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Pontificado y cultur

Desarrollo


De acuerdo con las constituciones de Clemente V, el cónclave se reunió en Carpentrás el 1 de mayo de 1314. Tal como había temido el Pontífice difunto, las tensiones en el interior del Colegio cardenalicio fueron terribles. Cardenales gascones, los designados por Clemente V, un sólido bloque, aunque numéricamente insuficiente para elegir un Papa, se enfrentan a otros dos grupos: italianos, muy divididos entre sí, y provenzales; el acuerdo se revela imposible de inmediato. Durante las sesiones del cónclave irá subiendo el tono de los enfrentamientos que acaban degenerando, en el mes de julio, en violencias callejeras y asalto a las residencias de los cardenales italianos, que, fugitivos, abandonan Carpentrás, mientras el grupo de cardenales gascones se retire a Aviñón. Casi dos años de difíciles negociaciones transcurrieron hasta que fue de nuevo posible la reunión del cónclave; durante ese tiempo la sombra del cisma planeó sobre la Cristiandad en varias ocasiones. Reunido de nuevo el cónclave en marzo de 1316, las posturas se mostraron, aunque menos violentamente, totalmente irreconciliables. Así se llega a una elección que, dada la edad del elegido, setenta y dos años, debe ser considerada como una tregua. La elección recaía, el 7 de agosto de 131ó, en Jacques Duèse, cardenal de la ultima promoción de Clemente V; había sido obispo de Aviñón, y realizado una carrera administrativa al servicio de los Anjou. Coronado en Lyón, se trasladó en octubre a Aviñón, instalándose primero en el convento de los dominicos y posteriormente en el palacio episcopal, en adelante residencia de los Papas.

Sus dotes administrativas y su entusiasmo juvenil serán imprescindibles en un pontificado que, contra todo pronóstico, se alargó durante dieciocho años y en el que fue preciso hacer frente a una situación extraordinariamente difícil. Económicamente desastrosa, después de tan prolongada vacante que había deteriorado la ya delicada situación dejada por su predecesor; políticamente muy difícil y peligrosa en el propio entorno del Papa, contra cuya vida se tramaron diversas conjuras, desde el momento mismo de su elección. La creación de un eficaz sistema fiscal, la estricta regulación de los gastos y la organización de una administración eficazmente centralizada constituyen sus objetivos esenciales. La reserva de beneficios, es decir, la intervención directa del pontificado en la colación de títulos universitarios, en el nombramiento de cargos y en la provisión de beneficios en determinadas condiciones, establecidas por sus predecesores, y muy ampliadas por Juan XXII, es un medio de centralización, y un instrumento al servicio del poder del Pontificado y de su potencia económica. A través de ellas podía disponer de una jerarquía eclesiástica favorable, presionar sobre los poderes públicos, obligados a negociar en cada nombramiento, e ingresar un volumen de dinero muy considerable. La extensión del sistema de reserva tuvo a veces efectos saludables sobre el clero, haciéndole más independiente del poder político. En otras muchas ocasiones, sin embargo, elevó a personajes sin escrúpulos, o a funcionarios curiales, ausentes siempre de sus cargos; el sistema era imprescindible para retribuir a la creciente burocracia, pero suscitó numerosas protestas entre el clero contra el abuso de las reservas, la provisión de personas indignas o extranjeros, la salida de metal precioso del Reino, y la deficiente cura pastoral: son las demandas de reforma que veremos en los escritos de los reformadores.

El sistema fiscal adquiere con Juan XXII un notable desarrollo; aunque no sea el quien crea algunos gravámenes, es durante su pontificado cuando se generalice su cobro. Es el caso de las annatas, renta producida por un beneficio durante el año siguiente a su provisión, entendiendo por renta la cantidad de excedente que el beneficiado necesita para sus gastos; los derechos de despojo, o facultad de tomar, en el momento del fallecimiento, los bienes muebles de un obispo, nombrado por la sede apostólica; las vacantes, o rentas de un beneficio durante el tiempo que permaneciese desprovisto. Existen otros impuestos, estipendios y derechos de cancillería que suponen un considerable volumen de ingresos. Al mismo tiempo se organiza un eficaz sistema de recaudación y contabilidad, a través de una nutrida red de colectores y subcolectores, distribuidos por toda la Cristiandad, y de una Cámara que lleva puntual cuenta de los ingresos habidos y gastos realizados. El sistema, muy eficaz, provoca protestas por lo que frecuentemente se tilda de rapacidad de los colectores, y por los inevitables contactos que fue preciso mantener con las instituciones bancarias. La acusación de avaricia, voracidad fiscal y ausencia de pobreza, serán otras de las acusaciones de los reformadores, no siempre llenas de buena intención. Una de las consecuencias de esa actitud fue la renovación de la querella, heredada del siglo anterior, en torno a la pobreza en el seno de la orden franciscana, cuestión, por otra parte, no resuelta a la muerte de Clemente V y avivada por la larga vacante del Pontificado.

Juan XXII vio en los espirituales franciscanos una amenaza a la unidad de la orden y un peligro para la Iglesia; después de diversas fricciones y de presiones para lograr la obediencia de los espirituales a los superiores de la orden, condenó a los rigoristas situándoles en la proximidad de desviaciones doctrinales (enero de 1318). La distancia pontificia respecto a numerosos sectores franciscanos se incrementó con la condena, en noviembre de 1323, de la adhesión del Capítulo de la orden, celebrado en Perugia, a la idea de la pobreza absoluta de Cristo y los apóstoles. Además, la querella pasaba de ser disputa interna de la orden, a una discusión sobre la pobreza absoluta de Cristo y sus discípulos, e indirectamente acerca de la relación entre los poderes temporal y espiritual. La ruptura se radicaliza a consecuencia del enfrentamiento con el general de los franciscanos, Miguel de Cesena, que hasta entonces había combatido a los espirituales y que huyó de Aviñón en mayo de 1328, a consecuencia de la disputa en torno a la misma cuestión. Sustituido al frente de los franciscanos, Miguel de Cesena y un grupo muy importante de franciscanos, entre ellos Guillermo de Ockham, se refugió en la Corte de Luis de Baviera, en la que se hallaba también Marsilio de Padua, prestándole importante apoyo teológico y jurídico en el enfrentamiento con Juan XXII. Los escritos de Miguel de Cesena y los suyos dotaron a los "fratricelli" de una aura agresividad antipontificia, convirtiéndoles, de hecho, en una iglesia cismática.

Los duros calificativos contra Juan XXII por parte de los "fratricelli" conducen a condenar al Papa como hereje, autentico precursor del anticristo, el jefe de la Iglesia carnal, todo ello en perfecta continuidad con las ideas expuestas en su día por Joaquin de Fiore y Pedro Olivi. Los "fratricelli" negaran la legitimidad de Juan XXII y, por la misma razón, de sus sucesores y de toda la jerarquía eclesiástica que les obedece. La cuestión de la pobreza se mantiene a lo largo de los siglos XIV y XV, insertándose en otros debates teológicos o disciplinares; los inicios de la verdadera solución al problema, una división de la orden, como ya pidieran en principio los espirituales, se hizo esperar hasta comienzos del siglo XVI. Por el momento, la querella agudizó el nuevo enfrentamiento entre el Pontificado y el Imperio, y facilitó un brote cismático, breve en esta ocasión.

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