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Berlín

Desarrollo


Pero la guerra aún no había terminado para muchos millares de combatientes. Los esfuerzos del gobierno de Dönitz para ganar días y conducir sus ejércitos de Checoslovaquia y los Balcanes hasta las líneas angloamericanas habían fracasado, pero de cualquier forma hubieran estado condenados a la esterilidad, porque los aliados occidentales se mostraron escrupulosos cumplidores de lo acordado con sus aliados soviéticos. Así ocurrió en Checoslovaquia, donde Schoerner mandaba la mayor fuerza combatiente que aún le quedaba a Alemania. Sus ejércitos, empujados por el I Grupo de Ejércitos de Ucrania (Koniev) y el IV (Petrov) se retiraban lentamente hacia el oeste cuando la inminencia de la firma de la capitulación obligó a sus mandos a una desesperada marcha hacia las líneas americanas. La dramática situación se convirtió en inmensa tragedia para los alemanes establecidos en Praga, para los sudetes y para los soldados que se hallaban en la capital. Allí había oficiado como todopoderoso virrey el sudete Karl-Hermann Frank (10), primero como Secretario de Estado de Bohemia-Moravia y, tras la muerte de Heydrich, como Viceprotector. Pese a su fanatismo y dureza, Frank tenía muy claro en abril de 1945 que Alemania había perdido la guerra y que la única posibilidad de garantizar el porvenir de los alemanes sudetes era conseguir un acuerdo con los nacionalistas checos de la burguesía y la derecha, con quienes se formaría un gobierno provisional, que permitiría la organizada retirada alemana y mantendría los Sudetes dentro del Reich.

Los primeros pasos habían sido dados y los nacionalistas checos, que trataban de marginar a los comunistas, contaban con los alemanes para frenar a los rusos mientras llegaban allí los norteamericanos. Pero Frank viajó a Berlín y consultó con Hitler. Este logró convencerle de que todo seguía en pie, de que ganaría la guerra y que las materias primas de Checoslovaquia eran vitales para la victoria. Frank regresó a Praga, retiró sus promesas a los nacionalistas y sembró las calles de amenazas para evitar movimientos populares. El fanatismo de Frank entregó la iniciativa a los comunistas, que movilizaron sus fuerzas contra los alemanes y sacaron a la calle al resto de las fuerzas organizadas cuando hubo noticias de la aproximación de las tropas norteamericanas a las fronteras checas. Praga se convirtió en un campo de batalla. Frank, ya conocedor de la muerte de Hitler, perdió toda su energía, sus fuerzas de policía y de las SS, faltas de decisión y dirección, se vieron metidas en mil combates callejeros, desfavorables en buena parte. Cuando los checos comenzaban ya a desmayar, tuvieron la fortuna de la llegada a Praga de una división alemana formada por los rusos de Vlassov (11), a quienes los checos prometieron asilo político. Un día más tarde se retiraron los soldados de esa división ante la proximidad de las fuerzas soviéticas. Los alemanes que pudieron abandonar la capital checa combatiendo, se unieron al resto de las fuerzas en retirada, pero la mayoría de los soldados alemanes de Praga murieron con las armas en la mano o, cuando se rindieron, fueron ejecutados in situ.

Peor fue el destino de los heridos, personal sanitario o fuerzas auxiliares. Dieciocho hospitales fueron asaltados y asesinados los heridos, centenares de médicos y enfermeras fueron masacrados en las tapias del cementerio de Volschan o en el estadio de Strakov... se vio a docenas de mujeres alemanas desnudas arrastrándose por las aceras, con los tendones de aquiles cortados, tratando desesperadamente de huir de una lluvia de patadas. Docenas de miles de checos sudetes o de alemanes establecidos en el país desde hacía generaciones fueron asesinados tras espantosas torturas... Durante casi un mes el Elba llevó en sus aguas centenares de cadáveres, contándose el caso de una familia, padres e hijos, que bajaba por el río en una balsa con todos los miembros clavados a los maderos. Cifras aproximadas hablan de medio millón de alemanes muertos en esa terrible primera semana de mayo. Los últimos combates tuvieron lugar en Praga el día 9 por la tarde, con la entrada de las tropas soviéticas en la ciudad. El fanatismo de Frank y la ceguera aliada entregaron Checoslovaquia a los comunistas, que en aquellos momentos eran menos del 20 por ciento de la población. Entre tanto, los ejércitos de Schoerner caminaban hacia las líneas americanas. El general en jefe, salido de los cuadros nazis, con fama de fanático, inflexible y duro, abandonaba a sus soldados y, vestido con un traje de paisano, tomó una avioneta y se dirigió a Austria. Una avería le obligó al aterrizaje forzoso.

Fue reconocido y entregado a los norteamericanos, que se lo pasaron a los soviéticos. Su cobardía originó un mayor caos del normal entre sus ejércitos, que el día 9 alcanzaban en buena parte las líneas americanas. Casi medio millón de soldados alemanes, voluntarios checos, milicias sudetes, letones, cosacos, lituanos, ucranianos, creyeron haber llegado a la salvación cuando sus jefes entraron en contacto con los norteamericanos. Pero las líneas aliadas permanecieron cerradas. No hubo forma de convencerles: los comandantes norteamericanos de los sectores donde se agruparon estas tropas tenían órdenes terminantes de entregarles a los soviéticos, que por su lado ya habían apresado a una cifra similar en sus avances de los cinco últimos días. Otra tragedia de similares proporciones tuvo lugar con las tropas alemanas y sus aliados que retrocedían desde Grecia y los Balcanes. La rendición austriaca les privó de una vía de retirada hacia casa y hubieron de rendirse a las tropas británicas del mariscal Alexander. Ocurrió como en Checoslovaquia. Las tropas alemanas fueron entregadas en su mayor parte a los soviéticos, mientras que los voluntarios -croatas fundamentalmente- que habían colaborado con los alemanes, fueron enviados a Tito. Muy pocos de aquella masa de prisioneros, casi 400.000, logró sobrevivir a los juicios, cárceles y campos de concentración. Curlandia, el ejército olvidado en Letonia, pone punto final a las rendiciones importantes. Aún el 8 de mayo, la marina alemana pudo retirar a 27.000 hombres, pero carecieron de tiempo, de medios y de combustible -Suecia se negó a proporcionar carbón a los buques mercantes alemanes- para evacuar a los 180.000 restantes, que a lo largo del mes de mayo fueron conducidos a los campos de concentración soviéticos de los montes Waldai, cuyas zonas pantanosas debieron desecar durante años de trabajos forzados, en medio de horribles penalidades y de una espantosa mortandad.

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