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obra
La fama de Artemisia como pintora la llevó nada menos que a la corte de los poderosísimos Médici en Florencia, los antiguos protectores de Miguel Angel. La pintora era amiga de Miguel Angel, el Joven, sobrino del pintor, quien la contrató para que colaborara en la decoración al fresco de la Casa Buonarrotti. El ciclo debía ser realizado por pintores florentinos, pero la alta cotización de la pintura de Artemisia, así como hechos personales (amistad con la familia, además estaba embarazada de su hija) pudieron decidir en su favor. Los temas de los frescos habían de rodear la vida de Miguel Angel, con sus visitas a los papas, sus logros en Florencia y Roma, su muerte y su apoteosis. Artemisia participaría en las ocho virtudes de Miguel Angel: inspiración, estudio, tolerancia, patriotismo, piedad, moderación, honor e inclinación hacia la pintura, que es la figura que ahora podemos ver. Resulta curioso el panegírico dado el carácter extremadamente violento del artista. También resulta curioso que Miguel Angel, intérprete del cuerpo desnudo, sufriera la censura posterior de sus desnudos en la Capilla Sixtina, tapados con velos por "il Braghettone". La propia Artemisia sufrió el mismo destino: la Inclinación estaba completamente desnuda, con el mismo tipo humano aunque más estilizado que Susana. Pero el heredero de Miguel Angel, el Joven, Leonardo Buonarrotti, contrató al Voltarrone para que cubriera púdicamente la hermosa figura de Artemisia.
acepcion
Así se designa en arquitectura a las dos piezas superiores que rematan el frontón.
obra
La figura femenina de la Inconstancia es una de las personificaciones que mejor ejemplifican la situación y carácter del Vicio. Giotto la sitúa sobre un disco que rueda sobre un suelo inclinado; la figura da la sensación de poderse caer en cualquier momento, hacia cualquiera de los lados: hacia el fondo, hacia detrás o hacia nosotros, fuera del cuadro. La diagonal que describe la Inconstancia, que deja los pies en el aire, ocupa hasta los límites del marco del nicho, enfatizado por los gestos de los brazos extendidos, que buscan, sin encontrar, un punto de equilibrio. La Estupidez es otro de los vicios que decoran el muro septentrional de la nave única de la capilla de la Arena (Scrovegni) de Padua.
contexto
En el siglo XV parece repetirse la historia navarra de ciento cincuenta años antes: de nuevo el Reino está en manos de una mujer y de su marido que ahora es el infante castellano Juan de Aragón, hijo de Fernando de Antequera. La política de Fernando y su fuerza económica y militar llevarán a sus hijos, los infantes de Aragón, a ocupar todos los tronos peninsulares; el segundo, Juan, casará en 1419 con la heredera de Navarra, Blanca, y en las capitulaciones matrimoniales se indica, como un siglo antes, que "por razón que Nós el dicho infante don Johan, plaziendo a Dios a causa e por razón del derecho de la dicha Reyna donna Blanca mi mujer esperamos venir como extrangero a la subcesión e herencia del dicho Reyno de Navarra..., juramos... que si fallesciere de la dicha Reyna donna Blanca mi mujer sin dexar de nós criatura o criaturas o descendientes dellos en legítimo matrimonio, que en el dicho caso Nós dexaremos e desampararemos realmente e de fecho el dicho Regno de Navarra" en el que sólo gobernaría como rey consorte o, con el consentimiento de las Cortes, de los Tres Estados, como tutor del heredero si la reina moría antes de que el hijo llegara a la mayoría de edad; así parecen entenderlo las Cortes que juran como heredero a Carlos de Viana, en 1422, y renuevan el juramento al llegar el príncipe a la mayoría de edad, a pesar de lo cual al morir Blanca en 1441, Juan II, que necesita Navarra para seguir interviniendo en Castilla, se mantiene al frente del Reino aunque permitiendo a su hijo titularse y actuar como Lugarteniente general del mismo. Las diferencias entre padre e hijo pondrán al descubierto las tensiones en el interior de la nobleza, cuyos miembros, en Navarra como en los demás territorios europeos, consolidan su situación apoyando al monarca, que les concede cargos, tierras y dinero, o bien oponiéndose al rey, presionándole para que les permita participar del poder; cuando las relaciones entre el monarca y el heredero son tensas, los nobles toman partido y si un bando apoya al monarca el otro ofrecerá sus servicios al heredero y a los enemigos del rey sean éstos quienes sean, y cualquier intento de atraer a los rebeldes provoca un cambio de alianzas en el bando oponente; se explica de esta manera que los Beaumont aparezcan en unos momentos al lado de Castilla y en otros al lado de Francia, contra Juan II, y que en ocasiones firmen la paz con el monarca y con sus enemigos agramonteses. La política castellana de Juan II es pagada en su mayor parte por Navarra, cuyas Cortes votan año tras año ayudas extraordinarias, cuarteles -se cobraban por cuartas partes, de tres en tres meses- para los gastos del monarca y para el pago de los hombres de armas que deberán defender las fronteras navarras de los enemigos castellanos de Juan II. Los reveses de éste en Castilla a partir de 1445 le llevan a ocuparse más directamente de Navarra para desde el Reino poder intervenir de nuevo en Castilla al frente de los nobles que le han seguido y que, arruinados, viven de la generosa hospitalidad de Juan; para lograr sus objetivos y conseguir los medios económicos que precisa en Castilla, Juan ha de desplazar a los consejeros de Carlos y hacerse con los bienes cedidos por éste a sus partidarios; si el príncipe había volcado su apoyo sobre la familia Beaumont, don Juan se apoyará en los Agramont. A la desconfianza del rey hacia su hijo -al problema dinástico- se une el enfrentamiento entre las dos familias más importantes de la nobleza navarra. Los más que dudosos derechos de Juan II a seguir gobernando Navarra desaparecen al casarse por segunda vez Juan, pero éste seguirá considerándose rey único y Carlos y, después de él, sus hermanas, serán como máximo Lugartenientes del monarca para Juan, y legítimos reyes para los beaumonteses, artífices de la alianza con los enemigos castellanos del monarca navarro. La guerra dinástico-nobiliaria finaliza con la prisión de Carlos y la división de Navarra en dos administraciones, dirigida una desde Pamplona por Juan de Beaumont, prior de San Juan, y la otra por Pierres de Peralta, que como capitán general de Juan II controla Tafalla, Caseda, Sangüesa, Sos, el valle del Roncal y San Juan de Pie del Puerto. Prisionero durante un tiempo, Carlos fue desheredado y con él su hermana Blanca; para Juan II y sus seguidores, la heredera será en adelante Leonor, y su marido Gastón de Foix será Lugarteniente General siempre que antes pacifique el reino, ocupe Pamplona y las demás plazas en poder de los beaumonteses, para que puedan reunirse Cortes y en ellas ser proclamado heredero en nombre de su mujer. Carlos de Viana abandonará Navarra buscando la mediación y el apoyo de Alfonso el Magnánimo de Aragón y en su ausencia las dos navarras reúnen Cortes, en Estella, para reconocer como herederos a Gastón y Leonor el 12 de enero de 1457, y en Pamplona para proclamar rey de pleno derecho a Carlos de Viana el 16 de marzo del mismo año. El nombramiento de Juan II como rey de Aragón en 1458 convierte a Carlos en heredero de la Corona, hecho que lleva a los beamonteses a pedir la unión navarroaragonesa y a los agramonteses a defender la independencia de Navarra bajo la dirección de Leonor, nombrada heredera por las Cortes en 1457. La muerte de Carlos internacionaliza aún más el conflicto navarro: para hacer frente a los dirigentes catalanes que intentan limitar o anular su poder, Juan II precisa el apoyo de Francia y de Castilla; conseguirá el primero a través de Gastón de Foix, al que garantiza el reino de Navarra frente a los derechos de Blanca, y fracasará en Castilla al ofrecer los catalanes el trono a Enrique IV, que nombra como lugarteniente en Cataluña a Juan de Beaumont. La falta de éxitos militares decisivos por una y otra parte lleva a buscar soluciones negociadas que llevan en 1463 a la renuncia del castellano a sus derechos sobre Cataluña; sin el apoyo de Castilla ni el de Francia, los beaumonteses buscan la conciliación con Juan II y con Gastón de Foix, que se comprometen a devolverles los bienes y honores que tenían en 1451 así como los concedidos por el príncipe de Viana. El acuerdo es de tan corta duración como las buenas relaciones entre Juan II y su hija Leonor, que aspira a actuar no como Lugarteniente y heredera sino como reina: los beaumonteses estarán a su lado y enfrente, al servicio de Juan II, seguirán los agramonteses, cuyo jefe Pierres de Peralta asesinará al obispo pamplonés, acusado de favorecer a Leonor. Esta será destituida y el cargo de lugarteniente general será concedido a su hijo Gastón hasta su muerte en noviembre de 1470 a consecuencia de las heridas sufridas en un torneo. El heredero, el nuevo Príncipe de Viana, sería Francisco Febo, el hijo del fallecido, y tras él su hermana Catalina. El tradicional apoyo de Castilla a los navarros opuestos a Juan II, a los beaumonteses, adquiere un nuevo sentido cuando el rey de Castilla es Fernando, hijo del segundo matrimonio de Juan, que busca la reconciliación de beaumonteses y agramonteses para evitar una posible intervención de Francia y poner fin a la anarquía dominante en el reino. En 1479, Fernando es rey de Castilla y de Aragón y, por muerte de Leonor, el reino navarro pertenece a su nieto Francisco Febo (1479-1483) que podrá contar con el apoyo de los Agramont mientras desde Castilla Fernando apoye a los beaumonteses. Los enfrentamientos alternan con treguas de escasa duración y con intentos, fallidos, de unir a la reina de Navarra, Catalina, con Juan, heredero de los Reyes Católicos. Para dar validez y apoyo a este matrimonio se acordó reunir las Cortes, pero aunque unos y otros parecían conformes, a Estella sólo acudieron los agramonteses, los Beaumont se reunieron en Puente la Reina, y Catalina acabó casándose con Juan de Albret, es decir, inclinándose una vez más hacia Francia. El difícil equilibrio navarro entre Francia y Castilla se mantiene con altibajos en función de los enfrentamientos de Fernando el Católico con la nobleza castellana o de la política de Fernando y de los monarcas de Francia en Italia; y la política italiana ofrecerá el pretexto para la intervención armada de Fernando el Católico en Navarra: la alianza de navarros y franceses contra la Santa Liga formada por el Papa, Fernando de Castilla y de Aragón y el dux de Venecia, permite acusar de cismáticos a los monarcas de Navarra y justificar el nombramiento como rey de Fernando el Católico, según recuerda entre otros cronistas filocastellanos el gramático, retórico y cronista real Elio Antonio de Nebrija. Fernando incluirá entre las razones de la intervención militar castellana y de la conquista, la ayuda de los navarros al monarca francés, enemigo de la Iglesia. La desobediencia a la Iglesia es el pretexto para la intervención militar castellana, y la división entre los navarros, que en ocasiones puede calificarse de guerra civil, facilita la ocupación de Navarra o, según los panegiristas de Fernando, la liberación de las presiones francesas, la vuelta de Navarra a España. Nebrija no presenta a Fernando como rey de Castilla o de Aragón sino como Hispanis rex, Hispani orbis moderator y, aunque de pasada, recuerda cómo en tiempos de los romanos y de los visigodos Hispania llegaba hasta los Pirineos, situados estratégicamente para separar a los hispanos de los bárbaros y, más tarde, de los franceses.
obra
El lienzo con la Incredulidad de Santo Tomás fue pintado para la familia Giuliani, que lo mantuvo en su colección hasta que pasó al Neue Palais de Postdam. La obra nos muestra el momento en que Cristo Resucitado se ha aparecido a sus discípulos, pero Tomás aún no cree en su identidad, por lo que Cristo mete uno de sus dedos en la llaga del costado. Este hecho, que podría parecer exageradamente prosaico, es la mayor prueba física del reconocimiento de Cristo, la definitiva demostración de su regreso desde el reino de los muertos. Caravaggio ha ejecutado una composición que converge completamente en el punto de la llaga con el dedo metido, de tal modo que la atención de los personajes del lienzo y la de los espectadores contemporáneos se ve irremisiblemente atraída por esta "prueba" física. El habitual naturalismo descarnado de Caravaggio se vuelve aquí casi de sentido científico: la luz fría cae en fogonazos irregulares sobre las figuras, iluminando el cuerpo de Cristo con un tono amarillento, que le hace aparecer como un cadáver, envuelto aún en el sudario (no es una túnica). El pecho todavía está hundido y pareciera que la muerte se resiste a dejarlo marchar al mundo de los vivos, manteniendo sus huellas en el cuerpo de Jesús.
obra
Gerrit van Honthorst fue uno de los seguidores más radicales de Caravaggio. El holandés marchó a estudiar a Roma, donde entró en contacto con el mismo ambiente que había frecuentado el italiano y donde pudo conocer toda su obra. Honthorst hizo suyo el dominio del Chiaroscuro y el tenebrismo, hasta el punto de que se le apodó "Gerard de la Noche", puesto que todas sus escenas se desenvolvían en la más completa oscuridad. Esto podemos comprobarlo en el cuadro de la Incredulidad de Santo Tomás, en el que las figuras emergen recortadas contra un fondo negro, iluminados por un potente foco de luz único y lateral. La sombra de la cabeza de Santo Tomás se proyecta contra el torso de Cristo. Los personajes son, como en la obra de Caravaggio, gente normal, sucia, despeinada. El realismo llega a su máxima expresión en el gesto de Santo Tomás, que introduce sus dedos en la llaga de Cristo.
contexto
El fenómeno de la esclavitud modificó las condiciones de vida y de trabajo tanto en la ciudad como en el campo. Para comprender la magnitud de esta afluencia de esclavos baste señalar que sólo entre el 200 y el 150 a.C., se ha estimado el número de prisioneros reducidos a esclavitud en 250.000, dato que probablemente esté por debajo de la realidad ya que, después de la tercera Guerra Macedónica, fueron reducidos a esclavitud 150.000 epirotas, a los que hay que sumar los soldados y esclavos púnicos capturados durante la guerra contra Anibal y que, sin duda, fueron muchísimos si tenemos en cuenta que, en el 209 a.C., se hicieron sólo en la ciudad de Tarento 30.000 esclavos. A éstos habría que añadir los que se obtenían por otras fuentes menores de aprovisionamiento: la piratería, la venta por deudas o los adquiridos en los grandes mercados de esclavos, como el de Delos o el de Side. Muchos esclavos fueron incorporados a la industria y al comercio, pero no tantos que llegaran a eliminar el trabajo libre, si se exceptúa tal vez el trabajo en las minas. Su implantación en los campos fue por el contrario masiva, sobre todo en el sur de Italia y Sicilia, donde estaban situadas la mayoría de las grandes propiedades agrícolas. Las condiciones de vida de los esclavos oscilaron generalmente entre la dureza y la extrema crueldad a que se vieron sometidos. Catón expone, entre sus múltiples consejos acerca de cómo obtener el máximo beneficio posible en la agricultura, la forma en que habían de ser mantenidos los esclavos y las raciones -siempre escasas- que se les proporcionarían en función de la clase de trabajo que desempeñaran y de las estaciones del año. La pena de muerte era aplicada con gran facilidad cuando se trataba de fugitivos o rebeldes. Un dato escalofriante es el de las siete mil condenas a muerte que sólo en el 185 a.C. se ejecutaron en Apulia. En esta región, en la que abundaban los pastos, sin duda el número de pastores esclavos era muy elevado. Prácticamente la totalidad de éstos se incorporaría posteriormente a la rebelión dirigida por Espartaco, lo cual da idea del fermento de rebelión que reinaba entre ellos. El esclavo era propiedad del dominus, dueño. Inicialmente, sus derechos eran nulos. Posteriormente, sobre todo durante el Imperio, se establecieron normas que limitaban los abusos o el mal trato del dueño sobre los esclavos. Éstos fueron, ya desde el comienzo -siempre en términos generales-, incentivados por el desempeño de su trabajo mediante el pago de un peculio con el que, a la larga, podían llegar a comprar su libertad. No obstante, estos procesos de manumisión debieron ser poco frecuentes en esta época y bastante numerosos en la fase final de la República si tenemos en cuenta que, en época de Augusto, se establecieron leyes limitadoras de la manumisión. Las revueltas de esclavos propiciaron sin duda una mayor cautela a los propietarios de éstos que se tradujo en actitudes menos crueles que las de esta época. Las esperanzas de la mayoría no debían de ser otras que las que apuntaba Salustio al decir: "Son pocos los que esperan la libertad, la mayoría desea dueños justos".
termino