Fue catedrático de Economía Política en la Universidad de Valladolid y desde 1958 impartió clases en Madrid de Hacienda Pública y Derecho Fiscal. Desde 1960 hasta 1969 representó a España en el Comité de Política Económica de la OCDE y en 1970 fue director del Instituto de Estudios Fiscales. A instancias del Rey en 1977 fue nombrado senador y detentó el cargo de ministro de Economía. Durante el primer gobierno de UCD fue vicepresidente. Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1989, es autor de libros como "Política económica", donde también colaboró J. Velarde y "Hacienda pública. Introducción, presupuestos e ingresos públicos". Pertenece a la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
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La posguerra, los años veinte, registraron también, y significativamente, una progresiva liberalización de costumbres y sobre todo, de la sexualidad. Ello se reflejó en la literatura (novelas de D. H. Lawrence), en el arte (el surrealismo), en el cine, que desde pronto comenzó la fabricación de "sex symbols", y también en la tolerancia de las clases altas y círculos intelectuales y artísticos hacia el adulterio y la homosexualidad, en el aumento de la tasa de divorcios y en las mismas modas femeninas. Así, en Gran Bretaña la media anual de divorcios pasó de 823 en 1910-12 a 3.619 en 1920-22. En Estados Unidos, en 1890 se divorciaban el 5 por 100 de los matrimonios; en 1930, el 18 por 100. Las mujeres empezaron a fumar en público y a frecuentar no acompañadas bares y lugares similares. Se generalizó el empleo de maquillajes faciales y de lápices de labios; las faldas se acortaron hasta la rodilla; la ropa interior femenina se simplificó y estilizó; los trajes de baño se redujeron de forma notable; el cuerpo pasó a ser objeto de atención especial para lograr su mantenimiento esbelto y bello. Médicos, higienistas, sexólogos y divulgadores científicos -y también pornógrafos- descubrieron la sexualidad femenina.
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Tirar de las piernas al ahorcado para que fallezca antes la ha parecido a Goya una actitud excesiva y "fuerte", presentando al oficial que guarda su espada como un ser esperpéntico para reforzar la brutalidad de la guerra.
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La construcción de las fortificaciones del Caribe no sólo diferenció a sus ciudades definiendo una imagen urbana presidida por las fortificaciones, sino que también fue una de las causas de la llegada de población negra para trabajar en ellas. Cristóbal de Roda, de la familia de los Antonelli, fue uno de los ingenieros que se ocupó durante años (1609-1632) de las fortificaciones de Cartagena de Indias, uno de los enclaves fortificados más espectaculares que se conservan hoy día y que sufrió frecuentes ataques de franceses e ingleses desde el siglo XVI. El Castillo de San Felipe de Barajas es una de las más voluminosas y sólidas obras de fortificación de las construidas en América. Su origen está en la necesidad de fortificar el cerro de san Lázaro, para así defender la puerta de Media Luna, la única entrada por tierra a la ciudad de Cartagena de Indias desde el continente. Fue el gobernador Pedro Zapata de Mendoza el encargado de su construcción, sufragándose la fortaleza gracias a los préstamos de los vecinos. El 12 de octubre de 1657 estaban finalizados los trabajos, configurando una fortificación triangular en la cima del cerro, con cuatro garitas, almacén, aljibe y alojamiento para los soldados encargados de su defensa. Su dotación era de ocho cañones y una guarnición de 20 soldados y 4 artilleros. Su nombre le fue dado en honor de Felipe IV. La amenaza de guerra contra Inglaterra en 1762 obligó a reforzar las defensas, por lo que el gobernador don José de Sobremonte encargó a Antonio de Arévalo, prestigioso ingeniero militar, la ejecución de las obras que convirtieran al castillo en una fortaleza inexpugnable. Arévalo construyó las baterías colaterales del castillo, dotadas con 63 cañones, rodeando dichas baterías con una elevada muralla de acentuada pendiente que la hace imposible de escalar. Según Enrique Marco Dorta, "todas estas baterías fueron dispuestas de tal modo que se defendían recíprocamente y a su vez estaban dominadas por el castillo. Formaban un conjunto de fortificaciones separadas, unidas entre sí por caminos subterráneos, que permitían la retirada sucesiva, de una a otra, a medida que los enemigos consiguiesen ocuparlas". El fin de las guerras de independencia en el siglo XIX motivó el abandono del fuerte, convirtiéndose posiblemente en cantera, hasta que en 1928 se inició unas obras de restauración que duran hasta nuestros días.
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Según la jefatura aliada, en cuyo vértice se hallaba Eisenhower, la operación de desembarco precisaba ante todo contar con el factor de la rapidez, ya que era fundamental disponer a la mayor brevedad con la posesión de varios puntos para establecer el aprovisionamiento de los contingentes empleados. Por otra parte, un somero repaso de las fuerzas en presencia muestra en general una clara ventaja para los aliados con respecto a sus adversarios.Así, en la isla se encontraban estacionadas cuatro divisiones alemanas y dos italianas, a las que debían unirse otras seis más desplegadas en las costas junto con varios regimientos y brigadas. El total de efectivos humanos desplegados era, por parte italiana, de 200.000 hombres -incluyendo la milicia fascista- y unos cien carros de combate. Los alemanes disponían en suelo siciliano de 28.000 hombres y 165 carros. En el aire, las fuerzas del Eje contaban con un total de 520 aparatos, de los cuales, sin embargo, solamente una tercera parte estaba en condiciones de volar. Disponían también de una poderosa artillería de 1.500 piezas, pero tenían escasez de transportes. Finalmente, debe contarse con la presencia de la potente flota de guerra italiana, compuesta por seis acorazados, siete cruceros, treinta y dos destructores, cuarenta y ocho submarinos, dieciséis torpederos, veintisiete naves de escolta y ciento quince lanchas rápidas. Una serie de factores de orden diverso, desde la falta de preparación de sus mandos hasta la idea de no ser capaz de enfrentarse con la Armada británica, harían que esta flota no llegase a actuar en ningún momento.Los aliados contaban con el 8.° Ejército británico (Montgomery) y el 7.° norteamericano (Patton): siete divisiones de infantería, una brigada autónoma, dos divisiones acorazadas, otras dos aerotransportadas -compuestas por paracaidistas y planeadores- y tres divisiones más preparadas para actuar y estacionadas en sus bases de Libia y Túnez. En total 181.000 hombres, 600 carros, 1.800 cañones y 14.000 vehículos de diferente tipo. Sobre el plano marítimo disponían de seis acorazados, cuatro portaaviones y gran cantidad de cruceros y destructores, además de navíos de variada especie -de guerra y transporte- hasta un total de 1.370. Junto a ello deben citarse más de 1.100 lanchas de desembarco. En el dominio aéreo, los aliados tenían más de cuatro mil aparatos, superiores en el mar y en el aire. Los expedicionarios se encontraban disminuidos en tierra, al tener que introducirse en un espacio sobre el que debían actuar desde el exterior.
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<p>Estando los rusos dispuestos a defenderse y los alemanes a atacar, tan sólo faltaba la fecha de inicio de la confrontación. La primera posibilidad barajada por Hitler fue comenzar la ofensiva el 3 de mayo de 1943, posibilidad rápidamente desechada por cuanto los ingentes preparativos soviéticos eran tan ostensibles que el mismo Führer determinó aplazar la Operación Citadelle hasta no contar con mayores medios. Las noticias facilitadas por el espía "Lucy" permitían al Alto Mando soviético conocer las operaciones y movimientos del enemigo, por lo que los rusos hubieron de movilizarse y desmovilizarse en varias ocasiones más. Tras ordenar aumentar el ritmo de fabricación de carros, Hitler decidió que la nueva fecha sería el 12 de junio. Esta vez el aplazamiento fue causado por problemas lejanos, como fue la rendición de las fuerzas alemanas e italianas en el norte de África. La victoria aliada significaba que acaparaban la totalidad del Norte de África y que esta nueva situación les permitía establecer una cabeza de puente para la invasión del Sur de Europa, bien a través de Italia, bien a través de los Balcanes. Significaba, también, que la invasión podría producirse en cuestión de semanas, lo que abriría un nuevo frente en el Mediterráneo, además del ya establecido en Rusia. Otro motivo de preocupación para Hitler era la postura italiana. Sabía el Führer que las tropas alemanas en Sicilia eran despreciadas por la población, acusadas de inplicarla en una guerra que además iban perdiendo. Tampoco estaba seguro de la fidelidad del ejército italiano, que podría pasarse al bando aliado. Por si fuera poco, no dudaba de su alianza con Mussolini, pero sí de la capacidad de éste para mantenerse en el poder en un momento de especial dificultad. En consecuencia, Hitler se planteó enviar seis divisiones acorazadas Panzer desde el frente ruso, tres de las cuales habrían de ser "SS", en un intento de impresionar a la población y los soldados italianos. Sin embargo, el Cuartel general alemán se opuso, alegando que esas unidades eran imprescindibles para el éxito de la operación Citadelle. En respuesta, Hitler aplazó el envío a la espera de cómo evolucionasen los acontecimientos. Los permanentes retrasos en el comienzo de la ofensiva preocupaban seriamente a los mandos alemanes, en especial Kluge y Manstein. Ambos sabían que los soviéticos llevaban meses preparando sus defensas, y estimaban que todo aplazamiento beneficiaba al enemigo, más aun si coincidía con un desembarco aliado en Europa. Así, el mismo Manstein se mostró en algún momento partidario de abandonar el plan de ataque, mientras que Kluge, deseoso de gloria y prestigio con el que oponerse a su enemigo Guderian, era partidario de continuarlo. El factor que resultó definitivo en la decisión de continuar con los planes previstos fue la intervención de Zeitzler, quien pensó, y así se lo dijo a Hitler, que tantos preparativos soviéticos demostraban la importancia estratégica de la región de Kursk y que, en caso de salir victoriosos, el Ejército Rojo sufriría un golpe del que difícilmente podría recuperarse. No sólo Zeitzler, sino también otros miembros del Estado Mayor alemán, pensaron que los soviéticos preparaban una gran ofensiva, lo que resultaba del todo falso, pues los rusos se estaban preparando para atacar una vez hubieran rechazado la ofensiva alemana. La nueva fecha ordenada por Hitler era el 3 de julio, después cambiada por la noche del 4 al 5 de julio. Entretanto, los soviéticos continuaban preparando sus defensas. En el sector occidental del frente Voronezh, Vatutin dispuso al Treinta y Ocho y al Cuarenta ejércitos, mientras que entre Soldatskoye y Volchansk, en una línea de 112 kms., desplegó a lo más granado de su ejército. En un primer escalón, situó al Sexto y Séptimo ejércitos de Guardias, veteranos de Stalingrado, reforzados con los dos tercios de su artillería orgánica y casi las tres cuartas partes de la Reserva. En un segundo escalón ubicó al Primer Ejército de carros, dominando la zona oriental hacia Oboyan, el transporte por ferrocarril y la carretera hacia el Norte de Kursk, mientras que el Sesenta y Nueve habría de salvaguardar el sector central entre el Sexto y Séptimo ejércitos de Guardias. Un cuerpo de ejército de infantería y otro de carros componían sus fuerzas de reserva. La defensa soviética se organizaba de manera escalonada. Cada ejército se desplegaba en tres o cuatro escalones, estando constituido cada escalón de tres zonas, anterior, media y posterior, de defensa. Incluso en algunas áreas había zonas de defensa intermedias. Por detrás, en el frente Estepa, el mariscal Zhukov desplegó cinco ejércitos, entre ellos el gigantesco Quinto ejército de carros, y seis cuerpos de ejército. Rokossovsky, en la región al Norte del saliente de Kursk, desplegó los ejércitos Sesenta y Sesenta y Cinco para que protegieran la cara occidental del saliente, mientras que, por el Norte, correspondía esta misión al Diecisiete, Trece y Cuarenta y Ocho. Un segundo escalón defensivo lo componía el segundo Ejército de carros, al mismo tiempo que en la reserva se situaban un cuerpo de ejército de infantería, otro de caballería, dos de carros y varias unidades de cañones anti-carro. La estrategia de despliegue soviética estaba especialmente preparada para contrarrestar las técnicas alemanas de avance, en especial las de las divisiones Panzer. Habitualmente, como demostraron con gran efectividad en las campañas de Polonia y Francia, las divisiones Panzer eran lanzadas como punta de lanza contra las defensas enemigas, entre las que abrían un corte estrecho pero profundo. La penetración tras las líneas enemigas permitía después golpearlas desde la retaguardia, mientras la infantería acosaba de frente. Sin embargo, esta técnica era desaconsejada para enfrentarse a defensas en profundidad, como desde luego eran las de Kursk. Así, el Cuarto Ejército Panzer y el destacamento de Ejército "Kempf" adoptaron el dispositivo de ataque "en cuña": los blindados atacarían agrupados en diversas formaciones a manera de cuña, ubicados los Tigers en la punta y los Panzer y Pzkw IV en la base de la retaguardia. Por detrás, avanza la infantería con granadas y ametralladoras móviles mientras que en la base se sitúan unidades de infantería motorizada con morteros móviles. La intención era lanzar sucesivas oleadas de estos ataques, a fin de mermar las defensas soviéticas. Tanto Model como Hoth pensaban, y así lo ordenaron, que la penetración de los Panzer debía mantenerse a toda costa, pues se consideraba un factor esencial en la victoria. Si algún carro quedaba parado por avería, debería apoyar con su fuego el avance del resto de unidades, que atacarían tan sólo las defensas que se interpusieran en su avance, mientras que el resto, se pensaba, quedarían después para la infantería de apoyo. Para los mandos alemanes, la movilidad era básica, más aun sabiendo que los rusos habían preparado extraordinarias defensas. Se temía, por tanto, un ataque estático, que será finalmente el que, obligados por los campos de minas, acabará por producirse. En efecto, para salir de los campos minados los blindados alemanes hubieron de ponerse a tiro de los cañones soviéticos, con lo que la formación en cuña se rompía al retrasar su avance y ser alcanzados por la infantería. La inadecuada táctica empleada produjo que sólo el Cuerpo de Ejército Panzer SS lograse romper varios cinturones defensivos rusos durante la primera semana de combates. En el frente norte, el mando alemán decidió emplear un sistema ofensivo clásico, destinando a la infantería y artillería la misión de abrir una brecha por la que avanzasen las divisiones Panzer, una táctica utilizada con éxito ocho meses antes por Montgomery en El Alamein. Sin embargo, su mayor problema será la carencia de artillería. Por el sur, Hoth y Kempf, subordinados a Manstein, disponían de la mayor fuerza acorazada jamás dispuesta en el ejército alemán. Desplegados de este a oeste a lo largo de una línea de 50 kms., contra Vatutin se oponían el sexto Ejército de Guardias, ubicado al Sudoeste, y las divisiones acorazadas de la Tercera División Panzer Grossdeutschland, 11? Panzer, SS, Leibstandarte, Adolf Hitler, Das Reich, Totenkopf, 6?, 19? y 7? Panzer. El equipamiento de las divisiones SS era extraordinario y superior a lo normal, preparadas para hacer un trabajo rápido y dispersarse rápidamente hacia otros frentes, pues se tenía una confianza enorme en sus propias fuerzas. Previamente al inicio de los combates, ambos contendientes se esforzaron en intentar engañar al enemigo. Los rusos, por ejemplo, construyeron numerosos aeródromos, reales o ficticios, para confundir al enemigo. Los alemanes, por su parte, intentaban hacer creer al Alto Mando ruso que su ataque se produciría de frente contra el saliente, y no por los flancos laterales, engaño en el que los soviéticos no cayeron debido a las informaciones facilitadas por el espionaje. Las acciones de distracción alemanas incluían movilizaciones de carros a plena luz del día, que luego regresaban de noche a sus posiciones. El despliegue real de los efectivos alemanes, con todo, fue espectacular. 900.000 hombres, de ellos 570.000 como fuerza de asalto, 10.000 piezas artilleras, 2.700 carros y cañones de asalto y 2.050 aviones de la Cuarta y Sexta Flota Aérea de la Luftwaffe fueron aprestados para la ofensiva. El Noveno Ejército del general Model, incluido en el Grupo de Ejército Centro, ocupó una línea de frente de 50 kms. con seis divisiones Panzer, dos de infantería motorizada y doce de a pie. Al sur del saliente de Kursk, Manstein desplegó dos grandes unidades de ataque: una, el Cuarto ejército Panzer de Hoth, contaba con cinco divisiones Panzer, una de infantería motorizada y tres de a pie; la otra, el destacamento de Ejército de Kempf, disponía de tres divisiones Panzer y otras tres de infantería de a pie. Los rusos, por su parte, dispusieron de 1.337.000 hombres, 20.220 cañones, morteros y lanzacohetes, 3.066 carros de combate y 2.650 aviones. El despliegue de medios, por el norte del saliente, puso a disposición de Rokossovsky seis ejércitos (cada uno de ellos equivalente a un cuerpo de ejército alemán), superiores en número a los alemanes en proporción de 6 a 4. La superioridad artillera era también abrumadora. Vatutin, por el Sur, pudo oponer a Manstein, Hoth y Kempf también seis ejércitos, en una relación de seis rusos por 5 alemanes, si bien el sector por el que se esperaba el ataque alemán estaba defendido por dos cuerpos de ejército soviéticos. La superioridad rusa se completaba con las fuerzas establecidas por Zhukov en la retaguardia, un grupo de ejército completo, más tres cuerpos de ejército de infantería por detrás de Vatutin y Rokossovsky. Tres agrupaciones aéreas, cada una con 700 aviones, realizarían la cobertura aérea a base de bombarderos de las Fuerzas Aéreas Estratégicas y cazas de las Fuerzas de la Defensa Aérea.</p>