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La conflictividad social, qué duda cabe, no había faltado en los periodos anteriores de la Edad Media, pero es indiscutible que en el transcurso de los siglos XIV y XV conoció una virulencia inusitada, de la que den fe los testimonios conservados de aquel tiempo. Por lo demás, en dicha época las luchas sociales tuvieron un amplio alcance desde el punto de vista territorial, pues se propagaron por todo el Continente europeo, desde Escandinavia hasta la Península Ibérica y desde Inglaterra hasta Bohemia. Ciertamente esa conflictividad adoptó formas muy diversas, tanto por sus protagonistas como por los cauces específicos que adoptó. No obstante, hay un aspecto esencial que recorre prácticamente todos los conflictos que se sucedieron en Europa en los últimos siglos de la Edad Media: la participación, como agentes principales de las luchas sociales, de los sectores populares, ya fueran éstos del ámbito rural o del urbano. La aludida conflictividad respondía, en ultima instancia, a la existencia de grupos sociales con intereses claramente contrapuestos. En el medio rural el conflicto potencial es el que enfrentaba a los campesinos con los señores territoriales, bajo cuya jurisdicción se encontraban. En los núcleos urbanos la dicotomía entre la aristocracia y el común ofrecía asimismo las condiciones apropiadas pare el choque.

Ahora bien, esa estructura social, plasmada en la existencia de clases antagónicas, no era una creación del siglo XIV, sino que había sido heredada del pasado. ¿Por qué, entonces, se agudizaron las contradicciones sociales en los siglos XIV y XV? Sin duda la respuesta hay que buscarla en la crisis bajomedieval, que fue la que generó las circunstancias idóneas pare acentuar los enfrentamientos. De todos modos es preciso huir de una explicación simplista, que vea en las revueltas populares sin más los estallidos típicos de una época dominada por la miseria. No cabe duda de que en los malos años, con su cortejo de catastróficas cosechas y de posibles hambrunas, la desesperación de los desheredados favorecía, lógicamente, la explosión social. Pero no es menos cierto, asimismo, que en los movimientos populares del mundo rural una parte importante les cupo a los campesinos de mejor posición económica, quejosos del marasmo de los precios de los granos. Por otra parte, la presión fiscal, particularmente notoria en aquellos países que se enfrentaron directamente en la guerra de los Cien Años, es decir, Francia e Inglaterra, fue un factor muy destacado a la hora de explicar la génesis de los conflictos. ¿Cómo olvidar, por otro lado, la reacción popular ante la práctica frecuente, por parte de los grandes señores territoriales, de los malos usos? Pero las luchas sociales no fueron exclusivas del ámbito rural.

También las hubo en las ciudades, por más que siempre puedan mencionarse algunos ejemplos de núcleos urbanos que escaparon a dichos conflictos. Tales fueron los casos, por ejemplo, de ciudades tan significativas como Venecia, Burdeos o Nuremberg. Mas la tónica dominante de la mayoría de las urbes, en los siglos finales de la Edad Media, fue la acentuación de la conflictividad social. Los sectores populares de las ciudades, en términos generales, estaban explotados desde el punto de vista económico por las minorías rectoras, pero al mismo tiempo estaban excluidos del acceso al poder político local, claramente oligarquizado. Ahí se encontraban las claves de la mencionada conflictividad.

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