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La guerra fue una auténtica catástrofe para los soviéticos en un grado aún mayor que para el resto de la Humanidad, como lo prueban los datos estadísticos. Se pudo calcular, en efecto, que durante el conflicto hubo dieciocho millones de muertos soviéticos, de los que siete fueron militares muertos en el campo de batalla; otros cómputos elevan el número de muertos hasta veintiséis millones. Otros datos no cuantitativos resultan todavía más expresivos que los que se derivan de las cifras de bajas: los niños que vivieron el sitio de Leningrado, por ejemplo, no pudieron nunca olvidar la experiencia padecida. La guerra, por otro lado, había estado acompañada de desastres económicos graves. La producción agrícola se redujo a la mitad y la producción de acero permaneció a un nivel todavía inferior. El hambre se instaló en la URSS durante la posguerra y, en 1947, debió reintroducirse la cartilla de racionamiento. Un total de más de veinte millones de personas habían perdido sus hogares. El hecho de que la URSS incrementara su extensión y su número de habitantes supuso, en realidad, más bocas que alimentar y en este sentido se puede decir que la victoria tuvo como consecuencia una multiplicación de las dificultades inmediatas, aunque también supusiera un engrandecimiento nacional. La guerra "patriótica" proporcionó a la URSS un Imperio en el exterior, pero mantuvo la sensación entre sus dirigentes, entre ellos de forma singular el propio Stalin, de que el régimen era demasiado débil aún como para que pudiera disminuir su presión totalitaria sobre el conjunto de la población.

La realidad es que verdaderamente el país tan sólo quería curarse de sus heridas mientras que la situación interior se caracterizaba por la estabilidad. Pero en la zona Oeste, la población había quedado sometida a la influencia de ideas venidas del exterior. Esto, junto con el hecho de que durante el período bélico se debería haber aflojado la tensión precedente, le dio a Stalin la impresión de que su trabajo de los años treinta había quedado destruido. Lo que intentó entonces el líder soviético fue reconstruirlo. Pero el tono de esta reconstrucción fue muy diferente de la época anterior. A fin de cuentas, con todo lo que tuvo de violencia y represión, lo sucedido en los años treinta había sido una aventura revolucionaria. Al final de los años cuarenta, lo que se produjo no fue de hecho otra cosa que una restauración. Merece la pena recordar, en efecto, que la misma denominación de instituciones como el Ejército, el Partido comunista y el Consejo de ministros se volvió más convencional y se sustituyeron denominaciones más propias de la época revolucionaria (como, por ejemplo, Fuerzas Armadas Revolucionarias, Partido bolchevique o Consejo de comisarios del pueblo). Por eso, supuso un menor grado de violencia en términos relativos, pero, al mismo tiempo, ésta fue más gratuita e innecesaria que en cualquier otro momento del pasado. Como se ha indicado, el final de la guerra en absoluto supuso la desaparición de la violencia física o del terror policial, sino que las medidas de este tipo se recrudecieron.

Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que había extensas zonas del país en las que el control del Ejército soviético no se había establecido de forma definitiva o en las que era preciso asentar el poder del régimen porque se trataba de nuevas incorporaciones territoriales. En tan sólo el mes de marzo de 1946 más de ocho mil "bandidos" fueron liquidados en Ucrania; aunque no puede negarse la posibilidad de que hubiera bandidismo por motivos sociales, lo más probable es que se tratara de guerrilleros independentistas. La pacificación de Ucrania se extendió hasta 1950, al tiempo que se mostraban profundos problemas agrarios en toda esta república. Por su parte, los cálculos hechos acerca del número de personas que fueron desterradas de los Países Bálticos inmediatamente después de la guerra oscilan mucho, desde las cien mil hasta las seiscientas mil personas, pero de cualquier modo las cifras resultan muy elevadas. En los campos de trabajo y en las colonias había en marzo de 1947 unos dos millones y medio de personas, pero a esta cifra hay que sumar los prisioneros propiamente dichos, condenados por delitos y encarcelados en prisiones, en las que a menudo no disponían de más de dos metros cuadrados por persona. En total, la cifra de condenados llegaría a unos cinco millones de personas, pero de acuerdo con otros cómputos pueden haber sido hasta unos ocho millones los confinados de una u otra manera en zonas inhóspitas. Existen testimonios concretos de cómo este terror policial se puso en marcha de cara a la población y de la nimiedad de los motivos por los que podían recibirse las penas.

Un oficial de artillería que había criticado en cartas privadas algunos aspectos del sistema político fue condenado a ocho años de trabajos forzados: se llamaba Alexander Solzhenitsyn y, con el tiempo, habría de convertirse en famoso escritor y narrador de la vida en lo que denominó como "el archipiélago Gulag". Los prisioneros soviéticos hechos por los alemanes habían sido tratados pésimamente pero, una vez se les repatrió, muchos de ellos fueron enviados a campos de concentración, aunque sólo fuera por haber tenido contacto con un mundo considerado pernicioso. Un joven que cortejaba a la hija del dictador sufrió cinco años de deportación "por ser espía británico" cuando, en realidad, durante la guerra no había hecho otra cosa que mantener un contacto profesional imprescindible, y aun ordenado por sus superiores, con oficiales de un país que era aliado de la URSS. Todo esto, como es lógico, tenía mucho que ver con el permanente temor de Stalin al contacto con el exterior. Mientras se producía esta primera restauración del régimen dictatorial, tenía también lugar la normalización de la vida material de la URSS. En el ritmo y el contenido de la misma hubo considerables diferencias. La reconstrucción industrial fue relativamente rápida. En 1948 se consiguió alcanzar el nivel productivo de 1940 y en 1952 se habían doblado las cifras de las producciones más importantes. Los inconvenientes más señalados los sufrió la industria de consumo, de modo que sólo en 1952 se recuperaron los niveles de preguerra.

El desarrollo seguía basándose, por tanto, en la acumulación de los esfuerzos en la industria pesada, pero eso tuvo graves inconvenientes en la vida del ciudadano. En 1948, el salario real se situaba en el índice 45 para 1928 = 100; en 1952, llegó hasta el 70, todavía muy lejano de la preguerra. Los esfuerzos para lograr una industrialización militarizada los pagó, por tanto, el ciudadano. De otro lado, la situación de la agricultura resultó, como fue siempre habitual en la URSS, mucho más difícil de abordar y conseguir darle una solución que implicara un crecimiento semejante al industrial. En 1950, apenas se llegó a una producción agrícola semejante a la de preguerra, mientras que el ganado era inferior en un 16-18% a las cifras precedentes. Los dirigentes políticos soviéticos tuvieron que ser tolerantes con respecto a los agricultores privados, especialmente en las zonas recién incorporadas al mundo soviético, como los Países Bálticos. En la dirección hubo amplias discusiones sobre los procedimientos de organización social de la producción. El "zveno" suponía de hecho dejar la iniciativa a las familias en el cultivo, lo que implicaba una especie de tolerancia respecto a la agricultura privada. Sin embargo, a partir de 1950 la utilización de las brigadas de trabajo, unidades mayores, supuso un mayor grado de colectivización. A pesar de ello, los reclutamientos de comunistas en el mundo rural se mantuvieron en unas cifras bajas, lo que parece un buen testimonio de la resistencia ante el partido.

En 1951, Kruschev defendió la creación de "agrovillas", especie de centros urbanos en el medio rural, donde viviría la población dedicada a obtener rendimientos del campo utilizando los medios proporcionados por una colectivización total. Ésta, sin embargo, fue siempre una fórmula que resultaba de muy difícil aplicación, por el simple hecho de que no había medios para construir tales ciudades. El proyecto resulta interesante, porque denota el persistente interés del poder por impulsar una colectivización muy mal aceptada por el medio rural. Al mismo tiempo que se reconstruía la vida material del país, se reelaboraba también la fundamentación ideológica del régimen. Ya hemos visto los procedimientos utilizados para asimilar a las nuevas incorporaciones territoriales a la URSS. En la posguerra se mantuvo e incluso se acrecentó la exaltación de lo ruso. Rusia aparecía designada en los textos oficiales como "la nación dirigente de la URSS" y era presentada como una especie de "hermano mayor" de la Federación, mientras que, al mismo tiempo, se producía el repudio sistemático de los llamados "nacionalismos burgueses". En realidad, pese a que habían desaparecido las causas mínimamente objetivas para argumentarlas, prosiguieron las deportaciones de pueblos enteros por sospecha de infidelidad. En 1946, fueron deportados chechenos, ingushetios y tártaros. La república autónoma de los dos primeros pueblos fue borrada del texto de la Constitución -e incluso de todos los textos oficiales- y Crimea se vio convertida en una región, cuando hasta entonces había sido una república autónoma.

Se produjeron pocas protestas contra esta política centralista y rusificadora, pero en ocasiones resultaron sonadas, aunque nuestro conocimiento de ellas es limitado. Parecen haber sido especialmente significativas en la república federada musulmana de Kirghizia durante los años cuarenta y en Georgia en 1952. Se dio la paradoja de que la Constitución soviética fue modificada en 1946 para permitir la entrada de Bielorrusia y Ucrania en la ONU como miembros de pleno derecho, pero los puestos clave en el partido y en las fuerzas de seguridad siguieron estando en ambos países controlados por elementos rusos. Junto a la centralización, otro rasgo muy característico de la restauración de la posguerra fue el culto a la personalidad. En los años finales de su vida Stalin, acentuó sin justificación alguna sus pretensiones de ser un gran teórico, quizá con la idea de perdurar en el futuro como tal. Eso es lo que explica que veinte millones de ejemplares de obras suyas fueran difundidos y que, entre 1945 y 1953, se escribieran unas quinientas cincuenta obras acerca de sus aportaciones doctrinales en los más diversos campos. A diferencia de Mao, no se hizo proclamar a sí mismo "el poeta más grande de los tiempos modernos", pero, cuando se procedió a modificar el himno nacional de la URSS, la letra hizo alusión a su persona y no, en cambio, al propio Partido Comunista. En el terreno histórico, se estableció una muy poco disimulada comparación entre la figura de Stalin e Iván el Terrible, manifiesta, a título de ejemplo, en una película realizada por el conocido director Eisenstein, a la que, sin embargo, el dictador opuso varios reparos.

De acuerdo con esta interpretación, al igual que en el caso de aquel zar, las informaciones venidas de fuera sobre el personaje serían puras y simples difamaciones mientras que las peculiaridades de lo sucedido en ese momento de la Historia se explicarían por hallarse Rusia rodeada por enemigos de todo tipo. La dureza empleada por el zar habría sido una exigencia derivada de la imprescindible construcción de un Estado nacional, mientras que las masacres y otros excesos que habrían tenido lugar habrían sido ignoradas por el propio Iván. Así, la comparación, como puede comprobarse, resultaba claramente exculpatoria para Stalin. Otro aspecto de la restauración de la dictadura consistió en apartar de cualquier responsabilidad política a quienes pudieran hacer sombra al propio Stalin. El Ejército soviético estaba aureolado por el prestigio de la victoria y potencialmente podía convertirse en un cuerpo social autónomo. El mariscal Zhukov era, para la población, no sólo quien había defendido Moscú sino el que había conquistado Berlín. El Ejército no había tenido nunca en Rusia una tradición directamente intervencionista en la política, pero sí había tenido un destacable grado de influencia sobre los cambios producidos en este terreno. En consecuencia, lo primero que Stalin hizo una vez acabada la guerra fue poner al Ejército en su sitio: por ello, hizo desaparecer del panorama público el mariscal Zhukov. Los procedimientos seguidos para anular el peligro de una influencia militar consistieron en la integración del Ejército en el partido, la separación de los jefes militares, relegados algunos de ellos a guarniciones lejanas, y la despersonalización en las explicaciones emocionales acerca de la guerra.

La batalla de Berlín fue atribuida a Stalin y no a Zhukov, en flagrante violación de la veracidad histórica. Finalmente, también en materia cultural se produjo una restauración, consistente en someter todas las ciencias -e incluso la creación literaria o artística- a los principios del marxismo-leninismo en su versión estalinista. Zdanov fue el representante más caracterizado de esa voluntad de radical intervencionismo de la política en la cultura y el encargado de que se llevara a cabo. En el terreno de la creación, los máximos extremos de este fenómeno fueron la oda al plan forestal que se vio obligado a componer Shostakovich y la frase de Mandelstam en la que afirmaba que en ningún otro país se daba tanta importancia a la poesía como en la URSS, "pues se podía morir como consecuencia de un verso". La poetisa Ajmatova, cuyos dos maridos sucesivos habían sido eliminados por Stalin, fue considerada heterodoxa por su supuesta literatura "decadente". En realidad, cualquier fórmula que se identificase con la dedicación exclusiva a los propios sentimientos y se alejara de la fórmula estereotipada del "realismo socialista" podría sufrir idéntico destino. Prokofief y Shostakovich fueron, en consecuencia, convocados para dar lecciones de música "comunista". Finalmente, los dos, junto con Jachaturian, fueron condenados, acusados de mantener tendencias "decadentes". La "zdanovtchina", es decir, la influencia del dirigente comunista Zdanov sobre el mundo intelectual, nació también de un temor profundo ante la atracción que los integrantes del mismo sentían por el mundo cultural e intelectual de Occidente.

En consecuencia, se produjeron duros ataques del mundo oficial contra el formalismo o el esteticismo como expresiones contrarias al "espíritu de partido" o demasiado vinculadas con el mundo occidental y, sobre todo, desde de 1949 se condenó el "cosmopolitismo". Lo verdaderamente nuevo de este período del estalinismo, con respecto a la preguerra, fue, en efecto, la radical hostilidad a cuanto significara contacto con el exterior y, en especial, con Occidente. Stalin convirtió, así, el "cosmopolitismo" no sólo en algo a evitar o en un defecto, sino incluso en un delito perseguible y penable por la autoridad. En el terreno científico, se procuró la identificación absoluta con la ortodoxia política de las más variadas teorías científicas. En dos terrenos concretos el intento de hacerlo fue particularmente acerbo. En la lingüística, el propio Stalin intervino en contra de Marr, un especialista que había muerto hacía quince años y cuya ortodoxia era tanta que había defendido la tesis de que la lengua era un fenómeno de clase. En botánica, Lyssenko tuvo a su favor, desde el punto de vista de los intereses del régimen, el hecho de que prometía una excepcional capacidad de desarrollo futuro para la agricultura soviética. En realidad, se trataba tan sólo de un detractor de las leyes mendelianas a las que calificaba de "burguesas". Sus teorías eran puras patrañas nacidas de otorgar a los fundamentos del marxismo-leninismo una virtualidad en materias botánicas, de las que carecía por completo.

Lo que sorprende no es tanto que este tipo de personajes pudiera existir, como que sus tesis fueran aprobadas y luego promovidas por el Comité Central o el secretario general del partido como la única fórmula compatible con la ortodoxia. El propio Stalin polemizó sobre cuestiones de lingüística con los especialistas y patrocinó supercherías como las de Lyssenko. Por la misma época atribuyó a Rusia, con nulo fundamento, la mayor parte de los inventos de la ciencia moderna. Ésa es la mejor prueba de que el nacionalismo estuvo muy vinculado con los propósitos de restauración ideológica. Hubo también discusiones en materia económica sobre las perspectivas de desarrollo del capitalismo. El economista Varga defendió la idea de que el sistema capitalista se había readaptado, por lo que no cabía esperar un inminente colapso del mismo y que no pretendía mantener al mundo comunista en una situación de perpetua tensión. El propio Stalin respondió a estas tesis en 1952. Más que discutir las tesis de fondo de Varga -que eran evidentes pero que parecían poner en cuestión la actitud del régimen ante la guerra fría- afirmó que la URSS debía aprovechar el momento en que la presión capitalista era menor para avanzar a pasos agigantados en su desarrollo económico. Las tesis de Varga fueron condenadas pero, a diferencia de lo que hubiera sucedido en los años treinta, quien las había enunciado no fue liquidado. Este dato mismo tiene importancia como indicio.

Los años que mediaron entre 1945 y 1950 vieron en la URSS una curiosa mezcla de reajustes hacia una restauración de la dictadura idéntica a la preguerra y de tolerancias. No hubo un sistema de terror tan absoluto como en los años treinta y eso tuvo como consecuencia que algún discrepante, como Varga, pudiera sobrevivir. Pero, con el paso del tiempo, la tendencia manifestada fue hacia un retorno a la dureza dictatorial. Así se aprecia en la vida interna del partido y en lo que podemos intuir merced al conocimiento de las luchas en el seno de la clase dirigente. En la posguerra tuvo lugar una transformación del PCUS que había crecido mucho: debió ser purgado y, a continuación, a partir de 1947 se le dejó crecer de nuevo pero sometido a muchos más filtros. A los miembros del partido se les exigió, ante todo, un talante personal basado en la lealtad. El partido "no necesitaba talento sino fidelidad", dijo Stalin, en una frase que resulta muy expresiva de su mentalidad y de las características de su régimen. Mientras tanto, continuaban las luchas en el seno de la dirección del PCUS, aunque ahora quien resolvía era siempre Stalin. En la posguerra, los antiguos dirigentes -como Molotov y Kaganovich- perdieron influencia frente a los nuevos, como Malenkov. Personalidad dotada de gran capacidad administrativa, en 1946-7 perdió a su vez influencia paralelamente al ascenso de Zdanov pero, cuando éste murió, en 1948, recuperó su poder y, en alianza con Beria, consiguió la liquidación de los seguidores de su adversario.

Si en este enfrentamiento cabe descubrir una sucesión de alternativas, en otro -el desplazamiento de la generación mayor- resulta mucho más clara la tendencia general. En 1949, Molotov, Vorochilov y Mikoyan perdieron sus carteras. La mujer de Molotov, acusada de sionista, fue detenida, torturada y enviada a Siberia. Pero si Stalin se apoyaba en la nueva generación, quería mantenerla dividida. Kruschov fue promovido para evitar que la influencia de Malenkov resultara indiscutida. El sistema estalinista seguía siendo el mismo que en la época de las purgas de los años treinta, pero ahora éstas no se llevaban a cabo en el conjunto del partido, sino que tan sólo afectaban al núcleo dirigente y eran menos sangrientas que antes. La línea de tendencia en la evolución política se puede reconstruir partiendo de que a partir de un determinado momento se resolvió el titubeo entre el recuerdo de las concesiones de la época bélica y la restauración de la dictadura de los años treinta. En 1950, todas las concesiones a la población fueron ya superadas. Voznesenski, defensor de una estrategia de tolerancia con respecto a los campesinos, fue eliminado y a continuación fusilado, sin que se sepa a ciencia cierta si ello fue debido a la postura que había mantenido. Era la primera vez, después de las grandes purgas, que un miembro del Politburó era condenado a muerte y eso mismo ya supuso una advertencia para todos los dirigentes.

Al mismo tiempo, se aplicaba una conversión del rublo, que sirvió para que los campesinos perdiesen los beneficios que habían obtenido de sus ventas en el mercado negro. A estas alturas, la URSS había superado el nivel de producción de la preguerra en sectores clave, como el carbón, el hierro, el acero, el petróleo y la electricidad. En 1949, la URSS dispuso de una bomba atómica rudimentaria y en 1953, de un prototipo de bomba de hidrógeno. Tenía, al mismo tiempo, problemas muy agudos en el campo: la cosecha de 1952 tuvo un nivel inferior a la de 1929, que, a su vez, había sido inferior a la de 1913. Pero ya la URSS se había convertido en una superpotencia mundial, con intereses en todos los puntos del globo.

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