Busqueda de contenidos

acepcion
Según dictaminó el Concilio Vaticano I, es el dogma por el cual todo lo que el Papa declare en cuestión de fe o doctrina está exento de error.
contexto
Durante la primera infancia el niño vive envuelto de forma hermética en mantas y pañales, "se le acuesta, con la cabeza fija y las piernas estiradas, con los brazos colgando al lado del cuerpo; es rodeado de paños y de vendas de toda clase que no le permiten cambiar de situación. Afortunado si no se le ha apretado hasta el punto de impedirle respirar, y si se ha tenido la precaución de acostarle de lado, a fin de que las aguas que debe echar por la boca puedan caer por sí mismas..." Duerme en cuna o en la misma cama de los padres, costumbre ésta condenada por la Iglesia y el Estado dados los riesgos de asfixia que conlleva. Sin embargo, la reiteración de las recomendaciones en sentido contrario nos indica que debía de estar muy extendida. La higiene era más que mínima, escasa. No se le lava el pelo para que la grasa proteja la fontanela ni se le despioja totalmente para que los piojos puedan comer la mala sangre; tampoco se le cortan las uñas hasta los uno o dos años. Sólo se le cambia el pañal una o dos veces al día, siendo frecuente volver a colocarle los ya orinados una vez secos pero sin haberlos lavado ya que se cree que la orina es beneficiosa. Su alimentación consiste inicialmente en leche, con preferencia de la madre o la nodriza, pero si no pudiera ser, se utiliza la de vaca y, sobre todo, la de cabra. Pronto se le introducen también las papillas. Sin duda que tales prácticas no podían por menos que contribuir de forma decisiva a las altas tasas de mortalidad infantil, por ello nuestros hombres ilustrados lanzarán una intensa campaña en contra de algunas de ellas. Así, frente al arropamiento excesivo se preconiza una mayor higiene, recomendándose el cambio más regular de pañales e incluso el baño diario con agua tibia; frente al generalizado uso por parte de las mujeres de las clases acomodadas de las nodrizas para amamantar a sus hijos, se encarece la alimentación materna por el bien de éstos, de la sociedad y de las propias mujeres, para las que constituye su primer deber. A quienes así hagan, L´Émile, de Rousseau, les asegura que tendrán "un cariño sólido y constante de parte de sus maridos, una ternura verdaderamente filial de parte de sus hijos, la estima y el respeto del público, felices partos sin accidentes y sin secuelas, una salud firme y vigorosa, y, por último, el placer de verse un día imitar por sus hijas..." El éxito de tales campañas no fue grande de momento. El destete tiene lugar de forma progresiva, recurriéndose a técnicas como la de untar el pezón con pasta amarga o hacer cesar la leche con prácticas mágicas o actos simbólicos. Para los niños era un momento de cambio psicológico decisivo y, en ocasiones, también físico, pues dejaban entonces la compañía de la nodriza y el ambiente rural para ir a vivir con sus padres en la ciudad. Se iniciaba la segunda infancia, que puede considerarse una época de aprendizajes realizados en la casa y bajo los auspicios de la madre; el padre aún no interviene. Al sustituir las mantas por el vestido el niño ha de acostumbrarse a hacer sus necesidades sin pañal y aprender a caminar. Con frecuencia se le solfa colocar chichoneras más o menos refinadas para evitar los golpes. Se le adentra en los hábitos alimenticios de los adultos. Comienza también a hablar, resultando igualmente temidos para los padres, en este tema, el retraso y la precocidad, considerada un mal augurio. Esta primera etapa de su socialización la hace el niño, sobre todo, a través de los cuentos, de las canciones maternas que lo introducen en un mundo de fantasía, de personajes no reales, algunos de los cuales se utilizarán como amenazas -ogro, lobo...- para hacerle obedecer. Asimismo se le inculcan los hábitos disciplinarios necesarios para la vida en común junto con las primeras creencias religiosas. Conforme crezca, se alejará del círculo familiar para jugar con sus amigos, aprendiendo de este modo las reglas comunitarias y tomando posesión de un espacio físico mayor, el del barrio en que vive.
obra
Durante tres años a partir de 1642, Claes Berchem se instaló en Italia donde se interesará por la escuela clasicista. En ese tiempo realizará estudios y bocetos que le servirán de inspiración a su regreso a Amsterdam, creando un estilo totalmente contrario a Rembrandt y sus discípulos. Las escenas mitológicas y los paisajes pintados por Berchem le convierten en uno de los más destacados pintores "italianizantes" de su generación. En este lienzo se nos presenta a Cibeles cuidando a escondidas a su hijo Zeus ya que su padre, Saturno, devoraba a todos sus descendientes porque el oráculo había pronosticado que sería derrocado por uno de sus hijos. Zeus consiguió crecer y al final acabó con el tirano reinado de su padre y se convirtió en el padre de los dioses olímpicos. La bella figura de la diosa, con sus carnes blanquecinas, contrasta con la tonalidad oscura de la vaca y su propio esposo, creando contrastes lumínicos gracias a la luz cálida y dorada que aplica el artista. Las figuras se encuentran ante un paisaje proyectado en profundidad por la zona izquierda, obteniendo un ambiente idealizado de gran belleza.
contexto
Los niños y niñas judías no están obligados a observar la ley ritual judía hasta los 13 años, en el caso de los primeros, y los 12, de las segundas. A pesar de ello, su educación religiosa comienza prácticamente desde los primeros momentos, siendo educados en la ley judía y realizando aquellas prácticas que no son peligrosas para su salud. Así lo manifiesta el Talmud, en el que se dice: "Tan pronto como el niño hable, su padre le enseñará la Torá". Muy pronto el niño aprende a recitar de memoria diversas oraciones religiosas, entre las que se encuentra el verso del Deuteronomio "Moisés nos dio la ley en herencia para la asamblea de Israel" y el primer párrafo de la sema'. En la escuela el niño empieza a aprender hebreo y se inicia en el estudio de la Biblia y la Ley judía, cada vez con mayor profundidad. A los 13 años, los varones son ya aptos para sujetarse a la ley ritual. Su paso a esta etapa se realiza mediante un rito denominado bar mitzvah (hijo de la alianza), en la que es llamado a leer un fragmento de la Torá por vez primera en la sinagoga. Un mes antes, debe ceñirse las filacterias y el sábado siguiente a su cumpleaños es cuando se realiza la ceremonia. Toda su familia participa del acto con alegría. Las mujeres judías están obligadas por el ritual a partir de los doce años. Antes, el primer acto religioso que les afecta, y dado que no existe para ellas la circuncisión, es la imposición de nombre, rito que tradicionalmente se realizaba durante un servicio del Sabbath, cuando el padre era invitado a participar en la lectura de la Torá y uno de los presentes rogaba por la salud de madre e hija y anunciaba el nombre de ésta. Más recientemente se impone la celebración de una ceremonia equivalente al bar mitzvah masculino, el bat mitzvah (hija de la alianza). En algunas comunidades, la niña es invitada a leer un fragmento de la Torá en lengua vernácula, mientras que en otras sólo se realiza una fiesta familiar. El judaísmo reformista y conservador propone una especie de confirmación que ha de hacerse el día de Pentecostés, en la que los jóvenes proclaman públicamente su fe en la sinagoga.
obra
Antonio Rafael Mengs, el maestro de Maella, autor del lienzo que estamos viendo, trabajó como orfebre. Maella parece querer imitar su técnica miniaturista en lo que más bien parece una hermosa placa de porcelana. El empleo de los tonos rosa pastel, conjugados con grises y dorados se aleja del retrato tradicional barroco, sombrío y austero, como el de la Infanta Margarita realizado por Martínez del Mazo, de tema similar.En este en cambio, la infanta parece una damita, con un canario en el dedo, un abanico en la otra mano, diminuta junto a la mesa, que no por ello la apabulla, sino que realza su fragilidad deliciosa. Sin embargo, la sumisión del artista al rigor en el dibujo y la composición académica nos hace echar de menos algo de libertad y espontaneidad en la pincelada, que hubiera podido aproximarnos mejor a la personalidad de esta niña, que fue casada a los diez años con el rey de Portugal, Juan IV.
obra
Junto a los retratos de niños destacan los femeninos, en los que Esquivel muestra cierta influencia de la pintura inglesa decimonónica, contacto merced a su estrecha relación con su protector, el cónsul británico Julián Williams.
obra
Nos encontramos ante una réplica más reducida del retrato de la infanta Margarita que conserva el Museo del Prado. La obra que se exhibe en Madrid se considera como la última de Velázquez, apuntándose incluso que sería acabada por su discípulo Juan Bautista Martínez del Mazo por lo que este lienzo que contemplamos debe ser obra de taller, posiblemente salida de los pinceles del propio Mazo. Quizá encontremos una ligera diferencia en el rostro, quedando el resto como absoluta copia.
obra
La infanta Margarita María estaba prometida desde su nacimiento a su primo Leopoldo de Austria, quien llegaría a ser emperador. Ese compromiso motivaría el envió de numerosos retratos de la joven infanta a la corte de Viena para apreciar su crecimiento. Así encontramos uno con dos años, otro con aproximadamente cinco y éste que contemplamos, posiblemente enviado a Viena en 1659, cuando la infanta contaría con 9 años. Margarita ha perdido la gracia y belleza de los primeros retratos para tomar el gesto característico de la familia Habsburgo; viste un traje de raso en tonos azules y platas con el guardainfante característico de la moda y las mangas acuchilladas. Una gruesa cadena de oro que cruza su pecho en bandolera y una delicada gargantilla adornan el conjunto, apreciándose en el fondo un escritorio con un león dorado. El rubio cabello suelto se adorna con un lazo azul, en sintonía con el que encontramos en el pecho y en los laterales del vestido. La pincelada rápida, aparentemente imprecisa, domina la composición, creando insuperables aspectos atmosféricos, cromáticos y lumínicos, aplicando el óleo a través de pequeños toques que le sitúan como el mejor precedente del Impresionismo.
obra
La modelo de este cuadro es la niñita rubia que protagoniza el lienzo de las Meninas, la infanta Margarita de Austria. Martínez del Mazo la retrata a la edad de 15 años, vestida de negro por la reciente muerte de su padre, el rey Felipe IV. El autor era el yerno de Velázquez, al que continuamente imitó durante su obra. En este cuadro realiza un pequeño homenaje a la obra principal de aquél, las Meninas: al fondo, tras la infanta, se hallan unas figuras, que son el hermano de la princesa, el príncipe Carlos, a quien atienden meninas y enanos, en una disposición similar a la del citado cuadro. Por lo que respecta al retrato de la infanta, la sobriedad del retrato oficial de la Escuela española se conjuga con la densidad de color del Barroco. El rostro serio de la adolescente se enmarca en una suave aureola dorada que forman sus trenzas. La cabeza, a su vez, queda envuelta en el negro de la estancia y el vestido, que resalta fuertemente una de sus manos, blancas y lánguidas. La otra se apoya en un sillón de terciopelo rojo, que es respondido en un eco amplificado de color con el cortinaje de fondo, herencia de la Escuela veneciana, de la cual existían numerosos ejemplos en las colecciones reales. La alfombra está también llena de puntos de color rojo y dorado, lo cual reduce extraordinariamente la gama de colores utilizados que, sin embargo, ofrecen un increíble juego de efectos de contraste entre sí.