En el ala Otón-Enrique del castillo de Heidelberg (1553-1562), estípites y hermes se unen a complejos programas iconográficos. La adopción aquí de órdenes superpuestos, con pilastras en los dos pisos inferiores y columnas en el superior, es heterodoxa, si bien se consigue un ritmo regular, a base de grupos temarios formados por una hornacina flanqueada por dos ventanas. No obstante, huelga el calificativo de arquitectura manierista, toda vez que se trata de una simple estructura parietal, eso sí con decoración manierista -órdenes incluidos- en un conjunto, como es el castillo de Heidelberg, fundamentalmente medieval.
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Las obras para la construcción del castillo se iniciaron en 1346, cuando Akamatsu Sanadori decidió crear un castillo como medio de protección contra los shogunatos locales. Cuando el gran general Nobunaga Oda se hizo con el control del distrito de Harima, en 1577, puso al frente de la fortaleza a Hideyoshi Toyotomi, quién se encargó de convertir la fortaleza en un fastuoso castillo de más de 30 torretas. Al inicio del siglo XVII, el castillo fue cedido a Terumasa Ikeda como regalo por su apoyo a Ieyasu Tokugawa (enemigo de Hideyoshi) en la batalla de Sekigahara. Las reformas llevadas a cabo por su nuevo dueño son las que se pueden observar en la actualidad. Tras éste, fueron varias las familias de guerreros que pasaron por él, como los Honda, los Okudaira, los Matsudaira, los Sakakibara y los Sakai. El emplazamiento es un elemento clave que determina su importancia estratégica como fortaleza defensiva, pues se encuentra en lo alto de la montaña de Himeyama, unos 46 m. por encima del nivel del mar. La torre principal, símbolo máximo del castillo, tiene 47 m. de altura y toda la estructura destaca por su complejo sistema defensivo, invencible para algunos expertos. Todo ello pone de manifiesto el concepto japonés de armonía entre hombre y naturaleza; los constructores, especialmente durante el periodo de Terumasa Ikeda, lograron transformar los elementos básicos de la naturaleza (piedra, madera y agua) en una estructura elegante y refinada. El castillo parece un intrincado laberinto del que no es fácil salir, con galerías, escaleras, puertas y ventanas. Nunca fue utilizado para la batalla, por lo que se ha conservado intacto durante casi 400 años y fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993.
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Está situado en el centro de la ciudad de Hiroshima y tiene un gran valor histórico y monumental, pero fue prácticamente destruido por la bomba atómica, ya que el epicentro de la explosión estaba muy cerca del lugar donde se halla. Fue nuevamente reconstruido en 1958 y, actualmente, es testimonio de la cultura japonesa. Se le conoce también con el nombre de Castillo de la Carpa. La historia de Hiroshima va ligada a la del castillo, pues ésta comenzó su crecimiento con su construcción en el siglo XVI, cuando Terumoto Mohri lo construyó. Progresivamente, artesanos y comerciantes comenzaron a asentarse en los alrededores hasta que, con el tiempo, se convirtió en una de las ciudades más importantes de Japón.
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Castillo levantado en el siglo IX, en la elevación rocosa que sobresale en medio del pueblo. El castillo fue reformado en el siglo XIV por los nazaríes, quiénes le dieron su configuración definitiva. En la cúspide del peñasco se distinguen todavía las torres del castillo y, más abajo, los vestigios de dos recintos amurallados que protegían todo el área, hoy despoblada, por donde se situaba la mezquita. El castillo de Íllora tuvo una gran importancia estratégica para los musulmanes durante la Reconquista, llegando a ser conocido como "el ojo derecho de Granada".
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La fortaleza, templo o adoratorio de Ingapirca ("pared inca"), nombre dado por los conquistadores españoles, conocido en el campo de la arqueología como el Castillo de Ingapirca, presenta bastantes dudas entre los investigadores acerca de los motivos de su construcción. Data de la época de Huayna Cápac (siglo XV) y comprende aposentos, patios, bodegas y baños. Se cree que no fue sólo una fortaleza sino también un centro administrativo y religioso, ya que allí se llevaron a cabo ceremonias de adoración al dios solar, Inti. En esta región habitaron los cañari desde el siglo V hasta la llegada de los Incas en el siglo XV y cumplió además de las funciones anteriormente citadas, las de lugar de descanso para los chasquis u hombres-correo y sede de tropas. Situado en lo alto de una colina, es una de las más importantes construcciones del imperio Inca. Está construido con nueve filas de piedras labradas en paralepípedos, en cuyas junturas es imposible introducir siquiera el filo de una navaja, gracias al perfecto ensamble. Medía entre 3 y 4 metros de altura y su forma era elíptica. En la parte meridional de la construcción se situaba el cuerpo de guardia, de forma trapezoidal. La grada de la entrada está semiderruida y daba acceso a un descanso del que bifurcan dos escaleras de 1,5 m. de ancho, con dirección oriental y occidental, respectivamente, compuestas de siete escalones cada una. Una vez se suben, se accede a una terraza con una pared que tiene dos ventanas trapezoidales. Se trata, por lo tanto, de un lugar fortificado que cumplía misiones militares y religiosas y cerca de allí, según cuentan los cronistas, se libraron grandes batallas.
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Alrededor de una torre primigenia, denominada de San Miguel, se empezaron a levantar edificaciones, posiblemente gracias al agua fresca que se encontraba en su aljibe.
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El origen del Castillo de Javier debemos buscarlo entre los siglos X y XI, emplazándose en este lugar una Torre que servía para la vigilancia de la zona. Alrededor de esta torre, denominada de San Miguel, se empezaron a levantar edificaciones, posiblemente gracias al agua fresca que se encontraba en su aljibe. La zona delantera de la edificación se destinó a estancias señoriales mientras que la zona de servicios se ubicaba en la parte trasera. Según el padre Luis Coloma "aunque en 1223 pertenecía el castillo al rey de Aragón, en 1236 el de Navarra, Teobaldo I, lo donó con la villa de Javier a Aznar de Sada vitaliciamente y después estuvo al servicio de los reyes de Pamplona. En 1552 Teobaldo II donaba el castillo y la villa a Martín Aznares. El señorío de Javier finalizó a mediados del siglo XV. En 1506 nacería en este lugar San Francisco Javier ya que el castillo era propiedad de sus padres, María de Azpilicueta y Juan de Jaso. El cardenal Cisneros ordenaría en 1516 arrasar los muros exteriores que rodeaban la fortaleza, cegar los fosos, desmochar las torres y destruir los puentes levadizos. En 1892, gracias a los duques de Villahermosa, se inician las obras de restauración que le devolvería su aspecto actual, finalizadas en 1952. La duquesa de Villahermosa mandó construir en su costado una basílica en el año 1901, a cambio de que el monumento no perdiese su carácter militar.