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Aunque las noticias sobre el día a día de los campesinos medievales son muy escasas, vamos a intentar mostrar una imagen bastante generalizada de la vida diaria de estos hombres y mujeres. La vivienda de los campesinos dependía de las condiciones naturales de la región, pudiendo estar construida en madera, piedra o adobe. Solía estar constituida por una amplia habitación que era compartida por la familia y el ganado, siendo también utilizada como granero. El fuego y la chimenea definían el hogar. Los techos de paja, los permanentes humos del interior, las filtraciones, los incendios o las inundaciones dotaban de gran debilidad a los alojamientos. Resulta curioso saber que el campesino que quisiera marcharse de una aldea podía llevarse parte de su casa como aparece en el fuero de la localidad leonesa de San Llorente del Páramo, donde se establecía que si en un plazo de nueve días no había podido vender la vivienda "tome todo su mueble et las puertas e la meetat de la techumbre de sus casas". A lo largo de los siglos XIII y XIV se experimentan novedades en las viviendas como la edificación sobre pilastras que dotaban de consistencia a la edificación y la creación en el interior de la casa de una estancia apartada de los animales y los humos. El mobiliario era muy escaso y los pocos muebles que adornaban la casa eran de apariencia tosca. La mesa era el principal objeto y debía ser tan grande como para permitir que toda la familia se dispusiera a su alrededor, sentada en bancos. Ganchos de madera donde colgar los escasos vestidos y estantes para depositar objetos eran otros elementos del mobiliario. Las camas no existían, durmiendo habitualmente sobre paja extendida en el suelo o utilizándose también jergones embutidos en paja. La alimentación campesina podría considerarse como algo monótona. El alimento fundamental era el pan al que se acompañaba de otro tipo de productos denominados "companagium". La carne de cerdo y los embutidos serán los principales acompañamientos así como las aves de corral y la caza. Leche, queso y mantequilla tendrían un importante papel en la dieta junto a las legumbres, verduras y frutas. Coles, judías, guisantes, lentejas, nabos, manzanas, cerezas, ciruelas, fresas y peras serían las más consumidas mientras que el pescado no ocupaba un determinante lugar, excepto en los momentos que la religión exigía abstinencia carnal. El vino era la bebida favorita en el ámbito mediterráneo mientras que la cerveza se consumía en el centro y norte de Europa. Agua, mosto de manzanas e hidromiel completarían el capítulo de bebidas.
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Si, como hemos dicho antes, el panorama de la estructura familiar europea es muy complejo, no pudiéndose establecer un tipo dominante, de igual modo ocurre cuando nos adentramos en el mundo de la vivienda. En verdad, no podía ser de otra forma dado que, en última instancia, ésta no es sino el espacio fijo que cobija a aquélla. No obstante, podemos dibujar unas líneas generales sobre las que luego acoplar todas las diferencias culturales que se quiera. Una de esas líneas nos señala que la evolución de los hogares a lo largo de la Edad Moderna tiende a reflejar la que se produce en el concepto y en el seno de la familia así como la de los usos sociales. Sobre ello, el nivel social y el carácter rural o urbano de cada ámbito geográfico introducirán nuevos caracteres específicos, si bien este segundo criterio diferenciador da lugar sólo a modificaciones muy someras, apenas apreciables, en el caso de los estratos superiores entre los que las obligaciones sociales, homogéneas e independientes del lugar donde se viva, resultan más determinantes a la hora de repartir el espacio. Hasta el siglo ilustrado la distribución interna de las casas, desde los palacios a las más humildes, se caracterizaba por una mezcla de funciones congruente con el modelo de sociabilidad vigente. Las habitaciones, cuando había más de una, solían tener pequeñas dimensiones, comunicarse entre sí y carecer de un destino preciso, salvo la cocina, instalada siempre sin grandes refinamientos y capaz, por regla general, de procurar alimentos a un número limitado de comensales, lo que obligaba a adquirir las viandas en el exterior cuando había concurridas recepciones. En las que podíamos denominar salas de estar se desarrollaban a diario todo tipo de actividades: comía la familia sobre caballetes plegables, se recibía a las visitas, se bailaba, se trabajaba y se dormía. La cama, o camas, estaban colocadas en la esquina, o esquinas, reinando la promiscuidad de edades y sexos. Una promiscuidad que apenas se consigue evitar con la colocación de doseles o cortinas que aíslen el lecho conyugal de las miradas y protejan la intimidad de la pareja. En los hogares humildes, todo se reducía a una única pieza. A partir del Setecientos se produce una importante reorganización del espacio interior de las casas, que empieza, cosa obvia, en las grandes mansiones nobles o burguesas, donde va a ser más notable. El hecho lo encontramos unido en íntima relación mutua causa-efecto con el creciente gusto por la intimidad, la discreción, el aislamiento, origen de la idea de confort que se dice aparece también ahora y del gusto por los jardincitos privados, o closes, lugares de citas amorosas legítimas e ilegítimas. Asimismo se vincula a la separación cada vez más clara de la vida privada, profesional y mundana de los individuos, a las que van reservándose lugares específicos e incluso horas concretas durante el día. Ya no va a ser costumbre las visitas de amistad o negocios a cualquier hora, como antes, sino en momentos determinados y mediando cartas antes de ellas. Las consecuencias de todo esto son varias. Primera, la independización de las habitaciones que dejan de abrirse unas a otras para hacerlo sobre un pasillo que las comunica. Segunda, su especialización funcional, que enriquecerá el vocabulario con que se las designa a fin de nombrarlas con mayor precisión. La sala será en adelante el lugar amplio donde se recibe a las visitas y se hacen las celebraciones. Por oposición, el dormitorio, o alcôve, denominación antigua del espacio lindante con el lecho, pasa a ser el lugar donde se coloca la cama junto a los utensilios de higiene y la toilette. En él tiene lugar la vida afectiva de la pareja o se busca el favor de las mujeres galantes. El cabinet, llamado también despacho, biblioteca, estudio, es el espacio reservado a la lectura, la oración y las citas amorosas. En su interior se encuentran los libros y el varón viste en él el traje de doctor o ropa talar, sustituida poco a poco por el traje de corte. La palabra cabinet designa, asimismo, a un mueblecito de cajones, ricamente decorado con escenas erótico-religiosas, usado para guardar secretos. A los femeninos se les atribuyen poderes eróticos. Los sirvientes tienen asignados, igualmente, lugares concretos que no pueden abandonar, acostumbrando las señoras a llamarlos mediante una campanilla.
monumento
También conocido como Palacio de los Acantilados, fue descubierto en 1888 por dos vaqueros que buscaban una parte de su rebaño perdido. A pesar de su nombre no se trata de un palacio sino de un asentamiento para cerca de 150 personas. Existe poca evidencia de los estratos sociales pero parece haber sido una sociedad igualitaria o matrilineal. La cueva brindaba refugio contra la lluvia y la nieve, y su orientación hacia el sur proveía de calor solar durante el frío invierno y de sombra durante el verano. También tenía características defensivas, aunque los arqueólogos no se ponen del todo de acuerdo acerca de este punto. Estaba situado en el extremo sur del Parque Nacional de Mesa Verde, en el estado de Colorado. Su compleja construcción, excavado en un acantilado de piedra rojiza, representa no sólo un modelo de arquitectura defensiva sino también ecológica, ya que los anasazi, sus creadores, aprovecharon la orientación de las casas para recibir el máximo de horas de Sol en invierno y el mínimo en verano. El Palacio de los Acantilados contaba con 217 habitaciones y estuvo ocupado entre los siglos XI - XIII. Las casas eran cuadradas o circulares, perfectamente adaptadas a la orografía y, en su parte frontal, tenían un patio. También han aparecido pequeñas kivas, en concreto 23, que los hombres utilizaban como lugar de reunión. El material de construcción utilizado fue la piedra arenisca. El palacio tenía cuatro niveles habitacionales, con el nivel superior como almacén. La estructura más alta era una torre cuadrada.
obra
La mayor parte de las casas ibéricas son de pequeño tamaño y no muchas habitaciones, aunque tampoco en este aspecto puede establecerse una norma fija. Es frecuente que una de las habitaciones sea relativamente grande, contando con hogar, banco, etc., y que la otra sea más pequeña; la primera serviría de vivienda habitual y la segunda sería una dependencia de servicio, posiblemente un almacén. La mayor parte de las casas ibéricas están construidas con muros de adobe sobre un zócalo de piedra y presentan un revestimiento de arcilla encalada. Podían tener umbrales de entrada, hechos en piedra, arcilla o adobe, o en piedra revestida de arcilla, y en su interior existían hogares y bancos de diverso tipo, casi siempre de arcilla o de adobe, o bien de arcilla sobre una base de piedra; en ocasiones, los hogares podían tener capas intermedias de fragmentos cerámicos y pequeños guijarros, que tenían la finalidad de conservar el calor más allá de lo que lo haría la simple arcilla. Los vanos de las puertas podían estar reforzados por postes, que en ocasiones servían también para sostener la cubierta. Esta era de ramas, recubierta por una capa de arcilla, todo ello sobre un entramado de palos, de lo que han quedado algunos restos, sobre todo en forma de improntas de barro con huellas del ramaje. Por regla general, las viviendas eran de un solo piso, aunque tenemos constancia en algunos casos de la existencia de otro superior, como ocurre en El Palomar de Olite (Teruel) o El Puig de la Nao (Castellón); en este último caso, se accedía a él por medio de una escalera adosada a la fachada de la casa.
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La forma de las casas tradicionales africanas varía a lo largo del continente. Generalmente cada casa integra un conjunto de edificios o habitaciones, rodeados por una cerca. Las viviendas de los nupe, de Nigeria, son conjuntos de edificios de barro, de planta redonda, encerrados en murallas de barro. Las casas comprendían normalmente una habitación para cada esposa, así como para hijos solteros y visitantes. Las viviendas más pequeñas solían apoyarse en unas piedras de soporte. También un esquema circular siguen los pueblos zulúes del sur de Africa. Las viviendas se situaban en el interior de dos vallas concéntricas. El círculo interior servía para guardar el ganado. Las casas consistían en un armazón de aros recubierto con esteras y hierba seca. Los pueblos nuba, del Sudán, construyen agrupaciones de viviendas siguiendo un esquema anular. Las edificaciones estaban conectadas por medio de murallas. Las casas eran de arcilla roja, apoyadas en grandes piedras. Los yoruba nigerianos construyen sus casas, hechas de barro y grava, alrededor de uno o varios patios. Los laterales de las habitaciones que daban a los patios solían ser abiertos, y se disponían entre postes ricamente tallados. Las viviendas de los somolo de Burkina Faso son más complejas, aglutinando varios edificios circulares. Con varios pisos y paredes de barro y grava, los tejados son de hoja de palma. En estas casas podía haber hasta 20 habitaciones. Por último, las viviendas de los ashanti de Ghana presentan una mayor riqueza ornamental. Sus casas, con tejados de palma a dos aguas, estaban dispuestas alrededor de un patio, rodeado por cuatro habitaciones unidas entre sí por un tabique. Las paredes y los pilares solían estar recubiertas por complicados relieves geométricos.
Personaje
Militar
Encargado por el virrey de México Luis de Velasco de buscar un paso que comunicase el Atlántico y el Pacífico y de un puerto útil en California para recibir a los navíos de Filipinas. Para ello salió de Acapulco en 1596 hacia el golfo de California, explorando la región y tomando posesión de ella para la Corona, bajo la denominación de Nueva Andalucía. Intentó asentar una colonia, pero hubo de desistir por la falta de condiciones y la hostilidad de los nativos, regresando a México. En 1599 tuvo lugar un nuevo intento, con tres barcos y 200 personas, que exploró el litoral californiano y llegó a la bahía de Monterrey. Su último viaje se produjo en 1603 emprendió una travesía por el Pacífico, buscando sin fortuna las legendarias islas donde abundaban el oro y la plata. Se dirigió entonces a Japón, donde ejerció de embajador. A partir de 1616 no se tienen más noticias suyas, ignorándose también su fecha y localidad de nacimiento.