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Respecto al Nuevo Testamento, el segundo gran ciclo, se sitúa en los muros perimetrales y con un recorrido de norte a sur por el lado oriental, en donde se desarrollan once escenas relativas a la vida de Jesús acogidas en los lados menores y en tres de los seis tramos del oriental. Cuatro se sitúan en el muro norte y todas están relacionadas: La Anunciación, La Visitación, El Nacimiento y El anuncio a los pastores. Todas las escenas muestran los habituales convencionalismos, aunque debe destacarse El Nacimiento, sin duda una de las más interesantes por su bizantinismo. Se resuelve bajo tres arcos que a su vez generan tres espacios diferenciados en los que se sitúan los distintos personajes. A partir de esta escena, se suceden en el muro oriental otras tres que inicia La presentación en el templo, muy deteriorada, en la que se aprecia la triple división espacial, reservado el central para la Virgen, el Niño y Samuel, mientras en un extremo está san José y en el otro dos mujeres, una de ellas la profetisa Ana. Las dos siguientes, ya en 1936 en muy mal estado, son La tentación de Cristo y La resurrección de Lázaro. Las señaladas hasta este momento del Nuevo Testamento, han desaparecido tras el incendio. En una campaña de recuperación llevada a cabo en 1960, se han podido salvar las del muro sur aunque se encuentran en mal estado: La flagelación, La Crucifixión y Las Marías ante el sepulcro. A occidente se encontraría Cristo descendiendo a los infiernos, de la que tan sólo se puede contar con una reproducción.
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Ya se indicó que los angostos espacios que van de las enjutas a las claves de los arcos se cubrían con pinturas, en un proceso que apuntaba al horror vacui que el autor venía a demostrar. De hecho, se debe insistir en este carácter de marginalidad, pero no siempre desvinculado de las escenas más próximas, pues en ocasiones esta flora y fauna diversas, entroncadas con el mundo de la fantasía y de los bestiarios medievales, van a servir de tramoya y complemento de la representación principal. En este sentido, conviene recordar cómo Adán y Eva, durante su estancia en el Paraíso, se rodeaban de una frondosa vegetación propia del lugar, mientras que, situados tras el pecado en el mundo, ésta ya se acompaña de diversa fauna, peligrosa nada más ser expulsados, pues una leona y un cánido acechan entre los árboles, y doméstica cuando se trata de representar las labores agrícolas de los primeros hombres. Sin embargo, estos elementos marginales no siempre tienen esta función al vaciarse de contenido concreto para una determinada escena en favor de otro más amplio con un sentido secundario y ornamental. Así, carnosos tallos que buscan la espiral que se abre en el centro con una amplia hoja, sirven de cobijo o medio a dragones, grifos, leones e incluso centauros, que aportan el sentido polivalente que les caracteriza. Todos ellos con lo que de positivo y negativo les proporciona el mundo medieval y que aquí globalmente se define por la presencia simple del animal negativo -dragón, grifo- o por la lucha contra el pecado: león-dragón o centauro-dragón. Dentro de esta serie, es conveniente llamar la atención sobre dos representaciones ciertamente singulares. De especial relevancia es la que se sitúa en el margen de la escena en la que Moisés recibe las Tablas de la Ley: se trata de dos árboles de los que penden seis aves en lugar de fruta, mientras un cánido a sus pies se muestra al acecho. A través de este tema se ha querido demostrar la indiscutible procedencia inglesa de las pinturas de Sijena, por cuanto un árbol con aves colgantes figura en la obra de Giraldus de Barri (1185-1186) como fenómeno propio de las tierras de Irlanda. De acuerdo con ello, se habla de unos gansos que nacen de los árboles, fenómeno pronto recogido por los bestiarios de las islas y representado en distintos manuscritos de comienzos del siglo XIII. Lo cierto es que se trata de un tema no exclusivo de Inglaterra y con una larga tradición en el mundo oriental, lo que ya aleja la incidencia de las islas en lo que a esta cuestión se refiere. En este sentido, árboles maravillosos capaces de ofrecer como fruto cabezas humanas, o granados que al florecer dejan colgar aves multicolores, han pasado desde muy antiguo a Occidente a través de los bestiarios, desde los que el mundo medieval se ha hecho especial eco. Así, para referirnos tan sólo a la representación que nos ocupa, cabe mencionar que la catalana Biblia de Roda (Biblioteca Nacional de París, MS lat. 6, Vol. 1, fol. 7v°) muestra ya en el siglo XI un árbol con pájaros colgantes, del mismo modo que la romana Biblia Panteon (Biblioteca Vaticana, Vat. lat. 12958, 167v°), cercana al 1130, repite el mismo argumento. Cabe decir, además, cómo una y otra representación se encuentran en distintos lugares del texto bíblico, siendo el Génesis para la de Roda y Daniel para la Panteon, lo que indica su arbitraria aplicación tan propia, por otro lado, de esta temática. Ello justificaría el lugar que ocupa en Sijena, meramente ornamental, dado que en origen no tiene un contenido preciso, y ese pequeño enriquecimiento que supone la adición del cánido no puede ir más allá de la anécdota. La segunda representación a la que hacer referencia, es la serie de animales músicos que marginalmente se encuentran en la escena de la unción de David. Sin perder su carácter secundario, la conexión con el contenido principal se hace más patente que en ningún otro lugar de la sala capitular sijenense. De este modo, no es casualidad que un burro haga sonar un arpa y otro animal un salterio, mientras una cabra baila y un cánido espera recibir monedas, acompañando casi todos a los instrumentos con canciones. Esta clara alusión al mundo de los saltimbanquis, convertidos en animales, es la oposición necia e insensata de su música a la del personaje de la escena principal, David, salmista por excelencia al que intentan imitar con los instrumentos que le son propios grotescos personajes de un mundo pintoresco.
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Gran importancia de cara al futuro cristiano tuvo la aparición en la Edad Media cristiana, a partir del siglo XII, de representaciones litúrgicas que están en la base del renacimiento del teatro en Occidente. Los denominados "Misterios" o "Autos" surgieron con ocasión de los ciclos de Pascua y Navidad, desarrollando pronto multitud de temas, como la adoración de los pastores, el portal de Belén, los discípulos de Emaús, etc. Representados por clérigos en el interior de las iglesias y acompañados en ocasiones con paneles escritos en latín, estos argumentos se vieron pronto ampliados por otros de carácter teológico, denominados genéricamente "Juegos". A partir del siglo XIII las representaciones pasaron a los pórticos de los templos y a los cementerios. El latín cedió su lugar a las lenguas vulgares y los clérigos fueron sustituidos por quienes habían recibido sólo órdenes menores e incluso por laicos. Con la secularización progresiva del teatro litúrgico surgieron también espectáculos bastante menos edificantes (larvae et theatrales ludi), aunque todavía ligados a la temática religiosa. Según fue avanzando el siglo XIII la Iglesia demostró una creciente preocupación por estos espectáculos, condenándolos -aunque sin éxito- Inocencio III y Gregorio IX en sendas decretales. La condena se hizo también extensiva a todos aquellos clérigos que siguieran participando en los, cada vez más numerosos, espectáculos y fiestas profanas, como el "juego del rey y la reina", la "introductio maii" y la "introductio autummi", fiestas estas dos últimas de claro origen pagano.
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Gran importancia de cara al futuro tuvo también la aparición, a partir del siglo XII, de representaciones litúrgicas que están en la base del renacimiento del teatro en Occidente. Los denominados "Misterios" o "Autos" surgieron con ocasión de los ciclos de Pascua y Navidad, desarrollando pronto multitud de temas, como la adoración de los pastores, el portal de Belén, los discípulos de Emaús, etc. Representados por clérigos en el interior de las iglesias y acompañados en ocasiones con paneles escritos en latín, estos argumentos se vieron pronto ampliados por otros de carácter teológico, denominados genéricamente "Juegos". A partir del siglo XIII las representaciones pasaron a los pórticos de los templos y a los cementerios. El latín cedió su lugar a las lenguas vulgares y los clérigos fueron sustituidos por quienes habían recibido sólo órdenes menores e incluso por laicos. Con la secularización progresiva del teatro litúrgico surgieron también espectáculos bastante menos edificantes (larvae et theatrales ludi), aunque todavía ligados a la temática religiosa. Según fue avanzando el siglo XIII la Iglesia demostró una creciente preocupación por estos espectáculos, condenándolos -aunque sin éxito- Inocencio III y Gregorio IX en sendas decretales. La condena se hizo también extensiva a todos aquellos clérigos que siguieran participando en los, cada vez más numerosos, espectáculos y fiestas profanas, como el "juego del rey y la reina", la "introductio maii" y la "introductio autummi", fiestas estas dos últimas de claro origen pagano.
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De gran interés, puesto que su número es mucho mayor y lo mismo la variación tipológica, son las representaciones animalísticas fundidas en bronce o hierro. Del conjunto destacan las representaciones de tipo taurino, bien piezas completas figurativas, bien estilizaciones simbólicas o reproducciones de los cuernos. Su abundancia ha motivado, en parte razonablemente, que se acentúe el carácter taurolátrico de la religión balear en el último período de la cultura talayótica, sobre todo a partir de piezas de bella ejecución como pueden ser las del santuario de Costitx. Sin embargo, estas obras tan relevantes no deben hacer olvidar otras como la serie de cabezas de toro sobre cuernos, probablemente destinadas a ser exhibidas como apliques en las paredes de los edificios de culto, de Llucamar, Cas Concós, Felanitx, Son Más o Capocorp en Mallorca, o el ejemplar de Torralba d'en Salort (Alaior) que, junto con el hallazgo de cuernos en bronce como los de la Cova dels Coloms (Es Migtjorn Gran), demuestra la extensión a Menorca de estas representaciones y su significado. Junto a los toros, otras piezas fundidas en bronce también pueden asociarse con actividades religiosas. En Costitx, por ejemplo, se documentó un cuerno que lleva en su remate una paloma, elemento que aparece igualmente, realizado en hierro, en algunas cuevas de enterramiento. De distinta tipología son las cabezas de pantera, como la de Villafranca, en la colección Sant Martí, colocada en un disco plano, o la de Son Marí, que se guarda en el Museo de Artá. Más esporádicamente se encuentran figurillas de gallos, serpientes o ciervos, como el de Lloseta, en la colección Bobrykine de París, obras todas ellas dentro de un estilo típicamente mediterráneo, pero de indudable factura local. La mayoría han sido fundidas a través de la técnica de la cera perdida, con especial atención a ciertos detalles anatómicos, como los faciales, que con frecuencia se rematan mediante buril u otros procedimientos mecánicos.
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Hasta 1208, momento en el que la Iglesia se embarcó en una aventura sin retorno como fue la cruzada, los métodos utilizados fueron los tradicionales. Aparte de las condenas más o menos retóricas de los diversos sínodos, el Pontificado aplicó al catarismo los mismos remedios que estaban siendo utilizados con gran éxito por aquel entonces contra el valdismo. El sistema de coloquios públicos fue el primer método y se inició con la conferencia de Lombers en 1165. En ella ambos bandos designaron a una serie de representantes encargados de defender sus argumentos y polemizar con los contrarios. Tras el debate, una comisión neutral de "iudices electi" dictó una resolución sin valor ejecutivo. Sin embargo el sistema de conferencias demostró una completa ineficacia para el catarismo, pues a menudo tanto el público como los jueces simpatizaban con la herejía. Las reuniones de Carcasona, Servian, Montreal, etc., entre 1165 y 1207 se convirtieron pronto en un mero dialogo de sordos. El otro método, especialmente auspiciado por Inocencio III (1198-1216), consistió en el envío de clérigos, por lo general cistercienses (aunque también participaron los futuros dominicos, con santo Domingo a la cabeza), encargados de desarrollar una activa campana de predicación. Fruto de sus desvelos fueron gran número de obras polémicas, interesantes doctrinalmente hablando, aunque desde el punto de vista práctico tan poco efectivas como los coloquios. Resulta imposible saber si estos métodos a mitad de camino entre la catequesis y la admonición hubieran dado resultado a largo plazo. En cualquier caso, y aunque no se abandonasen totalmente hasta 1215, desde 1207 el recurso a la violencia apareció cada vez más como inevitable y los acontecimientos no harán sino confirmar esta sospecha. Hasta entonces Inocencio III había apostado explícitamente por los medios pacíficos, lo que en parte obedecía a su directa experiencia con el catarismo italiano, mucho más abierto a los procedimientos dialécticos. Sin embargo, el asesinato del legado pontificio Pedro de Castelnau a manos de un vasallo de Raimundo VI de Toulouse, rompió el frágil equilibrio hasta entonces existente. Escandalizado, el Pontífice dictó la excomunión del conde de Toulouse y la cruzada contra sus territorios. De nada sirvieron las disculpas de Raimundo VI, dispuesto a hacer penitencia publica y a marchar como cruzado a Palestina. Aunque Felipe II Augusto de Francia vacilara, su poderosa nobleza, ávida de botín y de feudos, motivada por un celo fanático que pronto se traduciría en sangre, se lanzó en masa contra el Midi. Casi desde el primer momento los intereses políticos y económicos de los cruzados desvirtuaron su teórica misión religiosa. Aunque integrada por contingentes internacionales y bajo dirección eclesiástica en la figura de los legados pontificios, la cruzada antialbigense fue sobre todo una empresa de la nobleza de Francia, encabezada por Simón de Montfort. La crueldad de los cruzados, reconocida sin ambages por los cronistas coetáneos, derivó pronto en un conflicto internacional al activar los lazos feudales existentes a ambos lados del Pirineo. La entrada en escena del ferviente católico Pedro II de Aragón, demostró hasta que punto los objetivos originarios de la cruzada se habían olvidado. Su derrota y muerte en Mevre (1213) sentenció en cualquier caso desde el punto de vista político, no sólo a la herejía sino también la tradicional expansión catalana allende el Pirineo. En adelante Occitania debería bascular hacia la órbita de los soberanos capetos. La ocupación del territorio cátaro por los ejércitos nobiliarios franceses no se correspondía sin embargo con los teóricos objetivos de la cruzada. Jurídicamente hablando, los feudos ocupados dependían ahora de Roma, que ejercía la soberanía en nombre de Cristo en virtud del poder de las llaves. Esta disparidad entre teoría y práctica fue subsanada mediante la cesión de los territorios conquistados a la nobleza francesa. En 1215, el IV Concilio de Letrán, tras condenar universalmente a la herejía y otorgar a los participantes en la cruzada antialbigense idénticos privilegios que los concedidos a los que se dirigían a Tierra Santa, privó de manera definitiva a Raimundo VI de sus antiguas posesiones. Estas pasaban ahora a los hombres de Simón de Montfort, que recibía personalmente Toulouse y Montauban, restando sólo para el hijo del conde depuesto el territorio de Provenza si demostraba ser fiel a la ortodoxia. Los años que siguieron a la asamblea lateranense asistieron a la puesta en práctica de estos acuerdos, al tiempo que los cruzados alcanzaban sus últimos objetivos militares. A partir de 1216 el ejercito de Simón de Montfort tomó al asalto diversas castellanías, cercando al fin Toulouse en 1218. Al morir aquí el de Montfort, la dirección de la cruzada pasó por mediación pontificia a los reyes de Francia, que culminaron las campañas en 1229 con un rotundo éxito. Ese mismo año, por el tratado de Meaux-París, la practica totalidad del Midi revirtió a Francia, poniéndose así fin a su vieja autonomía. El año 1229 fue también de la creación de la Universidad de Toulouse y del establecimiento en Occitania de tribunales inquisitoriales. Ambas instituciones, surgidas por decisión pontificia, estaban destinadas a extirpar en adelante cualquier rescoldo de herejía.