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El temprano renacimiento de la vida urbana en Italia, ligado al desarrollo de formas autónomas de organización política y al creciente deseo de renovación eclesiástica, dieron origen a cierto número de movimientos heréticos. En su génesis tales movimientos distaron mucho de plantear una ruptura con la Iglesia, persiguiendo por el contrario su reforma frente al clero indigno. El triunfo del gregorianismo y, por ende, la fijación de una vía reformista institucionalizada, dividirían sin embargo a estos grupos que en su vertiente más radical derivarían hacía la heterodoxia Este espíritu de colaboración original puede verse realizado especialmente en el caso de la Italia. Movimiento extendido por toda Lombardía, aunque centrado especialmente en Milán, la "Pataria" tomaba su denominación del término "patta" (andrajo), autotitulándose sus seguidores "patteri" o "Christi famuli". Aunque sus dirigentes se reclutaron entre el bajo clero y la pequeña nobleza, se trataba de un movimiento esencialmente popular, cuyo principal objetivo era la reforma eclesiástica. Esta verdadera "sanatio in radice" de la Iglesia, especialmente urgente en Milán, donde el clero simoníaco era mayoritario, fue decididamente auspiciada por Roma al principio. El pasado patarino de Anselmo de Baggio, que llegaría a obispo de Lucca en 1057 para convertirse finalmente en Alejandro II (1061-1073), y el beneplácito mostrado por su sucesor Gregorio VII (muerto en 1085) hacia los reformistas milaneses, demuestran claramente la inicial coincidencia entre ambos movimientos reformistas.

Sin embargo, los patarinos, que decían combatir por la verdad (pro veritate decertentes) y exaltaban virtudes como la humildad y la pobreza, adoptaban métodos violentos que no podían ser tolerados por Roma. La intransigencia de los patarinos al rechazar como "opera diaboli" los sacramentos impartidos por el clero simoníaco en contra de la doctrina canónica fue la gota que colmó el vaso. Tras ganarse a los elementos moderados, Gregorio VII condenó al resto como herejes. Contaminados con tesis cada vez más radicales de carácter milenarista, los últimos seguidores de la "Pataria" se extinguieron a principios del siglo XII. Desconocemos si los conflictos de tipo comunal habidos durante el primer tercio de esa misma centuria en Toscana y Umbría, y que fueron especialmente graves en Orvieto, donde las masas dieron muerte al "podestá" enviado por Roma, tuvieron alguna relación con el movimiento milanés. Denostados como patarinos e incluso como cátaros por los cronistas posteriores, estos rebeldes parecen haberse guiado sin embargo más por motivaciones políticas (rechazo a la figura del obispo de la ciudad, a menudo simoníaco) que propiamente doctrinales. Carácter a un tiempo político y religioso tuvo en cambio desde sus inicios la revuelta comunal romana protagonizada por Arnaldo de Brescia. Antiguo estudiante en Milán y Bolonia y superior de la casa de canónigos regulares de Brescia a partir de 1129, Arnaldo fue ya condenado por sus opiniones heterodoxas en 1139, marchando a París, donde recibió las enseñanzas de Pedro Abelardo.

Atacado junto con éste por san Bernardo, al morir Inocencio III en 1143 se le concedió la licencia pontificia para regresar a Italia, marchando de inmediato a Roma, donde comenzó su campaña de predicación popular. Hábil demagogo, sus prédicas incendiarias de sesgo patarínico-evangélico, eran una mezcla de crítica a los poderes carismáticos del clero corrupto y de alabanza a la vida apostólica. Su exégesis literal de las Escrituras le hacía propugnar una radical pobreza para la Iglesia, rechazando al tiempo su poder temporal. Mediante razonamientos dialécticos llegó incluso a negar la llamada "donación de Constantino", siglos antes de que se demostrase su carácter apócrifo. Desde tales perspectivas denunció la autoridad del Papa como indigna, consiguiendo expulsar de Roma a Eugenio III (1145-1153). Una vez dueño de la ciudad, Arnaldo definió su proyecto político, en el que se combinaba el recuerdo a la tradición republicana con cierta mística universalista. Para el heresiarca, el Imperio era la suprema forma política elegida por Dios para el gobierno de la Cristiandad, si bien con carácter electivo, haciendo descansar su legitimidad en el movimiento comunal. La dictadura de Arnaldo de Brescia, bajo la forma de un senado de 100 miembros y dos cónsules, tuvo que hacer frente sin embargo a la oposición del enérgico Adriano IV (1154-1159). Tras aliarse con el emperador Federico I, el Pontífice lanzó el entredicho contra la ciudad de Roma en la Pascua de 1155. Perjudicados gravemente los intereses económicos ciudadanos al cortarse el flujo peregrinatorio, Adriano IV logró al fin la división de los partidarios de Arnaldo. Condenado por un tribunal eclesiástico, sería ejecutado y arrojadas sus cenizas al Tíber. Fieles a la memoria del rebelde, los arnaldistas o "Pobres lombardos" mantuvieron todavía vivo algunos años el recuerdo de un movimiento definitivamente truncado en 1155.

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