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Rango

Pontificado y cultur

Desarrollo


La práctica religiosa se realiza habitualmente a través de la parroquia, normalmente de pequeño tamaño, de forma que sus feligreses sean conocidos; a través de la parroquia se desarrolla la vida religiosa y también de relación social, y la formación de los laicos en los misterios de la fe. La parroquia es, además, un medio de encuadre y participación social, incluso un medio adecuado de conocer efectivamente la situación económica de cada uno, tanto a efectos fiscales como también asistenciales. La misa constituye el eje de la vida cristiana; oír misa es, efectivamente, la práctica piadosa más importante. Es, además, relativamente frecuente; en muchos casos porque se asiste diariamente, pero, sobre todo, porque es obligatoria la asistencia los domingos y días festivos, tan frecuentes en el calendario medieval. La misa de los días festivos es más solemne que la de los laborables e incluye la predicación, como elemento de formación de los fieles. Se produce un gran desarrollo del culto eucarístico, con especial insistencia en la presencia real de Cristo en las especies eucarísticas y la conveniencia de adorarle; se difunden ahora las costumbres de la exposición del Santísimo, la visita, a lo largo del día, de alguna iglesia en que éste se halle expuesto o reservado, las procesiones eucarísticas y, sobre todo, la fiesta del Corpus Christi. El tema eucarístico se convierte en uno de los motivos esenciales de inspiración artística y en el principal de muchos de los acontecimientos milagrosos de la época.

La comunión no es una práctica demasiado frecuente, de modo general. Existe la obligación de comunión una vez al año, por Pascua, pero hay una corriente que aconseja una comunión mucho más frecuente, a pesar de que algunos predicadores reclaman una preparación excepcional para su recepción, lo que genera ciertos temores a hacerlo sin la adecuada preparación. Conviene tener en cuenta que, normalmente, se habla de comunión frecuente cuando tiene lugar mensualmente. La obligación de confesión al menos una vez al año había sido ya establecida por el IV Concilio de Letrán en 1215; aunque, al parecer, una mayoría de los fieles se conformó con ese cumplimiento estricto, un número creciente práctica la confesión, a partir del siglo XIV, con una frecuencia muy superior. Algunos pecados, como el homicidio, requieren todavía penitencia publica, o reparación colectiva, como el sacrilegio, o llevan consigo la obligación de peregrinación a alguno de los grandes santuarios de la Cristiandad. La penitencia cumple además la función esencial de dirección espiritual, acorde con las ansias de perfección espiritual a que nos hemos referido. En relación con la práctica penitencial se halla la difusión de manuales de confesión y de guías para el examen de conciencia. Algunos sacramentos, como la confirmación y la unción de los enfermos, conservan durante esta época una carácter ocasional; el bautismo se práctica, a veces, por el rito de inmersión.

Como fruto, en parte, de una piedad más personal, y como consecuencia de la presencia, a veces obsesiva, de la muerte, se desarrollan algunas nuevas prácticas de piedad. Sin duda es la figura de Cristo el centro de la piedad; en especial lo es el Cristo crucificado, y, por ello, Salvador. La contemplación de los sufrimientos de la Pasión, que el arte de la época representa con un especial patetismo, constituye motivo central de la piedad cristiana, que alcanza su máxima expresión durante la Semana Santa, y también, en cierta medida, todos los viernes del año. El seguimiento de Cristo en la Pasión tiende a realizarse de un modo material, recordando los principales episodios de la misma y meditando su contenido. Poco a poco se irán estableciendo determinadas estaciones del itinerario, en las que se medita de modo especial el contenido del momento concreto que se evoca; lentamente se va elaborando un "via crucis", aunque su elaboración definitiva pertenece a los albores de la modernidad. La peregrinación a Tierra Santa, donde los franciscanos organizan el "via crucis" por excelencia, se convierte en una práctica piadosa de gran importancia, así como los recuerdos y narraciones que traen los peregrinos. La difusión de las reliquias relacionadas con la Pasión es muy considerable; aunque no es nueva, sí adquiere un gran desarrollo la veneración de la corona de espinas y de los numerosos fragmentos de la misma, así como de la cruz, que se conservan en diversas iglesias, santuarios y monasterios.

Lo mismo podrían decirse de la Sabana Santa de Turín, de las reliquias de la Sangre del Señor, o del culto que comienza a perfilarse al Sagrado Corazón. Un cierto sentimiento trágico penetra la concepción de la vida; la muerte aparece como una dolorosa ruptura y es representada en el arte y la literatura con sus matices más macabros y repulsivos. Esa realidad impone una piedad un tanto angustiada por la presencia del infierno, pero también la necesidad de actos meritorios que garanticen la felicidad eterna; en esta época se difunden numerosos manuales llamados "Ars moriendi", efectivamente una guía para preparar el inexorable tránsito. En vida es posible ir garantizándose una buena muerte, no sólo con buenos actos, sino obteniendo indulgencias que permiten el perdón del resto de culpa que dejan los pecados una vez confesados. Las disposiciones piadosas en el testamento, la recepción de los sacramentos en el momento de la muerte, y los funerales y sufragios ofrecidos por los muertos, a veces numerosísimos, constituyen eslabones esenciales de esas garantías que se pretenden obtener. Extraordinario desarrollo adquiere el culto a la Virgen; no es enteramente nuevo, ya que venia intensificándose desde el siglo XIII, en que la figura de la Virgen se ha convertido en el eje iconográfico. El incremento del culto a la naturaleza humana de Cristo lleva consigo el culto a su Santísima Madre: desde la Anunciación, tema cuya representación se hace frecuentísimo, a las tiernas escenas del Nacimiento, o de la vida en Nazaret, hasta las trágicas horas del Calvario o el motivo iconográfico de la Piedad.

En todos sus aspectos, la piedad mariana viene a insistir en el papel corredentor y mediador de la Virgen, temática ésta ya desarrollada en el siglo XIII. Las oraciones dedicadas a la Virgen conocen, desde ahora, un notable desarrollo. El "Angelus", oración habitual al atardecer, se generaliza al mediodía y también por la mañana. El "Avemaría," una invocación antigua, perfilada en su primera parte desde el siglo XII y difundida por los cistercienses, ahora acostumbra a completarse con invocaciones, similares a las que integran su redacción actual, casi configurada en el siglo XV, aunque sólo en la siguiente centuria tendrá una formulación definitiva. También la "Salve", configurada desde el siglo XI, alcanza una gran difusión, y, sobre todo, el "Rosario", una práctica de antiguos orígenes, difundido por cistercienses y dominicos, que adquiría, también en esta época, su definitiva configuración de tres partes con cinco misterios de diez avemarías cada uno, completado con las letanías, o invocaciones sucesivas; era una perfecta combinación de la contemplación de los momentos esenciales de la vida de Cristo y de la Virgen. Se multiplican a lo largo de los siglos XIV y XV las festividades dedicadas a la Virgen, tanto referidas a los distintos episodios de su vida, como a distintas advocaciones; también se abren nuevas perspectivas teológicas, como la Inmaculada Concepción, y se incrementan las referencias a milagros debidos a su intercesión, los hallazgos de imágenes largo tiempo desaparecidas, y los santuarios marianos, convertidos también en importantes centros de peregrinación.

El culto a los santos crece cuantitativamente de modo extraordinario; también cualitativamente experimenta una variación: se trata de personajes humanos, próximos a los fieles, a menudo asociados a la protección y patronato de determinadas profesiones o ciudades o vinculados a la curación de ciertas enfermedades. Es una muestra de la nueva concepción de la piedad, de la mayor proximidad de lo divino al hombre, a quien el ejemplo de santos próximos puede servir de modelo más que los hieráticos santos de épocas anteriores. Las devociones a los santos tienden a hallar en la veneración de las reliquias una forma material en que apoyarse; la proliferación de santos y de sus reliquias, inscrita en una piedad a menudo excesivamente crédula, no dejó de producir algunos abusos señalados por los más activos reformadores. Otro aspecto importante de la devoción bajomedieval lo constituyen las peregrinaciones, tanto a santuarios marianos como a los dedicados a los diversos santos.

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