En los últimos años del siglo XV pinta Pedro Sánchez I este sensacional Entierro de Cristo, una armoniosa y equilibrada composición presidida por la Virgen depositando el cuerpo de su Hijo en el sepulcro. El espacio pictórico se ocupa por un amplio grupo de santos personajes situados detrás del grupo principal. Las figuras están dispuestas de forma simétrica, contraponiéndose, resultando un conjunto cargado de equilibrio y de espiritualidad, manifestada a través de los gestos. El espacio dejado al fondo no es muy amplio pero podemos apreciar un paisaje en perspectiva que es cruzado por diversos caminos. La influencia de Roger van der Weyden en esta obra y en el estilo de Pedro Sánchez es manifiesta.
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A pesar de que no tenemos noticias que lo afirmen, sería razonable considerar que Rubens conociera a Caravaggio durante su estancia en Roma. El pintor flamenco tuvo que sentir especial admiración por la pintura del italiano como se pone de manifiesto en la copia del Entierro de Cristo que se conserva en los Museos Vaticanos. El naturalismo y los efectos lumínicos llamarán especialmente la atención a Rubens, incorporando estos elementos a sus pinturas.Rubens introduce algunas novedades respecto al original: suprime la figura de María con los brazos abiertos del fondo y otorga mayor protagonismo a los hombres que depositan el cuerpo de Cristo en el sepulcro. Las diagonales que organizan la composición en el lienzo original también se hallan aquí presentes, pero Rubens aporta algo más de colorido al conjunto, limitando el contraste de claroscuro. El dramatismo y la tensión contenida de esta composición será continuado por el maestro flamenco en buena parte de su producción, convirtiendo el movimiento y el dramatismo en sus señas de identidad.
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Igual que ocurre con la Oración en el Huerto, Tiziano exterioriza en sus cuadros el drama personal por el que está pasando en la década de 1550, al fallecer sus amigos íntimos y casarse sus hijos. El fantasma de la soledad que tanto asusta a los ancianos aflora en el artista, que cuenta con más de 65 años, y lo transmite a sus obras. Por eso, el Entierro de Cristo encierra un dramatismo y una tensión espectaculares, como se aprecia en la expresión de los rostros o en los movimientos de las figuras -profundamente escorzadas por la influencia que ha ejercido el Manierismo en la obra del maestro-. El clasicismo de sus primeras obras se aprecia aún claramente en el sepulcro donde es enterrado el Mesías, inspirado en los sepulcros antiguos. Pero la composición es mucho más movida, al organizarse con una clara diagonal en profundidad, inaugurando así el Barroco. La fuerte luz dorada que emplea provoca la pérdida de color en algunas zonas como en la figura de primer plano que nos introduce en la escena. La estela de Miguel Ángel continúa presente al utilizar figuras con amplia musculatura, muy escultóricas. Siempre tuvo Tiziano gran interés por las calidades de las telas, aprendido de su maestro Giovanni Bellini, que se mantiene en esta imagen, especialmente en los pliegues del sudario blanco de Cristo. Al situar a las figuras en primer plano provoca un aumento de la tensión e introduce en la escena al espectador, al que hace partícipe del propio entierro.
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Dos años después del éxito conseguido con Cristóbal Colón en el Convento de la Rábida, Cano de la Peña vuelve a enviar a la Exposición Nacional una tela de historia, reeditando el éxito anterior y consiguiendo una nueva primera medalla. El tema elegido en esta ocasión es el ajusticiamiento, el 2 de junio de 1453, del condestable don Álvaro de Luna, muerte ordenada por su amigo y antiguo valedor, el rey Juan II de Castilla. El entierro del cadáver tuvo lugar en el cementerio de los ajusticiados gracias a las limosnas aportadas por el pueblo de Valladolid. La escena representa el momento de la colecta mostrando en primer plano el muerto, con la cabeza separada del cuerpo, sobre unas parihuelas, velado por su joven pajecillo Morales. Rodean al difunto varios frailes franciscanos que rezan por su alma y reciben las limosnas. Por la puerta penetra una muchedumbre para contemplar el macabro espectáculo, mientras que la zona izquierda de la escena está ocupada por un enterrador abriendo la fosa. Las figuras están pintadas casi a tamaño natural y ocupan toda la superficie del lienzo, realizando cada una un gesto que traduce su sentimiento interior, acentuando el aspecto teatral de la escena. El espacio es muy cercano al espectador, siendo la puerta abierta la única vía de escape hacia un fondo de cielo abierto de reducida visión. La composición está estructurada en dos grupos: en la izquierda encontramos el público, con gentes de toda condición, mientras que en la derecha se sitúa el difunto, acompañado de los frailes y el fiel pajecillo. El firme dibujo es una de las características de la composición, colocando a las figuras en distintas posturas, destacando los detalles. También es magnífico el estudio de la luz, a pesar de la arbitrariedad a la que recurre el maestro, destacando las figura principales y matizando con suaves toques de luz a los que permanecen en penumbra. Encontramos numerosas influencias clasicistas en el cuadro, especialmente de Guido Reni, Rafael o Verrochio, apreciándose también ecos de Velázquez o Murillo.
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El autor de esta tabla la incluyó en una serie dedicada a la vida de San Esteban, que se encuentra en el Museo del Prado, como es la dedicada a su Martirio. El traje del santo es el mismo que en el resto de la serie para poder identificar al protagonista entre la multitud de personajes que aparecen en la historia. Tras el martirio en que el santo fue lapidado, sus amigos le entierran en medio de una gran consternación. El estilo renacentista de Juan de Juanes nos habla de la influencia que este pintor había recibido de Rafael y Leonardo, pues el rostro de los personajes "buenos" es hermoso y lleno de gracia. La escena se halla muy suavizada en los contornos y las líneas, lo que nos habla de la técnica leonardesca del sfumato, que Juanes aplicaba en todas sus obras. El conjunto nos remite al ámbito de la pintura italiana, que marcaba el ritmo de la pintura mediterránea.
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Zurbarán era un pintor acostumbrado a "inspirarse" en los dibujos y grabados de otros artistas, modificando algunos de los personajes, situaciones, etc. Pero en este caso, el pintor copia la composición sin apenas variaciones de un grabado del siglo XVI, también titulado Entierro de Santa Catalina. Quizá la razón sea que el mismo cliente que le encargó el lienzo le facilitara la estampa en cuestión. Sin embargo, Zurbarán es capaz de imprimir su estilo personal a la escena, y sustituye la linealidad del grabado por un verismo y un colorido inimaginables en otro autor. Santa Catalina era una virgen mártir del siglo IV, que fue conducida ante un tribunal de sabios teólogos para defender su fe. Sus conocimientos y retórica hacen que se la considere patrona de los filósofos y de los oradores. Desgraciadamente su elocuencia no convenció a los jueces, que la condenaron a tortura: primero se la ató a una rueda con cuchillas, que se rompió. Tras el primer intento fallido, fue decapitada con una espada. Obsérvese cómo los dos instrumentos de su martirio aparecen junto al sepulcro y que el níveo cuello de la muchacha está limpiamente seccionado. El milagro póstumo tuvo lugar cuando los ángeles a los que la santa se había encomendado al morir rescataron su cadáver de las manos de los verdugos y lo enterraron en el monte Sinaí, donde se descubrió incorrupto en el siglo IX. Subastado en 2008 por 210.000 euros, fue adquirido por una colección particular.