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Existe una estrecha conexión entre la crisis generalizada de la decimocuarta centuria y las rentas señoriales, entendiendo por tales los ingresos que, a través de los más variados conductos, obtenían los grandes propietarios de la tierra, ya fueran estos miembros cualificados de la nobleza feudal o instituciones eclesiásticas. Se trata, sin duda, de una manifestación de la crisis al mismo tiempo en el ámbito económico y en el social. Pues bien, la hipótesis de partida de los investigadores de la crisis de fines del Medievo defiende la idea de una caída de las rentas señoriales. Este hecho obedeció a muchas y muy variadas causas. Por de pronto, los ingresos de los señores que procedían de las denominadas rentas arcaicas, generalmente pagadas en metálico, eran fijos, por lo que en una época de inflación se devaluaban. La comercialización de los excedentes agrarios, por su parte, tampoco proporcionaba buenas expectativas, habida cuenta fundamentalmente del marasmo de los precios de los granos. Por su parte, las mortandades y el creciente proceso migratorio que se observa desde el campo a la ciudad reducía en buena medida el número de los dependientes de los poderosos. Tampoco hay que echar en saco roto el efecto negativo de las frecuentes guerras, causantes de muchas pérdidas en el mundo rural, pero particularmente graves en lo que se refiere a la destrucción de útiles agrícolas.

Todo empujaba, por lo tanto, a un deterioro de las rentas señoriales. Sin duda el proceso fue sumamente complejo. Es evidente que no puede hablarse de un descenso lineal de las rentas señoriales, sino más bien de periodos de caída a los que podían suceder otros de parcial recuperación. Pero la información a nuestra disposición, procedente ante todo de instituciones eclesiásticas, confirma, en sus líneas generales, la tendencia a la baja de las rentas señoriales, ya sea en Francia, en Inglaterra, en tierras imperiales, en Italia o en los reinos hispánicos. Veamos el ejemplo de la abadía de Saint-Denis, en suelo francés. En 1340 recaudaba alrededor de 280 modios de trigo, otros tantos de avena y 2.000 de vino, valorándose el conjunto en unas 30.000 libras. En 1403-1404, por el contrario, la mencionada abadía francesa sólo pudo recoger 183 modios de trigo, 87 de avena y 707 de vino, todo lo cual se estimaba apenas en 15.000 libras. Saint-Denis, por lo tanto, perdió en la segunda mitad de la decimocuarta centuria más del 50 por 100 de sus rentas en especie. Por su parte, las rentas que percibió el arzobispo de Burdeos en los años 1354-1357 fueron entre 1/3 y 1/2 inferiores a las de los años anteriores a la llegada de la peste negra. Asimismo, el señor de Bréviande, en tierras de la Sologne francesa, recibía en 1450, 1/4 del grano y el 40 por 100 del dinero que ingresaban sus antepasados en las primeras décadas del siglo XIV.

Parecidas consideraciones pueden hacerse a propósito del ámbito germánico. Los ingresos en recursos naturales y rentas en especie de la catedral de Schleswig eran en 1352 unas tres veces superiores a los que obtenía la misma institución un siglo más tarde. Al mismo tiempo las rentas territoriales de la Orden Teutónica disminuyeron un 20 por 100 en el periodo comprendido entre los años 1361 y 1459. Por su parte, la época de mayor caída de los ingresos de los señoríos existentes en tierras de la Alta Baviera fue la segunda mitad del siglo XIV, según el ejemplar estudio llevado a cabo por el historiador H. Rubner. Cambiando de territorio, vemos cómo los ingresos del obispado de Durham, en suelo inglés, cayeron más de un 50 por 100 entre los años 1308 y 1377 y a mediados del siglo XV habían retrocedido un tercio con respecto a finales del XIV. Por su parte, en el dominio del castillo de Bigod, situado en la región inglesa de Norfolk, el arriendo de un acre de tierra proporcionaba a sus propietarios 10,69 peniques en 1376-78, pero sólo 9,11 en los primeros años de la decimoquinta centuria. Asimismo, en la ciudad italiana de Pistoia, según el estudio de D. Herlihy, las rentas de las tierras dedicadas al trigo descendieron alrededor de un 40 por 100 entre los años 1351 y 1425. Algunos autores afirman que la caída de las rentas señoriales no se produjo en determinados países europeos, concretamente en aquellos en los que, en los siglos XIV y XV, se intensificó el proceso de concentración de la propiedad territorial.

Tal sería, por ejemplo, el caso de la Corona de Castilla, testigo en la época citada de un espectacular avance del proceso señorializador, en particular a raíz del establecimiento en el trono de la dinastía Trastámara. Entendemos, no obstante, que los dos aspectos mencionados, caída de las rentas señoriales, por una parte, y expansión de los grandes dominios territoriales, por otra, no son necesariamente contradictorios. Es más, el retroceso de las rentas de los poderosos actuó habitualmente de acicate, empujando a éstos a lanzar una gran ofensiva, en busca de nuevas fuentes de ingresos. ¿No se ha interpretado el triunfo del bando trastamarista en la guerra civil que se desarrolló en Castilla entre los anos 1366 y 1369 como la vía que encontró la alta nobleza terrateniente pare hacer frente a la crisis que padecía? En cualquier caso la documentación castellana de la segunda mitad del siglo XIV ofrece testimonios inequívocos de la erosión sufrida por las rentas señoriales. Las haciendas de los grandes monasterios benedictinos de Castilla (Sahagún, Oña, Silos, Cardeña, etc.) ya eran francamente deficitarias en 1338, es decir, una década antes de la difusión de la peste negra. Por su parte, el obispo de Oviedo, D. Gutierre, decía en 1383 que "de las mortandades acá han menguado las rentas de nuestra Eglesia cerca la meatad dellas, ca en la primera mortandad fueron abaxadas las rentas de tercia parte, e después acá lo otro por despoblamiento de la tierra".

Sin entrar a valorar la indudable imprecisión de estos datos, no cabe duda de su significado como reflejo de la tendencia dominante. Un fenómeno bien conocido de los últimos siglos de la Edad Media, y que guarda estrecha conexión con el deterioro de las rentas señoriales, es el progresivo abandono de la explotación directa de sus reservas por parte de los grandes propietarios territoriales. El incremento de los salarios de los jornaleros del campo fue uno de los factores que más influyó en esa orientación. Lo habitual era cederlas a labriegos, a cambio de un censo. De esa forma el propietario garantizaba la obtención de un ingreso fijo, aun cuando su valor real tendiera a disminuir por las alteraciones de los precios y de los salarios antes mencionadas. Veamos algunos ejemplos significativos. Entre 1350 y 1370 los monjes cistercienses de Lieja y de Brandeburgo abandonaron las últimas granjas que aún explotaban ellos directamente. El cabildo de la iglesia de San Severino, en Burdeos, decidió en 1423 arrendar sus tierras, en vista de que la explotación directa "no les era de ningún provecho ni utilidad". Por su parte, los monjes de Ramsay, en Inglaterra, acudieron, entre 1370 y 1390, al arriendo de la totalidad de sus tierras. Asimismo, en el ámbito germánico las tierras del convento de Escher, anteriormente cultivadas por los legos del cenobio, fueron finalmente entregadas a aparceros, ya que el método anterior resultaba "muy desventajoso".

Caminos similares fueron adoptados en tierras hispanas. En 1351 el arzobispo de Toledo, D. Gonzalo, autorizaba la concesión a campesinos, en censo o en arriendo, de diversas tierras del dominio eclesiástico catedralicio, medida que fue tomada de nuevo en años sucesivos. La nueva orientación en la gestión del patrimonio obedecía, según leemos en un expresivo documento del año 1354, a que era muy costoso proceder a reparar todos los bienes, en tanto que "rrindeles mucho mas dandolas a çenso et inphinteosin". La heredad que poseían los monjes cistercienses de Valbuena de Duero en el Aljarafe sevillano, llamada de Villanueva Nogache, fue asimismo arrendada en 1361 por 2.500 maravedis. Veinte años después los citados monjes sólo lograron por el arriendo de esa misma heredad 1.500 maravedis, lo que suponía una caída considerable.

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