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Es cierto que no faltan noticias minuciosas, e incluso una sospechosa abundancia de datos, que hacen referencia a tiempos remotos, en los que cuatro edades o eras se sucedieron con sus diferentes humanidades. Pero como decíamos, hasta el reinado de Viracocha, o mejor, de Pachacuti, no se puede hablar de una historia real de cada uno de los soberanos incas. Sabemos que hasta este momento el pueblo conquistador del Cuzco se vio envuelto en luchas con sus vecinos y que la ampliación de su territorio se debió en parte al éxito en esas luchas, pero que jugó un papel importante la política de alianzas con algunos de esos pueblos, sellada en ocasiones con el establecimiento de vínculos familiares mediante la unión con hijas de los curaca o señores de pequeños Estados limítrofes con el área cuzqueña. La larga guerra con los chancas, que podría haber supuesto el fin del pueblo inca, y que desembocó en el ataque a la ciudad del Cuzco en los últimos años del reinado de Viracocha, supuso sin embargo el comienzo de su supremacía gracias a la valerosa intervención de Pachacuti, que no sólo repelió la agresión, sino que consiguió subyugar al pueblo chanca e incluso utilizarlo como auxiliar en sus propias campañas. Pero los chancas eran aliados peligrosos y el temor de que sus éxitos militares, aún bajo bandera inca, los animaran a la aventura de recobrar su poderío, indujo a Pachacuti a dar a uno de sus hermanos y generales, Capac Yupanqui, la orden de exterminio total del grupo.

Pero éste, advertido del peligro y capitaneado por su jefe Ancohuallu, consiguió huir adentrándose en la zona de la selva oriental. El general Capac Yupanqui pagó con su vida el fracaso de la misión encomendada por el soberano, aunque, en realidad, desde su huida al pueblo chanca no volvió jamás a representar una amenaza para la expansión inca. Las campañas de Pachacuti llevaron esta expansión hasta el territorio de los aymaraes de la zona del Collao, junto al lago Titicaca, donde floreciera la civilización de Tiahuanaco, cuna de tradiciones que hablan precisamente del origen del pueblo inca. Desde el altiplano a la costa del Pacífico la soberanía de los incas fue reconocida sin excepción. Hacia el Norte, Cajamarca representó la frontera más extrema del Imperio de Pachacuti. La obra de este gran Inca, sin embargo, no se limitó exclusivamente a la simple conquista de nuevos territorios; su labor como legislador y organizador sentó las bases para la consolidación y sucesivo engrandecimiento del Imperio. Tupac Inca Yupanqui, todavía en vida de su padre y mientras éste se dedicaba a esa tarea de organización del Imperio y a la reestructuración y embellecimiento de su capital, que causaría el asombro y la admiración de los conquistadores españoles, fue el artífice del ensanchamiento territorial del Tahuantinsuyu. Sus campañas lo llevaron hasta las tierras de los señores del Norte, del reino de Quito, en la zona de la Sierra, y del señor de Chimú, en la Costa.

Desde Chimú no le fue difícil a su regreso al Cuzco subyugar a todos los señoríos costeños hasta Pachacamac, en las cercanías de la actual ciudad de Lima, el gran santuario preincaico a cuyo culto, que respetó, superpuso la estructura y organización de la religión estatal. Una leyenda recogida en fuentes relativamente tardías, del último cuarto del siglo XVI, relata la fantástica expedición marítima que llevó a Tupac Inca Yupanqui desde la costa norte del Perú actual a unas lejanas islas del Pacífico, las misteriosas Aguachumbi y Nina Chumbi, que no ha sido posible identificar y que para algunos son las islas Galápagos, mientras para otros pueden ser nada menos que el archipiélago Salomón, descubierto precisamente por el cronista que recoge por primera vez esta leyenda: Pedro Sarmiento de Gamboa. Sin embargo, no es fácil aceptar la veracidad de este viaje, llevado a cabo por un pueblo que indudablemente no tuvo aptitudes marineras y que difícilmente pudo afrontar y superar las dificultades de una navegación de ida y vuelta por el Pacífico. Sí fue un hecho consumado en cambio, ya durante su propio reinado, la expansión del Tahuantinsuyu que Tupac Inca Yupanqui llevó hasta las tierras chilenas imponiendo su autoridad a todos sus habitantes hasta el valle del río Maule. El último gran Inca, Huayna Capac, no amplió demasiado las fronteras, pero su labor fue dura y difícil al tener que consolidar la soberanía incaica en regiones vastas y lejanas, en las que sus belicosos habitantes intentaron sacudirse el yugo del centralismo cuzqueño con constantes rebeliones que absorbieron, sobre todo en el Norte, el tiempo, la energía y los recursos de este soberano, cuyo reinado se desenvolvió en una situación de crisis permanente.

A su muerte, en 1530, dejaba el orden incaico establecido y respetado desde el sur de Chile, donde él mismo dirigió la empresa de reorganización administrativa, hasta las tierras del sur de la actual Colombia, fijando la frontera en el río Ancasmayo y redondeando las fronteras del Imperio hasta la zona oriental de la actual República del Ecuador. La leyenda de una unión de Huayna Capac con una princesa quiteña, de la que naciera el príncipe Atau Huallpa, razón por la que el soberano decidió a su muerte dividir el Imperio entre éste y su hijo Huascar, carece de fundamento. Ni Atau Huallpa fue de estirpe quiteña, sino hijo de una mujer del Cuzco, ni el Inca pensó en dividir su reino. Sin embargo, la crisis sucesoria y las guerras civiles entre ambos hermanos son sucesos absolutamente históricos, cuyo desenlace y consecuencias alcanzaron a conocer los conquistadores de Cajamarca. A pesar de ello no se debe caer en el tópico de una conquista fácil y rápida del Tahuantinsuyu por los españoles. La resistencia inca; aunque no bien coordinada, por el odio y las rencillas entre los cuzqueños y los invasores de Quito fue feroz y tenaz. Es cierto que después del proceso a que fue sometido Atau Huallpa por los españoles y que culminó con la condena a muerte del príncipe, todo hacía presumir una voluntad de cooperación con los conquistadores por parte del sector de la aristocracia inca que había sufrido las consecuencias de la dura represión que sobre ellos hicieron pesar los generales de Quito; también lo es que Pizarro reconoció a uno de los hijos de Huayna Capac, Manco II, como legítimo soberano inca.

Pero las continuas presiones de los españoles establecidos en la que fue capital del Imperio, sobre él y sobre los restos de las elites cuzqueñas, ya muy mermadas por las masacres de que habían sido objeto tras la victoria de Atau Huallpa, fueron el motivo de una rebelión organizada que cristalizó en 1535 con el cerco y asedio a la ciudad del Cuzco que estuvo a punto de aniquilar a los españoles. La decisiva intervención de otro de los hijos de Huayna Capac, Paullu, cuyos intereses eran contrapuestos a los de Manco y que lo llevaron a buscar la alianza de las huestes de Almagro, a las que había acompañado en su expedición a Chile, de donde regresaron en el momento en que la situación era critica para los sitiados, hizo fracasar la ofensiva indígena. Sin embargo, la resistencia continuó en la zona montañosa de Villcabamba, a donde Manco se retiró con su gente y sólo en 1572 quedó sometido definitivamente el territorio controlado por sus hijos, que siguieron considerándose Incas, cuando fue capturado el último de ellos, el joven e infortunado Tupac Amaru. La ejecución de su sentencia y condena a muerte dictada por el virrey don Francisco de Toledo fue presenciada en la plaza de Armas del Cuzco por una sobrecogida multitud de indígenas que prorrumpió en un general lamento al ver rodar la cabeza del nieto de Huayna Capac. Esto suponía el fin definitivo de la Historia de los incas.

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