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La primera etapa de la construcción de la catedral de Santa Ana de Las Palmas se desarrolla entre 1497 y 1570. Las obras comienzan en los pies del templo, planteándose una iglesia de tres naves, con capillas entre los contrafuertes y bóvedas de crucería. En este primer momento sólo se completaron los cuatro primeros tramos de los pies de la iglesia. En el siglo XVIII se continuarán los trabajos, haciéndose cargo de ellos el canónigo Diego Nicolás Eduardo. Se añadieron dos tramos más a las naves, se organizó el crucero y se proyectó la cabecera, siguiendo el lenguaje goticista con el que se inició la construcción. En 1794 "se acabaron de cerrar todas las bóvedas de toda la Santa Iglesia, cruceros y capillas... se concluyó la nueba sacristía... y la sala del tesoro que se fabricó ensima para custodiar los caudales de dicha Santa Iglesia". La fachada se realizó en el siglo XIX, en un lenguaje neoclásico muy habitual en la época, trabajando en ella diversos arquitectos entre los que destaca Francisco Jareño.
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Las obras comienzan en los pies del templo, planteándose una iglesia de tres naves, con capillas entre los contrafuertes y bóvedas de crucería. En este primer momento sólo se completaron los cuatro primeros tramos de los pies de la iglesia. En el siglo XVIII se continuarán los trabajos, haciéndose cargo de ellos el canónigo Diego Nicolás Eduardo. Se añadieron dos tramos más a las naves, se organizó el crucero y se proyectó la cabecera, siguiendo el lenguaje goticista con el que se inició la construcción.
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Las obras de la catedral de Las Palmas siguieron a ritmo lento durante el siglo XIX hasta suspenderse en 1821, retomándose en 1854 cuando se encargó la fachada a Manuel Oraa, proyecto que no fue de la satisfacción del cabildo por lo que se solicitaron nuevos diseños a diversos arquitectos como Francisco Jareño. Laureano Arroyo y Fernando Navarro, casi a finales de la centuria, serán los responsables de la ejecución. La portada es fiel reflejo de la dilatada construcción ya que encontramos en el primer cuerpo una evidente muestra del neoclasicismo tardío mientras que en el segundo se pone de manifiesto el eclecticismo clasicista, rematándose con dos torres, la de la izquierda con el cuerpo de campanas.
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Junto con la catedral de Burgos, la de León es la otra gran joya del gótico en el Camino de Santiago a su paso por Castilla y León. Los promotores de su construcción fueron el rey Alfonso X el Sabio y el obispo Martín. La fachada principal está flanqueada por dos altas torres y presidida por un gran rosetón. La característica principal de este templo es la sustitución de la piedra por el cristal en gran parte de sus muros. Sus cerca de 200 ventanales y rosetones están cubiertos por más de 1.700 m2 de vidrieras. Al interior, el resultado es un maravilloso juego de luces y contrastes, que traslada al espectador hasta un mundo cargado de espiritualidad.
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La construcción de la catedral de León, la más francesa de todas las españolas, se comenzó bastante avanzado el siglo XIII. Tomando como base una iglesia del siglo X, remodelada en la centuria siguiente, su inicio debe situarse con posterioridad a 1255 y contó con el propio obispo de la sede -Martín Fernández- y con el rey Alfonso X, como valedores principales. Este último, en 1277, concedió exención de impuestos a los veinte canteros, al vidriero y al herrero que trabajaban en la fábrica, por todo el tiempo que permanecieran vinculados a ella. La planta de León, en lo que respecta a la organización de la cabecera, recuerda muy de cerca a Reims, por su hipertrofia. Tiene tres naves en los pies, un transepto marcado espacialmente y girola. Para su alzado, en cambio, se ha recurrido a las novedades presentes en Amiens, en lo concerniente al vaciado del triforio que se convierte por ello en una nueva entrada de luz. León en este sentido es la catedral española que sintoniza más con los presupuestos de la estructura diáfana francesa, a lo que contribuyen directamente las magníficas vidrieras conservadas en su mayor parte. Hay que destacar el hecho de que sus torres están levantadas en ambos extremos de la fachada sin que se engloben en la estructura, hecho que responde más directamente a la tradición inglesa. Además del marco arquitectónico, en León debemos resaltar su excelente escultura. Las obras en la catedral continuaron a lo largo de los siglos XV, XVI y XVII, realizándose importantes obras de restauración en el XIX y primeros años del XX.
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La construcción de la catedral de León, la más francesa de todas las españolas, se comenzó bastante avanzado el siglo XIII. Su inicio debe situarse con posterioridad a 1255 y contó con el propio obispo de la sede y con el rey Alfonso X, como valedores principales. Este último, en 1277, concedió exención de impuestos a los veinte canteros, al vidriero y al herrero que trabajaban en la fábrica, por todo el tiempo que permanecieran vinculados a ella. La planta de León, en lo que respecta a la organización de la cabecera, recuerda muy de cerca a Reims, por su hipertrofia. Tiene tres naves en los pies, un transepto marcado espacialmente y girola. Para su alzado, en cambio, se ha recurrido a las novedades presentes en Amiens, en lo concerniente al vaciado del triforio que se convierte por ello en una nueva entrada de luz. León en este sentido es la catedral española que sintoniza más con los presupuestos de la estructura diáfana francesa, a lo que contribuyen directamente las magníficas vidrieras conservadas en su mayor parte. Hay que destacar el hecho de que sus torres están levantadas en ambos extremos de la fachada sin que se engloben en la estructura, hecho que responde más directamente a la tradición inglesa. En el interior de la catedral encontramos el Museo catedralicio inaugurado en 1981 como resultado de la fusión del antiguo museo diocesano con el catedralicio. Se trata de un conjunto único en su género que conserva piezas de todas las épocas, desde la prehistoria al siglo XX, repartidas en 17 salas que se ubican alrededor del claustro de la catedral.