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Personaje Político
De origen plebeyo, fue sirviente y amante antes de casarse en secreto con el zar Pedro el Grande para después hacerlo oficialmente y suceder a su esposo en el trono ruso. En su breve reinado intentó realizar una reforma profunda del Estado pero contó con una amplia oposición.
contexto
La zarina Catalina accede al poder tras la deposición de su marido, Pedro III, en la conspiración tramada por la guardia imperial y respaldada por la nobleza, que se sintió temerosa ante los cambios introducidos por aquél. Mujer con claras ambiciones políticas secundó el golpe y aceptó las condiciones de los conspiradores, siendo coronada poco después. Desde el principio, puso de manifiesto los planteamientos que habrían de regir su política: fortalecimiento del Estado a nivel interno, apoyo ilimitado a la nobleza y acción exterior agresiva que le reportara a Rusia la hegemonía en Europa oriental para situarse en la comunidad internacional en un plano de superioridad. Esto suponía una vuelta a los tiempos de Pedro el Grande. Podemos señalar tres períodos en su política interior: la primera (1762-1773) caracterizada por la continuidad aunque ya se dictan los primeros decretos que refuerzan el poderío de la nobleza, se introducen determinadas reformas institucionales que favorecen el centralismo y se impulsa la economía bajo postulados mercantilistas y colonizadores. Es también la época en que la Ilustración y el pensamiento enciclopedista alcanzó una gran difusión, apareciendo intelectuales y pensadores que apoyarían el progreso y las innovaciones y la propia Catalina se convierte en protectora de las Luces. Tras la rebelión de Putgachov se abre una segunda etapa (1774-1789) donde se establece una nueva planta del Estado en sentido centralista y autocrático, que intenta evitar la conflictividad social y obtener la máxima supeditación a las directrices gubernamentales; y una última (1789-1796) mediatizada por el impacto de la Revolución Francesa y el temor a las ideas ilustradas que la habían generado. Catalina refuerza las atribuciones del Senado y, para hacerlo más operativo, lo divide internamente en seis secciones, ubicando cuatro de ellas en San Petersburgo y dos en Moscú, y coloca a su frente un procurador, convirtiéndose así en el primer organismo del gobierno. A nivel provincial parecía iniciarse una cierta descentralización, pero, en realidad, se dispone al frente de sus instituciones un gobernador, como supervisor general en materia política y económica, que dependía directamente de la zarina y del Senado. Paralelamente, fue acometida una acción codificadora que se plasma en la promulgación de una Instrucción (1766) compuesta de 20 capítulos y 526 párrafos, verdadera obra legislativa donde se recogen determinados postulados ilustrados de Montesquieu, Diderot, Voltaire y Beccaría. A pesar de afirmarse como principios básicos del derecho la tolerancia, la suavización de las penas (abolición de la capital), la necesidad de educar a la sociedad y la búsqueda del progreso, se reafirma también el absolutismo de la Corona y su papel rector en la tarea educadora. Un año más tarde, Catalina invita a todos los grupos sociales, a excepción de campesinos y siervos, a participar en una Comisión legislativa donde se conocería la realidad de la nación a nivel económico, jurídico y social. Las tensiones existentes entre los diversos grupos de la nobleza, sus enfrentamientos con la burocracia o la burguesía, las pretensiones nacionalistas de los cosacos y el rechazo de la nobleza báltica a la rusificación la hicieron inoperante, y a finales de 1768 fue disuelta, sin volver a reunirse nunca más. Por esa misma época (1763) la nobleza dirigió a la zarina una serie de peticiones, que les serían concedidas: seguridad para sus propiedades legitimando todo el proceso de apropiaciones de tierras realizadas por los nobles hasta entonces; reserva de los cargos importantes de la Administración central, local y militar; inmunidad jurídica, frente a las confiscaciones y arrestos de sus miembros, y fiscal, confirmación de sus derechos exclusivos e inalienables sobre los siervos (venta, permuta o arriendo) aunque limitándoles la venta en los períodos previos a reclutamientos militares, y monopolios económicos como el de la destilación y venta de vodka, que les reportaría cuantiosos beneficios. También en 1763 retoma la obra colonizadora anterior, creándose una Cancillería especial para la inmigración, que repartiría tierras y concedería exenciones y privilegios a todos los extranjeros que vinieran a afincarse en tierras rusas, con lo que se inicia una entrada masiva de europeos, alemanes fundamentalmente, que legalmente serían considerados campesinos libres. El impulso estatal a la economía se materializa en la creación de la Sociedad Imperial Económica Libre (1765), que manifiesta un gran interés hacia la agricultura -roturaciones por doquier y especialización agraria de amplias zonas del país- y la manufactura, abriéndose multitud de establecimientos (en 1767 llegó a contabilizarse 663) y formándose numerosas aldeas industriales. La doctrina mercantilista propicia un desarrollo del comercio -gracias a los excedentes agrícolas y a la minería- sobre todo a través de las provincias bálticas y del mar Negro. No obstante, el escaso desarrollo tecnológico y los excesivos gastos militares impiden alcanzar frutos mayores. En este período hay una enorme difusión del pensamiento ilustrado y de la filosofía enciclopedista, sobre todo por la publicación de muchos libros de autores franceses. La propia Catalina es una entusiasta del progreso y de la Ilustración. Pero la apertura intelectual y el debate sobre cuestiones candentes puso de manifiesto la existencia de fisuras entre el poder autocrático de la zarina y su respaldo a un sistema feudal y un grupo de pensadores o políticos que critican tal sistema denunciando los abusos en que incurrían los terratenientes y los señores y la situación mísera del campesinado así como las duras condiciones de explotación de los obreros. Esa crítica fue canalizada a través de escritos y de la prensa: aparecen periódicos críticos y satíricos como El Zángano (1769-1770) o El Pintor (1772-1773) que pronto serían cerrados por el poder. No obstante, el despotismo ilustrado de la zarina apuesta por el progreso y por la ciencia, y entre 1768-1774 la Academia de Ciencias realizó cinco expediciones geográficas, invitó a la colaboración a científicos occidentales, y la literatura y otras artes conocieron un esplendor inusitado. A comienzos de los setenta aflora entre los campesinos y siervos un gran descontento, gestado en años anteriores por el empeoramiento progresivo de sus condiciones de vida. En efecto, el aumento de la presión fiscal y militar, por las necesidades de la guerra, junto al abuso y arbitrariedades cometidas por los señores, en una coyuntura económica adversa donde eran corrientes las malas cosechas y el hambre, desata un malestar que origina frecuentes levantamientos. En esta tesitura, un cosaco del Don, Putgachov, adopta la personalidad del desaparecido Pedro III y organiza la rebelión aunando las reivindicaciones de los cosacos y del campesinado. Pronto le sigue un ejército de unos 250.000 hombres procedente de esa zona oriental del Imperio, que más agudamente había sentido la miseria. La acción popular se dirige contra las haciendas y las fábricas, que serán destruidas y devastados los campos. Poco después los cosacos, temiendo las pretensiones antiseñoriales de los campesinos, abandonan el movimiento y se unen a la nobleza local para reprimirlo. La lucha llegó a su cenit en el verano de 1774 pero pronto los rebeldes serán aplastados y en enero de 1775 Putgachov es ajusticiado, en un castigo ejemplar, como previo paso para la pacificación, que aún tardó varios meses. Esta revuelta concienció a la zarina sobre las debilidades estructurales del Estado, dándole un motivo para acometer en profundidad una serie de medidas que fortaleciera la maquinaria administrativa: primeramente, la reforma de la administración territorial con la promulgación, en 1775, del Estatuto para la administración gubernamental, que dividía al país en 50 provincias o gobiernos comprendiendo unos 300 a 400.000 habitantes, y que estarían subdivididos en distritos de unas 60.000 personas. Cada gobierno constaría de tres autoridades: un gobernador, con poderes ilimitados en todos los terrenos, nombrado por la zarina y sólo responsable ante ella; un vicegobernador y un inspector (cargos que, en buena medida, se reservaban a la nobleza de servicio), tres tribunales para cada uno de los estamentos nobles, comerciantes y trabajadores-, un Juzgado provincial que se encargaba de los asuntos administrativos y de seguridad, todos ellos controlados por el monarca. También una Caja de Distrito, para los aspectos económicos como la recaudación de los impuestos o la realización de obras públicas, y un Tribunal de Distrito para la burocracia provincial. En segundo lugar, la reforma de la administración local con el Estatuto municipal de 1785. Era una especie de carta de privilegio, inspirada en la Carta de Riga, que dividía a los habitantes de las ciudades en seis categorías, y todas ellas con derecho a representación en el Consejo municipal, máximo organismo del gobierno local, con un alcalde a su frente y éste dependiente del gobernador provincial. De esta manera también quedarían supeditadas las ciudades al control del Gobierno central. En tercer lugar, la reforma educativa (1782-1786), disponiendo una instrucción adecuada a las necesidades del país. Primeramente se organiza la enseñanza primaria creándose escuelas en muchas ciudades, para ello se funda una escuela de maestros que proporciona los docentes necesarios, que enseñarían la lectura, escritura, matemáticas, geografía e historia. En segundo lugar se regula la enseñanza secundaria, en la que se incluyen nociones de historia natural, física y mecánica; por último se crean cuatro universidades para los estudios superiores. Hay que destacar que la enseñanza es un privilegio de la nobleza, quedando la gran mayoría de la población sin acceder a ella, y que por primera vez se contempla la posibilidad de proporcionar una instrucción a las niñas, creándose para ellas en Moscú el Instituto Smolny. Por último, dictó la Carta de la nobleza (1785) que legitima sus privilegios a nivel jurídico. Con ella desaparece la obligación del servicio al Estado; se equipara la nobleza de servicio a la antigua nobleza; se consolida su riqueza patrimonial; se renueva sus inmunidades legales y fiscales; se reafirma el monopolio a la posesión de siervos; se mantiene el cuerpo de cadetes para sus miembros, y se le amplía su capacidad de movimientos al permitirles viajar al extranjero libremente. Con ella se estrechan los lazos de cooperación entre el estamento y el Estado, toda vez que interviene en las asambleas provinciales y de distrito respaldando la política real. En cuanto a la política exterior podemos resaltar cuatro directrices constantes: en primer lugar, la intervención en los asuntos internos de Polonia, participando en los tratados de reparto en los que consiguió la mayor parte de Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Curlandia y el oeste de Livonia; en segundo lugar, el expansionismo por el Báltico, abandonado al quedar asegurada Curlandia bajo el dominio ruso; tercero, agresiones constantes al Imperio otomano, materializadas en varias guerras en las que obtendría ventajosos acuerdos comerciales, importantes cesiones territoriales y una salida al Mediterráneo a través de los estrechos; por último, amistad ininterrumpida con Austria. Al margen de estos asuntos, declaró su neutralidad en la guerra de independencia de los colonos ingleses, y en los años noventa se unió a la coalición antirrevolucionaria formada por Austria, Inglaterra y Prusia para detener la Revolución Francesa; en 1795 refuerza sus acuerdos con Austria para frenar el expansionismo prusiano. En los últimos años de su vida, Catalina podía sentirse orgullosa de la tarea realizada: había contribuido a hacer de su país la potencia predominante del este europeo y una nación relevante en la comunidad internacional. Por otra parte, se había convertido en uno de los monarcas más populares de la época, exaltada por ilustrados e intelectuales, por haber favorecido la Ilustración y las Luces, tratando de difundir el pensamiento moderno.
Personaje Político
Aunque de origen alemán, tuvo una excelente formación a "la francesa". Asumió el cargo de emperatriz como sucesora de su marido Pedro III, que murió en un complot en 1762 (año que Catalina tomó el poder). Por su estrategia de política interior y exterior intentó una europeización del país, y otorgó a la nobleza un puesto relevante que hasta ese momento no habían tenido. Interiormente fracasó su intendo de crear un código con las ideas de Montesquieu y vivió una contienda en 1773 con los campesinos, por la nefasta situación social que la población vivía. Esto provocó una nueva reestructuración del gobierno regente. Exteriormente se centró en la expansión territorial, aunque dependiá de Polonia y Turquía. Se la denominó Semíram del Norte, y fue considerada como una mujer inteligente, culta, sagaz, muy hábil, apasionada y con una vida privada un tanto peculiar. Mantuvo una gran amistad y comunicación con los grandes ilustrados franceses como Diderot, Montesquieu o Voltaire.
Personaje Político
La correspondencia de Felipe II con sus hijas Isabel y Catalina aportan unas significativas dosis de humanidad a la persona del Rey Prudente. Catalina Micaela era la segunda hija de Felipe y su tercera esposa, Isabel de Valois. Nació el 6 de octubre de 1567 recibiendo esos nombres en honor de su abuela materna, Catalina de Médicis, y de San Miguel, ya que nació en la octava dedicada a este santo. Durante 22 meses tuvo Catalina la misma ama de cría, llamada doña María de Messa, que recibió 100.000 maravedíes al año de por vida como recompensa a los servicios prestados a la Corona. Su infancia transcurrió bajo la atenta mirada de su padre y de su cuarta esposa, Anna de Austria, que se convirtió en una auténtica madre para la pequeña. Tras la muerte de ésta, en 1580, Felipe dedicará algo más de su escaso tiempo a sus hijas, permitiendo incluso que trabajaran con él en los asuntos de oficina. El 18 de marzo de 1585 contraía Catalina matrimonio con el duque Carlos Manuel de Saboya, eligiendo Zaragoza como sede del enlace. Tras la boda y acompañados por Felipe, se trasladará la pareja a Barcelona donde embarcarán rumbo a los estados del duque en Italia. Nunca más volverá Catalina a ver a su familia, dando a su padre los únicos nietos de los que tendrá noticia por las continuas cartas, aunque nunca tendrá la oportunidad de conocerlos.
obra
contexto
El modernismo catalán es también complejo. Hasta no hace mucho tiempo se pensaba vulgarmente que era el único de la Península; pero son pocas las grandes ciudades que no tengan alguna obra modernista, sobre todo en la periferia, tal como han venido demostrando los recientes y cada vez más numerosos estudios. También se pensó en Gaudí como el exclusivo representante; pero ya Oriol Bohigas y otros, al estudiar este modernismo catalán, se encargaron de realzar autores en la sombra, como el de muy alta categoría Lluís Domenech i Montaner, o Josep Puig i Cadafalch, más activos en Barcelona. A los que habría que añadir otros difusores de estilo peculiar, a veces mediatizados por el de los arquitectos insignes (Gaudí) o por influjos europeos: Lluís Muncunill i Parellada (1868-1931; título en 1892), Salvador Valeri i Pupurull (1873-1954; t. 1899), Manuel-Joaquim Raspall i Mayol (1877-1954; t. 1904), Rafael Masó i Valentí (1880-1935; t. 1906), Josep M.? Pericas Morros (1881-1965; t. 1906). No obstante, Cataluña tuvo una serie de condiciones propicias para generar uno de los focos más importantes del modernismo europeo y con más incidencia social, siendo sin duda también Gaudí un autor de tan recia personalidad que le ha hecho universal. Cataluña poseía una tradición nacionalista y un pasado medieval próspero, un romántico resurgir cultural con el fenómeno de la "Renaixença" y unos deseos de modernización. Contaba para ello con dos fuerzas motoras imprescindibles: una económica, con reactivación basada en la industria sobre todo textil y en el comercio, la cual originará una emprendedora burguesía de amplio espectro capaz de promover y comprar; otra intelectual, con una brillante nómina de autores y artífices en busca de un arte identificador, apoyado en la tradición medieval autóctona pero en absoluto cerrado al mundo. Así lo demuestra Elies Rogent, como director de la oficial y recién creada Escuela de Arquitectura de Barcelona (1871), al aconsejar el "Dictionnaire" de Viollet-le-Duc a sus alumnos; las tempranas iniciativas de organismos oficiales por mejorar los productos de la industria y el diseño aprendiendo de otros países; el entusiasmo entre algunos intelectuales por Richard Wagner, cuya estética se puede ver en el Liceu y se recordará en el Palau; el mismo fenómeno de "Els Quatre Gats" (Casas, Nonell, Picasso, Rusiñol, Utrillo), que mira de reojo a lo acontecido en el norte de Europa, en París; los influjos que llegarán de Inglaterra, a través de las revistas vienesas o la "Moderne Architektur" (1895) de Otto Wagner; además de las revistas propias que dan cuenta de nuevas inquietudes. Barcelona, ciudad que posee ya su Plan de Ensanche Cerda desde 1859 y que logra organizar su Exposición Internacional 1888, se erige en el centro neurálgico de actividades. En ella enseñan o construyen los mejores arquitectos, dejando sus más importantes y personales obras en esta ciudad que se ensancha mediante la impersonal cuadrícula (Paseo de Gràcia: Casa Lleó Morera, 1905, de Domenech i Montaner; Casa Amatller, 1898-1900, de Josep Puig i Cadafalch; Casa Batlló y Milà, de Gaudí); en torno a ella funcionan activos talleres de artes complementarias (Taller de El Castell dels Tres Dragons, promovido por Antoni Gallissà y Domenech; los mismos talleres de Gaudí y colaboradores, aunque haya que recurrir a otros, diseñando muebles o motivos, por ejemplo, para un revolucionario pavimento hidráulico que introducirá por fin en la Casa Milà; el taller de vidrieras Rigalt-Granell; los de muebles de Gaspar Homar y Joan Busquets, que llegan a inspirarse en modelos de Guimard y de la Escuela de Nançy; los del trabajo de la forja, que alcanzan calidades equiparables a los de la joyería de los Masriera...). A todo ello habría que añadir el desarrollo del mosaico (Bru, Maragliano, con la técnica del trencadís o fragmentos irregulares), de la cerámica y de la escultura (Escaler, Arnau, Blay, Gargallo), para obtener una total integración de las artes. Dos son los tramos que por conveniencia y orden pueden distinguirse en la evolución de la arquitectura, pero en absoluto estancos sino solapados: etapa protomodernista, en que se va superando el neogoticismo de ribetes eclécticos preconizado por Rogent en la nueva Escuela de Arquitectura, para llegar a un eclecticismo más innovador de raíz centroeuropea (caso de Josep Vilaseca i Casanovas con su no realizado Proyecto para Instituciones Provinciales de Instrucción Pública, 1874, en colaboración con Doménech i Montaner) o bien a uno más autóctono y de ruptura en el manejo del ladrillo y otros materiales (caso del mismo Domenech, con su Editorial Montaner y Simón, 1880-85; o de Gaudí con su Casa Vicens, 1883-85; es decir, sendas y personales reinterpretaciones del mudéjar); etapa modernista, desde la Exposición Internacional 1888 (Arco de Triunfo de Josep Vilaseca; Hotel Internacional y Café-restaurante, donde Domenech apuesta por las nuevas tecnologías en estructura metálica) y hasta la consolidación del clasicista Noucentisme como movimiento institucional alternativo de más atención social, sin olvidar la fecha de la muerte de Gaudí y la actividad de sus seguidores como testimonios del languidecer modernista. Por las referencias dadas, hay un arquitecto que rivaliza en geno con Gaudí y este es Lluís Domenech i Montaner (1849-1923; t. 1873). Como demuestra en su texto de explícito título "En buca d'una arquitectura nacional" (1878, "La Renaixensa"), aunque asume los valores de los estilos pretéritos, rechaza una arquitectura no comprometida con su tiempo y su tierra, balbucea en las obras anteriormente citadas hacia la consecución de un estilo nuevo, llega a plantear un funcionalismo encubierto en su Hospital de la Santa Creu i de Sant Pau (1901-1930) y culmina su trayectoria en una de las obras más importantes de la Historia de la Arquitectura, el Palau de la Música Catalana (1904-1908, para el Orfeó Catalá). Domenech actúa en un solar difícil, pero organiza el espacio libremente apoyándose en una regular estructura metálica que le permite perforar un muro anticipador del moderno cortina, dotar de ingravidez la obra o inundar de luz y alegría el interior (con la intervención de los Arnau, Blay, Bru, Gargallo, Rigalt-Granell...). Es autor de una "Historia general del arte" (1886-97) que continúa Josep Puig i Cadafalch (1867-1956; t. 1891) -el arquitecto que alcanza un lenguaje más personal y preciosista en la reinterpretación del gótico (Casa Amatller)- y como éste es también un hombre comprometido con la cosa pública, trayectoria muy diferente a la seguida por Gaudí.
lugar
contexto
Cataluña, bien relacionada con la vanguardia parisina desde finales del siglo XIX, fue donde primero arraigaron los postulados surrealistas y donde encontramos, en fechas más tempranas, ejemplos de este tipo de pintura. Revistas tales como "L'amic de les Arts" (1926), "Helix" (1929) y "Art" (1933), se destacaron por la cobertura dada al movimiento, al haber reseñado ampliamente en sus páginas la actividad de los pintores y poetas del Surrealismo. Las colaboraciones de Dalí -furibundo surrealista desde 1927- en las dos primeras, así como las frecuentes referencias a la obra mironiana que en ellas aparecen, contribuyeron en gran medida a difundir los fundamentos del credo bretoniano. Buena muestra de la resonancia alcanzada por el movimiento en los medios intelectuales catalanes fue la publicación en 1930, por parte de una revista como el "Butlletí de l 'Agrupament Escolar de l 'Academia i Laboratori de Ciencies Mediques de Catalunya" de un número monográfico de gran interés dedicado al tema. Junto a la labor divulgadora llevada a cabo por estas revistas, hay que tener en cuenta también la presencia, desde comienzos de los años veinte, de destacados surrealistas en Cataluña. Breton se trasladó en 1922 a Barcelona en donde, con motivo de la inauguración de una exposición de Picabia en las Galerías Dalmau, pronunció una conferencia en el Ateneo barcelonés titulada "Caracteres de l'evolution moderne et ce qui en participe". Tras él y por distintos motivos visitarían Cataluña René Crevel, Paul Eluard, acompañado de Gala, René Magritte, Benjamin Péret, André Masson, Duchamp y Man Ray, entre otros. Con el traslado de Dalí a París, qué duda cabe, el surrealismo catalán perdió a su figura más combativa. La conferencia que pronunció el 22 de marzo de 1930 en el Ateneo de Barcelona, con el título "Posició moral del Surrealisme", en la que expuso su teoría de la Paranoia-crítica, constituye un auténtico hito. Pero todo esto no implicó de ningún modo el colapso del Surrealismo; muy al contrario, es a comienzos de los años treinta cuando éste, alentado especialmente por A.D.L.A.N., fue afianzándose a través de la labor expositiva de una serie de jóvenes artistas, para culminar en la gran muestra del Surrealismo catalán: la Exposición Logicofobista. A.D.L.A.N. (Amics de l'Art Nou), grupo formado en 1932, desplegó una intensa labor en pro del arte de vanguardia. Entre sus miembros figuran personajes claves del Surrealismo plástico y literario tales como Angel Ferrant, Joan Miró, Salvador Dalí y J. V. Foix, y críticos que lo apoyaron como M. A. Cassanyes. Si bien A.D.L.A.N. no se identificó exclusivamente con el Surrea lismo, ya que propició una amplia gama de actividades, fueron los organizadores de dos importantes exposiciones surrealistas, una la que convocó en las Galerías Catalonia, en marzo de 1935 a tres jóvenes escultores: Jaume Sans, Ramon Marinel.lo y Eudald Serra, y otra la Exposición Logicofobista. La Exposición Logicofobista, celebrada en mayo de 1936 en los locales de la "Libería Catalonia", fue la muestra colectiva más importante del Surrealismo español y la única que estuvo acompañada de un programa. Fue expuesto un total de 39 obras, entre pintura y escultura, contando con la participación de los pintores Artur Carbonell, Esteban Francés, A. Gamboa-Rothwons, A. G. Lamolla, Joan Massanet, Maruja Mallo, Angel Planells, Nadia Sokalova, Remedios Varo y Juan Ismael, y de los escultores Leandro Cristófol, Angel Ferrant, Ramón Marinel.lo y Jaume Sans. En el catálogo se incluía un texto firmado por M. A. Cassanyes, uno de los componentes del antiguo grupo de "L'Amic de les Arts", en el que el Logicofobismo o (fobia a la lógica) se presentaba como una variante del Surrealismo y otro breve escrito del pintor Josep Viola Gamón (más conocido después como Manuel Viola), en el que, para contrarrestar las ambigüedades del primero, se establecía sin paliativos la identificación del grupo con el Surrealismo. El Surrealismo catalán, que generó una importante actividad teórica junto a una pintura de extraordinario interés, no se centró exclusivamente en Barcelona, sino que, al sintonizar toda Cataluña con la vanguardia, los distintos grupos afloraron en puntos diferentes de su geografía. Así Sitges acogió al grupo de L'Amic de les Arts, integrado por Josep Carbonell, J. V. Foix, M. A. Cassanyes, Lluis Montanyá y Sebastia Gasch, que promocionó a pintores locales como Artur Carbonell (1906-1963). Por su parte, Vilafranca del Penedés fue la localidad que vio nacer Helix, dirigida por J. R. Masoliver y Lérida la que aglutinó en torno a la revista "Art" al escultor Cristófol y a los pintores A. G. Lamolla (1910-1981) y Viola (1916-1987), mientras que el Ampurdán se revelaba como el foco más prolífico al contar con Angel Planells (1901), Joan Massanet (1899-1969), Esteban Francés (1913-1976), Remedios Varo (1908-1963), y Juan Batlle Planas (1911-1966), además de Dalí. Dentro del Surrealismo catalán Joan Miró fue un adelantado, un surrealista de primera hora, pero en su genialidad fue un eterno solitario sin discípulos ni escuela. Muy distinto es el caso de Dalí que ejerció una notable influencia sobre los pintores de su generación, siendo el polo indiscutible en torno al cual giró el Surrealismo catalán. Planells y Massanet son los que se muestran más deudores de las soluciones dalinianas, al haber asimilado no sólo un buen número de motivos iconográficos suyos, como el alargamiento de miembros, las figuras protoplasmáticas, las cucharas de largo mango o los motivos arquitectónicos Art Nouveau, sino también algunos de los mitos del pintor de Figueras como el culto a Vermeer de Delft, al que Massanet dedicó un gran cuadro Aparición de Vermeer de Delft en el golfo de Rosas (1935). Pese a los resquemores que puedan suscitar tales concomitancias en artistas que en teoría bucean en lo más profundamente individual, tanto Planells como Massanet han dado muestras más que suficientes en otras ocasiones de un potencial imaginativo de primer orden. En el Surrealismo catalán predomina el automatismo de funcionamiento simbólico al que se adscriben, además de los dos pintores antes citados, Lamolla, Carbonell, Esteban Francés y Remedios Varo. Estos dos últimos realizaron la mayor parte de su producción fuera de España al haberse exiliado tras la guerra civil. Francés, creador del fumage, vivió de cerca los avatares del Surrealismo internacional, primero en París y después en Estados Unidos, a donde se traslado con la plana mayor del movimiento, huyendo de la invasión alemana de Francia, mientras que Remedios Varo creó una obra deslumbrante en México, cada día más apreciada. No faltan, de todas formas, ejemplos de automatismo rítmico dado que Lamolla y Carbonell alternaron indistintamente los dos procedimientos, ajustándose también al automatismo rítmico la producción pictórica de Jaume Sans (1914-1987), en la que hacen acto de presencia las mismas conformaciones biomórficas que determinan su escultura.