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Pontificado y cultur

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El Reino de Sicilia vive una compleja situación bajo la reina Juana I, especialmente por el empeño de la Monarquía húngara, a través de Andrés, rey consorte, de ejercer una acción efectiva en el Reino, situación nada conveniente para la diplomacia pontificia que hizo cuanto pudo por evitar la influencia del rey consorte. El asesinato de Andrés, en septiembre de 1345, vino a complicar el panorama político napolitano, revuelto también por las aspiraciones de algunos príncipes de la familia real, incrementadas con el asesinato del esposo de la reina. Tal acontecimiento acabó provocando una intervención militar húngara que forzó a Juana a abandonar Nápoles y trasladarse a Provenza; durante este viaje permaneció en Aviñón desde marzo a julio de 1348, logrando verse libre de cualquier responsabilidad en el asesinato de su marido, sentencia que debe ser entendida en relación con el interés pontificio en impedir cualquier influencia húngara sobre el Reino de Sicilia. La brutal actuación de Luis de Hungría y de sus tropas en Nápoles facilitó, por su parte, el retorno de la reina. A pesar de ello, la presencia de tropas húngaras, la lucha por el poder en torno a la reina y los enfrentamientos con la Casa de Aragón, instalada en Sicilia, hicieron que el Mediodía italiano fuese causa de preocupación constante para la diplomacia pontificia. El Patrimonio no presentó menores problemas. Durante el pontificado de Clemente VI tuvo lugar la pintoresca sublevación de Colà di Rienzo, una mezcla de visionario, dictador y renovador de la grandeza de la Roma clásica.

Su acción política nace de la situación de postración actual de la ciudad, contrastando duramente con un brillante pasado, idealizado, además; situación de la que se hace responsable tanto a las querellas entre facciones nobiliarias locales, como al Pontificado; todo ello sazonado con una concepción mesiánica de su propia misión y buenas dosis de misticismo joaquinita y de los "fratricelli". Colà di Rienzo aparece en Aviñón, formando parte de una embajada que viene a ofrecer a Clemente VI los cargos del gobierno municipal y a solicitar el jubileo para la ciudad en el próximo 1350, es decir, a cincuenta años de distancia del anterior; su encendida alabanza de la Roma clásica y la imputación de responsabilidad por la actual situación a la nobleza romana, obtuvieron una benévola acogida en el Papa, reticente, no obstante, ante su intempestiva fogosidad. Volvió a Roma con el nombramiento de notario de la Cámara apostólica, y aprovechando una pacífica revuelta urbana obtuvo la señoría de la ciudad, en la que, inicialmente, impuso una adecuada administración, desplazando del poder a la aristocracia romana que fue abandonando la ciudad. Como instrumento contra la nobleza romana fue benignamente tratado por el Papado, pero sus procedimientos de dictador visionario sembraron muy pronto inquietud. Soñaba con crear un Estado italiano, uno de cuyos primeros pasos consistía en la expulsión de la reina Juana de Nápoles, a cuyo efecto mantenía contactos con Luis de Hungría.

Clemente VI se alarmó ante una eventualidad contra la que su diplomacia venía luchando desde hacía varios años: preparó la excomunión contra el tribuno romano si persistía en su propósito. Contra Colà se hallaba, por supuesto, la aristocracia romana y, pronto, una parte cada vez mayor del pueblo romano, hastiado de sus procedimientos autoritarios. En diciembre de 1347, Colà hubo de abandonar Roma donde fue reinstalado un gobierno nobiliario. Este destierro fue fundamental para la sedimentación de las ideas de Colà di Rienzo. Refugiado en los Abruzzos, entre grupos de "fratricelli", quedó penetrado de sus ideas y convencido de su designación divina para resucitar el Imperio y proceder a la renovación de la Iglesia, llegada la edad del espíritu profetizada por Joaquin de Fiore. Marchó a Praga, en junio de 1350, para entrevistarse con Carlos IV, que le retuvo prácticamente como un prisionero; enviado a Aviñón, se le abrió un proceso inquisitorial, mientras en Roma, en diciembre de 1351, triunfaba otra incruenta rebelión popular que elevaba un gobierno, útil en la lucha contra la nobleza, confirmado por el Pontífice. Colà salió absuelto de su proceso en gran parte debido al fallecimiento de Clemente VI y al cambio de actitud de su sucesor, que creyó conveniente utilizar nuevamente al tribuno en la agitada escena política romana. En otros lugares del Patrimonio venían surgiendo señorías prácticamente independientes de la autoridad pontificia, alentadas en su independentismo por la política de conciliación mantenida por Benedicto XII, lo que decidió a Clemente VI a reanudar la intervención armada que Juan XXII desarrollara en su época.

La disputa con Juan Visconti por el dominio de Bolonia constituye un enfrentamiento en el que, pese a la utilización de penas espirituales, el verdadero triunfador será el señor de Milán. Tras duras negociaciones, se llegó a un acuerdo, en abril de 1352, por el que se restituía Bolonia a la Iglesia, si bien Juan Visconti era nombrado vicario en la ciudad y su territorio por un periodo de doce años, a cambio del pago de un censo anual; al menos se salvaba el dominio de la Iglesia sobre Bolonia, pero dejando como vencedores a Juan Visconti y a varios de los principales señores del Patrimonio. A pesar de los sacrificios que el acuerdo suponía, creaba una situación de estabilidad en el norte de Italia que permitiría, pocos meses después, la firma de un acuerdo entre las ciudades toscanas y Milán que alejaba la inminencia de conflictos. Dicho de otra forma, abría al Pontificado la posibilidad de recuperar la iniciativa en los asuntos italianos y la de iniciar la efectiva reconquista de los Estados de la Iglesia. Todo ello era presupuesto imprescindible para un eventual retorno a Roma, nunca desmentido y, en muchos momentos, explícitamente señalado como objetivo. Sería la tarea más importante para el sucesor de Clemente VI, fallecido el 6 de diciembre de 1352. El 18 de diciembre era elegido el cardenal Esteban Aubert, penitenciario mayor, un hombre austero, en rotunda oposición a su predecesor, que pronto pondrá en marcha un proyecto de reforma, reanudando la acción de Benedicto XII; la preocupación italiana constituirá el hecho central del pontificado de Inocencio VI.

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