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LIBRO DOZE De la conquista de la Nueva España, que es la ciudad de México Capítulo primero De las señales y pronósticos que aparecieron antes que los españoles veniesen a esta tierra ni huviese noticia de ellos Diez años antes que viniesen los españoles de esta tierra pareció en el cielo una cosa maravillosa y espantosa, y es que pareció una llama de fuego muy grande y muy resplandeciento. Parecía que estava tendida en mismo cielo; era ancha de la parte de abaxo, y de la parte de arriba, aguda, como cuando fuego arde. Parecía que la punta de ella llegava hasta medio del cielo. Levantávase por la parte del oriente luego después de la medianoche, y salía con tanto resplandor que parecía día. Llegava hasta la mañana; entonce se perdía de vista. Cuando salía sol estava la llama en lugar que está sol a mediodía. Esto duró por espacio de un año cada noche. Començó en las doze casas; y cuando parecía a la medianoche toda la gente gritava y se espantava; todos sospechavan que era señal de algún gran mal. La segunda señal que aconteció fue que chapitel de un cu de Uitzilopuchtli, que se llamava Tlacatecca, se encendió milagrosamente y se quemó. Parecía que las llamas del fuego salían de dentro de los maderos de las colunas, y muy de presto se hizo ceniza. Cuando ardía començaron los sátrapas a dar vozes, diziendo: "¡Oh, mexicanos! Venid presto a apagar fuego con cántaros de agua." Y venida agua, echávanla sobre fuego y no se apagava, sino más antes se encendía, y así se hizo todo brasa. La tercera señal o pronóstico fue: cayó un rayo sobre cu de Xiuhtecutli, dios del fuego, cual estava techado con paja; llamávase Tzunmulco. Espantáronse de esto porque no lluvía sino agua menuda, que no suele caer rayos cuando ansí llueve, ni huvo tronido, sino que no saben cómo se encendió. La cuarta señal o pronóstico fue que de día, haziendo sol, cayó una cometa. Parecían tres estrellas juntas que corrían a la par muy encendidas y llevavan muy largas colas. Partieron de hazia occidente y corrían hazia oriente; ivan echando centellas de sí. Desque la gente las vio començaron a dar gran grita; sonó grandíssimo ruido en toda la comarca. La quinta señal o pronóstico fue que se levantó la mar de México con grandes olas. Parecía que hervía sin hazer aire ninguno, la cual nunca se suele levantar sin gran viento. Llegaron las olas muy lexos y entraron entre las casas; sacudían en los cimientos de las casas; algunas casas cayeron. Fue grande espanto de todos por ver que sin aire se havía de tal manera embravecido agua. La sesta señal o pronóstico es que se oía en aire de noche una voz de muger que dezía: "¡Oh, hijos míos, ya nos perdemos!" Algunas vezes dezía: "¡Oh, hijos míos! ¿Dónde os llevaré?" La séptima señal o pronóstico es que los cazadores de las aves del agua cazaron una ave parda del tamaño de una grulla, y luego la fueron a mostrar a Motecuçoma, que estava en una sala que llamavan Tlillancalmécac; era después de mediodía. Tenía esta ave en medio de la cabeça un espejo redondo donde se parecía cielo y las estrellas y especialmente los Mastelejos que andan cerca de las Cabrillas. Como vio esto Motecuçoma espantóse, y la segunda vez que miró en espejo que tenía ave, de ahí a un poco vio muchedumbre de gente junta que venían todos armados encima de cavallos. Y luego Motecuçoma mandó llamar a los agureros y adivinos y preguntólos: "¿No sabéis qué es esto que he visto? Que viene mucha gente junta." Y antes que respondiessen los adivinos desapareció ave, y no respondieron nada. La octava señal o pronóstico es que aparecieron muchas vezes mostruos en cuerpos mostruosos. Llevávanlos a Motecuçoma, y en viéndolos él en su aposento que se llamava Tlillancalmécac, luego desaparecían.
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En que cuenta cuándo partió el armada, y los oficiales y gente que en ella iba A 17 días del mes de junio de 15271, partió del puerto de Sant Lúcar de Barrameda el gobernador Pánfilo de Narváez, con poder y mandado de Vuestra Majestad2 para conquistar y gobernar las provincias que están desde el río de las Palmas3 hasta el cabo de la Florida, las cuales son en Tierra Firme4; y la armada que llevaba eran cinco navíos, en los cuales, poco más o menos, irían seiscientos hombres. Los oficiales que llevaba (porque de ellos se ha de hacer mención) eran estos que aquí se nombran: Cabeza de Vaca, por tesorero y por alguacil mayor; Alfonso Enríquez, contador; Alonso de Solís, por factor de Vuestra Majestad y por veedor; iba un fraile de la Orden de Sant Francisco por comisario, que se llamaba fray Juan Suárez, con otros cuatro frailes de la misma Orden. Llegamos a la isla de Santo Domingo5, donde estuvimos casi cuarenta y cinco días, proveyéndonos de algunas cosas necesarias, señaladamente de caballos. Aquí nos faltaron de nuestra armada más de ciento y cuarenta hombres, que se quisieron quedar allí, por los partidos y promesas que los de la tierra hicieron. De allí partimos y llegamos a Santiago6 (que es puerto en la isla de Cuba), donde en algunos días que estuvimos, el gobernador se rehizo de gente, de armas y de caballos. Sucedió allí que un gentilhombre que se llamaba Vasco Porcalle7, vecino de la villa de la Trinidad, que es la misma isla, ofreció de dar al gobernador ciertos bastimentos que tenía en la Trinidad, que es cien leguas del dicho puerto de Santiago. El gobernador, con toda la armada, partió para allá; mas llegados a un puerto que se dice Cabo de Santa Cruz, que es mitad del camino, parescióle que era bien esperar allí y enviar un navío que trajese aquellos bastimentos; y para esto mandó a un capitán Pantoja que fuese allá con su navío, y que yo, para más seguridad, fuese con él, y él quedó por cuatro navíos, porque en la isla de Santo Domingo había comprado un otro navío. Llegados con estos dos navíos al puerto de la Trinidad, el capitán Pantoja fue con Vasco Porcalle a la villa, que es una legua de allí, para rescebir los bastimentos; yo quedé en la mar con los pilotos, los cuales nos dijeron que con la mayor presteza que pudiéramos nos despachásemos de allí, porque aquél era un mal puerto y se solían perder muchos navíos en él; y porque lo que allí nos sucedió fue cosa muy señalada, me paresció que no sería fuera del propósito y fin con que yo quise escrebir este camino, contarla aquí. Otro día, de mañana, comenzó el tiempo a dar no buena señal, porque comenzó a llover, y el mar iba arreciando tanto, que aunque yo di licencia a la gente que saliese a tierra, como ellos vieron el tiempo que hacía y que la villa estaba de allí una legua, por no estar al agua y frío que hacía, muchos se volvieron al navío. En esto vino una canoa de la villa, en que me traían una carta de un vecino de la villa, rogándome que me fuese allá y que me darían los bastimentos que hubiese y necesarios fuesen: de lo cual yo me excusé diciendo que no podía dejar los navíos. A mediodía volvió la canoa con otra carta, en que con mucha importunidad pedían lo mismo, y traían un caballo en que fuese; yo di la misma respuesta que primero había dado, diciendo que no dejaría los navíos, mas los pilotos y la gente me rogaron mucho que fuese, porque diese priesa que los bastimentos se trujese lo más presto que pudiese ser, porque nos partiésemos, luego de allí, donde ellos estaban con gran temor que los navíos se habían de perder si allí estuviesen mucho. Por esta razón yo determiné de ir a la villa, aunque primero que fuese dejé proveído y mandado a los pilotos que si el Sur, con que allí suelen perderse muchas veces los navíos, ventase y se viesen en mucho peligro, diesen con los navíos de través y en parte que se salvase la gente y los caballos; y con esto yo salí, aunque quise sacar algunos conmigo, por ir en mi compañía, los cuales no quisieron salir, diciendo que hacía mucha agua y frío y la villa estaba muy lejos; que otro día, que era domingo, saldrían con el ayuda de Dios, a oír misa. A una hora después de yo salido la mar comenzó a venir muy brava, y el norte fue tan recio que ni los bateles osaron salir a tierra, ni pudieron dar en ninguna manera con los navíos al través por ser el viento por la proa; de suerte que con muy gran trabajo, con dos tiempos contrarios y mucha agua que hacía, estuvieron aquel día y el domingo hasta la noche. A estar hora el agua y la tempestad comenzó a crecer tanto, que no menos tormenta había en el pueblo que en la mar, porque todas las casas y iglesias se cayeron, y era necesario que anduviésemos siete u ocho hombres abrazados unos con otros para podernos amparar que el viento no nos llevase; y andando entre los árboles, no menos temor teníamos de ellos que de las casas, porque como ellos también caían, no nos matasen debajo. En esta tempestad y peligro anduvimos toda la noche, sin hallar parte ni lugar donde media hora pudiésemos estar seguros. Andando en esto, oímos toda la noche, especialmente desde el medio de ella, mucho estruendo y grande ruido de voces, y gran sonido de cascabeles y de flautas y tamborinos y otros instrumentos, que duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó. En estas partes nunca otra cosa tan medrosa se vio; yo hice una probana de ello, cuyo testimonio envié a Vuestra Majestad. El lunes por la mañana bajamos al puerto y no hallamos los navíos; vimos las boyas de ellos en el agua, adonde conoscimos ser perdidos, y anduvimos por la costa por ver si hallaríamos alguna cosa de ellos; y como ninguno hallásemos, metímonos por los montes, y andando por ellos un cuarto de legua de agua, hallamos la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y diez leguas de allí, por la costa, se hallaron dos personas de mi navío y ciertas tapas de cajas, y las personas tan desfiguradas de los golpes de las peñas, que no se podían conoscer; halláronse también una capa y una colcha hecha pedazos, y ninguna otra cosa paresció. Perdiéronse en los navíos sesenta personas y veinte caballos. Los que habían salido a tierra el día que los navíos allí llegaron, que serían hasta treinta, quedaron de los que en ambos navíos había. Así estuvimos algunos días con mucho trabajo y necesidad, porque la provisión y mantenimientos que el pueblo tenía se perdieron y algunos ganados; la tierra quedó tal, que era gran lástima verla: caídos los árboles, quemados los montes, todos sin hojas ni yerbas. Así pasamos hasta cinco días del mes de noviembre, que llegó el gobernador con sus cuatro navíos, que también habían pasado gran tormenta y también habían escapado por haberse metido con tiempo en parte segura. La gente que en ellos traía, y la que allí halló, estaban tan atemorizados de lo pasado, que temían mucho tornarse a embarcar en invierno, y rogaron al gobernador que lo pasase allí, y él, vista su voluntad y la de los vecinos, invernó allí. Dióme a mí cargo de los navíos y de la gente para que me fuese con ellos a inventar al puerto de Xagua, que es doce leguas de allí, donde estuve hasta 20 días del mes de hebrero.
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Capítulo quinto De lo que pasó cuando los mensajeros de Motecuçoma entraron en el navío del capitán don Hernando Cortés Començaron a subir al navío por la escalera, y llevavan el presente que Motecuçoma los mandó llevar. Como estuvieron delante de don Hernando Cortés, besaron todos la tierra en su presencia, y habláronle de esta manera: "Sepa dios a quien venimos a adorar en persona de su siervo Motecuçoma, el cual le rige y govierna la su ciudad de México, y dize: 'Ha llegado con trabaxo dios'." Y luego sacaron los ornamentos que llevavan y se los pusieron al capitán don Hernando Cortés, atavidndole con ellos. Pusiéronle primeramente la corona y máscara que arriba se dixo, y todo lo demás. Echáronle al cuello los collares de piedras que llevavan con los joeles de oro; pusiéronle en el braço izquierdo la rodela de que se dixo arriba, y todas las otras cosas se las pusieron delante ordenadas, como suelen poner sus presentes. El capitán les dixo: "¿Hay otra cosa más que esto?" Dixéronle: "Señor nuestro, no hemos traído más cosas de éstas que aquí están." El capitán mandólos luego atar, y mandó soltar tiros de artillería. Y los mensajeros, que estavan atados de pies y manos, como oyeron los truenos de las lombardas, cayeron en suelo como muertos. Y los españoles levantáronlos del suelo y diéronles a bever vino con que los esforçaron y tornaron en sí. Después de esto, el capitán don Hernando Cortés les dixo por su interprete: "Oíd lo que os digo. Hanme dicho que los mexicanos son valientes hombres, que son grandes peleadores y grandes luchadores; son muy diestros en las armas. Dízenme que un solo mexicano es bastante para vencer a diez y a veinte de sus enemigos. Quiero provaros si esto es verdad, si sois tan fuertes como me han dicho." Luego les mandó dar espadas y rodelas para que peleasen con otros tantos españoles, para ver quién vencería a los otros. Y los mexicanos dixeron luego al capitán don Hernando Cortés: "Oyanos vuestra merced nuestra escusa, porque no podemos hazer lo que nos mandáis, y es porque Motecuçoma, nuestro señor, no nos embió a otra cosa sino a saludaros y daros este presente. No podemos hazer otra cosa ni podemos hazer lo que nos mandáis, y si lo hiziéremos, enojarse ha mucho nuestro señor Motecuçoma, y mandarnos ha matar." Y capitán respondióles: "Hase de hazer en todo caso lo que os digo. Tengo de ver qué hombre sois, que allá en nuestra tierra hemos oído que sois valientes hombres. Aparejaos; con esas armas y disponeos para que mañana luego de mañana nos veamos en el campo."
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Capítulo quinto De diversas maneras de borrachos Más, dezían que el vino se llama centzontotochti, que quiere dezir "cuatrocientos conejos", porque tienen muchas y diversas maneras de borrachería. Algunos borrachos, por razón del signo en que nacieron, el vino no les es perjudicial o contrario; en emborrachándose, luego cáyense dormidos o pónense cabizbajos, asentados y recogidos; ninguna travesura hazen ni dizen. Y otros borrachos comiençan a llorar y córrenles las lágrimas por los ojos como arroyos del agua. Y otros borrachos luego comiençan a cantar y no quieren parlar ni oír cosas de burlas, mas solamente reciben consolación en cantar. Y otros borrachos no cantan sino luego comiençan a parlar y hablar consigo mismo, o a infamar a otros y dezir algunas desvergüenças contra otros, y antonarse y dezirse ser uno de los principales honrados, y menosprecian a otros y dizen afrentosas palabras, y álçanse y mueven la cabeça diziendo ser ricos y reprehendiendo a otros de pobreza, y estimándose mucho como soberbios y rebeldes en sus palabras, y hablando rezia y ásperamente, moviendo las piernas y dando de coces. Y cuando están en su juizio son como mudos y temen a todos, y son temerosos, y escúsanse con dezir: "Estava borracho, y no sé lo que me dixe; estava tomando del vino". Y otros borrachos sospechan mal; házense sospechosos y mal acondicionados, y entienden las cosas al revés, y levantan falsos testimonios a sus mugeres, diziendo que son malas mugeres, y luego comiençan a enojarse con cualquiera que habla a su muger, etc.; y si alguno habla, piensa que murmura de él; y si alguno ríe, piensa que se ríe de él; y ansí riñe con todos sin razón y sin porqué; esto haze por estar trastornado del vino. Y si es muger la que se emborracha, luego se cae asentada en el suelo encogidas las piernas, y algunas vezes estiéndense las piernas en ese suelo; si está muy borracha, desgréñase los cabellos y está toda descabellada, y duérmese rebueltos todos los cabellos, etc. Todas estas maneras de borrachos ya dichas dezían que aquel borracho era su conejo o la condición de su borrachez, o el demonio que en él entrava. Si algún borracho se despeñó o se mató, dezían "aconejóse". Y porque el vino es de diversas maneras y haze borrachos de diversas maneras llamavan centzontotochti, que son "cuatrocientos conejos" como si dixessen que hazen infinitas maneras de borrachos. Y más, dezían que cuando entrava el signo ume tochtli hazían fiesta al dios principal de los dioses del vino que se llamava Izquitécatl. También hazían fiesta a todos los dioses del vino y poníanle una estatua en el cu, y dávanle ofrendas, y bailavan y tañíanle flautas, y delante de la estatua una tinaja hecha de piedra que se llamava umetochtecómatl, llena de vino, con unas cañas con que bevían el vino los que venían a la fiesta. Y aquellos eran viejos y viejas, y hombres valientes y soldados y hombres de guerra. Bevían vino de aquella tinaja por razón que algún día serían captivos de los enemigos, o ellos, estando en lugar de la pelea, tomarían captivos de los enemigos; y ansí andavan holgándose, beviendo vino. Y el vino que bevían nunca se acabava, porque los taberneros, cada rato, echavan vino en la tinaja. Los que llegavan al tiánquez, donde estava la estatua del dios Izquitécatl, y también los que nuevamente horadavan los magueyes y hazían vino nuevo, que se llama uitztli, traían el vino con cántaros y echavan en la tinaja de piedra. Y no solamente esto hazían los taberneros en la fiesta, sino cada día lo hazían ansí, porque era tal costumbre de los taberneros.
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Capítulo quinto Del mal agüero que tomavan del chillido de la lechuza Cuando alguno sobre su casa oía charrear a la lechuza, tomava mal agüero. Luego sospechava que alguno de su casa havía de morir o enfermar, en especial si dos o tres vezes venía a charrear allí sobre su casa, tenía por averiguado que havía de ser verdadera su sospecha. Y si por ventura en aquella casa donde venía a charrear la lechuza estava algún enfermo, luego le pronosticavan la muerte. Dezían que aquél era el mensajero del dios Mictlantecutli, que iva y venía al infierno. Por esto le llamavan yautequiua; quiere dezir "mensajero del dios del infierno y diosa del infierno", que andava llamar a los que le mandavan. Y si juntamente con el charrear le oían que escarvava con las uñas, el que le oía, si era hombre, luego le dezía: "Está quedo, vellaco oxihondido, que heziste adulterio a tu padre". Y si era muger la que oía, dezíale: "Vete de ahí puto. ¿Has agujerado el cabello con que tengo de bever allá en el infierno? Ante de esto no puedo ir". Dezían que por esto le, injuriavan de esta manera, para escaparse del mal agüero que pronosticava y para no ser obligados a cumplir su llamamiento.
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Capítulo quinto Del lenguaje y afectos que usavan cuando oravan al mayor de los dioses, llamado Texcatlipuca, Titlacaoa, Moquequeloa, después de muerto el señor, para que los diesse otro. Es oración del mayor sátrapa, donde se ponen muchas delicadezes en sentencia y en lenguaje Señor nuestro, ya vuestra magestad sabe como es muerto N; ya lo havéis puesto debaxo de vuestros pies; ya está en su recogimiento; ya es ido por el camino que todos hemos de ir y a la casa donde hemos de morar, casa de perpetuas tinieblas donde ni hay ventana ni luz ninguna; ya está en el reposo donde nadie le desasosegará. Hizo acá su oficio en serviros algunos días y años, no sin culpas y sin ofensas de vuestra magestad, y dístele en este mundo a gustar algún tanto de vuestra suavidad y dulçura, como passándosela por delante de la cara, como cosa que passa de presto. Esto es la dignidad del oficio en que le posistes, en que algunos días os servió, como está dicho, con sospiros y con lloros y con oraciones devotas delante vuestra magestad. ¡Ay dolor, que ya se fue a donde está nuestro padre y nuestra madre, el dios del infierno, aquel que descendió cabeça abaxo al fuego, el cual dessea llevarnos allá a todos con muy importuno desseo, como quien muere de hambre y de sed, el cual está en grandes tormentos de día y de noche, dando bozes y demandando que vayan allá muchos! Ya está allá con él este N, y con todos sus antepassados que primero fueron y también governaron y regieron este reino, donde éste también regió: uno de los cuales fue Acamapichtli, otro fue Tiçócic, otro Auítzotl, otro el primero Motecuçoma, otro Axayaca, y los que agora a la postre han muerto, como el segundo Motecuçoma y también Ilhuicamina. Todos estos señores y reyes regieron y governaron, y gozaron del señorío y dignidad real y del trono y sitial del imperio, los cuales ordenaron y concertaron las cosas de vuestro reino, que sois el universal señor y emperador, por cuyo alvedrío y motivo se rije todo el universo, y que no tenéis necessidad de consejo de ningún otro. Estos dichos ya dexaron la carga intolerable del regimiento que truxeron sobre sus hombros, y lo dexaron a su sucessor N, el cual algunos pocos días tuvo en pie su señorío y reino y agora ya se ha ido en pos de ellos al otro mundo porque vos le llamastes. Y por haverle descargado de tan gran carga, y haverle quitado tan gran trabaxo y haverle puesto en paz y en reposo, está muy obligado hazeros gracias. Algunos pocos días le logramos, y agora para siempre se ausentó de nosotros para nunca más bolver al mundo. ¿Por ventura fue a alguna parte de donde otra vez pueda bolver acá, para que otra vez sus vassallos puedan ver su cara? ¿Por ventura vendrános a dezir hágase esto o aquello? ¿Vendrá por ventura otra vez a ver a los cónsules y regidores de la república? ¿Verle han por ventura más? ¿Conocerle han más? ¿Oirán por ventura más su mandamiento y decreto? ¿Vendrá algún tiempo a dar consuelo y refrigerio a sus principales y cónsules? ¡Ay dolor, que del todo se nos acabó su presencia y para siempre se nos fue! ¡Ay dolor, que ya se nos acabó nuestra candela y nuestra lumbre: la hacha que nos alumbrava del todo la perdimos! Dexó perpetua orfanidad y perpetuo desamparo a todos sus súbditos y inferiores. ¿Tendrá por ventura cuidado de aquí adelante del regimiento y govierno de este pueblo y provincia o reino, aunque se destruya y asuele el pueblo con todos los que en él biven, o el señorío o reino? ¡Oh, señor, nuestro humaníssimo! ¿Es cosa convenible por ventura, que por la ausencia del que murió, venga al pueblo, señorío o reino, algún infortunio en que sean destroçados y desbaratados y ahuyentados los vasallos que en él biven? Porque biviente el que murió estava amparado debaxo de sus alas, tenía tendidas sobre él sus plumas. Peligro es grande que este vuestro pueblo, señorío y reino no corra gran riesgo si no se elige otro con brevedad que le ampare. Pues, ¿qué es lo que vuestra magestad determina de hazer? ¿Es bien que esté ascuras este vuestro pueblo, señorío y reino? ¿Es bien que esté sin cabeça y sin abrigo? ¿Queréisle por ventura asolar y destruir? ¡Oh, pobrezitos de maceguales que andan buscando su padre y su madre, y quien los ampare y govierne, bien ansí como el niño pequeñoelo que anda llorando, buscando a su madre y a su padre cuando están absentes, y rescibe gran angustia cuando no los halla! ¡Oh, pobrezitos de los mercaderes que andan por los montes y por los páramos y çacatlales, y también de los tristes labradores que andan buscando herbezuelas para comer y raízes y leña para quemar, o para quemar de que bivan! ¡Oh, pobrezitos de soldados y hombres de guerra que andan buscando la muerte y tienen ya aborrecida la vida, y en ninguna otra cosa piensan sino en el campo y en la raya donde se dan las batallas! ¿A quién apelidarán? Cuando tomaren algún captivo, ¿a quién le presentarán? Y si le captivaren, ¿a quién darán noticia de su captiverio para que se sepa en su tierra que es captivo? ¿A quién tornará por padre y madre para que en estos casos semejantes le favorezca, pues que ya es muerto el que hazía esto, que era como padre y madre de todos? No havrá ya quien llore, ni quien sospire por los captivos, porque no havrá quien dé noticias de ellos a sus parientes. ¡Oh, pobrezitos de los pleitantes y que tienen letigios con sus adversarios, que les toman sus haziendas! ¿Quién los juzgará y pacificará y les limpiará de sus contiendas y porfías? Bien ansí como el niño cuando se ensuzia, que si su madre no le limpia estáse con su suziedad. Y a aquellos que se rebuelven unos con otros y se abofetean y apuñean y aporrean, ¿quién pondrá paz entre ellos? Y a aquellos que por estas causas andan llorosos y derramando lágrimas, ¿quién los limpiará las lágrimas y remediará sus lloros? ¿Podránse ellos remediar a sí mismos por ventura? Y los que merecen muerte, ¿sentenciarse han ellos por ventura? ¿Quién pondrá el trono de la judicatura? ¿Quién tenderá el estrado del juez, pues que no hay ninguno? ¿Quién ordenará y dispondrá las cosas necessarias al bien del pueblo, señorío y reino? ¿Quién eligirá a los juezes particulares que tengan cargo de la gente baxa por los barrios? ¿Quién mandará tocar el atambor y pífano para juntar gente para la guerra? Y ¿quién juntará y acaudillará a los soldados viejos y hombres diestros en la guerra? Señor nuestro y amparador nuestro, tenga por bien vuestra magestad de elegir y señalar alguna persona suficiente para que tenga vuestro trono y lleve a cuestas la carga pesada del regimiento de la república, y regozije y regale a los populares, bien ansí como la madre regala a su hijo, poniéndole en su regaço. ¿Quién alegrará y regozijará al pueblo, a manera de quien tañe a avejas que andan remontadas o amotinadas, para que se asienten? ¡Oh, señor nuestro humaníssimo! Hazed esta merced a N, que nos parece que es para este oficio. Elegilde y señalalde para que tenga este vuestroseñorío y governación. Dalde como prestado vuestro trono y vuestro sitial para que rija este señorío o reino por el tiempo que biviere. Sacalde de la baxeza y humildad en que está, y ponelde en esta honra y en esta dignidad, que nos parece que es digno de ella. ¡Oh, señor nuestro humaníssimo! Dad lumbre y resplandor de vuestra mano a esta república o reino. Lo dicho tan solamente vine a proponer delante vuestra magestad, aunque muy defectuosamente, como quien está borracho y va azcadillando y medio cayendo. Hágase como vuestra magestad fuere servido en todo y por todo.
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Capítulo quinto De las nubes Las nubes y las pluvías atribuíanlas estos naturales a un dios que llamavan Tlalocatecutli, el cual tenía muchos otros debaxo de su dominio, a los cuales llamavan tlaloques y tlamacazque. Estos pensavan que criavan todas las cosas necessarias para el cuerpo, como maíz y frixoles, etc., y que ellos embiavan las pluvías para que naciessen todas las cosas que se crían en la tierra. Y cuando hacían fiesta a este dios y a sus subjectos, antes de la fiesta ayunavan cuatro días aquellos que llaman tlamacazque, los cuales moravan en la casa del templo llamada calmécac. Y acabado el ayuno, si algún defectuoso entre ellos havía, por honra de aquellos dioses le maltratavan en la laguna, arrastrándole y acozeándole por el cieno y por el agua; y si se quería levantar, tornávanle por fuerça a meter debaxo del agua, hasta que casi le ahogavan. A los que en la casa llamada calmécac hazían algún defecto, como es quebrar alguna basija o cosa semejante, los prendían y tenían guardados para castigallos aquel día. Y algunas vezes los padres del que así estava preso davan gallinas o mantas o otras cosas a los tlamacazques, porque lo soltassen y no lo ahogasen. A los que maltratavan de esta manera ni sus padres ni sus parientes osavan favorecellos ni hablar por ellos, si antes no los havían librado, estando presos. Y tanto los maltratavan, hasta que los dexavan casi por muertos, arrojados a la orilla del agua; entonces los tomavan sus padres y los llevavan a sus casas. En esta fiesta de estos dioses todos los maceoales comían maíz cozido, hecho como arroz, y los tlamacazques andavan bailando y cantando por las calles; en una mano traían una caña de maíz verde, y en otra una olla con asa. Por este modo andavan demandando que les diesen maíz cozido, y todos los maceoales les echavan en las ollas que traían de aquel maíz cozido. Estos dioses dezían que hazían las nubes y las lluvías, y el granizo, y la nieve, y los truenos, y los relámpagos, y los rayos. El arco del cielo es a manera de arco de cantería; tiene aparencia de diversos colores. Cuando aparece es señal de serenidad; y cuando el arco del cielo se pone sobre algún maguey, dezían que le haría secar o marchitar; y también dezían que cuando espesas vezes aparece el arco del cielo, es señal que ya quieren cesar las aguas.
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Capítulo quinto En que suman los años que ha que fue destruida Tulla, hasta el año de 1565 La ciudad de Tulla fue una grande población, y muy famosa. En ella habitaron hombres muy fuertes y sabios. De esto se dirá a la larga en el Libro Tercero y en el Libro Décimo, capítulo 29; y también se dirá cómo fue destruida. En este capítulo solamente se tracta del tiempo que ha que fue destruida. Hállase que desde la destruición de Tulla hasta este año de mil y quinientos y setenta y uno han corrido mil y ochozientos y noventa años, muy poco menos. Veinte y dos años después de la destruición de Tulla vinieron los chichimecas a poblar la provincia de Tezcuco. Y el primer señor que tuvieron fue elegido el año de nacimiento de nuestro señor Jesucristo de mil y dozientos y cuarenta y seis. Y el primer señor de los de Azcaputçalco, el cual se llamó Teçoçomoctli, fue elegido el año de nacimiento de Nuestro Redemptor de mil y trezientos y cuarenta y ocho. Y el primer señor de México, se llamó Acamapichtli, fue electo en el año de mil y trezientos y ochenta y cuatro. Y el primer señor de Tlacupa, que se llamó Chimalpupuca, fue electo en el año de mil y cuatrozientos y ochenta y nueve.
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Capítulo quinto De dónde nació que los mercaderes se llamaron naoaloztoméca La razón porque cierta parte de los mercaderes se llamó naoaloztoméca es que, antes que se conquistasse la provincia de Tzinacantla, los mercaderes mexicanos entravan a tratar en aquella provincia disimulados. Tomavan el traxe y el lenguaje de la misma provincia, y con esto tratavan entre ellos, y sin ser conocidos por mexicanos. En esta provincia de Tzinacantlan se haze el ámbar y también plumas muy largas que llaman quetzalli, porque allí hay muchas aves de éstas, que llaman quetzaltotome, especial en el tiempo del verano, que comen allí las bellotas. También hay muchas aves que llaman xiuhtotome, y otras que se llaman chalchiuhtotome, que vienen a comer el fruto de un árbol que llaman itzámatl. Y cuando caçan estas aves que llaman xiuhtótotl no las usan tocar con las manos, sino roçan de presto heno verde para tomarlas, de manera que las manos no lleguen a la pluma. Y si las toman con las manos desnudas, luego la color de la pluma se deslava y se para como amortiguada de la color açul de claro, deslabado. Hay también en aquella provincia muchos cueros preciosos de animales fieros. Estos mercaderes que se llamaron naoaloztoméca compravan estas cosas dichas; rescatávanlas con navajas de itztli, y con lancetas de lo mismo, y con agujas y cascabeles, y con grana, y piedra de lumbre, y con almagre, y con unas madejas que se llaman tochíuitl, hechas de pelos de conejos. Todas estas cosas tenían estos mercaderes que se llaman naoaloztoméca con que rescatavan el ámbar de que se hazen los beçotes ricos y otros beçotes que llaman tencolli, los cuales usavan los hombres valientes por de muestra de su valentía, que no temían la muerte ni la guerra. Y eran muy diestros en el arte de pelear y de captivar. Rescatavan con lo dicho arriba también plumas ricas como eran quetzales y xiuhtótotl y chalchiuhtótotl. Y si alguna vez los conocían a estos mercaderes mexicanos los naturales, luego les matavan; y ansí andavan con gran peligro y con gran miedo. Y cuando ya venían y salían de aquella provincia para venir a sus tierras, venían con los mismos traxes que entre aquella gente havían usado. Y en llegando, a Tochtépec, donde eran tenidos en mucho, allí dexavan aquel traxe y tomavan el traxe mexicano. Y allí los davan beçotes de ámbar y orejeras que se llaman quetzalcoyolnacochtli, y quetzalicháyatl, que son mantas de maguey texidas como telas de cedaço; y les davan aventaderos o moscaderos que se llaman coxolihecaceuaztli, hechos de plumas ricas, y también les davan unos báculos que se llaman xaoaotopilli, adornados con unas borlas de pluma amarilla de papagayos, con que venían por el camino hasta llegar a México. En llegando a México, luego iban a ver a los principales mercaderes, y davan relación de toda la tierra que havían visto estos que se llamavan naoaloztoméca. Haviendo oído los principales mercaderes la relación de lo que passava, ivan luego a dar noticia al señor de México. Dezían: "Señor nuestro, lo que passa en la provincia de Tzinacantlan y lo que en ella hay es esto que traemos y está en vuestra presencia. Y esto no lo hemos havido de balde, que las vidas de algunos ha costado, algunos naoaloztoméca murieron en la demanda." Haviéndole contado por menudo todo lo que passó, concluyendo, dezian: "De esta manera que havemos dicho han buscado vuestros siervos tierra para nuestro señor dios Uitzilopuchtli. Primero descubrieron la provincia de Anáoac y la passearon, que estava toda llena de riquezas. Y esto secretamente como espías que eran disimuladas como mercaderes." Y después que murió el señor de México, que llamavan Auitzotzin, fue elegido por señor Motecuçoma, que era natural de Tenochtitlan. Como fue electo, guardava las costumbres que tenían los mercaderes y honrávalos; y particularmente honrava a los principales mercaderes y a los que tratavan en esclavos; y los ponía cabe sí, como a los generosos y capitanes de su corte, como lo havían hecho sus antepassados. Y los senadores que regían al Tlatilulco y los que regían a los mercaderes estuvieron muy conformes y muy amigos y muy a una. Y los señores mercaderes que regían a los otros mercaderes tenían por sí su jurisdición y su judicatura; y si alguno de los mercaderes hazían algún delito, no los llevavan delante de los senadores a que ellos los juzgassen, mas los mercaderes mismos, que eran señores de los otros mereaderes, juzgavan las causas de todos los mercaderes por sí mismos. Y si alguno encorría en pena de muerte, ellos le sentenciavan y matavan, o en la cárcel o en su casa o en otra parte, según que lo tenían de costumbre. Cuando los cónsules se sentavan en el audiencia, adereçávanse con atavíos de gravedad y de autoridad. Poníanse barbotes de oro, o barbotes largos de chalchihuite que llaman tencololli, o otros que llaman apoçonaltençácatl, o otros que llaman apoçonaltencololli, que no son largos sino corvos, o otros que llamavan xoxouhqui tencololli. Y los señores que regían a los pochtecas, cuando juzgavan, componíanse con los adereços arriba dichos, los cuales eran también insignias de que eran valientes, de que havían entrado en la provincia de Anáoac entre los enemigos. También se componían de estos adereços en las grandes fiestas. También los señores que regían los mercaderes tenían cuidado de regir el tiánquiz y todos los que en él compravan y vendían, para que ninguno agravíasse a otro, ni injuriasse a otro. Y a los que delinquían en el tiánquez, ellos los catigavan. Y ponían los precios de todas las cosas que se vendían. Y cuando, alguna vez el señor de México mandava a los mercaderes y disimulados exploradores que fuessen a alguna provincia, si allá los prendían o matavan, sin dar buena respuesta o buen recibimiento a los que iban como mensajeros del señor de México, sino que los prendían o matavan, luego el señor de México, hazía gente para ir de guerra sobre aquella provincia. Y en el exército que iva, los mercaderes eran capitanes y oficiales del exército, elegidos por los señores que regían a los mercaderes, que se llamavan Cuappayaoaltzin y Nentlamatitzin y Uetzcatocatzin y Çanatzin y Ueyoçomatzin. Ellos davan el cargo a los que ivan y los instruían de lo que havían de hazer. Elegían también el capitán general a uno de los principales mercaderes que se llamava Cuappoyaualtzin. Por mandado, de éste se hazía la gente para la guerra en México y en Tezcuco y en Uexotla y en Coatlichan y en Chalco y en Uitzilopuchco y en Azcaputzalco y en Cuauhtitlan y en Otumba. De todos estos lugares dichos se recogía la gente para ir a esta guerra que tocava a los mercaderes. Yendo por los caminos al pueblo que llegavan los del Tlatilulco, todos se aposentavan en una casa y ninguno faltava. Y si alguno forçava a alguna muger, los mismos principales del Tlatilulco se juntavan y le sentenciavan, y assí le matavan. Y si alguno de los pochtecas del Tlatilulco enfermava y muría, no le enterravan, sino poníanle en un cacaxtle. Como soelen componer los defuntos, le componían con su barbote y teñíanle de negro los ojos, y teñíanle de colorado, alrededor de la boca, y poníanle unas vandas blancas por el cuerpo, y poníanle unas tiras anchas de papel a manera de estola, como se la pone el diácono, desde el hombro al sobaco. Haviéndole compuesto, poníanle en un cacastle y atávanle en él muy bien, y llevávanle a lo alto de algún monte. Ponían el cacaxtle levantado, arrimado, a algún palo hincado en tierra. Allí se consumía aquel cuerpo, y dezían que no muría, sino que se fue al cielo, adonde está el sol. Lo mismo se dezía de todos los que murían en la guerra, que se havían ido adonde está el sol.
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Capítulo quinto De las personas nobles El hidalgo tiene padre y madre legítimos, y sale o corresponde a los suyos en gesto o en obras. Y entre los hijos hidalgos hay primogénito, unigénito mayor, y hijo segundo y hijo tercero e hijo postero. Y que hay hijo hidalgo que tiene hermanos abuelos y abuelas. Y hay hidalgos muy queridos, delicados, regalados y servidos. El buen hidalgo es obediente e imita a sus padres en costumbres, y es recto y justo, prompto y alegre a todas las cosas; figura o traslado de sus antepasados. El mal hidalgo es alocado, torpe, mal acondicionado, desgraciado, perverso o infernal; deshonra y afrenta de su linage. El que desciende de personas nobles es gentil hombre, maravilloso en sus cosas. El que desciende de buen linage y bien acondicionado es discreto, y curioso en saber y buscar lo que le conviene, y en todo tiene prudencia y consideración. El que desciende de buen linage y mal acondicionado es sobervio y codicioso en gran manera, y quiere ser tenido en más que los otros. La persona noble de buen linage siempre procura de tomar buenos exemplos y sacar buenas costumbres de los buenos. La noble persona de buen natural es docible y remeda a los buenos y es exemplar. La persona noble incapaz es escandalosa, dissimulada, alocada, y muy entonada. La persona noble de buena ralea es elocuente, o humilde en su habla, blando y afable a todos, bien acondicionado y querido de todos. La tal persona es mansa, pacífica y humilde, y tiene buen bonete. Y la que no es tal, digo la que es mala, es desagradescida, sobervia y loca. La persona de buen solar es de buena condición, de blanda palabra y de buena vida. La tal persona se conduele o se compadece de los trabajos agenos; es muy sosegada en el hablar. Y la que es mala, es parlera, dura en hablar, prolixa y porfiada; al fin, tal que con sus vozes quiere espantar y salir con la suya. La persona de solar conocido es avisado, bien criado y doctrinado y enseñado. La tal persona amonesta y doctrina a los otros y les da buen exemplo, y es como regla, espejo y lumbre. e guía de todos los de su manera. Y la que es mala, es escandaloso, doblado, reboltoso y sembrador de zizañas, bullicioso y presumptuoso. La persona de estima tiene modo y medida en todo. La tal persona no se precepita en cosas, sino que las haze con gran tiento; ni es nada necio, antes todo lo inquiere e escudriña y busca los medios convertibles. Y la persona de estima que es mala es indiscreto y habla fuera de propósito, y entremetido en pláticas de otros, sin ser llamado para ello; y tanto habla que no da lugar de hablar a los otros. Al fin, muy curioso de entender lo que se trata entre los otros. La persona noble que desciende de buenos. La tal persona que es buena es liberal, dadivoso, y mantiene a muchos, y ansí con su largueza recrea a muchos. Y la tal persona mal acondicionada es avarienta, escasa, apretada a los suyos; pero por otra parte para sí es gastadora, amiga de golosinas. La persona que viene de buen tronco. La tal persona, si es buen acondicionada, ensalça, alaba y encarece las cosas de los otros, hablando bien de ellas. La tal persona mal acondicionada se haze muy generosa, diziendo que trae su origen de los mejores cavalleros, menospreciando, y aun en nada teniendo, a los otros; gloriándose y jactándose de su linaje. La persona que viene de limpia sangre es mansa y blanda. Y la tal persona consuela, esfuerça de ánimo a los otros y los alivia de los trabajos. Y la que es mal acondicionada es áspera, y de áspera y dura condición; y que mira a otros con ojeriza, y de embidia huélgase de las adversidades agenas; y de enojado arroja por ahí lo que se le ofrece a las manos. La persona que desciende de buena sangre es buen hijo, noble, generoso, descendiente de buenos nobles e hidalgos. Y la que es mal acondicionada es ingrata a los que le hazen y le hizieron bien; no teniendo memoria de ellos, ándase paseando, gastando su vida en plazeres y deleites. E para hazer bien a sus bienhechores está duro más que la piedra dura y el hierro, aunque para la holgura o pasatiempo es como cera. La persona notable es hombre cabal, hombre sin malicia, constante en los bueno. Y la tal persona ennoblece, honra y afama a los suyos. Y la que es mala, deshonra y apoca y tiene a todos debaxo de sus pies; es presumptuoso, y menosprecia a todos, glorándose de su linage.