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Datos principales


Rango

Al-Andalus omeya

Desarrollo


La política predominantemente qaysí de los gobernadores andalusíes e ifriqíes posteriores al año 720 iba a tener consecuencias importantes en el interior del Dar al-Islam a partir del año 739, fecha en la que comienzan las revueltas beréberes en el conjunto del Magreb y las guerras civiles tribales ínter-árabes en al-Andalus. Sin embargo, podríamos detenernos en el año 732 para evaluar la importancia de otro aspecto de la política considerada de inspiración qaysí: la reanudación de la expansión, que se constata en la misma época en los dos extremos oriental y occidental del mundo musulmán, en Transoxiana y en la Galia. En este último sector, las fuentes latinas, a pesar de ser muy pobres, aclaran un poco mejor que las fuentes árabes el avance musulmán de los años 721-739. Los musulmanes no sólo tuvieron éxitos: en 721, el gobernador al-Samh fue asesinado al atacar Toulouse. Esta victoria del duque Eudo de Aquitania habría incluso debilitado la dominación musulmana en el norte de la Península y favorecido el éxito de la revuelta de los asturianos y de su jefe visigodo Pelayo. Después del éxito cristiano, probablemente muy limitado pero casi mítico de Covadonga, que tienden los historiadores actuales a fijarlo en el año 722 y no en el año tradicional de 718, este jefe pudo restablecer un poder cristiano que, por otro lado, quiso actuar como un verdadero reino, liberado de toda sujeción musulmana, en la región de Oviedo.

Hubo éxitos más claros un poco más tarde. Dijimos que Carcasona y Nimes fueron ocupadas hacia el año 725 y que en el mismo año se atacaron los valles del Ródano y del Saona, hasta alcanzar Autun. Vimos también que Munusa, el jefe beréber de la Cerdaña que se había aliado con el duque de Aquitania, fue eliminado hacia el 731. En el año 732, el gobernador Abd al-Rahman al-Ghafiqi lanzó un gran expedición. Ocupó el País Vasco -que mantenía una alianza con altibajos con Eudo de Aquitania- venció a este último y arrasó su región, luego se lanzó hacia el norte en dirección de las ricas iglesias y monasterios del valle del Loira. Fue entonces cuando Eudo pidió auxilio al jefe de palacio de Austrasia, Carlos Martel, que ya dominaba todo el reino franco e intentaba sin éxito imponer su autoridad sobre el ducado aquitano. En efecto, Martel logró detener a los musulmanes cerca de Poitiers, en una importante batalla que tuvo lugar el 25 de octubre de 732. La derrota sufrida por los musulmanes, en la que pereció Abd al-Rahman al-Ghafiqi, parece haber sido dura a pesar de que no terminó en desastre, ya que el ejército parece que logró finalmente retirarse sin pérdidas excesivas, aprovechando el cese de los combates a causa de la oscuridad de la noche. A lo largo de los años siguientes, las autoridades musulmanas, cuyo poder, a pesar de la derrota de Poitiers, no parece haber sido muy contestado por las poblaciones sometidas, siguieron pensando en una expansión por la Galia o al menos la consolidación de su presencia en el valle del Ródano.

En el 734 ó 735, los musulmanes tuvieron contactos con el duque o patricio de Provenza Mauronte, que les entregó Aviñón: la ciudad había sido ocupada poco antes por los francos, pero la población los había expulsado tachándoles de extranjeros y parece haberse acomodado mejor a la dominación bastante ligera de los musulmanes. La voluntad de Carlos Martel de imponer su poder en toda la Galia meridional aprovechando la amenaza que suponía esta presencia musulmana para la cristiandad en Septimania y Provenza hizo inevitable una confrontación más violenta. En el 736 ó 737 los francos infligieron una severa derrota a los musulmanes y recuperaron Aviñón. Luego Carlos Martel consiguió otra victoria importante cerca de Narbona, sobre el Berre (738), aunque sin lograr recuperar el control de la ciudad. Aquí tampoco parece que los godos de Septimania y en particular, los de Narbona, renegaran del tratado (ahd) que debieron concluir con los musulmanes. Pero entonces se abrió una grave crisis interna en el Islam al final de la época omeya que sumió muy pronto al Magreb y a al-Andalus en un estado de anarquía. En 742 el gobernador de Narbona, Abd al-Rahman b. Alqama al-Lajmi, partidario de los yemeníes, abandonó la Septimania con importantes contingentes árabes para ir a luchar contra la dominación que los qaysíes habían impuesto a Córdoba; en el año 748, siguió ocupando su puesto y se rebeló abiertamente contra el emir proqaysí de Córdoba Yusuf al-Fihri; sus compañeros lo asesinaron.

Este contexto de luchas civiles debió minar enormemente el Islam en Septimania y favorecer el programa carolingio. En 751, Pipino el Breve fue proclamado rey de los francos con el apoyo del papado. En la misma época, parece que la presión franca y el debilitamiento del Islam llevaron a los jefes godos que dirigían todavía las poblaciones cristianas de las ciudades de Septimania a examinar la situación bajo distinto ángulo. De hecho, en el mismo año, un conde Ansemond entregó a los francos Nimes, Agde, Maguelonne y Beziers. Narbona aguantó todavía unos años pero, finalmente, en el 759, una parte de los cristianos de la ciudad negoció con Pipino el Breve y obtuvo de él el mantenimiento de las costumbres visigodas. En este momento, las condiciones políticas en Córdoba habían cambiado totalmente, a causa de la grave crisis de los años 740-756 que se cerró con el acceso al poder del primer emir omeya, Abd al-Rahman I. En todos los frentes de su avance, el imperio musulmán se estancaba y a veces retrocedía, de forma especialmente clara en Occidente donde, entre los años 732 y 800, aproximadamente, perdió todos los territorios que ocupaba en la Galia meridional y en el norte de la Península. El fracaso de Poitiers se inscribió en un contexto general de ralentización de una conquista que parecía haber alcanzado sus límites. Los factores que impusieron estos límites pudieron ser o la resistencia de unos adversarios más sólidos, como los francos, o el agotamiento de los medios humanos. A lo largo de los mismos decenios, hacia mediados del siglo VIII, el avance musulmán en Oriente se detuvo a pesar de la victoria contra el ejército chino en la batalla del Talas en el año 751, con la ayuda de los turcos. Contra los bizantinos, los musulmanes sufrieron una derrota a manos de León III de Akroinon en 739 y, en el año 747 perdieron su flota en un gran combate naval a lo largo de las costas de Chipre. Estos acontecimientos sólo son, en realidad, la cara exterior de los graves problemas que aquejaban al Dar al-Islam en el interior.

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