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Personaje
Militar
Fue uno de los soldados más destacados de su época. De rango capitán, mantuvo una estrecha relación con Roger de Flor. Participó en la expedición protagonizada por los catalanes y aragoneses para defender al Imperio del ataque de los griegos. El emperador Andrónico quiso premiarle con el título de César, pero el se negó, argumentando que su amigo Roger de Flor reunía más méritos. Cuando murió Roger, Berenguer, al frente de un ejército, quiso vengar la muerte de su amigo. Aunque venció en algunas batallas, fue hecho prisionero. Su ejército se disolvió en dos facciones y Entenza fue asesinado por los hermanos Rocafort.
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En 1946 ya se hablaba de los portaaviones con propulsión nuclear, pero su elevado coste económico demoró su construcción. Fue terminado en 1961, convirtiéndose en el barco más grande del mundo, pudiendo abarcar un radio de acción de 650.000 Km. Fue, además, el segundo buque de guerra con propulsión nuclear en entrar en servicio. Su enorme capacidad de almacenamiento, tanto de combustible como de aviones, le hacía especialmente útil. Incluía proyectiles nucleares tácticos, además de bombas de profundidad de hasta 10 kilotones. Su ala aérea es similar a la de los portaaviones clase Nimitz y fue remodelado entre 1979 y 1982.
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En un principio el Enterprise se proyectó con la cubierta despejada, pero no se tuvo en cuenta la salida de humos y el peligro que ello entrañaba para los aviones que aterrizasen. Para evitar este problema se rediseñó su estructura y se creó una especie de isleta para canalizar la salida de humo y donde pudieran estar los mandos. De su estructura también resaltan los hangares, que eran construcciones independientes y menos pesadas de lo habitual. Intervino en la batalla de Midway, donde derrotó a tres portaaviones de la flota nipona. Después de esta acción fue remodelado. Durante el conflicto mundial también estuvo presente en los acontecimientos que se desarrollaron, entre otros puntos, en las islas Salomón, las islas Gilbert, el mar de las Filipinas y en Okinawa. En esta última acción fue atacado con bombas y por los kamikazes, aunque no sufrió daños definitivos. En 1958 Estados Unidos lo vendió.
contexto
Enterramiento de los reyes Cuando enferma el rey de México ponen máscaras a Tezcatlipuca o Vitcilopuchtli, o a otro ídolo, y no se la quitan hasta que sana o muere. Cuando expiraba lo enviaban a decir a todos los pueblos de su reino para que lo llorasen, y a llamar a los señores que eran parientes y amigos suyos, y que podían venir a las honras dentro de cuatro días; que los vasallos ya estaban allí. Ponían el cuerpo sobre una estera, y lo velaban cuatro noches gimiendo y plañiendo. Lo lavaban, le cortaban una guedeja de cabellos de la coronilla, y los guardaban, diciendo que en ellos quedaba la memoria de su alma. Le metían en la boca una fina esmeralda; le amortajaban con diecisiete mantas muy ricas y muy bordadas de colores, y sobre todas ellas iba la divisa de Vitcilopuchtli o Tezcatlipuca, o la de algún otro ídolo devoto suyo, o la del dios en cuyo templo se mandaba enterrar. Le ponían una máscara muy pintada de diablos y muchas joyas, piedras y perlas. Mataban luego allí al esclavo lamparero, que tenía a su cargo el hacer lumbre y sahumerios a los dioses del palacio, y con tanto llevaban el cuerpo al templo. Unos iban llorando y otros cantando la muerte del rey; que tal era su costumbre. Los señores, los caballeros y criados del difunto llevaban rodelas, flechas, mazas, banderas, penachos y otras cosas así, para echar en la hoguera. Los recibía el gran sacerdote con toda su clerecía a la puerta del patio, en tono triste; decía ciertas palabras, y le hacía echar en un gran fuego que para quemarlo estaba hecho, con todas las joyas que tenía. Echaban también a quemar todas las armas, plumajes y banderas con que le honraban, y un perro que lo guiase a donde había de ir, matado primero con una flecha que le atravesase el pescuezo. Entre tanto que ardía la hoguera y quemaba al rey y al perro, sacrificaban los sacerdotes doscientas personas, aunque en esto no había tasa ni ordinario. Los abrían por el pecho, les sacaban el corazón para arrojarle en el fuego del señor, y luego echaban los cuerpos en un osario. Estos que así morían por honra y para servicio de su amo, como ellos dicen, en el otro siglo, eran en su mayor parte esclavos del muerto y de algunos señores que se los ofrecían; otros eran enanos, otros contrahechos, otros monstruos y algunas eran mujeres. Ponían al difunto, en casa y en el templo, muchas flores y muchas cosas de comer y de beber, y nadie las tocaba más que los sacerdotes, pues debía ser ofrenda. Al otro día cogían la ceniza del quemado y los dientes, que nunca se quemaban, y la esmeralda que llevaba en la boca, todo lo cual lo metían en un arca pintada por dentro de figuras endiabladas, con la guedeja de cabellos, y con otros pocos cabellos que cuando nació le cortaron, y tenían guardados para esto. La cerraban bien, y ponían encima de ella una imagen de palo, hecha y ataviada al natural como el difunto. Duraban las exequias cuatro días, en los cuales llevaban grandes ofrendas las hijas y mujeres del muerto, y otras personas, y las ponían donde fue quemado, y delante del arca y de la figura. Al cuarto día mataban por su alma quince esclavos, o más o menos, según les parecía; a los veinte días mataban cinco; a los sesenta, tres; a los ochenta, que era como final de año, nueve.
obra
El desgraciado pueblo español sólo puede enterrar a sus víctimas y callar sus sentimientos de rabia contenida contra el enemigo francés para evitar la persecución y no acabar como ese montón de cadáveres, en los que Goya mezcla la belleza de las formas y la crueldad del conflicto.