El gobierno del Gran Capitán en Nápoles coincidió con la época de la recuperación de la virtú nacional italiana y enseguida con los valores que los historiadores del arte llaman el Renacimiento, enfrentados en parte con la cultura del Gótico tardío, procedente en su mayor parte de Flandes, donde se desarrollaba un esquema estético diferente que era al mismo tiempo una concepción del mundo. La situación en Nápoles era difícil. Aislado en el corazón de una Italia fuertemente republicana, y de intereses mercantiles, donde había sido fácil el ascenso de banqueros al poder político, rodeada de ambiciosos y gigantescos vecinos, el imperio alemán y el Imperio turco -cada vez más, frente a frente en los Balcanes-, el Reino de Nápoles era la llave para que España pudiera entrar en la alta política internacional con su propio rostro y no al servicio de los intereses del Imperio, como al fin y a la postre sucedió. ¿Se había creado un sólido Estado dinástico en España, fomentando la unión de sus diversos reinos para convertirse en una mera provincia de la red política creada por los Habsburgo? La posibilidad de una política estrictamente española en Italia se frustró cuando nadie hizo caso a las llamadas de atención del Gran Capitán mientras combatía a las tropas francesas en la difícil campaña del río Garellano. Gonzalo proponía una unidad de intereses "españoles", que era tanto como decir castellanos, aragoneses, catalanes, para adelantarse al impulso de un Imperio transnacional y oponerse así al creciente poder de los Habsburgo en Europa. La victoria sobre los franceses en el GareIlano en el invierno de 1504 le abrió a los Reyes Católicos la posibilidad de entrar por la puerta grande en los grandes asuntos de la política internacional, de entenderse con Génova y Venecia y abrirse camino hacia el norte, hacia la Lombardía de los Visconti y hacia el Tirol y desde allí presionar a los Habsburgo. Pero las rencillas internas, el desencuentro de Felipe con sus suegros, y la tendencia a manipular los sentimientos de la reina Juana, terminaron primero con la salud y la vida de Isabel la Católica y, más tarde, con una serie de decisiones graves de Fernando el Católico, que comenzaron por la destitución del Gran Capitán de su cargo. Desde su retiro obligado en Loja, Gonzalo comprendió el error de esa política que el rey dejó en manos del duque de Cardona, torpe en las mesas de negociación y más aún en los campos de batalla. Todo lo que él había ganado con su esfuerzo e inteligencia, se malogró en una sola jornada, cuando las tropas españolas al mando del duque de Cardona fueron derrotadas sin paliativos en la Batalla de Rávena. Fernando el Católico se desentendió de Italia mientras se volcaba en la conquista de Navarra. La Historia entonces se le echó encima. La muerte de Gonzalo y, un año después, la de su primo, el rey, provocaron un cambio radical en la política en Italia. No será España quien la lleve a cabo, sino el Imperio Habsburgo con el apoyo financiero y militar de Castilla, tras ser derrotadas las voces díscolas en la revuelta comunera.
Busqueda de contenidos
contexto
La neutralidad de España, tras la Paz de Basilea, duró escasamente un año. El objetivo español era constituir una alianza con Francia y Holanda, a la que posteriormente se unirían Dinamarca, Cerdeña y los Estados Unidos, y jugar el papel de potencia mediadora en Italia, donde Napoleón dirigía las operaciones militares desde marzo de 1796. Sin embargo, en el período comprendido entre la Paz de Basilea y la firma del Pacto de San Ildefonso, en agosto de 1796, las oportunidades concedidas a España para actuar en Italia fueron mínimas, precisamente en momentos en que el escenario bélico europeo se había desplazado a aquella península. El ataque francés al Piamonte fue un éxito para el ejército republicano que obligó a los piamonteses a firmar el 28 de abril de 1796 el armisticio de Cherasco, que dejó a Napoleón las manos libres para atacar a los austríacos en la Lombardía. Sin tomar en consideración los intereses familiares españoles, los franceses invadieron Lombardía atravesando el ducado de Parma y obligando al duque Fernando, el hermano de la reina española, a pagar fuertes indemnizaciones en víveres, dinero -los millones de libras- y obras de arte, entre ellas el San Jerónimo de Correggio. La ocupación de Milán a mediados de mayo tras el triunfo francés de Lodi, provocó el pánico en Roma, que solicitó la mediación española acogiéndose a lo estipulado en la Paz de Basilea, al verse los Estados Pontificios implicados en el conflicto. Pese a que el embajador español Azara, convertido por entonces en uno de los principales asesores de Godoy en política exterior, se entrevistó con Napoleón en junio de 1796 en el palacio Pépoli de Bolonia, quedando impresionado por la personalidad del general, al que consideró "uno de aquellos ingenios privilegiados que la Naturaleza produce muy de tarde en tarde", no se detuvo el avance francés, que ocupó los territorios pontificios de Ferrara y Bolonia, los cuales serían íntegrados en la República Cisalpina en junio de 1797. Sólo el pago a los franceses de una elevada cantidad de dinero, fijada en 21 millones de libras en metálico y 5 millones en víveres, y la entrega de numerosas obras de arte, entre ellas cuadros de Rafael y Mantegna, además del Apolo de Belvedere y otros cuadros, estatuas y 500 documentos, permitieron la firma de un armisticio entre Pío VI y el Directorio el 23 de julio de 1796. El acuerdo impidió momentáneamente la entrada del ejército napoleónico en Roma, aunque el tratado negociado por Azara fue calificado por él mismo de "inicuo, bárbaro, y ultrajante". El desarrollo de estos acontecimientos y el papel desempeñado en ellos por la diplomacia española venían a demostrar palpablemente el reducidísimo peso que en la práctica tenían las concesiones que sobre el papel había hecho Francia en Basilea.
obra
Esta figura estaba proyectada para formar parte del mausoleo del papa Julio II, junto a sus compañeros El joven esclavo, Atlas y El esclavo barbudo. Quizá sea ésta la más impresionante de las cuatro, al crearse el efecto de estar surgiendo de la piedra sin tratar, ya que la viril figura apenas deja emerger uno de sus costados. Los rasgos del rostro casi se esbozan mientras que la doblada pierna derecha se inclina hacia adelante, gesto que se repite en el brazo. De esta manera, la tensión y el dinamismo caracterizan una figura cargada de expresión, que pone de manifiesto la maestría del genio florentino.
contexto
La mentalidad de los conquistadores no admitía el trabajo manual, pues pensaban que el largo viaje y las penalidades pasadas debían servir para abandonar una vida de pobreza y vivir al modo de los señores de tradición feudal que estaban presentes en la tradición española. Pronto se vio que la mano de obra indígena resultaba insuficiente, por cuanto los indios no estaban acostumbrados al trabajo bajo las condiciones que los españoles requerían. Además, la alta mortandad, producto de la conquista y las enfermedades, hacía que la mano de obra india resultase escasa. Los primeros esclavos negros integraron el séquito de los conquistadores e incluso participaron en las batallas. Eran negros cristianizados, "ladinos", que hablaban castellanos y que incluso podían haber nacido en la Península, hijos de otros esclavos. Con todo, fueron cientos de miles más los que llegaron desde África, los llamados "bozales", cuyas condiciones especiales facilitaron el comercio esclavista. En primer lugar, se aclimataban fácilmente a las regiones de clima templado; además, tenían fama de ser dóciles y serviles y trabajadores fuertes; por último, la presión de la Iglesia y la Corona en contra de la explotación de los indios, a quienes se consideraba súbditos que debían ser cristianizados, hizo que se fijaran los ojos en las poblaciones africanas que ya desde siglos antes venían siendo cantera de mano de obra esclava. La existencia de comerciantes y cazadores de esclavos, muchos de ellos también negros, y la tradicional consideración del africano como un ser inferior impidió el surgimiento de escrúpulos incluso entre los más conspicuos defensores de los derechos de los nativos americanos, como Las Casas. El comercio esclavista, que en América comenzó muy pocos después del descubrimiento, simplemente continuaba una actividad ya llevada a cabo ddesde siglos antes por comerciantes europeos, fundamentalmente genoveses establecidos en Sevilla. Con Carlos I, se enriquecieron flamencos y alemanes, mediante un asiento o contrato firmado con la Corona que fijaba la cantidad anula y el precio de venta. Los portugueses se especializaron en la caza de esclavos en su lugar de origen y en su transporte, habituados a las costas africanas y al trato con las poblaciones nativas. Los esclavos negros procedían fundamentalmente de una franja situada entre Senegal y Angola. Las pequeñas islas situadas enfrente servían de base logística. La cantidad y procedencia de los esclavos negros varía según las épocas, pues las relaciones internacionales favorecían o perjudicaban las operaciones. Esta es la causa de la gran variedad de poblaciones que llegaron a América y de la diversidad actual. Los grandes puertos a los que arribaban los barcos esclavistas fueron los de Veracruz (México) y Cartagena de Indias (Colombia), desde donde se distribuían al resto del continente. Por su parte, los puertos de origen eran fundamentalmente Sevilla, Lisboa o Canarias. Las embarcaciones usadas solían ser pequeñas y de poco calaje, para facilitar su llegada a los puertos africanos y poder remontar los ríos. Para adquirir esclavos en África se usaban dos procedimientos: o bien se capturaban directamente, o bien se adquirían a un jefe indígena, quien vendía a prisioneros de guerra o a personas que habían contraído la esclavitud por deudas. Por este motivo, los negreros solían fomentar la guerra entre distintos pueblos. Cuando se obtenían mediante negocio, a cambio se entregaban diversas mercaderías, como algodón, hierro, alcohol, armas, cuentas de vidrio, etc. A veces, conseguir un número suficiente de esclavos podía llevar un año, y las penosísimas condiciones del viaje hacía que sólo los más fuertes pudieran llegar sanos y salvos a los puertos americanos.
obra
El único artista holandés que aprovechará el pontificado de Adriano VI será Jan van Scorel, asumiendo el cargo de conservador de las antigüedades vaticanas. La producción del maestro holandés no es muy amplia y en el campo del retrato tiene una clara relación con Rafael, ya que intenta encontrar un punto medio entre elegancia y naturalidad como podemos observar en su obra maestra, El escolar, una obra en la que se manifiesta la frescura y la simpatía de los retratos infantiles flamencos.
obra
Fortuny y Cecilia de Madrazo se casaron en Madrid a las ocho de la mañana del 27 de noviembre de 1867. Tras la comida celebrada en casa del suegro, Federico de Madrazo, los novios partieron de viaje nupcial durante ocho días, eligiendo como destino El Escorial según era la tradición en la capital de España. Tomando como modelos diversos apuntes realizados in situ, Fortuny elaboró esta acuarela de una fonda - quizá en la que se alojaron los cónyuges - construida ante un potente muro de piedras que se aprecia al fondo. La protagonista absoluta de la composición es la luz que baña toda la escena, resaltando las diferentes tonalidades y proyectando sombras coloreadas al igual que hacían los impresionistas. Con estos trabajos personales, Fortuny pudo haber revolucionado la pintura española pero se interesó por el "casacón", que le daba más fama y dinero.
contexto
El economista Adam Smith había escrito que en otros tiempos hubiera podido suceder que pueblos bárbaros se impusieran por la fuerza a pueblos civilizados, pero eso era ya imposible en el mundo moderno. Esta frase tuvo su aplicación a la guerra mundial: antes de ella -y también en su transcurso- todos los beligerantes se dieron cuenta de que el resultado de la misma dependía en un elevadísimo porcentaje de su capacidad productiva. A fin de cuentas, la "Guerra relámpago", estrategia fundamental de Alemania, se basaba en la necesidad de obtener un triunfo rápido ante la superioridad material adversaria. En los años precedentes, Hitler había conseguido multiplicar su poder presionando a países débiles, pero ahora, a la altura de 1939, debía obtener una victoria rápida que le permitiera el acceso a las materias primas de las que carecía. En este sentido, el Eje resultaba una alianza muy peculiar, con muchos motivos para ser considerada como quebradiza. Italia sólo podía proporcionar alimentos y, por ejemplo, en el momento de estallar la guerra apenas si disponía de petróleo para un mes. La debilidad japonesa también era manifiesta: dos tercios de su petróleo procedía nada menos que de su adversario principal, Estados Unidos, y tenía problemas graves para mantener el nivel alimenticio de su propia población. Los aliados estaban en mucha mejor situación a medio plazo. Podían confiar en que su mayor capacidad tecnológica -sólo la de Alemania era comparable o superior- acabara imponiéndose y tenían la seguridad de que su volumen productivo, reconvertido hacia la guerra, acabaría dándoles la victoria. A este respecto, conviene recalcar la importancia decisiva de los Estados Unidos, como "arsenal de la democracia" primero y como beligerante después. En cualquier materia estratégica superaban holgadamente en producción a todas las demás naciones en guerra y solamente carecían de una materia prima fundamental: el caucho. Cada día que la guerra transcurría, por tanto, aumentaban las esperanzas bélicas de los aliados y disminuían las del Eje. En el año 1941 la producción de los dos bloques era relativamente semejante, pero en 1944 los aliados triplicaban a su adversario. Pero si aquéllos habían pensado que la pura superioridad económica les daría la victoria, no tuvieron en cuenta la capacidad de adaptación del enemigo, al menos a corto plazo. A la hora de examinar la manera en que cada uno de los contendientes abordó el incremento de la producción para atender a las necesidades bélicas, conviene agrupar los cinco principales beligerantes en tres grupos. En primer lugar, deben ser examinadas las dos mayores potencias del Eje. Tanto en el caso de Alemania como en el de Japón, las victorias iniciales contribuyen a explicar que la movilización de los recursos económicos fuera tardía e insuficiente. En Alemania, los dirigentes políticos no estuvieron dispuestos a imponer grandes sacrificios a la población, por lo que mantuvieron el nivel de consumo previo y en plena guerra el porcentaje de la producción dedicada a fines estrictamente bélicos siguió siendo relativamente reducida durante bastante tiempo: en 1941, sólo se dedicaba el 16% mientras que en 1944 llegó al 40%. El momento del cambio llegó en 1943, a partir de las primeras derrotas ante la Unión Soviética. La economía alemana mantuvo un régimen mixto, en el que los intereses privados y los del Estado nazi se involucraban de forma íntima a partir de su sumisión a las directivas del Führer. Los responsables del aparato productivo, Todt y Speer, sucesivamente, obtuvieron unos resultados muy aceptables de la explotación de los recursos propios y de los países vencidos hasta que la superioridad aliada se hizo abrumadora. La calidad de la producción bélica alemana fue siempre notable, pero no ha de darse por supuesto que siempre estuviera por delante de la de otros países; en cambio, las armas secretas resultan ser el mejor exponente de su capacidad técnica. A pesar de esa superioridad técnica, la Alemania nazi practicó un sistema de puro y simple expolio de los países derrotados y ocupados. Francia, por ejemplo, debió hacerse cargo de los gastos de la ocupación pagando cantidades muy importantes, con una cotización del marco netamente favorable a los alemanes. Se ha calculado que entre la mitad y el 60% del presupuesto francés estaba dedicado a ese propósito, con una tendencia creciente a medida que fue pasando el tiempo. En otros países, los gastos de ocupación representaron porcentualmente cantidades inferiores. La explotación de los vencidos -también a través de mano de obra forzada o voluntaria- tuvo a menudo consecuencias graves asimismo de cara al futuro, porque el saqueo significaba ausencia posterior de incentivos económicos. Así, la producción agrícola francesa disminuyó en una quinta parte. En el momento de máximo esplendor de la potencia del Reich, en el Viejo Continente todos los países, incluidos los neutrales, fueron obligados a desempeñar un papel para satisfacer las necesidades de Hitler. Como consecuencia de ello, la producción húngara de petróleo se multiplicó por veinte y en Noruega se planeó una importante industria de aluminio en beneficio de Alemania. Por su parte, tanto la economía sueca como la suiza, englobadas en el área geográfica de la hegemonía alemana, dedicaron a ella sus recursos. Con Turquía, Alemania firmó un acuerdo secreto para conseguir que la aprovisionara de cromo. Tras el aplastamiento de Polonia, el Reich obtuvo un millón de toneladas anuales de petróleo soviético e importantes cantidades de manganeso y cromo de la misma procedencia. Cobrando la deuda que Franco contrajo con Alemania durante la Guerra Civil española, Berlín obtuvo de España materias primas alimenticias y minerales. En la fase final de la guerra, tanto allí como en Portugal debió competir con precios de libre mercado para la obtención de un importante mineral de interés estratégico, el wolframio, que vio multiplicar sus precios por cinco. En cuanto a Japón, se demostró económicamente mucho más vulnerable desde fecha muy temprana. Sus sesenta millones de habitantes no podían ser alimentados con los recursos del archipiélago, de modo que una parte de las razones de la ofensiva en contra del Ejército chino deben explicarse por la necesidad de lograr aprovisionamientos alimenticios. En cuanto al resto de las materias primas, la ocupación de Filipinas, las colonias holandesas e Indochina podía haber supuesto la solución para la industria japonesa; ése había sido el motivo de la expansión imperialista nipona. Sin embargo, a partir de 1943 la acción de los submarinos y la Aviación norteamericanos reduciría de forma considerable la relación comercial con la llamada "Área de Coprosperidad". Al final de la guerra, Japón no conservaba más allá de una quinta o sexta parte de su Flota mercante. En el caso de los aliados anglosajones, el esfuerzo productivo, realizado de forma voluntaria, impuso cambios en la forma de dirigir la política económica y obligó a sacrificios muy importantes, pero trajo como consecuencia un importante incremento en la producción. Gran Bretaña fue quien resistió, inicialmente en solitario, al III Reich a base de austeridad y sacrificios. La intervención del Estado se hizo a través de hombres de empresa, como Beaverbrook, y supuso a la vez un perfeccionamiento de los métodos estadísticos y una multiplicación de la burocracia (el número de empleados en el Ministerio de Abastecimientos se multiplicó por diez durante los años de la guerra). Los problemas alimenticios pudieron ser paliados gracias al incremento en el área cultivada y se impusieron políticas corporativistas, de las que fue principal artífice Bevin, el líder laborista. Al mismo tiempo, algunos países del Imperio incrementaron de modo muy considerable su productividad industrial -Canadá- o agrícola -Nueva Zelanda-. Sin embargo, el incremento de la producción norteamericana resultó muy superior al del Imperio británico. También en este caso hay que hacer mención de los sacrificios de la población, sobre todo en los horarios de trabajo, porque también los salarios se incrementaron. Lo más relevante respecto del esfuerzo bélico norteamericano fue el incremento en el volumen total de producción, que llegó a ser de un 15% anual. Al final de la guerra, los Estados Unidos, que representaban antes de ella el 60% de la producción mundial, habían llegado a los dos tercios. Los norteamericanos produjeron durante la guerra, a pesar de haber entrado en ella tardíamente, 300.000 aviones y 87.000 carros. Para que se tenga idea de lo que esas cifras significan, baste decir que la Alemania que pareció dominar el mundo fabricó sólo un tercio de los aviones y la mitad de los carros que produjeron los norteamericanos. La URSS fabricó 136.000 aviones y 102.000 carros, quedando, por tanto, más cercana a los Estados Unidos que Alemania. En este caso, sin embargo, los sacrificios fueron mucho mayores, porque estas cifras de producción se lograron en un momento en que la mitad del país y de los recursos estaba en manos del enemigo. La renta nacional soviética no sólo no creció durante el período bélico, sino que se redujo como consecuencia de las destrucciones: el índice 100 de antes de la guerra era tan sólo 88 en 1945. Se ha llegado a decir que los salarios reales quedaron reducidos al final de la guerra a tan sólo menos de la mitad de antes de ella. Nada mide mejor el nivel de esfuerzo y padecimiento del pueblo soviético que esa especie de "segunda revolución" experimentada como consecuencia del transporte masivo de la industria hacia el Este, en especial a los Urales. Pero otro segmento de la población mundial estaba destinado a ser destinatario aún de mayores padecimientos aun durante estos años.
contexto
En la abadía de Conques se conserva un altar portátil, realizado en los primeros años del XII, con una decoración esmaltada en su base, que muestra una transformación de la técnica del esmalte, combinando el viejo procedimiento cloisonné con otras formas realizadas en cobre que anuncian el champleué. Serán los artistas lotaringios los que impulsarán una gran transformación de esta producción artesanal con el empleo de este nuevo tipo de material que permite una mayor libertad de creación. A partir de 1170 se inicia en Limoges una producción artesanal de los trabajos en esmalte que tendrá una gran difusión por toda Europa. Una cantidad increíble de obras reproduciendo cajas-relicario y cruces, de una calidad mediocre, han oscurecido la realidad de una producción de un cierto valor artístico.
contexto
Aunque heterogéneo desde un punto de vista social, económico, geográfico, histórico y cultural, el mundo islámico presenta una serie de rasgos esenciales que se pueden citar como comunes, unas características propias diferenciales que le distinguen de otros grandes espacios de civilización. En especial, el espacio geográfico en el que comenzó a expandirse la nueva religión a partir del siglo VI marcó y dio carácter al islam. Las conquistas islámicas y la formación del nuevo imperio afectaron a regiones áridas o subáridas, "a una zona eremiana, situada entre la Europa templada y húmeda, el Asia monzónica y el África intertropical de modo que sus fronteras parecen coincidir ampliamente con las del nomadismo pastoril, o al menos con las de las regiones en que estos nómadas tuvieron influencia política" (Planhol). Es cierto que los avances más tardíos del Islam se produjeron de modo pacífico, a través de relaciones humanas y mercantiles, por ejemplo en Indonesia o en el África subsahariana, o mediante conquistas, en la India, pero siempre en condiciones muy distintas a la de la primera y gran expansión islámica. ¿Es posible deducir algunas consecuencias o constantes históricas de tales hechos? Los especialistas subrayan la fundamental condición del espacio islámico como continente intermediario, floreciente en tanto en cuanto sus ciudades y rutas caravaneras o marítimas dominaron las relaciones y el comercio con los ámbitos de civilización circundantes. Señalan también la fragilidad de la cultura y sociedad campesinas y el escaso aprecio en que se las tenía: "religión de ciudadanos y de comerciantes, propagada por nómadas, llena de desprecio hacia el trabajo de la tierra, el Islam es la expresión, en lo que toca a su actitud con respecto a la vida material, del medio geográfico y social de las ciudades caravaneras, donde ha nacido" (Planhol). Estas afirmaciones contienen aspectos convincentes pero parece que simplifican con exceso la interpretación de la realidad. Es indudable que los nómadas tuvieron gran importancia en la primera expansión del Islam y, después, otros nómadas la alcanzaron en diversas épocas, pero su protagonismo cesaba frente a los sedentarios en cuanto se trataba de consolidar el asentamiento y organizar la nueva forma de vida. Eran un elemento de presión, pero ya actuaban así sobre las tierras de sedentarios próximas mucho antes de que el Islam apareciera, desde el primer milenio antes de Cristo, cuando se perfeccionó su encuadramiento en tribus y contaron con los medios de transporte adecuados -en especial los camellos- para desplazarse, depredar o conquistar rompiendo las fronteras de los pueblos sedentarios, en especial si funcionaban los mecanismos de crisis -pensemos en las sequías entre los años 591 y 640- o había modificaciones internas, como las causadas por la diversificación social y la complementariedad de intereses entre beduinos y mercaderes caravaneros en la Arabia de Muhammad. Aquellos nómadas de desiertos cálidos tendían a no instalarse en tierras con pluviosidad media o alta, a evitar las de montaña y bosque, que podían convertirse en zonas de refugio para poblaciones mal islamizadas, y se detenían ante los territorios habitados por poblaciones campesinas densas y coherentes de modo que el Mediterráneo, siempre según la expresión de Planhol, acabó convirtiéndose para ellos en una frontera estratégica y la forma y límites de la conquista en algunas tierras, por ejemplo las de Hispania, estuvo influida por los factores citados aunque también por otros de naturaleza diferente. Más allá de Arabia o del Sahara, y después de la época de conquistas, la influencia de los nómadas era menor de lo que a veces se ha afirmado. Se manifestaba, por ejemplo, en la conservación de estructuras tribales, aunque fragmentadas y degradadas, entre los descendientes de los conquistadores, pues era una forma de cimentar su preeminencia social y de conservar su cohesión política e incluso de emplazamiento territorial. No volvería a haber intervenciones decisivas de nómadas hasta el siglo XI, tanto en el Magreb como en Oriente, pero en este último caso se trataba de nómadas muy distintos a los beduinos árabes: los turcomanos eran nómadas de tierras altas y frías, su modo de contacto con los sedentarios fue diferente, entre otras cosas porque eran nuevos adeptos al Islam y no sus propagadores iniciales, y sus capacidades guerreras también lo fueron pues a ellos se debe la ruptura de barreras montañosas insalvables hasta entonces, como la del Taurus, y la conquista de la Anatolia bizantina. Para completar afirmaciones generales y liberarse de la unilateralidad interpretativa que comportan, es preciso comprender que en las tierras del Islam había profundas diversidades, como no podía ser menos en un espacio tan grande. M. Lombard distingue tres espacios macrorregionales: la región de los istmos, integrada por Arabia, Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia; el mundo iranio, de inmensos desiertos salinos y estepas áridas; y el occidente islámico. La región de los istmos fue el mundo árabe por excelencia. En él, Arabia conservó su prestigio como cuna del Islam, sus funciones religiosas y también algunas culturales propias unas veces de la misma condición islámica -recordemos la importancia de la escuela jurídica malikí medinense-, otras de la tradición beduina y caravanera, como lo fueron la continuidad de la vieja poesía árabe o la educación de esclavos selectos en Medina. En Egipto, tierra de población densa con importantes minorías coptas no islamizadas y grupos de judíos, griegos y, más adelante, occidentales en Alejandría y otros centros mercantiles, se mantuvo un tipo de agricultura que nada tiene que ver con influencias nómadas, regido por el Nilo, rico en trigo, lino, papiro y, desde el siglo IX, en caña de azúcar y algodón pero escasísimo en madera y arbolado. El creciente fértil de Palestina, Siria y Mesopotamia, entre el Jordán, el Orontes, el Éufrates y el Tigris alcanzó uno de sus momentos históricos culminantes con la expansión de la agricultura de regadío durante el siglo IX, gracias al buen orden político, y las poblaciones, muy mezcladas étnicamente pero con preponderante herencia cultural semítica, no sólo islamizaron sino que se arabizaron profundamente: el Sudeste de la baja Mesopotamia o Huzistán era tierra pantanosa, dedicada al cultivo de la caña de azúcar con mano de obra esclava, mientras que más al Norte el Sawad, hasta las proximidades de Bagdad, se dedicaba preferentemente al arroz, trigo, cebada y palmeras datileras. La alta Mesopotamia o Gazira tenía muchos más oasis de regadío que en la actualidad y producía algodón y tejidos derivados, por ejemplo, las muselinas de Mosul. El enlace con Siria a través del codo del Eufrates estaba también sembrado de oasis en los que terminaban grandes rutas caravaneras desde Persia, y el mismo paisaje dominaba en Siria donde Alepo o Damasco se alzaban en oasis más extensos. El Irán conservó su anterior división administrativa y su paisaje en el que contrastaban los puntos y oasis de regadío, sede de ciudades y agricultura intensiva, con los grandes espacios áridos recorridos por caminos de caravanas. Al Noroeste el Adarbayyán, con Rayy y TabIiz como centros más importantes, estaba separado del Mar Caspio por los montes Elburz; al Suroeste el Fars o Pérsida, sede de las antiguas capitales iranias como Pasagarda o Persépolis, famoso por sus textiles y por la importancia de las relaciones marítimas a través del Golfo Pérsico, organizadas, en general, a partir de Siraz, dado el carácter malsano de la costa; al Este y Suroeste, el Sigistán, atravesado por los caminos hacia la India, con algunas ciudades caravaneras de especial importancia como Kandahar; y, al Noreste, las tierras montañosas del Jurasan, fronterizas con el Asia Central: por ellas pasaba el camino o ruta de la seda jalonado por ciudades-oasis como Nisapur, Marv o Herat. Más allá, el Asia Central en torno a Bujara, Samarkanda y Kasgar, añadía a sus anteriores sustratos iranios los nuevos procedentes de la islamización. Dentro de su enorme extensión, Irán era un país complejo, con regiones marginales mal islamizadas y rebeldes, como Kurdistán y Luristán en el Noroeste, o las tierras de beluches y afganos en el Este, poco controlados a partir de los núcleos urbanos y caravaneros como Kabul o Gazna. En el occidente islámico las dos zonas de más rápida e intensa islamización fueron Ifriqiya, al Este, tierra de antigua tradición urbana púnica y romano-bizantina, desde la que se controlaba el estrecho de Sicilia, y, el extremo Oeste del Magreb al-aqsa, antigua Tinguitania, mientras que los territorios intermedios conservaron durante mucho más tiempo sus peculiaridades culturales y religiosas bereberes y en ellos el Islam se extendió a partir de las rutas de enlace Este-Oeste: las que bordeaban el desierto del Sahara dieron lugar a ciudades caravaneras como Siyilmasa, desde las que partían los caminos que recorrían el desierto de Norte a Sur, o, muy posteriormente y más al Noroeste, Marrakech; la ruta de las mesetas centrales partía de Qairuán y fue jalonada por ciudades nuevas, foco de islamización y aculturación para las poblaciones beréberes, como Tahert, Tremecén o Fez; la ruta costera, la más frecuentada por su valor económico, cubría etapas entre ciudades portuarias antiguas o nuevas desde Túnez, Mahdiya (año 915), Bizerta y Bona (antigua Hipona), pasando por Bugía, Argel, Cherchell (antes Cesarea), Orán, fundada por gentes de al-Andalus, Ceuta y Tánger, hasta los puertos atlánticos: Arcila, Larache, Salé y Rabat, Mazagán, Agadir.
contexto
El resultado del esfuerzo constructivo de Santa Sofía produjo, como no podía ser menos, una viva impresión entre sus contemporáneos, siendo descrito de este modo por Procopio: "Todos estos elementos, sabiamente ajustados en el espacio, suspendidos unos y otros, y reposando solamente en las partes adyacentes a ellos, producen una destacable y única armonía en el conjunto; y hacen difícil para el espectador el que detenga su mirada en alguno en concreto por largo tiempo, pues cada detalle atrae rápidamente la atención en sí mismo. De este modo, la mirada gira constantemente alrededor y los espectadores son incapaces de seleccionar un elemento que sea más digno de admiración que otro". Procopio hace mención a una característica fundamental de Santa Sofía y del arte bizantino: la importancia concedida al espacio interior. Lo que Antemio e Isidoro se propusieron fue, no sólo crear el espacio necesario para las ceremonias de la catedral del Imperio, sino además, producir la sensación de un espacio aún mayor. Desde el eje central, el espacio se eleva verticalmente hacia la cúpula mayor, se detiene apenas en sus bordes y se hunde en la media cúpula, volviéndose a dilatar y penetrando en los cuartos de esfera de los nichos diagonales. La concatenación de formas espaciales se desarrolla tanto centrífugamente, en torno al eje central, como longitudinalmente, desde la entrada hasta el tramo del ábside. A su vez, la configuración y el juego de cada forma espacial se afirman primero para luego ser negados. Ninguna de estas configuraciones espaciales queda contenida por los sólidos envolventes, sean los pilares, los muros curvos o rectos o las superficies abovedadas. Los pilares son bastante voluminosos, si se miran desde las naves laterales; pero se pretende que no se vean. Su masa queda negada por un revestimiento de mármol. Los fustes de las columnas son enormes, pero el mármol polícromo contrarresta la percepción de su corporeidad. Este último aspecto nos conduce al papel desempeñado por la decoración, tendente a dar la impresión de movimiento al cubrir las paredes con colores resplandecientes. Las columnas se hicieron de mármoles polícromos -mármol verde con grandes vetas blancas- de pórfido o de basalto. Placas de los mismos colores cubrían los pilares y los zócalos de los muros, siendo de oscuro mármol gris las del pavimento. Las paredes altas y los intradoses de las bóvedas y las cúpulas se revistieron de mosaico, principalmente de sencillas cruces polícromas o motivos estrellados sobre fondo de oro. Para dar variedad al efecto de las teselas de vidrio se usaron algunas piedras semipreciosas. Los capiteles estaban recubiertos de follaje con sus relucientes hojas y ramas recortándose sobre las densas sombras del fondo. Un encaje de zarcillos revestía las enjutas de las arquerías; en otras partes, una hojarasca de nácar se incrustaba en mármol negro. No había, al parecer, mosaicos historiados y los descritos por Pablo el Silenciario debían corresponder a la restauración de Isidoro el Joven; gracias a su poema, sabemos que la nueva cúpula tenía una gran cruz: "Elevándose sobre el espacio inconmensurable está el yelmo redondeado en todos los lados como una esfera, y que, radiante como los cielos, cubre el techo de la iglesia. En su misma cima se ha representado una cruz, protectora de la ciudad... se ha pintado el signo de la cruz dentro de un círculo por medio de un mosaico diminuto, para que el Salvador del mundo entero pueda por siempre jamás proteger la iglesia". Se sabe, por otro lado, que Justiniano donó una enorme colgadura de seda que representaba a Cristo entre San Pedro y San Pablo, con símbolos de la philantropia imperial en los bordes. Había canceles de mármol con bajorrelieves de flores y pájaros, de pámpanos y hojas de hiedra. Y el oro, la plata y el marfil no fueron olvidados, como nos recuerda Pablo el Silenciario: "Buena parte de la gran iglesia en el sector del arco oriental, que se ha reservado para el sacrificio incruento, no se ha cubierto ni de marfil ni de sillares, sino que se esconde bajo una cubierta de plata. No sólo sobre las paredes que separan al sacerdote del coro de los cantantes, sino también sobre las columnas, seis parejas en total, se han colocado planchas de plata pulida, que extiende lejos y en amplitud sus rayos". Dada la desaparición del mobiliario litúrgico, parece oportuno detenerse brevemente y tratar de imaginarnos la ordenación de este núcleo preferente de la iglesia; así podría obtenerse una imagen más rica del espacio interior. En el ábside había un synthronon de tres escalones para el clero, muy semejante al que se conserva en Santa Irene -Mango-. Frente al synthronon, había un deslumbrante cimborrio con una techumbre piramidal que cubría la mesa del altar. La bema, separada de la iglesia por una reja, ocupaba la mayor parte del espacio cubierto por la semicúpula oriental.