Algunas ideas sobre el arte sasánida

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Irán sasánida

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Dice A. Godard que el arte sasánida es a la vez tradicional y progresista, una frase que, acaso sin excesiva claridad, viene a expresar de modo resumido lo que en él subyace. Los sasánidas no crearon una estética de ruptura, ni tampoco recogieron viejas tradiciones orientales remodeladas por el arte helenístico. Porque los sasánidas estaban ya integrados en el auténtico tronco iranio, bebían en tradiciones vivas -puesto que ellos mismos en su región eran parte de esa vida-, y no podían por tanto romper con un pasado que era a la vez presente. Pero crearon un mundo nuevo, lleno de posibilidades que, tiempo después, aprovecharía el Islam.Se ha dicho, con razón, que el arte sasánida es la última fase del arte oriental antiguo. Y así hemos de verlo. Ni ideológica, ni culturalmente, la dominación alejandrina y seléucida supusieron el fin de la historia antigua oriental. La masa de la población irania y mesopotámica permaneció sin cambios sustanciales. Y el arte popular y las costumbres rurales también. Si todavía nos sorprende ver que los materiales y métodos de construcción rural, los útiles campesinos o las instalaciones de tecnología popular como hornos de pan, alfares y cocinas sean hoy las mismas que las halladas en excavaciones regulares, ¿cómo se puede afirmar que desde la caída del imperio aqueménida hasta la restauración sasánida se produjo un corte radical? A decir verdad y como escribe R. Ghirshman, el arte sasánida es una síntesis de los más de 4.

000 años del arte iranio. Más aún si como arte cortesano, ligado por tanto a la arquitectura palatina o a los monumentos muebles e inmuebles que expresan ese arte, expande una idea o un programa. Pero, como es lógico, tanto por sus creencias como por su forma peculiar de ver las cosas y, en fin, porque también eran hijos de una evolución, su estética presenta un aspecto peculiar y distintivo.La génesis del arte sasánida se opera en la región madre, en la Parsua, a la sombra del arte parto o, quizás mejor y como dice V. G. Lukonin, a la de una escuela entonces en vigor en el imperio parto. Y pienso que si los datos cronológicos de los relieves de la Elymaida arsácida son correctos, probablemente fuera el arte de esa provincia el que más influyera en los sasánidas. No obstante, cuando Ardasir construyó su palacio de Fírúzábád lo hizo en las mejores tradiciones del arte parto.Y ello porque como señala R. Ghirshman y hemos podido ver, el arte arsácida era esencialmente iranio. Por esa razón, los primeros pasos sasánidas se nos antojan dentro del último estilo de los partos, porque éstos tampoco rompieron con un pasado al que siempre se sintieron ligados.Es un error de partida afirmar pues, como suele hacerse, que el arte del imperio sasánida fuera una reacción contra el helenismo de los arsácidas. Afirmarlo demuestra que no se han entendido ni las raíces ni las formas de uno y otro. Una cosa distinta es que los reyes sasánidas se consideraran a sí mismos los verdaderos continuadores de los principios aqueménidas, nacidos en su misma región.

Y que en su pretendida restauración del antiguo imperio desearan imponer una filosofía artística que ellos consideraban puramente nacional.Señala V. G. Lukonin que el aspecto monumental, la rigidez de los personajes, la falta de naturalidad en los movimientos y la ausencia de individualidad en el tratamiento de las figuras existían ya en el arte de los partos. Pero también en las artes provinciales aunque, como en los relieves de la Elymaida citados, el camino hacia una mayor libertad resultara manifiesto. Y los sasánidas entraron por esa línea, pero además pretendieron que fuera vehículo de una ideología política y religiosa distinta a la de los partos.El mundo político y cultural de los arsácidas era el de un imperio descentralizado, benevolente hacia la diversidad de los cultos religiosos y en el que el Gran Rey tenía que enfrentarse una y otra vez con los reyes vasallos o los grandes señores. El mundo sasánida sería distinto. Como ya hizo ver A. Christensen, buscaba un fuerte estado centralizado -con independencia de que sus resultados, según indica la reforma de Khusrau I, fueran más o menos contestados por ciertos sectores-, y pretendía -como las numerosas persecuciones confirman- una religión uniforme. Si la expresión artística mayoritaria estaba en manos del cuerpo palatino, promotor casi exclusivo, el arte debería ser vehículo, en cierto modo, de esas pretensiones. Y evidentemente lo fue. Las primeras realizaciones del arte sasánida -dejando aparte la arquitectura más temprana-, materializadas en los relieves de Ardasir en Fírúzábád por ejemplo, y en algunas obras de orfebrería y glíptica suelen responder a un carácter simbólico y narrativo, como escribe V.

G. Lukonin, que ponía el acento en una cuidadosa elección de los lugares donde se realizaban -Naqs-i Rustam-, y en la enfatización de la esencia divina del poder real. Por eso, los temas preferidos solían ser los triunfos, las investiduras, los combates singulares. La idea no era nueva ni mucho menos. Desde la estela de Naram-Sin, pasando por los relieves asirios o las figuraciones aqueménidas, el poder siempre ha querido impresionar o influir a través de la imagen. Pero la unidad de concepción y la disciplina en la búsqueda de esos resultados fue, con los sasánidas, algo nunca visto. Y además, con las reformas de Kartir en principio, a las que seguirían tiempo después las de Aturpat, la iconografía de ese arte cortesano parece haberse hecho vehículo de un mensaje religioso integrador y único: el zoroástrico.El arte sasánida resume una larga tradición. Su raíz primera está en el de los partos, plásticamente iranios desde luego. Pero ante sus ojos tenían también las mejores realizaciones del arte aqueménida y conocían la interpretación elymaidica de la estética arsácida. Por eso, aunque las insignias, los vestidos y los temas primeros, como dice V. G. Lukonin, fueran semejantes a los de los partos, su modo de expresarlo tenía que ser distinto: más realista sin abandonar un cierto idealismo, más preciosista y mucho más ornamental. La madurez inicial del arte sasánida no es ni un milagro, ni una creación exterior. Es la renovación artística de la Parsua en otra época, con valores distintos y posibilidades diferentes. Pero su arte fue capaz, como dice R. Ghirshman, de tender un puente entre las viejas civilizaciones del Oriente antiguo y las nuevas del Islam.

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