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Leonidas Breznev ocupó el poder hasta su muerte en 1982 de modo que su etapa de Gobierno cubrió en realidad una gran parte del período que examinamos en esta parte del volumen. Se ha tratado ya de los rasgos fundamentales de su período de Gobierno de modo que podemos abordarlo ahora haciendo tan sólo mención a que aquellas características a las que ya se ha hecho mención se acentuaron durante el período inmediatamente siguiente. La fase final de esta etapa de Gobierno puede parangonarse con la decadencia del Imperio Romano en la óptica de un historiador de la Antiguedad en lo que tenía de contraste entre la realidad y la apariencia. El dirigente soviético probablemente tuvo tantas medallas como todos sus antecesores juntos, pero esta acumulación de honores significaba muy poco realmente. Los libros que se le atribuyeron carencias de cualquier originalidad y habían sido elaborados por escritores profesionales. Tanto el culto a la personalidad como esa proliferación de condecoraciones ocultaban, en realidad, la propia vaciedad del líder, y eran la prueba de la autosatisfacción de un sistema que sabía que había evitado la conflictividad interna por el procedimiento de exaltar al más mediocre. En su fase final Breznev apenas trabajaba dos o tres horas diarias porque sus condiciones físicas no daban para más. No era una excepción porque algo parecido le sucedía al conjunto de la clase dirigente soviética: a estas alturas se habían establecido ya las diez semanas de vacaciones como norma general para los miembros del Politburó, dada su edad.

El verdadero interés de Breznev se situó en sus aficiones como, por ejemplo, su colección de un centenar de fusiles de caza o de automóviles. Desde 1975 hubo llamadas de atención de Andropov acerca de la posibilidad de una grave crisis del sistema, sobre todo en el aspecto económico, pero no hubo reacción por parte de Breznev que nunca hubiera tenido la menor posibilidad de enfrentarse con ella. Lo que Andropov, responsable de la KGB y, por tanto, la persona más enterada de la verdadera realidad de la URSS, quería era una cierta vuelta a los procedimientos de movilización popular del período inicial revolucionario para lograr así un mayor grado de disciplina y de cumplimiento de los planes. Pero Breznev, cuyo entorno familiar se había configurado como una auténtica mafia en el terreno económico, no estaba en condiciones de protagonizar esta política. Incluso se puede decir que no participó de forma destacada en la actividad del partido o del Estado pero, en cambio, quiso aparecer periódicamente en televisión. Todo lo que se refería a la rutina del poder estuvo entregado a Chernenko que, en realidad, actuaba como una especie de mandatario suyo aun no teniendo otras virtudes que las de un secretario. Fueron precisamente los dos personajes citados quienes sucedieron a Breznev de forma sucesiva en el momento de su muerte. Andropov llegó al poder con 68 años y después de haber padecido un infarto. Triunfó en la sucesión por ser apoyado por el Ejército -el general Ustinov- y por su papel al frente de la KGB durante mucho tiempo.

Alguna sensación de crisis debía haber llegado a hacerse clara ante la dirección soviética cuando se optó por él en vez de por quien había sido el colaborador más estrecho de Breznev. Como en otras ocasiones, el hecho de que fuera nombrado para hacer la alabanza a éste en sus funerales testimonió sus futuras responsabilidades. De él dijo que "encantaba a todos por su simplicidad, por su transparencia", lo que parecía indicar la voluntad de mantener el liderazgo en la línea desdibujada y de colaboración colectiva. Chernenko, que era en un principio su competidor, le propuso insistiendo en la necesidad de mantenerse en un modo de actuación colectiva como el indicado. En Occidente algunos describieron a Andropov como un reformador liberal, pero sería mucho más oportuno hacerlo como un miembro de la clase dirigente soviética, inteligente y culto, consciente hasta cierto punto de la situación crítica del sistema y dispuesto a tomar algunas medidas para enfrentarse con el futuro. Nació en Stavropol en 1914 y desde muy pronto inició su carrera política en las juventudes comunistas. Aunque fue una persona de cierta educación no concluyó sus estudios universitarios; escribía poesía y tenía una vida familiar muy activa que era muy importante para él. Un historiador ruso poscomunista le ha descrito marxista idealista, que creía en el leninismo y en la KGB y desde ambos sirvió a la URSS. Fue embajador entre 1954 y 1957 en Hungría, lo que implica haber participado en el aplastamiento de esta sublevación, pero también que tuvo la ocasión de demostrar entonces sus capacidades políticas, aunque fuera Kruschev quien en lo esencial dirigió la operación contra los seguidores de Nagy.

Eso tuvo como consecuencia que dejara la carrera diplomática, que era su destino previsible para el resto de su vida y volviera a la URSS. El gran salto adelante en su carrera política Andropov lo dio, sin duda, en 1967 cuando se hizo cargo de la KGB. De los siete líderes soviéticos fue el único que pasó de la KGB a la dirección del partido lo que resulta muy característico de esta fase final del régimen soviético. Esta institución había sido un instrumento en manos de Beria y durante el período posterior a él había sido dirigida por personajes de semejante brutalidad. Pero con Andropov fue algo muy distinto: la convirtió en una especie de "Inspección general" del sistema soviético o, lo que es lo mismo, la convirtió en una especie de Estado dentro del Estado con procedimientos técnicos mucho más sofisticados que en el pasado. De hecho, sabía mucho más que el secretario general del PCUS sobre muchos asuntos. Pero el propósito de la KGB, como es lógico, seguía siendo el mismo de siempre: el mantenimiento estricto de la estabilidad del régimen. Los procedimientos, de cualquier manera, eran ya muy distintos: la propaganda fue más matizada e incluso se dirigió a los medios culturales en donde podía anidar la disidencia. A los más rebeldes Andropov ya no los encarceló, hizo juzgar o envió a los campos de concentración, sino que les privó de la nacionalidad o los envió a clínicas psiquiátricas. También toleró que pudieran emigrar y también se lo permitió a los judíos (unos 250.

000 pudieron salir de la URSS). Incluso la KGB mejoró su imagen por el procedimiento de hacer propaganda de sí misma pero también persiguiendo a la corrupción. Sus competencias llegaron incluso a la administración de los fondos que utilizaba la URSS para subvencionar a los Partidos Comunistas de los países occidentales. Andropov fue siempre considerado como una persona enigmática que hacía pocas apariciones públicas, no gritaba y era, a la vez, temido y respetado. Su liderazgo siempre fue más bien tolerante, poco conflictivo y eficiente y su capacidad de trabajo prodigiosa, pero todo ello no permite decir en absoluto que fuera un reformador liberal. En muchos aspectos distó mucho de ser lo que luego sería Gorbachov: no dio la sensación de ser un populista, no apeló al ciudadano medio, no sugirió que tuviera un programa amplio de reformas y tampoco mostró ningún deseo de modificar la esencia de la política interna soviética. Sin embargo, en cierto sentido las declaraciones y discursos de Gorbachov tuvieron un antecedente en él. En el fondo, parecía haber sido muy consciente de la situación crítica en que vivía el sistema soviético y haber intentado ponerle remedio, pero lo hizo en una dirección mucho más tradicional que la que luego lo intentó el creador de la "perestroika". En ese sentido también podría decirse que el planteamiento de un programa de reformas era simplemente inevitable en la URSS, al menos a medio plazo.

No repudió a Breznev pero llevó una vida austera frente a la ostentación del entorno familiar de su antecesor. En el terreno económico -en el que se centraban principalmente las dificultades soviéticas- pareció haber sido mucho más consciente de la necesidad de adecuar precios a la realidad y reclamó una disciplina de trabajo que se había derrumbado durante la etapa del estancamiento. Su programa consistió en repetir una y otra vez que era necesario reforzar la producción y la disciplina de trabajo pero este tipo de invocaciones tenía una escasa posibilidad de resolver problemas profundos. Hubo casos de persecución a gestores administrativos como, por ejemplo, el más importante de la tienda de alimentación más grande de Moscú y el antiguo ministro del Interior. Pero estos casos ejemplares tampoco sirvieron para volver a la disciplina que había gestado el terror estaliniano. Por otra parte, Andropov no tenía formación en materias económicas o de agricultura. En política exterior protagonizó un cierto cambio por el procedimiento de dejar entrever que estaba de acuerdo en admitir una retirada de Afganistán. Es incluso posible que, de haberse atendido mejor a sus consejos en su momento, no se hubiera producido la invasión. Pero los cambios efectivos fueron escasos, entre otros motivos porque no hubo tiempo para llevarlos a cabo aunque hubieran podido ser positivos porque implicaban una cierta vuelta a la distensión. Aunque no quiso que las potencias árabes, por ejemplo, le obligaran a participar en un conflicto mundial no deseado, siguió armándolas, en especial a Siria.

Quiso mejorar las relaciones con China pero pronto descubrió la imposibilidad de ponerse de acuerdo porque ésta le pedía que Vietnam abandonara Camboya y la URSS se retirara de Afganistán y de Mongolia. Se mantuvo la tensión con Occidente por el despliegue de los misiles y en el momento de producirse la réplica de los países democráticos respondió con nuevas instalaciones pero también con una "ofensiva de paz" que presagiaba la política que luego mantendría la URSS en la etapa de Gorbachov. El derribo del avión sudcoreano que sirvió a Reagan para hacer una violenta requisitoria contra la URSS no fue, en cambio, un acontecimiento premeditado. La acción fue el resultado de una cadena de errores y de coincidencias desgraciadas: el avión se desvió por error y penetró el espacio aéreo enemigo donde fue tomado por espía. Las discusiones de la dirección soviética testimonian, sin embargo, la ausencia de una mínima compunción por los muertos. Los soviéticos descubrieron la caja negra del avión y hubieran podido dar cuenta de lo realmente sucedido y pedir disculpas, pero no lo hicieron. El problema principal de Andropov, casi inmediatamente después de llegar al poder, fue su propia salud. A los tres meses de llegar a la Secretaría General tuvo que someterse a diálisis por insuficiencia renal. A pesar de su mayor deseo de enfrentarse a la crisis del sistema soviético, por el estado de salud propio y de los suyos, se vio obligado a reducir la jornada de trabajo a tan sólo de 9 de la mañana a 5 de la tarde con un día de trabajo semanal en casa.

De los quince meses que estuvo en el poder, la mitad del tiempo permaneció en el hospital, donde recibía llamadas y leía papeles. Muerto en febrero de 1984, Andropov fue sustituido por Chernenko, lo que es bien expresivo de la situación crítica de la política soviética. A sus setenta y dos años Chernenko era una persona mediocre desde el punto de vista intelectual, muy cauteloso, muy titubeante al hablar y que carecía por completo de fuerza espiritual o física para desempeñar el poder, pues daba la sensación de que la había agotado en su totalidad en llegar al ápice del mismo. Nunca había tenido la responsabilidad suprema de ninguna parcela de la política o la Administración soviéticas hasta el momento de llegar a la Secretaría General. Habiendo sido el hombre de confianza de Breznev no consiguió siquiera ser elegido como su sucesor, tan patentes eran sus carencias; incluso después de haber desaparecido Andropov la dirección soviética tardó el doble de tiempo en proclamarle que a su predecesor. El general Ustinov hubiera preferido a Grishin o a Romanov y Gorbachov le acabó apoyando a base de pedir la unidad de todo el equipo dirigente e incluso puede decirse que su nombramiento no se explica sino por ir acompañado de un papel preminente suyo hasta el punto de que "Pravda" le describió como "el segundo secretario". Un diario parisino dijo de Chernenko que lo más notable en su persona era la carencia de cualquier cosa notable. En la práctica entregó a Gorbachov la dirección del secretariado del Comité Central, las cuestiones de agricultura y la comisión sobre Polonia, lo que equivalía a descargar sobre sus espaldas buena parte de las responsabilidades más graves que le correspondían al liderazgo soviético.

En el poder resultó, como parecía inevitable, extremadamente conservador y no hizo el menor intento para cambiar nada a pesar de que no podían ocultarse ya los signos de crisis. Aun así, por la inveterada práctica del culto al líder fue exaltado como si se tratara de un muy singular personaje histórico. Su papel en la Guerra Mundial había sido nulo y, sin embargo, se alabó su labor como modesto guardia de frontera. Breznev, al menos, había acabado la Segunda Guerra Mundial como general pero él no había hecho nada reseñado. Su mérito había sido ser el hombre de confianza de quien le promovió como encargado de agitación y propaganda en Moldavia pero toda su vida había demostrado una rotunda incapacidad de salirse de su línea burocrática. A las reuniones de la dirección soviética presentaba textos elaborados por la maquinaria del partido pero, en cambio, en las agendas de trabajo de Breznev aparecía mucho más que cualquier otro. Ni siquiera era tomado en serio, puesto que no tenía preparación en materias económicas, militares o de cualquier otro tipo verdaderamente relevante. Pero por su mesa de trabajo pasó una inmensa cantidad de papel a lo largo de muchos años. En sus trece meses en el poder testimonió una total apatía en la tarea de Gobierno. Sólo había viajado en dos ocasiones al exterior antes de ser dirigente soviético pero le cogió gusto a la política exterior. La mejor prueba reside en su voluntad de recibir a extranjeros y en su ansiedad de lograr un reconocimiento que le faltaba en el interior pero siempre demostró una total incapacidad para mezclarse con las masas, como luego haría su sucesor. Muy pronto dio cuenta de que su voluntad de perfeccionamiento del sistema era inexistente. En realidad, en mayor o menor grado, todos los dirigentes tenían conciencia de la situación que existía pero nadie parecía demasiado propicio o capaz para la reacción. La única excepción parecía Gorbachov pero, como comprobaremos, tampoco la suya fue una posición caracterizada por la lucidez.

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