Este conjunto visigodo de objetos litúrgicos está constituido por una patena y un jarrito de bronce que, seguramente, se emplearon en la ceremonia de la Eucaristía. La patena tiene un umbo o resalte semiesférico en el fondo y un asa o mango, que adopta la forma de columna rematada con un capitel por el que se une al plato. Por el otro extremo, el asa se remata con una cabeza de ofidio y en el centro se decora con una cruz. El jarrito tuvo originalmente un asa, que ha perdido. Se decora con franjas de líneas horizontales grabadas. El conjunto ingresó en el Museo Arqueológico Nacional en 1976, procedente de una excavación clandestina y tras ser adquirido a un anticuario. El interés del hallazgo llevó a un conservador del Museo, Luis Caballero, a averiguar el lugar exacto del yacimiento, localizándolo en el caserío de El Gatillo de Arriba (Cáceres). La excavación sistemática descubrió una iglesia visigoda muy sencilla, de una sola nave y ábside, a la que se habían hecho sucesivas ampliaciones y reformas antes de ser abandonada. A finales del siglo VI se le había añadido una capilla funeraria con una sepultura centrada con el eje de la iglesia y con la entrada. De ella podían proceder los objetos litúrgicos, que constituirían el ajuar funerario de una persona prestigiosa y preeminente dentro de la comunidad religiosa.
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Las cerámicas pintadas elaboradas por los pueblos prerromanos se siguieron fabricando tras la conquista, porque el impacto tecnológico romano no supuso, en la península Ibérica, la desaparición inmediata de los alfares de tradición local. De modo que, durante cinco siglos, estas cerámicas convivieron en las despensas hispanas con productos de origen romano, como la cerámica sigillata o la de "paredes finas", en un signo evidente de fusión cultural. Pieza conservada en el Museo Arqueológico Nacional.
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Los talleres nazaríes produjeron gran variedad de objetos de lujo continuando la tradición artesanal andalusí, aunque tuvieron que adaptarse a la escasez de materiales preciosos que, anteriormente, habían llegado desde África y desde Oriente. Sin embargo, tanto la Alhambra y las residencias cortesanas como el comercio de exportación siguieron demandando piezas suntuosas, tales como lozas doradas, arquetas de plata o taracea y bordados de seda. También la cerámica decorada con la técnica llamada de "cuerda seca" siguió fabricándose durante el periodo nazarí, aunque estas piezas, sin llegar a ser de uso cotidiano, debieron de quedar relegadas al consumo local porque no han aparecido fuera del territorio nazarí.
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En los yacimientos tartésicos se han recuperado magníficas producciones de bronce. En las necrópolis se repite un característico juego ritual compuesto de un jarro y una amplia pátera con asas -denominada habitual e impropiamente braserillo-, que debía de utilizarse en ceremonias de libación o purificación durante los enterramientos. Son particularmente notables los jarros, con tamaños que oscilan entre los 20 y los 40 centímetros de altura aproximadamente. Los más sencillos -como los hallados en Alcalá del Río, Carmona, Torres Vedras, en Portugal, y Coca (Segovia)- tienen figura piriforme, con un anillo en relieve en la unión del cuerpo y el cuello, y terminación en una boca trilobulada, con pico para verter; las asas, amplias y voladas, se unen a la panza mediante una placa en forma de palmeta.
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Este jarro que se conserva en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid es un espléndido ejemplar, de origen tartésico, que destaca por su hermosa decoración. En el detalle se destaca la configuración de la boca como una cabeza de león, según prototipos documentados en Corinto, Etruria y otros ámbitos de la koiné orientalizante del Mediterráneo. A la cabeza de felino se acerca por detrás, en el asa, la cabeza de una serpiente. Puede corresponderle una fecha del siglo VI a.C. La presencia de animales en la decoración de los jarros se considera, junto a las florales y vegetales, alusiva a la naturaleza y la muerte, equiparable a la semita Astarté.