El hospital, bajo la advocación primitiva de San Onofre, fue fundado en 1637 por Juan de Herrera. En 1696 se derribó la iglesia, construyéndose en 1717 una nueva a cargo de Francisco Hurtado Izquierdo. El templo consta de una sola nave con bóveda de cañón, con un crucero cubierto por cúpula de media naranja. No existen tambor ni linterna, pues la solución del arquitecto es incluir unas franjas que preludian las cúpulas gallonadas, tan características del barroco de Priego. En el siglo XVIII la iglesia fue reformada en dos ocasiones. La primera corrió a cargo de Jerónimo Sánchez de Rueda, de la que quedan la estructura y la cúpula. Francisco Javier Pedrajas añadió una cornisa y los arcos de la bóveda, así como los ventanales con talla de yeserías. Juan de Dios Santaella trabajó en la construcción de una fachada, nunca terminada. En 1768 Francisco José Guerrero finalizó la construcción del retablo mayor, de talla rococó. La Virgen de las Mercedes preside la hornacina central, flanqueada por San José y San Juan de Dios. Culminando la obra se hallan lienzos del calvario, con imágenes de San Carlos Borromeo y San Nicolás a ambos lados.
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Una epidemia motivó la construcción en el siglo XVII del Hospital e iglesia de San Roque, promovido por el arzobispo Francisco Blanco. En su interior destaca el retablo del altar mayor, obra del maestro Simón Rodríguez.
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El actual Parador Nacional de Turismo de Santo Domingo de la Calzada fue, desde el siglo XII, un hospital abierto por Santo Domingo para los peregrinos del Camino de Santiago. De estilo regio y elegante, posee salones majestuosos y un vestíbulo repleto de arcos góticos y artesonados de madera. Está situado en la Plaza del Santo, junto a la Catedral.
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Junto a la Capilla de San Nicolás de Bari, situada junto al monasterio de San Juan de Ortega, se encuentra esta hospedería en la que destaca un fantástico patio que data del siglo XVI.
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La referencia a los hospitales medievales crea una cierta confusión en nuestros días, pues estamos acostumbrados a entender estos establecimientos como lugares destinados a la asistencia sanitaria. Como indica claramente su nombre, hospital es el lugar de acogida, donde tendrían albergue y alimento los necesitados y viajeros. A lo largo de la Edad Media la función y el aspecto de estos "hospicios" irá cambiando hasta convertirse, hacia 1500, en dos tipos de instituciones cada vez mejor diferenciadas: el albergue de pobres y peregrinos y la enfermería para los enfermos. Un largo recorrido como el del Camino de Santiago debía estar jalonado por una serie de albergues, hospicios y hospitales que atendiesen las necesidades básicas: agua, comida y cama de los cansados y, la mayoría de las veces, enfermos peregrinos. En un principio eran edificios modestos que no se diferenciaban de una simple estructura doméstica pero, a comienzos del siglo XIII, ya se empiezan a levantar hospitales de grandes dimensiones. Éstos eran reconocidos por los peregrinos por las señales colocadas en sus puertas y fachadas, tales como cruces, conchas o veneras, etcétera. En San Salvador de Ibañeta (Navarra) se ordena poner una campana y que el ermitaño "taña desde que anochezca hasta una hora antes de la noche, cada día, para guía de los caminantes y pelerinos que en los dichos montes les anocheciere, lo qual haga en todo el año", siéndoles de gran ayuda para orientarse en las tormentas o nevadas. En ellos se les ofrecía un mínimo de atenciones consistentes en lecho, sal, agua y lumbre para una noche. Los más importantes acogían al viajero hasta dos y tres días, dándoles comida abundante, baño de pies y cabeza e, incluso, contaban con asistentes políglotas para atender a los viajeros extranjeros. Para evitar abusos, en las grandes ciudades se optó por marcarles los bordones para que no rebasasen el número de días reglamentados que podían residir. El clérigo boloñés Domenico Laffi, que peregrinó durante el siglo XVII en tres ocasiones a Santiago, refiere así su paso por el de San Marcos de León: "Segnano il Bordone come fanno ancora in Burgos". De la misma manera, en las Ordenanzas de 1524 del Real Hospital de Santiago se especifica que se les señala así para que su estancia no exceda de cinco noches en invierno y tres en verano. Si los peregrinos fallecían era también deber de los hospitales hacerles un entierro con toda solemnidad y darles sepultura en iglesias y cementerios, algunas veces hechos exclusivamente en su beneficio. Uno de los ejemplos más significativos es el carnario de Roncesvalles, en la capilla del Sancti Spiritus llamado también Silo de Carlomagno, o el cementerio que hay junto a la capilla de San Amaro (Burgos), que lo fue para los acogidos en el Hospital del Rey que no resistieron el viaje, así como la iglesia del Santo Sepulcro (León), construida para sepultar peregrinos por mandato de Doña Urraca. El peregrino, por su parte, podía dejar sus bienes, o parte de ellos, al centro que lo había acogido en los momentos finales de su vida; los hospitales principales tenían escribanos destinados a la redacción de su testamento. A lo largo de la Edad Media fueron diversos los estamentos sociales que intervinieron en la fundación de hospitales, siendo las órdenes monásticas las que se consideran como las máximas impulsoras en la asistencia hospitalaria. Unas veces éstos se ubican en edificios del propio monasterio o en construcciones próximas y otras eran hospitales que dependían de la abadía, pero situados en lugares alejados. La Orden monástica que regentó un mayor número de centros en el Camino de Santiago fue la de los monjes negros de San Benito. Los tenemos en Leyre e Irache (Navarra), Carrión de los Condes (Palencia), destacando sobre todos ellos el de Sahagún (León). Con la reforma cisterciense, los llamados monjes blancos se hacen cargo de algunos monasterios de la antigua observancia benedictina y también de sus hospitales, aunque en ciertas ocasiones hacen sus propias fundaciones y, al parecer, sus hospedajes fueron mejores que los de otras órdenes. Uno de los ejemplos es el de Valdefuentes (Burgos) del que permanece en pie la cabecera de la iglesia. Igualmente, tuvieron especial significación algunos hospitales regentados por los Canónigos Regulares de San Agustín, como son el de Roncesvalles y el de Santa Cristina de Somport, puntos de partida de las dos vías principales del Camino de Santiago, en Navarra y Aragón, respectivamente, así como el hospital de San Marcos de León antes de ser cedido a los santiaguistas o el de San Juan de Ortega (Burgos) que lo fue hasta el siglo XV, momento en que llegaron los monjes jerónimos. Los Premonstratenses también mantuvieron establecimientos hospitalarios en Urdax (Navarra), en Fuente Cerezo, junto a Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), y en San Cristóbal de Ibeas (Burgos). La orden de los Antonianos se dedicó al cuidado de los leprosos y en la provincia de Burgos tenemos la malateria de San Lázaro, cerca de Hornillos del Camino, y el de San Antón en las proximidades de Castrojeriz. Por último, la orden franciscana también prestó auxilio hospitalario a los peregrinos, aunque en forma de limosnas o repartiendo ropa y comida. Entre los hospitales de origen episcopal, los más destacados son, junto a los varios de León, el antiguo hospital de Santiago, fundado y dotado por el obispo Gelmírez, situado frente a la Puerta de la Azabachería, en un solar que había entre la catedral y el monasterio de San Martín, cuyo destino era dar asilo a todos los peregrinos pobres que iban a visitar el Sepulcro del Apóstol, y el de Pamplona, fundado por el obispo Pedro de Roda, ubicado frente a la puerta de la catedral. Asimismo, las Órdenes Militares jugaron un papel importante en la asistencia hospitalaria. La del Temple es la primera que practicó la hospitalidad en lugares como Puente la Reina (Navarra), Villalcázar de Sirga y Carrión de los Condes (Palencia), Rabanal del Camino y Ponferrada (León). La Orden de San Juan de Jerusalén poseyó un gran número de hospitales, unos de fundación propia y otros heredados de los Templarios, como los de Cizur Menor y el del Crucifijo de Puente la Reina (Navarra); el de San Juan de Acre, junto a Navarrete (La Rioja); Belorado y Hornillos del Camino (Burgos); Itero de la Vega y Población de Campos (Palencia); Hospital de Órbigo (León); Portomarín (Lugo), etcétera. Menos numerosos fueron los correspondientes a la Orden del Santo Sepulcro, ya que sólo tenemos noticias del de Villarroya (La Rioja). La de Santiago fue, entre las órdenes militares españolas, la que mayor esfuerzo dedicó a la hospitalidad en el Camino, con establecimientos como el de Santa María de las Tiendas, Santa María de Villamartín y el de Villalcázar de Sirga (Palencia); el de San Marcos (León), aunque no es fundación suya, pues hacía tiempo que existía cuando les fue cedido, pero que administró durante siglos como el de Santiago de Compostela. En cuanto a los hospitales de fundación real no podemos precisar qué monarca fue el que inició las construcciones para peregrinos. Los primeros datos que poseemos son referentes a Ramiro III de León (961-985) y Estefanía de Navarra (s. XI), aunque no hay nada cierto hasta Alfonso VI de Castilla (1065-1109), uno de los principales promotores de dichos establecimientos, que edificó en Burgos el Hospital de San Juan, en el lugar que hoy ocupa la iglesia de San Lesmes, y el llamado Hospital del Emperador, que estaba situado fuera de la ciudad murada, frente a la parroquia de San Pedro. A finales del siglo XII, Alfonso VIII construye, también en Burgos, el Hospital del Rey. En el siglo XIV, doña Juana Manuel, esposa de Enrique II, funda el hospital de San Antonio Abad en Villafranca-Montes de Oca (Burgos) por lo que también se le conoce como Hospital de la Reina. Por último, en 1498, los Reyes Católicos fundan el Hospital de la Reina en Ponferrada (León) y en 1501 inician las obras del Hospital Real de Santiago de Compostela. Dado el gran número de hospitales que se construye en la Ruta Jacobea, a continuación nos limitaremos a hacer una breve referencia de los más significativos en cuanto a restos materiales conservados. El Gran Hospital de Roncesvalles, fundado por el obispo Sancho de Larrosa en 1127, con el apoyo de Alfonso I el Batallador, para acoger a los caminantes, tuvo su primera ubicación en el Alto de Ibañeta, siendo trasladado en 1132 al lugar que hoy ocupa la Real Colegiata. En él los peregrinos recibían todo tipo de atenciones según nos narra un poema del siglo XIII, donde se decía que la asistencia estaba abierta a cristianos y paganos, judíos y herejes, pobres y ricos. Se bañaba a los caminantes y se les reparaba el calzado; los enfermos, atendidos con mayores cuidados y mejores productos, sólo abandonaban el hospital cuando habían curado y reposaban en lechos blandos y limpios, servidos por mujeres bellas y honestas. En dos casas diferentes se albergaban hombres y mujeres y una capilla-osario daba sepultura a los fallecidos en la peregrinación. En el lado suroeste de las dependencias colegiales se levanta un edificio llamado Itzandeguia, recientemente restaurado, que adquiere un interés especial por su estructura: una gran nave dividida por arcos diafragma y contrafuertes al exterior. Este hospital de peregrinos, fechado a comienzos del siglo XIII, sirvió de modelo para los demás centros hospitalarios dependientes de Roncesvalles en territorio navarro. Particular interés ofrece el Hospital de Peregrinos de Santo Domingo de la Calzada, ubicado en la plaza ante la catedral y hoy transformado en Parador de Turismo. A santo Domingo se le debe la fundación de un hospital del que nada queda. De lo que fueron las dependencias hospitalarias bajomedievales se conserva la puerta de ingreso, en arco ligeramente apuntado, y una planta basilical de tres naves divididas por arcos que voltean sobre pilares de sección octogonal. Por dicha disposición, si nos atenemos a las analogías con el Real de Burgos, no es aventurado pensar que éste de la Calzada tuviese, en origen, una única planta como el burgalés y los demás hospitales de planta basilical. Prosiguiendo el Camino llegamos al conjunto hospitalario creado por san Juan de Ortega, discípulo de santo Domingo de la Calzada. Lo que se conserva en la actualidad es la construcción que los discípulos del santo levantaron en su memoria, sobre el hospital e iglesia que fundó este santo. La parte más interesante es un claustro cuadrado, realizado en torno a 1500, de casi 10 m de lado, de dos pisos correspondiente al patio del hospital. El patio era una de las partes fundamentales de los pequeños hospitales del Camino, que servía para articular en su entorno los dos dormitorios comunes, el de hombres y el de mujeres, así como el refectorio. La importancia de Burgos en la Edad Media permitió ofrecer una gran asistencia hospitalaria a los pobres y peregrinos que pasaban por allí. El Hospital del Rey, se debe a una fundación de Alfonso VIII, en 1195, que desde 1212 estaba bajo la jurisdicción de la abadesa de Las Huelgas. En época de Alfonso X se había convertido en un gran centro de peregrinos y este monarca recordaba el espíritu constructor de sus antecesores con estos versos, en una estrofa de las Cantigas: "Et pis tornous a Castela/ De sí en Burgos moraba;/ E un Hospital facía/ El, e su moller labraba/ O monasterio das Olgas". A fines del siglo XV el hospital disponía de ochenta camas, lo que le hacía ser uno de los más importantes del recorrido. Era de planta rectangular, muy alargada, con tres naves separadas por pilares octogonales y en la central arcos fajones atirantados por vigas de madera, cuyos extremos salían de las bocas de animales monstruosos de yeso (de ellos hoy se conserva algún resto en el monasterio de Las Huelgas) y un altar al fondo de esta nave. Todos estos son elementos inconfundibles de un hospital del siglo XIII: las naves laterales para los lechos; la central, más alta, para la ventilación y el altar del fondo para decir la Misa que los enfermos veían desde las camas. Edificaciones de diversas épocas fueron sustituyendo las primitivas y, actualmente, algunos de los restos principales del viejo hospital han sido reutilizados para instalaciones universitarias. Entre ellos todavía se pueden ver los pilares octogonales de piedra con capitel liso a los que, en el siglo XIV, se debieron poner unas decoraciones de estuco con escudos de castillos y leones. La ciudad de León proporciona al peregrino una buena asistencia hospitalaria. De todos los centros el más famoso es el de San Marcos. Su fundación se debe a la reina Doña Sancha quien, en 1152, mandó edificar una iglesia y un hospital. Éste se alzaba en lo que hoy es la plaza de San Marcos, lugar que ocupó hasta el siglo XVIII, cuando se edificó uno nuevo, junto a la iglesia, que en la actualidad es la sede del Procurador del Común. La fábrica medieval constaba de dos pisos en los que se disponían, en el bajo, el dormitorio para hombres con doce camas en recuerdo de los Apóstoles, una capilla y la estancia del hospitalero; el superior, estaba destinado a dormitorio de las mujeres con el ropero y los servicios. La organización hospitalaria que el cabildo compostelano hiciera en favor de los peregrinos residía en el hospital que Gelmírez levantó frente a la puerta de la Azabachería. En 1490 se emprendieron obras de reforma y ampliación, a pesar de las cuales faltaba sitio para los peregrinos enfermos. Ante tal necesidad los Reyes Católicos decidieron edificar a su costa y dotar ampliamente un hospital. En lenguaje propio del tránsito del Gótico al Renacimiento, y como algo excepcional entre los hospitales de peregrinos españoles que conocemos, se levantó el Hospital Real de Santiago de Compostela, para lo que los monarcas dispusieron en 1499 que el deán de Santiago, Diego de Muros, procediera a su edificación. El tipo cruciforme, con más o menos variantes, es el característico de los hospitales construidos por Enrique Egas que, como Maestro Mayor de los Reyes Católicos, fue el autor del proyecto. Dichas obras se inician en 1501 y, aunque en 1509 estaba en disposición de recibir enfermos, hasta 1511 no se concluyó y, aún así, no del todo. Su lento proceso constructivo hizo que el proyecto de Egas sólo se ejecutara en parte, es decir, tres brazos de la cruz en cuyos lados se articularon los dos primeros patios, siendo en el siglo XVIII cuando se llevaron a cabo los otros dos. El Hospital Real de Santiago, como establecimiento hospitalario, mereció siempre los mayores elogios de cronistas y viajeros, proclamándolo sin igual sobre la tierra y rival de los más primorosos de la cristiandad. La importancia del monumento lo ha convertido en el paradigma por el que se guiarán todos los proyectos hospitalarios a partir del siglo XV. No obstante, hay que pensar que estos grandes hospitales son una excepción dentro de la arquitectura hospitalaria. Los hospitales del Camino de Santiago, construidos en épocas diferentes, correspondían a diversos estilos y variaban su traza y disposición. Por lo cual tendríamos que referirnos, fundamentalmente, a modestas estructuras que, salvo las citadas excepciones, no sobrepasaron lo que podríamos definir como una arquitectura doméstica. Por todo ello, hemos de desechar la idea de la existencia de una arquitectura hospitalaria del Camino.
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También los hospitales aparecían a veces señalados ya en los planos de fundación de ciudades y desde el principio acapararon gran parte de las inversiones de las almas caritativas. De nuevo cabe aquí comenzar hablando del obispo Vasco de Quiroga, que llamó al Hospital de Santa Fe, uno de los fundados por él (éste cerca de México en 1532), "república del hospital" por ser casi un pequeño estado para acoger a los indios, con colegio, viviendas e iglesia, y que tenían como fin la evangelización de esos indios. Se ha señalado la influencia de la "Utopía" de Moro en estos complejos de pueblos/hospital fundados por Quiroga. Los restos que se conservan de algunos de ellos muestran una arquitectura modesta, en la que la decoración de las puertas de las respectivas capillas remiten a modelos del primer Renacimiento. Sobre su distribución, el mismo Quiroga escribió cómo había "en medio del patio una capilleta cubierta, abierta por los lados, en que hay un altar adornado competentemente donde se diga missa y la puedan oír los enfermos". Por tanto, la disposición central de la capilla, que fue lo normal en los hospitales (aunque haya excepciones que confirmen la regla) se funde con la idea de capilla abierta, analizada ya anteriormente. Los hospitales de Vasco de Quiroga parece que influyeron en otros hospitales de indios construidos en Guanajuato en el siglo XVI, pues en sus funciones incluyeron éstos también la de hospedar a los indios.Cortés había fundado un hospital en México, el de la Concepción, para el cual se sabe que existió un modelo en madera y que fue alabado por su belleza ya a mediados del siglo XVI, sobre todo por "la disposición del edificio y la fachada". Aunque no se sepa lo bastante de los hospitales mexicanos del siglo XVI -Hospital Real de Naturales, Convalecientes, de la Epifanía, del Amor de Dios, de San Lázaro...- en cuanto a su tipología, parece que siguieron el modelo de los hospitales de los Reyes Católicos, al igual que el hospital de San Nicolás en Santo Domingo, acabado hacia 1549. En concreto parece que el de la Concepción de México se ordenó en tres grandes naves en forma de T, que confluían en el lugar de la capilla. También los colegios que a fines del XVI levantaron los jesuitas tanto en Puebla como en México se ordenaban en torno a cuatro espacios de una forma que puede recordar a la de la planta de los hospitales españoles del XVI. La influencia de tipologías experimentadas en edificios emblemáticos del arte nuevo en la Península se hizo notar también en la ubicación de la escalera entre dos patios en el hospital de Jesús en México, que se ha relacionado con su disposición en el alcázar de Madrid.La necesidad de financiación de los hospitales influyó a veces en su arquitectura. El hospital que fundó en México para los indios el virrey conde de Monterrey se mantuvo en el siglo XVII en parte gracias al dinero obtenido de un corral de comedias de madera que se quemó en el siglo XVIII y hubo de ser reconstruido. La traza dada para este hospital en 1638 se atribuye a Juan Gómez de Trasmonte, pero en el siglo XVIII trabajaron en él Jerónimo de Balbás y el ingeniero Luis Díez Navarro, que proyectó la iglesia. La cantidad de epidemias que hubo en México en el siglo XVIII obligaron tanto a la construcción de nuevos hospitales como a la ampliación de los existentes mediante construcciones de madera.Cuando tuvieron un edificio pensado para ese fin, los hospitales siguieron el modelo peninsular en torno a uno -Hospital de San Juan de Dios, en Morelia, fundado en 1695, con patio de columnas toscanas e iglesia de una nave- o varios patios: siete tuvo el Hospital General proyectado por el ingeniero militar M. Costansó adaptando el Colegio de los Jesuitas después de su expulsión. A veces, como en el Hospital Real (hacia 1760) el edificio -de dos plantas en torno a un patio- incluía una serie de viviendas para alquilar y así lograr financiación. La distribución se puede ver en una planta -de Lorenzo Rodríguez- que indica tanto los espacios para alquilar como las salas en las que estudiaban anatomía y fisiología los estudiantes de la Real y Pontificia Universidad de México. Formado por grandes salas -unas para hombres y otras para mujeres- tenía también iglesia y cementerio.Hay dos proyectos especialmente interesantes. El primero es el Hospital de San Hipólito en México que, aunque se había fundado en el siglo XVI, fue reedificado en tiempo del virrey Bucarelli e inaugurado en 1777. Tiene cuatro patios, pero la capilla se sitúa entre los dos patios de la derecha, en el centro de la crujía para que los locos pudieran oír misa desde fuera, como si se tratara de una capilla abierta. Al ser para locos no era un edificio con grandes salas, sino con pequeñas celdas y quizá por todo ello le pareció al visitador J. de Gálvez que no tenía "igual con ninguno de los hospitales de esta clase que he visto en Europa". El otro proyecto que debe ser señalado por lo excepcional es el Hospital de Belén, en Guadalajara (México), obra también del siglo XVIII como recuerda la fecha de 1791 en su sencilla fachada. Tiene ocho salas radiales cubiertas con bóvedas de cañón que confluyen en la capilla central. Influido -tal como ha apuntado Bonet- por el segundo proyecto de Fuga para el Albergo dei Poveri de Nápoles, responde a la misma tipología que el proyecto que había hecho Jorge Abarca en 1756 para el Hospital de San Lázaro de La Habana -que no se llegó a hacer- y que más tarde será utilizado para funciones distintas, tal como fue la de cárcel.Los edificios destinados a la docencia merecen también unas líneas. La Universidad de México, fundada por cédula de 1551 y que comenzó a funcionar en 1553, ocupó primero unas casas particulares y, siguiendo en el entorno de la Plaza Mayor, a fin de siglo ocupaba su sede definitiva, revelando por su ubicación en la ciudad su relevancia en la sociedad novohispana. De su edificio se conoce la fachada por un plano: tenía portada con escudo real y columnas clásicas así como ventanas con rejas. Fue Claudio de Arziniega quien dio traza para su ampliación y portada en 1584; en el siglo XVIII (1759-61) se hizo un nuevo edificio para la Universidad, trazado en este caso por Ildefonso Iniesta Vejarano, ordenado en torno a dos patios.Los edificios para la enseñanza de las distintas órdenes religiosas fueron también los destinatarios de grandes sumas de dinero por parte de particulares e instituciones a lo largo de los tres siglos. Por ejemplo, Claudio de Arziniega renovó en 1570 el Colegio de Niñas de Nuestra Señora de la Caridad, que había sido fundado en 1548 por el virrey Mendoza para la educación de hijas de españoles e indias. El Colegio de San Ildefonso, de los jesuitas, en México, construido ya en el siglo XVIII se ordenaba en torno a tres patios. Esta disposición en torno a patios o claustros fue una constante y en este sentido uno de los edificios más singulares de la arquitectura del período colonial lo proporciona precisamente un colegio: el de Santo Tomás, en Lima, con su patio circular. Una de las instituciones más famosas del México virreinal fue el Colegio de las Vizcaínas, con sus siete patios y jardín, que debe su nombre a que fue fundado en 1732 por los vascos para que estudiaran las vizcaínas pobres y las españolas nacidas de matrimonio legítimo. También en el siglo XVIII el Real Tribunal de la Minería de la Nueva España decidió -a fines de ese siglo- crear un colegio para mineros. Este Colegio de Minería de México fue obra de Manuel Tolsá, acabada ya a comienzos del siglo XIX, obra neoclásica en la que el patio y la gran escalera culminan una trayectoria tipológica de origen palaciego.
Personaje
Militar
Educado en el seno de una familia católica, con 15 años participa en la Primera Guerra Mundial como voluntario para luchar al lado del ejército turco. Dos años después es nombrado sargento. Ante el fracaso del frente turco ingresa como voluntario en las antiguas provincias del Báltico, la Alta Silesia y la cuenca del Ruhr. Hasta 1923 no se vuelven a tener noticias de él. En esta fecha fue encarcelado por diez años, aunque gracias a una amnistía fue liberado a los cinco años de haber ingresado. Cumplía condena tras haber sido acusado de matar a Walter Kadow. La víctima se dedicaba a la enseñanza y parece ser que había delatado a Schalageter, de tendencias ultranacionalistas, por sus actos propagandísticos. En este asesinato colaboró Martin Bormann, que además pasaría a la historia por ser el secretario personal de Hitler. Desde los primeros años de la década de los treinta intentó ingresar en las SS hasta que en 1934 fue admitido. Dentro de la organización se encargó de vigilar los campos de concentración. Su primer destino fue Dachau y un año después, tras ser nombrado Jefe de Bloque inició una fulgurante carrera repleta de ascensos. De nuevo sería trasladado a Sachsenhausen, con el grado de subteniente. Höss sigue escalando posiciones y en 1940 se instala a Auschwitz como Comandante de Campo. A los dos años de su llegada mantiene una entrevista con Himmler y éste le comunica en nombre del Führer la necesidad de poner "solución al problema judío", en palabras de Hilter, e iniciar el exterminio. Para llevar a cabo la masacre Höss empleó el "Zyklon B", el gas letal que mató a miles de judíos. Esta actuación hizo que fuera conocido como "ejecutor servicial y pequeño-burges". En 1943 es sustituido por Arthur Liebeensche y es nombrado jefe de la Oficina DI del grupo de oficios D de la Oficina Principal de Administración y de Economía de las SS. Pero a finales de 1944 volvió a Auschwitz por mediación de Himmler. Su objetivo era el asesinato de realizar todos los preparativos necesarios para el exterminio del los judíos húngaros de Birkenau. Sobre este tema Höss escribió "Auschwitz se convirtió en la mayor instalación de exterminio de seres humanos de todos los tiempos. Que fuera necesario o no ese exterminio en masa de los judíos, a mi no me correspondía ponerlo en tela de juicio, quedaba fuera de mis atribuciones". En 1945 Bormann le nombra inspector general de los campos de concentración. Al término de la guerra actuó como testigo en los juicios de Nuremberg en defensa de Kaltenbrunner y en contra de Oswald Pohl. Un año después la policía británica le detiene y es enviado a Varsovia, donde se hacen cargo de él las autoridades polacas. En este mismo año sería juzgado y condenado a la horca como criminal de guerra. La ejecución se llevó a cabo en el campo de Auschwitz.
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Al poco de su elección en Alemania, la posición de Federico era inmejorable en relación con el papa Adriano IV, impotente frente a los revoltosos arnaldistas y abandonado momentáneamente por el nuevo rey de Sicilia Guillermo I. El monarca alemán acudió en apoyo del Pontífice y apresó a Arnaldo de Brescia que acabó ejecutado en la horca. El 18 de junio de 1154, Adriano IV coronaba solemnemente como emperador a Federico. Las buenas relaciones entre Papado e Imperio que auguraban estos gestos, se trocaron en desconfianza abierta en los años siguientes. El Pontífice se reconciliaba con los normandos del sur de Italia a los que confirmaba la investidura sobre Sicilia, Apulia y Capua y el emperador empezó a tener graves roces con otros poderes. El primer incidente grave tuvo lugar en la dieta imperial de Besançon (1157). El legado pontificio Rolando Bandinelli dejó entender -al menos Reinaldo de Dassel así lo interpretó- que el monarca alemán había recibido el Imperio como "beneficium" de la Santa Sede. Era justamente lo contrario de lo que pensaban los círculos cancillerescos de Federico para quienes Roma e Italia eran feudos del Imperio. Así lo hizo patente el monarca en un discurso firme en el que sostuvo que "hemos recibido y poseemos el Reino y el Imperio solamente de Dios". Aunque sólo fuera en el terreno de las ideas la guerra entre sacerdocium e imperium retoñaba con fuerza. En los meses siguientes, Federico dio un paso mas en su política autoritaria. Esta vez fueron las ciudades del Norte de Italia las afectadas. En una solemne dieta tenida en Roncaglia (1158), un grupo de juristas boloñeses al servicio del emperador elaboró una lista de "regalías" que, aunque percibidas por las ciudades, argüían eran de propiedad imperial. Era un serio golpe contra la autonomía comunal penosamente conquistada en los años anteriores. Las ciudades empezaron a recibir cada una un magistrado imperial (el podestá) provisto de plenos poderes. Nada paracía que se opusiera a los designios italianos del monarca alemán cuando, en 1159, se produjo un importante cambio de rumbo en Roma. A la muerte de Adriano IV, el colegio cardenalicio no pudo elegir un candidato de consenso. La facción imperial del cuerpo electoral -en minoría- proclamó a Víctor IV, mientras que la siciliana optaba por Rolando Bandinelli que tomaba el nombre de Alejandro III. Un nuevo cisma caía sobre la Iglesia. Detrás de Víctor IV se situaron el emperador y algunas ciudades del norte de Italia. Milán, una de las máximas preocupaciones de Federico, fue tomada y destruida por las fuerzas imperiales (marzo de 1162) y su población deportada en masa; Pisa y Génova se pusieron a disposición del monarca alemán. Sin embargo, a los pocos meses (mayo-junio de 1163) Alejandro III veía ratificados, en un solemne concilio en Tours, los apoyos recibidos desde el tiempo de su elección: todas las monarquías occidentales, algunas importantes órdenes religiosas e incluso -transgrediendo los deseos del emperador- un grupo de obispos alemanes. La muerte de Víctor IV en 1164 hubiera podido zanjar el cisma si no se hubieran impuesto los duros criterios de Reinaldo de Dassel en la corte imperial. Un nuevo antipapa fue promovido con el nombre de Pascual III. A instancias del canciller procedió a la solemne canonización de Carlomagno: el Sacro Imperio Romano Germánico iba a disponer, como ha indicado R. Foreville, de su propio genio tutelar. Sin embargo, la expedición (la cuarta) emprendida por Federico sobre Italia en 1167 iba a suponer un giro para los designios de la política imperial. Empezó con buenos augurios ya que Alejandro III y sus partidarios romanos sufrieron una dura derrota en las afueras de Roma. Federico pudo entrar en la capital acompañado de su antipapa que volvió a coronarle solemnemente. La aplicación de la política de fuerza daba, así, sus mejores resultados. Una circunstancia inesperada forzó, sin embargo, al repliegue: la peste que, entre otras víctimas, se cobró a Reinaldo de Dassel. El contratiempo fue aprovechado por Alejandro III y las ciudades del valle del Po, Cremona, Brescia, Mantua, Bérgamo, la reconstruida Milán y una ciudad de nuevo cuño que, en honor del Pontífice, recibió el nombre de Alejandría, cerraron filas. Alejandro III fue reconocido oficialmente como jefe de esta Liga lombarda (1168). Los intentos de mediación de Eberhard de Bamberg y de los abades del Císter y Cluny (conferencia de Veroli de 1170) fueron inútiles: ni Federico aceptaba la legitimidad de Alejandro III ni este estaba dispuesto a abandonar a las ciudades lombardas a su suerte. En 1174, Federico volvió a tomar la iniciativa militar pero fracasó, después de seis meses, en su intento de tomar Alejandría. La solicitud de apoyo militar a su primo Enrique el León no obtuvo ninguna respuesta. Acompañado de un pequeño ejército, el emperador sufrió en Legnano (mayo de 1176) una humillante derrota a manos de las milicias comunales noritalianas.