La obra que culmina el románico en la península Ibérica es la catedral de Santiago de Compostela. El obispo Gelmírez será el principal promotor del proyecto en el último tercio del siglo XI. Sobre las naves laterales y las del transepto corre una tribuna que contrarresta el empuje de las bóvedas de cañón de la nave central, permitiendo crear un espacio en el que los peregrinos podrían asistir al culto. Estas tribunas se cubren con bóvedas de cuarto de esfera. La elevada nave central se cubre con bóveda de cañón y tiene casi 22 metros de altura, apoyándose en pilares de basa cuadrada y circular que se alternan.
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En la pilastra derecha del Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela aparecen representados los apóstoles Pedro, Pablo, Santiago el Menor y Juan, cada uno con sus símbolos característicos. Como podemos observar, aún conservan restos de la policromía con que el maestro Mateo y su equipo revistió todo el programa iconográfico del Pórtico.
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En uno de los laterales del Pórtico de Platerías de la catedral de Santiago de Compostela encontramos dos figuras que representan la creación de Adán, contrastando la figura del creador vestida con la del primer padre, desnuda. Son figuras estilizadas, de largos miembros, grandes ojos y cabellos ondulados, emparentadas estilísticamente con la Colegiata de San Ildefonso de León.
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El doble pórtico de la Portada de Platerías de la catedral de Santiago de Compostela está flanqueado por un haz de once columnas, con triple arquivolta, apareciendo en toda su extensión la rica iconografía románica. En los contrafuertes laterales podemos observar al rey David, músico de barba rizada con las piernas cruzadas y una túnica pegada al cuerpo, apreciándose un buen número de pliegues. La figura se sitúa ante una arquería y pisa una fiera, alusión al demonio. El instrumento musical que porta en sus manos es de época medieval y tiene reelación con los que aparecen en el Pórtico de la Gloria.
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Para proteger el Pórtico de la Gloria de la ruina que le amenazaba, el Cabildo de la sede catedralicia compostelana mandó edificar una gran fachada, al mismo tiempo que procedía a completar la obra de una torre, gemela a la construida en el siglo XVII por José Peña de Toro y Domingo de Andrade. El autor de la nueva edificación, Fernando Casas y Novoa, tuvo el talento de proyectar una excepcional fachada de diseño piramidal, articulada con columnas de fuste estriado, inserta en una estructura aparentemente desmaterializada por los amplios vanos acristalados que cumplen la función de iluminar de manera portentosa la zona de los pies del templo. La experiencia de ascender al edificio desde el exterior, también alcanza su plenitud con la escalinata en convergencia que conexiona con el espacio urbano, estableciendo la necesaria coherencia entre el mundo exterior y el del interior del templo. La fachada-transparente proporciona un abrigo que protege la obra maestra del medievo pero, al mismo tiempo, su planificación es un manifiesto triunfal con fuerzas visuales de gran magnitud arquitectónica. Es centro focal de una plaza en la que se erige explícitamente en una escultura monumental.
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En 1740 Fernando de Casas se hallaba empeñado en lo que sería su obra culminante, la fachada del Obradoiro, el colofón de toda la transformación barroca de la catedral de Santiago. Cuando dos años antes se hace cargo de la obra, tiene ya un punto de partida, un esquema previo de fachada torreada que él ha de transformar dándole un sentido de arco de triunfo, en el que de nuevo aflora la idea del Triunfo sevillano, así como la necesidad de mantener una iluminación correcta al recinto interior, por lo que toda la parte central se ha de plantear como un enorme espejo o vidriera a través de la cual entre la luz conveniente. Este espejo se une con las partes laterales de la fachada mediante una forma cóncava que dinamiza el muro, decorado por grandes volutas y toda una serie de trofeos y menudos temas vegetales que recorren los lienzos murales hasta rematar en el dinámico templete en el que se recorta la imagen de Santiago peregrino, a quien, en definitiva, va dedicado el Triunfo.