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La peste negra llegó a Europa desde el exterior. En concreto desde el Continente asiático. Nuestros conocimientos apuntan hacia el territorio chino de Yunnan como foco endémico de la enfermedad. Allí contrajeron el mal, según todos los indicios, los mongoles, propagándolo posteriormente hacia las mesetas de Asia Central, previsiblemente hacia los años 1338-1339. El lugar en donde se produjo el contagio con los europeos fue la ciudad de Caffa, colonia genovesa situada en la península de Crimea. Todo sucedió con motivo del ataque efectuado por los mongoles contra la mencionada ciudad. Entre los asaltantes había soldados enfermos, causantes de la transmisión del mal a los genoveses instalados en Caffa. Después, la epidemia se difundió hacia el Occidente, por medio de los marinos genoveses enfermos que viajaron a través del Mediterráneo. Uno de los primeros territorios afectados por la peste fue la isla de Sicilia. Allí, según el testimonio del cronista Michel de Piazza, "a comienzos del mes de octubre del año de la Encarnación del Señor de 1347, llegaron al puerto de la ciudad de Mesina doce galeras (genovesas). Los genoveses transportaban consigo, impregnada en los huesos, una enfermedad de tal naturaleza que todo el que hubiera hablado con alguno de ellos habría sido alcanzado por el mal. La enfermedad provocaba una muerte inmediata, absolutamente imposible de evitar". Los siguientes hitos alcanzados por la peste negra fueron las islas de Cerdeña y Córcega.

En la primera mitad del año 1348 el mal estaba presente en casi toda Italia, una gran parte de Francia y los territorios de la Corona de Aragón. Entre julio y diciembre de 1348 la epidemia se propagó al noroeste de Francia , zonas meridionales del Imperio germánico, sur de Inglaterra, Corona de Castilla y Reino de Portugal. En 1349 seguía el viaje macabro de la enfermedad hacia el norte de Europa, extendiéndose por las zonas germánicas e inglesas, que hasta entonces habían permanecido ajenas a la misma. Paralelamente, la peste hacía acto de presencia en el mundo escandinavo. Los últimos territorios europeos alcanzados por la epidemia fueron Suecia y Rusia, lo que sucedió en el año 1350. Pero sus efectos aún continuaban en el sur de Europa, pues en ese mismo año moría en el cerco de Gibraltar, víctima de la peste negra, el rey de Castilla Alfonso XI. "Et fue la voluntad de Dios que el Rey adolesció, et ovo una landre", leemos en la crónica que relata la vida del mencionado monarca. La peste se presentaba bajo diferentes formas. La más conocida, a tenor tanto de los testimonios literarios como de los iconográficos, es la bubónica, llamada así porque en el enfermo aparecía un bubón (ganglio linfático abultado) en la ingle, la axila o el cuello. Así se expresaba Bocaccio en su "Decamerón": "al empezar la enfermedad les salían a las hembras y a los varones en las ingles y en los sobacos unas hinchazones que alcanzaban el tamaño de una manzana o de un huevo.

La gente común llamaba a estos bultos bubas. Y en poco tiempo estas mortíferas inflamaciones cubrían todas las partes del cuerpo". La variedad pulmonar, que afectaba al aparato respiratorio, era menos espectacular en sus manifestaciones externas. La variedad septicémica, sin duda la más grave para el enfermo, se acompañaba de hemorragias cutáneas con placas de color negro azulado, lo que explica la denominación de negra que se da con carácter general a la epidemia (peste negra o muerte negra). En cuanto a los síntomas de los afectados por el morbo nos consta que después de una etapa de incubación aparecían fiebre alta, nauseas, sed y una extrema fatiga. Conviene no olvidar, por otra parte, que la peste, cuyo agente patógeno era la bacteria "Pasteurella pestis", era básicamente una enfermedad de los roedores, que se transmitía a los seres humanos, mediante su inoculación en el sistema linfático, por intermedio de un parásito, la pulga de la rata. Las especiales condiciones de temperatura y de humedad que requiere para vivir el parásito citado explican que la peste, al menos en sus variedades bubónica y septicémica, irrumpiera en los meses cálidos y, por lo general, después de haber tenido lugar importantes precipitaciones. En cualquier caso es evidente que las condiciones en que vivían los seres humanos en la Europa del siglo XIV, particularmente en los núcleos urbanos, en donde abundaban las ratas, y la elevada promiscuidad era moneda corriente, facilitaban el contagio de la enfermedad.

No obstante, los europeos de mediados del siglo XIV, aunque ignorantes lógicamente de la interpretación científica del mal que padecían, buscaron una explicación de la epidemia, sacando a colación los más variopintos argumentos. Podía simplemente buscarse un chivo expiatorio, al que culpar de las desgracias padecidas. ¿Por que no acusar a los leprosos o mejor aún a los judíos, al fin y al cabo un grupo marginado de la sociedad, tachado de numerosas lacras y sobre el que pesaban gravísimas acusaciones históricas, como la de haber dado muerte a Cristo? De acuerdo con esa explicación ellos habrían envenenado las aguas y corrompido el aire. De todas formas ese punto de vista, aunque fácilmente asumido por las capas populares, debido a su notorio carácter demagógico, fue rechazado por las autoridades de la época. En su lugar se ofrecieron otras posibles explicaciones del origen del morbo. Una de ellas tenía un sustrato ético: la peste negra era simplemente un castigo enviado por la divinidad como respuesta a los pecados cometidos por los humanos. Pero también se barajó otra hipótesis, de carácter astrológico: la epidemia quizá era una consecuencia de una fatal confluencia de los astros. Oigamos a los testigos. Bocaccio dudaba entre las dos últimas hipótesis. La peste negra se difundió, nos dice el escritor italiano, "fuera por la influencia de los cuerpos celestes o porque nuestras iniquidades nos acarreaban la justa ira de Dios para enmienda nuestra".

Un texto muy diferente del anterior, proveniente de la Corte pontificia de Aviñón, las "Vitae Paparum Avinonensium", apuntaba en la misma dirección, pues, tras rechazar la culpabilidad de los judíos, también mantenía sus dudas entre la explicación astrológica y la de carácter ético: "Corrió el rumor de que algunos criminales, y en particular los judíos, echaban en los ríos y en las fuentes veneno. En realidad la peste provenía de las constelaciones o de la venganza divina". Los universitarios de la época, por su parte, ponían el acento en la idea de que la epidemia había tenido su génesis en una determinada conjunción planetaria. Así, por ejemplo, el cirujano Guy de Chauliac, una persona de gran prestigio en su época, afirmaba que la causa del morbo se encontraba en la coincidencia de los planetas Saturno, Júpiter y Marte en un determinado día del año 1345. Era la interpretación académica, lo que explica que fuera, a la postre, la que gozara de mayor predicamento.

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