En esta región la etapa se ha denominado tradicionalmente período de Desarrollo Regional, con una datación entre el 500 a. C. al 500 d.C.; sin embargo, las fechas se están corrigiendo poco a poco y se establecen entre el 200 a.C. y el 700 d.C., acoplándose así a los procesos que caracterizan al Area Central Andina. Las tradiciones culturales en la costa tienen continuación desde los antiguos desarrollos Machalílla que se expanden desde el 1.600 a.C. por el suroeste de Ecuador, mediante aldeas de agricultores y pescadores que ocupan las costas y el interior inmediato. A Machalilla le sucede Chorrera (1.500 a 500 a.C.), etapa en la que comienza la difusión de conchas Spondylus prínceps y Strombus, de las que se confeccionan objetos litúrgicos y trompetas que tendrán una gran difusión en el área andina hasta la llegada de los españoles.Son poblados neolíticos con cerámica que tienen su origen en el área del Guayas y de Manabí, distribuyéndose después por la costa de Ecuador hasta Esmeraldas. Ecuador vive un momento de desarrollo cultural regionalizado a partir del 500 a.C., caracterizado por la formación de jefaturas, algunas de las cuales tendrán un elevado nivel de complejidad. Tales jefaturas se han identificado en evoluciones regionales como Tumaco-Tolita, que se establece en las zonas costeras del sur de Colombia y norte de Ecuador con asentamientos que tienen montículos habitacionales -tolas- de hasta 8 m de alto y manifiestan una estrecha relación con grupos de la costa del Pacífico del sur de Mesoamérica; en esta cultura alcanza un gran desarrollo la metalurgia en oro, plata, platino y cobre, trabajados por laminado y recorte. Contemporánea con ella es la cultura Tiaone, definida por poblados dedicados a la agricultura de yuca, maíz y algodón, y a la pesca, caza y recolección. Otra evolución interesante es Jama Coaque, que manufacturó una cerámica muy elaborada en forma de compoteras con pintura negativa, vasijas y maquetas en las que se representan casas y templos con techumbre de doble vertiente y un frontispicio muy elevado. Destacan también las figurillas representando nobles locales con todos sus atributos de rango, las cuales resultan de gran valor etnográfico por la información que contienen acerca de la sociedad Jama Coaque. Los asentamientos Bahía son más amplios y con edificios de mejor construcción. En el sitio de Los Esteros hay cientos de montículos revestidos de piedra sin tallar sobre los que debieron emplazarse casas y templos de materiales perecederos. Guangala es una cultura regional que se desarrolla desde el 100 a.C. hasta el 500 d.C. entre el sur de Manabí y la península de Santa Elena, y consiste en grandes poblados dedicados a la pesca y a la agricultura. También en la sierra ecuatoriana se producen evoluciones de carácter regional. El Negativo del Carchi tiene lugar en el sur de Colombia y el Norte de Ecuador, sobre los 3.000 m de altitud. Está definida por poblados agrícolas con estructuras de planta circular, y en ellos destacan los enterramientos profundos con cámara simple o múltiple que llegan a tener hasta 20 m de profundidad. Se trata de tumbas estratificadas en cuanto a dimensiones y ofrenda que manifiestan una sociedad de tipo jefatura. No hay arquitectura monumental. En el sur, el principal foco cultural es Cerro Narrío, que desarrolla un pujante estilo cerámico por medio de diseños pintados en rojo sobre fondo amarillo, pintura iridiscente y, al final de la etapa, pintura negativa. También el norte de Perú se incluye en los Andes Septentrionales. Sechura, que comprende la región de Chira y Piura en la costa peruana, tiene montículos cercanos a la costa dedicados a la agricultura de maíz, aunque también se le concedió gran importancia a la recolección de moluscos. Al final de la etapa, hacia el 140 a.C., establece fuertes conexiones con Moche. En el Alto Piura se desarrolló la cultura Vicús, caracterizada por la construcción de grandes tumbas con chimenea consistentes en una o varias cámaras. Los asentamientos son grandes y tienen arquitectura monumental, como Vicús, que es un gran sido con siete terraplenes que podrían haber sustentado viviendas y estructuras. Las cerámicas participan de las tradiciones de la sierra ecuatoriana como el negativo y la pintura blanco sobre rojo, y las formas de compoteras. Tiene unas estrechas relaciones con Moche, de manera que los trabajos en cobre, oro y plata que alcanzan un alto grado de aceptación en la cultura mochica pueden proceder de Vicús. En Colombia hay dos desarrollos que nos interesa comentar: San Agustín y Tierradentro. El área de San Agustín fue ocupada hacia el 3.300 a.C. por poblaciones arcaicas que se transformarían en alfareras y agricultoras hacia el 1.000 a.C. Sobre esta base agrícola surgieron en la región algunas jefaturas hacia el 300 a.C., que tienen su representación máxima en el centro de San Agustín. El sitio está emplazado en la región montañosa al sur de Colombia, y se caracteriza por la construcción de montículos funerarios, sarcófagos de madera y, sobre todo, una evolucionada escultura monumental en un ambiente de poblados neolíticos. Estos grandes bloques esculpidos de roca volcánica se asocian a los montículos funerarios. Tales tumbas constan de una o varias cámaras con paredes enlosadas y cubiertas de tierra, que más tarde fueron decoradas con motivos geométricos en negro, rojo, blanco y amarillo. Los principales motivos que contiene esta escultura son ídolos semihumanos que parecen representar fuerzas naturales y protectoras de los seres enterrados. Muchos de ellos están enmascarados con rasgos de felino y llevan atributos de violencia y de muerte. También muy importantes son los denominados alter ego protectores de los personajes que los portan a sus espaldas, y otros por fin son animales como felinos, águilas, serpientes y sapos, en un estilo que se dilata desde el 800 a. C. al 600 d.C.. Tal estilo no se limita sólo a San Agustín, sino que se distribuye a otros sitios de la región, existiendo magníficos ejemplos en la Fuente de Lavapatas, que contiene una serie de piletas y canales ricamente adornados con lagartos, serpientes y figuras antropomorfas. El otro desarrollo clásico que tiene gran importancia en Colombia es Tierradentro, que se expande entre el Cauca y el Magdalena a 120 km de San Agustín. También en este centro se han detectado tumbas subterráneas a las cuales se accede mediante una escalera que desemboca en una profunda habitación de forma circular u oval y de 3 a 7 m de diámetro, que está sostenida por inmensos pilares. Todo el conjunto está decorado por pinturas en negro, blanco, amarillo y rojo con motivos geométricos, antropomorfos y zooantropomorfos. En estas tumbas siempre se depositaron enterramientos secundarios, a veces colocados en urnas, que datan del siglo VII d.C. Desafortunadamente, es muy poco lo que conocemos de esta cultura fuera de las tumbas subterráneas, pero las evidencias parecen indicar que San Agustín y Tierradentro fueron ocupados en esta época por grupos escultores que crearon evolucionadas representaciones artísticas íntimamente asociadas a los montículos funerarios.
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La reacción contra el decorativismo barroco vendrá de la mano del Neoclasicismo. Los arquitectos buscan sus fuentes en la antigüedad clásica y no dudan en copiar los esquemas griegos o romanos como observamos en el Arco de Triunfo de París, realizado por Percier y Fontaine entre 1806 y 1808, la Gliptoteca y los Propileos de Munich, obras de Leo von Klenze o la Puerta de Brandeburgo de Berlín, levantada entre 1788 y 1789 por Langhans. La admiración por estilos arquitectónicos historicistas caracterizará la primera mitad del siglo XIX. El neogótico tiene en el Parlamento de Londres su mejor representante, mientras que la Opera de París es la obra maestra del neobarroco. Pero el siglo XIX también nos depara espectaculares novedades en el campo de la arquitectura. La aparición de nuevos materiales como el hierro, el hormigón, el vidrio o el acero traerá consigo importantes transformaciones técnicas. La combinación de hierro y vidrio tiene en el Crystal Palace de Joseph Paxton su máxima expresión. En Francia destaca la personalidad de Henri Labrouste, quien utiliza el hierro con fines estructurales en la sala de lectura de la Biblioteca de Sainte-Geneviève. Pero es la Torre Eiffel, levantada hasta los 320 metros de altura con motivo de la Exposición Internacional de París de 1889, la verdadera protagonista de esta revolución tecnológica. La renovación definitiva de la arquitectura decimonónica se producirá en el seno de la sociedad norteamericana. La Escuela de Chicago se sitúa a la vanguardia internacional con sus espectaculares rascacielos, como el Edificio Tacoma, levantado por Holabird y Roche en 1889, o el Guaranty Building, realizado en Buffalo por Henry L. Sullivan entre 1894-95. Las vanguardias no sólo afectarán a las artes plásticas, pues la arquitectura también se verá implicada. El Art Nouveau es uno de los primeros movimientos de ruptura europeos. Entre sus mejores representantes destacan el belga Victor Horta, autor de la Casa Tassel y de la derruida Casa del Pueblo; el francés Hector Guimard, responsable de las estaciones de metro de París; el austriaco Otto Wagner, diseñador de la Caja Postal de Viena, la Majolikahaus o la Estación de metro de la Karsplatz; y el español Antoni Gaudí, autor de la Pedrera, la casa Batlló o el Parque Güell. Ya en el siglo XX se desarrollan un buen número de corrientes arquitectónicas. Entre los expresionistas destaca Erich Mendelsohn con su Torre Einstein de Postdam. Melnikov es el más importante de los constructivistas, autor del Club Rusakov de 1927. Rietveld sobresale entre los neoplasticistas con su Casa Schröder de 1924. Quizá la corriente más interesante sea el racionalismo, escuela en la que se encuadran los mejores arquitectos del siglo: Mies van der Rohe, autor del Seagram Building de Nueva York o del Pabellón alemán de la Exposición Internacional de Barcelona en 1929; Walter Gropius con la Faguswerk o el edificio de la Bauhaus en Dessau: Oscar Niemeyer, responsable de la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia; y el gran Le Corbusier, creador de la famosa Villa Saboye, la Unidad de Habitación de Marsella o el Parlamento de Chandigarh en la India. La otra corriente importante es el organicismo, movimiento en el que destaca uno de los mejores arquitectos del siglo XX: Frank Lloyd Wright, autor de la excelente Casa Kaufmann o Casa de la Cascada y del Museo Guggenheim de Nueva York, entre otras obras. El finlandés Alvar Aalto es otro de los arquitectos de esta tendencia, diseñador del Sanatorio de Paimio o el Ayuntamiento de Säynätsalo. En la segunda mitad de la centuria se han desarrollado diversas tendencias, entre las que destacan el neoexpresionismo de la Opera de Sydney de Jörn Utzon o la Terminal de la TWA en el aeropuerto Kennedy de Nueva York de Saarinen; el megaestructuralismo, con Kenzo Tange y su Centro de Comunicaciones de Kofu; o el postmodernismo de Robert Venturi y su Guild House, tendencia que pretende adaptarse a la mentalidad de quien la usa y la contempla.
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Los palacios del Renacimiento Italiano ofrecen una importante novedad: la ausencia de elementos fortificados característicos de los castillos medievales. Las fachadas se presentan más estilizadas, aunque aún muestran elementos almohadillados, y desaparecen torreones, saeteras y fosos. Buena muestra de estos palacios la encontramos en Florencia: el palacio Medici, obra maestra de Michelozzo, construido en 1444, o el palacio Strozzi, levantado entre 1489 y 1507 por Benedetto da Maiano. En Roma destaca el palacio Farnesio, construido por Antonio de Sangallo para Alejandro Farnesio desde 1540, y concluido por Miguel Angel. El esquema palacial no es igual en todas las ciudades italianas como podemos observar en Venecia, obligados sus palacios a presentar una disposición diferente debido a la geografía del lugar. Buena muestra de los palacios venecianos son la Ca Vendramin-Calergi, construido por Mauro Codussi para la familia Loredan entre 1481 y 1509, y el palacio Corner, iniciado en 1537 por Jacopo Sansovino. Tomando como modelo las villas romanas, las poderosas familias italianas también se construyeron excelentes casas de campo. Entre las más interesantes encontramos la Villa Careggi en Florencia, sede de la Academia neoplatónica de Marsilio Ficino en tiempos de Lorenzo el Magnífico; la Villa Madama de Roma, diseñada por Rafael entre 1516 y 1520 para el futuro papa Clemente VII; o la Villa Farnesio de Caprarola, obra maestra de Vignola levantada entre 1559-64. El urbanismo también sufrió una importante transformación, como se pone de manifiesto en los diseños presentados por los mejores arquitectos. Entre ellos destaca Sforzinda, proyecto de ciudad ideal realizado por Filarete entre 1460 y 1464. Rossellino pudo llevar a cabo sus planteamientos en la ciudad de Pienza, proyecto personal del papa Pío II. Las ideas renacentistas no penetrarán en todos los países con igual fuerza. En Francia todavía podemos observar ecos medievales en sus castillos, mezclados con toques de modernidad, como se aprecia en Chambord, Blois o Fontainebleau. En España la influencia italiana llega en el siglo XVI, como observamos en el Palacio de Carlos V en Granada, obra de Pedro de Machuca. Pero la arquitectura peninsular pronto tendrá un modelo propio: el Escorial, proyecto de Juan de Herrera para el rey Felipe II que se convertirá en la fuente más utilizada por los posteriores arquitectos españoles. Dos ejemplos los hallamos en el Ayuntamiento de Madrid o la Plaza Mayor de la capital, obras de Juan Gómez de Mora. La ampulosidad barroca no sólo se manifiesta en las iglesias sino que también se extiende a los palacios. Buena muestra la encontramos en el Palacio Barberini de Roma, con intervenciones de Bernini y Borromini o en el Palacio Carignano de Turín, construido por Guarino Guarini entre 1679 y 1681. Pero el momento culminante de la arquitectura palaciega en Europa, tanto por sus dimensiones como la magnificencia de su estructura lo encontramos en Francia: el palacio de Versalles. Esta fiebre palaciega tiene su extensión en el siglo XVIII, centuria en la que se edificaron buena parte de los palacios reales de Europa. En Italia destaca el Palazzo Reale de Caserta, levantado en 1751 por Luigi Vanvitelli. En España, Juvara y Sachetti participan en la edificación del Palacio Real de Madrid, con un esquema que se repite en el Palacio Real de Aranjuez, edificio reformado por Bonavia y Sabatini entre 1748 y 1771. En Alemania sobresalen el Zwinger de Dresde, la obra maestra de Pöppelman levantada entre 1697 y 1716, y la Residencia de Wurzburgo, construida entre 1720 y 1744 por Balthasar Neumann.
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La época dorada de la escultura griega corresponde a los días de Pericles, la segunda mitad del siglo V a.C. Mirón será el maestro interesado por el cuerpo humano en movimiento como se puede apreciar en su Discóbolo. El escultor nos presenta a un atleta en el momento de lanzar el disco, inclinando su cuerpo violentamente hacia delante, en el límite del equilibrio, y elevando su brazo derecho al tiempo que gira su cuerpo apoyado sobre su pierna derecha. Policleto está preocupado por las proporciones del cuerpo humano y es el autor del "Canon". En el Doríforo podemos comprobar que la cabeza es la séptima parte del cuerpo humano; el arco torácico y el pliegue inguinal son arcos de un mismo círculo; y el rostro está dividido en tres partes correspondientes a frente, nariz y la distancia de ésta al mentón. Se trata del prototipo de cuerpo varonil perfecto, elegante, sin formas hercúleas pero sin afeminamiento. Fidias es el conquistador de la belleza ideal, siendo sus personajes prototipos. Sus obras maestras están vinculadas al Partenón y en ellas podemos contemplar su belleza a través de la técnica de los paños mojados. En el siglo IV a.C. los dioses se humanizan, las formas se ablandan y la pasión se manifiesta en los rostros, gracias, fundamentalmente, a Praxiteles. Los cuerpos de sus estatuas presentan suaves y prolongadas curvas como se observa en el Hermes. Su cadera se arquea para formar la famosa curva mientras que su brazo derecho mostraría las uvas al niño Dionisos. Scopas es el escultor que mejor interpreta los estados del alma y la pasión. Sus trabajos se agitan con convulsivos movimientos y las cabezas muestran expresiones apasionadas. Lisipo prefiere proporciones más esbeltas y cabezas más pequeñas, delatando una actitud más naturalista en la que destaca los múltiples puntos de vista.
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En la pintura gótica italiana podemos considerar dos importantes periodos: el duecento o siglo XII y el trecento o siglo XIII. El duecento es el momento inicial, formativo, continuador de las normas generales del estilo bizantino. El máximo representante de la escuela florentina es Cimabue; sus obras, aunque precursoras de los nuevos tiempos, están aún cargadas de bizantinismo, al seguir trabajando dentro de la "maniera greca". Solamente será en algunos rostros donde se aprecia su deseo de inspiración en la naturaleza. En la escuela sienesa encontramos a Duccio, movido por un ideal de belleza que se interesa por la estilización y la delicadeza, aunque todavía bajo el influjo del bizantinismo. En el trecento continúan trabajando intensamente ambas escuelas. En Siena destaca Simone Martini, continuador de Duccio, pero con un estilo más avanzado, en el que el bizantinismo pasa a un segundo término al dejar paso a la elegancia y al empleo de figuras blandas y flexibles, con rostros expresivos y cargados de gracia. La última etapa de la escuela sienesa está representada por los hermanos Lorenzetti. Ambrogio es el continuador de las grandes composiciones murales donde se interesa por lo anecdótico y el efecto narrativo. Pietro manifiesta en sus obras la suavidad y la blandura sienesa junto a la influencia de Giotto. Es en Florencia donde encontramos al gran renovador de la pintura, Giotto di Bondone. Su principal aportación será liberar a la pintura occidental de la tradición bizantina, tomando la naturaleza como modelo. Pero el naturalismo no impide a Giotto concebir sus obras con una extraordinaria monumentalidad y con un importante sentimiento dramático, surgiendo de su mano escenas tan impactantes como las que se observan en la decoración de la capilla Scrovegni en la iglesia de la Arena de Padua, su obra maestra.
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La revuelta de los jonios contra los persas motivará la solicitud de ayuda a las demás polis griegas. La revuelta fue aniquilada por Darío quien establecía la autoridad perdida. Para asegurar el dominio de Tracia y Macedonia, un fuerte ejército y la flota persa al mando de Mardonio se dispuso a ocupar la mayor parte de la península griega. La reacción de los griegos fue positiva ya que los atenienses derrotaron a sus enemigos en la batalla de Maratón. Será Jerjes algunos años más tarde quien recupere el plan de invasión. Tras un primer éxito en las Termópilas, los persas cosecharán tres rotundos fracasos en las batallas de Salamina, Platea y Mícala. Durante treinta años los griegos disfrutaron de paz, saliendo beneficiada del conflicto Atenas quien pondría en marcha su imperio.
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El predominio durante la época barroca del sistema absolutista favoreció de manera singular la construcción de palacios por toda Europa. Por esto contaron con unas características generales debidas a su carácter funcional y emblemático, aunque a ellas se unieron otras de tipo local que terminaron por configurar las tipologías nacionales.Así, por ejemplo, el palacio francés resulta en esencia muy diferente del español o del italiano. Estos aparecen configurados como volúmenes cerrados en torno a un patio, con las salas principales abiertas hacia la calle para de esta manera reforzar el carácter emblemático. Por contra, el palacio francés se estructura con una planta en U, de tal manera que se abre al mundo exterior del que el patio solamente queda separado por un pequeño tabique o una verja, aislando por otra parte al edificio un foso, que más que una barrera física, es simbólica, y que por otro lado, junto con las torres que a veces aparecen en las esquinas, supone un recuerdo de aquel castillo fortaleza de los tiempos feudales cuyo carácter de representación podía adecuarse perfectamente al sistema absolutista. Por otra parte, las habitaciones principales se localizan en el ala situada al fondo del patio y abierta hacia éste, con lo que se trata de equilibrar una apertura al exterior con un sentido de intimidad.De igual manera existe otra contradicción esencial entre el palacio español e italiano y el francés, pues mientras los primeros se definen como un volumen único, el francés muestra distintos volúmenes que vienen determinados por los diversos pabellones que lo conforman.El origen de esos rasgos singulares del palacio barroco francés ha de situarse en los finales del gótico, cuando cayendo en desuso los castillos fortaleza, se construyeron los primeros palacios propiamente dichos, como fue, por ejemplo, el de Jacques Coeur en la ciudad de Bourges. Durante el Renacimiento, la evolución fue conformando una tipología adecuada a la civilización francesa, y así destacan por ejemplo el palacio de Chambord, en el que por primera vez aparece el appartement, que será la división interior propia del palacio francés durante el siglo XVII, y que al verse en el proyecto que para este edificio hizo Domenico da Cortona, puede considerarse como derivada en última instancia de su maestro Giuliano da Sangallo, quien la empleó en la villa que construyó para Lorenzo de Médicis en Poggio a Caiano. Por otra parte, también en la época renacentista, el palacio de Bury aparece diseñado ya con una planta en U, cuyo lado abierto se cierra por medio de una arquería.Centrados de nuevo en el siglo XVII, cabría señalar que la aportación italiana a Francia en el terreno de la arquitectura civil fue durante este período muy escasa. A este respecto solamente merecen mención como hechos más significativos, por un lado, la presencia de Vigarini, al que en 1659 recurrió el cardenal Mazarino para que organizara las fiestas de la boda entre Luis XIV y María Teresa de Austria, y para que construyera el teatro de las Tullerías que finalmente fue hecho por Le Vau, y, por otro lado, la estancia de Bernini para proyectar la construcción de la fachada oriental del Louvre, que no llegó a hacer. Por todo ello, la influencia italiana en este campo quedó reducida de manera substancial a las obras de tipo efímero, empleadas en las grandes fiestas en las ciudades o en Versalles, así como en las pompas fúnebres de los grandes del reino.Con estos presupuestos, durante el siglo XVII se construyeron numerosos palacios especialmente en las afueras de París y por encargo de grandes financieros o políticos, interviniendo en su edificación los más importantes arquitectos franceses del momento, aunque por su trascendencia en la evolución destacaron sobre todo Salomon de Brosse, François Mansart, Louis Le Vau y Jules Hardouin Mansart.
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En las viejas series de precios y salarios de Hamilton, referentes a Aragón y Valencia, y las muy recientes de C. Argilés para Cataluña, que son ampliamente concordantes, resulta que el período 1349-1380 fue de inflación, con una alza vigorosa de precios y salarios, decía J. Vicens, lo cual podría explicarse por la combinación de la baja de la producción con los efectos de la contración demográfica: incremento del numerario a disposición de los supervivientes, escasez de mano de obra y carencia de productos. La inflación pudo encubrir un tiempo las consecuencias de la mengua de la población que amenazaban el sistema económico. El alza de los precios y los salarios obligó entonces a la monarquía a dictar medidas de contención (Cortes de Zaragoza y Perpiñán, 1350). Las series leridanas de C. Argilés muestran una tendencia ascendente de los precios agrícolas (que se alarga más que las series valencianas y aragonesas de Hamilton), con precios máximos los años 1363-64 y 1388. En 1380-1420/30 se produjo una fase deflacionista: "los precios bajaron a través de violentas conmociones periódicos, mientras que los salarios tomaban ventaja sobre los precios y reducían los márgenes de beneficios industriales" (J. Vicens). Las series leridanas de C. Argilés corroboran la inestabilidad de los precios cerealísticos así como su tendencia depresiva. La llegada de inmigrantes franceses, andaluces y de los Países Bajos, que ralentizó el declive demográfico, debió contribuir entonces a moderar la marcha de los salarios. La crisis, que desde las pérdidas demográficas de los años anteriores tuvo que imprimir una tendencia a la baja del volumen de los ingresos señoriales (caída de la renta feudal), debió alcanzar entonces al sistema económico en su conjunto, como parece indicarlo la primera quiebra del sistema financiero catalán: la de los principales bancos privados de Barcelona, Gerona y Perpiñán. La disminución de la materia imponible (población y producción), con el consiguiente descenso de los ingresos ordinarios de las instituciones, indujo a la monarquía y a los organismos públicos a contraer deudas crecientes, mientras los municipios (Barcelona sobre todo) y la Generalidad tenían dificultades para encontrar arrendadores para sus imposiciones. El tejido social también se agrietó: los señores reaccionaron contra la caída de la renta aplicando medidas coercitivas contra los supervivientes de las mortalidades, con lo que comenzó la agitación de los remensas y, en 1391, fueron asaltadas las juderías de las principales ciudades de la Corona. Aunque el gran comercio catalán parece que se mantuvo, siguió la guerra de desgaste con Génova y hubo que adoptar medidas proteccionistas. Empezó entonces la desorganización del sistema monetario catalán con prácticas especulativas y de atesoramiento que hacían desaparecer la moneda de plata circulante (los croats). Hacia 1420/30 (incluso antes en algún sector y territorio), los indicadores económicos cambian de sentido. Después de las crisis cíclicas del período anterior, los precios y los salarios recuperan estabilidad. Fue un período de recuperación para catalanes y valencianos, durante el cual la producción de cereales (cebada y trigo) se rehizo, según las series leridanas de C. Argilés, que muestran también un ligero ascenso de los precios cerealísticos entre 1425 y 1435, y el nivel de actividad comercial en el Mediterráneo se mantuvo alto, aunque hubo algunos fracasos, especialmente por parte catalana (pérdida del mercado de especias del sur de Francia, retroceso de los tejidos catalanes en el mercado siciliano), problemas con la balanza comercial y fugas de moneda, que obligaron a las autoridades a intervenir con nuevas medidas proteccionistas. La relativa estabilidad económica del período tuvo correlación con una disminución de los conflictos sociales. Los mercaderes de grano especularon, no obstante, con las necesidades de abastecimiento de las grandes ciudades y hubo años de precios altos que contrastaron con el inicio de una baja de los salarios de sectores artesanos como el textil, lo que sería el germen de futuros conflictos. Mallorca, hundida en la crisis, con un déficit crónico de cereales, unas finanzas públicas hipotecadas y un grave conflicto entre la ciudad y el campo que derivaría en revuelta (la revuelta de los foráneos, 1450-1453), constituye la gran excepción en este período de bonanza relativa. En el reino de Valencia, al parecer, esta bonanza duró todo el siglo. Los datos concuerdan: tráfico comercial de importación y exportación en aumento constante desde principios de siglo (sobre todo desde la segunda década de siglo), finanzas municipales saneadas (sólo afectadas por un déficit financiero -deuda pública- ocasionado por los préstamos que la ciudad tuvo que hacer a la monarquía), sistema monetario estable, abundancia de liquidez, ingresos fiscales suficientes y evolución de precios y salarios que se caracteriza por la uniformidad y estabilidad, con escasas oscilaciones en torno del índice 100. Como explica P. Iradiel, dentro de esta tendencia general de estabilidad de los precios y salarios valencianos, se dieron ciclos de 20 años alternos de alzas y bajas moderadas: alza de 1415-1435, baja de 1435-1455 y alza de 1455-1475. La interpretación que puede hacerse de estos índices es que el mercado valenciano parece poco agitado y bien abastecido, con escasa incidencia de las carestías de la época. Entre 1445 y 1455 (incluso antes en algún sector) se debió entrar, en cambio, en Cataluña en una nueva fase de depresión, más aguda que la de 1380-1420, caracterizada, según J. Vicens Vives, por una sensible baja de precios, la atonía en los negocios, el descenso de las cifras comerciales y la ignorancia del puerto barcelonés como escala de las grandes rutas marítimas del Mediterráneo, además de una caída de la producción cerealística (trigo y cebada), perceptible, ya desde 1435/40, en las series leridanas de C. Argilés que muestran también la tendencia depresiva del precio del cereal, con mínimos los años 1445 y 1455. Para luchar contra la crisis se procedió a devaluaciones monetarias que pretendían favorecer la exportación, pero estas medidas, perjudiciales para los rentistas, contribuyeron a dividir la clase dirigente, sobre todo en Barcelona, lo que fue un preludio de la desastrosa guerra civil catalana de 1462-1472. Así, mientras el reino de Valencia iniciaba la recuperación con el ascenso de Valencia a la capitalidad financiera de la Corona, en la segunda mitad del siglo XV (de 1455 a 1480) Cataluña seguía en la dinámica de la crisis que la guerra civil de 1462-1472 agravaría considerablemente. Hubo entonces despoblaciones, paro, emigración, huida de capitales, crisis del gran comercio, nueva quiebra del sistema financiero y, en las series leridanas de C. Argilés, un incremento desmesurado del precio del trigo, con precios máximos los años 1464 y 1473-74. De algún modo fue el hundimiento de Cataluña como potencia, una época, dice Vicens, de ruina casi definitiva.