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Si durante la primera mitad del siglo XVIII la agricultura conoció una cierta expansión, fue a partir de la década de los ochenta cuando las malas cosechas se hicieron más frecuentes y surgieron graves problemas de abastecimiento, generalizándose las carestías y las crisis de subsistencia, efectuándose algunos tanteos para ir introduciendo la patata como complemento dietético. En 1797 el Semanario de Agricultura informaba de experiencias efectuadas en algunos lugares de Andalucía sobre la elaboración de pan de patata: "con el auxilio de esta excelente raíz ningún pueblo se debería quejar en adelante de falta de subsistencia, si bien la generalización del consumo humano de la patata no se daría hasta la siguiente centuria". El origen de este bloqueo agrario hay que buscarlo en la falta de flexibilidad del marco productivo, en la pervivencia de sistemas de explotación y de propiedad poco evolucionados y en la timidez de las medidas reformistas destinadas a corregir las carencias estructurales del agro español. Los logros de la política agraria fueron modestos por la resistencia de los poderosos y por la falta de voluntad de los gobernantes, poco proclives a cuestionar aspectos estructurales de la sociedad estamental. Las innovaciones tecnológicas fueron tan escasas que tuvieron una nula incidencia en la productividad agraria. Los intentos de reformas técnico-agronómicas difundidos a través de las Sociedades Económicas de Amigos del País no alcanzaron resultados prácticos al plantearse como objetivo aumentar los rendimientos sin alterar el marco jurídico-institucional. El utillaje se siguió basando en herramientas antiquísimas dominadas por el arado de modelo romano, la carreta, el trillo para separar el grano de la paja, la guadaña y la hoz para la recolección del pasto o el cereal, y la azada, la laya, la pala y el azadón para remover manualmente la tierra. Los profesores Alvarez Santaló y García-Baquero, en un estudio realizado en las tierras sevillanas entre 1700 y 1833 lograron consignar más de 300 arados, pero de tan nutrida muestra sólo localizaron la existencia de un arado inglés en 1801. Las técnicas agrícolas siguieron ancladas en la rutina. La utilización del barbecho suponía una reducción muy considerable de la superficie cultivada, que se puede estimar en la mitad, pues se dejaba descansar la tierra cada dos años (el llamado sistema de año y vez) o se sembraba una vez cada tres años (conocido como al tercio). El campesino seguía sembrando a voleo, y el abonado era un recurso bonificador sólo utilizable en las huertas por lo limitado del estiércol animal. Sin novedades perceptibles en el utillaje ni en las técnicas agrarias, el aumento de la producción sólo fue posible mediante la ampliación de la superficie cultivada. La roturación de tierras yermas fue un fenómeno característico del Setecientos español, que si bien posibilitó un crecimiento de las cosechas en la primera mitad de siglo generó su propio bloqueo una vez alcanzados ciertos límites, dando pruebas de agotamiento. En Andalucía, por ejemplo, la producción cerealista, cuyo dominio en el conjunto de la agricultura de la región era aplastante, quedó estancada en los últimos treinta años del siglo, y el crecimiento de la producción de aceite fue casi inexistente, siendo el olivar un 10 por ciento de la superficie cultivada. Andalucía tuvo que acudir al recurso de la importación de grano por vía marítima para paliar un déficit que se hizo crónico a finales del siglo XVIII. En el interior peninsular, la producción de grano siguió una evolución similar: aumento hasta mediados de siglo, malas cosechas en la década de los sesenta y estancamiento hasta el inicio de la Guerra de la Independencia. Según García Sanz, la producción media anual de trigo en tierras de Segovia en la última década del siglo era similar a la de los años ochenta del siglo XVI, mientras que en otras comarcas de gran tradición cerealística, como Palencia y Tierra de Campos, los incrementos eran únicamente del 7 y del 12 por ciento respectivamente para las mismas fechas. ¿Cómo explicar un balance tan pobre transcurridos doscientos años, y después de aplicarse por los gobiernos borbónicos una política pretendidamente reformadora? Son varias las causas que explican la situación de bloqueo al que había llegado la agricultura española a fines del Antiguo Régimen. Entre ellas destaca que el crecimiento se basara en la extensión de la superficie cultivada, sin innovaciones técnicas, lo que inducía al aumento de los costos de producción al tener que aplicar mayor cantidad de trabajo a la actividad agraria. Los rendimientos se veían comprometidos al roturar con frecuencia tierras marginales, siendo habitual encontrar rendimientos medios para el trigo del seis por uno. Otras variables de contenido estrictamente económico jugaron un papel importante. Los precios fueron determinantes, por ejemplo, en las dificultades por las que pasó el viñedo a fines de siglo, con un descenso de rentabilidad de las explotaciones vitícolas que sólo en Cataluña pudo compensarse con la comercialización del aguardiente en el mercado colonial. Según Torras Elías, las exportaciones de aguardiente a América desde Barcelona alcanzaban el 30 por ciento del valor de los envíos por aquel puerto entre 1785 y 1796, si bien a partir de ese año, con el cierre de los mercados ultramarinos a causa del conflicto con Inglaterra, el precio del aguardiente sufrió un desplome espectacular. Sin embargo, el factor más activo en la ralentización primero y el posterior estancamiento de las cosechas, hay que buscarlo en la rigidez de la propiedad de la tierra, verdadero nudo gordiano de la cuestión agraria que los ilustrados se vieron imposibilitados de cortar. El modelo de propiedad, con un 60 por ciento de las tierras en manos de los estamentos privilegiados, y en su mayor parte vinculada o amortizada, se mantenía en toda su plenitud en las coordenadas tradicionales, sin que las reformas ilustradas lo rozaran más que débilmente. Los impresionantes patrimonios de los duques de Medinaceli, Osuna o Arcos eran, tan sólo, cimas eminentes de una distribución de la tierra profundamente desigual que producía unas relaciones sociales que frenaban el desarrollo de las fuerzas productivas. El excedente agrario pasaba a la nobleza y a las instituciones eclesiásticas por concentrar en sus manos gran parte de la propiedad, pero también por mantenerse vigentes y plenamente operativos los mecanismos jurídico-institucionales que permitían la apropiación por aquéllos de gran parte de la renta agraria. Los diezmos detraían para la Iglesia un porcentaje muy significativo de la producción bruta agraria, hasta el punto que aportaban hacia el 90 por ciento de los ingresos de importantes obispados españoles, como el de Segovia. La fiscalidad señorial, no demasiado gravosa para el campesinado, sí suponía un motivo de irritación por su molesta complejidad, sobre todo en regiones, como Andalucía y Valencia, donde a fines del Antiguo Régimen el régimen señorial estaba en toda su plenitud. Pero era el arrendamiento el sistema más común para obtener la mayor parte del excedente. Al ser un contrato limitado en el tiempo, habitualmente seis años, y susceptible, por tanto, de ser actualizado, era una garantía contra las posibles alteraciones del nivel de precios. La amenaza de aumento de la renta y el desahucio pesaba en todo momento sobre la actividad del campesino arrendatario. Por tanto, quienes dominaban la propiedad de la tierra y se apropiaban de buena parte de la renta agraria -la nobleza y la Iglesia- no se hallaban estimulados por ningún empeño empresarial que les condujera a transformar su renta en capital. Por el contrario, contaban con el instrumento de la vinculación y la amortización para perpetuar un sistema social que les otorgaba el control sobre los factores de producción. El balance general era, a fines del siglo XVIII, poco satisfactorio: los niveles productivos se hallaban estancados desde que se inició el último cuarto del Setecientos; no había surgido un número importante de labradores acomodados; ni se habían mitigado las tensiones sociales en el campo sino que, por el contrario, se agravaron éstas en muchos lugares, haciendo posible que la denominada cuestión agraria adquiriera la condición de protagonista privilegiado en los afanes de la revolución liberal por enterrar definitivamente el Antiguo Régimen. El crecimiento de la agricultura y el aumento de su producción exigían un marco de relaciones sociales completamente distinto al hasta entonces vigente y la abolición del marco jurídicoinstitucional que lo había amparado y protegido. En cuanto al sector pecuario, la ganadería trashumante fue la más afectada antes de 1808. El comienzo de su declive se produjo a partir de los años setenta, como consecuencia de la acción combinada de factores económicos y políticos. Entre los primeros, Angel García Sanz ha destacado la reducción de los márgenes de beneficios de los ganaderos al aumentar los costos de producción (elevación del precio de los pastos e incremento de los gastos de personal) sin la contrapartida de un ascenso en la cotización de la lana. Entre los políticos, el más importante fue la retirada del favor real y el inicio de una legislación destinada a recortar los privilegios de la Mesta en beneficio de los labradores, permitiendo la roturación de pastos, dehesas y vías pecuarias, labor en la que destacó Campomanes como presidente del Honrado Concejo de la Mesta entre 1779 y 1782, si bien la caída definitiva de las lanas españolas no se producirá hasta la Guerra de la Independencia. La pérdida de privilegios o su desacato sin sanción, una vez que se suprimieron los alcaldes entregadores, llevaron a muchos ganaderos a abandonar la organización al no encontrar en ella ninguna ventaja.
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El bloqueo continental era la lógica consecuencia del deseo de Napoleón de aislar a Inglaterra para vencerla en el terreno económico, dada la práctica imposibilidad de conseguir su derrota por la fuerza de las armas ante un ejército que dominaba esencialmente en el mar. El bloqueo había sido utilizado ya por Francia y por la misma Inglaterra desde los primeros años del conflicto. Sin embargo, el bloqueo que practicaba Inglaterra tenia un sentido distinto al que pretendía aplicar Napoleón. Éste quería cortar absolutamente las importaciones de mercancías británicas para causar su ruina económica. Inglaterra nunca tenía el propósito de reducir por asfixia económica al país bloqueado, sino enriquecerse como país que practicaba el bloqueo. Así, había impuesto con frecuencia un bloqueo naval de los puertos europeos para interferir el comercio de los países del continente con sus colonias de América y beneficiarse con el incremento de sus propias exportaciones.La paz de Tilsit proporcionó a Napoleón el dominio de la Europa central y occidental y eso le llevó directamente al enfrentamiento con Inglaterra. Retomó la política que ya en este mismo sentido habían puesto en marcha la Convención y el Directorio mediante los decretos de Berlín (21 de noviembre de 1806), de Fontainebleau (13 de octubre de 1807) y Milán (23 de noviembre y 17 de diciembre de 1807). En su virtud, se prohibían en el continente todas las mercancías de procedencia inglesa y aquellas otras de procedencia neutral pero que estuviesen sometidas al control británico.Es conveniente destacar, como hace Stuart Wolf en su estudio sobre la Europa napoleónica, tres aspectos importantes del bloqueo continental impuesto por Napoleón a Inglaterra. En primer lugar, el bloqueo no era solamente una medida contra las importaciones británicas sino una forma de abrir los mercados continentales a los productos franceses en unos momentos en los que Francia había perdido su mercado colonial. En segundo lugar, el control del bloqueo exigió un amplio despliegue de fuerzas para vigilar unas líneas aduaneras tan extensas, y eso dio pie a abusos y a la modificación arbitraria por parte de Napoleón de algunas fronteras territoriales. Por último, si bien es cierto que el bloqueo continental era un lógico complemento de la ampliación del sistema imperial, también se convirtió en el propulsor de un control militar cada vez más acentuado.Inglaterra acusó los efectos del bloqueo continental, especialmente en el Báltico, donde su comercio quedó prácticamente interrumpido en el año 1808. Por otra parte, en el Mediterráneo se redujo a la mínima expresión con España y con Italia, pero Gibraltar y la isla de Malta se convirtieron en importantes depósitos de redistribución de mercancías inglesas de contrabando por el sur de Europa. No obstante, de ningún modo llegaba a compensar este comercio de las importantes pérdidas que estaba sufriendo en el Norte. También la economía inglesa se vio afectada por la actitud de los Estados Unidos, que habían tomado medidas de represalia contra una disposición inglesa de 1807 que obligaba a todos los navíos neutrales a tocar en un puerto británico y a pagar fuertes derechos aduaneros. Esas medidas consistían en la prohibición de que los barcos mercantes americanos zarpasen con destino a puertos extranjeros si no era con un permiso especial del propio presidente. Creía el presidente de los Estados Unidos, Jefferson, que restringiendo las exportaciones de productos como el algodón, los cereales o la madera americanos, tanto Francia como Inglaterra se verían obligadas a cambiar su actitud con respecto a los neutrales. Pero más daño causó aún una medida que entró en vigor en 1808, mediante la cual quedaban prohibidas todas las exportaciones inglesas a los Estados Unidos. Sin el mercado europeo y de América del Norte, Gran Bretaña vio disminuidas sus exportaciones en 1808 en un 25 por 100.En cuanto a la Europa continental, el bloqueo planteaba la necesidad de sustituir los productos coloniales, cuyo tráfico quedó interrumpido por el control del océano por parte de Gran Bretaña y, de otro lado, reemplazar las importaciones de productos industriales ingleses. Para solucionar el primero de estos problemas, el gobierno francés trató de estimular la producción de determinados productos agrícolas que pudiesen servir de alternativa a los productos ultramarinos. Así, por ejemplo, se llevaron a cabo experimentos para extraer el azúcar de la remolacha y suplir al azúcar de caña. La achicoria trataba de sustituir al café y en cuanto al algodón, se intentó incrementar la producción en el sur de Francia y en Italia. Pero todos estos ensayos dieron poco resultado y algunos de ellos terminaron con un rotundo fracaso.En lo que se refiere a la producción industrial, sólo la metalurgia conoció un crecimiento notable como consecuencia de las necesidades de la guerra, sobre todo en el centro de Francia, en Bélgica y en la orilla izquierda del Rin. La industria textil acusó una disminución importante, especialmente en lo que se refiere a las sederías italianas y a las fábricas de algodón de Alemania, las cuales tenían que surtirse con dificultades de la materia prima que llegaba de Oriente o a través del contrabando.Sin duda, el bloqueo continental, que era en realidad una guerra comercial mutua entre Francia y Gran Bretaña, iba a perjudicar más a aquella nación y a su imperio terrestre que a ésta, por la sencilla razón de que Inglaterra tenía una mayor capacidad de movimientos, no sólo para controlar lo que entraba y lo que salía de Europa, sino para abrir nuevos mercados en el ancho mundo con el fin de colocar los productos que no podía vender en el Viejo Continente. Para ello contaba con su potencial marítimo que le permitía dominar las comunicaciones y establecer lazos comerciales con otros países por muy alejados que estuviesen. Pero además, hay que tener en cuenta que las barreras para impedir la entrada de productos británicos en el continente europeo eran insuficientes y no sólo por el Mediterráneo, sino por el Báltico y el Mar del Norte, el contrabando se extendió de una manera considerable.A partir de 1809 la introducción de mercancías británicas por el Báltico y el Mar del Norte se intensificó considerablemente. Göteborg, en Suecia, se convirtió en el gran depósito de las mercancías inglesas, desde donde eran enviadas a Prusia o a Rusia en connivencia con las autoridades encargadas de impedir su entrada. La exportaciones inglesas a Suecia aumentaron ese año en un tercio con relación al año anterior, pero naturalmente su destino final no era el país escandinavo sino la Europa Central. Ante la imposibilidad de detener este tráfico ilícito, hasta Francia se abrió al comercio inglés en ese año y en el siguiente. Claro que las mercancías introducidas en Francia lo eran bajo la etiqueta de que procedían de países neutrales o de las colonias, aunque en realidad se trataba de un comercio de contrabando integrado por productos como maderas, hierros y productos medicinales. En marzo de 1809 se produjo también un cambio de actitud de los Estados Unidos con respecto al comercio británico facilitando la reanudación de sus intercambios. Asimismo, la negativa de las colonias españolas a reconocer a José Bonaparte como rey de España, contribuyó a que algunos de aquellos territorios se abriesen a las mercancías inglesas. Sobre todo, a medida que estas colonias comenzaron sus procesos emancipadores, se apresuraban a establecer relaciones comerciales con Inglaterra. Tal fue el caso de Caracas, La Plata, Nueva Granada y Chile, en 1810.El bloqueo continental impuesto a Inglaterra era, pues, un fracaso en 1809-1810. Por eso Napoleón trató de intensificar las medidas de control y para ello no tenía otro recurso que extender su dominio e imponer un mayor rigor en la administración de aquellos territorios en los que era más flagrante la violación del bloqueo. Entre 1810 y 1811, el Imperio napoleónico alcanzó su mayor extensión. Sus fronteras se extendían desde Hamburgo hasta Roma y comprendía 130 departamentos. Pero además en torno a él había todo un gran Imperio Occidental formado por una serie de monarquías y principados, gobernados en su mayor parte por familiares del emperador: el reino de Napóles, a cuya cabeza se hallaba José Bonaparte, quien pasaría a ocupar la Corona de España a partir de 1808; el reino de Holanda, cedido a Luis Bonaparte después del fin de la República Bátava en 1804; el reino de Westfalia, constituido en Alemania occidental con Hannover y los territorios arrebatados a Prusia y a cuyo frente había puesto Napoleón a su otro hermano Jerónimo; el gran ducado de Clèves y de Berg, encabezado por el cuñado del emperador, Murat. Además, los principados vasallos de Piombino, regido por Elisa Bonaparte; el de Neuchâtel, por Berthier; el de Benavente por Talleyrand, y el de Ponte-Corvo, por Bernadotte. Por último, estaba el norte de Italia, repartido entre el Imperio francés y el reino de Italia (el Milanesado, Venecia y la costa del Adriático) del que seguía siendo rey el mismo Napoleón con su hijastro Eugenio de Beauharnais como virrey. En total, un conjunto de territorios vasallos sobre los que Napoleón tenía un completo dominio.Los Estados europeos teóricamente independientes no escapaban a la influencia francesa. Dinamarca, Prusia y Austria se hallaban bajo su control mediante un tratado de alianza, y el rey de Suecia había designado como heredero a un mariscal de Napoleón, Bernadotte. Solamente Rusia, en razón de su situación y a causa de las relaciones del zar con Napoleón, conservaba una cierta libertad de acción. De esta forma, toda Europa prácticamente se convirtió en una Europa francesa en la que la influencia de los principios revolucionarios matizados por la legislación napoleónica configurarían un nuevo mapa de sus fronteras interiores, únicamente sostenido a base de la presencia militar. Sin embargo, la mayor parte de estos territorios soportaban mal este control y sólo esperaban un signo de debilidad por parte de su conquistador para zafarse de su dominio.
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En 1921, el aviador militar italiano Giulio Douhet concitó las iras de sus superiores, al publicar un libro revolucionario, Il dominio dell'arida, donde afirmaba que la aviación futura sería un arma independiente y no un mero auxiliar del Ejército, como había ocurrido en la guerra del 14. Así, los aviones del mañana podrían llevar a cabo lejanos ataques sobre la retaguardia enemiga, cuya moral quebrantarían. A pesar de la inquina de los generales italianos, Douhet logró algunos seguidores extranjeros y logró ser rehabilitado en su propia patria en 1928. Sus teorías fueron ensayadas por la Legión Condor alemana y la Aviación Legionaria italiana, durante la guerra civil española, cuando llevaron a cabo numerosos bombardeos sobre ciudades de la retaguardia republicana. El día 7 de septiembre de 1940, la Luftwaffe aplicó esta táctica a la batalla de Inglaterra; a plena luz del día, más de 300 bombarderos escoltados por 648 cazas se dirigieron a Londres, cuya ruta estaba expedita. La primera oleada bombardeó el East End y los muelles, la segunda el centro de la ciudad; murieron 3.000 civiles y 1.300 fueron heridos. Aunque llegaron tarde, los cazas británicos todavía derribaron 41 aviones con 28 pérdidas propias. Durante la noche, guiándose por los incendios de East End, tuvo lugar otro ataque desbastador. Entre tanto, la Operación León Marino parecía a punto de activarse, se habían reunido numerosas barcazas en el Canal y el Gobierno británico temía seriamente el comienzo de la invasión. El segundo gran ataque diurno sobre Londres tuvo lugar el 9 por la tarde. Esta vez, las escuadrillas de caza británica estaban preparadas y sólo lograron pasar la mitad de los bombarderos alemanes; el mal resultado hizo aplazar, una vez más, la invasión de la Gran Bretaña. Una sucesión de forcejeos, interrumpidos por las treguas que imponía el mal tiempo, desangró Londres durante todo el mes, con graves consecuencias para la población civil y pérdidas muy importantes de los bombarderos alemanes, que fueron abatidos en gran número. El 18, Hitler ordenó que no se concentraran más barcos para la invasión, aplazándola hasta nuevo aviso. Los ataques aéreos obtenían cada vez peores resultados. El 25 y 26 destruyeron algunas fábricas de aviones cerca de Bristol y Southampton, pero el ataque a Londres del 27 fue un fracaso. El día 30 tuvo lugar el último bombardeo diurno sobre la capital; pocos aviones lograron llegar a su objetivo, y se perdieron 47 unidades frente a 20 bajas inglesas. A principios de noviembre, Goering ordenó sustituir el bombardeo diurno por el nocturno y atacar también con cazabombarderos. Los grandes aviones, que, gracias a la oscuridad volaban más bajo, recibieron mayor carga, aunque la oscuridad disminuyó su precisión. La tercera parte de los Messerschmitts fue equipada con bombas, con poco resultado, porque los pilotos de caza, sin costumbre de bombardear, las dejaban caer un poco en todas partes. Desde noviembre, la aviación alemana se concentró en el bombardeo nocturno de ciudades, industrias y puertos. El día 14 un ataque arrasó Coventry. En noches siguientes, Birmingham, Southampton, Bristol, Plymouth, Liverpool y Londres recibieron castigos durísimos. Hitler ordenó que los bombardeos nocturnos mantuvieran la intensidad, a fin de neutralizar a los ingleses mientras se preparaba la invasión de Rusia. El 16 de mayo tuvo lugar el último ataque aéreo. Después, el grueso de la Luftwaffe se trasladó al Este para la inmediata invasión de la URRS. La batalla se había iniciado con 1.350 aviones británicos contra 2.669 alemanes, unos 260 de ellos en picado, es decir, una aviación eminentemente táctica, pensada para apoyar a la infantería durante la blitzkrieg, más que para realizar una misión estratégica, lejana y masiva, como la Batalla de Inglaterra. Durante ella, los alemanes perdieron 1.733 aviones y la RAF, 915. La propaganda de cada bando había contado muchos más.
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El 22 de febrero, frente a los Comunes, un Churchill preocupado por aparentar el dominio de la situación confesaba: "Muchas gentes se han decepcionado con los progresos conseguidos desde la toma de Nápoles. La decisión de Hitler de enviar a Italia 18 divisiones no es desagradable para los aliados, pues hemos de luchar contra los alemanes en todas partes, salvo que permanezcamos quietos, mirando a los rusos. El general Alexander dice que la fiereza de la lucha que se libra en Anzio y Cassino sobrepasa la experiencia previa. Incluso usa, en un mensaje que acabo de recibir, la palabra terrorífico".Terrorífico era una definición, pero se quedaría corta en el futuro. La amenaza de Alexander de un bombardeo en serio sobre Montecassino no era vana. Bajo la dirección del general Eaker, comandante en jefe de las fuerzas aéreas aliadas en Italia, el servicio logístico del V Ejército transportó 600.000 bombas para que 775 bombarderos las arrojasen sobre los objetivos señalados.Freyberg ideó un golpe fortísimo y en puntos limitados. Indios y neozelandeses atacarían hacia la cota 193 (Rocca Janula) y el pueblo de Cassino. Ocupado éste, los gurkhas treparían monte arriba para expulsar a los paracaidistas de Heidrich. Además, la 78.? División británica cruzaría el fatídico Rápido para lanzarse por Sant' Angelo in Theodice y alcanzar el tan deseable valle del Liri.En la noche del 14 y 15 de marzo, Freyberg retiró sus primeras y segundas líneas, para alejarlas del Apocalipsis que lo barrería todo al amanecer. Lo que siguió después dejaría impresionados a los mismos que lo habían planeado.Desde las 8 horas, los B-17, B-24, B-25 y B-26 volaron metódicos. Sobre la población y sus cercanías -un área de menos de un kilómetro y medio de largo por 400 metros de profundidad- cayeron 3.150 toneladas de bombas de alto poder explosivo. Inmediatamente después, los Thunderbolt, Mosquito y Tiphoon apuntillaron con sus cohetes y cañones de a bordo asentamientos de artillería, puentes y vehículos, centros de abastecimiento, puestos de mando, trincheras y pasarelas de acceso por todo el frente.A las 12,30, cuando apenas comenzaba a descender la altísima polvareda de la última alfombra de bombas, una concentración de 748 cañones dio comienzo a un bombardeo sistemático y demoledor sobre los mismos puntos. Hasta las 20 horas, se dispararían un total de 195.969 granadas.No se volvería a producir semejante saturación de fuego sobre objetivos reducidos hasta el bombardeo final de Berlín por la artillería de tres Cuerpos de Ejército soviéticos.El tremendo espectáculo aturdía. Parecía que Cassino y sus montes iban a hundirse en la tierra para no salir nunca más. Sin embargo, cuando a las tres y media los carros neozelandeses llegaron a la primera línea de Cassino, los panzerschrek, las minas y el revoltijo indescriptible de escombros y embudos los detuvo en seco. Tan sólo quedaban 160 paracaidistas alemanes con vida, pero parecían tres veces más. El éxito aliado llegó en Rocca Janula, por parte del 25.° Batallón, aunque luego él y su compañero del 26.° quedaron copados por los contraataques germanos.La noche fue tan terrible como el día. Después de ocho horas de preparación artillera, los hombres del Essex, de la 5.? Brigada india, enlazaron con los neozelandeses y ocuparon la disputada cota 165.Montecassino dependía de una delgada línea de paracaidistas, el 1.° Batallón del 3.° Regimiento. Su jefe, capitán Rudolf Bhömler, superviviente de la odisea, vio cómo llegaba a sus líneas una figura tambaleante: un cabo primero, único superviviente de la 2.? Compañía que había defendido hasta el penúltimo hombre la siniestra Rocca Janula.Al amanecer, el terrible forcejeo prosiguió. Los indios del Essex intentaron ocupar la cota 236 y fueron rechazados, pero los ghurkas del 9.° de Infantería consiguieron, en un combate cuerpo a cuerpo sin prisioneros, apoderarse de la rocosa cota 435, conocida con el acertado mote de Hangman Hill (Colina del Verdugo).Deslizándose luego por la espalda de la abadía, los gurkhas ascendieron hacia la cima. A medida ladera, el silencio era el único opositor. Sin resuello, subieron las últimas rampas y, en ese justo instante, las MG-42 y los morteros del recientemente llegado Regimiento 71.° germano les hicieron rodar, destrozados, pendiente abajo.Los paracaidistas lanzaron entonces un contraataque para recuperar la Colina del Verdugo. Recibieron el mismo trato que acababan de padecer los ghurkas. Agotados unos y otros, la situación era crítica, al mantener abierto un pasillo de poco más de un kilómetro con el eje de la abadía.Por ese estrecho corredor se colarían más refuerzos alemanes, el l.° Batallón del 4.° Regimiento paracaidista. De noche, estos hombres descendieron por la pendiente para atacar por sorpresa el espigón de la Rocca Janula.Conquistada, fue perdida y vuelta a recuperar de nuevo. Las unidades de ambos bandos desaparecían y nadie sabía cuándo una posición era de los suyos o no. A la mañana siguiente, con los ghurkas aislados en la cota 435 y teniendo que ser reabastecidos por vía aérea, los neozelandeses lanzaron un segundo intento con 17 carros. Ni uno solo de ellos escapó a los 88 alemanes ubicados cerca de Aquino o a las trampas de los paracaidistas.El 21 de marzo, Alexander convocó a sus oficiales para plantearles la posibilidad de suspender las operaciones. El único que se opuso tenazmente fue Freyberg, insistiendo en que todavía se podía romper el frente. Sir Harold aceptó a regañadientes.Fue otro fracaso del mismo cariz que los anteriores, y Alexander tenía ya bastante.La orden de sostener posiciones y esperar órdenes se hizo general. Ambos contendientes se esforzarían en las próximas semanas por acumular tantos hombres y material como para que los adjetivos ya empleados no tuviesen sentido.
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Resguardados en las alturas entre el monasterio benedictino y el saliente de Monte Cairo, la zona que los americanos llamaban "snakeshead", las unidades del mando del mariscal Kesselring resistieron durante meses los ataques aliados. La ofensiva combinada del general Clark, que comenzó en enero, en coincidencia con el desembarco de Anzio, tenía que atravesar la "línea Gustav" por dos puntos: el valle de Cassino, para llegar a Casilina, y el sector de Neptuno, para llegar a Roma a través de los montes de Albano. La operación fracasó y los aliados tuvieron que esperar hasta finales de mayo. Mientras tanto, Cassino fue destruida y la abadía demolida.El Alto Mando aliado en Italia ya no sabía cómo moverse: el general Alexander decidió arrojar al fuego de Cassino a los neozelandeses de Freyberg y a los indios de Tuker. El plan era el siguiente: atacar Cassino contemporáneamente por el norte y por el sureste. Desde la pequeña cabeza de puente situada más allá del Rápido , la 4? división india tendría que atacar la abadía hasta caer sobre la carretera nacional n° 6; los neozelandeses deberían avanzar a lo largo de la línea del ferrocarril, desde la falda del Monte Trocchio, hasta ocupar la estación fortificada en la parte meridional de la ciudad.Si hubieran tenido éxito ambos ataques se habrían podido quitar de en medio Cassino; de esta forma, el resto de la división neozelandesa, junto con los 180 carros armados de la 1? división acorazada americana habrían entrado de lleno en el valle del Liri. Si hubieran fracasado los indios, la conquista de la estación ferroviaria habría constituido una posición avanzada para otros ataques. El plan, el mejor que se podía estudiar, no tenía muchas probabilidades de éxito dadas las circunstancias: las defensas alemanas durante aquellos días eran muy consistentes; la estación invernal, además, empeoraba continuamente. La superioridad de la aviación aliada y de seiscientos carros armados concentrados en la retaguardia eran inútiles.El 15 de febrero de 1944 en el monasterio benedictino de Montecassino se celebraba la eucaristía; a pocos centenares de metros se deslizaba la avanzadilla alemana de la "Línea Gustav", mientras que el destacamento aliado más cercano se encontraba apostado, entre barro y piojos, a los pies de la colina denominada "Cabeza de serpiente". Era imposible avanzar ni un sólo metro más ya que las bocas de fuego alemanas, colocadas en la cota 593 batían cada centímetro de terreno. El monasterio aún no había sido tocado directamente.Kesselring mantuvo el compromiso de no utilizar el monasterio para fines bélicos. Los tesoros y la preciosa biblioteca de los monjes fueron depositados en el Vaticano y, por petición expresa de la Santa Sede, se trazó alrededor del edificio un cerco de 300 metros con una rigurosa prohibición de pasar para los soldados alemanes, aunque estuvieran heridos. Los monjes atestiguan que dicho cerco nunca fue violado.Los aliados respetaron este acuerdo hasta el 15 de febrero. A las 9:30 horas de la mañana, encima del monasterio, "fortalezas volantes" y bombarderos medios dejaron caer sobre el antiguo edificio casi 600 toneladas de bombas. La cima de la colina sobre la que se alza el monasterio fue literalmente destrozada por las explosiones. La intervención de la aviación estratégica y táctica fue solicitada personalmente por el general Tuker, comandante de la 4? división india sobre la base discutible de que el monasterio tenía que constituir un óptimo puesto de observación para la artillería, ampliamente aprovechado por los alemanes (los vuelos de reconocimiento aéreo contaban que habían visto soldados alemanes dentro de los muros del monasterio, mientras que las patrullas de avanzadilla contaron que habían visto con sus binóculos y anteojos resplandores misteriosos a través de las ventanas del edificio), y que sus hombres, idea igualmente discutible, "tenían miedo de aquel edificio" que les dominaba desde lo alto. Fue una acción equivocada y estúpida: como admitió más tarde el mismo general Clark, que lo había autorizado, el bombardeo aéreo fue útil sólo para los alemanes, que fueron capaces de entrar en el cerco neutral y transformar las ruinas del edificio en una plaza fuerte fortificada.¿Cuáles eran las posiciones del frente? A la espalda del monasterio había una cresta en forma de boomerang de unos 900 metros; el día del bombardeo de la abadía, el regimiento "Royal Sussex" de la división india dio el cambio a los americanos y ocupó algunas posiciones en el brazo más largo (el derecho); el brazo más corto estaba en manos de los alemanes, quienes tenían instalada una batería de morteros y ametralladoras en la cota 593 y 544, puntos cardinales del sistema defensivo; las posiciones alemanas y los puestos de observación estaban en la fábrica de Albaneta, en la "Cresta del Fantasma" y en el Monte Cairo, todos ellos a la espalda del monasterio. Para llegar al monasterio era necesario hacer saltar los puntos cardinales de la cota 593 y de la cota 544 con un asalto directo. En la zona de Cassino, las vanguardias americanas se habían desplazado hasta la periferia de la zona habitada, mientras que la misión de los neozelandeses era llegar a la estación ferroviaria y conquistarla.Martes 15 de febrero, día del bombardeo de la abadía: el 1er batallón de los "Royal Sussex" estaba situado sobre la "Cabeza de serpiente", a casi 600 metros de las líneas defensivas alemanas y a menos de 900 metros de la muralla del monasterio. Por otra parte, el 4° batallón indio punjab se hallaba situado en la pendiente izquierda y el 1° gurkha, de reserva, se encontraba algo más atrás. Para los soldados de la división, que no habían sido advertidos, el bombardeo fue un elemento disgregador; algunas bombas cayeron cerca de sus líneas provocando bastantes pérdidas. Para los oficiales fue una jornada muy intensa ya que poco después se dio la orden de atacar y no estaban preparados. Aquella misma noche, el "Royal Sussex" tuvo que conquistar la cota 593, que distaba 150 metros de sus líneas. Dada la dificultad del terreno -rocoso, lleno de piedras y asperezas-, era previsible que habrían tenido que combatir con las bombas de mano, las bayonetas, los morteros y las ametralladoras. El día antes, desafortunadamente, dos carros que transportaban las municiones volcaron y no fueron reemplazados por otros. Durante la noche, una compañía de los "Sussex" formada por 3 oficiales y 63 hombres se encaminó hacia la cota 593.Los primeros hombres habían andado no más de 40 metros cuando los alemanes, puestos en guardia por los inevitables rumores, abrieron fuego con ametralladoras y bombas de mano. La sorpresa fracasó, igual que el ataque. Antes del amanecer, los supervivientes se retiraron. La compañía perdió más del cincuenta por ciento de sus efectivos. La noche siguiente, la orden fue una vez más de repetir el ataque. El comandante de los "Sussex" pidió urgentemente más bombas de mano. El ataque estaba previsto para las 23:00 horas, pero tuvo que retrasarse una hora en espera de las mulas, las cuales, por caminos de montaña, tenían que transportar las municiones. Las cosas fueron mal desde el principio: la artillería que habría tenido que atacar en la cota 575, a casi setecientos metros a la derecha de la cota 593, bordeando la cima de la "Cabeza de serpiente", erró algunos disparos que fueron a parar a las compañías formadas para el ataque. A pesar de las consecuencias deprimentes, las compañías, reorganizadas muy rápidamente, lanzaron su ataque según los planes previstos; con todo, fueron contestadas a pocos metros del objetivo por el fuego de las MG 42 alemanas y por la presencia inesperada de algunos barrancos. También esta vez las pérdidas fueron elevadas: diez oficiales y ciento treinta hombres.Durante la noche del 17 de febrero, el ataque se repitió por tercera vez utilizando tres batallones en lugar de uno, a pesar de lo cual la situación no cambió: fueron tres los batallones atrapados entre las rocas y los barrancos por el fuego alemán. Al principio, la división neozelandesa tuvo un poco más de suerte. Su ataque consiguió conquistarla estación ferroviaria, a pesar de que el batallón que había llevado a cabo la acción, en la mañana del viernes, se encontró envuelto en un contraataque alemán que contaba con el apoyo de los carros armados.Se concluyó así la segunda batalla de Cassino, famosa porque durante su desenvolvimiento los aliados bombardearon el antiguo monasterio. Igual que la primera batalla, para los aliados fue un desastre: la vida de miles de hombres no sirvió para progresar de forma sustancial. Una vez fracasados los intentos de tomar por asalto Cassino, Alexander detuvo la ofensiva para intentar reorganizarla. Después de los ataques de febrero transcurrieron unas seis semanas antes de que las operaciones se restablecieran. Este lapso de tiempo se utilizó para modificar la organización de las divisiones y reforzar las distintas unidades.
Personaje
Pintor
El Bosco es el apelativo por el que conocemos en España al genial pintor holandés Jeroen van Aeken. Nació en la localidad holandesa de Hertogenbosch, cerca de Amberes, en el ducado de Bravante. Sin embargo, no hay noticias de que saliera de su ciudad natal, ni siquiera a la próspera ciudad comercial de Amberes. Su familia estaba dedicada tradicionalmente al oficio de pintor: su abuelo, su padre, su tío, sus hermanos y su hijo. El taller familiar lo heredó Goosen, su hermano mayor, que de esta forma poseía en exclusiva el derecho a usar el apellido familiar Van Aeken que distinguía las obras de este taller frente a las de otros talleres de pintores. Por ello, Jeroen tuvo que buscar un nombre con el que organizar su propio taller y diferenciarse de su hermano; latinizó su nombre de pila transformándolo en Hieronimus y eligió por apellido el nombre de su ciudad natal S'Hertogenbosch, simplificado Bosch, nombre que en España derivó hacia El Bosco. Este cambio en su nombre tuvo lugar hacia 1480, cuando también se casó con Aleyt van Meervene, joven procedente de una buena familia que proporcionaba una buena dote al matrimonio. Por esas fechas, Hieronimus obtuvo el título de maestro, imprescindible para trabajar de forma independiente. Los encargos debían ser numerosos, ya que queda constancia de que pagaba uno de los tributos más altos de la ciudad y de que vivía en la mejor zona de la ciudad, en la plaza mayor. Su clientela estaba formada por burgueses, clérigos, nobles y la Hermandad de Nuestra Señora, cofradía religiosa dedicada a la Virgen de la que El Bosco era miembro. Uno de sus encargos más importantes lo recibió en 1504: pintó para Felipe el Hermoso un Juicio Final, lo que indica que su fama había llegado a la Corte borgoñona. Su estilo recogía claramente los fantasmas de los años finales de la Edad Media, en los que la salvación tras la muerte era una gran obsesión. Existen pocos datos de su vida, siempre llena de leyendas que intentan explicar el enigmático significado de sus cuadros. Su formación como pintor la pasó en el seno de su familia: fueron sus propios hermanos y su padre quienes le enseñaron el oficio artesanal. De esto se deriva una cierta torpeza compositiva, aunque enseguida estableció su temática favorita: la debilidad humana, tan proclive al engaño y a ceder a las tentaciones. Una de sus fuentes de inspiración favoritas fue la cultura popular. Los refranes, los dichos, las costumbres y leyendas, las supersticiones del pueblo le dieron múltiples temas para tratar en sus cuadros. Da a los objetos de uso cotidiano un sentido diferente y convierte la escena en un momento delirante, lleno de simbolismos. Todos sus cuadros están impregnados de un sentido del humor burlesco, a veces cruel. El Bosco vivió en un mundo cruel, la organización de los estados nacionales brillaba por su ausencia y en los terrenos rurales se imponía la ley del más fuerte. La ignorancia y el analfabetismo alcanzaban a un 90% de la población, que veía su esperanza de vida en poco más de los cuarenta años. Las enfermedades endémicas y las epidemias, frecuentemente de peste, diezmaban a la población, cuando no se trataba de guerras mantenidas durante años. En tal estado de cosas, en toda Europa se produjeron abundantes movimientos heréticos, sectas que trataban de romper con la Iglesia, que ostentaba un poder y un lujo excesivos. Los movimientos heréticos trataban de retornar a las raíces del primer cristianismo, con comunidades en las que se compartieran los bienes. Casi todas las sectas fueron perseguidas, con casos como el de Savonarola en Italia. Sin embargo, en Alemania, muy cerca de Países Bajos, Lutero conseguiría triunfar pocos años después de la muerte del Bosco. Es decir, nuestro artista vivió en una época de crisis espiritual muy profunda, que condujo poco después a la ruptura del mundo cristiano. El Bosco prácticamente pintó sólo obras religiosas. Su piedad era extrema, rigurosa, y presentaba un mundo enfangado, que se revolcaba en el pecado, casi sin esperanza de salvación. El Bosco ve a sus congéneres pudriéndose en el Infierno por todo tipo de vicios. Se tiende a mirar sus obras como productos magníficos de la imaginación y no hay tentación más fácil que identificarlo con el surrealismo. Se comete el error de pensar que El Bosco pintó para nosotros, que se adelantó a nuestra visión de época y que en ello radica su valor como visionario. Pero lo hizo hace más de 400 años y nosotros hoy día somos incapaces de comprender todos los símbolos y lecturas con que impregnó sus cuadros. Tan sólo aquellas imágenes que resultan familiares son rápidamente extraídas de su contexto y examinadas a la luz de la psicología del siglo XX. En la época del Bosco no existía la psicología. El mundo religioso estaba tan presente o más como los fenómenos cotidianos. En un mundo donde no se sabía leer ni existían imágenes apenas, los cuadros del Bosco presentaban una realidad tan cotidiana como los trabajos del campo. La presencia continua del pecado y la amenaza del infierno eran ley de vida, contra la que se revelaban la "devotio moderna" o los seguidores de Lutero: interpretación personal de la Biblia, diálogo íntimo con Dios, salvación a través de la fe y no de los actos externos. Algunos centros urbanos de importancia tratan de cambiar el mundo, de racionalizar la vida del ser humano y de desterrar el miedo y la superstición. La ciencia sepulta mitos y la filosofía se trata de conjugar con la religión. Es el mundo de Durero y de Leonardo, de Erasmo, de Maximiliano I y de Carlos V. Sin embargo, El Bosco jamás entró en contacto con la cultura urbana ni con las renovaciones que se estaban produciendo en los Países Bajos, Italia y España. El Bosco representa el arte de provincias, casi sin influencia de los movimientos contemporáneos. Muere en 1516, tres años antes que Leonardo da Vinci, su más estricto contemporáneo. Comparemos sus obras y tratemos de comprender cuál era el mundo real en el que vivía la mayor parte de la sociedad europea del siglo XVI y cuál el mundo reducido de las cortes llenas de intelectuales donde se pretendía cambiar el concepto del mundo basado en Dios por el de un mundo basado en el hombre.
contexto
Hieronymus Bosch van Aeken (hacia 1450-1516), más conocido como El Bosco, es el primer artista a considerar en el panorama de la pintura flamenca del quinientos. Mediante el desarrollo de una personalísima producción, inmersa en una poética auténticamente surrealista, resuelve la problemática arte-religión con la exaltación de la animalidad, considerada como algo inherente a lo más íntimo del hombre, que ahora escapa adquiriendo una consistencia; al tiempo, en su estudio del alma humana en sus relaciones con la naturaleza y con Dios, da entrada a la locura como medio plástico. Invirtiendo el sentido de ilustración moral que imperaba en los bestiarios medievales -una serie de animales monstruosos simbolizaban vicios y pecados que pueden llegar a dominar al hombre que se sitúa fuera de la Ley de Dios, pero, cumpliendo ésta, es el hombre, como Adán en el Paraíso que les dio nombre, el que domina y controla a las bestias; así quedaban plasmados en capiteles, gárgolas, portadas, iluminaciones de manuscritos, etc.- ahora, en la obra de El Bosco, toda suerte de monstruos imposibles, salidos de una imaginación loca, invaden sus tablas convirtiéndose en la naturaleza secreta del hombre, que adquiere una consistencia haciéndose visible; son como personificaciones de una segunda naturaleza humana, otro Yo animal que se apodera del hombre y adquiere un carácter fantástico que le es propio; de manera inexorable es ahora el animal el que domina al hombre. En todo ello subyace una constante ironía y una profunda crítica a la Humanidad y sus debilidades, en directa correspondencia con la ironía erasmiana, en la línea de presentar el mundo al revés, eje de los "Adagios" y, sobre todo, del "Elogio de la Locura", que el humanista de Rotterdam publica, respectivamente, en 1500 y 1508. De este modo, las lacras de la Humanidad criticadas en los "Adagios" -Guerra, Avaricia, Fanatismo, Oscurantismo- son pequeños personajes en las tablas de El Bosco devorados o dominados por su propia animalidad, que ahora tiene toda una serie de plasmaciones surreales. Por su parte, los protagonistas -auténticas caricaturas- de La nave de los locos de El Bosco, son los sujetos de la única libertad y felicidad posibles para Erasmo en su "Elogio": la locura y la necedad; los locos, viajando a través del agua, concebida ésta como el reino de la libertad, son, al tiempo, libres (navegan) y prisioneros (de su locura y de la nave). Desde el punto de vista plástico, las figuras de El Bosco, con clara tendencia a la miniaturización, se insertan armónicamente en amplios paisajes que, al contrario que la poética de su autor, tienen muchas dosis de realidad, tal como se desarrollara en el sistema figurativo flamenco del siglo XV, cuyos logros y dominios técnicos asume perfectamente El Bosco. Según lo visto, la obra de El Bosco, producto del Humanismo nórdico, resulta ajena tanto a Italia como al mundo gótico, de ella conviene retener los presupuestos de "sentido de la animalidad, miniaturización y caricaturización". La aportación de Joachim Patinir (activo: 1510/15-1524) es la del paisaje que, partiendo de algunos aspectos del mismo en El Bosco, lo plantea como una realidad tangible y concreta pero, al tiempo, proponiendo una nueva visión de la naturaleza mediante el uso de un peculiar punto de vista alto, que hace a sus paisajes adquirir una amplitud y una sensación de infinitud cósmica. En su caso, en cambio, las figuras no sufren una minusvaloración en sus tamaños, sino que mantienen su monumentalidad dentro del amplio desarrollo paisajístico, evidente en su Descanso en la huida a Egipto del Prado. Un paisaje a lo Patinir, unido a la miniaturización de las figuras de El Bosco, es una de las alternativas que desarrolla la pintura flamenca del quinientos, sobre todo mediante las producciones del denominado Monogramista de Brunswick y de Met de Bles. Esta línea, de estirpe flamenca, será una de las bases de la pintura de Brueghel. Otra alternativa, que arranca asimismo de la tradición local, se desarrollará a partir de obras como El cambista y su mujer (1514) de Quentin Metsys (1465-1530) donde, con el realismo y detallismo de la figuración flamenca, nos brinda una escena de interior, cotidiana y muy en consonancia con el entorno burgués-mercantilista; las posibilidades técnicas de la plástica flamenca -que permite reproducir incluso lo que el ojo humano no llega a captar-, nos proporcionan aquí todo tipo de calidades matéricas, táctiles, de brillo, de reflejos, etc., de los objetos (es algo a tener en cuenta respecto al interés por las naturalezas muertas que, como únicas protagonistas de los cuadros, encontrarán en Flandes una pronta proliferación). Esta línea, donde la cuña satírica y caricaturesca se irá introduciendo -el propio Metsys ya lo hace- cada vez más, será desarrollada por pintores como Jan van Hemessen y, sobre todo, por Marinus van Reymerswaele (hacia 1509-hacia 1567), terminando por configurar, junto con escenas de taberna, cocina o retratos familiares de Aersten o Buckelaert, lo que, fundamentalmente a partir de los primeros años del siglo XVII, será calificado como pintura de género, especie de crítica al sentido solemne y heroico de la pintura de historia (cuya primacía fue sentada en Italia por Alberti desde el Quattrocento) y una de las bases del naturalismo barroco. Marinus es un artífice a tener muy presente respecto a la pintura española del siglo XVII, sobre todo en relación con Antonio de Pereda, sus naturalezas muertas y vanitas. Por otro lado, y sin que sus producciones tengan nada que ver con el Manierismo tal como lo hemos definido, se designa con el nombre de Manieristas de Amberes a un grupo de artistas que, tomando esta ciudad como centro de su actividad durante el período 1510-1530, desarrolla un tipo de pinturas que tratan de resolver, de algún modo, el agotamiento a que había llegado el sistema figurativo flamenco del siglo XV -sobre todo tras la incansable actividad de Hans Memling y su taller, en sí mismo ya con ciertas dosis de academicismo respecto al sistema- a lo que se une, a inicios del quinientos, el. fuerte impacto y sugestión -en Flandes, como hemos visto, tempranamente- de los nuevos modos italianos. Haciendo gala de un acentuado eclecticismo, estilizadas figuras, en general protagonistas de escenas religiosas, van a quedar insertas en espacios de gran sentido escenográfico, sobre todo por la incorporación de ruinas arquitectónicas, también muy estilizadas, con motivos decorativos renacentistas. Un magnífico ejemplo de ello, dentro de este grupo de pintores, es el denominado Maestro de la Adoración de Amberes y su Tríptico de la Epifanía (Museo Real de Amberes), donde algunas figuras de proporciones góticas son sometidas a una suerte de contrapposto clasicista, con un resultado de acentuado efectismo y amaneramiento. El sentido espacial escenográfico, el interés por ruinas y arquitecturas y la vocación italianizante serán las aportaciones de estos pintores, que encontrarán continuación y desarrollo en Flandes.
obra
Durante los años iniciales de la década de 1830, Turner está interesado en los asuntos acuáticos como bien podemos comprobar en La playa de Calais, El Támesis o esta imagen que contemplamos. En todas ellas la temática es secundaria porque al maestro londinense lo que le interesa es representar los fenómenos naturales y los efectos atmosféricos. En este caso, elige un tema cargado de tensión como es el momento de la partida de un barco de rescate alertado por las bengalas lanzadas desde un barco encallado que se intuye a lo lejos. El escenario está siendo vapuleado por un temporal mientras en la playa contemplamos a una mujer con sus hijas que espera el desenlace del rescate. Turner capta a la perfección la luz típica de una tormenta, esa luz oscura pero que ilumina a la vez. También se ha conseguido perfectamente el color del mar embravecido en el que se mezclan marrones y blancos. Siguiendo los dictados románticos, el artista nos hace sobrecoger al ver la fuerza de la naturaleza frente a la pequeñez del ser humano, tal y como también hará el alemán Friedrich.