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Desde finales del siglo XVIII, fruto de las ideas ilustradas, un viento de independencia recorre los territorios coloniales americanos. El 4 de julio de 1776 se declararon independientes de Inglaterra las Trece colonias americanas. Rápidamente comenzaron su expansión hacia el Oeste, iniciada por la franja del Medio Este. En 1803 adquirieron a Francia prácticamente toda el área central y anexionaron la Florida. La llegada al Pacífico se produjo con la colonización de los territorios del Noroeste, completando su configuración actual con las conquistas realizadas a México en 1849 y el movimiento de la frontera realizado cuatro años más tarde. El 1 de enero de 1804, Haití, que por aquél entonces comprendía el total de la isla de Santo Domigo, siguió el camino marcado por los estadounidenses. Pocos años más tarde, en 1811, aprovechando la debilidad de la corona española por las guerras napoleónicas, Venezuela se declaró independiente, siguiéndole ese mismo año Paraguay. Las Provincias Unidas del Río de La Plata, que más tarde se llamarán Argentina, declaran su independencia en 1812. La República autónoma del Uruguay se proclama en 1828 Simón Bolivar emprendió, tras la liberación de Venezuela, la del virreinato de Nueva Granada, a partir de 1819. Ambos territorios se integraron en una efímera unidad política que se llamó Colombia, y a los que se unirán Panamá, liberada pacíficamente, y Ecuador, tras la batalla de Pichincha en 1822. La libertad de Chile se produjo tras la victoria del general San Martín en la batalla de Chacabuco, en 1817. En 1821 los ejércitos libertadores pasaron a Perú, derrotando a las tropas españolas en la batalla de Junín, producida tres años más tarde, lo que facultó la independencia del país. El Alto Perú, la actual Bolivia, no debió esperar mucho para liberarse, tras vencer las tropas de Sucre al ejército español, el 8 de diciembre de 1824. Brasil conoce su independencia en 1822, tras autoerigirse emperador Pedro I. En México, en septiembre de 1821, el Acta de Independencia proclama la libertad del país. Ese mismo año, tras numerosos intentos secesionistas en Centroamérica, se proclaman las Provincias Unidas del Centro de América bajo la forma de una república federal. La formación de los diversos países centroamericanos, aún habrá de esperar algunos años.
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La historia política de los condados catalanes durante el siglo IX es ininteligible si se ignora la historia del Imperio carolingio, del que forman parte, y si no se tiene en cuenta que en el Imperio cada conde, tanto hispano como franco, aspira a convertir en hereditarios el cargo y las posesiones recibidas con él. Teóricamente, el emperador encarna toda la autoridad y todo el poder, y en la práctica el centro de esta organización es el conde, al que se confía la administración, la justicia, la política interior y, en caso necesario, la defensa militar del territorio. Su autoridad es prácticamente absoluta, pero es delegada, depende de la voluntad del monarca y en última instancia del poder que éste tenga. Las guerras civiles provocadas al dividir Luis el Piadoso el reino entre sus hijos obligan a los condes a tomar partido y, de acuerdo con las alternativas de la guerra, consolidan o pierden sus cargos.Por otra parte, la población indígena aceptó a los carolingios para liberarse del control cordobés, pero igual que ocurre en Navarra y Aragón, el objetivo no es sustituir un poder por otro sino librarse de ambos y actuar con una independencia semejante a la de época visigoda. En este contexto cabe interpretar la sustitución, el año 820, del hispanogodo Bera por el franco Rampón y el nombramiento posterior de Bernardo de Septimania (826-844). Los condes francos, altos personajes de la corte carolingia, tienen una misión política concreta: poner fin a los afanes independentistas de la población indígena y de sus dirigentes, que llegan a aliarse a los musulmanes contra los carolingios de la misma forma que antes se han apoyado en éstos contra los cordobeses. En adelante, a pesar de los continuos cambios de titulares, en función de los conflictos en el mundo carolingio, los condados catalanes se integran plenamente en el Imperio.La tendencia a la hereditariedad de los cargos, visible en los intentos de los hijos de Bera y de Bernardo de Septimania de recuperar las funciones paternas, se observa igualmente en la política de los monarcas carolingios, que nombran condes a los hijos de Sunifredo y Suñer treinta años después de la muerte de éstos, quizá porque la función condal lleva consigo una serie de privilegios que no se extinguen con la destitución de los titulares, elegidos entre los grandes propietarios o dotados con extensos bienes que, en parte, heredan sus descendientes. Para combatir a los rebeldes, el rey está forzado a basarse en las grandes familias, en las dinastías condales, con lo que, indirectamente, contribuye a acentuar el carácter hereditario del cargo condal, tendencia que cristaliza a la muerte de Carlos el Calvo (877) al sucederse al frente del reino monarcas incapaces de hacer frente al peligro normando y a los ataques musulmanes. Los condes se ven obligados a actuar por su cuenta, a defender el territorio sin contar con el poder central. Uno de estos condes, Eudes, se hará elegir rey el año 888, y la ruptura de la continuidad dinástica proporcionará a los condes carolingios, a los catalanes entre ellos, el pretexto legal para romper con el Imperio y consolidar la independencia práctica de los últimos años.El Imperio es sólo un recuerdo al que se refieren los antiguos súbditos fechando los documentos por los años del reinado del monarca franco al que, por lo demás, ignoran. Los condados no son ya bienes públicos sino propiedad del conde que, del mismo modo que distribuye sus tierras personales, reparte los condados entre sus hijos y llega, si es preciso, a crear nuevos condados o confiar el gobierno a varios de sus hijos conjuntamente, según hemos indicado en páginas anteriores al hablar de la división de los condados de Vifredo, el primer conde independiente de Barcelona, entre sus herederos. Independiente en la práctica política, Vifredo necesita la independencia eclesiástica de su territorio para liberarse totalmente de la tutela franca y para consolidar la influencia que el condado de Barcelona ejerce sobre los demás condados catalanes: se explica así el intento, el año 888, de convertir en sede metropolitana la diócesis de Urgel, que sustituiría a la de Narbona al frente de las sedes episcopales de Barcelona, Gerona, Vic y Pallars.El intento fracasa debido a la rivalidad entre los condes, cada uno de los cuales quiere tener el control de sus clérigos y evitar la injerencia de los demás. Ampurias depende eclesiásticamente de Gerona y una de las primeras medidas del conde Suñer de Ampurias será pedir al nuevo arzobispo que deponga al obispo gerundense y nombre para el cargo a persona de su confianza. La negativa de Vifredo a aceptar esta sustitución, a aceptar la imposición de un obispo en su territorio, lleva al arzobispo y a los obispos por él nombrados a reconocer como rey al monarca franco Eudes e, inseguro en sus dominios y temeroso de un ataque franco, el conde de Barcelona reconoce a su vez al monarca y, con la ayuda del arzobispo de Narbona, logra la supresión del arzobispado urgelitano y la destitución del obispo de Gerona.La vinculación de los condados catalanes al Imperio no debe hacer olvidar la importancia del mundo islámico: por un lado, la presencia de los musulmanes hace que la población apoye a los condes, sus jefes naturales por encima del rey, cuya lejanía e impotencia le resta importancia ante los súbditos, especialmente cuando se producen ataques musulmanes que sólo el conde rechaza. Por otra parte, las disensiones musulmanas permiten la consolidación de los condados; gracias a ellas pudo Vifredo ocupar sin grandes dificultades la comarca de Vic y crear en ella el obispado de Osona y los monasterios de Ripoll y San Juan de las Abadesas, centros religiosos y de repoblación de las tierras ocupadas, controlados por los hijos de Vifredo: en el primero ingresa como monje Adulfo, que aporta a Ripoll la parte que le corresponde en la herencia paterna, y la primera abadesa del segundo es Emma, hija del conde.A la muerte de Vifredo (897) y tras ser restaurada la dinastía carolingia en la persona de Carlos el Simple, los condes catalanes reconocieron de nuevo la autoridad monárquica pero ésta ya no fue efectiva. Vifredo Borrell, hijo del primer conde independiente, fue el último de los condes de Barcelona que prestó homenaje de fidelidad a los reyes francos: para conseguir el reconocimiento oficial de los derechos heredados y, posiblemente, para buscar ayuda frente a los musulmanes del Valle del Ebro, que habían dado muerte a Vifredo I y habían obligado, incluso, a la evacuación de Barcelona.
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Desde finales del siglo XVIII, fruto de las ideas ilustradas, un viento de independencia recorre los territorios coloniales americanos. El 1 de enero de 1804, Haití, que por aquél entonces comprendía el total de la isla de Santo Domigo, siguió el camino marcado por los estadounidenses. Pocos años más tarde, en 1811, aprovechando la debilidad de la corona española por las guerras napoleónicas, Venezuela se declaró independiente, siguiéndole ese mismo año Paraguay. Las Provincias Unidas del Río de La Plata, que más tarde se llamarán Argentina, declaran su independencia en 1812. La República autónoma del Uruguay se proclama en 1828. Simón Bolivar emprendió, tras la liberación de Venezuela, la del virreinato de Nueva Granada, a partir de 1819. Ambos territorios se integraron en una efímera unidad política que se llamó Colombia, y a los que se unirán Panamá, liberada pacíficamente, y Ecuador, tras la batalla de Pichincha en 1822.La libertad de Chile se produjo tras la victoria del general San Martín en la batalla de Chacabuco, en 1817. En 1821 los ejércitos libertadores pasaron a Perú, derrotando a las tropas españolas en la batalla de Junín, producida tres años más tarde, lo que facultó la independencia del país. El Alto Perú, la actual Bolivia, no debió esperar mucho para liberarse, tras vencer las tropas de Sucre al ejército español, el 8 de diciembre de 1824. Brasil conoce su independencia en 1822, tras autoerigirse emperador Pedro I. En México, en septiembre de 1821, el Acta de Independencia proclama la libertad del país. Ese mismo año, tras numerosos intentos secesionistas en Centroamérica, se proclaman las Provincias Unidas del Centro de América bajo la forma de una república federal. La formación de los diversos países centroamericanos, aún habrá de esperar algunos años.
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Después de 1825, España vio reducidas sus posesiones americanas a Cuba y Puerto Rico. Y si bien la metrópoli se esforzó por mantener los nexos coloniales existentes, habría que preguntarse hasta qué punto se beneficiaba de sus colonias. Los mayores beneficios los obtenía, sin ninguna duda, un pequeño grupo de peninsulares con fuertes intereses en los negocios coloniales, junto con los grandes plantadores isleños. El costo de mantener el Imperio fue elevado, y no sólo desde un punto de vista material. En la segunda mitad del siglo XIX se había despejado el panorama referente a los socios mercantiles y a los flujos comerciales que afectaban a Cuba y Puerto Rico. La importancia del mercado norteamericano fue creciendo y la incidencia de las adquisiciones estadounidenses sobre las exportaciones cubanas (especialmente de azúcar) era mayor que las peninsulares. En 1850 Cuba exportó a España por valor de 7 millones de pesos y a los Estados Unidos por 28 millones. En 1890 la situación se decantó definitivamente a favor del comercio con los Estados Unidos, adonde se vendieron 61 millones de pesos, contra los 7 vendidos a España. Los intereses norteamericanos, de una importancia creciente, iban consolidando su posición en la economía cubana. Las insurrecciones independentistas eran vistas como factores de desestabilización que podían poner en peligro sus inversiones, razón por la cual los estadounidenses eran partidarios de eliminar cualquier brote de conflictividad. Esta presencia se convertiría en uno de los principales factores para explicar la intervención norteamericana en la Segunda Guerra de Independencia, iniciada en 1895. En 1868 comenzó la Guerra de los Diez Años, uno de los intentos más serios realizados por los cubanos para emanciparse, aprovechando el desconcierto causado por la revolución que había estallado en España. La guerra redujo considerablemente el volumen de la producción azucarera y el número de ingenios existentes, pero la debilidad militar de los insurgentes y la falta de apoyo popular les impidieron imponerse al ejército español. La Paz del Zanjón, firmada en febrero de 1878, puso fin a la contienda, pero faltó imaginación y sobraron intereses como para solucionar definitivamente el problema colonial y para fundar las relaciones entre españoles y cubanos sobre unas bases de renovada convivencia. Los historiadores cubanos interpretan el acuerdo como el inicio de una nueva era, que permitió a su pueblo gozar de las libertades formales propias de un Estado de derecho, tales como la libertad de expresión, la posibilidad de constituir partidos políticos y la elección de ayuntamientos y diputaciones provinciales. Tras la paz se produjeron algunas insurrecciones que no pusieron en peligro la estabilidad del sistema y entre 1878 y 1895 Cuba gozó de las suficientes libertades como para permitir que la relación colonial subsistiera. Al amparo de la Paz del Zanjón se crearon el Partido Autonomista, partidario de lograr la autonomía por métodos pacíficos, y el Partido Unión Constitucional, portavoz de los intereses de los comerciantes y burócratas peninsulares. El fracaso de los autonomistas convirtió al Partido Revolucionario Cubano, de José Martí, en el motor de la rebelión y el encargado de aglutinar a todos los partidarios de la emancipación. Frente al modelo cubano de enfrentamiento con la metrópoli, los hacendados de Puerto Rico, deseosos de obtener la autonomía, prefirieron una vía más moderada, basada en la presión política sobre las autoridades coloniales y metropolitanas.
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A lo largo de la Alta Edad Media la India vivirá una época de esplendor durante la dinastía Gupta que se desarrolla entre los siglos IV y VI. La descomposición del Imperio Gupta vendrá motivada por la presión de los hunos heftalitas y la división del territorio en diversos reinos. A partir del siglo VIII y hasta finales de la Edad Media la historia de la India estará marcada por el reiterado fracaso de las tentativas por restablecer un Imperio unificado al tiempo que se produce una contundente expansión del Islam por el territorio hindú. Frente a la invasión musulmana será la región del sur donde se refugie el hinduismo puro.
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El subcontinente indio es un enorme cono de 4.000.000 de km2, cuya parte meridional penetra en el océano Indico. La costa oriental o Coromandel está bañada por el mar de Bengala y la costa occidental o Malabar por el mar Arábigo o de Omán. La costa occidental presidió los contactos con Mesopotamia, el Islam y Europa. La oriental fue la vía de salida para la expansión de la cultura india hacia el Sudeste Asiático. En el norte aparece la barrera más infranqueable del mundo, el Himalaya, con nueve picos de más de 8.000 m de altura. Según las diversas culturas que lo circundan, esta cordillera es llamada de formas diferentes, como Hindu Kush en Afganistán o Karakorum en Cachemira. En el Hindu Kush se encuentra el único acceso a India por tierra, el paso del Khyber. Junto al Himalaya, las otras dos grandes zonas geográficas son la depresión Indogangética y la meseta del Dekkán. Las llanuras aluviales del Indo y del Ganges, entre el Himalaya y los Montes Vindhya, concentran a las dos terceras partes de la población. Frente a esta India del Norte, la del Sur ocupa desde los Montes Vindhya hasta el cabo Comorín. El interior aparece aislado de la costa por los Ghats occidentales y orientales. Por último, ríos como el Kistna o el Godavari cruzan esta árida región.
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La caída del sultanato Delhi y la profunda división interna de los territorios propiciará la invasión de una fuerza externa y la construcción del Imperio mogol. Durante esta época, India conocerá un Estado fuerte, centralizado y poderoso, al mismo tiempo que un desarrollo económico sin precedentes. La organización administrativa del Imperio mogol sentará las bases para un férreo control territorial y una expansión militar en la zona, conformando al Imperio como una potencia regional.
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Ciento cincuenta años más tarde de la conquista del Punjab por parte de Mahmud de Gazna tuvo lugar el asalto musulmán definitivo a la India, con las conquistas del turco Muhammad de Ghor. Éste arrebató Afganistán a los gaznavíes en 1186, y emprendió la conquista del Punjab, del Sind y, posteriormente, de la cuenca del Ganges. En 1192 acabó con los últimos gaznavíes que todavía gobernaban en Lahore, a los que derrotó en la batalla de Tamesvar, asegurando cinco siglos de dominación musulmana en el norte de la India. En 1202, Muhammad de Ghor (1186-1206) era el señor de toda la llanura indogangética, pero en 1206 fue asesinado. Los lugartenientes de Muhammad de Ghor, los generales Qutb al-Din Aybak y Muhammad ibn Bajtiyar (los gúridas), recogieron su herencia y fundaron el sultanato de Delhi, que declaró la guerra santa al hinduismo y se extendió por todo el centro de la India y la mayor parte del Dekán. Desde entonces, el sultanato o imperio de Delhi fije el punto obligado de referencia en toda la evolución política del subcontinente hasta el día de hoy. Qutb al-Din Aybak logró establecer una dinastía, si bien poco después, siendo sultán su hijo Iltutmis, ya se hubo de repeler el primer ataque de los mongoles, que a partir de entonces y a lo largo de todo el siglo XIII amenazaron repetidas veces el norte de la India. En 1290, el jefe de un clan turco de Afganistán se apoderó de Delhi, y el sobrino de este nuevo conquistador, Ala al-Din, prosiguió la conquista musulmana, ocupando Malva en 1305 y ampliando sus dominios hacia el Sur, si bien también tuvo el mérito de salvar nuevamente a la India de un ataque mongol. Tras la muerte de Ala al-Din, y después de una serie de intrigas palaciegas, el poder pasó a manos de Muhammad ibn Tugluq (1325-1351), fundador de la dinastía de los tugluquíes; este personaje, de extrema crueldad, logró dominar la mayor parte del subcontinente del que sólo quedaban fuera Cachemira, Orissa, las costas de Malabar y sectores de Rajputana en el Sur. Para gobernar este inmenso territorio no dudó en emplear métodos de deportación masiva de poblaciones enteras, aumentar la presión fiscal y trasladar su capital de Delhi a Degaviri (Daulatabad), a la vez que logró comprar la retirada de los mongoles, que habían vuelto a invadir el norte de sus dominios. Su sucesor, Firfuz Shah (1351-1388), mucho más condescendiente que su padre, se preocupo por hacer prosperar a su pueblo, trasladando nuevamente la capital a Delhi, a la vez que emprendía grandes obras públicas de todo tipo, en especial de irrigación. Intentó imponer la ley islámica a todos sus súbditos, pero murió sin haber logrado este objetivo, que únicamente llegó a utilizarse para motivos penales. El gobierno de Firfuz Shah no logró impedir el inicio del desmembramiento de sus inmensos territorios, ya que en 1345 se independizaría el sultanato de los bahmaníes, y en 1352 se formó el Reino de Bengala. Diez años después de la muerte de este soberano, en 1393, los ejércitos de Tamerlán penetraron en la India y saquearon Delhi, llevándose como esclavos a numerosos artesanos para embellecer Samarcanda. Después de esta sangrienta incursión, la India quedó dividida en Estados independientes: entre los islámicos destacaban el sultanato de Delhi, el Reino de Bengala y Cachemira; y entre los otros destacaban los de Gujarat, Jaunpur, Malwa, y sobre todo el Reino sureño de Vijayanagar, fundado en 1336, que recogería la herencia del pasado hindú y la mantendría hasta casi finales el siglo XVI, gracias a su rico comercio basado en productos textiles,, arroz, azúcar y especias; pero este esplendor se fue desvaneciendo lentamente al ser suplantado por la colonia portuguesa de Goa. La conquista musulmana del norte de la India cambio profundamente la sociedad hindú, su cultura tradicional y sobre codo su estructura política. Mientras que el Sur se mantuvo a la defensiva ante los avances islámicos en el Norte surgiría una verdadera cultura indio-musulmana que nos ha dejado numerosas obras maestras artísticas de todo tipo y que se extendió también por gran parte del mundo islámico asiático.
estilo
<p>Desde el río Kistna (Krishna) al cabo Comorín, en el triángulo meridional de la península del Indostán, se desarrolló el estilo indio más puramente hindú, el drávida, del que nos han llegado auténticas obras de arte desde el siglo VII d. C.Entre los datos más llamativos de este estilo hay que destacar, en primer lugar, su carácter ancestral, pues los drávidas son los descendientes de los aborígenes del río Ravi, uno de los cinco afluentes (Punjab) del alto Indo y, por lo tanto, los primeros habitantes de la Civilización del Valle del Indo.Huyendo de la invasión de los arios, atravesaron las áridas mesetas del Dekkan y se refugiaron en las estrechas costas Coromandel (oriental) y Malabar (occidental), en las que sobrevivieron casi exclusivamente de la explotación del cocotero (aceite de copra, pulpa, madera y fibra vegetal); cuyos extensos palmerales forman uno de los paisajes más soberbios de India.</p>