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Personaje Arquitecto
Hijo del también arquitecto René Carlier, tras haber iniciado su aprendizaje en La Granja como delineante hasta los catorce años, cuando su padre y jefe falleció Francisco recibió una pensión del rey para concluir sus estudios en París y, a su vuelta en 1734, fue nombrado arquitecto real, ocupándose sobre todo de las obras en el Real Sitio de El Pardo, muy frecuentado también por los monarcas de la Casa de Borbón a causa de la caza. Realizó también los planos de la Iglesia de las Salesas Reales. El convento comenzó a construirse en 1750, bajo las órdenes del arquitecto madrileño Francisco Moradillo, quien realizó fielmente los planos de Carlier, excepto en el ático de la fachada, las torres que la enmarcan y la cúpula que cubre el crucero.
contexto
El carlismo resultó profundamente dañado por la fundación de la Unión Católica y su integración en el partido conservador, en 1884, lo que puso fin a la identificación entre católicos y carlistas existente desde 1868. No era el único revés grave que habría de experimentar en aquellos años. En julio de 1888 se consumó la escisión integrista que venía larvándose desde tiempo atrás. El enfrentamiento entre quienes pretendían organizarse como partido y luchar en la legalidad, y los que defendían el retraimiento, esperando que la monarquía de Alfonso XII se hundiera por sí sola, data de los comienzos de la Restauración. Al principio, don Carlos apoyó a los partidarios del retraimiento -encabezados por Ramón Nocedal-, pero conforme fue estabilizándose la situación, fue adquiriendo conciencia de la necesidad de adoptar una postura más activa, y animó a quienes estaban dispuestos a impulsar la organización -el marqués de Cerralbo, especialmente-. En el fondo del dilema había una cuestión doctrinal y otra de carácter más material. Acomodarse al sistema -que no aceptarlo-, como indica Jordi Canal, implicaba un reconocimiento de la importancia del enemigo (el liberalismo, que como recordara en 1884 el sacerdote integrista Félix Sardá y Salvany, continuaba siendo pecado) que los más intransigentes se negaban a aceptar; en el fondo, era el mismo problema que afectaba a muchos católicos desde que León XIII aconsejara la participación en las instituciones liberales. La cuestión más material tenía que ver con el papel que jugaba la prensa en el carlismo; en ausencia de otro tipo de organizaciones, los periodistas tenían una importancia y protagonismo que indudablemente perderían al crearse otras estructuras partidarias. La polémica entre don Carlos y la prensa carlista terminó adquiriendo un tono doctrinal, en relación con la jerarquización de los poderes religioso y político, y acabó en ruptura total. La mayoría de los periódicos carlistas, 24, se declararon integristas, pero las bases continuaron siendo carlistas. La escisión integrista supuso, por otra parte, algo muy positivo para el carlismo: soltar el lastre de quienes se oponían a la participación en la vida política. Ayudados por las nuevas leyes de asociaciones y electoral, habrían de conocer una gran expansión en la última década del siglo. En 1896, el periódico republicano El Globo reconocía en los carlistas una organización poderosa y completa; algo de que no pueden ufanarse en la actualidad ninguno de los partidos españoles. A través de una propaganda basada, como señala Jordi Canal, en la imagen, la palabra y el escrito, impulsaron la creación de una estructura de partido moderna -con espacios de convivencia e integración social- cuyo elemento más característico eran los círculos tradicionalistas.
Personaje Político
Al ascender al trono del Reino del Piamonte consolidó las transformaciones de reinados anteriores, consiguiendo una estabilidad política, social y económica que le permitió iniciar una auténtico programa reformista basado en la promulgación de una Constitución, la organización hacendística, la abolición del régimen feudal y la modernización del ejército.
contexto
En las obras de transformación de Roma, ejecutadas entre 1585 y 1623, se consumieron hasta agotarse las formas tardo manieristas, sin que ningún arquitecto de los citados, casi todos lombardos de cultura miguelangelesca, aportara soluciones revolucionarias. La intensa labor que desplegaron tiene, por contra, el mérito indiscutible de haber difundido con suma dignidad un lenguaje culto, acorde con el ideal urbanístico que se estaba acometiendo. La imagen noble y austera, de gran homogeneidad, lograda por la Roma post-tridentina se debe en gran medida a la actividad colectiva de estos, y otros muchos, arquitectos, entre los que sólo emerge la personalidad de Carlo Maderno (Capolago, 1556-Roma, 1629), cuyo nombre aparece unido a todas las empresas más importantes, críticas e innovadoras de esta fase intermedia, aquellas que abrirán el camino a las novedades de la arquitectura barroca, como reconocerían Bernini y Borromini.A raíz de la drástica renovación obrada sobre el tejido urbano de Roma por el proyecto sixtino, una hirviente actividad arquitectónica recorrió toda la ciudad. Surgieron numerosas obras nuevas (iglesias, palacios, etc.), pero, sobre todo, se pusieron en marcha trabajos de revisión arquitectónica de capillas de patronazgo nobiliar y de viejos edificios eclesiásticos. El hecho de trabajar, incansablemente, sobre la cantidad más que sobre la calidad, sin duda trajo consigo cierta esterilidad creativa y una gran relajación en los procesos de elección estilística, provocando en buena medida que los arquitectos no asumieran, como los pintores, la problemática de la renovación. La consecuencia fue esa especie de soso eclecticismo en el que se vieron implicados dos arquitectos pontificios como Domenico Fontana (Melide, 1543-Nápoles, 1607) y Flaminio Ponzio (Viggù, 1560-Roma, 1613) que, a pesar de las múltiples oportunidades que su cargo les deparó, siempre en contacto con los proyectos de nuevas fábricas, nunca intentaron experimentar o proponer un lenguaje personal, confundiéndose con el de los demás maestros en activo. En este sentido, cabe señalar el vuelco, si bien no muy espectacular, dado por Fontana una vez en Nápoles.Por tanto, no parece positivo intentar individuar las diversas personalidades y las actuaciones de estos maestros en los complejos arquitectónicos del momento, máxime dada la superposición de manos y las sucesivas transformaciones a que, en ocasiones, fueron sometidos los edificios. Mejor será abordar un análisis de conjunto para ver el curso seguido por las distintas tipologías arquitectónicas. Dejando a un lado, por las razones apuntadas, el análisis de los grandes palacios pontificios, en los palacios residenciales de la aristocracia empieza a evidenciarse la sustitución del edificio bloque, compacto en torno a un patio central, de tradición renacentista, por otro en el que se busca la interacción del edificio con el ambiente urbano, como en los palacios Mattei, de Carlo Maderno (1598-1618), con fuerte tendencia al movimiento en profundidad, o Borghese, en el que destaca el airoso patio de F. Ponzio (1605-13). Esta búsqueda se precisará y madurará en la doble solución adoptada por Maderno (1625) en el palacio Barberini, primero con sus alas laterales que sobresalen del cuerpo central y manifiestan su voluntad de interaccionar el espacio urbano con el espacio residencial, así como con el eje longitudinal que partiendo de la ciudad recorre el interior del palacio hasta el jardín trasero, con lo que revela unos intentos de ligar el palacio a la naturaleza.Esta continuidad tipológica y formal se mantiene en las villas suburbanas, con el edificio residencial en posición central, siguiendo la línea ya definida a mitad del Cinquecento en las villas Montalto, construida ara el futuro Sixto V por D. Fontana (1570) (destruida), y Aldobrandini (Frascati), diseñada por Giacomo della Porta (1598-1602) y completada por Giovanni Fontana y C. Maderno (1604).Idéntica ausencia de originalidad emerge del análisis tipológico de las iglesias. Así, en aquellas encargadas por las nuevas órdenes, filipenses (Santa Maria in Vallicella (1605), teatinos (Sant'Andrea della Valle, 1608-23) y jesuitas (Sant'Ignazio, 1626), se observa el abandono del esquema en planta central del Renacimiento en favor de la propuesta longitudinal defendida por la Contrarreforma tridentina, si bien se tiende a una cierta integración de las diversas planimetrías, longitudinales y centrales. Sin embargo, el mismo modelo de iglesia contrarreformista, el Gesú de Roma, ya proponía una fusión entre la planta longitudinal y la central, con la alta cúpula funcionando como perno vertical centralizador. Quizá, la misma continuidad operativa a caballo de dos siglos y de dos épocas de los arquitectos justifica esa continua variación sobre el mismo tema. Con todo, el barnabita Rosato Rosati propuso en San Carlo ai Catinari (1612-20) una interesante solución desarrollada a partir de integrar un eje longitudinal y un esquema en cruz griega en torno al eje vertical de una alta cúpula, logrando así una airosa amplitud del espacio interior, adoptando además en las capillas laterales la planta elíptica, un motivo destinado a tener grandes desarrollos en el curso del Seicento.La lenta superación de las formas tardo quinientistas vino de los trabajos en las fachadas de las iglesias, destinadas a vivir en una relación más estrecha con el espacio urbano. La realización más interesante de aquellos tiempos es la fachada de Santa Susanna (1597-1603) de Carlo Maderno, obra que debió aparecer ante sus coetáneos como un acontecimiento de igual importancia innovadora a la de las empresas pictóricas de esos mismos años. Aunque parte del inorgánico esquema de fachada usado a fines del siglo XVI, ejemplificado por las obras de G. della Porta en el Gesú y en San Luigi dei Francesi, la fachada de Maderno vibra gracias a la plasticidad de sus miembros y al efecto de cambiante claroscurismo al que se ve sometida. El conflicto entre norma y libertad expresiva, propio de la plenitud del Barroco, ya es advertible en el modo de mesurar el conjunto.Del prestigio alcanzado por Maderno es prueba que, en 1603, fuese nombrado superintendente de la fábrica de la Basílica Vaticana y que, en 1607, fuera elegido su proyecto en el concurso convocado para la terminación de la fábrica de San Pietro, sin duda el acontecimiento de mayor relieve del pontificado de Pablo V. El concurso estuvo rodeado por interminables debates sobre el problema secular de la alternativa entre planta central y planta basilical. A Maderno le correspondió intervenir, ejecutando la nueva propuesta post-tridentina en la que se volvía al esquema basilical. Con el máximo respeto posible a la obra de Michelangelo, añadió la nave longitudinal, tratándola como un recorrido introductor a la estructura centralizada preexistente y al gran vano de la cúpula.El problema, sin embargo, era mucho más complicado al exterior, porque la prolongación de la nave alejaba la cúpula miguelangelesca a una distancia que comprometía su visión. Consciente, Maderno levantó una fachada de desarrollo horizontal, no pudiendo evitar del todo el aplastamiento y la disgregación del organismo miguelangelesco. Aun así, todavía se le reconoce haber hecho el mayor esfuerzo posible para atenuar el desvarío nacido entre la concepción de San Pietro como monumento de forma simbólica, perfecta y absoluta expresada por el plan de Michelangelo (en línea con el de Bramante) y la de San Pietro como iglesia de la Contrarreforma, lugar de culto y reunión de fieles, vuelto hacia la ciudad. El defecto de la fachada no está tanto en su desarrollo en anchura, única solución posible, cuanto en que en sus extremos se levantan las bases de dos campanarios que no llegaron a realizarse, con lo que se aumentan las proporciones de la fachada. La adopción del orden gigante deducido del proyecto miguelangelesco dice de la cautela del modo de operar de Maderno, que se esfuerza por reavivar los ritmos y por activar la plasticidad de la cúpula sin provocar sobresaltos. Sin embargo, para volver a dar vida a San Pietro era preciso medirse de igual a igual con el gran Buonarroti. Y eso es lo que haría Bernini.
Personaje Militar Político
No se conoce con certeza la fecha de nacimiento de Carlos, el hijo de Pipino el Breve y Bertrada. Se proponen dos fechas: 742 ó 747, cualquiera de ellas anterior al matrimonio de Bertrada y Pipino que tuvo lugar en el año 749. De esta manera podríamos considerar a Carlos como un hijo ilegítimo que fue legitimado por su padre, costumbre corriente en el mundo romano que sería asimilada por los germanos. Sobre su educación, infancia y adolescencia no tenemos noticias, toda vez que su principal biógrafo, Eginhardo, omite esta etapa de la vida del rey aludiendo a que "no ha quedado testimonio alguno por escrito que trate de ello". El 24 de septiembre del año 768 fallecía en París Pipino el Breve, víctima de la hidropesía. Había sido coronado rey de los francos por el papa Zacarías en el año 751, momento en el que el rey Childerico era depuesto. A la muerte de Pipino el reino correspondió a sus dos hijos, Carlos y Carlomán. La asamblea general de los francos proclamaron a ambos reyes con la condición de repartirse equitativamente el reino, de la misma manera que Pipino y su hermano Carlomán habían gobernado el reino como mayordomos reales durante el reinado de Childerico. Ambas partes aceptaron y se repartió el reino entre ambos hermanos, a pesar de que los partidarios de Carlomán deseaban romper esa alianza. Tras recibir la corona, Carlos continuó la guerra de Aquitania que su padre no había concluido. Solicitó ayuda a su hermano, ayuda que no fue concedida. La rebelión de Hunoldo (769) fue sofocada y éste se refugió en territorio vascón. Esta acción no fue del agrado de Carlos que envió una delegación a Lupo II para que el rebelde fuera entregado. El duque vascón entregó a Hunoldo y sometió sus territorios a la autoridad del monarca franco. En diciembre del año 771 fallecía Carlomán, tras tres escasos años de reinado. Este fallecimiento evitaría una más que probable guerra entre los partidarios de ambos monarcas. Carlos era nombrado, según Eginhardo, "único rey con el consenso de todos los francos". En realidad, Carlos no respetó los derechos a la corona de sus sobrinos y se proclamó rey de todos los francos. La esposa de Carlomán, sus hijos y sus partidarios tuvieron que huir a Italia, poniéndose bajo la protección de Desiderio, el rey de los longobardos, lo que indica que no eran bien acogidos en la corte franca. Una de las primeras acciones que emprendió Carlos como rey único de los francos fue hacerse eco de la solicitud del papa Adriano I para expulsar a los longobardos de Italia. La guerra se prolongó entre los años 773 y 774, consiguiendo la rendición del rey Desiderio y la expulsión de su hijo Adalgiso de Italia. El papa conseguía recuperar las tierras que formarán los Estados Pontificios pero las amenazas continuaban en la península Itálica. El duque de Fruil, Rodgauso, se rebeló en el año 776. Carlos volvió a Italia para acabar con la revuelta y una vez sofocados todos los fuegos impuso a su hijo Pipino como rey. Corría el año 781. Finalizadas las campañas en Italia, Carlos pudo destinar mayores esfuerzos a combatir a los sajones, pueblo germánico que ocupaban el territorio situado entre el Elba y el mar del Norte. La delimitación de fronteras -donde se producían continuos enfrentamientos- y cuestiones religiosas -los sajones se mostraban hostiles al cristianismo al considerarlo un elemento de penetración franca"- serían las causas de la guerra. Los cronistas hacen referencia a 33 años consecutivos de lucha, manifestando que los sajones nunca cumplían los tratados y las rendiciones firmados. Carlos se puso en varias ocasiones al frente de su ejército para luchar contra el peligro sajón, confiando también las tropas a los condes cuando otros asuntos requerían su presencia. La guerra acabó hacia el año 804. Diez mil sajones fueron deportados mientras que los restantes serían acogidos en la fe cristiana y obligados a guardar fidelidad al rey franco, "formando un solo pueblo". Las miras expansionistas de Carlos no se limitaban a la península Itálica o el territorio de los sajones. En el año de 778 inició una contundente expedición contra el norte de la península Ibérica, dominada por los musulmanes. Animado por los cristianos, Carlos llegó a la plaza fuerte de Zaragoza tras tomar Pamplona. El gobernador musulmán no rindió la plaza lo que motivó el inicio de un largo asedio. Las noticias que llegaron procedentes de Sajonia no eran muy halagüeñas por lo que Carlos se retiró a Francia a través del desfiladero de Roncesvalles. El 15 de agosto de 778 la retaguardia del ejército franco sufrió una emboscada por parte de grupos de vascones, posiblemente apoyados por musulmanes. Desde lo alto de los montes, los vascones atacaron a las tropas francas dirigidas por Roldán, prefecto de la marca de Bretaña. En la desigual lucha perecieron buena parte de la élite militar franca: Roldán, el senescal Egihardo y el conde Anselmo. Cuando la vanguardia quiso reaccionar, los asaltante huyeron aprovechando lo escarpado del terreno y la oscuridad "de la noche que ya empezaba a caer". Este episodio daría lugar al famoso cantar de gesta titulado "La chanson de Roland". En el enclave navarro de Roncesvalles se conserva un edificio conocido como el "Silo de Carlomagno" donde la tradición cuenta que están enterrados los huesos de los muertos en esta batalla. Más fácil es de creer que la cantidad de restos que se conservan en este lugar procedan de los cuerpos de los peregrinos enfermos que fallecían en este lugar de acceso al Camino de Santiago. La península de Armorica será el siguiente punto que Carlos someta a su dominio. Los pueblos bretones de esta zona se sometieron en el año 786 aunque su carácter rebelde les llevó a provocar nuevas intervenciones en los años 799 y 811. El sometimiento del ducado de Benevento, en el sur de Italia, será su próximo objetivo. El duque Aragiso se adelantó a los planes del rey franco y entregó a sus dos hijos como rehenes, al tiempo que juraba fidelidad. Carlos admitió las ofertas del duque y tras recibir los juramentos se retiró a tierras francas. En Baviera nos encontramos con el nuevo punto de conflicto debido al duque Tasilón y su alianza a los ávaros. Carlos no soportó esta desobediencia y se dirigió con un fuerte ejército la región de Baviera. El duque, ante la actitud amenazante del monarca franco, suplicó clemencia a Carlos con lo que se zanjó de manera rápida este frente de conflicto. Tasilón fue condenado a pena de prisión perpetua en el monasterio de Jumièges debido a sus antecedentes rebeldes -ya se había rebelado antes contra Carlomagno en el año 787 por lo que debió jurar fidelidad al rey franco-. En su actitud expansionista serán los eslavos los nuevos enemigos de Carlos luchando contra los welátabos a los que se aliaron los sajones. Estos pueblos del mar Báltico se rebelaron en diferentes ocasiones realizándose diversas expediciones militares contra ellos. Pero la guerra más importante de esta década de 790 es la emprendida contra los ávaros, en la que el rey intervino personalmente en las luchas que tuvieron lugar en la actual Hungría. Serían su hijo Pipino y los demás miembros de la nobleza quienes recibieron la confianza del monarca para dirigir la larga contienda pues duraría entre los años 791 y 803. La región de Panonia quedó deshabitada según Eginhardo mientras el dinero y los tesoros acumulados por los ávaros pasaron manos francas. Las últimas guerras libradas por Carlos fueron contra los bohemios(805), los linones (808-811) y los daneses (810), pueblo este último que pretendía dominar toda la Germania dirigido por su rey Godofredo. Como consecuencia de todas estas luchas llevadas a cabo durante los cuarenta y siete años que duró el reinado, el reino de Carlos se duplicó en proporciones respecto a lo heredado de su padre. Las fronteras se extendieron hasta la península Ibérica y el centro de Europa, contando con Italia, Germania, Sajonia y la Dacia, estableciendo en el Danubio la frontera este. De ahí la denominación "Carolus Magnus" con la que ha trascendido su nombre a la Historia y la coronación de Carlos como emperador y augusto en Roma por el papa León III el 23 de diciembre del año 800, igualándose a los emperadores de Oriente que se consideraban los auténticos herederos de los emperadores romanos. Este nombramiento como emperador sería precedido por la ayuda solicitada a Carlos por el papa León III quien había sido atacado un año antes por un grupo de conjurados que le obligaron a escapar a Sajonia donde se encontró con Carlos, solicitando su ayuda. La intervención de Carlos permitió el restablecimiento de la paz en los Estados Pontificios. Al igual que la guerra, la diplomacia también será uno de los puntos fuertes de Carlos, estableciendo contactos con los reyes más reputados de su tiempo como Alfonso II el Casto de León, Harun al-Rachid el califa abassí de Bagdad o los emperadores de Constantinopla. Resulta francamente interesante conocer la vida privada del rey franco. Antes de sus numerosos matrimonios Carlos mantuvo relaciones con una joven noble llamada Himiltrudis, naciendo de esta relación un hijo llamado Pipino el Jorobado. Hacia el año 770 casó con Ermengarda, hija de Desiderio, el rey de los longobardos, a la que repudió por desconocidos motivos tras un año del enlace. La segunda esposa fue Hildelgarda, mujer noble de origen suabo con la que tuvo 9 hijos, cuatro varones -Carlos, Pipino y Ludovico entre ellos - y cinco mujeres - Rotrudis, Berta y Gisela son las que conocemos-. A la muerte de Hildelgarda -30 de abril del año 783- casó con Fastrada, de origen germánico, con quien al menos tuvo dos hijas: Teodorada y Hiltrudis mientras que una concubina le daba otra hija de nombre Rodaida. De nuevo viudo en el año 794 contrajo matrimonio con la alamana Liutgarda con la que no tuvo hijos. Al fallecer ésta se relacionó con cuatro concubinas: Madelgarda, con quien tuvo a Rotilda; Gersvinda, madre de Adeltrius; Regina que tuvo dos hijos, Drogón y Hugo; y Adelinda con la que tuvo a Teodorico. En total, diez relaciones conocidas de las que nacieron al menos 18 hijos conocidos. Todos estos hijos e hijas recibieron la formación típica medieval dividida en dos grupos: el "trivium" formado por la gramática, la retórica y la dialéctica y el "quadrivium" integrado por aritmética, geometría, música y astronomía. Eginhardo nos presenta a Carlos absolutamente preocupado por la educación de su vasta descendencia e incluso cuenta que ""nunca cenó sin ellos ni se fue de viaje sin llevárselos consigo". Entre los principales valores de Carlos encontramos, siempre según el cronista Eginhardo, la amistad, el interés por lo procedente de otras tierras, la honradez o el afecto hacia sus súbditos. En su descripción física alude a un hombre de alta estatura -1´92 metros según la exhumación de su cuerpo que se produjo en el año 1861-, "hermosa cabellera blanca y rostro agradable y alegre". El cronista dice que gozó de buena salud a excepción de sus últimos cuatro años en los que eran frecuentes las fiebres e incluso cojeó de un pie, pudiendo padecer la gota ya que los médicos le recomendaban la abstinencia de guisos asados, recomendaciones que el rey no seguía. Su moderación en la comida y en la bebida contrasta con esta atracción hacia los guisos. La comida siempre se acompañaba de música o de lecturas. Tras el almuerzo solía dormir dos o tres horas. Entre sus aficiones encontramos la caza, la equitación, los baños termales y la natación. Eginhardo dice que "vestía según la costumbre de su pueblo (...) sobre el cuerpo llevaba una camisa y unos calzones de lino; encima, una túnica ribeteada de seda y medias calzas y luego unas bandas alrededor de las piernas y calzado en los pies. (...) Se cubría con un manto azul y siempre llevaba ceñida una daga cuya empuñadura y cuya vaina eran de oro o plata". Durante el reinado de Carlos se manifiesta un importante renacimiento cultural al proteger a importantes personajes como Alcuino de York, quien se convirtió en uno de los principales impulsores de la cultura carolingia. El propio Carlos cultivó las artes liberales, especialmente la astronomía. También se intereso por la labor legislativa al unificar y completar las leyes francas al tiempo que ordenó la recopilación de todas las leyes de los pueblos que estaban bajo su mando. Al igual que los emperadores romanos Carlos también se preocupó por desarrollar una importante labor constructiva con la que demostrar la grandeza de su reinado como podemos constatar en los magníficos palacios de Aquisgran y su capilla palatina o la construcción de iglesias en todos los rincones de su reino. Antes de morir, Carlos asoció al trono a su hijo Ludovico, en aquellos momentos rey de Aquitania, y le nombró heredero de la corona imperial ante la asamblea de próceres. Esta ceremonia de coronación se realizó el 11 de septiembre del año 813. A primeros de noviembre, Carlos regresó de cazar a su palacio de Aquisgrán, donde sufrió un fuerte proceso febril en el mes de enero del año 814. La dieta que se le impuso para la recuperación no fue efectiva, complicándose la fiebre con "un dolor en el costado, lo que los griegos llaman pleuresía" en palabras de Eginhardo. El 28 de enero de ese año fallecía Carlomagno a la edad de 72 años, tras 47 de reinado. Su cuerpo fue sepultado en Aquisgrán.
Personaje Político
A la muerte de Carlos Martel el reino de los francos será repartido entre sus dos hijos, a pesar de que Carlos aún no era rey. Carlomán recibía Austrasia, el país de los alamanos y Turingia mientras a Pipino le correspondía Neustria, Borgoña y Provenza. Este reparto sería visto por sus enemigos como una muestra de debilidad, iniciándose una serie de rebeliones contra los legítimos gobernantes. Grifón, hermano bastardo de Carlomán, se rebeló al igual que el duque alamano Teodobaldo o Odilón de Baviera. La respuesta de los dos hermanos fue contundente, sofocando los levantamientos y nombrando a Childerico III como rey merovingio. De esta manera podemos llegar a alcanzar el poder de los mayordomos en el reino merovingio, capacitados hasta para designar a un monarca. Carlomán actuará al igual que su padre, como señor absoluto, reuniendo concilios y publicando capitulares. Una vez estabilizado el reino, Carlomán restauraba la Iglesia franca bajo la dirección de san Bonifacio. Satisfecho con su política, Carlomán se retiraba a un cenobio en el año 747 dejando a su hermano Pipino como dueño absoluto de los destinos del reino franco. Fallecía 7 años más tarde, en 754.
Personaje Político
Antes de morir, Pipino había dispuesto el reparto de su reino entre sus dos hijos Carlos y Carlomán. Noyón sería la capital de Carlos y Soissons la de Carlomán. La zona controlada por este último correspondía al territorio central franco, gobernando sobre Septimania, Provenza, Borgoña, Alamania, Alsacia y parte de Austria y Neustria mientras que Carlos controlaba todo el territorio circundante a estas provincias. Este sistema dual se reflejó inútil con la rebelión de Aquitania, donde ambos hermanos no supieron solucionar el problema. Antes de producirse un abierto enfrentamiento, Carlomán fallecía el 4 de diciembre de 771, quedando sus provincias en manos de su hermano, tras previa separación del poder de los hijos del fallecido.