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En los primeros años del siglo XIX comenzó a producirse en la Europa occidental una transformación económica como no se había producido en toda la historia de la humanidad. No hace falta aducir muchos datos para percibir que un europeo que hubiese nacido en 1815 y hubiese vivido hasta la edad de ochenta y cinco años, conoció cambios más profundos que ninguno de sus antepasados, aunque quizá no tantos como llegarían a conocer sus descendientes. La causa que motivó estos cambios fue la Revolución industrial, un fenómeno de industrialización acelerada que se inició en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XVIII y cuya base radicaba en la aplicación de una nueva fuerza mecánica a la producción y más tarde al transporte: la máquina de vapor.Entre los factores que contribuyeron a la aparición de este fenómeno de la industria mecanizada hay que señalar los siguientes: 1) el deseo de mejoras materiales; 2) los avances técnicos en el terreno de la mecánica, de la hidráulica y de la metalurgia; 3) la existencia de capitales disponibles para ser invertidos en la industria; 4) la mayor demanda de mercancías; 5) una provisión de materia prima lo bastante concentrada como para permitir operar en gran escala; 6) unos medios de transporte que permitían la acumulación de existencias y la distribución de los productos por diferentes mercados; 7) la existencia de una mano de obra dispuesta a trabajar por un salario, adaptándose a los nuevos modos de producción. Todos estos factores dependieron en gran medida de un elemento dinamizador de la economía, como era la expectativa de beneficios crecientes. Aunque, como se ha dicho, la Revolución industrial se inició en Gran Bretaña, las ventajas que ofrecía la producción industrial mecanizada, el fenómeno se expandió por otras partes del mundo occidental.Durante el siglo XVIII las fábricas utilizaban fundamentalmente la energía producida por el agua. Todavía a mediados del siglo XIX había en Francia más de 22.000 molinos de agua, la mayor parte de los cuales eran utilizados para moler maíz. Durante el siglo XVII, Holanda que era entonces uno de los países industrialmente más avanzados, hacía uso de la energía eólica. La fuerza animal era también uno de los elementos más utilizados en la producción de energía. Pero fue la utilización del vapor lo que le dio a la industria una nueva dimensión. Ya en 1690, el holandés Denis Papin había escrito que: "Dado que una propiedad del agua es la de convertirse en vapor que tiene una fuerza elástica como la del aire... concluyo que pueden construirse máquinas de agua, que con la ayuda de un calor no muy intenso y con un coste no muy alto, pueden producir ese perfecto vacío". Sin embargo, fue James Watt (1736-1819) quien un siglo más tarde dio en Inglaterra forma definitiva a la máquina de vapor adaptando un pistón al movimiento de rotación. A finales del siglo XVIII las máquinas de vapor se extendieron por Europa y América. Ese éxito se debió en gran parte a que Watt pudo encontrar a un industrial entusiasta y emprendedor como el juguetero de Birmingham, Mathew Boulton, quien se dio cuenta pronto de la importancia del invento de Watt y puso a su disposición sus talleres y su capital. Boulton colocaba las máquinas de vapor en los talleres de sus amigos o en el extranjero por sumas ridículas. La primera de estas máquinas que funcionó en Francia lo hizo en Chaillot, para extraer agua, en 1799. Inglaterra era la gran exportadora de máquinas de vapor a comienzos del siglo XIX, pero los Périer fueron los primeros que la fabricaron en Francia en la época del Imperio. También se construyeron poco después en Bélgica y en la cuenca del Ruhr por parte de industriales alemanes como Franz Dinnendhal, Fr. Harkort y otros, que imitaban las máquinas inglesas haciéndole una fuerte competencia. No obstante, Inglaterra siguió ostentando la supremacía en la difusión de esta nueva fuente de energía y en 1830 tenía ya en servicio 15.000 máquinas de vapor, mientras que en Francia sólo había 3.000 y en Alemania 1.000. El 29 de noviembre de 1814 se imprimía por primera vez el periódico Times en una prensa movida por el vapor.¿Qué ramo de la producción fue el que más se benefició de la mecanización? Parece que los historiadores de la economía están de acuerdo en admitir que fue la industria textil la pionera en estos cambios. "Cualquiera que mencione la Revolución industrial está refiriéndose al algodón", afirma Eric J. Hobsbawm, y aduce como símbolo de este espectacular desarrollo de la industria textil la ciudad de Manchester, que entre 1760 y 1830 pasó de tener 17.000 habitantes a 180.000. A lo largo del siglo XVIII se habían ido produciendo importantes innovaciones en este ramo de la producción. En 1733 un relojero llamado John Key había ideado una tejedora volante cuyo uso se generalizó en 1760. Pocos años más tarde, en 1767, un carpintero, James Hargreaves, construyó un bastidor de ocho usos al que denominó jenny, que era el nombre de su mujer. Esta máquina de hilar pasó a la historia con el nombre de spinning (tejedora) jenny. Sin embargo, uno de los pasos más importantes hacia el desarrollo de máquinas accionadas por fuerza mecánica en la industria textil fue el bastidor movido por fuerza hidráulica patentado por Richard Arkwright en 1768 y que se comenzó a producir masivamente a partir de 1785. Otro paso crucial en este proceso fue el que dio Edmund Cartwright cuando también en 1785 construyó un telar automático capaz de corresponder a la abundante hilaza proveniente de las máquinas de Arkwright, obteniendo un hilo fino y fuerte que no se rompía. En 1801 el francés Joseph Marie Jacquard inventó un telar capaz de tejer figuras y otros diseños en las telas, y por último en 1803 comenzaron a fabricarse los primeros telares metálicos y se aplicó por primera vez la máquina de vapor al proceso de tejido.La demanda de hierro para fabricar las nuevas máquinas y de carbón para alimentarlas hizo que los países que poseían ambos productos se encontraran en mejor disposición para beneficiarse de las ventajas de la industrialización. Eso fue lo que dio primacía a Inglaterra sobre Francia en el desarrollo económico. Gran Bretaña se encontraba ya, a partir de los primeros años del siglo XIX, en la segunda fase de su revolución industrial, cuyo despegue se había iniciado en la centuria anterior. Sin embargo, Francia tendría que esperar hasta los años cuarenta del siglo para conocer un fenómeno semejante, y en Alemania tampoco se habían creado las condiciones para un despegue industrial. En efecto, en Inglaterra, la producción de hierro se desarrolló considerablemente a finales del siglo XVIII, estimulada sobre todo por las guerras y por las necesidades de su flota. A ello contribuyeron también algunas grandes innovaciones en las técnicas de obtención de los terminados y la ubicación de esa industria en las bocaminas del carbón. Después de las guerras napoleónicas, el hierro se convirtió en un importante producto de exportación a los países en los que comenzaba entonces a desarrollarse la industrialización.A pesar de la superioridad británica en este terreno, como advierte Hobsbawm, "la Revolución industrial no puede ser explicada sólo en términos británicos, ya que este país formaba parte de una economía más amplia, que podríamos llamar Economía europea, o Economía mundial de los Estados marítimos europeos. Formaba parte de una gran red de relaciones económicas, que incluía algunas áreas avanzadas, algunas de las cuales eran también áreas potenciales de industrialización o que aspiraban a serlo, y áreas de economía dependiente, así como parte de economías extranjeras no implicadas todavía en Europa".La máquina de vapor transformó primero la industria minera y metalúrgica y, sobre todo, la industria textil. Pero donde produjo una transformación más profunda fue en los transportes. El ferrocarril no era una novedad pues en algunos países se utilizaban los de tracción animal. Pero en 1814 George Stephenson construyó la primera locomotora y diez años más tarde se puso en funcionamiento con fines comerciales la primera línea entre Stockton y Darlington. El éxito fue tan sonado que en 1830 ya se había abierto otra línea entre Liverpool y Manchester, y en 1837 se inauguró el recorrido entre Londres y Birmingham. A partir de entonces se emprendió una tarea de extensión de la red de ferrocarriles, impulsada por la iniciativa privada, ya que el Estado se limitaba a conceder las autorizaciones. También fueron los capitales ingleses los que dieron su impulso inicial a los ferrocarriles en el continente europeo, primero en Bélgica y después en Francia, países que habían completado su red viaria a mediados de siglo.Junto con el desarrollo de los ferrocarriles se pusieron en marcha notables adelantos en la construcción de túneles y de puentes. Existían pocos túneles antes del siglo XIX y en cuanto a los puentes, los que se habían construido hasta entonces eran utilizados fundamentalmente para el paso de peatones y de carruajes no excesivamente pesados. A partir de la puesta en funcionamiento de los primeros ferrocarriles, comenzaron a construirse verdaderas obras de ingeniería, como el túnel de Liverpool de 1830, o puentes colgantes, iniciados por James Finley en 1800 en Pennsylvania.También los transportes por mar se vieron afectados positivamente por el desarrollo de la máquina de vapor. Antes incluso de que Watt perfeccionase su invento, ya se habían hecho algunos intentos de mover los barcos mediante la fuerza del vapor. En 1775 se había hecho una prueba en el Sena con un pequeño motor, que había fracasado. Posteriormente se realizaron otros intentos en Europa y en América, y en 1807 Robert Fulton, un ingeniero de origen irlandés, después de haber realizado varios experimentos, pudo contemplar cómo efectuaba con éxito el recorrido por el río Hudson, entre Nueva York y Albany, el buque de vapor Clermont. Desde entonces comenzaron a utilizarse buques similares en el transporte interior por los Estados Unidos, especialmente en los Grandes Lagos. Conocida es también la estampa de los barcos que recorrían el Mississipí a partir de 1817 y que fueron maravillosamente descritos por Mark Twain. En Europa, los primeros barcos de vapor comenzaron a funcionar también en los recorridos fluviales, y en 1821 se abrió un servicio reglar a través del Canal de la Mancha. Poco más tarde se estableció una línea entre San Petersburgo y Estocolmo. Sin embargo, habría que esperar todavía algunos años para que los ingenieros se decidieran a construir barcos de vapor capaces de enfrentarse con la travesía del océano y desbancar a los populares clippers que siguieron dominando la ruta comercial entre Europa y América.También en esta época se produjeron cambios importantes como consecuencia de la aplicación de la química a la industria. El progreso experimentado por la química en la segunda mitad del siglo XVIII dio pie a la utilización de los nuevos conocimientos a la producción industrial. Henry Cavendish había descubierto en 1784 la composición química del agua, y en 1803, J. Dalton formuló la teoría atómica señalando que todas las propiedades tenían cantidades fijas de elementos; en 1811 Joseph Gay-Lussac describió la composición elemental de la materia orgánica. Con éstos y otros aportes teóricos, algunos químicos dotados de un mayor espíritu práctico se dedicaron al desarrollo de la industria. El sueco Scheele, y más tarde el francés Claude L. Berthollet descubrieron y estudiaron el cloro después de 1772. Años más tarde, el conde de Artois financió la creación de la fábrica de agua de cloro de Javel. El blanqueo de los tejidos por medio del cloro pasó de Francia a Gran Bretaña en 1787. La sosa era necesaria para la fabricación de la cristalería y de los jabones. Hasta entonces se obtenía naturalmente de ciertos lugares de la costa mediterránea, pero Francia que carecía de ella buscó desde comienzos de la Revolución un camino para obtenerla por procedimientos químicos. Nicolas Leblanc desarrolló un método consistente en el tratamiento de la sal marina con el ácido sulfúrico, en 1791, gracias a la financiación que obtuvo del duque de Orleans. Paralelamente se desarrollaban investigaciones semejantes en Liverpool y la primera gran fábrica de sosa fue la que creó J. Muspratt en 1823.El desarrollo en la industria y en los transportes implicó también un cambio en el sistema financiero. El crédito aumentó y se agilizó. Ya en 1815, el Banco de Inglaterra poseía los mayores depósitos de capital de todo el mundo y su prestigio se incrementó cuando el Parlamento votó en 1819 a favor del pago en metálico. Todo ello le permitió participar en numerosas especulaciones, pero también surgieron al amparo de la ley una serie de bancos privados y de establecimientos de crédito que se beneficiaron de esta época de extraordinario desarrollo; un desarrollo de tal calibre que -en palabras de Jacques Droz- Inglaterra jamás conoció otra época similar. En Francia, el sistema bancario durante la misma época no conoció un desarrollo semejante. El Banco de Francia, cuyos depósitos garantizaban el dinero en circulación, poseía unas cuantas sucursales repartidas por todo el país, entre las que cabría destacar las de Lyon, Burdeos, Toulouse y Nantes, por ser algunos de los centros donde se desarrollaba una mayor actividad económica. Los bancos privados tenían una actividad muy limitada, y hasta la banca Rothschild, instalada en París desde 1813, desarrollaba una labor relativamente modesta en el mundo de las finanzas. Lo mismo podría decirse en este sentido en Alemania, donde la actividad financiera estaba dominada también por los bancos del Estado. Así pues, durante este periodo del primer tercio del siglo XIX se ponen las bases de un sistema financiero en Europa que alcanzará un gran desarrollo en los últimos años de la centuria.De una forma análoga, se produjo en esta época la transformación de la estructura de las empresas que se desarrollarían más tarde, a lo largo del siglo XIX. Algunos grandes comerciantes a escala internacional, como los tratantes de esclavos de Liverpool, comenzaron a repartir el riesgo entre un grupo de inversores a manera de seguro, aunque muchos de ellos eran al mismo tiempo accionistas y directores de la compañía. Solamente unas cuantas compañías mercantiles, como las Compañías de las Indias Orientales de Holanda y de Inglaterra, o la Compañía de la Bahía de Hudson, contaban con numerosos inversores y desarrollaban múltiples actividades y, por tanto, podían ser calificadas como grandes compañías en la acepción actual del término. La Compañía de las Indias Orientales era en este sentido excepcional, ya que gobernaba una población de 60.000.000 de individuos y poseía un ejército propio de 150.000 hombres. En 1815 poseía un capital de 21.000.000 de libras esterlinas y alrededor de 2.000 accionistas. Sin embargo, el monopolio que poseía para el tráfico comercial británico con la India fue abolido en 1813.Las grandes compañías inglesas tenían algún equivalente en el continente europeo, pero lo que predominaba en él eran las pequeñas empresas privadas favorecidas por el Estado. Poco a poco, el pequeño comercio o la fábrica artesanal fue dando paso a la gran empresa. El proceso de concentración se desarrolló progresivamente, y poco a poco, debido sobre todo a los grandes gastos de la producción y de mejora de las técnicas, se fueron constituyendo las grandes compañías, como fue el caso de Krupp en Alemania cuando hubo que invertir sumas importantes en la aplicación del convertidor Bessemer para el tratamiento de alrededor de 1.000 toneladas de hierro al día.De todas formas, hasta mediados del siglo XIX la industria progresó lentamente. Por eso no conviene exagerar, sobre todo en este periodo, la importancia y la rapidez de todos estos cambios. Incluso en Gran Bretaña en 1815, sólo una pequeña proporción de todos los trabajadores de la industria se hallaba trabajando en las grandes factorías. La mayor parte de los ingleses vivía entonces en las pequeñas ciudades y en los pueblos. En Francia, los establecimientos industriales fueron todavía muy pequeños hasta el siglo XX, y hasta entonces no se puede decir que se industrializasen muchos países de la Europa oriental. Sin embargo, ese proceso que comenzó a principios de siglo en Inglaterra ha constituido hasta nuestros días uno de los factores más importantes del cambio social, creando constantemente nuevos problemas que sólo podían resolver gobiernos fuertes y eficaces administraciones que contaban con un significativo respaldo popular. El crecimiento de la tecnología y del desarrollo industrial continuó revolucionando la civilización occidental de una forma progresiva hasta el presente.
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En aquellos países que más habían avanzado en el camino de la industrialización sustitutiva, como México, Brasil o Argentina, ya a mediados de la década de 1950 comenzaron a observarse los primeros signos de agotamiento de las políticas realizadas. Al limitar la industrialización al mercado interno, la producción alcanzaba rápidamente a un techo, a la vez que la escala de producción resultaba limitada. Todo esto aumentaba los costes de producción y reducía los rendimientos empresariales y la única posibilidad de superar esta situación era mediante la ampliación de los mercados potenciando las exportaciones. Sólo México y Brasil se plantearon en esta época una política de ampliación de exportaciones, pero bastante tímida como para dar los resultados esperados. Los dos síntomas más importantes del deterioro observado fueron la inflación y el creciente signo negativo de las balanzas comerciales. El aumento de la inflación resultó difícil de contener en la medida en que la emisión monetaria se empleaba eficazmente como el principal instrumento de financiación del déficit fiscal y los economistas comenzaron a hablar de la "inflación estructural". Los déficit solían ser cuantiosos como consecuencia de la política de gastos desarrollada y de los escasos ingresos, como consecuencia de la frágil estructura tributaria existente, apoyada básicamente en la recaudación de impuestos indirectos que gravaban el consumo. El desequilibrio de la balanza comercial respondía a un notable aumento de las importaciones, lógica consecuencia del crecimiento industrial, pero también de la reducción de las exportaciones. Por un lado, la transferencia de recursos del sector exportador a la industria convertía a las exportaciones latinoamericanas en menos competitivas frente a las de otros rivales asiáticos o africanos. Por el otro, el creciente proteccionismo europeo y norteamericano, afectaba considerablemente a determinados productos, siendo uno de los casos más notable el de la ganadería y agricultura cerealera de clima templado. Pero también la ineficiencia industrial convirtió en una asignatura pendiente la posibilidad de profundizar en la industrialización gracias a la ampliación de los mercados y a la exportación de manufacturas. Es en este contexto donde la prédica de la CEPAL tuvo un éxito rotundo. Prebisch señalaba la imposibilidad de aplicar políticas keynesianas en economías dependientes como las latinoamericanas, con graves y serios problemas estructurales. El control que el centro industrializado ejercía sobre las finanzas internacionales y los medios de transporte no hacían sino aumentar la debilidad de la periferia subdesarrollada. La posición latinoamericana se hacía más vulnerable por el deterioro creciente de los términos de intercambio, que hacía que los precios que se debían pagar por las importaciones (manufacturas) fueran en aumento mientras que los precios de las exportaciones de materias primas se redujeran, lo cual significaba necesariamente que si se quería mantener el nivel de importaciones había que exportar más. Según esta interpretación, la única solución para salir del subdesarrollo, sin caer en una revolución social, era la acentuación de ese proceso de industrialización por vía sustitutiva, que como vimos en algunos países ya había comenzado en la Primera Guerra Mundial. El desarrollismo rescató algunos de los planteamientos industrialistas de la CEPAL y en ciertos países como México, Brasil y Argentina se aceleró la producción de bienes de consumo durables (como automóviles o maquinaria agrícola), fundamentalmente gracias a la instalación de filiales de compañías estadounidenses o europeas. Ahora bien, dada la falta de capitales en las economías latinoamericanas, el desarrollismo proclamaba la necesidad de abrirse a las inversiones extranjeras, para lo cual era necesario garantizar la repatriación de los beneficios a los inversores no nacionales, lo cual entraba en contradicción con el discurso autarquista y nacionalista que estaba plenamente vigente. Estas inversiones habían sido relativamente pequeñas en los años que siguieron a la Gran Depresión, aunque se observa una presencia cada vez más importante de capitales de origen estadounidense en actividades productivas vinculadas a la fabricación de bienes de consumo. Se trataba así de sacar beneficio de mercados todavía no demasiado explotados, a la vez que saltar y aprovechar en beneficio propio las barreras proteccionistas levantadas por los distintos gobiernos. Dadas las características particulares de la industrialización sustitutiva, la capacidad de la misma para crear empleo demostró ser muy limitada. Las fábricas instaladas por las compañías extranjeras solían utilizar, con bastante frecuencia, una maquinaria obsoleta ya amortizada en sus países de origen, que no solían ser demasiado intensivas en sus necesidades de mano de obra Por otra parte, la mayor parte de estas fábricas no solía trabajar a pleno rendimiento, lo que condicionaba todavía más su capacidad de absorber mano de obra. De ahí, la limitada capacidad de absorción de las industrias latinoamericanas frente a los nutridos contingentes de inmigrantes que por esta época abandonan el campo para instalarse en las ciudades en busca de mejores condiciones de vida y mayores expectativas de trabajo. Sólo el sector de los obreros más cualificados pudo beneficiarse de esta situación, al contar con una demanda asegurada en fábricas y talleres. Pese a las enormes dificultades existentes en el mercado urbano de trabajo, la situación en el mundo rural era más catastrófica, razón por la cual la urbanización y las migraciones internas se convirtieron en uno de los fenómenos más importantes de esta época. Los campesinos comenzaron a agolparse en sus chabolas en torno a las mayores ciudades, construyendo favelas, villas miserias o pueblos jóvenes. De este modo, el problema del asentamiento de estos grupos, y la construcción de infraestructuras urbanas para los mismos, se convirtió en un problema de primera magnitud. Junto con las migraciones internas observamos el desarrollo de movimientos migratorios de unos países a otros, tal como ocurría con los colombianos que pasaban a Venezuela o los paraguayos o bolivianos que lo hacían a Argentina, donde las expectativas laborales eran mayores que en sus países de origen. La agricultura se convirtió en un problema crucial en América Latina, fundamentalmente por su baja productividad. Por un lado, esto llevaba a limitar el número de potenciales consumidores, reduciendo el tamaño de un mercado importante que podría haber sido vital para la industria. Por el otro, importante la baja productividad agrícola suponía materias primas e insumos más caros para una industria poco competitiva, a la vez que alimentos a mayor precio para los consumidores urbanos, con la correspondiente pérdida en el poder de compra de los salarios de los obreros industriales. De este modo, la reforma agraria fue incorporada como un tema crucial de discusión y sus principales reivindicaciones fueron asumidas a principios de la década de 1950 por las revoluciones guatemalteca y boliviana. La profundización en la industrialización se convirtió en un estrecho cuello de botella por el que sólo pasaron Brasil y México. Si bien esos países, muy tímidamente, apostaron por la diversificación de sus exportaciones, los restantes siguieron dependiendo de sus estrechos mercados internos. De este modo Argentina, pese a sus esfuerzos, quedó rezagada y Chile y Perú perdieron definitivamente el tren. La tecnología industrial por entonces desarrollada en los países centrales requería de vastos mercados, ya que la escala de producción era muy grande y el exiguo tamaño de los distintos mercados nacionales del continente comprometía el futuro de la industrialización. Producir por debajo de un determinado nivel, manteniendo una importante capacidad ociosa en las fábricas, se convertía en un negocio demasiado ruinoso para las empresas, salvo que recibieran cuantiosos subsidios por parte del Estado. La debilidad creciente de las economías latinoamericanas las tornó todavía más dependientes de las inversiones extranjeras y los préstamos contratados en el exterior. Precisamente, fue en este período cuando los Estados Unidos, que ya asomaban como la potencia de mayor predominio en el continente americano, decidieron asumir su liderazgo internacional, no sólo en el plano económico, sino también en el político y en el ideológico. Esto se produciría en el contexto de la guerra fría y de los enfrentamientos Este-Oeste. Esta situación iba a influir de forma decisiva en las particulares relaciones entre los Estados Unidos y sus vecinos del Sur, ya que América Latina estaba dentro de lo que los Estados Unidos consideraba su zona de influencia. El triunfo de la revolución maoista en China y el surgimiento de la República Popular, junto con los avances soviéticos en materia de armamento atómico, agudizaron la naturaleza del enfrentamiento entre los Estados Unidos y el mundo comunista, haciendo que cualquiera que se apartara mínimamente de la norma fuera incluido dentro del mismo y excluido de cualquier tipo de ayuda norteamericana, lo que también influiría sobre las relaciones económicas y el discurso antiimperialista.
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Por el momento no tenemos pruebas indiscutibles de la presencia humana en el continente europeo antes del millón de años. Las referencias de muchos autores a restos industriales en yacimientos como Chillac III, Les Etouaries, Seneze I, Seinzelles o Venta Micena, situados entre los 2,6 y 1,2 millones de años, no presentan instrumentos líticos u óseos con huellas evidentes de actividad humana o las correlaciones entre los materiales y las dataciones no siempre son fiables. Es en el periodo cercano al millón de años cuando se datan los yacimientos más antiguos e indudables. Entre ellos, sobresalen Vallonet en el sureste de Francia, Ca'Belvedere en Italia, Sandalja I en Pula (Trieste) o Kärlich A en Renania central (Alemania). Hasta el fin del Pleistoceno Inferior, es decir, hasta los 750.000 años, los hallazgos continúan proporcionando industrias en las altas terrazas del Rosellón y del Somme en Francia, en el Lacio y el Véneto italiano, así como en Europa central (Becov II, en Bohemia, y Cerveny Kopec, en Moravia). En todos ellos aparece una industria basada en cantos trabajados uni o bifacialmente, así como lascas retocadas procedentes de núcleos globulares o discoidales, evidenciando las primeras muestras de una talla centrípeta. Esta técnica contrasta con las evidencias conocidas en Africa, donde la fabricación de bifaces es una técnica común desde hace 1,5 millones de años, mientras que en Europa sólo encontramos bifaces a partir del Pleistoceno Medio. Estos primeros bifaces presentan formas toscas, que los iniciales investigadores denominaron Abevillense, de bordes sinuosos. Cronológicamente se sitúa su aparición en los inicios del Pleistoceno Medio, con yacimientos como el epónimo Abeville. Sin embargo, la tradición de cantos trabajados perdurará, con variantes, hasta el final del Pleistoceno Medio. A inicios del Pleistoceno Medio, durante el estadio isotópico 19, la presencia humana se extiende ya por toda la Europa templada con yacimientos como Soleilhac en Francia, Karlich B y Mauer en Alemania, Strànska Skàla y Prezletice en Checoslovaquia o Iserna la Pineta en Italia, donde se descubrió un área de descuartizado de animales. La industria presenta los típicos cantos trabajados y la técnica de talla centrípeta, así como las primeras evidencias de técnica Levallois. Durante el Pleistoceno Medio, esta tradición evoluciona de forma que a finales del mismo, desde el estadio isotónico 9, se puede ya hablar de un Paleolítico Medio, con industrias como el Taubachiense o el Tayaciense. Entre los materiales correspondientes a los inicios del Pleistoceno Medio se sitúa el yacimiento de Verteszöllös. En él se descubrieron restos de hogares, así como abundantes restos de animales, destacando los osos, junto a una industria de pequeño tamaño sobre cuarzo. Otro yacimiento incluible en este momento es el de Bilzingsleben. Éste se encontraba situado en el borde de una corriente de agua que desemboca en un lago. En ella, los grupos humanos construyeron dos cabañas ovales de 3-4 metros de diámetro. Al Sureste se sitúan varios hogares utilizados también como zona de talla. Delante se extiende una zona de actividad particular donde han sido trabajados los útiles de piedra, hueso, marfil y asta. En su centro se encontró una zona de 18 metros cuadrados limpia y pavimentada con una hilera continua de piedras, orientada hacia el Oeste. Otra zona de actividad se situaba sobre el borde del lago donde una acumulación de fragmentos de hueso de poco valor alimenticio podría ser interpretada como un basurero.
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Aunque es del siglo XVI del que arranca el impulso constructor de catedrales, con posterioridad a esta centuria las obras continuaron ya fuera para concluirlas o para desarrollar obras nuevas de embellecimiento con la consiguiente diversidad estilística como es el caso de las portadas de la fachada principal de la catedral de México, en las que se aprecian soluciones manieristas que contrastan con el barroquismo en las del crucero. En la catedral de Puebla, por ejemplo, se realizó la cúpula proyectada por Diego García Ferrer. Con todo, si se compara con la actividad desarrollada durante el siglo anterior durante el XVII se aprecia un descenso en la actividad y en el volumen de obra realizado, aunque tampoco fue del todo extraña la construcción de nuevas catedrales. En 1669 Martín de Andújar comenzaba la construcción de la tercera catedral de la Antigua, Guatemala, que se inauguraría en 1680. Durante el siglo XVIII, al tiempo que se concluyen las obras de numerosas catedrales como algunas de las citadas se realizaban otras como la de Chihuahua, construida en la segunda mitad del siglo XVIII.La consagración de las tipologías arquitectónicas desarrolladas en las catedrales del siglo XVI y su empleo en los siglos siguientes determinó que se produjese una intensa unidad en lo estructural y que las novedades principales que aparecen en este proceso constructivo tardío se centren fundamentalmente en aspectos decorativos, en la construcción de retablos o en la realización de otros aspectos indisolublemente unidas a la catedral como las sillerías de coro. La presencia de otros modelos catedralicios como la catedral de Salvador (Bahia) en Brasil, comenzada en 1604 sobre proyecto de fray Francisco Dias y concluida en 1672, muestra unas soluciones de clara ascendencia vignolesca debido a que no fue pensada como catedral sino como iglesia de la Compañía de Jesús.El respeto y el mantenimiento de los modelos del siglo XVI no se quebró en el siglo XVIII. En la catedral de Zacatecas los pilares, con medidas columnas dóricas, siguen literalmente modelos del siglo XVI. Y lo mismo hallamos en la catedral de León (Nicaragua), realizada por el arquitecto Diego de Porres que firmaba un plano en 1767, y en la que siguen modelos de Lima y Cuzco. Sin embargo, la actividad constructiva en torno a las catedrales americanas durante el siglo XVIII dista mucho de ser un proceso lineal movido por un efecto de simple inercia. En determinados casos experimenta diversos planteamientos renovadores a través de los cuales nuevamente el proceso catedralicio hispánico y americano se desenvuelven de forma paralela. Nuevos modelos para suplantar a los antiguos se produjeron en algunas realizaciones, como en la catedral de La Habana, antigua iglesia de los jesuitas, cuya fachada es una síntesis de las de Guadix y Cádiz, analogía que puede ponerse en relación con la presencia de ingenieros militares como Silvestre Abarca, que llega a Cuba en 1763, y, sobre todo, del arquitecto Pedro de Medina que había trabajado durante mucho tiempo en las fortificaciones de Cádiz.Junto a estas novedades que trazan un desarrollo paralelo con la arquitectura catedralicia hispánica del siglo XVIII se producen otras de características singulares y premonitorias. La catedral de Córdoba, Argentina, se construyó tras el derrumbe, en 1677, de la del siglo XVI. Su cimborrio, construido a mediados del siglo XVIII por fray Vicente Muñoz presenta una estructura que se ofrece como una recuperación o un revival de soluciones medievales, concretamente románicas, como las desarrolladas en los edificios españoles del llamado Grupo del Duero tales como los de las catedrales de Zamora, Salamanca y colegiata de Toro.
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El desarrollo de la vidriera durante el siglo XIII en Castilla y León se produjo en relación con los nuevos programas constructivos del nuevo arte gótico. Sin embargo, no en todas las catedrales se produjo la misma actividad y ritmo de los talleres. Aunque no sabemos lo que se realizó en las catedrales de Burgos y Toledo, es probable que el inicio del programa de sus vidrieras se produjera con posterioridad al de León. Sin embargo, de ser esto cierto habría desaparecido siendo lo más antiguo que ha llegado a nosotros bastante posterior. En este sentido lo más antiguo que se conserva en la catedral de Burgos son las vidrieras del rosetón del hastial sur del crucero, situado sobre la Puerta del Sarmental. Alterado por las sucesivas recomposturas de que ha sido objeto, muestra en su centro un Santo obispo, rodeado en los otros vanos del rosetón por escudos de Castilla y León y diversas escenas de la Redención. En la catedral de Toledo la vidriera más antigua que ha llegado a nosotros es el rosetón norte del crucero. El hecho de que en las catedrales de Toledo y Burgos sólo se hayan conservado estas obras de las primitivas vidrieras impide establecer cualquier supuesto sobre el programa iconográfico y lo que llegó a realizarse durante los siglos XIII y XIV. Algunos fragmentos que han llegado a nosotros procedentes de otros edificios parecen apuntar a una difusión más amplia del arte de la vidriera. Un fragmento de vidriera del siglo XIII, al parecer procedente de la provincia de Alava, que se conserva en la Hispanic Society de Nueva York, muestra una vidriera realizada según las formulaciones que se generalizan en la vidriera europea de esta época y de la que en España tenemos contados ejemplos pero que debió alcanzar una cierta importancia. Donde encontramos un desarrollo sorprendente de la vidriera durante el siglo XIV es en Cataluña, Valencia y Baleares. Como consecuencia de los importantes programas constructivos que se emprenden, se produce un desarrollo importante de la vidriera que carece de precedentes conocidos salvo las mencionadas vidrieras cistercienses de Santes Creus. Aunque se hicieron nuevas vidrieras para antiguos edificios, como la Vidriera real del monasterio de Santes Creus, la producción discurrió íntimamente unida al desarrollo de la arquitectura que se inicia poco antes de 1300. En el proceso constructivo de esta arquitectura se produjo un equilibrio, especialmente en la primera mitad del siglo XIV, entre la amplitud de los programas, los recursos económicos y los tiempos de ejecución que hizo posible llevar a cabo los programas de vidrieras. La organización, forma y proporción de los ventanales en la arquitectura catalana, valenciana y balear es sensiblemente distinta de la vista en las grandes catedrales góticas castellanas de la centuria anterior. Y no sólo en el abundante número de iglesias de una nave, sino para los nuevos modelos de catedral y de iglesia de tres naves en las que se tiende igualmente a desarrollar una cierta unidad espacial. Frente a la concepción espacial vista en el gótico castellano del siglo XIII, la catedral y la iglesia catalanas no subordinan los elementos técnicos constructivos a una disolución e imprecisión atmosférica, sino que su presencia se destaca en toda su materialidad. Reducido el edificio a una simplicidad volumétrica, sus componentes no se atomizan a través de una multiplicación de molduras, baquetones, tracerías y escalonamientos de alturas, logrando una definición conmensurable del espacio. A causa del equilibrio de alturas en las iglesias de tres naves, la central no fue el núcleo básico de la iluminación interior. Es un cuerpo de ventanas, rodeando el perímetro exterior del edificio, el que establece el sistema de iluminación. Este sistema, tanto para las iglesias de una nave como para las de tres, se produce mediante una misma disposición de los ventanales -entendidos como huecos abiertos en el muro y no como muro translúcido continuo- situados sobre las capillas. En este sentido, la oscuridad de las iglesias góticas catalanas se justifica como una forma arquitectónica que no pretende disimular la realidad de un espacio cerrado ni crear unos efectos de iluminación evocadores de un espacio sobrenatural. De ahí que las vidrieras aparecen como elementos aislados e independientes en el muro. Las vidrieras conservadas ponen de manifiesto cómo este desarrollo constructivo promovió un trabajo incesante de los talleres vidrieros que no se limitaron a realizar obras para los nuevos edificios sino también para otros que habían sido construidos hacía tiempo, como es el caso de la vidriera de poniente del mencionado monasterio cisterciense de Santes Creus. Realizada hacia 1300, esta vidriera se organiza como un gran retablo translúcido con figuras de santos y numerosas escenas de la Pasión cobijadas por arquerías de medio punto. Ateniéndonos a la fecha de su realización es evidente que las distintas escenas presentan un cierto arcaísmo tanto iconográfico como formal, derivado, sin duda, del empleo de una técnica muy tradicional en la que no aparece el amarillo de plata y que se basa en el empleo esquemático de un trait que valora exclusivamente el efecto de la línea omitiendo cualquier referencia de claroscuro. La prolongación de las soluciones plásticas de lo que se ha denominado el gótico lineal avanzado no aparece solamente en la mencionada vidriera, pues se aprecia igualmente en otros conjuntos realizados en la primera mitad del siglo XIV como las vidrieras del presbiterio de la catedral de Gerona, las cuales constituyen una referencia fundamental para el desarrollo de la vidriera trecentista catalana. La Anunciación, La Visitación, El Nacimiento, El Anuncio a los pastores, La Adoración de los Reyes, La Purificación, La Dormición y La coronación de la Virgen, constituyen una referencia fundamental para conocer la trayectoria particular seguida por la vidriera catalana. Relacionadas con otras vidrieras catalanas como las de Pedralbes, muestran la prolongacíón de una tendencia desarrollada al margen de los planteamientos del trecentismo italiano introducido algo antes en la pintura catalana en los frescos de Pedralbes realizados por Ferrer Bassa. No obstante, todo hace pensar que fue en Palma donde primero se dejó sentir el influjo de la tendencia italiana. En Palma de Mallorca la influencia en la vidriera no se produciría exclusivamente a través de la pintura sino mediante la presencia de vidrieros venidos de Italia como Matteo di Giovanni, procedente de Siena y cuya actividad -en 1325 realizaba una vidriera para la iglesia de Santo Domingo, pasando luego a la catedral (1329-1330)- es anterior a la de uno de los introductores de la corriente italiana como el llamado Maestro de los Privilegios. Las mencionadas vidrieras de la catedral de Gerona, aunque no muestran sugestiones italianas, se apartan del linealismo exclusivo de las vidrieras comentadas anteriormente al introducir la sugerencia de modelado y volumen. Se trata de una misma corriente que también hallamos en los paneles de Santa María del Mar de Barcelona que representan El Lavatorio y La Ascensión, y cuya ejecución se ha situado entre 1341 y 1385. En estas vidrieras, en las que también hallamos la presencia de soluciones tradicionales en el tratamiento lineal de los rasgos y elementos descriptivos de las figuras, la ordenación compositiva de las figuras dispuestas de forma bilateral y escalonada se orienta hacia soluciones italianas ya difundidas en la pintura catalana.
obra
Inés Moitessier, de soltera Inés de Foucault, era la hija de monsieur Marcotte, quien se la presentó a Ingres. El pintor quedó fascinado por la belleza de esta mujer y la retrató en dos ocasiones. Este dibujo concretamente sería un estudio previo a su retrato sentada, que originalmente debía incluir a su hija (que colmó la paciencia del pintor por lo que la eliminó del lienzo).Ingres ha abstraído casi el rostro de la dama: lo ha convertido en una esfera perfecta, lo que encantaría a un pintor japonés admirador del "rostro de luna" de las damas orientales. A esta deformación añade la de la mano, con un dedo más corto y grueso y una mano extremadamente larga. Sin embargo, las anomalías en el dibujo son deliberadas en el artista y contribuyen a dar un efecto de elegancia y sensualidad. A la hora de terminar el retrato al óleo, las deformaciones son más sutiles, menos idealizantes, por lo que parece que el pintor se resignó a adecuarse más a la realidad de la modelo que a sus recreaciones artísticas.
contexto
La historia política de la Corona de Castilla durante la primera mitad del siglo XV, coincidente con el reinado de Juan II, ofrece una extraordinaria complejidad. La tradicional pugna entre la nobleza y la monarquía se vio acompañada por la presencia en Castilla de los denominados infantes de Aragón, es decir, los hijos de Fernando de Antequera, el Trastámara que se coronó rey de Aragón en 1412. Por su parte el rey de Castilla, Juan II, tuvo un excepcional valedor en Alvaro de Luna, una especie de privado del monarca. No obstante el panorama de fondo era bastante más tranquilizador, pues a la indudable recuperación que se observa en el terreno demográfico y en el mundo agrario se añadió el final del Cisma de la Iglesia. La temprana muerte de Enrique III dejó como heredero a un niño, Juan II (1406-1454). Hubo de constituirse una regencia, integrada por Catalina, la reina madre, y Fernando, un hermano del monarca fallecido. Fernando fue un personaje de suma importancia en la vida política y social de su tiempo. El ostentaba importantes señoríos, como el de Peñafiel, y su patrimonio se había engrandecido sobremanera al casarse con Leonor de Alburquerque, la "rica hembra". Desde su puesto de regente decidió reanudar la "guerra divinal" contra los granadinos, coronando sus campañas con una sensacional victoria, la conquista de Antequera (1410). De ese hecho deriva el que se le conozca como Fernando de Antequera. Pero su principal éxito lo obtuvo en 1412, cuando fue elegido rey de Aragón por los compromisarios de aquella Corona reunidos en Caspe. El regente Fernando abandonó Castilla en 1412 pero dejó de tal manera situados a sus hijos que en el futuro parecía imposible gobernar sin contar con ellos. Su primogénito, Alfonso, le sucedió en el trono aragonés en 1416. De los restantes, Enrique era maestre de la orden de Santiago; Sancho, de la de Alcántara y Juan, duque de Peñafiel. Eran los llamados infantes de Aragón. "Con los bienes patrimoniales y con los sucesivamente adquiridos... los infantes eran en conjunto más poderosos en Castilla que el mismo rey", ha señalado E. Benito. Tal era el panorama del reino cuando, en 1419, Juan II fue declarado mayor de edad.