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El proceso de consolidación de la Monarquía bohemia, que había arrancado de la segunda mitad del siglo XIII, fue bruscamente interrumpido por la muerte de Wenceslao III (1306). Tras el deceso del rey se sucedieron una serie de enfrentamientos por la Corona entre el emperador Alberto y Enrique de Carintia. Este último, elegido emperador a la muerte de Alberto (1308), consiguió imponer en el trono bohemio a su hijo Juan de Luxemburgo, gracias al apoyo del clero nacional. Juan I (1310-1346), que contaba con tan sólo catorce años, dejó el gobierno del país en manos de los grandes feudatarios checos, entre los que destacaba Enrique de Lipá. La legitimación de la nueva dinastía se reforzó con el compromiso matrimonial entre Juan y la princesa Eliska, hija del rey Wenceslao II. Esta, descontenta con la continua concesión de privilegios en favor la alta nobleza, se enfrentó en 1319 con el propio rey, quien encarceló a la reina en Praga, desde donde partirá al exilio en Baviera en 1323. Juan, desinteresado por los problemas de política interna, se dedicó a participar en diversos proyectos expansionistas, algunos de ellos coronados con el éxito (incorporación de la Alta y Baja Lusacia, 1322) y otros destinados al más rotundo de los fracasos (campañas en el norte de Italia, 1330-1333). El rey fue delegando poco a poco su autoridad en su hijo Wenceslao, rebautizado con el nombre de Carlos en honor de la Corona francesa, aliada de los Luxemburgo.

Carlos, casado con Blanca de Valois, fue nombrado margrave de Moravia y, tras la muerte de su padre en la batalla de Crecy (1346), subió al trono de Bohemia. Carlos IV (1346-1378), emperador de Alemania desde 1355 gracias a la ayuda del Papado, trató de consolidar el Reino bohemio como base patrimonial de su familia. Incorporó al territorio nacional algunos castillos y dominios bávaros, así como el margravado de Brandeburgo (1373). En 1356, con la promulgación de la Bula de Oro, consiguió para Bohemia una situación de privilegio dentro del Imperio, al alcanzar el rango de electorado y el carácter de monarquía hereditaria. Su política interior estuvo marcada por la lucha contra las principales familias de la nobleza checa, que recibieron un duro golpe con el edicto conocido como "Maiestas Carolina", con el que proclamaba la superioridad real sobre los grandes feudatarios. Bajo su mandato, Praga, ciudad arzobispal desde 1344, se convirtió en la auténtica capital del Imperio. En 1348 se puso en marcha un plan de reorganización urbanística de la ciudad, por el que las tres villas que constituían el primitivo enclave quedaron unidas a través del puente de piedra. La Corte carolina y la universidad, fundada en 1348, se convirtieron en centros de acogida de importantes artistas, literatos e intelectuales, entre los que descolló Petrarca. Del periodo carolino datan las principales obras del gótico bohemio, como son la iglesia de San Guido (Praga) o la arquitectura del maestro Pedro Parler de Gmünd.

Carlos IV repartió sus dominios patrimoniales entre sus hermanos e hijos. Su hermano Juan Enrique obtuvo Moravia, heredada más tarde por sus hijos Procopio y José; sus hijos Juan, Wenceslao y Segismundo heredaron, respectivamente, Lusacia, Bohemia y Brandeburgo. Wenceslao IV (1378-1419), rey de Bohemia y emperador de Alemania, inició su mandato con el enfrentamiento con el arzobispo de Praga, Juan de Jenstejn, surgido a raíz del Cisma de Occidente. Dicha dispute, conducida por la vía de las armas desde el año 1384, desembocó en el asesinato del vicario general del arzobispo, Juan de Pomuk, y en el exilio forzoso del prelado en Roma (1396). Los grandes de Bohemia, acaudillados por el linaje de los Rozmberk, aprovecharon la situación de crisis para rebelarse contra el poder monárquico en 1394. La rebelión, apoyada por algunos miembros de la familia Luxemburgo como el margrave José de Moravia o el mismísimo hermano del monarca, Segismundo, triunfó, y Wenceslao IV se vio obligado, tras sufrir prisión en Praga, Krumlov y Viena, a conceder nuevos privilegios a la alta nobleza y a eliminar a la burguesía y a la baja nobleza de los órganos rectores del gobierno. Estos problemas internos provocaron la caída de Wenceslao como emperador, sustituido por su hermano Segismundo en 1400. La situación crítica que vivían las instituciones bohemias junto a la influencia de otros fenómenos (poderío económico de la Iglesia nacional, enfrentamiento entre alta y baja nobleza, efervescencia social de las ciudades, presión señorial sobre el campesinado, focos heréticos en el sur del país, proliferación de los predicadores populares, etc.) fueron el caldo de cultivo idóneo para el estallido de una revuelta política, social y religiosa como la husita.

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