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También las iglesias de los dominicos han dejado ejemplos deslumbradores de riqueza en el afán de recrear la imagen del cielo en el interior de los templos. En este sentido hay que citar la capilla del Rosario en el convento de Santo Domingo, de Tunja, en la que los dorados sobre fondo rojo y la decoración de los arcos torales crean un cielo en la tierra de riqueza y desmesura. De la capilla del Rosario en la iglesia de Santo Domingo de Puebla, con sus yeserías invadiendo los muros para configurar un espacio sagrado casi irreal (como más tarde en la capilla del Rosario de Oaxaca) se escribió un libro en el que era llamada la "Octava maravilla del Nuevo Mundo". Asimismo en Brasil se crearon los espacios de las capelas douradas con el mismo horror al vacío y la misma riqueza que en Tunja o en México.Muchas veces los resultados dependieron de circunstancias ajenas a la orden, y por eso pueden ser tan similares los claustros del convento de San Francisco y de Santo Domingo en Lima, que combinan -con variantes- arcos y óculos en la planta superior. Por otra parte, el modelo para la iglesia de la Merced de Quito cuando se reconstruyó a comienzos del siglo XVIII fue la iglesia de la Compañía, es decir, que la validez de un modelo lo hizo en ocasiones válido también para otras órdenes. Si a todo ello añadimos el que los terremotos obligaron muchas veces a reconstrucciones que cuando era posible conservaban parte de la primitiva fábrica se puede comprender mejor el carácter retardatario de algunas obras o la superposición de estilos y modelos.Algunas órdenes crearon en su misión evangelizadora asentamientos cuyo interés para la historia del arte es manifiesto. Se destacaron sobre todo los franciscanos y los jesuitas. Si el virrey Toledo había quitado las misiones a los dominicos para dárselas a los jesuitas, cuando éstos fueron expulsados las misiones que tenían en California pasaron a ser de franciscanos y dominicos. Los franciscanos sí habían seguido desempeñando su labor misionera en el norte de México desde que fundaron San Bartolomé en 1560, pero de los restos que se conservan no se puede concluir la existencia de un modelo, aunque las iglesias solían ser sencillas y grandes, esto último a fin de facilitar la predicación.El modelo franciscano de agrupar indios para trabajar en comunidad fue el seguido por los jesuitas en sus reducciones o doctrinas de la provincia jesuita del Paraguay, que abarcaba una zona que hoy está en tres países: Paraguay, Argentina y Brasil. Los edificios se organizaban en torno a una plaza, con una cruz o imagen de la Virgen en el centro y cuatro pequeñas cruces o capillas posas en los ángulos. En el frente principal se situaba la iglesia con las dependencias de los jesuitas a un lado y el cementerio al otro, y el resto de la plaza lo formaban los barracones de los indios, derivados del tipo de habitación de los indios guaraníes. Si bien por la disposición de plaza e iglesia se ha hablado en algún momento de urbanismo barroco, lo que tiene de barroco en todo caso es su carácter teatral -que se refleja en la envergadura arquitectónica que fueron adquiriendo las iglesias dentro del conjunto para materializar así su carácter de eje de toda la vida que allí se desarrollaba- pues pueden ser muy cuestionadas como verdaderos ámbitos urbanos.Para finalizar habría que aludir a la existencia de una región en la que se prohibió la presencia de las órdenes religiosas, lo cual también condicionó su arquitectura. Se trata de Minas Gerais, en Brasil, donde Juan V prohibió la entrada de miembros de las órdenes religiosas en 1711 -se nao consinta que nos minas assita trade algum, antes os lance fora a todos com violencia, se por outro modo nao quizerem salir- dejando la religión en manos de las parroquias, cofradías o hermandades. No hubo por lo tanto conventos, lo cual posibilitó que el volumen de sus iglesias, con su profunda capilla mayor y sus torres, apareciera exento mostrando los juegos curvos de unos alzados que responden a unas características plantas elípticas. Se ha hablado de influencias borrominesas, de Guarini (debido al trabajo de éste en Lisboa), o de las iglesias centroeuropeas, probablemente a través de grabados.Su interior, según P. Dias, se concebía casi como una sala de ópera, con palcos para las celebraciones litúrgicas y desde luego su exterior, por el atrio que suelen tener delante y porque se suelen situar en lugares elevados de la ciudad adquiere unas connotaciones escenográficas que más que atraer parecen absorber la mirada.
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La amplitud y densidad del programa catedralicio americano determinó que algunos edificios se apartasen de las tipologías habituales de catedral para seguir tipos estructurales más modestos propios de iglesias medievales. Así las de Quito y Tunja siguen modelos de iglesias andaluzas bajomedievales; las de Bogotá y Cartagena de Indias, de tres naves separadas por grandes columnas, presentan una disposición para la que se han visto precedentes en Santa María de Antequera y en San Juan de Telde (Gran Canaria).En las catedrales citadas las soluciones constructivas evocan frecuentemente modelos arquitectónicos concretos debido, en muchos casos, a que se trata de edificios destinados a atender unas mismas funciones para las cuales existían unos prototipos consagrados por la práctica. En otros, en cambio, la referencia a determinados modelos se produjo como una evocación figurativa y utópica de edificios que en la cultura arquitectónica del momento funcionaron como modelos y como mitos. En la catedral de Mérida, comenzada en 1563, se desarrolla un nuevo tipo de edificio de tres naves de igual altura cubiertas por bóvedas baídas y separadas por pilares cilíndricos. El tramo central del crucero se cubre con cúpula que constituye una evocación figurativa del Panteón de Roma derivado, al parecer, del modelo publicado en el tratado de Serlio que había sido traducido al español en 1552. Los casetones que decoran las bóvedas baídas tienen también precedentes en algunas iglesias españolas y en las bóvedas de los túneles que comunican la capilla mayor con la girola de la catedral de Granada, templo en el que también, aunque sin la literalidad que en Mérida, se evoca el Panteón.En la construcción de algunas catedrales americanas se produjo una correspondencia entre las Utopías del Renacimiento y la arquitectura, como en la mencionada catedral de Pátzcuaro emprendida por Vasco de Quiroga. La influencia de la "Utopía" de Moro, tanto en éstas como en otras obras de Quiroga, han sido estudiadas por Bataillon y Zavala que han puesto de manifiesto el papel que los humanistas cristianos (Quiroga y Zumárraga) jugaron en la Nueva España en el siglo XVI. Vasco de Quiroga comenzó a construir una catedral, bajo la dirección de Hernando Toribio de Alcaraz, de la que sólo nos ha llegado el conocimiento de cómo fue y algún resto publicado recientemente, y cuya estructura rompía con la tipología de catedral y se situaba al margen de los modelos arquitectónicos preexistentes.La catedral de Pátzcuaro presentaba una disposición muy distinta de la reconstrucción de su planta realizada en el siglo XVIII según la cual estaba formada por cinco naves dispuestas radialmente en torno a una capilla poligonal con girola anular en el centro. Hoy sabemos, tras el estudio de Ramírez Montes, que su planta se ajusta a la representación que aparece en el escudo de la ciudad de 1553: una nave transversal de testero, en cuyo centro se halla la capilla mayor y hacia la que confluyen otras tres naves, una perpendicular y dos oblicuas entre éstas y las del testero; a los pies de la nave central se elevaba una torre. Esta disposición se ha relacionado con la posibilidad de separar por sexos y edades a los fieles a la manera de lo que establece Tomás Moro en su "Utopía". Sin embargo, aunque estas ideas es muy posible que estuvieran en la mente de Vasco de Quiroga, nos parece que la disposición singular y anómala de la planta de la catedral de Pátzcuaro conjuga con estas posibles concepciones ideales determinadas exigencias de practicidad.La catedral de Pátzcuaro planteó una ruptura decidida y radical con la disciplinada y sistemática aplicación de unas tipologías consagradas. Iniciada en 1541, sólo tres años después se enviaba un visitador con el fin de que mirase si "...es cómoda y conveniente para iglesia catedral corno otras catedrales suelen ser". Por su parte los estudiosos han intentado ver precedentes en diversos edificios como la cabecera de la catedral de Granada, el proyecto de fra Giocondo para San Pedro de Roma y en la disposición de otras iglesias y catedrales españolas con girola. Pero, en nuestra opinión, el origen de la catedral de Páztcuaro no debe buscarse tanto en la interpretación de un modelo arquitectónico preestablecido sino en la respuesta arquitectónica a unas exigencias tan precisas como era facilitar la asistencia de los indios a los oficios. A este respecto no debe olvidarse que la catedral de Pátzcuaro se construyó especialmente para los indios. Pedro de Logroño (31 de octubre de 1561) afirmaba haber oído del propio Vasco de Quiroga que había hecho una parroquia para los españoles y una catedral para los indios "...porque los españoles han visto iglesias catedrales en nuestra España y es menester a estos indios nuevamente convertidos que vean como Dios es servido y honrado el culto divino".Anteriormente, al hablar de las capillas de indios, señalamos cómo una de las preocupaciones principales de sus constructores fue establecer una visibilidad del altar desde todos los puntos en los que se encontraban los fieles. En varias ocasiones, en la documentación publicada sobre la catedral de Pátzcuaro, se insiste sobre este aspecto. Así, en un parecer del cantero García de la Fuente de 1555, refiriéndose al ancho de los pilares atendía a que "...no estorbe la vista del altar mayor a que todas las naves miran, que es el intento que se tuvo en la traza". Los gruesos pilares planteaban un problema "...por razón de la multitud de indios que a ella concurren y (... ) haber mucha gente y porque los pilares no estorbasen la vista a los indios que siempre se suelen poner detrás de ellos". La exigencia de visibilidad a que hicimos mención fue una de las razones que movieron a Vasco de Quiroga a suprimir la tipología de catedral de varias naves por un edificio formado por cinco naves independientes orientadas hacia el altar, su único punto de unión. Y a lo mismo parece deberse el empleo sistemático en los conventos de la iglesia de nave única. En Pátzcuaro, para lograr este principio, la organización de las naves sigue una disposición similar a los ejes que se establecen en algunas capillas de indios con respecto al altar. La mencionada capilla de Teposcolula, construida en fecha no muy distante a la de la catedral de Pátzcuaro buscaba una solución similar: una nave de testero, con el altar en el centro. Esta disposición es la misma que desarrollan la capilla y las dos naves del testero de la catedral de Vasco de Quiroga. La disposición de los contrafuertes en Teposcolula trazaba unos ejes visuales con respecto al altar iguales a los que desarrollan las naves de la catedral de Pátzcuaro, en la que se eleva al rango de catedral el esquema de visibilidad radial de una capilla de indios.
lugar
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Este pequeño ducado, controlado por la familia Este, es el único Estado patrimonial existente en Italia en el siglo XVIII. Los acontecimientos bélicos ocurridos en el norte de la península con las guerras dinásticas europeas influyeron negativamente en su economía, pero la crisis mayor se dio en 1733-1736 ante una invasión francesa. Tras la muerte de Rinaldo comienza su gobierno Francisco III (1737-1780), que abandonó su tradicional alianza con los Habsburgo y se volvió a los Borbones; esto provocó la invasión del ducado por los imperiales en 1742 pero hacia 1748 las cosas habían vuelto a la normalidad restableciéndose la amistad con Austria. El duque creó un Consejo de Estado encargado de la política interior y de la acción exterior, con funciones puramente consultivas, y tres Secretarías de Estado para las funciones gubernamentales. En el aspecto judicial se crea el auditor general criminal como supremo inspector de los jueces y de la aplicación de la justicia. Con ello, minó el inmenso poder de los nobles y centralizó el Estado. En esta misma línea reorganizó el poder local incrementando las haciendas o patrimonios locales incautándose de propiedades de la Iglesia que luego serían arrendadas o vendidas por el Estado. Otros hechos fundamentales son la promulgación en 1777 de un Código de Leyes y la creación de un Consejo Supremo de Justicia, depositario del poder legislativo y a la vez Alto Tribunal de Apelación. La política regalista, inspirada en las medidas lombardas y de Toscana, se orientó hacia la reducción de los efectivos del clero, de su patrimonio, de su inmunidad fiscal y de su influencia en el terreno cultural y político.
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J.L. Comellas ha puesto de manifiesto la diferencia de edad que separaba a los hombres que habían hecho triunfar la Revolución -Riego, Quiroga, López Baños, Alcalá Galiano, Mendizábal- de aquellos que habían participado en las Cortes de Cádiz y se consideraban como los arquitectos y fundadores del liberalismo español -Toreno, Argüelles, García Herreros y Pérez de Castro, entre otros. Los veinteañistas, más jóvenes, más impulsivos, pero también con menos experiencia, y los doceañistas, más veteranos, más cultos, de un mayor nivel intelectual y con una mayor facilidad de palabra y que traían ya el bagaje de su participación en los debates de las Cortes de Cádiz y de la lucha política que allí se había planteado. Exaltados los primeros y moderados los segundos, constituirán las dos alas del liberalismo español en este periodo, ya que difícilmente podría calificárseles de partidos, dada la escasa articulación de sus respectivos programas y la falta de organización de sus integrantes. En todo caso, cabría hablar, ya que no de ideología claramente definida, de actitudes ante el fenómeno de la Revolución liberal. Para los moderados la revolución se había producido ya y lo que había que hacer ahóra era aplicarla sin más. Eran los conservadores de la revolución. No eran partidarios de los radicalismos y tenían una especial preocupación por ganarse la confianza de las viejas clases dominantes. Los exaltados, en cambio, creían que no había que conformarse con lo hecho hasta entonces y que por consiguiente el proceso revolucionario no podía estancarse, sino que tenía que seguir avanzando. Pues bien, una vez que Fernando VII juró la Constitución el 7 de marzo, las manifestaciones de júbilo que se produjeron en Madrid y en otras capitales españolas podrían llamarnos, cuando menos, a la sorpresa, después de haber visto cómo se registraron manifestaciones similares cuando se produjo el restablecimiento de la Monarquía absoluta, sólo seis años antes. Toda la simbología liberal, que había sido destruida en 1814, fue ahora repuesta en calles, plazas y paseos. Las placas, las enseñas, las coronas de laurel, los himnos como el de Riego o las canciones como El Trágala, se convirtieron en la expresión del entusiasmo popular por la nueva situación. Inmediatamente, comenzaron a publicarse un gran número de periódicos, unos más moderados como El Universal o El Imparcial, otros más radicales, como El Espectador, o el satírico Zurriago. En realidad, la prensa española alcanzó un notable desarrollo en estos años, debido al impulso que dieron los liberales a la difusión de sus ideas a través de todas estas publicaciones, más o menos efímeras. El ambiente del país, al menos en las ciudades más importantes, era de optimismo y de esperanza. El 10 de marzo se estableció en Madrid una Junta Provisional que comenzó una labor de restauración de los cargos y de los dirigentes que habían sido destituidos en 1814. El haber sido objeto de la represión absolutista durante los años precedentes era un título que facilitaba el acceso a los puestos directivos de las instituciones municipales o nacionales. Fernando nombró en el mes de abril su primer ministerio constitucional, formado por liberales que había permanecido en presidio durante la época absolutista. Entre los designados se hallaban Evaristo Pérez de Castro en la cartera de Estado, Canga Argüelles en la de Hacienda y Agustín Argüelles en la de Gobernación. Todos ellos eran hombres del primer liberalismo y desplazaban así a los protagonistas de la Revolución, que quedaron en un segundo plano a pesar de la iniciativa que habían tomado y del riesgo que había supuesto para ellos dar el paso para imponer la Constitución. Las primeras medidas que tomaron, primero la Junta y posteriormente el Ministerio, estaban encaminadas a restablecer la obra de las Cortes gaditanas. Entre otros, se emitieron decretos estableciendo la libertad de imprenta y la abolición de la Inquisición, así como la incorporación de los señoríos a la Corona, y el 22 de marzo se llevó a cabo la convocatoria de las Cortes ordinarias para el 9 de julio siguiente. Pero una de las cuestiones que más polémica desató en estos inicios de la nueva etapa del reinado de Fernando VII fue la del destino del llamado Ejército de la Isla, en cuyo seno se había desencadenado la Revolución. Parecía haberse descartado que aquellos 20.000 hombres que se hallaban acantonados entre las provincias de Sevilla y Cádiz embarcasen con destino a América. Sin embargo, el mantenimiento de un cuerpo de ejército tan nutrido en la Península resultaba demasiado gravoso para el gobierno, así que muchos de sus soldados fueron licenciados y compensados con repartos de tierras y otros beneficios, y los oficiales fueron agasajados y ascendidos. Todo ello no fue suficiente para apagar cierto ambiente de descontento provocado, al parecer, por el desengaño ante la actitud de los gobernantes de Madrid a quienes se achacaba una falta de reconocimiento para quienes habían hecho triunfar el régimen constitucional. Ante la posibilidad de que el malestar de los militares se convirtiese en amenaza, el gobierno presidido por Argüelles decretó la disolución del Ejército de la Isla y el envío de Riego a Galicia como Capitán General. La medida provocó inmediatamente manifestaciones callejeras y algaradas promovidas por los exaltados, quienes tenían a Riego por el auténtico héroe de la Revolución. En vista de esta reacción, Argüelles dio marcha atrás y destituyó a Riego como Capitán General antes de que hubiese tomado posesión. Más tarde, en las Cortes, el primer ministro justificaría su actitud manifestando que todo el asunto era producto de una maquinación oculta y amenazó con abrir las páginas de esa historia para descubrir la verdad. La sesión de las páginas, como se le calificó inmediatamente a aquel acto parlamentario, no sirvió para revelar ninguna trama oculta, pero sí para reforzar el dominio de los moderados en el poder y para confirmar la disolución del Ejército de la Isla.
obra
Cézanne es considerado el pintor más revolucionario de su generación siendo quien recibiría más críticas negativas por parte de los especialistas de su tiempo. Partiendo de las teorías impresionistas, buscó la recuperación de la forma a través del color, utilizando éste como sistema de modelado; quería "convertir el Impresionismo en algo sólido y duradero, como el arte que se conserva en los museos". Participó en la primera exposición impresionista con esta Moderna Olimpia, denominada de esta forma quizá como homenaje a Manet. Una mujer, tumbada entre las sábanas blancas de su cama, es desnudada por su esclava negra mientras un hombre sentado en un diván contempla la escena. Esta figura podría incluso ser un autorretrato. Una mesa de color rojo, un gato a los pies de la cama y un enorme jarrón completan la escena. La utilización de vivas tonalidades -amarillo, verde, rojo, azul- y la rápida pincelada con la que ha sido aplicado el color, incluso con espátula, hacen de esta obra todo un manifiesto pictórico.
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Los años 70 y 80 han deparado a la arquitectura contemporánea y al Movimiento Moderno un sinnúmero de propuestas y de revisiones. Incluso lo que se creía definitivamente olvidado, aparece recuperado con una evidente carga polémica y con la intención de no renunciar a nada de lo que la historia de la arquitectura puede ofrecer. Así, no es extraño ver edificios construidos o proyectados que copian modelos de tratados o soluciones concretas de edificios históricos, aunque sea cambiándolos de escala. Tampoco es infrecuente presenciar cómo algunos arquitectos vuelven a meditar sobre temas antiguos, en la mejor tradición del Clasicismo, desde las villas descritas por Plinio el Joven a nuevas reconstrucciones del Templo de Salomón, arquitectura perfecta, tal como es descrito en la Biblia, en la visión de Ezequiel. Y es que, como ha afirmado recientemente Quinlan Teny, "es un reto enfrentarse a cada problema nuevo partiendo de principios antiguos".Poner orden crítico e historiográfico en la multitud de fragmentos arquitectónicos existentes supondría establecer tantas etiquetas como productos son posibles encontrar en un supermercado. De momento lo ha realizado Ch. Jencks, crítico abanderado de la Postmodernidad.Si hubiera que remontarse a los orígenes de lo reciente habría que fijar la atención en dos obras fundamentales que aparecieron en la segunda mitad de los años 60, dando un vuelco disciplinar cuyas consecuencias aún se dejan sentir. Me refiero a "La arquitectura de la ciudad", de Aldo Rossi, y a "Complejidad y contradicción en la arquitectura", de Robert Venturi, ambas publicadas en 1966. Esta última ha sido comparada por V. Scully a "Vers une architecture" de Le Corbusier. Es decir, casi un libro fundacional.Venturi afirmaba en su obra, formulando así una de las claves para entender lo que ha ocurrido en los últimos años tanto con la arquitectura como con la tradición del Movimiento Moderno: "Me gusta la complejidad y la contradicción en arquitectura... basada en la riqueza y ambigüedad de la experiencia moderna... Los arquitectos no pueden permitir que sean intimidados por el lenguaje puritano moral de la arquitectura moderna. Prefiero los elementos híbridos a los puros, los comprometidos a los limpios, los distorsionados a los rectos, los ambiguos a los articulados, los tergiversados que a la vez son impersonales, a los aburridos que a la vez son interesantes, los convencionales a los diseñados, los integradores a los excluyentes, los redundantes a los sencillos, los reminiscentes que a la vez son innovadores, los irregulares y equívocos a los directos y claros. Defiendo la vitalidad confusa frente a la unidad transparente. Acepto la falta de lógica y proclamo la dualidad". En definitiva, casi como empezar de nuevo la construcción de la Torre de Babel, aunque ahora sin un ánimo real de levantarla, tan sólo de utilizarla como metáfora para dar cabida a cualquier opción.Mientras tanto, Rossi pretendía realizar una operación quirúrgica sobre lo confuso, sobre lo innecesario, sobre lo que no era disciplinar. Un intento de volver a fundar la arquitectura, estableciendo unos nuevos principios lógicos, atentos tanto a la tradición como al Clasicismo, sin que ello implique la aparición de citas indiscriminadas. En este sentido, no es extraño que entre sus arquitectos preferidos figuren los nombres de Loos o Tessenow, la arquitectura de la Ilustración, Boullée y Laugier.Las ideas de Rossi, sus planteamientos sobre la relación existente entre la forma de la ciudad y la arquitectura que en ella se construye, sedujeron a un buen número de arquitectos italianos que configuraron lo que habría de llamarse la Tendenza, una opción fundamentalmente neorracionalista que, además, no negaba la tradición del Movimiento Moderno, aunque incorporase arquitectos abandonados por la ortodoxia del Estilo Internacional. Un intento de clarificación metodológica y disciplinar al que se sumaron arquitectos como M. Scolari o G. Grassi, intentando una operación de limpieza, frente a lo planteado contemporáneamente por Venturi y posteriores postmodemos.Para el neorracionalismo de la Tendenza, es la arquitectura la que tiene que controlar la construcción de la ciudad, asumiendo la lección de la historia urbana, de los tipos comprobados colectivamente. La historia entra nuevamente en el proyecto, no a través dé sus apariencias formales, como quieren los clasicistas modernos, sino sometida a una espectacular reducción.Al recuperar la especificidad de la disciplina, al proclamar su autonomía de cualquier contaminación, se hace desde la idea de la racionalidad del método. La historia de la disciplina se despoja de la memoria de los lenguajes y eso implica reducir la arquitectura a un vacío formal, a una construcción lógica. Su capacidad de significación simbólica reside en la consecuente relación con la ciudad histórica: son los usos colectivos de las formas urbanas los que llenarán de contenidos las tipologías y el vacío formal. De ahí el interés por recuperar la idea y la pertinencia del monumento, de la calle tradicional, de la plaza. "El progreso -ha escrito Massimo Scolari- no es novedad y cambio, o por lo menos no los presupone necesariamente; progreso es, en todo caso, clarificación, paso de lo complicado a lo sencillo. En la arquitectura significa simplicidad, unidad, simetría y proporciones justas, claridad tipológica, homogeneidad entre planta y alzado, y negación del desorden, aunque éste se justifique como reproducción simbólica de la crisis de una cultura". Es decir, exactamente lo contrario de lo propuesto por Venturi en el texto antes mencionado.Pero introducir la historia en el proyecto puede dar lugar a muchos equívocos, tanto como referencias posibles existen. Es la tentación de recrearse de nuevo en los viejos lenguajes lo que los arquitectos parecen buscar, aunque no todos. Desde este punto de vista, el clasicismo y el arcaísmo vuelve a estar de moda. De esta manera Gerd Neumann podía proponer, en 1980, cual nuevo Calímaco, un capitel corintio imaginario con las hojas de acanto movidas por el viento; Quinlan Terry construir una cabaña primitiva, como para empezar desde el principio de la arquitectura. Juegos intelectuales con el clasicismo o nostalgia por recuperar el significado cultural de la memoria, el hecho es que S. Tigerman ha proyectado, en 1980, una casa inspirada en la Villa Madama de Rafael y Thomas Gordon Smith ha construido las villas de Plinio el Joven en California. El lenguaje clásico se ilumina, como en la fluorescente Plaza de Italia, realizada por Ch. Moore en Nueva Orleans, en 1979. Al año siguiente, en la Bienal de Venecia, que llevaba el elocuente título de La Presencia del Pasado, Hans Hollein pudo realizar una fachada para la Strada Novissima que es un compendio de columnas-manifiesto de la historia de la arquitectura.Es cierto que con estas manifestaciones no se agotan las propuestas de la postmodernidad ni las de la modernidad. Sobre todo esta última ha pretendido realizar una nueva lectura de las vanguardias, como una erudición preciosista que ha recorrido desde el constructivismo a la arquitectura de Le Corbusier, desde el neorracionalismo calvinista, conceptual y blanco, de los Five Architects de Nueva York a la última moda de la deconstrucción arquitectónica, en la que la crítica de la arquitectura se plantea más como un juego intelectual que en su posible verificación y reproductibilidad en la metrópoli. Mientras tanto, otros arquitectos siguen construyendo la arquitectura del siglo XX y mirando atentamente al filtro de la Torre de Babel del Movimiento Moderno.
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La reacción que el encuentro con el mundo occidental provocó en China y Japón -dos civilizaciones feudales y estáticas- fue radicalmente distinta. En China, la incapacidad de adaptación del Imperio y de la sociedad tradicional desembocaría en la revolución (1911), la guerra civil (1927-37, 1945-49) y en la instauración finalmente (1949) de un régimen comunista. En Japón, la revolución de 1867 inició un rápido proceso de occidentalización y modernización que, en el curso de treinta años, hizo del país una potencia militar de primer orden -evidenciada ya por su victoria sobre Rusia en la guerra de 1904-05- y un importante poder industrial y comercial. Las razones de esa diferencia tuvieron que ver, claro está, con las mismas diferencias geográficas entre ambos países. La pequeña extensión de Japón sin duda facilitó el control que el poder central, pieza clave de la reforma, ejerció a todo lo largo del proceso. En todo caso, hizo las cosas (construcción de ferrocarriles y carreteras, electrificación, educación nacional, formación de un ejército moderno...) mucho más simples que en un país de las gigantescas dimensiones y población de China. Pero las razones de aquella diferencia fueron ante todo culturales. La arrogancia de la elite china, educada a lo largo de siglos en la idea de la perfección y superioridad de su cultura y de sus tradiciones, le hizo muy poco receptiva, si no abiertamente cerrada, a toda posible apertura exterior y a toda innovación foránea (tenidas por bárbaras e inferiores). Por el contrario, las tradiciones guerrera y comercial de Japón -aquélla, reflejada en la privilegiada posición social y jurídica que en el orden social tuvieron los samurai desde los siglos IX y X- y el fuerte sentimiento de orgullo e identidad nacional de sus dirigentes (la casa imperial, el shogún o jefe del gobierno, los daimyos o clanes imperiales) se combinaron para que las elites japonesas vieran en la evidente superioridad del mundo occidental un desafío al que debía responderse mediante una reforma que hiciese de Japón un gran poder nacional, militar y comercial. Los rígidos códigos morales que, a distintos niveles, regulaban la conducta de las diferentes clases y jerarquías de la sociedad japonesa dieron al país un alto grado de cohesión y hasta una fuerte ética colectiva (basada en el honor y la lealtad, en el paternalismo y la obediencia) y reforzaron a su modo la unidad nacional, el sentimiento nacionalista y la vertebración social, factores determinantes del proceso de cambio. La modernización de Japón fue "una revolución desde arriba" propiciada por la propia nobleza japonesa, cuyas claves fueron la restauración del poder imperial y la desaparición del shogunado ejercido por la familia Tokugawa desde 1603. La revolución se consumó en 1866-68. Pero estuvo precedida por los cambios menores pero significativos que se habían producido en la primera mitad del siglo XIX (como la tímida diversificación de la agricultura resultado del contacto con la actividad comercial europea en el Pacífico); y sobre todo, por la grave crisis abierta en la clase dirigente japonesa, en torno a la apertura o aislamiento del país, por la firma en 1858 de una serie de "tratados desiguales" con Estados Unidos, Holanda, Rusia, Gran Bretaña y Francia, países a los que se concedieron amplísimos privilegios (luego que en 1853, Estados Unidos exigiera la apertura de los puertos japoneses al comercio internacional). Algunos hechos especialmente significativos -como el bombardeo de Kagoshima por barcos ingleses (agosto de 1863) para obligar al gobierno japonés a pagar indemnizaciones por el asesinato de un súbdito británico en Namamugi o como el bombardeo y ocupación de Shimonoseki (septiembre de 1864) por tropas de varios países europeos como represalia por las agresiones sufridas por algunos de sus barcos- pusieron de relieve la debilidad del shogunado para la gobernación y defensa del país. Eso fue lo decisivo. Los clanes de Choshu y Satsuma entraron en rebelión abierta contra el shogún en 1866. El nuevo Emperador, Mutsu-Hito, que subió al trono en enero de 1867 y que adoptó el nombre de "Meiji Tenno" (o "emperador del gobierno ilustrado"), pareció apoyarles. En noviembre, aceptó la transformación del shogunado en una especie de presidencia del consejo imperial. Luego, el 3 de enero de 1868, después de que tropas mandadas por Saigo Takamori, del clan Satsuma, amenazaran el Palacio Imperial, abolió el shogunado y aceptó la plena responsabilidad administrativa. La revolución del 68 fue una "revolución de la aristocracia" llevada a cabo en nombre del Emperador por jóvenes samurais de los clanes Choshu, Tosa y Satsuma, contra el atraso y la debilidad del régimen feudal de los Tokugawa, y su incapacidad para hacer frente a la amenaza occidental. La idea capital de la revolución fue la centralización y reforzamiento del poder imperial, como vía para el desarrollo de la riqueza y del Ejército nacionales y para la reafirmación de la independencia y prestigio internacionales de Japón. La revolución, llevada a cabo y controlada durante sus primeros veinte o treinta años por un grupo reducido de personalidades notables (Iwakura Tomomi, Okubo Toshimichi -el hombre fuerte del país entre 1873 y 1878-, Goto Sojiro, Kido Koin, Inouye Kaoru, Ito Hirobumi, Yamagata Aritomo, Itagaki Taisuke y otros), cambió Japón e introdujo profundas reformas militares, navales, industriales, económicas y educativas. Se cambió de inmediato el aparato del Estado. En junio de 1868, un decreto imperial proclamó la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, estableció un conjunto de ministerios, una Asamblea bicameral consultiva y un Consejo de Estado (Dajokan), integrado por samurais, en el que confluía toda la labor del gobierno. En agosto de 1871, los dominios feudales fueron abolidos y se creó en su lugar un sistema de prefecturas territoriales (a cuyo frente, sin embargo, se nombró a los propios daimyos), dependientes del poder central. Se crearon cuerpos de funcionarios al estilo occidental y una policía moderna. En 1873, se reformó la estructura del Ejército, mediante la abolición de los privilegios que los samurais tenían en el antiguo ejército imperial, y se procedió a la creación de un Ejército nacional según el modelo prusiano, con servicio militar obligatorio, ejército que demostró ya su capacidad al aplastar en 1877 la rebelión de algunos samurais del clan Satsuma liderados por Saigo, descontentos con la evolución de las reformas. Se inició también la construcción de una Marina moderna, inspirada en la británica y con barcos adquiridos en Inglaterra, bajo la dirección de Yamagata. En 1871, se estableció la igualdad jurídica de los japoneses ante la ley. En los años siguientes, se introdujo un conjunto de códigos legales que transformaron toda la armazón del Derecho del país. En 1872, se creó un sistema de educación primaria obligatoria y se inició un gran plan de construcción de liceos y escuelas. En 1877 se abrió la Universidad de Tokio (la antigua Edo, que había sido declarada nueva capital imperial), donde buena parte de la enseñanza se impartía en inglés e incluso (medicina) en alemán, a cargo de profesores extranjeros. En 1872 apareció el primer periódico y se construyó la primera línea de ferrocarril: en 1892 había ya 600 periódicos y para 1914 Japón tenía una red ferroviaria de unos 10.000 kilómetros. Se occidentalizaron el vestido y el peinado, la alimentación y la bebida, el calendario (en 1873) y la arquitectura. Algunas grandes ciudades instalaron tranvías modernos e iluminación callejera. Se creó un sistema moderno de correos (1871) y para 1880 había telégrafo en casi todas las localidades. La acción del gobierno fue igualmente decisiva en la modernización del sistema y las estructuras económicas. Creó el marco legal que hizo posible el desarrollo de una economía de mercado, usó los instrumentos a su disposición (política presupuestaria, fiscal y arancelaria) para favorecer el despegue de la producción nacional y tomó la iniciativa en áreas esenciales, como el transporte, las comunicaciones y la industria del acero. En 1871 se creó un sistema financiero tipo occidental, con la creación del yen (equivalente a un dólar norteamericano) y se autorizó el establecimiento de bancos nacionales. En 1876, se fundó el primer banco privado; dos años después se creó la Bolsa de Tokio (que inicialmente operó con bonos del Estado pero que enseguida negoció toda clase de bonos industriales). En 1882, se estableció el Banco de Japón como banco central. Inicialmente, los bancos fueron preferentemente bancos comerciales y de depósito; desde la década de 1890 se autorizó la creación de bancos especiales -garantizados por el gobierno- para la inversión en la industria, la agricultura, la electricidad y los transportes. Japón importó capital extranjero: la inversión exterior optó principalmente por bonos del Estado y acciones ferroviarias. La extraordinaria eficiencia del sistema bancario contribuyó decisivamente al desarrollo económico del Japón. La iniciativa gubernamental fue, como ya ha quedado dicho más arriba, igualmente determinante. Además de retener el monopolio de correos y telégrafos, el Estado estableció directamente las primeras factorías textiles (1870), de cemento (1875), de vidrio (1876) y de hierro y acero (las Acerías Yawata, construidas en 1896). A partir de 1896, el Estado nacionalizó la red ferroviaria, y en todo momento favoreció la industria nacional a través de subsidios y créditos, protección arancelaria, estímulos a la exportación y contratos sustanciosos. Pero fue sobre todo el sector privado y en concreto, el sector textil (seda, algodón) y el comercio exterior los que hicieron de Japón en apenas veinte años una potencia económica. Japón, en efecto, se convirtió en un gran exportador de seda natural y de tejidos de seda y algodón. El valor de sus exportaciones se multiplicó por treinta entre 1878/82 y 1913/17. La exportación de seda en bruto pasó de 1.347 toneladas en 1883 a 9.462 toneladas para el período 1909-13. Los japoneses penetraron con inusitada fuerza en los mercados norteamericano (seda) y chino y coreano (algodón). En 1877 sólo existían tres fábricas de tejidos; en 1889 eran ya 83. El impulso industrializador se extendió además a otros sectores: destilerías, plantas químicas, papeleras, fábricas de suministros eléctricos, cristalerías, productos recauchutados, centrales lácteas. En 1893, se construyó la primera locomotora nacional. En 1896, comenzó la fabricación nacional de hierro y acero y en 1899, la de bicicletas (que durante la I Guerra Mundial se exportarían a casi toda Asia). La producción de minerales -Japón disponía de carbón y cobre- se multiplicó por diez entre 1885 y 1905. En 1870, apenas si producía 250.000 toneladas de carbón; en 1914, llegaba a los 20 millones de toneladas. Cuatro grandes conglomerados industrial-financieros de base familiar o zaibatsu (Mitsui, Mitsubishi, Sumitomo y Yasuda) dominaron la economía japonesa, con fuertes lazos además con la política: ello le dio un grado de concentración y cohesión extraordinarios. En suma, la economía japonesa creció a un 4,4 por 100 anual entre 1880 y 1913. La población creció de 35 millones de habitantes en 1873 a 55 millones en 1918. En 1873, el 70 por 100 de la población trabajaba en la agricultura; en 1918, sólo lo hacía el 50 por 100. Para ese año, el 30 por 100 de la población vivía en ciudades de más de 10.000 habitantes, localizadas en su mayoría en las áreas industriales y en la costa. El rapidísimo y formidable despegue industrial de Japón reforzó los sentimientos de identidad nacional y orgullo y conciencia raciales del país. La idea básica de la revolución de 1868, hacer un país rico y un ejército fuerte, parecía en la práctica conseguida. Japón, sus elites y su población, estaban imbuidos de un fuerte sentido sobre su propia misión como nación y como pueblo. Significativamente, la educación fue reformada en 1886 -por el ministro Mori Arinori-, de forma que se indoctrinase a los jóvenes en un sentimiento nacionalista de servicio al Estado, al Ejército y a la nación. Más aún, el sintoísmo, la mitología tradicional japonesa convertida en religión oficial en 1868 (aunque budismo y confucianismo seguían constituyendo la base de las creencias religiosas y éticas de los japoneses), pasó a formar parte central desde 1890 del sistema educativo, como forma de reforzar el culto al Emperador y a los antepasados. El nacionalismo, un nacionalismo no articulado en teorías o textos ideológicos, era de hecho la fuerza colectiva que sostenía e inspiraba la formación de Japón en un Estado moderno. El liberalismo no era una tradición japonesa. Así, el movimiento hacia el gobierno parlamentario, que fue impulsado primero por Itagaki Taisuke y Goto Shojiro -que en 1881 crearon el partido liberal o Jiyuto- y luego por Okuma Shigenobu -fundador poco después del Kaishinto o partido progresista-, no fue en realidad sino una escisión en el seno de la misma oligarquía gobernante, aunque tuviera un cierto apoyo popular. La misma Constitución, promulgada el 11 de febrero de 1889 (en vigor hasta 1947), elaborada principalmente por Ito Hirobumi y revisada por el Consejo Privado del Emperador, se inspiró en la Constitución prusiana. Introducía el gobierno ministerial -que se implantó incluso antes de su promulgación, en 1885- y un sistema bicameral. Pero se trataba de una Constitución autoritaria y centralista, en la que el poder ejecutivo no era responsable ante el Parlamento (o Dieta) sino ante el Emperador -que conservaba además el poder legislativo supremo- y en el que el Ejército y la Marina quedaban al margen del propio poder civil. La Cámara Alta era designada. La Cámara de Representantes era elegida, pero originalmente el electorado supuso solamente el 1,24 por 100 de la población (lo que no impidió que las elecciones fuesen a menudo muy disputadas y violentas debido al fraccionalismo extremado de la propia oligarquía, y que las Dietas fueran muchas veces, y pese a la corrupción electoral, hostiles a los gobiernos designados por el Emperador). Se crearon nuevos partidos políticos. En 1900, Ito y Saionji Kimmochi crearon el Seiyukai, o Sociedad de los Amigos Políticos; en 1898, Itagaki y Okuma habían creado el Kenseito, o Partido de la Política Constitucional, del que, con posterioridad, nacerían el Kokuminto, o partido popular constitucional, y el Doshikai, o Alianza Constitucional, liderado por Katsura Taro. Pero los partidos no eran sino entramados de clanes familiares y clientelas. Hasta 1900-1905, el verdadero poder no lo formaban ni el gobierno ni los partidos ni las cámaras, sino los genró (o mayores), el grupo no oficial de altos consejeros del Emperador (al que pertenecían muchos de los políticos citados como Ito, Matsukata, Yamagata, Saionji, Katsura, que se alternaron en la jefatura del gobierno entre 1885 y 1913). Más aún: el "establishment" militar, controlado por los clanes Choshu (ejército) y Satsuma (marina), formaba un grupo de poder separado e intocable, obediente únicamente al Emperador (que designaba a los ministros militares) e inspirado por una subcultura propia, impregnada de nacionalismo exaltado, antiparlamentarismo y belicismo expansionista. El expansionismo militar del Japón fue, pues, la consecuencia casi natural del engrandecimiento nacional que el país había experimentado desde 1868. El nuevo Japón dio pruebas de sus ambiciones tempranamente. En 1872, reclamó a China las islas Riu-Kiu y en 1879 hizo de ellas una prefectura japonesa. En 1873, adquirió las islas Borin y en 1875 se anexionó las Kuriles -previamente divididas entre Rusia y Japón-, a cambio de renunciar a la mitad sur de la isla Sajalin en beneficio de Rusia. Las tensiones con China en torno a Corea -protectorado chino, pero donde la influencia económica y política japonesa había crecido considerablemente desde 1870- derivaron en una guerra abierta entre ambos países, que estalló en el verano de 1894 cuando tropas de uno y otro país intervinieron en Corea en apoyo de facciones políticas rivales. La transformación que Japón había experimentado quedó ahora de manifiesto. Desplegó un ejército de 420.000 hombres y una pequeña pero muy moderna y eficaz marina formada por unos 20 barcos de guerra de reciente construcción. Japón obtuvo una serie de espectaculares victorias e impuso a China el tratado de Shimonoseki (17 de abril de 1895), por el que se anexionó Formosa y la península de Liaotung -a la que sin embargo renunció por presión de Rusia-, obligó a China a reconocer la independencia de Corea y le exigió y obtuvo una fuerte indemnización de guerra. El militarismo japonés recibió así un considerable impulso. Japón impuso ahora a las potencias occidentales la revisión de los "tratados desiguales" de 1858. Apoyó la insurrección nacionalista antinorteamericana de Aguinaldo en Filipinas (1899-1902). Colaboró con las potencias occidentales en el aplastamiento de la rebelión xenofóbica de los boxers en China (1900). Y en 1902, firmó con Gran Bretaña una alianza defensiva -primer tratado en términos de igualdad entre una potencia europea y una asiática-, inspirada en el interés mutuo de contener el expansionismo ruso en Asia. Precisamente, la rivalidad ruso-japonesa en torno al sur de Manchuria y Corea -áreas de influencia de ambos países- sería una de las principales consecuencias de la contienda de 1894 y la causa de la guerra que entre Rusia y Japón estallaría en febrero de 1904. Como ya se indicó entonces, la guerra comenzó por un ataque por sorpresa lanzado por la marina japonesa -muy reforzada desde 1895- contra la escuadra rusa estacionada en el puerto chino de Port-Arthur, en la península de Liaotung. Los japoneses lograron, luego, grandes victorias en las batallas del río Yakú y Mukden, en Manchuria, y finalmente, el 28 de mayo de 1905, la escuadra del almirante Togo destruyó en su totalidad la flota rusa del Báltico en la batalla de Tsushima. Por el Tratado de Potsmouth (Estados Unidos), debido a la mediación del Presidente norteamericano Roosevelt, Rusia cedió a Japón parte de la isla de Sajalin, numerosas instalaciones portuarias y ferroviarias en la península china de Liaotung y hubo de pagarle una fuerte indemnización de guerra. Japón, además, controló Corea, donde impuso como Residente General a Ito Hirobumi, y, tras el asesinato de éste por nacionalistas coreanos, se anexionó el país (22 de agosto de 1910). Cuando en 1912 murió el Emperador Mutsu-Hito, Japón era un país rico. Producía hierro, acero, cemento, gas, electricidad, maquinaria, fertilizantes, barcos. La renta nacional creció entre 1890 y 1914 -verdadera época de oro para la economía japonesa- en un 80 por 100. Disponía igualmente de un ejército fuerte. Poco tenía que ver con el estereotipo almibarado -país exótico de costumbres y rituales armoniosos y delicados y sensibilidad y refinamiento exquisitos- creado por la moda japonesista occidental, cuya expresión pudieron ser los libros de Lafcadio Hearn y la ópera Madame Butterfly de Puccini (1904). A la muerte del Emperador, el general Nogi, uno de los héroes de la guerra contra Rusia, se suicidó a la manera tradicional de los samurai como manifestación de lealtad a su señor. Los grupos ultranacionalistas violentos como el Genyosha, o Sociedad del Océano Oscuro, y como el Kokuryukai, o Sociedad del Dragón Negro, tenían desde principios de siglo una ascendencia social cada vez más acusada. El primer gobierno formado bajo el nuevo Emperador, Yoshi-Hito, hubo de dimitir casi de inmediato por un grave conflicto con los militares en torno a los presupuestos. El Ejército intervenía casi de forma habitual para restablecer el orden público en las ocasiones en que, por distintos motivos -sociales, políticos-, estallaban conflictos callejeros. Militares y ultranacionalistas (como Toyama Mitsuru, el inspirador del Kokuryukai) creían en la tesis del renacimiento de Asia bajo el liderazgo militar e ideológico del Japón.
Personaje