En la primavera de 1895 Monet levanta en su jardín acuático de Giverny un puente de estilo japonés que se convertirá en uno de los modelos favoritos para el artista en sus últimos años. Los nenúfares llenaban el estanque y los sauces alegraban las orillas por lo que toda esta naturaleza será para Monet su principal centro de producción. Partiendo de estudios tomados al aire libre, estas obras están retocadas posteriormente en el taller para crear armonias cromáticas de mayor impacxto visual. Curiosamente traicionaba así su filosofía impresionista pero el viejo maestro estaba ya interesado por experimentar nuevas fórmulas de trabajo en las que se acerca de manera gradual a la abstracción, eliminando las formas y los volúmenes. En esta ocasión sólo la referencia al puente japonés no impide hablar de una obra dominada por las pinceladas fluidas, aplicando el color con contundencia. Las luces y las atmósferas dominan un conjunto dominado por el verde. El lienzo fue comprado por Durand-Ruel el 25 de enero de 1900 y el mismo día fue vendido al conde Isaac de Camondo quien lo legó al Louvre en 1911.
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Fue en los años cincuenta de nuestro siglo cuando el impresionante conjunto de las Ninfeas (o Nenúfares, según se prefiera) empezó a adquirir la dimensión que merecía. El también pintor André Masson definió las dos salas ovaladas de la Orangerie donde se hallaban algunos de estos cuadros, como "la Capilla Sixtina del Impresionismo" mientras que casi todos los especialistas empezaron a reconocer en Monet al supremo patriarca del arte contemporáneo. Es significativo el testimonio de Rouart quien, habiendo tenido la suerte de contemplar el proceso de creación de esas obras cuando era un niño, afirmaba que nunca había vuelto a encontrar el encanto de ese instante. La verdad es que las dos salas de la Orangerie resultaban tremendamente frías para el contenido tan libre de esos lienzos y sólo cuando aparecieron nuevos ejemplares y fueron reunidos en el Museo Marmottan fue posible entender el ambiente originario en el que surgieron esos nenúfares.
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Como sabemos en su primera etapa como pintor Monet había realizado cuadros al estilo tradicional, en cuanto a temática y significado; sin embargo, progresivamente irá abandonando los grandes formatos y las composiciones con figuras para dedicarse por completo a la vida del cielo y del agua, a las cambiantes vibraciones de la atmósfera, a los reflejos matizados y a los fugaces efectos de luz que van desarrollando y creando su propio estilo. En un principio, el artista se centra en las orillas del río Sena y los veleros, tal y como había hecho Daubigny, trabaja a menudo en un barco convertido en taller. Obras tan tempranas como Regatas en Argenteuil, El baño en Argenteuil, Las barcas, Veleros en Argenteuil, etc. van sustituyendo a los temas centrales de su carrera artística durante los años ochenta y noventa como las catedrales o las ninfeas de Giverny.
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El pintor debió tomar medidas antes de la muerte del campesino, ya que transformó poco a poco el vergel que se extendía entre esos caminos convirtiéndolos en un extraordinario jardín florido. Durante el verano de 1890, Monet pinta numerosas vistas de los campos cercanos a Giverny, donde ha adquirido una casa para la construcción de un estanque que piensa cubrir de ninfeas. En la serie más importante de Almieres comenzada en otoño de este año, Monet recrea el desarrollo de una atmósfera en un completo conjunto de colores cálidos cuyo estado final retocaba en el taller. Años más tarde, en 1922 pintaba una serie de cuadros de gran formato que representaban esa casa, vista a través de las hojas y los rosales. El tema fue tratado siguiendo su método habitual desde diferentes horas del día. En 1903 inicia su duodécima serie del jardín de agua que continúa hasta el año 1908. Durante ese tiempo, en 1905 centra su interés exclusivamente en el estanque de ninfeas. Monet comienza a trabajar numerosas telas que se pudieron contemplar en la muestra que organiza en cuatros años más tarde, en 1909; pero los últimos cuadros de esta serie son tratados con finos y delicados colores. Sobre el borde del estanque de las ninfeas que Monet había creado en su jardín de Giverny, plantó únicamente dos álamos que crecieron rápidamente y cuyas ramas cayeron muy pronto en cascada sobre el agua del estanque convirtiéndose en tema predilecto para sus cuadros. Hacia 1919 se dedicó a pintar diferentes vistas de uno de estos álamos, el más grande, tratando de mostrar los efectos de luz producidos a través de sus múltiples hojas, cuyos reflejos coloreaban el agua de vivas manchas.
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Como sabemos, sus temas son a menudo los más naturalistas que existen, pero la manera en que su mano los traduce puede ser comparada con la palabra de un poeta. A pesar de sus constantes temas como los álamos, las catedrales, las ninfeas y un largo etcétera, el conjunto de su obra aparece como una rara y diferente sinfonía donde cada pincelada tiene una sonoridad diferente. También se puede observar la pasión por lo que es bello pero también el exceso de orden, el análisis de un determinado lado o parte o bien de una cierta anarquía que puede aparecer en sus obras. Todas estas características, que a veces llegan a ser incluso contradictorias, tienen su mejor reflejo en la serie dedicada a las ninfeas ya en los últimos años de su vida, como esta obra que contemplamos, que está fechada entre 1920 y 1926.
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Una de las obras finales de Monet, los grandes y extensos paneles de Ninfeas dispuestos en la Orangerie des Tuileries, son una muestra más de realidad e imaginación en su obra. Esa estancia recogía al mismo tiempo que los colores de las estaciones y sus días, la proximidad y el alejamiento entre ellos, la síntesis de su arte son, en este sentido, el resumen de los últimos años de la vida del artista donde agotado y operado de cataratas nos muestra el propio autorretrato de su obra. Hoy en día, la presencia de estas obras nos muestran una sinfonía entre el agua, sus reflejos, sus movimientos y el fluir de los colores entre el espacio y el tiempo.