Las victorias de Covadonga y Poitiers poco habrían significado sin la guerra civil que enfrenta a árabes y norteafricanos o beréberes a partir del año 739 y permite consolidar el reino astur al ser derrotados por los árabes los beréberes de las guarniciones situadas de la Meseta Norte que, desguarnecidas, son atacadas por los astures y los pobladores cristianos de las mismas llevados, al decir de los cronistas, hacia el Norte. Posiblemente estos cristianos repatriados contribuyeron a repoblar las tierras del reino astur, que se extiende por Galicia en la parte occidental y llega hasta las tierras vasconas de Álava y, sin duda, reavivaron en el Norte las casi olvidadas, tal vez nunca bien conocidas, cultura, costumbres y formas de vida visigodas que incluyen una cierta centralización del poder y la consolidación de la servidumbre. Contra la primera reaccionaron en tiempo de Fruela I (747-768), hermano y sucesor de Alfonso, vascones y gallegos que habrán de ser sometidos militarmente, y militarmente serán reducidos por Aurelio (768-773) los siervos sublevados contra sus señores.Por estos años, la llegada de Abd al-Rahman I a al-Andalus ha servido para poner fin a los enfrentamientos internos y permite a los musulmanes intervenir de nuevo en Asturias, de cuyos reyes puede afirmarse, con los cronistas cristianos, que durante al menos quince años tuvieron relaciones pacíficas con los musulmanes y que estuvieron controlados por éstos. Esta sumisión puede explicar que se sitúe en estos años el mítico Tributo de las Cien Doncellas, leyenda según la cual cada año el rey de Asturias ha de dar al emir de Córdoba, entre otros tributos y regalos, cien jóvenes que pasarían a engrosar el harén de los jefes musulmanes. La existencia de un activo mercado de esclavas rubias del Norte en Córdoba y la entrega, documentada, de princesas cristianas como esposas o concubinas de emires y califas hace creíble la leyenda.En los años de Alfonso II el Casto (788-843), coincidiendo con las primeras revueltas muladíes en las zonas fronterizas de Mérida, Toledo y el Valle del Ebro, el reino astur se defiende con éxito y pasa a la ofensiva con resultados militares tan favorables que, años después, serán atribuidos a la intervención del apóstol Santiago en la legendaria batalla de Clavijo, que pone fin al Tributo de las Cien Doncellas y sirve a los cronistas como prueba irrefutable del apoyo divino a los reyes de Asturias.El Tributo y Clavijo son símbolos, respectivamente, de la sumisión y de la oposición del reino a los emires cordobeses, sumisión y oposición que tienen una de sus manifestaciones visibles en el campo eclesiástico: la ocupación musulmana ha respetado la organización eclesiástica visigoda, el arzobispo de Toledo es la cabeza de esta Iglesia bajo el control de los emires, y mientras no se rompa la dependencia de la Iglesia astur respecto a Toledo no podrá hablarse de independencia política. La unidad eclesiástica peninsular se quiebra cuando la iglesia toledana acepta las teorías adopcionistas, cuyo autor parece haber sido el monje Félix, promovido al obispado de Urgel el año 782. Sus teorías fueron aceptadas por los obispos mozárabes reunidos en el concilio de Sevilla el año 784, bajo la dirección de Elipando de Toledo, al que muchos consideran si no el autor sí el máximo defensor de la teoría adopcionista, contra la que combatirán en Asturias el obispo Eterio de Osma y el monje Beato de Liébana, autor de unos comentarios al Apocalipsis de san Juan de los que se hicieron diversas copias, magníficamente ilustradas, que hoy conocemos como Beatos, por el nombre de su autor.El adopcionismo, teoría según la cual Jesucristo es hijo adoptivo de Dios en cuanto a la naturaleza humana, se convierte en objeto y pretexto político: quienes se oponen a la sumisión a los emires cordobeses se unen alrededor de uno de los nobles de la familia real, Alfonso, partidario de romper la vinculación con Córdoba-Toledo y, lógicamente, apoyado por Beato y Eterio. Con el triunfo político de Alfonso II, termina la vinculación con al-Andalus, el adopcionismo es considerado herético, la iglesia asturleonesa abandona su dependencia respecto a la iglesia primada de Toledo y se afianza la repoblación del territorio.
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Como había ocurrido en el Intermedio Temprano, el valle de Moche volvió a emerger como foco central de un estado de conquista multivalles; este estado es conocido como reino de Chimú o Chimor. Chimú es el antiguo nombre del valle de Moche y tuvo su capital en Chan-Chan, una ciudad fundada alrededor del 800 d.C. que se emplazó en el extremo norte de la cuenca, y desde donde se gestó la conquista de un vasto territorio de más de 1.000 km2 de extensión hasta que en 1.425 fue conquistado por los incas. En su época de máximo esplendor se extendió desde Lima a Túmbez, llegando a establecer contacto con Manta en la costa sur y centro de Ecuador, que por aquel momento tenía una organización de tipo preestatal, con grandes asentamientos como el de Agua Blanca en Manabí. Por el este se expandió hacia la sierra, llegando a Cajamarca y Huamachuco. La capital, Chan-Chan, comrende un centro cívico de 6 km2 de extensión y 19 km2 de períféria edificada. El recinto central contiene nueve conjuntos de paredes de adobe con unas dimensiones de 200 por 600 m de lado, y un recinto más pequeño, siendo adyacentes a una pirámide truncada que tuvo una funcionalidad de enterramiento. La ciudad en su conjunto está dividida en diez sectores y pudo albergar en su momento culminante hasta 200.000 habitantes. Estos diez sectores o palacios amurallados estaban separados por calles anchas y rectas y plazas centrales, conteniendo en su interior cuartos, terrazas, depósitos, pasajes y tumbas. Cada uno de ellos estuvo dedicado enteramente a un rey; de ahí que fueran levantados secuencialmente para conmemorar la ascensión al trono de un nuevo gobernante. Mientras éste vivió, el conjunto sirvió de palacio; a su muerte, su cuerpo fue colocado debajo de la plataforma piramidal que después fue coronada por un santuario mantenido por los descendientes de cada gobernante. Estas tumbas contenían ricas ofrendas de cerámica, textiles, mantas, plumas, discos de oro, objetos de plata, armas e instrumentos de bronce, etc. Chimú surge como consecuencia de la descomposición de Huari, como resultado de un cambio evolutivo basado en la integración de las formas Huari y Moche. No se han detectado migraciones ni cambios radicales, ni tampoco influencias, sino tan sólo un proceso endógeno. Además de Chan-Chan, los chimú levantaron una ciudad en cada valle, algunas de las cuales llegaron a ser casi tan grandes como la propia capital. Por ejemplo, Chiquitoy Viejo en Chicama, Pátapo en Lambayeque, Pacatnamú en Jequetepeque y Purgatorio en el valle del Leche. Otros asentamientos menores sirvieron de apoyo a cada uno de estos grandes centros. En unos y otros se desarrolló una compleja agricultura hidráulica, que se considera herencia de la antigua cultura moche, y que sirvió de base al sistema productivo Chimú, así como también un complejo sistema de fortalezas y de carreteras. Una producción pecuaria exitosa y la explotación de productos mineros que incluyen oro, plata, cobre y bronce, así como trabajos industrializados en cerámica y tejidos constituyeron, junto al mencionado sistema de distribución, la base económica del estado chimú. La organización social del reino Chimú fue muy jerarquizada, desde el grupo dirigente a las clases campesinas y artesanas que vivieron en las periferias de sus ciudades. La realeza chimú parece haber practicado la herencia compartida, una costumbre que más tarde asimilarían los incas. Toda la riqueza del gobernante muerto -incluidas posesiones materiales, tierras y demás- pasó a manos de sus herederos para ser utilizada en sus ceremonias. El heredero al trono sólo heredó la autoridad política del rey, teniendo que levantar su propio conjunto palaciego y efectuar nuevas conquistas para financiar su administración. Tal vez en ello esté la clave del expansionísmo chimú y, más tarde, del imperio incaico. En cuanto al sistema religioso, la tradición oral coloca a Ai-Apaec, "el que hace", como dios creador de la naturaleza y de los hombres. El sol estaba ligado a unas piedras mágicas que eran sus hijas y las representantes de sus antepasados. También los cuerpos celestes más notorios, como algunas estrellas, Orión, Las Pléyades, etc., ocuparon un nivel importante en el panteón chimú. Estas fuerzas sobrenaturales estuvieron controladas por un cuerpo sacerdotal jerarquizado, desde las ciudades a las aldeas, que se encargó de mantener ideológicamente integrada a la sociedad.
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Muy pocas noticias nos han llegado sobre los orígenes del reino de Axum, fundado en la región oriental del Tigré por árabes procedentes del Yemen. La primera mención del reino de Axum se halla en el Periplo del Mar Eritreo, cuya fecha de redacción ignoramos, por lo que puede dársele un margen de tres siglos, del I al III d.C. Sin embargo, la fundación de Axum como capital de un nuevo reino, puede datarse en el siglo I, junto al puerto de Adulis en el Mar Rojo, donde se manifiesta una particular civilización cuya organización política desconocemos, aunque puede hablarse de una monarquía que vive bajo el influjo griego, e incluso utiliza la escritura helénica, como lo demuestran textos que han llegado hasta nosotros en griego, en ghez y en sudarábigo, así como diversas monedas que a partir del siglo III arrojan cierta luz sobre la secuencia de sus reyes y el papel jugado en las relaciones políticas, económicas y culturales ya con los Himyaritas, de la Arabia Feliz -Yemen-, ya con los comerciantes griegos que trafican en el Mar Rojo e, incluso, con el lejano subcontinente indio. El más célebre de sus reyes fue Ezana, a mediados del siglo IV, convertido al cristianismo por un discípulo del célebre Atanasio de Alejandría, paladín del sínodo de Nicea. Conversión esta que acarreó diversas dificultades al soberano axumita en sus relaciones con el emperador bizantino Constancio II, que profesaba el arrianismo (herejía que niega la divinidad de Jesús y lo subordina al Dios Padre). Ezana lograría, por otra parte, afirmar su poder en la península arábiga, concretamente en el Yemen, en cuya política había intervenido ya alguno de sus predecesores. Tal actitud le sustrajo del expansionismo persa que apoyaba a los mercaderes judíos. Por otra parte, anteriormente se ha visto cómo intervino en Meroe, a la sazón sometido a múltiples intereses que acabarían dando al traste con su entidad política. Los reyes axumitas tendrán que contentar tanto a bizantinos como a romanos, que deseaban se unieran a ellos en una cruzada contra los persas, sobre todo en época de Justino I y, posteriormente, de Justiniano, en la primera mitad del siglo VI. Al rechazar tal alianza en 570, los persas se hacen con el Yemen. Pese a dicho revés, el reino de Axum seguirá siendo considerado como una gran potencia durante el Bajo Imperio, aun cuando desde entonces vinculará su futuro histórico al de toda el África oriental.
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Los orígenes del judaísmo se remontan al antiguo reino de Judá, en el actual Israel. El primer rey, Saúl, fue sucedido por David y Salomón, los cuales dieron paso a una época considerada por los judíos como una edad dorada. David comienza su reinado hacia el año 1005 a.C. Su siguiente objetivo será hacerse coronar soberano de Israel, unificando ambos reinos y creando un Estado unido. A partir de entonces, logra extender su reino a costa de los arameos, consiguiendo sojuzgar a los moabitas, ammonitas y edomitas, a los que convierte en vasallos. David logra, finalmente dominar a los filisteos, así como firmar tratados con poderosas ciudades del entorno, como Tiro y Hamat, convirtiendo a ésta última en una zona de influencia. Por último, David conquistó la ciudad de Jerusalén, que tenía un monarca independiente, haciendo de esta urbe la capital de su reino. Salomón, sucesor de David, no agrandó el reino con nuevas conquistas, sino que su política se encaminó a establecer alianzas con Egipto, Tiro y el lejano reino de Saba, en Yemen. Además, la corte del rey alcanzó un gran prestigio cultural y político, construyendo en Jerusalén el gran Templo de Salomón.
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Las elecciones de 27 de enero de 1861 se realizaron de acuerdo con una nueva Ley Electoral, de 17 de diciembre de 1860, que establecía un diputado por cada 50.000 habitantes (para la población, entonces existente, de algo más de 22.000.000 correspondían 443 diputados). Se mantenía, de acuerdo con lo fijado en 1848, el colegio uninominal, la segunda vuelta (ballottage), y las elecciones complementarias. El cuerpo electoral se acercaba a las 420.000 personas, lo que no llegaba ni al 2 por 100 del total de la población. El nuevo Parlamento, dominado ampliamente por abogados, funcionarios y profesores de la mayoría gubernamental, se reunió en Turín el 18 de febrero y optó por una Italia políticamente moderada bajo la inspiración de la Casa de Saboya. Ni el centenar de diputados de izquierda, dirigidos por U. Rattazzi, ni los que, como Garibaldi, reclamaban la inmediata anexión de Roma y Venecia, sin atender a su costo diplomático, pudieron alterar la línea de acción trazada por Cavour. El 17 de marzo de 1861 el Parlamento reconocía a Víctor Manuel como "Rey de Italia por la gracia de Dios y la voluntad de la Nación", aunque mantenía el ordinal correspondiente a los reyes de Piamonte. Se conservaba el Statuto de 1848, que concedía al rey la plenitud del poder ejecutivo y la capacidad de intervención en un sistema legislativo de carácter bicameral. Se trataba de un nuevo Estado, que no estaría completo mientras no consiguiese la anexión de Venecia y Roma. En un discurso pronunciado el día 27 de aquel mismo mes de marzo, Cavour dejó claro que Roma habría de ser la capital del nuevo Estado, a la vez que acuñaba la frase que pretendía describir las condiciones deseables en las relaciones con la Iglesia: "Una Iglesia libre en un Estado libre". Cavour, sin embargo, no pudo llevarlas a la práctica, ya que falleció el 6 de junio siguiente, posiblemente de malaria.
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Se ha impuesto un nuevo reino-Estado, éste asimismo negro desde sus inicios y que habrá de tomar el relevo de Ghana en el país de los negros. Se trata de Mali, cuyo nombre ha reivindicado el ex-Sudán francés de la franja nigeriana, a raíz de su independencia (1960), adoptándole como suyo, ya que Mali -que realmente significa hipopótamo-, llegó a ser una nación casi legendaria hasta inicios de nuestro siglo. Sin embargo, cuando emerge Mali, lo hace como un Estado islamizado, de lengua landé o mandinga que conocerá su total apogeo hacia el siglo XIV, extendiendo su territorio desde el litoral atlántico hasta el Air y Ualata (Mauritania), en la cuenca del Alto Gambia. Su zona central se encontraba, no obstante, en el Alto Níger, entre Bamako y Suguri. Su historia empieza desde que a principios del siglo XI, un tal Baramendano, ketra o señor principal del lugar, hostigado por sus vasallos ante la falta de lluvia y el hambre que sufren, se dirige a los almorávides en petición de ayuda. Estos le conminan a convertirse al Islam: acto seguido empieza a llover, lo que le da un enorme prestigio. El historiador árabe Ibn Jaldun, que recuerda el hecho, cuenta cómo en 1050 este hombre peregrina a La Meca y se le confiere el título de sultán. Sus continuadores gobernaron sin más. Casi dos siglos después, otro negro sarakolé, Sumanguru, rey de los Susu, hombre belicoso que se ha hecho con parte del territorio del antiguo Ghana, al que pertenecía la provincia de Sussu, atacaría al soberano de Mali. Este era a la sazón Naré Fa Maghan, al que hace matar, así como a todos sus hijos, con excepción de un niño tullido, Sundiata, que no le inspira cuidado alguno. No obstante, este mismo niño recobra con el tiempo el uso de sus piernas y se torna en un gran guerrero, que reúne a sus partidarios y levanta las provincias de las que se considera natural señor. Toma Futa Jalon y vuelve a la capital, donde tras una iniciación mágica toma el nombre de Mali Dayata o león de Mali, para enfrentarse con el propio Sumanguru, en la batalla de Kirina (1235), cerca del actual Bamako. En este encuentro, que aún es recordado en las tradiciones populares, Sundiata vence a Sumanguru, que muere alanceado. Acto seguido reúne en Kangaba y en asamblea a doce fieles vasallos y les distribuye el gobierno de las tierras. Cinco años después, como ya se ha dicho, saqueará la ciudad de Ghana, y se hace dueño de toda la franja sudanesa que comprende las regiones auríferas de Uangara y del Bambuk. Buen gobernante, Sundiata administra sabiamente Mali, incrementando los cultivos, entre éstos el algodón y, bajo su reinado, su Estado crece en demografía. A su muerte, Mansa Ule, su hijo, "el rey Bermejo" -Mansa significa rey-, reina entre 1255 y 1270 piadosa y prudentemente, incrementando la herencia paterna y como buen creyente hará la peregrinación a La Meca. La dinastía degenerará con sus sucesores, lo que supone la formación de facciones y las consiguientes revueltas. Estas posibilitan que entre 1285 y 1300, un ex-esclavo de nombre Sakurna se haga con el poder y, tras imponer al reino un orden riguroso, se empeñe en una cruenta lucha primero al oeste con los Tekruris del Senegal, al este con los Songhai de Gao y al sur con los Mossi, a quienes no consigue subyugar. Hará la consabida peregrinación a La Meca, pero en el viaje de vuelta, al retornar por el mar Rojo -no por El Cairo, como era usual- justo en el momento de arribar a tierra africana, será asesinado por un danakil. En 1300 sube al trono otra nueva dinastía, sucediéndose entre 1300 y 1312 tres soberanos de los que se sabe muy poco. El último, Abu Bakary II, intentará entre 1310 y 1312 una expedición atlántica integrada por 200 piraguas bien pertrechadas, con orden de navegar hacia Occidente y no volver a menos que tocasen la otra orilla del océano. Retornó una sola y el soberano, ilusionado, según la tradición, fletó 2.000 piraguas de las que no volvió ninguna, por lo que algún historiógrafo contemporáneo ha llegado a aventurar que quizá tocaron el continente americano antes que Colón o los portugueses. Un hijo de Abu Bakary II, Kankan Musa, que reinaría entre 1312 y 1337 y que ha pasado asimismo a la historia como Mansa Musa, se convertirá en la segunda mitad del siglo XV, a decir de los historiadores árabes Ibn Batuta e Ibn Jaldun, en el más importante soberano negro de su tiempo, no sólo por su prudencia y poderío, sino por la fastuosidad de su corte. Su enorme Imperio abarcaba desde el desierto hasta la selva y desde el Atlántico hasta el este del recodo del Níger. Mantenía continua relación con Egipto y, según Ibn Batuta, un tráfico que ocupaba unos 12.000 camellos circulaba anualmente desde Mali a El Cairo y viceversa. En 1331, al subir al trono Abu El Hassan, el nuevo sultán de Marruecos, Kankan Musa, le remitió a Fez ricos presentes a los que correspondió el sultán marroquí con una embajada que a su vez le llevó suntuosos regalos. Tanto la tradición como la historiografía recuerdan la peregrinación de Kankan a La Meca (1324). La expedición estaba integrada por una enorme e interminable caravana, integrada por notables con sus esclavos y prolija impedimenta, a la que se sumaba gran cantidad de oro. El viaje a Arabia se llevó a través de los campamentos de Argelia, donde dejó asentados a varios de los componentes de la caravana. En El Cairo, Kankan se significó por sus adquisiciones, entre las que se contaban numerosos códices jurídicos. Allí pudieron conocerle varios mercaderes venecianos que llevaron su fama a Europa y cuyo relato posiblemente inspiró el célebre mapa del mallorquín Abraham Cresques, en el que se presenta el África occidental con expresa representación de Mali -Malli- y su señor de los negros. En La Meca ofrendó 20.000 zequíes de oro y se hizo legendario por sus pródigas gratificaciones. El oro que llevaron llegó incluso a depreciar el áureo metal. Su prodigalidad llegó al extremo de tener que pedir créditos para regresar. Con Kankan Musa se crea un puente cultural entre el mundo negro y el mundo árabe, ya que su talante y poderío atrajeron a orillas del Níger a numerosos sabios y letrados blancos que llevaron consigo el saber árabe. A su corte llegaría el poeta y arquitecto Es-Saheli, renovador de la arquitectura sudanesa que reconstruyó Tombuctú con edificios que recuerdan un tanto a las creaciones mudéjares hispanas. Por otra parte, con Kankan se desarrollaría un gran comercio transahariano que llegó a monopolizar. Precisamente con objeto de regularizar tal comercio, incorporaría Gao a su imperio. Su importancia se subraya sólo con decir que varios antiguos monolitos funerarios encontrados en Gao fueron insculpidos en la España musulmana y llegaron allá a través de las rutas caravaneras. A la muerte de Kankan Musa y tras un breve reinado de su hijo Magan I, que moriría en 1341, accedería al trono el hermano de Kankan, Solimán, que reinó en Mali durante 19 años, hasta 1360, reconquistando Gao que se había independizado con un príncipe songhai alzado contra el difunto Kankan. Fue precisamente bajo el reinado de Solimán cuando el árabe Ibn Batuta tiene ocasión de visitar Mali, dejándonos una valiosísima descripción del reino y de la civilización lograda. "En este país -llegará a escribir- se siente uno en completa seguridad. Ni los viajeros ni los habitantes han de temer el robo ni la violencia... El viajero está siempre seguro de encontrar alimento y de poder alojarse convenientemente durante la noche". Sin embargo, Ibn Batuta denuncia la avaricia y la impopularidad creciente de Solimán. Con su muerte, en 1360, se inicia la decadencia de Mali, que ha de enfrentarse a diversas razzias de los tuaregs. Estos llegan a apoderarse de Arauan y Gualata, en el desierto, e incluso de Tombuctú, en 1435. La decadencia de Mali es irreparable sobre todo por la paulatina penetración de los Fulbé. No obstante, su Imperio sigue siendo respetado y en 1481, Mandi Mamadu, a la sazón soberano, mandará un delegado a los portugueses establecidos en Gambia, proponiéndoles una alianza frente a Songhai y el reino de Uolof. El entonces rey de Portugal, Juan II, no quiere comprometerse y Mali continúa en declive. En 1530 Mamadu II vuelve a pedir infructuosamente socorro a Portugal ante la presión de los Songhai. Todo es inútil: el reino acabará disgregándose mientras inician su hegemonía los reinos Bambara de Segun y Kaarta.
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Es mucho lo que se desconoce acerca del origen del reino de Mitanni. Los hurritas, el elemento poblacional en el que se basó, probablemente aparecieron en la región a partir de la segunda mitad del II milenio, procedentes de Armenia y el noreste del Cáucaso. Su idioma, ni semítico ni indoeuropeo, ha sido relacionado con el urarteo, aunque algunas palabras y nombres de gobernantes señalan en la dirección del indoario. En el siglo XVI a.C. varios pequeños estados hurritas situados al oeste de Assur y en el norte de Siria se unifican bajo un mismo gobierno, aunque es poco más lo que se sabe. Su capital, Washukani, sigue sin ser hallada en la actualidad, y se carece en gran medida de documentos hurritas. Con el paso del tiempo, el reino hurrita de Mitanni estuvo en disposición de competir con Asiria, que se encontraba en decadencia, así como con el débil Imperio hitita. En el siglo XV a.C. el monarca Parratarna tomó Halep (Aleppo) y sustrajo a los hititas el control sobre una extensa zona en el norte de Siria hasta el Mediterráneo. Saushatar, uno de sus sucesores, logró tomar Assur y pudo extenderse al este del Tigris. La agresiva política expansionista de Mitanni, sin embargo, se vio frenada momentáneamente por la competencia egipcia. El faraón Tutmosis III, quien había fijado su vista en Siria, logró detener a los hurritas, aunque a finales del siglo XV a.C. se produce una distensión entre ambos Estados -gracias, sobre todo, a la ascensión del Imperio hitita-, plasmada en la correspondencia, en los intercambios matrimoniales a cambio de oro o en el envío en dos ocasiones de la efigie de la diosas Ishtar asiria para curar al enfermo Amenofis III. La caída de Mitanni se produjo, una vez más, por causas externas. Los hititas de Suppiluliuma consiguieron medrar a costa de Mitanni: primero le sustrajeron Siria, gracias al enfriamiento de las relaciones entre el rey hurrita Tushrata y el faraón egipcio Amenofis IV; después cayeron sobre la capital, Washukani, que acabó por derrumbarse de manera definitiva.
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El factor propulsor de este género fue evidentemente la imprenta, pero también la decidida voluntad de hacer perdurable el lujo y la ostentación del arte efímero, así como de dejar memoria a los tiempos venideros de las pasajeras fiestas del poder. La barroca fue la época más floreciente de esta producción, que ha permitido conocer las fugaces manifestaciones artísticas de los festejos -en el caso español, de los Habsburgo y Borbones- con un lujo de detalles que no encontraríamos nunca en otras fuentes literarias relacionadas con las manifestaciones estables. En este sentido, resulta curioso cómo apenas existió interés por dejar testimonios gráficos de las últimas, mientras que el ornato efímero cuenta con un abundantísimo corpus de estampas. No sólo fueron actos regios los que pasaron a la imprenta. Otra autoridad incuestionable, la Iglesia, encontró en el género un eficaz modo de propaganda y pedagogía contrarreformista con la plasmación de sus celebraciones y fiestas religiosas. Pero en uno y otro ámbito los libros y "Relaciones" responden a unos mismos patrones apologéticos, a intereses institucionales o corporativos, aquellos que pagan la edición y, en definitiva, se convierten en un género reiterativo, monótono y repleto de tópicos. Los cronistas resultan pretenciosos con su continuo interés en impresionar al lector de aquello que fue lo nunca visto. No sólo describen minuciosamente la fiesta sino que también la interpretan al transcribir y explicar los textos emblemáticos incorporados a las arquitecturas transitorias. En éstas destacan por su abundancia los jeroglíficos, una representación pictórica en tarjas o escudos, con un lema, o frase corta por lo general en latín, y unos versos en castellano que aclaraban el significado. A pesar de su origen culto y minoritario, los jeroglíficos de las fiestas fueron fáciles y comprensibles por el público, de modo que no fueran malinterpretados. En este sentido, hay que citar lo que ya señalara Juan Antonio Maravall del género emblemático: una literatura de apoyo de unas ideas políticas, morales y sociales. Por otro lado, no sólo hay que pensar en los revestimientos de maderas y sus símbolos, pues cada conmemoración tuvo su marco especial en el que confluyeron diversos géneros artísticos -literatura, música y baile- que acabarían convirtiendo la fiesta renacentista y barroca en un complejo engranaje cultural. Otra cuestión inherente a la revitalización de la fiesta renacentista es su relación con la aparición de las cortes estables y los comienzos de la capitalidad urbana. Esta adquiere, entonces, la función del escenario festivo sufriendo una mutación, una transformación con toda una gama de falsas arquitecturas que ofrecen una imagen ideal de la ciudad. Aunque la alteración efímera de la fisonomía urbana se encuentra en las entradas triunfales de los inicios de la Edad Moderna, el esplendor de las arquitecturas efímeras, transitorias o fingidas, realizadas con madera y lienzos, telas y cartones, pintura y yeso, tuvo su momento culminante durante la cultura urbana del Barroco. Hablar de Barroco efímero es hablar de un espejismo, de un sueño o del revestimiento escénico que ofreció la ciudad durante las fiestas del Antiguo Régimen. Arcos triunfales, fachadas, galerías en perspectiva, altares, tramoyas, doseles y tapices, repletos de inscripciones, emblemas, jeroglíficos y alegorías, fueron los elementos configuradores de esta epidermis que revistió la urbe por un breve tiempo en las celebraciones y festividades que jalonaron, casi de forma sistemática, el calendario de la sociedad barroca. Pese a las estampas algo importante se ha perdido. La imagen visual que nos llega carece casi siempre de color y este aspecto fue primordial en la fiesta y sus arquitecturas. Un color festivo, de emulación, de aparente riqueza y muy lejos de la realidad arquitectónica, la del granito y el ladrillo, la del adobe y el encalado. El ornato efímero del barro fue simulado de un colorido brillante y vivo: rojos, jaspes, lapislázulis, dorados, etcétera, un cromatismo que sólo encontramos en los escasos lienzos realizados para perpetuar un acto festivo. En este disfraz tendrán cabida los elementos participativos que conllevan la verdadera razón de ser de la fiesta pública y de su escenario -la ciudad-. Se trata de las procesiones, séquitos y comitivas, carrozas y mojigangas, simulacros bélicos y fuegos artificiales, música y danza, etcétera. Una función, en definitiva, en la que las distintas artes se integran para ofrecer un espectáculo esencialmente visual y sonoro, que cautivará los sentidos, un artificio en el que todos los ciudadanos quedarán sorprendidos y distraídos por un breve tiempo, de la dura realidad cotidiana.
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Una de las culturas más importantes de Indochina es la que desarrollará a lo largo de diversas etapas políticas el pueblo khmer. A principios del siglo VII aparecen las primeras inscripciones en el lenguaje de los khmer que pueblan el Reino indio de Tshenla, situado en el curso medio del río Mekong, y que se desmembró a finales del siglo VIII por causas políticas y sociales. Los khmer se reorganizaron políticamente y en el siglo IX lograron establecer la unidad de la actual Camboya bajo el rey Jayavarman II (802-850), que fundó el Reino de Angkor basándose sobre todo en los aspectos religiosos. De joven, este monarca había vivido en el palacio de la refinada corte de los sailendra de Java, hasta que a su regreso a Camboya (790) trajo a su país la cultura javanesa y el protocolo real de aquella dinastía. Jayavarman II, al principio unificó el reino, que se había desmembrado en varias partes, y mientras duró esta unificación fundó algunas ciudades como Indrapura, Kuti, Hariharalaya, Amarendrapura y Mahendraparvata, esta última en el año 802, en el Phnom Kulen, a 30 kilómetros al noroeste de Angkor. La elección de este lugar está cargada de una amplia significación religioso-política, ya que el soberano eligió este monte para que fuese la montaña divina de Meru, sobre la que reinaba Indra como soberano de todos los dioses. El monarca se identificó con este rey divino y se llamó a si mismo rey de las montañas, dando a entender que el país de los khmer ya no dependía de Java y que él era el único soberano del universo. Las nuevas bases del poder de Angkor habían quedado claramente marcadas bajo una nueva directriz religiosa, ya que el soberano había recibido el poder transmitido del dios. Poco después se fundó una nueva capital, Yasodharapura, en el emplazamiento de Angkor, que alcanzó su apogeo casi un siglo más tarde, con el rey Rajendravarmam.
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Aunque aislada del norte de África desde 1350, Granada supo explotar la rivalidad castellano-aragonesa y las crisis internas de Castilla para alcanzar su máximo esplendor cultural -Alhambra- y político. Sin embargo, la dependencia exterior (sobre todo de Génova) de su floreciente economía -sedas, textiles- y una nobleza tan levantisca como la cristiana precipitaron la decadencia nazarí durante el siglo XV. Tras el buen gobierno de Yusuf I (1333-1354), sobresalió la figura de su hijo Muhammad V (1354-1359 y 1362-1391), aliado de Pedro I de Castilla y enemigo de Pedro el Ceremonioso, quien patrocinó las entronizaciones de los incapaces Ismail II (1359-1360) y Muhammad VI el Bermejo (1360-1362) durante la Guerra de los Dos Pedros. En su segunda etapa (1362-1391) Muhammad V protagonizó un reinado de paz, prosperidad, auge cultural y fortalecimiento militar -recuperación de Algeciras (1369-1379), Ronda, Gibraltar y Ceuta (1382-1386)-. Con Yusuf II (1391-1392) y Muhammad VII (1392-1408) se inició un grave proceso de desestabilización política interna consecuencia de las luchas internas y problemas económicos derivados del progresivo aislamiento de Granada del mundo islámico y magrebí. Esta etapa coincidió también con una mayor agitación militar en la frontera. El reinado de Yusuf III (1408-1417) sufrió la reactivación militar castellana, cuya consecuencia más grave fue la pérdida de Antequera ante el infante Fernando (1410). Las derrotas de la minoría de Muhammad VIII y el descontento provocaron la revuelta nobiliaria del linaje de los Banu Sarrag (Abencerrajes), que entronizaron a Muhammad IX el Izquierdo o el Zurdo (1419-1427). Las luchas entre dos bandos de la familia real (Zegríes y Abencerrajes), que comenzaron entonces, abrieron un periodo de inestabilidad interior que Granada no sería capaz de superar. Con Muhammad IX el Zurdo (1419-1427; 1430-1431; 1432-1445 y 1447-1453) el reino fue alterado por continuos enfrentamientos dinásticos y periódicas ofensivas castellanas. Entre 1427 y 1429 Muhammad VIII recuperó el trono de la mano del clan de los Bannigas (Venegas), pero fue asesinado al cabo de dos años y Muhammad IX regresó al poder. El gobierno de Álvaro de Luna supuso la reanudación de las ofensivas castellanas (1430-1439), que produjeron graves derrotas- Higueruela (1431)-, escasez, disturbios y nuevas discordias nobiliarias atizadas por Castilla. Muhammad IX fue depuesto (1431) por el efímero Yusuf IV (1432). La reanudación de la luchas en Castilla dio un respiro a Granada, aunque en el interior se reprodujeron disputas. En 1445 los Abencerrajes entronizaron a Muhammad X el Cojo (1445-1447), a lo que siguió un periodo de anarquía total y de lucha por el poder entre éste, Muhammad IX (1447-1453), Yusuf V (1445-1446 y 1446-1462), Muhammad XI el Chiquito (1448-1454) y Abu Nasr Sa'd (1454-1462 y 1464). Finalmente, en 1453 castellaños y Abencerrajes impusieron a Abu Nasr Sa'd (1454-1462). En esta situación, la suerte de Granada quedó a merced únicamente de la prolongación de las guerras nobiliarias en Castilla. El reino de Granada experimentó en esta etapa una efímera recuperación para caer enseguida en nuevas luchas sucesorias bajo la creciente presión de Castilla. Tras numerosas luchas internas, Muhammad IX el Zurdo recuperó el trono en 1453. Durante su última etapa de gobierno alternó el poder con Sa'd (1454-1462) y tuvo afrontar la guerra de desgaste de Enrique IV (1455-1457) y las conquistas castellanas de Archidona y Gibraltar (1462). Este año Muhammad IX fue destronado por el breve Yusuf V (1462), sucedido por su hijo Abul-Hasán Alí o Muley Hacen (1464-85) con ayuda de los Abencerrajes. Muley Hacen se impuso a sus aliados y a su hermano Muhammad ibn Sa'd (el Zagal) e inició un paréntesis de paz y prosperidad al calor del apoyo de sus súbditos y de la guerra civil de Castilla. Sin embargo, el final de la crisis castellana coincidió con la decadencia de Muley Hacen, preludio del fin. En las Cortes de Toledo (1480) los Reyes Católicos decidieron reiniciar la guerra contra Granada siguiendo la vieja pauta de Fernando de Antequera, Álvaro de Luna y Enrique IV. La empresa, de características tanto medievales como modernas, tuvo causas religiosas (fue una Cruzada teñida de mesianismo), políticas (ocupar a la nobleza, aunar a Castilla y Aragón en una empresa común) y económicas (golpear el comercio genovés, fácilitar la navegación en el Estrecho...). La conquista de Granada (1480-1492), planteada como una guerra de desgaste, fue desde el primer momento la empresa prioritaria de los reyes, que estrangularon económicamente al emirato y se beneficiaron de la constante guerra civil por el trono entre Muley Hacen (hasta 1485), su hermano El Zagal (hasta 1489) y su hijo Muhammad XII llamado Boabdil (1482-1492). Las campañas contra Granada comenzaron con la toma de Alhama en respuesta a la conquista nazarí de Zahara (1482). Hasta 1485 los Reyes Católicos explotaron la rebelión de Boabdil y los Abencerrajes y ocuparon Álora y Setenil (1484). A la muerte de Muley Hacen (1485), los cristianos conquistaron la región occidental del reino (Ronda, Loja, Illora). Se produjo entonces la usurpación de El Zagal, que fue derrotado por Boabdil con ayuda castellana. En 1487 las tropas cristianas conquistaron Málaga tras un duro asedio. En los dos años siguientes los castellano-aragoneses ocuparon la zona oriental del emirato (Vera, Mojácar, Níjar, Vélez Blanco y Vélez Rubio, Tabernas, Purchena; Guadix, Almería), destacando la conquista de Baza, la campaña más aura de toda la guerra. El Zagal se retiró entonces de la guerra (1489) y Boabdil quedó reducido a Granada, la Vega y las Alpujarras. En situación agónica la población de la capital se negó a rendirse, mientras los Reyes Católicos construyeron el campamento de Santa Fe como símbolo de su determinación. Tras llegar a un acuerdo con Boabdil, los cristianos entraron en Granada el 2 de enero de 1492. La población mudéjar conservó vidas, religión y posesiones, pero desde 1500 debió optar entre la conversión o el exilio, convirtiéndose en la minoría morisca presente en la Península hasta el siglo XVII. Con la conquista de Granada los Reyes Católicos pusieron fin a ocho siglos de dominio político musulmán en la Península, concluyendo el proceso secular que se conoce como Reconquista, definidor en gran medida de la evolución política, económica, social y cultural de los reinos ibéricos durante toda la Edad Media.