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La fragmentación política de la península italiana no alteró la unidad cultural de la misma, ya que a lo largo de toda la Edad Media ésta se mantuvo viva en el genio creador de artistas y literatos. Aún así, las diferencias regionales se hicieron notar en ciertos aspectos del panorama cultural italiano de los siglos XIV y XV. Mientras en el sur los modelos góticos pervivieron durante el gobierno de angevinos y aragoneses, en el resto de la península el arte italiano comenzó a abrir, desde fecha muy temprana, nuevos caminos, marcados por la personalidad de creadores como Cimabue (1240-1303), Duccio de Buoninsegna (1278-1318), Pedro Cavallini o Arnolfo de Cambio (1245-1315). Aunque el gótico internacional todavía dio algunas figuras señeras como Esteban de Zevio, Pisanello (1395-1455) o Gentile da Fabriano (1370-1427), la vía abierta por Giotto (1266-1337) fue continuada en diversos campos a lo largo del siglo XV por Brunelleschi (1377-1446), Masaccio (1401-1428), Donatello (1386-1466), Filippo Lippi (1406-1469), Andrea del Castagno (1421-1457), León Battista Alberti (1404-1472), Fra' Angelico (1400-1455), Paolo Uccello (1397-1475), Domenico Veneziano (muerto en 1461), Piero della Francesca (1415-1492), Antonello da Messina (1430-1479) y Giovanni Bellini (1430-1516), todos ellos cautivados por la antigüedad clásica, que funcionó como modelo a superar, no a imitar.

Toscana y, mas concretamente, Florencia se convirtieron en el centro neurálgico del Renacimiento, que rápidamente se propagó por toda la península. Algunos artistas como Mantegna (1431-1506) o Antonello da Messina sirvieron de puente entre el arte florentino y la realidad cultural de la Llanura Padana o del Reino de Nápoles. A finales del siglo XV las corrientes artísticas cambiaron de rumbo. La sencillez y la pureza de formas del primer renacimiento desapareció en buena medida en favor de estilos grandilocuentes como los de Perugino (1450-1523), Luca Signorelli (1450-1523) o Bramante (1444-1514). El carácter multidisciplinar de Leonardo da Vinci (1472-1519), el eclecticismo de Rafael Sanzio (1483-1520) y, sobre todo, la personalidad y el manierismo de Miguel Angel Buonarrotti (1475-1564) dominaron la escena cultural en Italia. Roma, capital del mecenazgo pontificio, superó a Florencia en su pugna por el primado artístico. Venecia también alcanzó una posición de relieve, conseguida gracias a la escuela pictórica colorista inaugurada por Giorgione (1477-1510) y confirmada en 1500 por Tiziano, Veronés y Tintoretto. La unidad no fue tan evidente en el campo literario, a pesar de la existencia de una lengua y de un pasado literario comunes. La influencia de las diferencias dialectales hizo inevitable la aparición de diversas escuelas en las distintas regiones de la península.

En el norte de Italia surgió la lírica caballeresca llamada franco-véneta por su relación con la épica de temática carolina. Algunos de sus títulos anónimos ("Karleto", "Entree d'Espagne", "Prise de Pampelune") convivieron a lo largo del XIV con una literatura de carácter moralizante, relacionada con la "Pataria" milanesa y cuyos máximos exponentes fueron Gerardo Patecchio, Uguccione da Lodi, Bonvesin dalla Riva (1250-1315) y Giacomino de Verona. En Umbría reinó la lauda, composición inspirada en la lírica franciscana, que fue reelaborada a finales del siglo XIII por Iacopone da Todi (1236-1306). Este tipo de poesía dio lugar a su vez a un genero teatral -denominado laudista- muy desarrollado en la comarca de Orvieto y en el Abruzzo. Toscana, al igual que en el campo artístico, se erigió en centro aglutinador de las nuevas tendencias. La poesía cómica de Rústico de Filippo, Cecco Angiolieri (1260-1313) o Folgore da San Gimignano fue superada por la corriente del "Dolce Stil Novo", cultivada por autores como Guido Guinizzelli (1240-1276), Lapo Gianni (1250-1328), Guido Cavalcanti (1259-1300), Gianni Alfani, Dino Frescobaldi (1271-1316) o Cino da Pistoia (1270-1335). El panorama literario florentino quedó eclipsado por la figura de Dante Alighieri (1265-1321), quien, a pesar de no contar con el aprecio de sus compatriotas, legó a la literatura universal obras como la "Divina Commedia", la "Vita Nova", el "Canzoniere", el "Convivio", el "De vulgari eloquentia" o el "De monarchia".

Tal protagonismo fue retomado más tarde por Boccaccio (1313-1375) y su "Decameron" y por la lírica de "Petrarca" (1304-1374). La inspiración creadora de la región fue de tal calibre, que el esplendor de los tres autores referidos no consiguió oscurecer la labor de otros autores menos universales. En Toscana se cultivaron en el Trecento y en el Quattrocento un sinfín de géneros, como la crónica histórica de Dino Compagni (1260-1324) y Juan Villani (1276-1348); la prosa devocional de Iacopo Passavanti (1302-1357), Doménico Cavalca (1270-1342) y Caterina de Siena (1347-1380); la narrativa de Andrea da Barberino (1370-1433) y sus "Reali di Francia" o de Juan Fiorentino y su "Pecorone"; o la poesía cortesana (Fazio degli Uberti, 1305-1368), histórica (Antonio Pucci, 1309-1388) y religiosa (Bianco da Siena). La preocupación por la recuperación de los modelos de la antigüedad clásica también afectó al mundo de la literatura. El humanismo ya se encontraba presente a finales del siglo XIII en Padua, en donde intelectuales como Ferreto de' Ferreti (1297-1337) o Albertino Mussato (1261-1329) se dedicaban a la recuperación de los textos de los clásicos latinos. En el siglo XV dicha corriente llegó a su punto mas álgido con latinistas como Lorenzo Valla (1407-1457), Marsilio Ficino (1433-1499), Pico della Mirandola (1463-1494), León Battista Alberti, Poggio Bracciolini (1380-1459) o Angelo Poliziano (1454-1494). También fue el momento en el que se fundaron las "Academias", bajo el auspicio de figuras políticas como Lorenzo el Magnífico. Herederas de la "Academia Platónica" de Atenas, surgieron en Florencia (Pulci, 1438-1488, y Poliziano), Roma, Nápoles (Sannazzaro, 1456-1530), Ferrara (Boiardo, 1441-1494), Mantua, Milán y Venecia (Justinian, 1388-1446). Junto a la recuperación del legado de los clásicos por parte de los intelectuales convivió una corriente popular de acercamiento a la obra de autores como Plauto o Terencio, cuyas comedias se representaban por toda Italia. Muchos grandes señores también tomaron contacto con la mitología y la literatura clásicas a través de representaciones teatrales, como la "Favola di Orfeo", recreada por Poliziano para una fiesta de los Gonzaga en Mantua (1480).

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