los semitas de Babilonia aprovecharon esta debilidad de su rival para vencerle, convirtiéndose en dominadores de Mesopotamia. Con Hammurabi, el artífice de la hegemonía de Babilonia, la ciudad alcanzó una gran expansión, sometiendo el resto de territorios gracias a su empuje militar y su hábil diplomacia, que supo aprovechar la fragmentación local y las rivalidades entre potencias. Hammurabi dota a Babilonia de una red de canales para traer las aguas del Tigris y el Éufrates, mediante una vasta campaña de obras públicas con la que logra también unir algunas ciudades mediante canales. Además, Hammurabi dota a su estado de un conjunto legal unificado, que plasma en un código del que nos ha quedado constancia en una estela de diorita, mundialmente conocida. Durante el gobierno de Samsuiluna, hijo de Hammurabi, comienza la presión cassita sobre Babilonia. Este pueblo, procedente de las zonas montañosas de Irán, atacó Babilonia durante más de un siglo, aunque ésta resistió los embates. Sin embargo, mediante una emigración pacífica, por medio de pequeños grupos que se iban asentando en territorio babilonio y asimilando su cultura, los cassitas acabaron por instalarse en Babilonia, sobre la que establecieron su dominio. No obstante, quienes pusieron fin definitivamente a la dinastía de Hammurabi fueron los hititas, poderoso pueblo establecido en Anatolia central y el norte de Siria. Hacia el año 1530 a.C., con el rey Mursil I, los hititas, apoyándose en su poderío militar gracias a sus rápidos carros tirados por caballos, tomaron Babilonia y la saquearon. Los beneficiarios de esta situación -y probablemente aliados con los hititas- fueron los cassitas, quienes ahora tomaron el poder. Hacia la segunda mitad del siglo XV a.C. Babilonia resurge de nuevo bajo dominio cassita, aunque esta vez proyecta su hegemonía más allá de la Mesopotamia meridional, siendo una de las mayores potencias de Oriente Medio, junto al Imperio hitita, el reino Mitanni y Egipto. Las relaciones entre Babilonia y Egipto fueron constantes, enviando princesas a la corte egipcia a cambio de oro. Un rey cassita, probablemente Karaindash, se entrevistó con el faraón Tutmosis III, y fue intensa la relación diplomática entre ambos Estados. El principal peligro para Babilonia provino del pujante imperio asirio medio, con el que pronto surgirían conflictos militares. Las relaciones entre ambos Estados fueron tensas: el asirio Assur-ubalit I tomó parte en los asuntos internos de Babilonia y, ya hacia 1225 a.C., Tukulti-Ninurta I derrotó al rey casita Kashtiliash IV, tomando Babilonia y arrasando el país. Probablemente en la caída de Babilonia tuvo mucho que ver otro frente abierto, esta vez con los elamitas, sobre los que los cassitas habían impuesto un dominio efímero. La caída de Babilonia a manos asirias supuso que fuera incorporada a su imperio, siendo gobernada por personajes asirios. Con el paso del tiempo, los babilonios intentaron liberarse del yugo asirio, logrando incluso algunas victorias parciales. Sin embargo, hacia 1165 a.C. un nuevo ataque elamita a cargo del rey Shutruk-Najunte acabó con las esperanzas de los babilonios, quines vieron su ciudad arrasada y muchas de sus obras de arte, como el código de Hammurabi, robadas. La represión asiria sobre el vencido continuó durante el reinado del elamita Kudur-Najunte, hasta el punto que Enlil-nadinachi, último rey casita de Babilonia, murió en cautiverio. El fin de la dinastía cassita quedó de manifiesto con la deportación del mayor símbolo de Babilonia, la estatua del dios Marduk. El periodo de dominación elamita sobre Babilonia desaparecerá pasados unos treinta años, gracias a la resistencia de los babilonios. Restaurada su realeza, incluso su monarca Nabucodonosor I lanzó a sus tropas contra Elam y Asiria, aunque tampoco éste logrará que su dinastía perdure. La entrada nuevamente de pueblos nómadas, esta vez los arameos, supondrá fuertes convulsiones en Mesopotamia, sometiendo a su control grandes zonas del país y haciendo que un príncipe arameo tome el poder en Babilonia hacia el año 1067 a.C. Contrariamente a lo ocurrido con invasiones anteriores, los arameos conservaron su propia lengua y cultura, en lugar de ser asimilados por la cultura nativa. Una de sus principales características era el uso de pergaminos o papiro para escribir, en vez de tablillas de barro. Otro pueblo venido del exterior, el caldeo, relacionado con los arameos, se asentó en la Mesopotamia meridional, el llamado País del Mar, formando principados y emprendiendo una feroz resistencia al dominio asirio.
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En esta composición Klimt hace una readaptación del retrato de Ria Munck, convirtiéndose en una de sus imágenes más atractivas y llenas de encanto de sus años finales. La figura de la joven aparece en el centro de la composición, con una colorista bata que permite contemplar su pecho al descubierto, cargando así de sensualidad y erotismo al retrato. A su lado observamos una mesa baja adornada con un jarrón de flores, flores que se multiplican por el espacio como observamos tras la bailarina, que incluso lleva una vara en su mano. El fondo de la estancia es un papel pintado típico del arte japonés, mostrando así la influencia de la estampa japonesa en estos trabajos. Esta influencia de lo oriental ya se empezó a manifestar durante el impresionismo, en artistas como Manet, Monet o Van Gogh, reforzándose con Gauguin y su afición hacia lo exótico. La ausencia de perspectiva y la bidimensionalidad que se manifiesta en la escena son elementos tomados del arte japonés, dando la sensación de que los elementos están pegados a la superficie de la tela. Incluso la alfombra que vemos junto a la mesa parece levantarse del suelo y asemejarse a un collage típicamente cubista. De esta manera, Klimt demuestra claramente que su arte no se estanca y que evoluciona con el tiempo, eso sí, siempre mostrando grandes dosis de decorativismo, ahora gracias al color.En esta última etapa, llamada por algunos especialistas caleidoscópica, el lienzo se inunda de diversas tonalidades, generalmente colores puros, que recuerdan a los mosaicos bizantinos de Ravena, admirados por el artista. El color deja en un segundo plano a la línea sinuosa que define todos y cada uno de los contornos, eliminando casi de su repertorio la línea recta. La Virgen o el retrato de Eugenia Primavesi son algunas de las obras realizadas en este estilo final.
obra
Géricault empleó un largo periodo en la preparación de La balsa de la Medusa. Este primer boceto al óleo data de 1816, tres años antes de la conclusión de la obra. Dudaba entre tres posibles situaciones dentro de la historia: el rescate de los náufragos, el motín de los soldados y los actos de canibalismo, que hubiesen mostrado a qué niveles de degradación llegaron los expedicionarios supervivientes. En este caos, todavía parece inclinado a otorgar un poco de esperanza a los ocupantes de la balsa, pues el navío, el "Argus", que puede rescatarlos se halla muy próximo y claramente visible, y no perdido en la lejanía como en la obra concluida. Por otra parte, la composición aún no se halla perfilada en la disposición de las figuras. Como modelos para ellas empleó a sus propios amigos, como Delacroix, e incluso realizó estudios detallados de restos humanos en el Hospital de Beaujon; más aún, llevó cadáveres hasta su estudio para emplearlos como modelos. Con todo, la idea de composición a base de dos pirámides humanas se halla ya esbozada. Faltan aún ocho figuras de la composición final y, señaladamente, el hombre de color que agita la tela suplicando ayuda.
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La diversidad de especies monetarias en circulación, el incremento de numerario, las necesidades crediticias en la época de expansión de los negocios y la complejidad del comercio internacional explican la creciente importancia del oficio de banquero o cambiador. Los cambiadores del siglo XIII se dedicaban fundamentalmente al cambio de moneda, aunque progresivamente aceptaron también dinero en depósito, y en el siglo XIV, sobre estos depósitos, comenzaron a efectuar pagos a los acreedores de sus clientes, por orden escrita de éstos y en los vencimientos establecidos. De esta práctica deriva el cheque bancario, cuyos testimonios más antiguos conservados en la Corona datan de finales del siglo XIV. Los depósitos, utilizados por los banqueros en sus negocios financieros (operaciones de crédito, sobre todo), tenían que ser devueltos a los clientes, a voluntad de éstos, con una parte de las ganancias obtenidas. El riesgo de operar con capitales de terceros era grande y, de hecho, las quiebras de algunos banqueros obligaron a las autoridades a reglamentar el oficio para evitar abusos: las Cortes (1299, 1301, 1333, 1359) y la monarquía (1349) tomaron disposiciones sobre garantías bancarias, penas contra banqueros insolventes, licencias municipales para la apertura de bancos, etc. A pesar de las quiebras bancarias, los bancos se hicieron indispensables y, cuando la monarquía, las Generalidades y los municipios, afectados por la crisis, no pudieron hacer frente a sus obligaciones con los ingresos ordinarios, tuvieron que dirigirse a los banqueros para solicitar créditos y organizar a través de ellos un sistema de empréstitos públicos. La banca privada, en general, salió malparada de estos negocios con las finanzas públicas, y las autoridades recurrieron entonces a la creación de bancos públicos (la Taula de Canvi de Barcelona, por ejemplo). El crédito, aunque combatido por la Iglesia, era universalmente practicado. Laicos y clérigos, banqueros y particulares, se dedicaban al préstamo que muchas veces formaba parte de operaciones de cambio de moneda, traslado de capitales y pagos de plaza a plaza. Así, el crédito se insertaba plenamente en los negocios comerciales de la época, sobre todo el comercio internacional. El contrato de cambio era, en este sentido, la forma más simple: una persona (por ejemplo, un mercader) recibía de otra (por ejemplo, un banquero), en una ciudad determinada, una cantidad de dinero prestado que se obligaba a devolver en otra ciudad a quien se lo había prestado o a otra persona por él designada. Generalmente se prestaba el dinero en la moneda del país donde se efectuaba el crédito y se devolvía en moneda extranjera, y el lucro se disfrazaba en la relación de equivalencia entre las dos monedas: se infravaloraba la del pago respecto a la del préstamo, con lo que el prestatario se obligaba a devolver más dinero del recibido. Esta forma de crédito fue ampliamente practicada por banqueros y mercaderes de la Corona durante los siglos XIV y XV. Como derivación del contrato de cambio, surgió durante el mismo siglo XIV la letra de cambio, un documento mercantil de carácter privado que fue utilizado entre comerciantes como un instrumento de crédito, de pago, de cambio de moneda y de traslado de capitales de una plaza comercial a otra. En esencia, la letra de cambio podría definirse como un instrumento mercantil por medio del cual una persona jurídica (llamada librador-autor de la letra), habiendo realizado con otra persona (llamada librador del valor), en una ciudad determinada, una operación de compra de mercancías valoradas en dinero de esta ciudad, ordenaba a una tercera persona (librado), generalmente un socio o deudor suyo o un banquero con el que trabajaba, que, en otra ciudad y con otra moneda, pagara a una cuarta persona (beneficiario o tenedor de la letra), generalmente un acreedor, socio o corresponsal del librador del valor, la cantidad convenida, con moneda de esta otra ciudad (infravalorada respecto de la primera para disfrazar el interés del crédito) y en el plazo acordado. Los ejemplos de letras de cambio libradas en plazas mercantiles de la Corona, Barcelona sobre todo, o sobre ellas abundan desde finales del siglo XIV, lo que da medida de la inserción económica de la Corona en los circuitos del comercio y las finanzas internacionales. Es obvio que las letras de cambio se utilizaban para efectuar compras en el extranjero, trasladar capitales de una ciudad a otra, obtener crédito, etc. Durante el siglo XV en las principales ciudades de la Corona se practicaba la domiciliación de las letras de cambio, el protesto y recambio (procedimiento contra el librador de una letra impagada), el aval de la letra y el endose (transmisión de la propiedad de una letra de un beneficiario a otro), que convertía la letra en algo parecido al papel moneda. Como es lógico, las letras de cambio transitaban por las mismas rutas que las mercancías y los comerciantes, y las cotizaciones de las monedas que en ellas se expresan guardan relación con el superávit o el déficit de la balanza comercial en cada ruta. En las rutas donde la balanza comercial era más desfavorable (rutas de Oriente y de Flandes), también era donde los libradores del valor y sus corresponsales hacían más negocio puesto que en estas rutas la moneda del retorno era más infravalorada que en las otras rutas. Esta estructura monetaria y mercantil permitió que algunos mercaderes y banqueros se enriquecieran especulando con las cotizaciones monetarias, y obligó a las autoridades a legislar sobre derecho cambiario. Al margen de las operaciones de crédito mercantil, que implicaban cambios de moneda, y que eran utilizadas en las relaciones financieras y comerciales de carácter internacional, desde mediados del siglo XIV se desarrolló un mercado interior de crédito, basado en el censal o censo consignativo, que por su simplicidad y plasticidad se adaptó a las posibilidades de casi todos los grupos sociales, y desbordó el ámbito puramente urbano para extenderse a las villas-mercado y los pueblos rurales. El censal era un sistema de inversión que consistía en entregar un capital a cambio de recibir una pensión o canon anual, equivalente a un tanto por ciento del capital invertido. La operación revestía la forma jurídica de compra-venta de derecho: una persona, que disponía de capital (censalista), compraba por un precio el derecho a recibir una pensión anual (censal), derecho que le vendía una persona necesitada de capital (censatario). Como garantía del pago de la pensión, el censatario obligaba un bien de su propiedad o presentaba avalistas. A diferencia de los préstamos tradicionales, que vencían a corto plazo y era obligado amortizar (pago de los intereses y devolución del crédito), y cuya tasa de interés rondaba el 20 por ciento, los censales, al ser ventas de derechos, eran de duración indefinida y sólo el censatario (que había efectuado una venta a carta de gracia) tenía derecho a redimirse de la obligación, recomprando el censal. Precisamente por su indefinida duración, la tasa del censal era más baja que la del interés de los préstamos: pasó del 7,14 por ciento a mediados del siglo XIV al 10 por ciento a finales de siglo y al 5 por ciento durante la recesión del siglo XV. La estructura del censal y su forma jurídica de venta, que lo protegía de las prohibiciones eclesiásticas, lo convirtió en la forma más usual de inversión y crédito de la Corona, desde el siglo XIV hasta el XVIII. Los censales servían a las viudas para convertir dotes y herencias en pensiones; a los mercaderes para situar una parte de sus ganancias en rentas fijas y seguras; a los señores (nobles y eclesiásticos) para colocar el dinero de sus rentas agrarias monetarizadas; a los campesinos acomodados para consolidarse y prosperar a expensas de las necesidades de sus vecinos; a los testadores para garantizarse decenas, centenares o miles de misas aniversario pagadas perpetuamente por las pensiones de los censales cuya compra disponían en testamento, y a los burgueses y otros grupos sociales para obtener pensiones de los organismos públicos necesitados de capital. En efecto, desde mediados del siglo XIV, las villas y ciudades, puncionadas por la fiscalidad real o señorial, y obligadas a efectuar elevados gastos de aprovisionamiento e infraestructura (construcción de murallas, puertos), se encontraron inmersas en un déficit crónico al que no pudieron hacer frente con el incremento de los impuestos, y tuvieron que recurrir a la venta de censales, origen de una deuda pública creciente que obligó a crear bancos municipales para contenerla.
obra
Siguiendo la tradición impresionista iniciada por Degas de representar escenas protagonizadas por mujeres en el baño, Gauguin realizó esta imagen durante su estancia caribeña o a su regreso a París, enfermo de malaria, pero claramente inspirada en las escenas que había contemplado en aquellas tierras tropicales. Las figuras que contemplamos recuerdan a Renoir o Cézanne, aunque no están exentas de cierta planitud inspirada en la estampa japonesa. El colorido y la forma de trabajar se asemejan a otras obras de estos momentos - Vegetación tropical o Paisaje tropical - resultando sorprendente que haya empleado mujeres europeas para esta imagen en lugar de modelos exóticas que contempló en el Caribe. Quizá Gauguin quiera unir el exotismo con el mundo occidental, resultando imágenes curiosas.
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Monet ha querido reproducir en esta escena el agua con hierba, "un motivo maravilloso a la vista, pero uno se puede volver loco al intentar pintarlo", como decía el propio pintor. La barca ocupa el ángulo superior derecho de la imagen, destinando el resto de la superficie del lienzo a las hierbas, trazadas con rápidos toques de pincel de variados colores. Algunos rayos de sol parecen penetrar entre los árboles e impactan en la barca, aclarando pequeñas zonas. Con esta imagen, diferente a Rocas en Belle-Ile o Playa de Etrerat, Monet muestra otra forma distinta de luz, su ausencia, en una composición de gran simplicidad, que reduce los elementos hasta lo imprescindible, como hará años después en Nenúfares.
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Los pintores de la generación de 1860 sentirán especial admiración por Delacroix, renunciando de esta manera al arte oficial que estaba representado por Ingres. Buena parte de los jóvenes como Degas, Manet o el propio Cézanne tomaron sus obras como referencia directa e incluso en algunas ocasiones las copiaron. En este lienzo podemos contemplar una versión de la Barca de Dante que se conserva en el Museo del Louvre -uno de los lugares más frecuentados por el joven maestro de Aix-. La escena está inspirada en la "Divina Comedia" de Dante Alighieri y representa el episodio en el que el escritor florentino, acompañado de Virgilio, viaja al Infierno y al Purgatorio. Así encontramos a Dante a la izquierda de la imagen, a Virgilio en el centro y al barquero Caronte luchando por salir adelante con la embarcación; al fondo aparece la ciudad infernal de Dis en llamas mientras que los condenados intentan asirse con todas sus fuerzas a la barca. Cézanne recurre a pinceladas rápidas y empastadas con las que estructura la composición, sin llegar a profundizar en el grado de detalle que presenta el original.
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La resplandeciente Barcino romana conoció, como el resto del imperio, un proceso de ruralización y abandono durante el Bajo Imperio. En este contexto es en el que se producen las llamadas "invasiones bárbaras", que afectarán a Hispania por mediación de suevos, vándalos, alanos y, más tarde, visigodos. Son estos últimos quienes harán de Barcino o Barchinona su capital durante un corto periodo del siglo V. A comienzos de este siglo, Ataúlfo se refugia tras sus murallas, perseguido por Roma tras haberse casado con Gala Placidia, hija del emperador Teodosio secuestrada por el rey visigodo Alarico tras su saqueo de Roma en el 410. Con Ataúlfo se sitúa en Barcelona (415) su corte, que domina un extenso territorio visigodo a ambos lados de los Pirineos. Pertenecen a este periodo algunos restos arquitectónicos, como el palacio episcopal y el primer palacio real de la Barcelona visigoda, cuya ubicación nos es desconocida, aunque se piensa que podría estar junto al conjunto episcopal y en la base del Palacio Real Mayor. El desplazamiento de la corte visigoda a Toledo y la designación de esta ciudad como capital de su Reino relegará a Barcelona a un segundo plano, coincidiendo con una etapa de crisis e inestabilidad. La conquista árabe de la ciudad se produce entre los años 717-718, si bien no supone grandes cambios en cuanto a su estructura urbana, debido a que la presencia islámica finaliza pronto, cuando las tropas de Carlomagno, al mando de su hijo Ludovico Pío, la conquistan. Con ello da comienzo una nueva etapa, en la que Barcelona permanecerá bajo dominio franco y como punto principal de la llamada Marca Hispánica, territorio fronterizo que separaba el reino franco de los dominios musulmanes y gobernado por condes. El primero de ellos fue Vifredo el Velloso, nombrado en el concilio de Troyes (878) por el rey franco Luís el Tartamudo. Con él se inicia la dinastía de los condes catalanes, todavía dependientes del reino franco. La conquista de la ciudad por Almanzor en el 985 supone su destrucción y una breve etapa de ocupación. La alegación de los barceloneses de no haber contado con la ayuda de los francos para repeler el ataque supone que, en marzo de 988, el conde Borrel II rompa los lazos de vasallaje y se denomine "duque ibérico y marqués por la gracia de Dios". Tras recuperarse, de Barcelona saldrá una expedición militar que tendrá Córdoba como objetivo, logrando un importante botín de guerra. Durante los dos siglos siguientes, los condados catalanes se irán uniendo mediante alianzas y matrimonios en torno a Barcelona, que se configura como su capital, controlando política y administrativamente un extenso territorio a ambos lados de los Pirineos y avanzando hacia el sur a costa de los dominios musulmanes.