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África

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Fue en la franja sudanesa, a occidente, entre el Sahara y la selva tropical, donde a raíz de la expansión bantú logró configurarse el más antiguo reino-Estado negro que no dependía de legados ni asiáticos ni clásicos. Se trata del reino de Ghana, que aparece en la terminal de una ruta caravanera, que coincide en parte de su trazado con la ya aludida ruta de los carros, así denominada por presentarse jalonada por grabados rupestres representando carros y que lleva a evocar una noticia de Herodoto, en torno a los Garamantes -saharauis blancos- que realizaban incursiones en el país de los Etíopes -en este caso, los negros del ámbito subsahariano- utilizando carros tirados por cuatro corceles. A la existencia de tales rutas quizá se deba la aparición más tardía del reino de Songhai, al que llegaba la que va de Trípoli a Gao, a través del valle de Tilemsi. También, cuando ya se ha impuesto el Islam en el África del Norte, el reino-Estado de Kanem, situado en la terminal de las rutas que desde Fezzan y Egipto llegarían hasta el Chad. Ghana no tiene nada que ver con la actual República de Ghana, que surgiría en 1955 al independizarse la antigua colonia británica de Gold Coast, y adoptar un nombre, caro a las tradiciones culturales africanas: el de Ghana, país del oro, que empezó a ser conocido en el siglo III y que no tiene relación alguna con el Estado actual. La primera mención conocida de Ghana se debe al astrónomo árabe AI-Zazari, quien al hablar de un país del oro, al que llama Ghana -voz árabe que se pronuncia aspirada con un sonido más cerca de rana ó grana que Ghana-, se refiere al Gangaran y Bambuko, en la cuenca media y alta del Senegal, de notable producción aurífera.

En el 903, el compilador islámico Ibn al-Faquih, escribe que en el país de Ghana el oro se da entre las arenas como los melones y se recoge con el sol naciente. Hacia el 975, otro árabe, Ibn Hawkal, que describe sus largos viajes, detalla cómo la ruta sahariana de Egipto a Ghana fue abandonada en su momento por la ruta marroquí, dada su inseguridad y las tempestades de arena. Es decir, que a fines del siglo X, cuando en el África menor se ha impuesto el reino de los Ibaditas de Tahert, podría viajarse desde el África Menor a Ghana desde el sur de Marruecos y atravesando el desierto. Numerosos autores árabes seguirán hablándonos de Ghana. Entre ellos Al-Bakri, que escribe desde España (1086), Al-Idrisi (1054) e Ibn Jaldun (1394), dándonos pie para pensar en la larga vida del reino, del que, sin embargo, la tradición oral africana apenas conserva noticias de su existencia. La excepción sería quizás alguna conseja sobre Ghana, que hoy bajo un enfoque etnohistórico hace aleatoria toda reconstrucción histórica de este Estado. Ello aunque sepamos que llegó a tener veintidós monarcas y aunque conocidos antropólogos lo hayan situado en parajes que más tarde ocuparían otros reinos. Fundamentalmente hay una noticia, por la que el reino fue fundado por beréberes Zenaga, introductores del camello al sudeste del Sahara. Ahí está asimismo una actividad económica harto antigua, que ya pudieron conocer las gentes de Ghana: la extracción con trabajo esclavista de las salinas saharianas de Idjil, de Tagaza o de Taudeni, estas últimas, medio milenio después, explotadas por los Songhai.

Ahí están también el oro que llega del sur, del legendario Bambuk, a localizar en Guinea en el alto valle del Faleme. Claro que es dudoso que la inaferrable Ghana haya podido controlar el Bambuk, pero ahí estaban sus mercaderes, comprando polvo de oro a hurtadillas, en un comercio silencioso en que se cambiaba por sal, que alcanzaba un alto precio. Este tráfico hacía de la misteriosa Ghana, en el confín del sur sahariano, un país próspero y rico al que la historiografía árabe le da casi la fama de un El Dorado negro, y cuyo soberano vive en una especie de kasbah, decorada y con ventanales de vidrio emplomado, con toda clase de servicios y una curiosa parafernalia, lo que le obliga a sujetarse a determinado ceremonial y a quien, tras unas suntuosas exequias, habría de sucederle su sobrino, hijo de su hermana. Una tradición recogida en el siglo XVII por Es-Sadi recuerda que los primeros soberanos de Ghana fueron de raza blanca. Posiblemente descendientes de beréberes llegados desde el Sahara. No obstante, en el 790 un negro, Kaya Magan Cisse, para vengar el asesinato de su padre, dio muerte al soberano blanco y ocupó el cargo, adoptando el nombre de Cisse Turkara, es decir, el rey, fundando una dinastía de color que habría de durar tres siglos. Sería precisamente bajo esta dinastía que va del siglo IX al XI cuando Ghana llega a su cenit, al lograr expandirse hacia el este llegando a Tombuctú, al oeste hasta el Senegal y al sur hasta el río Baule.

Fronteras realmente harto difusas por lo que cabe preguntarse qué tipo de autoridad se podría ejercer a través de la distancia, dado que lo que hoy venimos conociendo como reinos o Imperios son más bien núcleos de autoridad que alcanzan más o menos lejos según la época, autoridad y dinamismo de los príncipes. Hacia el norte sabemos, sin embargo, que Ghana hubo de enfrentarse incesantemente con las correrías de los nómadas beréberes, lemtes y sanhadjas. Estos últimos terminarían por disputarse el control de la ruta sahariana que, desde Marruecos, pasa por Sidjilmasa y Audoghast. De Sidjilmasa a Audoghast hay dos meses de viaje y de Audoghast a Ghana, apenas quince días. Cabría recordar aquí también otro reino subsahariano, Audoghast, posiblemente de origen beréber, cuya capitalidad la asumía la ciudad terminal de una ruta caravanera utilizada en el tráfico de la sal y del oro. Es posible que este lugar fuera Tegdaust, en la actual Mauritania. A finales del siglo X, el viajero árabe Ibn Hawkal escribiría sobre dicho lugar algo que se le antoja insólito: que había podido ver una especie de reconocimiento de deuda de un mercader de Audoghast que vivía en Sidjilmasa por un importe de unos 40.000 dinares, friolera que viene a equivaler hoy a algo más del millón de dólares. Por su parte, el andalusí Al-Bakri (1088) habla de la capital de Audoghast de oídas, describiéndola como una ciudad grande y muy poblada, dotada de buenos aljibes y circundada de huertos y palmares.

En el 977, el mismo Ibn-Haukal, arriba citado, habla en su itinerario de la existencia, más allá de Ghana, de una pista que tras treinta días de viaje llegaba a un reino que llama Kugha, cuyo soberano es amigo del rey de Ghana. Ambos viven en paz con los reyes de Audoghast que les envía la sal necesaria para subsistir. Los arqueólogos han identificado a Kugha con Kukkia, en el Níger, a 150 kilómetros al sur de Gao. Los auténticos dueños del Níger eran por entonces los pescadores sorkos, pertenecientes al grupo étnico songhai, carente de pureza étnica y unidad. Una conseja tribal cuenta que cierto día -fue en el siglo VII- llegaron desde el desierto dos vagabundos desarrapados, posiblemente blancos y nómadas beréberes. Curtidos por el infortunio y por la experiencia, fueron adoptados por los negros songhai, que les proporcionaron una choza y mujeres, de las que tuvieron numerosos descendientes, que resultaron hombres audaces y enérgicos, a la vez que valientes y corpulentos. La leyenda cuenta que fueron nombrados reyes. Tal es el origen de la dinastía de los Día, que floreció entre los siglos VII y XIV. El rey de Kugha o Kukkia, a quien recuerda Ibn Haukal, fue uno de estos Día. Al parecer, su autoridad sólo fue reconocida en un principio por los songhai sedentarios, y los pescadores sorkos volvieron la espalda a su Estado, durante siglos, hasta que ante la presión de los sedentarios se impuso que relegasen su autoridad remontando el río, para instalarse en ámbitos en que no escasease la pesca.

De aquí, la fundación de Gao y Bumba tras la instalación también en Djenné, a la vera de sus competidores, los pescadores sorkos. Sin embargo, los sedentarios, acaudillados por un monarca Día, los rodearon rechazándolos poco a poco hacia las fuentes del río. Finalmente, un monarca Día, al parecer el decimoquinto, terminaría abandonando el animismo tribal, para convertirse al Islam, trasladando ya, a principios del siglo XXI, su capital a Gao, en medio de pescadores sorko. Pues Gao tenía la ventaja, aparte de ser una villa ribereña, de estar enclavada en la terminal de la ruta transahariana que llegaba del norte, de Trípoli y El Cairo. Precisamente es el mismo sitio en que hoy, en nuestros días, termina la primera auto-ruta transahariana construida por europeos, la llamada Argel-Gao por Bidon.

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