Busqueda de contenidos

video
Hacia el 10.000 a.C. comienza un periodo que se puede calificar de revolucionario en la evolución cultural del ser humano: el Neolítico. Durante este largo proceso, de miles de años, surgen características básicas como la sedentarización, la domesticación de plantas y animales o la invención de la cerámica, entre otros rasgos. Uno de los focos neolíticos más importantes es la península de Anatolia, en Turquía, con yacimientos como los de Cayönü, Cafer Hüyük o Hacilar. Pero el más interesante y uno de los más llamativos a escala mundial es el de Çatal Hüyük. Se trata de una gran superficie urbana que tuvo su fase culminante de ocupación hacia el VII milenio a.C., integrando cerca de 13 ha pobladas por varios miles de personas. Los investigadores piensan que, dadas sus características, algunas estructuras servían como viviendas, mientras que otras pudieron ser santuarios. Entre las casas había espacios abiertos, a modo de patios. Muy bien conservadas, dada su antigüedad, las viviendas eran rectangulares, hechas de adobe y madera, pegadas entre sí, sin apenas calles o plazas intermedias, debiendo usarse las azoteas para circular por el poblado. Con una superficie de unos 25 metros cuadrados, las casas estaban por dentro divididas en varias estancias, una de ellas una despensa adosada, teniendo en su interior hornos y hogares para calentarse y cocinar, plataformas para dormir y repisas en las paredes. Algunas estructuras poseían además pinturas en las paredes -escenas de caza, volcanes en erupción, buitres despedazando cadáveres- y relieves en yeso, con cráneos de animales pegados a los muros y estrados. Estos lugares, llamados "santuarios" por su descubridor, así como las numerosas evidencias de enterramiento bajo el suelo de las casas, o el hallazgo de estatuillas representando animales o mujeres permite creer que la población de Çatal Hüyük estaba fuertemente ritualizada, sustentando un complejo sistema de creencias en el que la mujer y el toro parecen ocupar un lugar central.
lugar
Yacimiento excavado por James Mellart entre 1961 y 1963, es uno de los más interesantes a escala mundial con respecto al estudio del Neolítico. Se trata de una gran superficie urbana que tuvo su fase culminante de ocupación hacia el VII milenio a.C., integrando cerca de 13 ha pobladas por varios miles de personas. Muy bien conservadas, dada su antigüedad, las viviendas eran rectangulares, hechas de adobe y madera, pegadas entre sí, sin apenas calles o plazas intermedias, debiendo usarse las azoteas para circular por el poblado. Con una superficie de unos 25 metros cuadrados, las casas estaban por dentro divididas en varias estancias, una de ellas una despensa adosada, teniendo en su interior hornos y hogares para calentarse y cocinar, plataformas para dormir y repisas en las paredes. Algunas viviendas poseían además pinturas en las paredes -escenas de caza, volcanes en erupción, buitres despedazando cadáveres- y relieves en yeso, con cráneos de animales pegados a los muros y estrados. Estos lugares, llamados "santuarios" por su descubridor, así como las numerosas evidencias de enterramiento bajo el suelo de las casas, o el hallazgo de estatuillas representando animales o mujeres -una de ellas dando a luz- permite creer que la población de Çatal Hüyük estaba fuertemente ritualizada, sustentando un complejo sistema de creencias en el que la mujer y el toro parecen ocupar un lugar central.
contexto
Los propósitos de Francia respecto a Cataluña oscilaron entre la simple anexión del territorio del Principado, como fue explícitamente proclamado por el Comité de Salud Pública el 26 de mayo de 1794, o favorecer una hipotética emancipación. La primera de las opciones siempre contó con la absoluta hostilidad de los catalanes y, quizá por ello, se pasó de la propuesta anexionista a la que proclamaba el deseo de Francia de ayudar a los catalanes a liberarse del yugo castellano. En realidad, la idea de formar una república catalana independiente escondía un propósito de anexión gradual y a más largo plazo, como lo revela el texto del Comité de Salud Pública que señalaba que "es preciso romper los lazos comerciales de este país con el resto de España, multiplicarlos con nosotros a través de fáciles caminos, introducir la lengua francesa, hacer nacer el gusto y la necesidad por los objetos republicanos". Las contingencias militares condujeron, sin embargo, a un renacer del sentimiento catalanista, muy diluido desde el triunfo borbónico en la Guerra de Sucesión. La economía de las zonas pirenaicas, basadas en su complementariedad con las del otro lado de la raya fronteriza, se vino abajo estrepitosamente a causa de la guerra y de la presencia sobre el terreno de un ejército numeroso. El comportamiento de los catalanes ante el esfuerzo bélico que se les exigía no fue ni unánime ni entusiasta, y hubo resistencia al reclutamiento y frecuentes conatos de indisciplina y deserción. Para contrarrestar la tibieza catalana se utilizaron elementos que suponían un reconocimiento de la peculiaridad del Principado. En primer lugar, se pasó a usar la lengua catalana por parte de las autoridades en proclamas y manifiestos, lo que suponía un reconocimiento inédito desde 1714 de la lengua propia de los catalanes. En segundo lugar, se organizó el somatén, una modalídad estrictamente catalana de movilización con la que los catalanes se identificaban mucho más que con los regimientos regulares, que también había quedado proscrita tras el conflicto sucesorio. Y, finalmente, se permitió la creación de Juntas de Defensa y Armamento, en las que participaban delegados de los gremios junto a representantes de los ayuntamientos. Estas Asambleas estuvieron lejos de significar una recuperación institucional específica de Cataluña, pues una hipotética Junta del Principado, con alguna similitud a las suprimidas Cortes, nunca llegó a ser realidad, y sólo funcionaron Juntas de corregimiento con la única finalidad de "contener al enemigo" y bajo el control, en todo momento, del Capitán General, primera autoridad del Principado. Las provincias vascas y Navarra constituían una realidad específica dentro de la monarquía centralizada y uniformista surgida del conflicto sucesorio. Conocidas como provincias exentas, se singularizaban por contar con fueros propios y cuerpos de representación provincial y gozar del control de las haciendas municipales y de las aduanas. Al igual que en Cataluña, también los franceses tuvieron que decidir sobre la anexión de los territorios ocupados o su independencia, si bien en el caso guipuzcoano la segunda posibilidad fue planteada por diputados de la Junta General celebrada en Guetaria en junio de 1794. José Fernando de Echave Romero y su cuñado Joaquín María de Barroeta y Aldamar negociaron con las autoridades francesas la posible independencia de Guipúzcoa, si bien los franceses rechazaron esa posibilidad y consideraron a la provincia como país conquistado, aunque con opción a integrarse en la República, alternativa esta última imposible, pues los valores y conceptos revolucionarios eran absolutamente ajenos al mundo tradicional y corporativo de la sociedad vasca. En opinión de Jean-René Aymes, la adhesión a la independencia no fue ideológica, "sino más bien pragmática, circunstancial y aleatoria", es decir, destinada a ganar tiempo y evitar que corriera innecesariamente la sangre tras la ocupación por los franceses de Fuenterrabía, Irún, Pasajes y San Sebastián y la nula respuesta militar del ejército regular y de la escuadra surta en el golfo de Vizcaya. Pero en algunos casos hay pruebas de que el colaboracionismo estuvo motivado por la identificación con la ideología revolucionaria. En la causa instruida contra D. Pablo Carrese y otros colaboracionistas de Tolosa, estudiada por Fernández Albaladejo, se aprecia una adhesión entusiasta y no circunstancial a la ideología revolucionaria, cuando se narra lo acontecido junto al "árbol de la libertad, al que besaban, miraban hacia Francia y exclamaban: ¡Viva la República! Volvían a besar, cerraban el puño y convirtiéndose hacia Madrid, se mantenían un rato en la más fiera postura, significando en mudo, pero horroroso mensaje que estaban dispuestos a ejecutar en nuestro adorado Monarca la mismo vileza, y atrevido desacato que en el suyo". El foralismo fue estimulado y alentado por las autoridades con el fin de crear entre los vasco-navarros un mayor compromiso contra el invasor francés. Los fueros recordaban el carácter sagrado de la tierra y el deber ineludible de acudir en su defensa. Sin embargo, los resultados prácticos no fueron muy satisfactorios, pues en Vizcaya, Alava y, sobre todo, Navarra, los fueros provocaron problemas de alistamiento ya que, siguiendo estrictamente lo dictado por el régimen foral, no se podía obligar a luchar fuera de los límites de cada provincia. No es extraño que, una vez finalizada la guerra, las autoridades de Madrid se plantearan acabar con el estatuto peculiar de las Provincias Exentas; y aunque la ofensiva antiforalista no llegará a su última consecuencia -acabar con el sistema foral en su totalidad-, sí quedará en los responsables políticos de la Corte la idea de que los vascos y los navarros habían infringido la solidaridad nacional "al faltar esencialmente a sus deberes". Como señala Fernández Albaladejo, "entre 1796 y 1808 el régimen foral se sentó en el banquillo de los acusados".
Personaje
Bautizada tras conocer al soldado Miguel Díaz, huido desde la Isabela al sur de la Española, cerca del río Ozama. Catalina aconsejó a Miguel Díaz regresar y a su regreso sugirió a Bartolomé Colón, comisionado por su hermano Cristóbal Colón un lugar para fundar una ciudad, que el mejor emplazamiento sería en la desembocadura del Río Ozama. Gracias a estos servicios fue perdonado por su deserción y Díaz guió a los españoles al cacicazgo de Catalina. Don Bartolomé decidió que, ya que los dominios de la cacica estaban al oriente del río, Santo Domingo se fundara en la otra orilla, como así fue.
Personaje Político
Su educación discurre en Granada, bajo los consejos de Doña Aldonza de la Vega. Los frailes Diego de Deza y Hernando de Talavera fueron dos figuras esenciales para su desarrollo intelectual. A comienzos del siglo XVI y por expreso deseo de sus padres, los Reyes Católicos, se comienzan los preparativos para su boda. Debido a las desavenencias que los monarcas mantenían con Francia, los monarcas españoles escogieron al hijo de Enrique VII de Inglaterra -el príncipe Arturo- como futuro esposo su hija. Desde este momento comenzaron las gestiones para celebrar el enlace entre Catalina y el príncipe de Gales Arturo, acuerdo que contenía cláusulas económicas y políticas. Una de las condiciones establecía que jamás se produciría una unión política entre España e Inglaterra. El 2 de octubre de 1502 tuvo lugar la celebración del matrimonio en la abadía de Westminster, si bien seis meses después moría repentinamente el príncipe Arturo. Rápidamente, comenzaron los preparativos para que Catalina se casara con Enrique Tudor, que en breve sería coronado como Enrique VIII. La boda se celebró en 1503 y seis años después accedió al trono. Debido a la disparidad de caracteres ambos mantenían vidas separadas, pero no se presentaron problemas hasta 1522. En esta fecha se produce el primer encuentro entre el rey y Ana Bolena. Por otra parte, Catalina todavía no había concebido ningún hijo varón y de las cinco hijas que había tenido sólo María Tudor estaba viva. La popularidad de que gozaba la reina y la protección de Lord Thomas Wolsey le permitieron aguantar la situación. Sin embargo, tras la muerte de Wolsey los nobles se pusieron en su contra y apoyaron a Enrique VIII en su proyecto de conseguir el divorcio. La edad de la reina y su incapacidad para tener descendencia masculina fueron las dos razones alegadas por el monarca para conseguir su objetivo. Por su parte, la Santa Sede se apoyó en el parentesco existente para conceder la nulidad. El 29 de mayo de 1529 se presentó por primera vez esta solicitud ante una tribunal. De los participantes en el proceso, Catalina recibió el apoyo de Tomás Moro. Enrique no se rindió en su empeño de conseguir el divorcio y acudió a las más altas instancias para descubrir de qué modo podía lograr su objetivo. Casi todas las instituciones a las que consultó se pusieron a su favor. Sin embargo, el papado estaba prácticamente bajo el control de Carlos V, sobrino de Catalina. Toda esta cuestión desembocó en el cisma de la iglesia anglicana con Roma, por el que Enrique se autoproclamó jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra. Tomás Moro quiso dimitir pero antes fue ejecutado. En 1533, Enrique logró casarse con Ana Bolena. En estas fechas un tribunal eclesiástico dirigido por los acólitos del rey sentenciaba la nulidad del matrimonio apoyándose en razones de parentesco. Catalina terminó el resto de sus días encerrada en distintas prisiones.
Personaje Político
Sus padres, Juan de Gante y Constanza de Castilla, planearon su matrimonio con Enrique, el hijo de Juan I de Trastámara. Con este casamiento se solventaban todos los problemas dinásticos que habían surgido entre el padre de Catalina, que defendía el derecho al trono de su esposa por ser hija de Pedro I y el rey de Castilla. Enrique y Catalina fueron nombrados Príncipes de Asturias y desde 1390 Enrique III se hizo con el trono. Del matrimonio nacieron dos niñas y Juan, destinado a ocupar el trono. Cuando falleció Enrique III, su hijo sólo tenía dos años por lo que su madre ocupó la regencia. En sus últimas voluntades, Enrique III estableció que su esposa y su hermano don Fernando se encargarían de la regencia, y que el Consejo real, donde se encontraban los hijos de su hermano, ejercería como mediador. Por otra parte, a fin de evitar enfrentamientos dividió sus dominios en dos zonas que estarían bajo el gobierno de cada uno de los regentes. El futuro monarca Juan II quedaría por deseo de su padre bajo el cuidado de Diego López de Estúñiga y Juan Fernández de Velasco. Sin embargo, las cosas no discurrieron como se habían dispuesto. Doña Catalina se negó a entregar a su hijo a los consejeros designados y don Fernando aprovechó la ocasión para modificar el testamento de su hermano. Ofreció dinero a Estúñiga y a Fernández de Velasco para que delegaran la custodia del niño a su madre. Tanto Catalina como su cuñado, en realidad trataban de evitar la influencia de la nobleza sobre el futuro rey. En las cortes celebradas en Segovia en 1407 se acordó la división del reino en dos zonas. Don Fernando ejercería el control sobre la mitad norte y Catalina sobre el sur. Durante las campañas llevadas a cabo contra Granada por don Fernando, los consejeros Estuñiga y Velasco aprovecharon la ausencia de éste para atraer a Catalina. Todo desembocó en un enfrentamiento que se saldó con la victoria de don Fernando. Se convocó al Consejo y, según las disposiciones de Enrique III, Fernando se quedó con el trono de Aragón, tras el Compromiso de Caspe. A pesar de sus nuevas responsabilidades continuó ocupando la regencia de Castilla. Esta situación, sin duda, no fue del agrado de Catalina que temía el poder de su cuñado y veía peligrar la situación de su hijo. Con el tiempo don Fernando se fue inmiscuyendo cada vez más en los asuntos de la corona castellana hasta hacerse con el dominio. Catalina, que no era demasiado aficionada a la política, perdió su influencia y dejó el gobierno en manos de Leonor López de Córdoba. Cuando en 1416 falleció don Fernando, sus hijos, infantes de Aragón, se hicieron con el dominio repartiéndose el poder económico y político castellano. La situación de Catalina aún se debilitó más cuando los consejeros Velasco y Estuñiga fallecieron.
obra
La parte escultórica del sepulcro de Enrique II y Catalina de Medici -que se halla en la basílica de St. Denis- iniciada en 1563 por el Il Primaticcio, corre por cuenta de Pilon, que trabajará aquí hasta 1570. Las cuatro Virtudes que ocupan los ángulos del monumento funerario, muestran aún la corrección clasicista de obras anteriores, pero en las figuras de orantes y yacentes de los reyes se hace patente su veta realista, que irá recrudeciéndose en sucesivas obras, y que ya en la tumba de Valentine Balbiani (hacia 1583), adquiere tal fuerza y dramatismo mediante la insistencia en remarcar los aspectos más realistas de la figura, cruda y deformadamente expuestos, que raya en cotas francamente expresionistas, al tiempo que denota un consumado dominio de la técnica. Aquí observamos un detalle de la reina Catalina de Médicis que se presenta desnuda y yacente, iniciando de esta manera un nuevo tipo de sepulcro.
Personaje Político
Nacida en París, hija de Carlos VI de Francia, fue esposa de Enrique V. Al morir éste, casó con un miembro de la familia Tudor.